jueves, 6 de agosto de 2015

CAPITULO 92




Después de un par de horas la habitación comenzó a llenarse de luz, lentamente los rayos que entraban les anunciaba que había llegado el momento que tanto habían temido. Se encontraban acostados uno frente al otro, mirándose como si quisieran guardar cada detalle en sus memorias, construyendo poco a poco una barrera que impidiera que el dolor los desbordara de nuevo. Pedro casi podía jurar que había contado todas las pecas que adornaban el rostro de Paula y ella podía decir que había
identificado la gama de azules que mostraban los ojos de Pedro según la luz que los tocara, pero ninguno de ellos le gustó tanto como verse reflejada en ellos.


Cuando la habitación se encontró iluminada por completo Paula supo que había llegado la hora de despertar de ese hermoso sueño que había durado tres meses, cerró los ojos y dejó libre un suspiro pesado, después se giró y se mantuvo un instante allí, tal vez a la espera que Pedro le dijera algo o al menos la tocara. Pero él no lo hizo y ella suspiró de nuevo sintiéndose completamente derrotada, había perdido el juego y de la manera más desastrosa, abrió los ojos y se levantó sin volverse a mirarlo, caminó hacia el baño obligándose a no temblar aunque sentía las piernas débiles, tampoco quería llorar aunque sentía un nudo en la garganta que apenas la dejaba respirar.



*****


Él la vio darle la espalda sin siquiera dedicarle una sonrisa o una palabra, después se puso de pie y se alejó ignorándolo por completo, ni una sola vez se volvió para mirarlo mientras caminaba hacia el baño, entró y cerró la puerta tras ella con seguro. Deseó no haber estado allí y presenciar ese gesto de Paula, lo estaba echando de su vida sin miramientos,
escuchar el sonido del pestillo correrse fue incluso más doloroso que verla caminar desnuda hacia el baño por última vez, se giró quedando de espaldas con la mirada puesta en el techo y sintió que cada latido que daba su corazón se hacía más y más doloroso.


Se levantó negándose a seguir sufriendo de esa manera, él le había pedido a Paula que alejara la tristeza de ambos y ella lo había hecho, era su turno de darle motivos para que se fuera de allí sintiendo que ese tiempo junto a él era lo mejor que pudo haberle pasado en la vida. Se vistió con rapidez y acomodó la cama porque ya se había hecho una costumbre, después de dejar todo listo regresó a su casa para buscar algo que deseaba darle a ella antes que se marchara.







CAPITULO 91




Paula sentía que todo el aire de sus pulmones se escapaba a medida que veía a Pedro alejarse, su mente le pedía a gritos ir tras él pero su cuerpo no lograba moverse del lugar donde se encontraba, ver a través del cristal como él se exponía a la lluvia fue el detonante de sus emociones, recordar aquel primer día cuando se entregaron sin reservas a esa aventura que había sido la mejor que hubiera vivido. Acortó la distancia que había entre la puerta y el sitio donde se hallaba clavada, abrió y salió corriendo sin percatarse siquiera del impacto que le produjo la lluvia cuando bañó su cuerpo.


—¡Pedro! —gritó con el aire que le quedaba.


Él sintió que el sol se abría paso entre las nubes oscuras que colmaban el cielo, eso no sucedió literalmente, pero a sus ojos fue así justo cuando giró y vio que Paula se acercaba a él, recorrió el trayecto a grandes zancadas y sin darle tiempo a ella a dudar o a hacerlo él dejó caer el bolso, y la envolvió entre sus brazos mientras sus labios se adueñaban de los de Paula en su beso que fue absoluto desde el inicio porque lo abarcó todo, sus lenguas se encontraron en un vaivén que ahogaba gemidos y sus labios se deslizaban acoplándose como si hubieran sido creados para ser las partes de una pieza perfecta.


