jueves, 30 de julio de 2015

CAPITULO 69




Pedro la esperaba en el sofá frente a la chimenea, después de recoger la mesa dejando todo lo más presentable posible, se había paseado por la habitación, intentando drenar la ansiedad que lo consumía, se sentía nervioso, no podía negarlo y aunque fuera algo ridículo, no podía evitarlo, se pasó las manos por el cabello y suspiró lentamente, cerró los ojos para intentar calmarse, casi lo consiguió, pero cuando fue consciente de la presencia de Paula en el salón sus latidos se dispararon de nuevo, se levantó y caminó hacia ella.


—En serio me estás haciendo esperar esta noche ¿acaso has planeado someterme a más tortura de la que he tenido que soportar durante una semana? —preguntó en tono travieso, le colocó una mano en la parte baja de la espalda y la guió hasta el sofá.


No pudo ocultar la sonrisa en sus labios cuando vio lo que ella había preparado para el postre, pensó que esas fresas serían parte del desayuno, una vez más ella lo sorprendía, jamás imaginó que el chocolate era para eso, su mirada viajó a los ojos de ella y le dedicó una sonrisa traviesa.


Creo que desea en realidad sorprenderme esta noche señorita Chaves, lo está consiguiendo y no se imagina cuanto me gusta. Al igual que me gustas tú Paula, y todo lo que estés dispuesta a entregarme hoy… que presiento será mucho, en verdad estoy ansioso y no tienes ni idea de lo que me está costando controlarme, todo sea por complacerte y demostrar que puedo jugar tu juego.


Cavilaba mientras se acercaban al sillón de piel, su tono de un resplandeciente blanco lo hacía resaltar en medio del salón y la chimenea encendida le daba un aspecto mucho más cálido y por qué no decir, romántico.


—¿Te estoy torturando? —le respondió con otra pregunta, desbordando inocencia, pero el brillo malicioso de sus ojos decía lo contrario, lo hizo sentarse en el sofá y después lo hizo ella sobre sus piernas, tomó una fresa del plato y se la ofreció.


—Muy bonitas —esbozó Pedro con una sonrisa, mientras veía la apetitosa fresa que ella le acercaba a la boca.


—Gracias —respondió con una sonrisa radiante y su mirada se oscureció sin poder evitarlo cuando los labios de Pedro se abrieron y su lengua se asomó para recibir la fruta.


Él gimió apreciando el dulce y ácido sabor de la fresa, mezclado con la crujiente capa de chocolate oscuro que se deshizo en su boca con rapidez, escuchó con satisfacción que Paula también lo hacía y no era precisamente por la fruta, sino por la imagen que él le mostraba, eso hizo que el deseo volviera densa la sangre que corría por sus venas y todo corrió a un solo destino.


—Déjame darte una —le pidió tomando una del plato.


Repitió la misma acción de Paula, sus ojos seguían cada
movimiento que ella hacía, viajaron de esas gemas marrones vedadas por las tupidas pestañas hasta sus labios y esta vez fue su turno de gemir por el cuadro ante sus ojos, ella le echó más leña al fuego en su entrepierna cuando en su afán por no derramar el jugo de la fruta, sus labios y su lengua acariciaron de manera sutil la punta de sus dedos, enviando descargas a todas partes de su cuerpo.


—Mi turno —dijo Paula con una sonrisa traviesa, sentía que todo el cuerpo le vibraba y eso le encantaba, la hacía sentir viva.


Tomó otra fresa, esta vez cubierta por chocolate blanco, la acercó lentamente hasta los labios de Pedro y no pudo evitar abrir sus labios imitando el gesto de él, incluso su lengua se asomó cuando la de Pedro rozó no sólo la fruta sino también la punta de sus dedos, ella inspiró y sus ojos volaron a los azules que la miraban como hechizado, ahogándose en los iris azules como océanos nocturnos, profundos y enigmáticos.


—Quiero otra —susurró Pedro con la voz más grave de lo habitual, sintiendo como su corazón parecía una locomotora, ella se disponía a dársela cuando él negó con la cabeza—. No así… ponla en tu boca Paula —agregó mirándola a los ojos, su voz era una suave exigencia y un ruego a la vez.


Ella sintió que su piel se prendía en llamas y algo dentro de ella se deslizó espeso y húmedo, como si el fuego exterior la estuviera derritiendo, sin alejar su mirada de la de él se llevó la fresa a la boca, sosteniendo sólo la mitad con sus dientes mientras sus labios se amoldaban perfectamente a la forma de la fruta.


