sábado, 12 de septiembre de 2015

CAPITULO 213




Pedro se encontraba en el estudio mirando la tormenta a través del ventanal, absorto de todo a su alrededor, ni siquiera notó cuando su familia abandonó ese lugar dejándolo allí solo, mientras se encontraba sumido en sus pensamientos, suponiendo lo que debía estar pasando en la casa del lado.


Sintió que el alma le regresaba al cuerpo cuando los delgados brazos de Paula le rodearon la cintura y ese suave beso que dejó caer en su espalda para después apoyar la mejilla.


—¿Por qué estás tan solo? —le preguntó dándole otro beso.


—Mi familia estaba conmigo hasta hace nada, seguramente fueron a ver qué preparaban para la cena, mi padre no es un hombre de comedores —contestó.


—Igual que su hijo —acotó ella sonriendo cuando él se volvió a mirarla, pudo ver cómo la mirada de Pedro buscaba algo en su rostro—. Estoy bien… solo hablamos —agregó
acariciándole el pecho.


—¿Ya se marchó? —preguntó extrañado pues no había escuchado el motor de algún auto, aunque tal vez la tormenta ahogó el sonido.


—No… está lloviendo mucho y es difícil salir con este tiempo —contestó y pudo sentir de inmediato que él se tensaba.


—¿Se quedará aquí? —inquirió una vez más, mientras la miraba sin poder creer lo que estaba escuchando y cuando ella asintió se alejó.


Pedro solo será una noche… él quería marcharse pero Guillermo lo invitó a quedarse y yo estuve de acuerdo —mencionaba al notar que se había molestado, buscó acercarse a él pero de nuevo le rehuía.


—Guillermo… ¡Por supuesto! ¿Quién más podía hacer algo como eso? —inquirió sintiendo la ira crecer dentro de su cuerpo— ¿Sabes a lo que está jugando Guillermo, Paula? —cuestionó viéndola a los ojos.


—Amor no te pongas así, sé lo que está haciendo pero no debemos darle importancia… —decía cuando él cortó sus palabras.


—O sea que no importa, tu ex novio se aparece de la nada y tú pasas dos horas hablando con él, mientras yo me quedo aquí como un estúpido sin saber lo que está sucediendo… pero no pasa nada —hablaba dejando en evidencia la molestia que sentía.


—Ya te mencioné que estuvimos hablando… y además fue en el salón a vista de todo el mundo, así que no tienes que darle un sentido que no tiene a esa reunión —señaló sintiéndose molesta y dolida por la insinuación que Pedro estaba haciendo.


—Ok, perfecto… ¿Y entonces por qué carajos tienes que estar de acuerdo en que se quede? — inquirió mirándola con resentimiento.


—Porque… porque no le veo nada de malo, somos personas adultas Pedro y podemos manejar esta situación, no veo que tengamos que hacer un drama de todo esto —respondió apelando a la madurez de su novio, después de todo ignacio había accedido a quedarse y su imagen era la que más
afectada se podía ver de los tres.


—¡Ah! ¿Yo estoy haciendo un drama? A ver si ponemos las cosas en claro Paula —indicó acercándose a ella—. Cuando Romina se apareció en la casa de mis padres el día del cumpleaños de Alicia, yo la saqué de inmediato y le exigí que se marchara para librarte de su presencia porque sabía que eso te incomodaba —puntualizó mirándola directamente a los ojos para evitar que se escapara.


—Son situaciones muy distintas… no tenía claro nada de tu relación con Romina, en cambio tú sabes perfectamente en los términos que Ignacio y yo estamos —se defendió manteniéndole la mirada.


—¿Y crees que eso me libra de sentirme mal por su presencia o de las burlas del maldito de Guillermo Reynolds? —cuestionó una vez más.


—No puedo creer que todo esto venga a causa de la estúpida rivalidad entre Guillermo y tú, ya olvídate de él, no tiene importancia.