Sus bocas se separaron quedando muy cerca la una de la otra, mientras él apoyaba su frente en la de Paula sintiendo como el corazón le latía con una extraña mezcla de júbilo y tristeza, dentro de su pecho la sensación de saber que esa sería la última vez que la tendría entre sus brazos de esa manera lo hizo sollozar y buscó calmar su dolor con un nuevo beso, pegó sus labios a los de Paula y dejó que su lengua hiciera fiesta dentro de su boca mientras temblaba junto con ella. La tomó por la cintura para llevarla dentro de la casa, si seguían a la intemperie bajo esa lluvia que a cada minuto se hacía más intensa iban a terminar enfermando.


Llegaron a la cocina en medio de besos y caricias, ninguno de los dos deseaba darle tregua al dolor para que los torturara, así que se aferraban al deseo como si fuera su única salvación. Paula llevó sus manos al borde la camiseta que llevaba Pedro y con agilidad comenzó a subirla para sacársela del cuerpo, apenas unos segundos sus bocas se separaron mientras ella pasaba por la cabeza la prenda para después lanzarla en un rincón del lugar.


Pedro llevó sus manos hasta la blusa blanca de Paula cuya tela traslúcida por la lluvia le dejaba ver la ropa interior bajo ésta, con destreza desabrochó los botones y segundos después la prenda abandonaba el cuerpo de Paula teniendo también un destino incierto, no perdió tiempo para liberarla del delicado brasier blanco, gimiendo cuando sus manos rozaron la cálida y suave piel de sus senos.


Ella se estremeció ante el roce y lo abrazó acercándolo a su cuerpo deseando que el calor que brotaba de él la envolviera, mientras sus bocas mantenían ese excitante intercambio de besos. Siguió el ejemplo de Pedro y comenzó a acariciarle la espalda, los hombros y el torso por el cual deliraba, sus manos la llevaron a encontrarse con la pretina del jean negro y no dudó en abrir el botón y deslizar la cremallera.


—Paula —esbozó con la respiración agitada cuando sintió que ella comenzaba a acariciar su tensa erección.


—Si esta es la última vez… quiero que me hagas recordarla para siempre… quiero que te quedes grabado en mi piel Pedro —su voz era una súplica, la más dulce y hermosa de todas, lo miró a los ojos sintiendo como se ahogaba en ese par de zafiros que la hechizaban.


—No será la última —esbozó él con convicción, asegurando algo que tal vez estaba muy lejos de cumplir, pero en lo que necesitaba creer.


Vio como las dudas intentaban apoderarse de ella y antes de permitir que algo así sucediera lo hizo él, tomó el rostro de Paula entre sus manos y la besó con tal pasión y devoción que tuvo que separarse minutos después para tomar aire, dejó que sus manos viajaran hasta el short rojo que ella lleva, el mismo que traía puesto aquella mañana cuando leyó la escena de Ronda Mortal y despertó los deseos de hacerla suya encima de la mesa.


La idea se instaló en su cabeza y se propuso llevarla a cabo en ese instante, tomando a Paula por la cintura una vez más la sentó sobre la madera pulida sin dejar de besarla y ahogando el gemido que ella liberó, con premura se encargó de quitarle las sandalias que llevaba, las dejó caer al suelo y después la hizo a un lado con sus pies mientras se ocupaba de abrir el botón del short, la sintió apoyarse en sus hombros y elevar las caderas para que él pudiera sacarlo de su cuerpo.


—Me volviste loco y estuve a punto de lanzarte aquí y poseerte hasta quedar sin fuerzas… quería saber si podías humedecerte y ser tan apasionada como Deborah… me has demostrado que ella no es nada comparada contigo Paula, tú eres mil veces mejor —esbozó mientras la besaba y la acariciaba, enredando sus dedos en el espeso cabello.


Pedro —fue lo único que logró esbozar al tiempo que temblaba y sentía que moría de necesidad.