Pedro llevó una mano hasta el cuello de ella y apoyando sus dedos en la nuca la atrajo hacia él, sus labios se movieron por la fruta sin llegar a usar sus dientes, no quería cortarla, la deseaba entera y de la boca de Paula, cuando sus labios se rozaron abrió un poco más los suyos para arropar los de ella y justo en ese momento la fresa bailó en medio de sus leguas, él la tomó a la mitad y la pasó con rapidez, robando la otra mitad del interior de la boca de Paula.


La urgencia por no perderla ni permitir que ella se alejara de él hizo que el beso fuera completo, intenso, ardiente y exquisito. La combinación de fruta, chocolate y Paula era sencillamente extraordinaria, nada podía compararse con eso que lo hizo gemir con ganas y clamar por más, su boca se volvió ávida y voraz sobre la de ella, moviéndose con la maestría del experto en besos que era.


Paula no pudo mantenerse pasiva ante el arrebato con el cual Pedro la besaba, dejándose llevar por el deseo que bullía en su interior se movió con toda la soltura que el vestido le permitía, se montó en él dejándolo en medio de sus piernas, gimió con fuerza cuando las manos de él se apoyaron en su trasero haciéndola descender para tenerla más cerca, hasta el punto que sintiera la dureza de su erección en medio de las capas de telas que los separaban.


—Paula me gustas, me gustas demasiado mujer, me traes loco, tus labios, tu cuerpo… quiero todo de ti, cada espacio de piel, cada suspiro, cada gemido —confesó y le mordió ligeramente los labios rojos por la intensidad del beso y los jugos de las fresas, como siempre lo acarició con la lengua para aliviar la marca.


—Tú me tienes igual, me quemas Pedro… me encantas, me
excitas, sólo quiero besarte una y otra vez—susurró llevada por el deseo y la ansiedad que hacían estragos en su interior.


Él se disponía a ponerse de pie tomándola por la cintura para llevarla a la habitación, seguirían con ese excitante preámbulo pero en ésta, la haría disfrutar hasta que terminara suplicándole que la hiciera suya. Iría lento como adivinaba ella deseaba, tomándose su tiempo, después de todo tenía la noche entera para deleitarse en ella hasta que el cansancio lo rindiera.


Llevó su boca a la de Paula para darle un beso más antes de levantarse, pero ella apenas le permitió prolongarlo, llevó sus labios hasta su oído y susurró.


—Hagámoslo aquí… me encanta este lugar, vamos a quedarnos aquí Pedro —pidió besándole el cuello.


—Bien, será aquí preciosa, será donde desees… pero debo ir hasta la habitación, no traje preservativos Paula —decía cuando ella lo detuvo mostrando una sonrisa hermosa y enigmática.


—No los necesitaremos esta noche... yo quiero… Pedro quiero sentirte sin nada entre nosotros —esbozó con un hilo de voz.


Él se quedó en silencio, las palabras habían entrado por sus oídos, pero la conmoción de la sorpresa apenas lo dejaba procesarlas, ni siquiera creía haber escuchado bien. Paula estaba rompiendo su regla de oro en cuanto al sexo, le estaba ofreciendo la oportunidad de tenerla por completo, y por primera vez, según le había contado jamás había estado con un hombre sin usar condón y ahora estaba aquí, dispuesta, mirándolo y temblando como si fuera su primera vez, el latido de su corazón era un zumbido.


—Paula… preciosa… ¡Demonios! siempre he sido tan elocuente y justo ahora no encuentro las palabras —pronunció con desesperación y le tomó el rostro entre las manos, clavó su mirada en la de ella— ¿Es seguro? Es decir… tú no te estabas cuidando, sé que existe un método relacionado con el periodo de las mujeres… pero… ¿Es en verdad tan eficaz como para no usar protección? —cuestionó deseando que ella le dijera que sí, que era incluso más seguro que un preservativo, pues la sola idea de tenerla así, hacía que la sangre que corría en sus venas como lava estuviera a punto de hacer que se desahogara cual volcán.


—No hay de qué preocuparse Pedro, viajé a Florencia porque había concretado una cita médica, me hice unos análisis de rutina y me coloqué una inyección —explicó mirándolo a los ojos, sencillamente porque no podía escapar de la mirada azul, tenía una mezcla de preocupación, deseo y ternura que reforzó su decisión.


