jueves, 24 de diciembre de 2015

CAPITULO ESPECIAL 8




Paula escuchó la conversación de su esposo e hijo sintiendo que el pecho se le llenaba de muchas emociones, la mayor de todas fue el orgullo. Escuchar a Pedro hablarle de esa manera a Franco fue extraordinario porque logró hacer lo que ella había intentado muchas veces sin obtener los mismos resultados, no sabía cómo manejar ese carácter Chaves que su hijo tenía tan arraigado, cómo hablarle desde la experiencia, pues ella también pasó por lo mismo a su edad y tiempo después.


—¿Les ayudo en algo? —preguntó acercándose hasta ellos y después de darle un beso en el cabello a su hijo buscó la mirada de Pedro dándole las gracias con ese gesto.


Él le dio un suave beso en los labios respondiéndole en ese lenguaje que no necesitaba de palabras, que no debía agradecerle nada, Franco también era su hijo y lo amaba con toda su alma.


—Tal vez puedas batir un par de huevos, nadie lo hace mejor que tú —comentó queriendo jugarle una broma.


Ella lo pellizco con disimulo en la cintura indicándole con la mirada que se encontraban en la presencia de su hijo, pero a Pedro pareció no importarle pues siguió riendo en medio del gesto de dolor que le provocó la reprimenda de su esposa.


—Yo pondré el agua para la pasta… estoy seguro que no tendré problemas con ello —señaló Franco reconociendo sin vergüenza su poca experiencia en la cocina.


—¿Y con la sal? —preguntó Pedro sonriendo.


—Tampoco los tendrá porque yo le enseñaré —salió Paula en defensa de su hijo, moviéndose para buscar el salero—. Tu padre lo hace con un cálculo que solo él conoce, pero nosotros lo haremos como los chefs profesionales… con medidas —dijo triunfante mostrando la cucharilla, la llenó llevándola a la olla que ya había puesto Franco pero antes de lanzarla miró a su esposo—. ¿Cuántas son para los canelones?


Pedro soltó una carcajada que retumbó en la cocina, ya sabía que ella le preguntaría eso. Paula lo miró con reproche sacándole la lengua y eso hizo que su risa aumentara contagiando también a Franco, quien miraba a su madre con pesar pero sin poder evitar reír.


—De esas dos y media —contestó una vez recuperado y se acercó para darle un beso en el cuello.


—Perfecto… algún día aprenderé, ya lo verás —aseguró haciendo lo que su esposo le indicaba.


La verdad es que ella había aprendido muchas cosas en el tiempo de casada con Pedro, aunque no podía decir que lo había superado, las ensaladas eran su especialidad y muchas le quedaban tan deliciosas como a él. Sin embargo, quiso mostrarse solidaria con su hijo poniéndose a un nivel más cercano y que no se sintiera como un inútil ante la destreza que mostraba su padre en la cocina, como le pasó a ella cuando apenas descubría el maravilloso chef que era su viejo vecino.


Disfrutaron del delicioso almuerzo en medio de un ambiente de risas y comentarios agradables, después de eso subieron a tomar una siesta como acostumbraban y que además Pedro y Paula pedían a gritos pues apenas habían dormido la noche anterior, así que al entrar a su habitación compartieron un par de besos y cayeron en un profundo sueño.


Los últimos rayos de sol de ese día bañaban la hermosa terraza cuando la familia Alfonso Chaves se reunió de nuevo en ella para seguir compartiendo en familia y disfrutar del rico helado que había hecho Paula de postre, pero que no alcanzaron a comer después del almuerzo pues no estuvo listo.


De pronto una melodía comenzó a sonar por los altavoces en el jardín, su padre tenía puesta una lista de reproducción con temas actuales que los chicos habían sugerido pero esa se coló y las miradas de los esposos se iluminaron pues era más propia de la época de ambos.


Él más animado, se puso de pie con una gran sonrisa y le extendió la mano a Paula quien no tardó un segundo en aceptarla mientras le devolvía el gesto y suspiró al quedar atrapada en los fuertes y cálidos brazos de su esposo.


—Baby, love never felt so good —susurró en su oído.


Paula le entregó una de sus mejores sonrisas, esa que era capaz de acelerar el corazón de Pedro en segundos y él deslizó sus manos por el esbelto talle de su esposa hasta posar sus manos en la curva que daba inicio a su perfecto trasero al tiempo que se movía junto a ella al ritmo de Love never felt so good de Michael Jackson.


Sus hijos comenzaron a reír mientras los veían tan enamorados y Justine fue la primera en sumarse a ellos
comenzó a mover su pequeño cuerpo imitando los movimientos de su madre mientras intentaba llevar la canción con un inglés que no estaba nada mal para su edad y no ser su lengua natal, pues allí hablaban más en italiano.


—¡Vamos! Vengan a bailar ustedes también —Pedro les hizo un ademán a los otros, quienes seguían sentados con una sonrisa radiante adornando sus labios.


Daphne fue la primera en ponerse de pie y aunque no se sabía la canción le siguió el juego a Justine que la imitaba, pero después de la segunda estrofa al menos ya repetía el coro como si la conociera de toda la vida. Gabriel también se puso de pie intentando llevar los pasos del cantante, él si lo conocía y le gustaba pues no era la primera vez que lo escuchaba, su padre le arrancó una carcajada cuando se puso a su lado para bailar igual.