Rodó sobre la superficie lisa y fría donde se encontraba, acercándose a él para envolverlo con sus piernas y jadeó al sentir que sin previo aviso Pedro la penetró llegando muy profundo, sus músculos internos se contrajeron de inmediato atrapando el falo rígido y caliente de él, arrancándole palpitaciones y gemidos roncos, mientras sus manos se aferraban con fuerza a los poderosos brazos que la envolvían intentando mantenerse allí y no salir volando ante los fuertes embistes que recibía.


Buscó tener una posición más cómoda y le hizo saber con una mirada a Pedro que necesitaba recostarse en la mesa, sus caderas terminarían resentidas si continuaba así. Él comprendió y le dio la libertad para hacerlo, al tiempo que le ayudaba bajándola despacio y después deslizó sus manos por las piernas de Paula hasta anclarlas en sus caderas para atraerla a su cuerpo y hundirse más en ella. Ambos gimieron y cerraron los ojos ante la descarga de placer que le brindó el sentirse tan unidos, sus párpados se abrieron de nuevo encontrándose con un espectáculo tan hermoso como sensual.


—Eres preciosa Paula —susurró él mientras deslizaba su mano por el vientre plano y suave hasta llegar a el par de senos que lo enloquecían, se apoderó de ellos con sutiles caricias mientras sus caderas seguían marcando el ritmo justo para alcanzar el orgasmo.


Paula se arqueaba ante los azotes que el placer dejaba caer en ella segundo tras segundo, mientras sus labios se abrían para liberar los gemidos y jadeos que era incapaz de controlar. Sabía que estaba cerca y que nada podía evitar que se dejara ir en medio de esa tempestad que la envolvía, se aferró a las manos de Pedro que se encontraban en uno de sus senos y en su cadera, mientras abría los ojos para deleitarse con esa imagen de él sensual y primitivo, sus labios rojos y entre abiertos, su mirada oscura que se paseaba por su cuerpo y el movimiento de los músculos de su pecho que se contraían cada vez que entraba en ella.


Esa visión la hizo salir volando y no fue consciente de nada más que del inmenso placer que se apoderaba de cada fibra de su cuerpo, se tensó y luego comenzó a temblar y sollozar mientras se llevaba las manos al rostro, sintiéndose feliz y viva aunque fuera solo un vez más.


Cuando regresó Pedro aún seguía en su lucha por conseguir su propia liberación, quiso de inmediato ser quien le señalara el camino y empezó a mover sus caderas a contra golpe, elevándolas para llevarlo tan profundo como le fuera posible al tiempo que gemía por sentirse colmada de él, tomó la mano de Pedro que apretaba su seno y se la llevó a la boca para succionar sus dedos mientras lo miraba.


—Paula… —esbozó en un tono de voz tan ronco que más pareció un gruñido y acarició con el pulgar el labio inferior de ella.


Paula tembló y supo que de nuevo estaba muy cerca de tener otro orgasmo, Pedro tenía el poder de dárselo con una facilidad asombrosa y más maravilloso aún era que él pudiera mantenerse por tanto tiempo mientras ella era arrasada por el placer. Se movió liberando la mano de él al sentirlo tan cerca; una idea cruzó por su cabeza al recordar que a él le gustaba mucho verla mientras la tomaba desde atrás.


—Déjame bajar —pronunció ella irguiéndose sobre la mesa y lo besó para borrar la confusión que vio en su mirada.


Se hizo espacio y se puso de pie dándole la espalda al tiempo que se pegaba a él rozando con su cuerpo el caliente y sudado de Pedro, lo miró por encima del hombro invitándolo a besarla, pero solo le dio un toque de labios y después de eso se dobló apoyando sus antebrazos sobre la mesa y abriendo sus piernas para él, se puso de puntillas para elevar el trasero de modo que él pudiera alcanzarla y tomarla de esa manera.