—¿Confías en mí para entrarte de esta manera Paula? ¿Para poner tu cuerpo en mis manos así? —preguntó sintiendo su corazón oprimido, y un nudo en la garganta que apenas le dejó formular la pregunta, mientras su mirada seguía en la miel de ella.


—Sí —fue la respuesta de Paula, simple y llana, no tenía nada más que agregar, lo hacía y no temía demostrárselo.


Pedro tuvo que luchar esta vez contra la oleada de lágrimas que le subieron por la garganta, algo dentro su pecho estalló con fuerza y la felicidad fue la sensación que recorría cada fibra de su ser, pegó su frente a la de Paula y las palabras se le conglomeraron en la garganta junto a las lágrimas, no podía hablar, apenas conseguía respirar. Ella no sabía, no
sospechaba siquiera lo que significaba para él que le tuviera tanta confianza, que lo hiciera de esa manera.


La pasión fue remplazada por un sentimiento mucho más poderoso y profundo, uno que le inflamó el pecho casi hasta hacerlo quebrar en pedazos y por un instante ese rayo del cual hablaba su padre parecía haberlo impactado. Sintió miedo, un miedo que nacía en el centro de su estómago, tembló y quiso escapar de la mirada de Paula, pero no
podía, aunque luchara con ello no podía hacerlo, ella lo tenía atrapado.


Pedro… yo no quiero que veas esto… no quiero que te sientas comprometido de ningún modo… fue sólo una idea igual podemos… — dijo Paula, sintiéndose confusa por el silencio de él y por las emociones que giraban dentro de su pecho, sentía como sus ojos se llenaban de lágrimas y se esforzó por no derramarlas.


Esto no tenía que ser así, no debía salir así. ¿Por qué no dices nada Pedro? ¡Háblame! Dime si hice algo mal, dime lo que sea, pero por favor hazlo, mírame.


Pensaba Paula, mientras sentía que todas sus emociones pendían de un hilo y en cuanto se rompiera no tendría las fuerzas para controlar las lágrimas que nadaban en sus ojos, sentía su corazón latir tan pesadamente que le dolía el pecho. Creía que lo había arruinado todo, y aunque no comprendía la razón, ni la actitud de Pedro, era mejor hacer algo antes de terminar más expuesta de lo que ya estaba, se disponía a ponerse de pie y alejarse sintiéndose dolida cuando él la mantuvo allí ejerciendo presión sobre sus caderas y abrió sus labios para hablar de nuevo.


—Te quiero así… te quiero toda mía Paula, y es verdad que me siento abrumado, que tu propuesta me sorprendió, que ni siquiera sé qué decir o cómo explicar lo que siento, no te imaginas cuanto valoro que confíes en mí de este modo, yo… sólo sé que soy muy feliz, que tú me haces tan feliz. Tienes el poder de iluminar mi mundo preciosa y no hay
nada que desee más en este momento que hacerte mía de todas las formas posibles, yo también deseo sentirte sin nada que nos separe Paula — esbozó sintiendo el corazón latir en medio de una emoción nueva, le acarició los labios con los suyos.


Pedro, yo jamás he sido buena para expresar lo que siento… me resulta muy difícil, y ahora sólo puedo decir que también te deseo… y tampoco sé cómo definir todas estas sensaciones que llevo dentro, pero me gusta mucho, me gustas tú y lo único que deseo es vivirlo… sólo eso — confesó con la mirada brillante por las lágrimas que estaban a punto de desbordarla.


Pedro la abrazó y la besó con suavidad, con una ternura que nacía desde lo más profundo de su ser, algo en él cambió, un nuevo sentimiento se había instalado en su interior y aunque jamás le había temido a lo desconocido eso lo hacía temblar, pero al mismo tiempo lo invitaba a seguir viviéndolo, a ir tras él y descubrirlo. Besó a Paula con suavidad, con una dulzura que no le había entregado a ninguna otra mujer, que ni siquiera sabía que poseía.


Todas las dudas y los miedos de Paula se evaporaban como por arte de magia, tan sólo un beso de Pedro podía llenarla de seguridad, y mucho más uno tan hermoso como ese que le daba, no lo había sentido así antes, y si era sincera no había sentido que otro hombre la besara de esa manera, con tanta ternura y deseo a la vez.