Paula tomó las manos de sus hijas y comenzaron a bailar juntas mientras les cantaba para que ellas siguieran la canción también sin equivocarse, daban vueltas y reían pero de pronto Pedro le robó a la más pequeña, haciéndola volar en sus brazos unos segundos para hacerla bailar junto a él y besarle con ternura las mejillas, regalándole a su mirada uno de los cuadros más hermosos que pudiera ver.


Sin embargo, allí hacía falta alguien y de inmediato fue por él, se acercó a donde estaba Franco extendiéndole las manos para pedirle que bailara con ella, su hijo le dedicó esa media sonrisa que había heredado de Pedro pero negó con la cabeza.


—¡Oh, vamos! Es divertido… no le negarás un baile a tu madre —usó la estrategia que había aprendido de Amelia.


—Mamá… esa canción es muy vieja.


—¿Vieja? Estás loco jovencito, eso es un clásico —indicó Pedro que se acercaba para ponerla en repetición.


—Un clásico que escuchaban mis abuelos —dejó libre ese lado sarcástico que a veces tenía y volvió a negar.


—Yo más bien creo que tienes miedo de que no puedas bailar esa “vieja” canción como la bailo yo —lo retó mirándolo con burla haciendo un paso para demostrárselo.


Paula vio cómo la mirada de su hijo se oscureció, haciéndose más intensa y brillante, antes de que se pusiera de pie ella supo que había aceptado el reto de su padre, esa
también era una estrategia aprendida por Pedro, su esposo sabía que ningún Chaves podía resistirse ante un desafío.


Franco también conocía muy bien la manera de bailar del cantante porque era de los favoritos de sus padres y tíos, había crecido escuchando algunas de sus canciones y viendo sus conciertos, así que no le fue difícil imitar uno de sus pasos y dejar a su padre con la boca abierta. 


Sintiéndose satisfecho por lo que había hecho se integró a sus demás hermanos, quienes seguían bailando, en menos de un minuto estaban con todo y coreografía mientras cantaban la canción.



'Cause baby, every time I love you
It's in and out of my life, in out baby
Tell me, if you really love me
It's in and out of my life, in out baby
'Cause baby, love never felt so good


Paula reía llena de felicidad al verlos a los cuatro bailando y disfrutando de esa manera junto a ellos, rodeó con sus brazos a Pedro y lo llevó con ella hasta el centro de la terraza en medio de cálidos besos. Dejaron que los chicos siguieran haciendo esos pasos en los cuales estaban muy entretenidos mientras ellos se movían dejándose llevar por el romanticismo impreso en la canción y sus miradas se fundieron.


—Baby, love never felt so fine and I'd doubt it was mine all mine… Not like you hold me, hold me —Paula susurraba la canción contra los labios de Pedro y se perdía en la intensa mirada azul de su esposo, quien le entregaba tanto amor que se sentía flotar.


—Oh baby, love never felt so good and I doubt if it ever could not like you hold me, hold me… And the night is gonna be just fine… Gotta fly, gotta see, can't believe I can't take it cause —cantó él acariciándole la espalda al tiempo que sentía que todo lo que tenía junto a Paula era maravilloso, era más de lo que algún día soñó tener.


Comenzaron a besarse dejándose llevar por ese sentimiento que era el principal motor que movía sus vidas, el mismo que había creado un mundo mucho más perfecto de lo que
pudieron imaginar y los hacía sentir que podían con todo, que estando juntos eran invencibles.


—Te amo con todo lo que hay dentro de mí —expresó él tomando el rostro de Paula entre sus manos.


—Y yo te amo como jamás imaginé que se podía, gracias por enseñarme lo que es el amor… —esbozó dándole suaves roces de labios, dejando escapar una exclamación cuando sintió que su esposo la tomaba en brazos.


Las risas de los niños acompañaron a la de Paula, quien sorprendida veía cómo su esposo giraban con ella en brazos y seguía cantándole, le puso una mano sobre el corazón para sentir el latido desbocado que no solo era motivado por el ejercicio, sino por ese amor que compartían.


Y así bajo el bellísimo cielo estrellado de Roma, sus miradas expresaron aquello que las palabras no podían, mientras los frutos de su amor los veían con las miradas cargadas de emoción y del mismo sentimiento del cual habían nacido.


Y el amor nunca se sintió tan bien…




CAPITULO ESPECIAL 7





Él estaba por hacerlo también cuando escucharon voces fuera del pasillo y guardaron silencio para oír con nitidez lo que decían; no se preocuparon por cubrirse pues la puerta tenía el seguro puesto y los chicos siempre llamaban antes de entrar a la habitación.


—Yo quiero fresas con crema.


—No puedes desayunar eso Justine… es muy temprano.


—Yo quiero panqueques con mucha miel y merengada de chocolate con galletas…


—Daphne eso tampoco es un desayuno —advirtió una vez más Franco con el ceño fruncido.


—Los panqueques sí, pero yo quiero huevos revueltos con jamón y pan tostado —decía Gabriel como si le hablara al mesero de un restaurante.


Pedro abría cada vez más los ojos ante las exigencias culinarias de sus hijos, ya las conocía pues era el encargado de hacerles los desayunos cuando se encontraba en casa, aunque siempre bajo la supervisión de Paula; sin embargo, la emoción de escucharlos de nuevo era maravillosa.