Pedro no dudó un segundo en aceptar su invitación y en un
movimiento se hundió una vez más en Paula, llevó sus manos a los hombros de ella al ver que se deslizaba sobre la superficie y la mantuvo allí para evitar que se lastimara al chocar contra la mesa, mientras su pelvis rebotaba contra las turgentes y hermosas nalgas, ella comenzó a temblar y él supo que estaba a punto de irse de nuevo, así que se lanzó tras el suyo imprimiéndole mayor fuerza al ritmo de sus caderas mientras gemidos guturales parecían romperle el pecho y gotas de sudor se deslizaban por su piel. Un primer espasmo lo atravesó con fuerza y al segundo siguiente una inicial descarga de su esencia colmaba el interior de Paula, ella gimió al sentirlo y él la acompañó con el mismo sonido mientras se estremecía hasta dejarse caer exhausto sobre la espalda de ella y hundía su rostro en la espesa cabellera castaña.


Ese fue el inicio de lo que sería una noche colmada de pasión y entrega absoluta, como si hubieran hecho un pacto ninguno de los dos mencionó nada con respecto a lo que había sucedido, ni a lo que ocurriría al día siguiente. Se bañaron juntos y descansaron un par de horas, exhaustos no
solo por el esfuerzo físico, sino por la noche en vela que habían pasado el día anterior. Bajaron casi a medianoche para comer algo cuando su apetito fue más que sexual y terminaron entregándose una vez más en el sillón del salón que se encontraba frente a la chimenea. Se negaban a hablar de lo que les deparaba el destino, aunque ambos eran conscientes que su separación era inminente no tuvieron la valentía de detenerse un instante y hablar sobre eso, se limitaron a esquivarlo de la mejor manera que les era posible y esa no era otra que el sexo.


Ya en su habitación cuando casi amanecía se entregaron una vez más, pero en esa ocasión no predominó el arrebato, ni el instinto salvaje que se saciaba nada más con el acto físico. Ya no podían seguir huyendo de lo que dentro de pocas horas pasaría, y así fue como Paula no pudo contener más su llanto, lo dejó correr en silencio mientras él se hallaba dentro de su cuerpo y se movía de manera acompasada, ella estaba perdida en la imagen del hermoso rostro bañado por la luz plata de la luna que había salido e iluminaba con sus rayos toda la estancia.


Pedro le entregaba todo en ese acto que era mucho más, que era amor, amor en toda su esencia, tierno y maravilloso, pero al mismo tiempo doloroso porque la hizo consciente que ya no volvería a vivir todas esas sensaciones, que ya no lo tendría de nuevo así. En medio de tantas emociones admitió que había tenido que llegar hasta ese punto para
descubrir que por primera vez en su vida se había enamorado, y lo había hecho de un hombre extraordinario pero al cual no podía tener o lo que era peor al que debía dejar en cuanto el sol saliera.


Sus manos trémulas viajaron al rostro de Pedro y sus dedos
empezaron a acariciarlo con devoción, deseando que esa sensación se quedara grabada en ellos y cuando llegaron hasta los labios de Pedro no pudo evitar sollozar al sentir que algo dentro de su pecho se quebraba y el dolor terminó por desbordarla. Cerró los ojos para que él no la viera
llorar y escondió su rostro en el cuello de Pedro, pero no podía controlar los temblores de su cuerpo ante los sollozos.


Pedro tuvo que luchar contra las lágrimas que se arremolinaban en la garganta al ver a Paula tan frágil, mientras sentía que él también estaba a punto de dejar caer la coraza que se había puesto y quedar ante ella completamente vulnerable. El placer de estar dentro del cuerpo de ella se transformó en el más agudo dolor al saber que esa sería quizás la última vez que sintiera lo que era hacer amor.


—Paula… no llores por favor —susurró contra la mejilla de ella que temblaba ligeramente.


En respuesta recibió un nuevo sollozo escapó de los labios de Paula y que ella se aferrara con sus brazos a él, quien no pudo contener sus emociones y también tembló pero ahogó su sollozo en la mejilla de Paula, al tiempo que sus labios se impregnaban de las lágrimas que ella había dejado correr. 