Él terminó el beso con suaves y lentos toques de labios, llevó sus manos hasta la cintura de Paula y la instó a colocarse de pie, regalándole una de sus mejores sonrisas cuando vio el desconcierto reflejado en el rostro de ella. Se puso de pie dejándola allí y caminó hasta donde se encontraba la consola con su iPod, lo había dejado allí en la tarde, rápidamente buscó una lista de reproducción y la activó.


—Ven —pidió, le extendió la mano y se acercó a ella.


—¿A dónde vamos? —preguntó y después se sintió estúpida, era evidente lo que él quería, pero aun sus pensamientos y sus sensaciones no estaban coordinadas.


—Quiero bailar contigo, la noche apenas empieza y tenemos todo el tiempo para nosotros dos, no cambiaría por nada la oportunidad de sentirse así de nuevo, claro a menos que sea para hacerte mía, lo que deseo con locura, pero me pediste una noche especial y estoy dispuesto a dártela — respondió, sonriendo al ver la sorpresa reflejada en la mirada ámbar, envolvió la delgada cintura con su brazo.


Pedro nunca había actuado así, para él cuando se trataba de una mujer que le gustaba el sexo siempre era lo primero, eso del romance o de un preámbulo como ese sencillamente no existía. Le gustaba seducir a sus parejas, en una cama, teniéndolas desnudas para su goce, consciente que podía tomarla de un momento a otro.


Su instinto de hombre le pedía ir a lo que iba, no se trataba de ser básico, como muchas mujeres pensaban, todos los hombres eran iguales y el que dijera lo contrario era un miserable mentiroso o estaba estúpidamente enamorado; ese no era su caso obviamente, había admitido que quería a Paula, pero sobre todo eso que la deseaba, justo en el deseo se basaba su relación, la quería suya y si era cuanto antes mejor. Pero algo que aún no comprendía lo arrimaba a que todo fuera distinto, y de cierto modo se sentía orgulloso de poder mantener las riendas de la situación y demostrarle a ella que era más que un hombre desesperado por sexo.


Paula lo veía sin poder creer que él se mostrase tan relajado, menos después de haber estado minutos atrás casi dispuesto a subir a la habitación, ahora le pedía un baile y sencillamente no podía creerlo. Su corazón latía emocionado, realmente emocionado porque la noche estaba saliendo mejor de lo que había planeado, era como si ese pequeño elipsis que tuvieron sólo hubiera sido para mejor.


—A mí también me encantó, bailas bien… claro que eso no me extraña, haces muchas cosas bien Pedro —esbozó con una sonrisa y lo miró a los ojos, mientras le acariciaba el hombro.


—Gracias por el cumplido —mencionó mirándola a los ojos, la letra de la canción dio inicio y él comenzó a seguirla en su mente.


No era su versión favorita, nadie la cantaba mejor que Ray Charles, pero debía reconocer que al menos Michael Bublé intentaba trasmitir el mismo sentimiento que poseía A song for you.


Paula se sentía flotar entre los brazos de Pedro, él la guiaba con tanta facilidad, el ambiente cálido e íntimo del lugar y las suaves notas de la canción, creaban un cuadro mucho mejor de lo que hubiera imaginado, ella tenía preparada una lista de canciones, pero sin duda, esa que ahora sonaba y que había escogido él era maravillosa, suspiró y apoyó su mejilla en el pecho de Pedro, creando un abrazo más cercano. Nada la preparó para lo que sintió cuando él sin previo aviso comenzó a susurrar la canción para ella, acompañando sus palabras por suaves caricias que se deslizaban por su cintura, que la hacían estremecer.



I love you in a place where there's no space or time
I love you for my life, 'cause you're a friend of mine
And when my life is over, remember when we were together
We were alone and I was singin' my song for you.


Pedro le dedicó una cálida sonrisa a Paula cuando ella elevó el rostro y lo miró casi con devoción, sentía su corazón latir con fuerza, esa canción siempre le había gustado, desde la primera vez que le escuchó a su tío cantarla, pero nunca había encontrado a quien dedicarla, no hasta esa noche.


—Es tan hermosa, gracias Pedro —esbozó Paula emocionada casi hasta las lágrimas, la estrofa que él le dedicara hizo que su corazón latiera lleno de felicidad.