—Tienen un apetito bárbaro —esbozó por lo bajo mientras se miraba en los ojos de Paula que lo veían con diversión.


—Lo heredaron de los dos, no me eches a mí la culpa de todo —se defendió riendo y callaron de nuevo para oírlos.


Franco los llevaba por el pasillo en una fila que él lideraba, ya se había cansado de intentar convencer a Justine para que la dejara llevarla en brazos, su hermana menor era muy porfiada y además se creía una persona adulta; sin embargo, al llegar a las escaleras la cargó obviando sus protestas para hacerlo sola y bajaba para ir a la cocina cuando vio a Daphne regresar.


—Papá y mamá no están, deben seguir durmiendo —decía pasando junto a su hermano mayor para ir a despertarlos.


—Espera… será mejor que bajemos nosotros, ellos deben estar cansados —la tomó del brazo mirándola a los ojos.


—Pero… ¿Quién nos hará el desayuno? Dalia no viene los fines de semana —comentó Gabriel desconcertado.


Paula que al igual que Pedro había escuchado toda la conversación supo que era el momento de intervenir, intentó liberarse del peso que representaba el cuerpo de su esposo y al ver que él no se movía le tomó el rostro con las manos.


—Necesito ir a alimentar a nuestros hijos —lo miraba a los ojos para que él entendiera.


—Bien… dejaremos nuestra aventura matutina para mañana cuando esté Dalia y pueda hacerse cargo de su desayuno —concedió la razón a Paula y se disponía a ponerse de pie cuando escuchó a Franco hablar de nuevo.


El mayor de los Alfonso Chaves miró a sus hermanos cerca de un minuto evaluando la situación, era consciente de que sus padres necesitaban un tiempo para ellos, ya no era un niño y podía perfectamente adivinar que si estaban durmiendo hasta esas horas de la mañana era porque la noche anterior se desvelaron en… bueno, se desvelaron.


—Yo lo haré… —decía cuando Daphne lo interrumpió.


—Tú no sabes cocinar Franco —puntualizó cruzándose de brazos y lo miró ceñuda.


—Daphne tiene razón —acotó Gabriel.


—Mejor vamos a despertar a mami y a papi —Justine intentó escapar de los brazos de su hermano.


—No, debemos dejarlos descansar… papá ha trabajado mucho y ayer estuvo haciéndonos pizzas todas la tarde, mamá también ha estado ocupada encargándose de todo sola, debemos ser conscientes y darles tiempo para que compartan —vio que tenía toda la atención de sus hermanos.


A veces ser el mayor le servía de algo, ellos le obedecían cuando les hablaba de esa manera y los miraba con seriedad, incluso Daphne que pasaba todo el tiempo contradiciéndolo, Gabriel que creía que lo sabía todo o la inquieta Justine que sacaba cada ocurrencia que lo volvía loco.


Paula y Pedro también estaba atentos a las palabras de Franco, era increíble el poder que tenía en ocasiones sobre sus hermanos, ambos sonreían emocionados al ver cómo parecía dominar perfectamente la situación.


—Lo adoro —susurró Paula con la mirada brillante.


—Es un gran chico —Pedro también se sentía orgulloso de su hijo, le dio un suave beso a su esposa en los labios agradeciéndole por habérselo dado.


Fuera de la habitación Franco se devanaba los sesos pensando en lo que haría para el desayuno, Daphne tenía razón él no sabía cocinar, aunque había visto a su padre hacerlo desde siempre e incluso en un par de ocasiones quiso aprender, no tenía ni idea de cómo hacer un desayuno decente. Mostró una sonrisa radiante paseando su mirada por sus tres hermanos que lo veían expectantes y les guiñó un ojo.


—Desayunaremos cereales —esbozó en tono cómplice
Las niñas exclamaron con felicidad y Gabriel aunque puso mala cara al principio terminó aceptando con un encogimiento de hombros, todos retomaron su camino hacia la cocina.


Pedro contuvo una carcajada al ver el rostro contrariado de su esposa, le acarició las mejillas y le dio un suave beso en los labios, estaba convencido que seguirían con lo que los ocupaba antes de escuchar a sus hijos.


—¿Cereales? —cuestionó Paula frunciendo el ceño.


—Es un buen desayuno y podemos asegurar que no incendiaran la cocina —contestó besándole el cuello.


—Cereales nada más no es un desayuno —indicó moviéndose bajo él para incorporarse.


—Una vez en la vida no les hará daño preciosa, deja que lo hagan por hoy y te prometo que mañana les haré el desayuno más completo y nutritivo del mundo —abogó en favor de la idea de Franco—. Nuestro hijo tuvo la iniciativa y si vas ahora y le dices que no está bien, lo harás sentir mal… déjalo que tome las riendas de vez en cuando, es bueno para él —agregó mirándola a los ojos para que viera que hablaba en serio.


Paula se quedó unos segundos meditando las palabras de Pedro y terminó por darle la razón, sabía que darle a Franco responsabilidades sobre sus hermanos era un voto de confianza que él valoraría mucho y que además lo haría ganar seguridad en sí mismo para afrontar situaciones como esas en el futuro. Suspiró asintiendo con la cabeza mientras le sonreía a su esposo y le agradecía con ese gesto pues la ayudaba a ser una mejor madre cada día, le envolvió los hombros con sus brazos y subió sus labios para pedirle un beso.