Él intentó tomar las cosas con calma, consciente que eso que estaba sucediendo entre los dos era precisamente lo que los demás querían que ocurriese, se pasó las manos por el cabello inhalando profundamente y se quedó quieto cuando Paula se acercó a él buscándolo.


—Sé que todo esto es muy difícil, para mí también lo es pero podemos manejarlo, ya lo hicimos antes con Charles y Giovanna.


—¿Dónde se quedará él Paula? —inquirió con la mirada clavada en la marrón, la vio titubear antes de responderle.


—Todas las habitaciones están ocupadas, así que yo me quedaré en la habitación de Jaqueline… y él se quedará en la mía —contestó con la voz vibrando por los nervios que la recorrían.


—Vente a dormir aquí, te quedas en mi habitación —mencionó con determinación y esperaba que ella le diera una respuesta afirmativa.


Pedro no puedo hacer eso… no humillaré a Ignacio de esa manera —indicó mostrándose firme en su postura.


—A él no… pero a mí sí me humillarás quedándote a dormir bajo el mismo techo con tu ex novio —señaló sintiendo que ardía por dentro.


—Esta discusión no tiene sentido Pedro, no sé ni siquiera porqué estamos discutiendo, yo estoy aquí contigo, le he demostrado a todo el mundo que estamos juntos y que eso no lo cambiará la presencia de Ignacio ¿dime qué más quieres? —preguntó llena de rabia, pero sobre todo de dolor al ver que él seguía desconfiando de sus sentimientos.


—Que te quedes conmigo —ordenó mirándola con fiereza.


—¡Pues no lo haré! Tú debes aprender a confiar en mí y en lo que siento por ti, si no lo haces ¿qué sentido tiene que estemos juntos? —cuestionó sin desviarle la mirada, pero él se mantuvo impasible.


—¿Cuál es el verdadero motivo de todo esto Paula? ¿Por qué él llegó hasta aquí buscándote? Nunca quisiste contarme lo que había sucedido esa noche y yo lo respeté, pero ahora frente a todo esto me pregunto si tú realmente habías terminado con él o por el contrario, solo le pediste un tiempo… después de todo siempre has sido una mujer práctica y supongo que no dejarías algo seguro…


Pedro ya cállate, no sabes lo que dices —advirtió mirándolo.


—Supongamos que tienes razón y que no sé lo que digo, que tú y él ya terminaron ¿entonces qué pretendes Paula? ¿Tal vez darle una despedida como la que acostumbras a ofrecer a tus amantes para que no te olviden nunca? Una igual a la que me diste a mí… —decía cuando ella lo hizo callar con una bofetada que le volteó.


Paula jadeó y se llevó la mano con la cual le había pegado a la boca, sorprendida ante su propia reacción, sintiendo que el dolor en su muñeca no era nada comparado a aquel que sentía por haber lastimado a Pedro, intentó tocarlo pero él le atrapó la mano con fuerza y después la soltó con brusquedad mientras la miraba con rabia.








CAPITULO 212





Paula sentía que la tensión apenas la dejaba moverse, todo su cuerpo estaba tan rígido que hizo que sus movimientos al bajar de la yegua fueran torpes, respiró profundamente para calmarse, sintiendo la mirada de Pedro sobre ella.


—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó, aunque se había dicho que no la presionaría y tomaría todo eso como una situación que ella no pudo pronosticar, no logró hacerlo, las dudas y la rabia hablaron por él.


—No lo sé Pedro yo… no he hablado con Ignacio desde que él dejó mi casa el día que rompimos —contestó buscando sus ojos.


Paula se acercó hasta él y le acarició la mejilla para liberarlo de la tensión y la molestia que endurecían sus hermosos rasgos, lo vio cerrar los ojos mientras giraba el rostro para darle un suave beso en la palma de la mano. Ella llevó su mano libre a la espalda de él para acariciarla al tiempo que dejaba caer suaves besos sobre la piel expuesta de su pecho, podía sentir la tensión en sus músculos y el latir acelerado de su corazón, quería alejar de él esa sensación, quería hacerlo de ambos.