—No tengo la voz del canadiense, ni muchos menos la Ray, pero hago mi mejor esfuerzo, me alegra que te haya gustado —mencionó sintiéndose de pronto tímido ante el halago.


—Me ha encantado y estoy comenzando a darle un sentido distinto a esta velada —indicó con una sonrisa.


—¿Si? ¿Y cuál sería ese si se puede saber? —preguntó guiado por la curiosidad, mientras Put your head on my shoulder daba inicio.


Paula sonrió con emoción, se mordió el labio inferior para no
mostrarse tan entusiasmada, aunque era imposible ocultar lo que estaba sintiendo, y se encontró cuestionándose si debía hacerlo, nunca antes se había sentido tan libre para expresar sus emociones y sus sentimientos, quizás no tendría más adelante la oportunidad de hacerlo, suspiró lentamente y recorrió con la mirada el rostro de Pedro, disfrutó de la intensidad de su mirada y la perfección que su semblante le entregaba, él era tan apuesto y la tenía completamente rendida, le acarició el pecho y habló de nuevo.


—Inolvidable… podría ser, pero aún me quedan dudas sobre ello ¿qué me dices Pedro? —preguntó con su mirada clavada en los ojos azules que le sonreía— ¿Cree que puede hacerlo señor Alfonso? ¿Puede darme una noche que no olvide jamás? —lo retó sintiendo que un deseo intenso y ardiente recorría sus venas y la hacía temblar desde adentro.


—Quiere poner el banderín muy alto ¿no es así señora escritora? — inquirió con una sonrisa ladeada y deslizó su mano por el hombro de Paula, hasta llegar al cuello donde la apoyó—. Yo te ofrezco algo mejor, te daré una noche como nunca antes hayas tenido… y como nunca tendrás después de este día —dijo con convicción, desde lo más profundo aseguraba que sería así, sus deseos y su orgullo masculino lo obligaban a ello.


Ella sintió que se ahogaba en ese hermoso par de iris azules que tenían un brillo especial, que la hechizaba, que la atraía hasta dejarla sin escapatoria, se vio queriendo quedarse allí para siempre y sin proponérselo se dejó llevar por la música y apoyó su cabeza en el hombro de Pedrocerró los ojos y suspiró al tiempo que lo abrazaba, deseando con todo su
corazón que ese momento fuera eterno, que su vida entera se resumiera en él.


Los sentimientos en Pedro no estaban muy lejos de los de
Paula, por primera vez en su vida quería más de una mujer que sólo su cuerpo, quería su compañía, sus gestos, sus sonrisas, sus miradas, quería tenerla junto a él. Desde que ella llegó las cosas habían cambiado en su vida, en realidad todo era distinto antes de Paula, y quizás eso le había abierto una puerta hacia su interior que ninguna otra mujer encontró, ella había llegado no sólo para ser su amante, sino también su amiga.


Debía admitir que el sexo era maravilloso, incluso más intenso de lo que había experimentado antes, disfrutaba de ella en la cama, pero también lo hacía fuera de ésta, mientras charlaba o simplemente compartían en silencio, le gustaba escucharla hablar sobre sus proyectos, contarle los suyos, compartir secretos, sentir que alguien estaba allí para él y que lo aceptaba por quien era, no tenía que fingir para despertar interés, el que ella le tenía era genuino y era suyo.


De nuevo la música los envolvía en un ritmo sensual, más movido y atrayente, que los llevó a sonreír, ambos conocían la canción y no se limitaron en seguirla al compás de cada uno de los intérpretes. Pedro hacía las partes de Michael y Paula se desenvolvía con destreza en las de Nelly.


—Si hubiera traído el saxo tocaría esta pieza para ti —le hizo saber deslizando sus manos por ambos costados de Paula, disfrutando de la suavidad de la seda sobre la piel de ella.


—Lo harás cuando regresemos, quiero escucharte hacerlo Pedro — pidió entusiasmada y llevó sus manos a la nuca de él.


El deseo que corría por su cuerpo cada vez era más intenso y urgente, el calor que crecía en su interior bien podía compararse con ese que emanaba la chimenea, sus ansias se acumulaban a cada segundo, había creado el momento perfecto y lo aprovecharía.



I can't wait a moment more
Tell me quando quando quando
Say it’s me that you adore
And then darling tell me when.