Pedro solo tardó segundos en adueñarse por completo de los labios de Paula con besos posesivos y profundos, al tiempo que le daba libertad a sus manos para que recorrieran la magnífica figura de su mujer. Sus labios fueron bajando creando un camino de suaves succiones que dejaban marcas carmesí en la delicada piel nívea y lo llevaron a meterse bajo la sábana que cubría sus cuerpos para deleitarse con ese rincón que adoraba.



Ella se perdió por completo en el placer que le provocaban los besos y las caricias de Pedro, su cuerpo se arqueaba al sentir que era incapaz de contener el goce que dentro de ella viajaba a cada rincón y la elevaba segundo a segundo


La forma en cómo él la amaba era tan intensa que podían pasar cien años, pero nunca dejaría de hacerla sentir que todo el placer del universo se concentraba en su interior cada vez que Pedro la hacía su mujer. Sus manos viajaron por debajo de la sábana para acariciar la desordenada cabellera de su marido e instarlo a ir más allá, a darle todo.


Él se movió con rapidez haciéndola alcanzar un orgasmo y después de eso se tumbó de espalda sobre la cama llevándola a quedar encima, sin perder tiempo hizo del cuerpo de su mujer el suyo y atrayéndola por la nuca puso los labios de Paula a su disposición, mientras la besaba con ardor su miembro la invadía saqueando ese maravilloso cuerpo que le entregaba.


—Te quiero así… muévete así —pidió sujetándole con una mano la cadera para indicarle que fuera más rápido.


Necesitaba liberarse antes que ese precioso pero contado tiempo del cual disfrutaban como marido y mujer se acabase, le acarició la espalda moviéndose con premura debajo de ella y en un instante Paula se liberó de su agarre para quedar sentada y mover sus caderas como solo ella podía para hacerlo delirar.


—Me encanta sentirte así —esbozó apurando el vaivén.


—¡Oh Dios! —exclamó él dejando caer su cabeza hacia atrás al tiempo que cerraba los ojos y dejaba que ella hiciera lo que quisiera—. Paula vas acabar… conmigo —dijo de manera entrecortada por su respiración agitada.


—Es justo lo que deseo —susurró ella imprimiéndole mayor fuerza a sus movimientos y se acercó para dejar que sus senos se balancearan sobre la boca de Pedro.


Él no dudó un segundo en recibir el manjar que ella le ofrecía y con desespero buscó los rosados pezones para meterlos en su boca y succionarlos con fuerza. Sintió que apretaba las caderas haciéndose más estrecha y los temblores iban en aumento, así como los gemidos que brotaban de sus voluptuosos y rojos labios.


—Sí… sí Pedro… sí… sí mi amor —expresaba en medio de roces de lenguas y sollozos que avivaban más la llama en su interior y sintió la humedad desbordarla.


—Sí… así Paula… así preciosa —el movimiento de sus caderas era tan contundente que la sentía rebotar


El orgasmo hizo explosión dentro de Paula y antes que el grito que viajaba por su garganta irrumpiera en la habitación lo ahogó en la boca de su esposo. Pedro se lo bebió completo dejando que se mezclara con los jadeos que brotaban de él acompañando cada descarga, envolvió a Paula entre sus brazos con fuerza para ser uno el soporte del otro en medio de esa tempestad de placer que los azotaba.


—Buenos días señora Alfonso—mencionó él con una gran sonrisa minutos después, al recordar que no se los había dado y le acarició el tabique con los labios—. Amaneces muy hermosa hoy… ¿Algún motivo en especial? —preguntó sonriendo mientras le acariciaba la espalda.


—Buenos días señor Alfonso… ese motivo tal vez sea que desperté entre sus brazos —contestó mirándolo con amor.


Con los años a Paula se le había hecho más sencillo expresar sus sentimientos y sus emociones, ya no se cohibía en dar muestras de afecto delante de otras personas, aunque en público seguía siendo reservada al igual que su esposo, delante de su familia no se limitaba pues el amor que compartía con Pedro era uno de sus mayores orgullos y cada día sentía que crecía más y más.


Se besaron de nuevo dedicándose suaves caricias pero después de unos minutos el mundo exterior les hizo saber que seguía girando y que ellos formaban parte de éste, así que retomaron sus rutinas como padres y bajaron para compartir con sus hijos un domingo especial.


Paula se vistió con un ligero vestido de tiros hecho de lino crudo blanco, con tejidos en el frente que se amoldaban perfectamente a sus senos, se recogió el cabello en una cola alta dejando su cuello despejado y terminó calzándose unas sandalias de cuerpo sin tacón, le gustaba estar lo más cómoda posible dentro de casa. Miró a Pedro quien también había optado por un jeans azul desgastado, una camiseta de algodón en azul marino y su modelo de sandalias de cuero favoritas.


Se dieron suaves roces de labios antes de salir de la habitación, sintiendo esa felicidad que los hacía flotar y sus miradas de por sí brillantes, se iluminaron aún más cuando vieron a sus hijos reunidos en el comedor, todavía disfrutaban de su desayuno en medio de una animada charla.


—Buenos días.