Pedro sentía cómo esa imperiosa necesidad de saberla suya lo torturaba, así que sin poder contenerse la tomó entre sus brazos alzándola para apoyarla sobre la pared de madera, ella jadeó ante la fuerza de su arrebato y él aprovechó eso para atrapar su boca con un beso completo, la invadió con su lengua sin pedir permiso dejándose llevar por las ansias y el miedo que sentía al imaginar que podía perderla.


Ella apenas podía llevar el ritmo del beso, Pedro no le daba tregua, podía sentir en cada movimiento que hacía la exigencia y el desespero, le acariciaba los hombros intentando relajarlo mientras dejaba que se apoderara de sus labios y su lengua con absoluta libertad, queriendo a través de ese gesto dejarle ver que no tenía nada que temer.


—Tú eres mía Paula —pronunció con determinación mirándola a los ojos y la mantuvo en vilo sosteniéndola con sus caderas.


Sus manos libres se desbocaron en caricias sobre su cintura y los senos que subían y bajan por el ritmo acelerado de su respiración. Ella separó los labios para darle una respuesta, pero él no la dejó, callándola una vez más con un beso, sintiendo cómo el deseo se iba acrecentando en su interior y amenazaba con arrasar con todo, no dejar nada en pie.


Paula estaba a punto de olvidarse de todo, había dejado de pensar y solo sentía cómo un torbellino de emociones la envolvía, haciéndola gemir con fuerza ante la presión que ejercían las manos de Pedro sobre sus senos y esa poderosa invasión a la cual sometía su boca. Dejó caer la cabeza hacia atrás cuando él liberó sus labios para adueñarse de sus senos, ni siquiera notó cuando desabotonó la blusa que llevaba.


Pedro —esbozó cuando encontró su voz, el roce de los labios y la lengua de él sobre sus pezones la hacía temblar.


—Mírame —le exigió tomándola por el cuello para mirarla a los ojos, ella lo hizo y él la atrajo pegando sus frentes—. Te amo Paula —expresó con la voz ronca por las lágrimas que intentaban ahogarlo.


—Yo también te amo Pedro… por favor confía en mí —rogó sintiendo que ella también estaba a punto de llorar.


Se besaron de nuevo esta vez sin premura, solo dejando que la ternura fuera sosegando de apoco sus latidos y reforzara el sentimiento que compartían. Pedro la tomó con suavidad por la cintura para ponerla de pie nuevamente, sin dejar de darle toques de labios mientras la miraba a los ojos, pidiéndole a través de ese gesto una disculpa por sus acciones, se había mostrado como un desaforrado e inseguro, dejándose llevar por sus miedos que no tenían ningún fundamento.


—Lo siento preciosa, fui un bruto no debí tratarte de esa manera… —pronunciaba cuando ella lo interrumpió.


—Todo está bien Pedro —dijo con una sonrisa y le acarició el rostro—. Tú me gustas tal como eres, con esos arranques, con tu pasión y tu fuerza, no tienes nada que temer… yo soy tuya Pedro —le confirmó mirándolo a los ojos y después lo besó de nuevo.


Se separaron quedándose suspendidos en una mirada por varios segundos, después él se encargó de quitarle las sillas a los animales y Paula permaneció a su lado, saldría de ese lugar junto a él para no generar más rumores, que todos supieran que la llegada de Ignacio no afectaba en nada su relación, a mitad de camino entre ambas casas Pedro se detuvo y le acarició la cintura.


—Ve a hablar con él, yo estaré en la casa junto a mi familia Paula —mencionó mirándola a los ojos, para que supiera que era sincero.