Ambos sintieron que con esa última estrofa habían dicho todo lo que necesitaban para entregarse como tanto habían deseado, sus miradas reflejaban la pasión y el anhelo, sus bocas estaban desesperadas por unirse y sus cuerpos clamaban por ser uno sólo. Fue Paula la primera en ceder, sabía que él le había entregado las riendas de esa noche y que si había decidido esperar había sido sólo para complacerla y darle lo que deseaba, bueno justo ahora todas sus ansias llevaban un nombre: Pedro.


—Hazme el amor… —le pidió en un susurro mirándolo a los ojos, sintiendo su corazón latir desbocado.


Era la primera vez que ese término salía de sus labios, siempre había sido una mujer muy práctica, de las que solía llamar a las cosas por su nombre y nada más, sin suavizarlas, ni exaltarlas. Pero esa noche era distinta, quería que lo fuera por completo y lo que le estaba pidiendo a Pedro era precisamente eso, no quería sólo sexo, deseaba que la tratara como si en verdad la adorase, como si ella inspirase mucho más que deseo en él, quería sentirse amada.








CAPITULO 68




En cuanto Paula se vio sola en la cocina comenzó a trabajar en lo que había pensado para el postre, revisó y comprobó con satisfacción que Pedro no había preparado nada, casi siempre tomaban helado de postre, pero aquí no tenían, así que optó por hacer algo ella. Esa tarde había hecho una compra en una pequeña tienda a la entrada del pueblo para el fin de semana, y desde ese mismo momento supo lo que haría de postre esa noche.


Después de diez minutos Paula metía al refrigerador las fresas cubiertas con chocolate, apenas cabía en ella de la emoción, era la segunda vez que las hacía y le habían quedado como toda una experta. Miró el reloj y cuando vio el tiempo que había pasado casi le da un colapso, Pedro bajaría en cualquier momento y ella no había preparado lo demás, casi corrió para buscar en los cajones, estaba segura que había visto unas velas en alguno de ellos esa tarde, sus manos se movían con rapidez de uno a otro mientras trataba de no darle muchas vueltas a lo que hacía o analizar su manera de actuar. Al fin dio con lo que buscaba y se encaminó hasta la terraza en la parte más alta de la casa, sabía que la cena tendría lugar allí pues le había sugerido a Pedro que lo fuera, y él había pensado exactamente lo mismo que ella, era evidente que le gustaba mucho ese espacio, la verdad sería una locura que no lo hiciera.


Entró y la recibió el esplendoroso cielo colmado de estrellas de Varese, el techo abovedado y hecho completamente de cristal le permitía una vista privilegiada del mismo; la oscuridad le había quitado todo el protagonismo al paisaje que rodeaba el lugar, el lago y Los Alpes ni siquiera se vislumbraban por lo cerrado de la noche, pero a cambio de ello tenía ese cielo que era el más hermoso que hubiera visto en su vida, incluso sobre pasaba al de Toscana. 


Pedro había encendido la chimenea y la calidez del fuego inundaba el lugar, creando un ambiente exquisito, y sublime.


—Bueno Paula… tú deseas una noche romántica, aquí tienes todos los elementos para hacerla, no puedes pedir nada mas —pronunció colocando las velas en el centro de la mesa que habían ubicado esa tarde para cenar.


Después de quince minutos tenía todo listo, los platos dispuestos en su lugar para ser servidos, la ternera en una fuente de porcelana, reposando en su jugo y las especias que Pedro había usado para prepararla, su delicioso era aroma y la deleitó apenas lo percibió. Todo lo demás también, como siempre él despertaba su apetito con las deliciosas recetas que hacía, a decir verdad, no sólo despertaba ése apetito, sino muchos otros, pensó mientras sonreía, sólo le faltaba la botella de vino y prácticamente corrió para buscarla y dejarle una nota a Pedro en la cocina, indicándole que lo esperaba en ese lugar.


Pedro salió de la habitación y bajó a la cocina, encontró todo en un desconcertante silencio, creía que quizás Paula lo estaría esperando allí pero no estaba por ningún lado, un papel sobre la barra llamó su atención, lo tomó llenó de curiosidad y después de leer la línea escrita en éste una sonrisa se dibujó en sus labios, al tiempo que su pecho se inflaba ante la emoción y la expectativa, ahora más que nunca sospechaba que Paula tramaba algo. Se tomó su tiempo y cuando al fin se encontró ante las puertas de la terraza inhaló profundamente, giró despacio el manubrio de la puerta y la abrió con lentitud.