Esbozaron al mismo tiempo Pedro y Paula mientras se acercaban para darles besos turnando él con las niñas primero y ella con los varones, después lo hicieron a la inversa dándoles el mismo cariño a todos por igual.


—¿Quieres desayunar cereal o te preparo algo más? —preguntó Pedro mirándola a los ojos con diversión.


—¿Qué comerás tú? —contestó con otra interrogante.


—Cereal por mí está bien.


—Perfecto, yo también desayunaré eso. Toma asiento por favor, yo me encargo —indicó sonriéndole al comprender que deseaba que le mostrara su apoyo a Franco.


Caminó hasta la cocina y sacó dos tazones de la alacena, buscó los cereales en otro de los compartimentos y después de un segundo se decidió por el mismo que estaban comiendo los chicos, dejando de lado el de dieta que ella a veces desayunaba.


—Aquí tienes —dejó el tazón frente a Pedro y después caminó con el suyo hasta la silla que ocupa en el otro extremo de la mesa.


Intentó disimular su sonrisa cuando vio que su esposo miraba desconcertado los aros de maíz inflados en varios colores que flotaban en la leche. Él elevó la mirada buscando la suya obviamente pidiendo una explicación y ella solo se llevó una gran cucharada a la boca para degustarlos mientras se encogía ligeramente de hombros y no pudo evitar gemir aprobando el dulce sabor del cereales, era mejor que el otro.


Pedro dejó libre una carcajada y se dispuso a disfrutar de su desayuno, tampoco era hombre de iniciar el día comiendo esas cosas pero con tal de compartir con sus hijos estaba dispuesto a eso y mucho más. Al cabo de unos minutos se encontró igual de a gusto que su esposa, el dulce lo había hecho recordar su época de niño cuando un buen tazón de cereal lo hacía sumamente feliz.


Los niños veían a sus padres sin poder creer que en verdad estuvieran desayunando cereal, al menos Franco y Daphne quienes eran más conscientes de lo quisquillosos que eran ambos con la alimentación, por su parte Gabriel y Justine sonreían disfrutando de las expresiones que mostraban Pedro y Paula cada vez que se llevaban una cucharada de cereal a la boca, mostrando que lo disfrutaban tanto como ellos.


Después del desayuno se dedicaron a organizar el álbum que por tradición inició Paula para guardar los logros y los momentos especiales de su familia, en realidad era el décimo quinto pues habían llenado uno por año. El mismo guardaba fotografías, recortes de periódicos, copias de los diplomas de graduación e incluso cada una de las pruebas de embarazo que habían resultado positivas, así como las ecografías de sus hijos.


Se encontraban tendidos en la alfombra del salón mientras recortaban los últimos reportajes de la gira con la obra de teatro que protagonizaba Pedro, él también les ayudaba pegándolos en el álbum y la sonrisa en sus labios era imposible de borrar al ver el orgullo que mostraban sus hijos cuando Paula les leía en voz alta las palabras de los reporteros.


—Papi, yo también quiero ser actriz y viajar… y salir en los diarios y que todo el mundo hable de mí —señaló Daphne poniéndose de pie al tiempo que se llevaba las manos a la cintura posando como si le tomaran fotografías.


—Ya salimos en periódicos —murmuró Franco desviando la mirada al recorte en sus manos.


Era una imagen de la llegada de su padre el día anterior, en la misma se podía ver cómo prácticamente se comía a su madre a besos y también mostraba a su abuela y a ellos, suspiró y continuó recortándola.


—Pues no es lo mismo —acotó Daphne mirando a su hermano mayor con el ceño fruncido y después mostró una radiante sonrisa a sus padres—. Quiero que digan: La talentosa, carismática y hermosa Daphne Alfonso fue aclamada por su público que llenó el recinto y la ovacionó de pie durante varios minutos —se llevó las manos a la cintura una vez más para seguir posando a los periodistas imaginarios.


Paula sabía muy bien que su hija había heredado mucho de la personalidad de Pedro, pero ese arranque de vanidad y arrogancia no lo esperaba, miró a su esposo quien intentaba controlar una sonrisa ante los gestos de la pequeña y cuando se disponía a decir algo, él lo hizo primero.


—Daphne, mi princesa… no escuché que en algún lado dijeran que yo fuera un guapo actor —Pedro elevaba su ceja derecha y las líneas de expresión en su frente se acentuaban.


—No es necesario que lo digan, todo el mundo lo sabe papi —indicó moviendo sus manos como si abarcara un gran espacio para indicar que eso era algo obvio—. Incluso mis profesoras lo hacen, cada vez que nos llevas o nos buscas en el colegio y ellas te ven comienzan a suspirar así —se llevó las manos al pecho suspirando y batiendo las pestañas.


—¿Cómo? —inquirió Paula mirándola, ya estaba al tanto de las pasiones que despertaba su marido pero no creía que sus hijos también lo estuvieran.


—Mami… ¿no me digas que no las has visto? Todas miran a papi con ojos enamorados —contestó con los ojos muy abiertos, pues no creía que ella supiera eso y su mamá no.


Pedro soltó una carcajada ante el gesto de perplejidad de Paula, quien parpadeaba y separaba sus labios pero no lograba emitir sonido, ella se vengó dándole un pellizco en el brazo para hacerle pagar sus burlas.


—Pero… yo no tengo la culpa —se defendió mirándola a los ojos con un gesto de inocencia actuado.