Ella asintió en silencio entregándole una sonrisa de agradecimiento y subió sus labios para darle un beso, fue solo un toque pero quería que ese gesto le brindara a Pedro la certeza de que todo estaría bien. Soltó su mano y caminó hasta su casa para encontrarse con Ignacio, respirando profundamente mientras intentaba calmar el ritmo de su corazón, necesitaba aplacar los nervios que la embargaban en ese instante.


—Hola Ignacio —mencionó entrando al salón, él estaba sentado en un sillón junto a Guillermo, que al parecer se había encargado de atenderlo.


—Hola Pau —la saludó poniéndose de pie y fijó su mirada en ella.


—Bueno… yo me retiro —esbozó Guillermo levantándose también, mostró una sonrisa al tiempo que se giraba hacia el castaño—. Un placer haberlo conocido Ignacio. Recuerde lo que le dije, puede quedarse cuanto guste… igual ya mañana regresamos a Roma y podemos llevarlo —indicó extendiéndole la mano antes de despedirse.


—Muchas gracias por su ofrecimiento Guillermo, pero debo declinarlo… quizás más adelante nos reunamos de nuevo —puntualizó recibiendo el apretón del rubio, pero no le devolvió la sonrisa porque algo en él le resultaba desagradable, como si estuviera detrás de algo más.


—De todas maneras piénselo… —insistió—. Lo dejo en buenas manos, Paula quizás tú debas pedirle que se quede, con esa tormenta que se avecina no sería prudente viajar —señaló dirigiéndose a ella.


—Ya puedes dejarnos Guillermo, muchas gracias por atender a Ignacio —indicó Paula que apenas lo miró, no soportaba el cinismo de ese hombre, tratándolo como si fuera su aliado sin recordar todas las veces que se le había insinuado a ella, caminó hasta el sillón dándole la espalda—. Por favor siéntate… es una sorpresa verte aquí —agregó ella mirando a los ojos a su ex novio, intentando parecer casual.


—Imagino que no muy grata ¿verdad? —preguntó, no podía evitar sentirse dolido con ella por lo que había hecho.


—Imaginas mal… en verdad me alegra verte… ¿Cómo has estado? —inquirió mirándolo mientras le dedicaba una sonrisa amable.


—Bien… Paula en verdad siento haberme presentado aquí, ni siquiera sé porqué lo hice — decía cuando ella lo detuvo.


—Está bien… está bien Ignacio no hay problema —dijo buscando su mirada y no pudo evitar posar su mano sobre la de él para consolarlo.


—No quería causarte problemas, yo solo vine porque necesitaba ver con mis ojos que todo era verdad… necesitaba cerrar este capítulo que sentía había quedado abierto —habló mirándola y envolvió la mano de Paula con la suya en un movimiento espontáneo, no lo hizo como algo premeditado o para comprometerla— ¿Es él? El hombre del cual siempre has estado enamorada es… ¿Es Pedro Alfonso? —la interrogó con su mirada anclada en la de ella.


—Sí —respondió sin desviarle la mirada, no quería seguir ocultándole la verdad, tampoco sentía vergüenza del amor que sentía por Pedro.


Ignacio desvió la mirada al sentir cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, dejó libre un suspiro para liberarse de esa sensación que le oprimía el pecho y lentamente soltó la mano de Paula.


—Ignacio… yo… —ella intentó hablar pero él no la dejó.


—Tranquila Paula… todo está bien —se puso de pie, caminó hasta la ventana para dejar que su mirada y su dolor se perdieran en el paisaje, mientras apretaba los dientes para no llorar.


De pronto la imagen de Juliana llena de rencor y sufrimiento la última vez que la vio lo golpeó con fuerza en el pecho. Ella sabía que solo iría hasta allí para terminar lastimado de nuevo, sabía que Paula nunca lo había querido como él esperaba que lo hiciera, y tener que llegar hasta ese lugar, hasta ese momento para darse cuenta de su realidad era demasiado doloroso, pero se lo merecía pues toda su vida había sido un imbécil, había echado de su lado a una mujer maravillosa tanta veces. 