La abrazó con fuerza para reconfortarla y hacerlo él también, le acarició el cabello con una mano y dejó caer suaves besos en todo el rostro de Paula, dibujándolo ahora con sus labios y no con sus manos como hizo ella con él.


—No llores por favor… no quiero que nos despidamos de esta manera, no quiero que el último recuerdo que tengamos de este lugar, de todo lo que hemos vivido y de nosotros sea uno triste… —esbozó con la voz ronca por tener que contener su propio llanto.


—Lo siento… lo siento tanto Pedro, no me hagas caso soy una tonta —Paula se excusó de inmediato e intentó recomponerse rehuyendo de la mirada de Pedro que la desnudaba.


—No… no eres una tonta. Paula mírame, por favor no te escondas, no lo hagas de mí —le pidió y su voz se quebró en el momento que sus miradas se encontraron.


—No, no lo haré Pedro… jamás me esconderé de ti, no podría hacerlo porque nadie me conoce como lo haces tú —pronunció.


—Quiero recordarte sonriendo Paula, siempre hermosa y libre sin miedos, sin dudas ni tristezas… ya sé que mañana te irás… pero esta noche eres mía… aún eres mía —esbozó y esa vez no pudo evitar que el llanto rompiera el dique que había construido para contener su dolor.


Ella tembló ante sus palabras y sus ojos una vez más se llenaban de lágrimas, les dio la pelea y evitó que se derramaran porque su dolor solo aumentaría si lo veía reflejado en Pedro, ella tampoco quería llevarse una imagen de él que le doliera, lo quería feliz y amándola aunque no lo hiciera, aunque solo ella lo amase hasta el punto de estar muriéndose.


—Bésame… hazme el amor Pedro —le pidió dejando caer suaves toques con sus labios en los de él—. No me dejes pensar… no quiero pensar solo sentir… por favor hazme sentir, solo eso deseo… solo eso — susurró mientras se movía debajo de él y lo encerraba entre sus piernas para retomar sus movimientos de cadera.


—Hazme sentir tú también a mi preciosa… aleja de mí este dolor que es insoportable Paula —pronunció él al tiempo que la hundía en la cama anclándose en ella.


De esa manera dejaron de lado todo lo que les hacía tanto daño para entregarse por completo a la pasión que los hizo unirse en principio, y a ese amor que ambos sentían pero que carecía de bases sólidas, que los animaran a apostarlo todo y seguir manteniendo ese mundo que los dos se habían inventado. Paula se liberó sintiendo que ese último orgasmo que Pedro le dio sería el mejor que tendría en toda su vida pues lo había recibido de manos del hombre que amaba y se lo hizo saber cuándo en lo alto del éxtasis liberó su nombre repitiéndolo como si fuera una letanía que se quedaría grabada en su cuerpo y su alma para siempre.


Pedro sintió una vez más como su pecho se llenaba de emoción y la vida en ese instante junto a ella era perfecta, también se abandonó al mejor orgasmo que hubiera tenido en su vida esbozando el nombre de la mujer que se lo había entregado, que le había dado mucho más que solo placer físico, que le había enseñado a hacer el amor.






CAPITULO 90




Paula casi sintió que el corazón le saldría disparado del pecho cuando escuchó el par de golpes que daban en la puerta principal, se disponía a subir las escaleras pero sus pasos se congelaron en el primer peldaño, le llevó varios segundos y una nueva llamada reaccionar. 


Caminó intentando hacerlo despacio mientras le exigía a sus piernas que dejaran de temblar, aunque era todo su cuerpo él que lo hacía, tomó aire lentamente y lo soltó despacio, cuando sintió que estaba un poco más calmada giró la perilla y abrió la puerta encontrándose con Pedro.


Ella se mantuvo en silencio y él también, solo conseguían mirarse a los ojos, queriendo decir tantas cosas pero de sus bocas no salía ningún sonido por pequeño que fuera. Él suspiró mientras paseaba su mirada por el rostro de Paula sintiendo como si hubiera transcurrido mucho tiempo desde la última vez que la vio y en realidad solo habían pasado horas, al fin reunió las palabras y habló.