—¿No? A lo mejor andas de coqueto —apuntó arqueando una ceja perfectamente, no le haría una escena de celos porque no había motivo para ello, pero no estaba de más advertirle.


—¿Yo? ¡Jamás! —elevó sus manos a modo de rendición.


Sus hijos miraban el duelo sintiéndose muy entretenidos porque más que una discusión, parecía la escena cómica de una película, la verdad era que sus padres pocas veces discutían y cuando lo hacían no pasaban de dejar de hablarse por algunas horas y después volvían a ser los mismos de siempre.


Gabriel quiso agregarle más diversión a la escena, sus ojos grises se llenaron de un intenso brillo donde bailaba la picardía, movió su mano para despejarse la frente de los mechones de cabello desordenado que le caían y buscó la mirada de su padre.


—La verdad es que no solo las profesoras suspiran, mami también tiene muchos admiradores —habló captando la atención de todos y al ver que lo había conseguido continuó—: Los profesores siempre que la ven dicen que se vuelve más hermosa con los años y que existen hombres con suerte, con demasiada suerte, como Pedro Alfonso —señaló con ese aire de madurez que poseía a pesar de tener solo siete años de edad y en sus labios se dibujó la sonrisa que había heredado de su tío Nicolas, esa que mostraba su pequeña dentadura.


Esta vez fue el turno para que Paula parpadeara nerviosa y contuviera la risa al ver que Pedro fruncía el ceño, acentuando las arrugas de su frente y sus ojos azules se tornaron oscuros, la miró buscando una explicación y ella solo se encogió de hombros declarando su inocencia.


—Con que eso dicen —esbozó arrastrando las palabras.


—Mamá es una mujer muy hermosa —apuntó Franco, quien se había mantenido al margen pero en ese punto no pudo seguir haciéndolo porque para él su madre era una reina.


—Sí, ella es la princesa de papi y él es el príncipe de mami —dijo Justine, quien los veía de esa manera pues vivía en un mundo de fantasía que había descubierto en los cuentos y las películas.


—Ustedes son la pareja más bella de toda Italia y nosotros somos los niños más hermosos —expresó Daphne con una sonrisa radiante que iluminaba sus ojos.


—Habló modesta —mencionó Franco con sarcasmo.


Pedro y Paula rieron ante las ocurrencias de sus hijos, eran tan parecidos a ellos que a veces no cabían en su asombro. 


Él le extendió la mano a su esposa pidiéndole en ese gesto que se acercara y cuando Paula la tomó la atrajo a su cuerpo pegándola a él para darle un beso en los labios, después la sentó en sus piernas cerrándole la cintura con los brazos.


—Bueno, la próxima vez que escuchen a sus profesores decir que soy un hombre muy afortunado, díganle que sí y que además soy consciente de ello, que todos los días me esmero en conquistar a la mujer más preciosa del mundo, en enamorarla y hacerla sentir especial porque ella es la dueña de mi vida —pronunció mirándolos y después buscó los ojos marrones de su esposa que los veían rebosantes de amor y ternura.


Ella estaba tan emocionada que no consigo dar con las palabras para responderle, así que le acercó sus labios ofreciéndole un beso, uno que intentaron llevar en calma porque aunque no se cohibían delante de sus hijos, sabían que un beso podía encender el fuego que siempre estaba latente dentro de ellos y se habían prometido dedicarle ese día a los chicos.


—Mami, debes asegurarle a papi que él también es tuyo —indicó Daphne quien a veces hablaba como Diana, como si ya fuera una mujer en lugar de una niña de once años.


—Claro, tu papá es mío… completamente mío y todas las que intenten robarme su atención pierden el tiempo porque yo le lancé un hechizo hace muchos años y me apoderé de su corazón —Paula le guiñó el ojo a sus dos hijas, quienes la veían con suma atención, como si les estuviera leyendo un cuento.


—Me dejó completamente rendido a ella —acotó Pedro entregándoles el mismo gesto de su esposa.


Todos rieron e incluso Franco que no perdía su seriedad mostró media sonrisa al ver que sus padres se comportaban como dos adolescentes, como si los años no hubieran pasado por ellos y las responsabilidades de llevar carreras exitosas, el viñedo y cuatro hijos no los hubieran afectado en nada. Eso lo hizo feliz porque la mayoría de sus compañeros de estudios tenían padres separados o familias disfuncionales que a la larga terminaban afectándolos también, rogó internamente que eso nunca le sucediera a su familia.


Se concentraron de nuevo en el álbum, lo dejaron secar para que los recortes no se movieran de su lugar. Pedro se encargaba de preparar el almuerzo como era costumbre los fines de semanas cuando se encontraba en la casa y le agradó ver que Franco se acercaba para ayudarlo, por lo general siempre le huía a todo lo que tuviera que ver con la cocina.


—¿Quieres aprender? —preguntó Pedro entusiasmado.


—Puede ser… pero sin presiones —aclaró mirándolo a los ojos y sonrió al ver que su padre le regalaba ese gesto.


Pedro le rodeó los hombros con un brazo para acercarlo y le dio un beso en el cabello. Puso todo su empeño en concebirlo pero evidentemente Paula no se había quedado atrás, porque aunque fuera físicamente muy parecido a él, había heredado completamente el carácter de su esposa.