Paula lo veía allí sufriendo y no sabía cómo actuar o qué decir para aliviar tanta pena que podía ver en él, se puso de pie para acercarse lentamente y cuando estuvo a su lado se apoyó en el marco de la ventana para mirarlo, apenas podía contener sus lágrimas al verlo tan perdido y con esa mirada cargada de dolor.


—Lo siento tanto… Ignacio yo hubiera deseado… —esbozaba con la voz enronquecida por el nudo que le cerraba la garganta.


—¿Fue mi culpa Paula? ¿Fui yo quien no te supe amar como esperabas? ¿Soy yo el que no sabe hacerlo? —lanzó todas esas preguntas que lo atormentaban, porque después de tantos fracasos no podía más.


—No… no Ignacio —decía y cuando él la detuvo.


—Yo te di todo Paula, te di lo mejor de mí… procuré darte espacio, tratarte como a una princesa, ser caballeroso… te escuchaba, te brinda mi comprensión… ¿Dime que te faltó? ¿Dime en qué fallé? —le cuestionaba dejando que el dolor lo desbordara, dejando correr su llanto.


—Ignacio por favor… ya para… no eres tú… no eres tú —respondió sujetándole el rostro con sus manos para que la mirara—. Es verdad, tú me lo diste todo… pusiste un mundo a mis pies y me brindaste un amor maravilloso, hiciste todo para enamorarme —dijo mirándolo a los ojos.


—Entonces Paula —expresó con la voz transformada por el vórtice de emociones que lo golpeaban una y otra vez.


—Yo también lo intenté Ignacio… intenté amarte de la misma manera, darte todo de mí, pero no pude hacerlo —confesó dejando libre un sollozo—. Ya había entregado mi corazón, ya le pertenecía Pedro y aunque luché muchas veces por liberarme de este amor no pude, lo que sentía por él lo abarcaba todo —expresó dejando correr sus lágrimas.


—Paula no llores —pidió secándole las mejillas.


—Déjame continuar por favor Ignacio… tú eres un hombre extraordinario y tienes todo para inspirar amor, para recibir amor, si yo no estuviera enamorada ya, te aseguro que nada hubiera evitado que te amara… pero esto es algo que me rebasa, que no puedo controlar y… que me hace feliz, soy demasiado feliz junto al hombre que amo, perdóname por favor por decirte todo esto, pero no quiero seguir engañando a nadie más ni ocultando lo que siento —finalizó mientras temblaba y lloraba, odiando tener que lastimarlo de esa manera.


Él la envolvió entre sus brazos con fuerza y lloró a su lado, aferrado a esa mujer que jamás podría tener, pero que le había dado un maravilloso sentido a su vida durante tres años, lo hizo desde el mismo instante en que la vio. Y sin embargo, ya se sentía igual teniéndola casi fundida a su cuerpo, algo había cambiado en esos meses, no solo en Paula sino también en él, se sorprendió al descubrir que le faltaba el deseo que ella despertaba tiempo atrás y lo volvía loco.


Se separó de Paula y le acunó el rostro con las manos mientras la miraba, teniéndola tan cerca que podía besarla si lo quería, intentó acercarse un poco más luchando por comprender lo que le ocurría, cuando se vio reflejado en los ojos marrones lo supo de inmediato. Extrañaba aquellos ojos azules que toda su vida habían estado junto a él, cuando minutos atrás la imagen de Juliana se apoderó de su cabeza para reprocharle una vez más sus acciones, no quiso entenderlo, pero en ese instante todo estaba claro y la verdad lo impactaba con la fuerza de un rayo, cerró los ojos apoyando su frente en la de Paula mientras sentía que el dolor, las dudas y el miedo de verse solo se esfumaban.