—Paula —la llamó, se llenó de sorpresa ante la escena que
presenciaban sus ojos.


El lugar se encontraba tenuemente iluminado por las llamas en la chimenea, el resplandor de las estrellas que entraba por el techo y el par de velas blancas colocadas sobre la mesa. Se esforzó para no quedarse con la boca abierta, esperaba cualquier cosa menos eso y aunque tiempo atrás
hubiera salido corriendo ante una escena como ésa que gritaba claramente las exigencias de un compromiso, esa vez no pudo más que admirar lo que Paula había hecho, sentirse feliz y de algún modo complacido, pues el detalle le demostraba que ella también deseaba esmerarse en atenderlo a él y hacerlo sentir especial. La buscó con la mirada encontrándola parada de espalda a la pared de cristal al fondo del lugar, lo veía con una hermosa sonrisa.


—Bienvenido —esbozó con un tono bajo y sensual.


Se acercó con lentitud hasta donde se encontraba, su sonrisa no podía ocultar la satisfacción por haberlo sorprendido, justo ahora le parecía mucho más hermosa, seductora e interesante, Paula era ese tipo de mujeres que no podía pasar desapercibidas, y lo tenía completamente cautivo, excitado y ansioso como un adolescente en su primera cita, esa mujer hacía que su corazón latiera como nunca antes, incluso notó que contenía el aliento esperando a que ese espacio entre los dos desapareciera y poder tenerla entre sus brazos, pero ella no se acercó lo suficiente para hacerlo, sólo le extendió una copa de champagne que llevaba en la mano.


Pedro una vez más la sorprendía, apenas lo vio entrar en la
habitación y todo el entorno cambió, él se veía asombrosamente guapo, elegante y tan sensual que sintió como su cuerpo entero vibró. No podía apartar su mirada de ese hombre, la tenía completamente hechizada, la atraía hacia él sin ningún esfuerzo, como si fuese una marioneta y todos sus hilos estuvieran en los dedos de Pedro.


—¿Brindamos? —sugirió ella acercando su copa a él.


—Por supuesto ¿deseas hacerlo por algo en especial? —preguntó con una sonrisa mientras la miraba a los ojos.


—Si digo por nosotros es algo muy trillado —mencionó excusándose, no quería exponerse de esa manera, sentía que todo lo que había hecho era demasiado.


—Al diablo lo trillado, brindemos por nosotros, dejemos la modestia aparte señorita Chaves, no existe nada mejor por lo cual brindar esta noche… permíteme hacerlo más fácil. Brindo por ti, por lo hermosa que luces y porque esta velada sea todo lo que deseas… y más —pronunció con una sonrisa que llegaba hasta su mirada y acercó la copa a la de ella.


—Porque esta sea una noche inolvidable para ambos —esbozó Paula antes de chocar sus copas, le entregó una de sus mejores sonrisas, sin apartar su mirada de la de él.


Pedro no pudo resistir los deseos que tenía de besarla, dio un paso hacia ella y le rodeó con el brazo libre la cintura, apoyando su mano en la curva del trasero de Paula, acercó sus rostros y bebió un trago de champagne, disfrutó de verla suspirar y como sus pupilas se dilataban al seguir cada uno sus movimientos. Después de eso la besó, tomó los labios de un rosado más intenso por el brillo labial y con una suave caricia de su lengua la invitó a abrirlos para él.


Paula se estremeció ligeramente cuando él rozó sus labios por primera vez, el frío del champagne los había impregnado, y el suave movimiento que hizo con su lengua la derritió. Pedro podía llevarla al cielo sólo con besarla, era tan deliciosa la manera en la cual tomaba sus labios, como su lengua entraba y masajeaba la suya, era lento pero posesivo, suave y excitante. Ella gimió y estuvo a punto de olvidarse de la cena, de sus planes, de la música, de todo, su mano viajó a la espalda de Pedro y lo acarició deleitándose con la suavidad de la tela, pero ésa no se comparaba en nada con acariciar la piel de él, quiso tenerlo desnudo, suyo.


—Me estoy muriendo por tenerte —susurró él con la voz ronca, su frente apoyada en la de ella y la respiración pesada.


—Tenemos una cena por delante… se enfriará si… —decía con los ojos cerrados y la respiración agitada como la de él.