—Sin presiones… siéntete en total libertad, la cocina deber ser un arte, un placer, algo con lo cual te sientas a gusto —
repitió las mismas palabras que le dijera su padre cuando él empezó hacía tantos años.


—A ti te apasiona la actuación, los vinos, la cocina… —decía cuando su padre lo interrumpió.


—Tu mamá… —acotó para que no se le escapara y le guiñó un ojo mientras sonreía.


—Eso es evidente —se carcajeó como pocas veces hacía y después continuó—: Te resulta fácil centrar toda tu atención en lo que más te gusta… pero a mí me cuesta —confesó algo apenado.


—Debe existir algo que te guste más que otras cosas… tu hermana desea ser actriz y aunque está muy joven para ello y puede que con el tiempo cambie de opinión, por ahora es lo que más le atrae, ¿qué hay de ti? ¿Qué es lo que más te gusta Franco? —dejó de lado los tomates que picaba para verlo.


—Yo… no lo sé —frunció el ceño y le desvió la mirada.


—Antes decías que deseabas ser piloto como tu tío Lisandro, cada vez que venía a visitarnos le pedías que te llevara con él hasta el Fiumicino para ver los aviones —mencionó ocupándose de nuevo en lo que hacía para no hacerlo sentir presionado, quería que estuviera cómodo con el tema.


—Sí, eso me gustaba mucho pero no tengo edad aún para centrarme en ello —puntualizó esperando que su padre lo considerara lógico—, puede que más adelante si me vuelve a llamar la atención me incline por eso, pero en estos momentos prefiero jugar al fútbol.


—¿En serio? Bueno para eso también eres bueno, en realidad eres de los mejores delanteros que tiene tu equipo —se sentía en verdad orgulloso del desempeño de Franco en ese deporte, él y su sobrino Tony eran muy buena dupla.


—Gracias… aunque debo perfeccionar algunas cosas, me falta mejorar la definición… es que… —se interrumpió de pronto.


—¿Es qué? —cuestionó Pedro animándolo a seguir.


—A veces dudo mucho y termino errando los tiros, el entrenador dice que debo ser más impulsivo.


Pedro lo escuchó en silencio sin terminar de asimilar el asombro que le provocaba ver cuánto del carácter de su mujer había heredado su hijo, le dedicó una sonrisa para animarlo y pensó en hablarle como lo hiciera con su esposa en aquel tiempo, cuando ella se cuestionaba todo y vivía presa de las apariencias y las opiniones de los demás.


—¿Te puedo dar un consejo?


—Claro… eres mi padre —contestó fijando su mirada en los ojos azules que eran muy parecidos a los suyos.


—No, pero no quiero hacerlo como tu padre, sino como un amigo —indicó Pedro de inmediato para relajarlo pues lo vio tensarse ante su pregunta.


Franco asintió en silencio sin saber qué esperar, la relación con su padre era muy buena y casi siempre lo trataba con complicidad brindándole mucha confianza; sin embargo, nunca le había mencionado algo como eso.


—Creo que eres muy autocrítico y eso no es bueno, menos para un joven de tu edad que apenas empieza a descubrir y ser consciente del peso que tiene el mundo que lo rodea —pausó sus palabras comprobando que tenía toda la atención de su hijo y continuó—: Debes tomarte las cosas con calma y no darle tanta importancia al qué dirán, si no sabes lo que quieres hacer dentro de cinco o diez años no importa, ya lo descubrirás en el camino, ahora solo debes concentrarte en vivir este momento… Hay cosas que nunca vuelven Franco, sería muy triste que te las perdieras por estar pendiente de si lo haces bien o mal, solo hazlo y si te equivocas no importa, recuerda que de los errores también se aprende —mencionó mirando a su hijo a los ojos para infundirle seguridad y ganarse su confianza.


Desde que lo tuvo por primera vez en sus brazos se juró que siempre lucharía porque confiara en él, que no tuviera que pasar por todo lo que vivió años atrás, quería que sus hijos supieran que siempre estaría para escucharlos y apoyarlos pero intentando no ser tan permisivo como lo fueron sus padres.


Franco se quedó en silencio analizando cada palabra y a medida que lo hacía iban ganando mayor peso y sentido, su padre tenía razón al decir que se preocupaba mucho por las opiniones de los demás y siempre se estaba exigiendo perfección. Supo que esa no debería ser la meta en su vida, no debía intentar ser bueno en varias cosas a la vez, sino centrarse en una sola y dar lo mejor de sí en esa.








CAPITULO ESPECIAL 6




Casi a las tres de la mañana sus cuerpos se encontraban completamente satisfechos y desmadejados sobre el colchón sin sábanas, las mismas habían ido a parar al suelo ante los movimientos de los esposos, quienes habían hecho el amor con una amplia variedad de posiciones. Paula sentía los párpados muy pesados, así como su cuerpo que le estaba pasando cuenta por el ejercicio realizado.


—Voy a buscar unas sábanas —murmuró rodando para quedar de costado e intentar levantarse.


—No hace falta… podemos dormir así —esbozó Pedro quien ya tenía los ojos cerrados y solo se acomodó una almohada bajo la cabeza.


Paula soltó una carcajada al verlo tan cómodo y completamente desnudo en medio de la cama, con el cabello revuelto y una sonrisa de satisfacción en los labios que la hizo sentir inmensamente feliz, se acercó para darle un suave beso sintiéndose tentada a hacer lo que él le pedía pero al ver el desorden de cobijas en el piso y que a lo mejor sus hijos llegaría temprano para despertarlos, se alejó de él.