—Me ha dicho Cristina que te vas mañana —intentó mostrarse relajado, pero el tono de su voz delató lo que sentía.


Ella asintió en silencio y le esquivó la mirada, no quería que viera los estragos que las horas de llanto habían causado en ella y mucho menos que verlo frente a su puerta la había llenado de una felicidad que no podía permitirse, no volvería a comportarse como una estúpida, se aclaró la garganta con disimulo antes de responder. 


—Sí, así es… salgo mañana temprano, tomaré un vuelo desde Florencia hasta Toronto y allí haré una escala para después tomar otro hacia Chicago —esbozó de manera casual, pero seguía sin mirarlo.


—Entiendo… —murmuró él aún desde el umbral de la puerta.


Su mirada alcanzó a ver las valijas que se encontraban en un rincón dentro del salón, la imagen hizo que el corazón se le encogiera y la garganta se le cerrara, tragó para pasar la sensación e intentó mostrarse igual de casual que Paula.


—Puedes dejar mis cosas aquí y yo pasaré a buscarlas luego… — mencionó regresando la mirada a ella.


—No será necesario ya las he recogido todas, pasa y te las entregaré — indicó aun consciente que esa invitación podía tener consecuencias.


Él lo hizo sin plantearse siquiera la idea de seducirla, sabía que podía hacerlo pero no deseaba solucionar las cosas con Paula mediante el sexo, eso no haría ninguna diferencia porque lo suyo hacía mucho había pasado esa etapa donde solo se limitaban a entregar sus cuerpos. Había sentimientos de por medio y aunque no sabía cómo definirlos aun o mejor dicho no se atrevía a hacerlo, debía reconocer que lo que sentía por ella era distinto a todo lo que sintió antes.


Paula podía sentir la poderosa mirada de Pedro sobre ella, él
siempre había tenido ese poder de envolverla y dominarla con solo verla, pero esa no sería la ocasión para que ella se rindiera. Había tomado una decisión y debía cumplirla, tomó el bolso luchando porque sus movimientos fueran causales y no mostraran el temblor que la invadía.


—Toma, aquí está todo… son pocas las cosas que tengo fuera del equipaje, así que no se queda nada tuyo en esta casa —su tono de voz no fue duro, pero al ver el gesto en el rostro de Pedro supo que sus palabras sí, igual ya no tenía caso continuar tratando esa situación con guantes de seda, ya todo había quedado claro.


—Gracias… Paula ¿no te parece que es muy pronto para marcharte? Sé que quizás te sobren los motivos para irte pero…


—Me sobran… créeme Pedro que es así, además es lo mejor después de todo ¿qué gano quedándome? —preguntó lanzado su estocada, si él había llegado hasta allí con la pretensión que podía jugar con ella a su antojo le demostraría que estaba equivocado.


—Bien… —dijo sin mucho énfasis y tomó el bolso que ella le
entregaba. Se mantuvo allí un instante solo mirándola, deseando decirle tantas cosas pero las palabras sencillamente se le atascaban en la garganta.


Supo que era una lucha perdida así que se dio media vuelta y caminó de nuevo hacia la salida, giró el pomo y abrió la hoja de madera llevándose una sorpresa al ver que estaba lloviendo a cántaros. Un suspiro sonoro escapó de sus labios al ver que incluso la naturaleza le impedía terminar con todo eso que no lo llevaba a ningún lado, no le importó la idea de mojarse y estaba por salir cuando ella lo detuvo.


—Hazlo mejor por la puerta de la cocina, está más cerca de tu casa.


Pedro asintió en silencio y caminó en dirección a ésta, ya no tenía nada que seguir haciendo allí así que ni siquiera se volvió para mirar a Paula, sabía que hacerlo solo aumentaría el dolor que le laceraba el pecho, suspiró y sin más salió del lugar sintiendo el choque de las gotas de agua helada que lo empaparon en segundos.