—No me importaría comer después… o mañana, pasado… en estos momentos de lo único que estoy hambriento es de ti, de tu piel, de tus labios… —ella no lo dejó continuar, posó un par de dedos en los labios para acallarlo.


Pedro, no es justo… no me hagas esto por favor, se suponía que… que lo tenía todo planeado perfectamente, por una vez déjame continuar, no me tientes de esta manera… no lo hagas —pidió mirándolo a los ojos, luchando por no besarlo.


Él inhaló profundamente para calmar el deseo que corría como un caballo salvaje por su cuerpo, cerró los ojos ante esa imagen hermosa y suplicante de Paula, los abrió después de varios segundos y esbozó una sonrisa amable, tomó la mano de ella y le dio un suave beso en los nudillos, apenas un toque.


—Hagámoslo a tu manera Paula, hoy me dedicaré a complacerte… vamos a la mesa —mencionó en tono calmado.


Ella le agradeció el gesto con una sonrisa, le acarició el brazo y le dio un beso en la mejilla, para después encaminarse hacia la mesa, lo invitó a sentarse mientras sentía que un torrente de nervios viajaba por sus venas, tomó aire para calmarse y comenzó a servir la comida.


Pedro no soportaba tener una actitud pasiva, así que se encargó del vino, tomó la botella de Barolo Rapet Gold, cosecha del noventa y siete, era uno de los mejores que tenían sus padres en la cava, con la agilidad de un maestro lo descorchó y se lo llevó a la nariz aspirando el aroma exquisito y embriagante del licor impregnado ahí, mientras veía a Paula alejarse, siguió con la mirada el sutil balanceo de sus caderas, ella colocó las copas de champagne en una mesa donde reposaba una botella de Veuve Clicquot en una hielera.


La cena se llevó a cabo tal cual Paula esperaba, disfrutando de la deliciosa comida que él había preparado, del exquisito vino que ella había seleccionado y que para su felicidad él había resaltado como el mejor de todos los que tenía su padre en la cava, y que seguramente lo echaría de menos cuando volviera, eso la hizo asustarse un momento, pero la sonrisa traviesa de Pedro le mostró que sólo bromeaba.


No podía ignorar las sensaciones que le recorrían el cuerpo, nunca hasta ese momento había tenido una velada como esa, ni siquiera con él que fue su novio oficial, y sabía perfectamente que la diferencia la hacía Pedro, no sólo era el lugar, la cena o el vino, era él, su voz, sus sonrisas y esas miradas que la hacían temblar, era el deseo que bullía en su interior y llevaba su nombre.


Él la miraba extasiado y no sólo era todo el entorno que lo rodeaba, era lo que ella le entregaba, sus sonrisas, sus miradas y sus gestos al degustar cada bocado, hacía mucho que no se sentía de esa manera, completamente relajado, disfrutando de una velada junto a una mujer hermosa, inteligente y atractiva en más de un aspecto, la belleza de Paula era innegable, pero había algo más en ella que provocaba esa especie de felicidad absoluta dentro de él.


—Tenemos postre también, así que no te levantes —esbozó Paula anticipándose a él que pretendía ponerse de pie, se levantó y caminó hasta el actor, sin poder controlar sus deseos de besarlo acercó sus labios a los de él y le brindo un suave roce—. Regreso en un momento.


Paula salió haciendo gala de su andar lento y sensual, consciente de la mirada de Pedro sobre ella, podía sentir como ese magnetismo que tenía la envolvía por completo, pero en cuanto se sintió fuera del alcance de la misma, casi corrió para buscar las fresas que había dejado en la nevera, todo su cuerpo temblaba cuando llegó a la cocina, y nada tenía que ver eso con el ejercicio físico.


—¡Paula por favor contrólate! Es absurdo que estés así, no es la primera vez que vas a tener sexo con Pedro, y sólo han pasado seis días desde la última vez que lo hicieron, estás actuando de manera vergonzosa, respira e intenta poner en orden tus ideas y tus emociones, eres una mujer adulta y sabes perfectamente en qué va a acabar todo esto, y es absolutamente comprensible que lo desees, pero no de esta manera, no como si él fuera el único hombre en el mundo en darte orgasmos porque no lo es… sabes que no lo es… ¡Aunque sea el mejor! —se ordenó, tomó la fuente donde se encontraban las frutas cubiertas de chocolate y salió del lugar.