—Solo me tomará unos minutos.


Pedro asintió moviendo la cabeza sin abrir los ojos y se acomodó dispuesto a conservar su postura, se sentía cansado incluso hasta para pensar en ponerse de pie.


Paula recogió las sábanas del suelo que estaban húmedas por el agua que escurrían sus cabellos cuando se acostaron y por el sudor que brotó de sus pieles durante el acto sexual. 


Las dejó en el cesto de la ropa sucia y después regresó con limpias para hacer la cama, se encontró a su esposo profundamente dormido y emprendió la titánica labor de vestir la cama sin despertarlo.


Pedro… necesito que te ruedes un poco por favor —pidió después de sus varios intentos de moverlo ella.


—¿Qué? —preguntó en medio del sueño.


—Amor… muévete al otro lado.


—Ok —dijo girando su cuerpo hacía ella y le rodeó la cintura con un brazo.


Pedro, ¡así no! Es al otro —se quejó en medio de la risa que le provocó el par de besos que le dio en el vientre.


Él abrió los ojos mirándola desconcertado y al ver la hermosa sonrisa que Paula le entregaba respondió de igual
manera, paseó su mirada por la cama comprendiendo lo que intentaba hacer, así que se puso de pie para que le resultara más sencillo y se concentró en no perder el equilibrio y terminar dormido en la alfombra.


—Gracias.


Ella le dio un beso en los labios y con rapidez se dispuso a continuar con su tarea, no podía evitar sonreír al ver cómo su adorable esposo se tambaleaba intentando no dormirse de pie, en ese instante se veía como un niño pequeño que es levantado para ir a la escuela, claro concentrándose solo en su rostro, porque si se enfocaba en su cuerpo desnudo, éste lo mostraba como un hombre en todo el sentido de la palabra.


—Listo, ahora sí… ven a dormir —pidió tendiéndole la mano mientras le sonreía.


Pedro no tardó un segundo en recibirla y dejó caer su cuerpo pesadamente en el colchón, sintió a Paula cubrirlo con las sábanas para después acostarse de espaldas a él. Deslizó su brazo por la cintura de ella para pegarla a su cuerpo al tiempo que también enredaba sus piernas en las de ella y hundía su rostro en el espeso cabello castaño que seguía conservando ese dulce aroma a flores que era su favorito en el mundo.


A la mañana siguiente la primera en despertar fue Paula, una sonrisa afloró en sus labios antes que sus párpados se abrieran y sus ojos se deleitaran con la imagen de su esposo. Él seguía durmiendo y su semblante mostraba una felicidad que le hinchó el pecho de orgullo, sentía cómo la alegría revoloteaba en su interior y su corazón latía mucho más rápido.


Se movió despacio para no despertarlo y el roce de sus pieles desnudas la hizo suspirar, cerró los ojos de nuevo apoyando su mejilla en el pecho de Pedro, dejándose envolver por la calidez y el aroma que la piel de él le brindaba. Escuchó ruidos fuera de la habitación y abrió los ojos de nuevo para buscar el reloj colgado en la pared, marcaba las nueve y cuarenta de la mañana, le dio un par de besos a Pedro en el cuello para después intentar liberarse del enredo de piernas y brazos.


—¿A dónde vas?


La voz de su esposo la hizo sobresaltarse y al instante le entregó una sonrisa hermosa mientras le rozaba los labios con besos suaves que lo fueron sacando del sueño. Lo vio abrir los párpados y esos hermosos zafiros que escondían se fijaron en ella llenándola de felicidad.


—Los niños ya despertaron —contestó intentando incorporarse una vez más.


—¿Por qué despiertan tan temprano? Hoy es domingo —su voz mostraba la ronquera característica de las mañanas.


—No es temprano, van a ser las diez Pedro


—A su edad yo me levantaba al mediodía, las diez de la mañana un domingo es como decir las cinco de la madrugada —indicó parpadeando para ajustar su mirada a la luz que entraba por las cortinas que habían quedado abiertas la noche antes.


—Seguro quieren desayunar… yo me encargaré de ello, tú puedes seguir descansando, seguro que estás agotado.


Paula sabía que atender a sus hijos era su responsabilidad los fines de semana, era un tiempo que le dedicaba a ellos por completo y casi siempre seguía su rutina; además, lo disfrutaba mucho pues entre la escuela y los cursos que hacían los niños y sus obligaciones como escritora, le quedaba muy poco tiempo para compartir con ellos en días de semana. Se incorporó mostrándole su cuerpo desnudo a Pedro y estaba por salir de la cama cuando él la detuvo.


No le dio tiempo a su esposa de protestar, la tomó por la cintura y la tumbó de nuevo en la cama para cubrirla con su cuerpo, había despertado con una leve erección que ganó mayor rigidez ante la imagen de su esposa y al escuchar ese gemido que ella le regaló a sus oídos supo que no la dejaría salir de esa cama ilesa, deseaba empezar el día haciéndole el amor.


Pedro… —quiso protestar pero no podía resistirse a los encantos de su esposo, temblaba ante cada roce y beso que le brindaba, buscó la mirada azul para decir algo.