Paula se quedó congelada ante la reacción de Ignacio, todo su cuerpo se tensó cuando lo vio aproximarse para besarla y estaba a punto de hablar para detenerlo, pero él cerró los ojos y solo pegó su frente a la suya llenándola de alivio. Igual sentía que el silencio era demasiado incómodo, además si Pedro aparecía en ese instante y los conseguía de esa manera podía malinterpretarlo todo, abrió su boca para atraer la atención de Ignacio y no separarlo de ella haciéndolo sentir rechazado.


—Estoy enamorado de Juliana —él esbozó sus pensamientos.


Paula abrió mucho los ojos y atajó las palabras antes que salieran de su garganta, no podía entender lo que ocurría, la sorpresa no la dejó reaccionar y alejarse de él como había planeado.


—¿La hija del socio de tu padre? —preguntó parpadeando.


—Sí… Juliana Buckley y ni siquiera sé cómo sucedió… o por cuánto tiempo he estado enamorado de ella —respondió abriendo los ojos para mostrarle a Paula la tormenta que lo azotaba.


La misma era quizás más fuerte que la que se había desatado ese instante fuera de la casa, y comenzó a estrellarse con fuerza en el cristal de la ventana. Ignacio intentó escapar de la mirada desconcertada e incluso cargada de reproche de Paula, quizás ella pensaba que ellos eran amantes desde hace tiempo y habían mantenido sus amoríos, inclusive durante el tiempo que fueron novios. Él sintió la necesidad de darle una explicación de inmediato.


—Es una historia muy larga Paula —decía cuando ella lo calló.


—Con esta tormenta no vas a ir a ningún lado… sentémonos —indicó haciéndole un ademán para que la acompañara.


Ella no se sentía furiosa con él por lo que acaba de confesarle, pero sí estaba un poco dolida, jamás esperó algo como eso de parte de Ignacio y aunque su corazón no estaba lastimado su orgullo sí.


Él comenzó a relatarle toda la historia desde el inicio sin guardarse nada para no despertar sospechas en Paula o poner en duda lo que le decía, también porque necesitaba darse cuenta de dónde había fallado y buscar la manera de reparar todo el mal que le había hecho a Juliana.


Después de casi dos horas Ignacio finalizaba con el episodio que había acontecido cinco días atrás en el departamento de la rubia, el remordimiento y el dolor volvían a hacer estragos en él al comprobar que lo había arruinado todo. Juliana había soportado demasiado y quizás ya no estaría dispuesta a darle una nueva oportunidad.


Paula se condolió de él y buscó la manera de animarlo, incluso le aconsejó que la buscara para dejarle ver lo que sentía, que le hablara con la verdad y le prometiera hacer hasta lo imposible por hacerla feliz, que le daría todo ese maravilloso amor que era capaz de dar, que la amara como lo hizo con ella, que la amara aún más, porque sabía que podía hacerlo.









CAPITULO 211




El auto se desplazaba por la larga carretera bordeada de altas y frondosas setas, que seguían mostrando ese verde intenso que las caracterizaba a pesar de encontrarse a finales de verano, a ambos lados de la misma los campos toscanos se extendían mucho más allá de lo que su vista podía abarcar, mostrando el tono amarillo que precede al otoñó, salpicado en algunos lugares por diminutas flores rojas, blancas y violetas. Ya había estado antes en esa región, disfrutando de los hermosos paisajes que podía ofrecerle Italia, pero que no visitaba desde hacía mucho y sin embargo, se sintió allí mientras leía el último libro de Paula, que estaba ambientado en ese lugar.


Durante el vuelo lo había hecho de nuevo, saltándose las escenas eróticas, tampoco era tan masoquista como para torturarse al imaginarla junto a Alfonso protagonizándolas. 


Ya no le quedaban dudas de que él era el misterioso hombre del cual ella había estado siempre enamorada; si los diarios en América habían reseñado en varias ocasiones la relación entre su ex novia y el actor, en Italia habían hecho de eso casi la nota de primera plana a diario, pues no consiguió un solo periódico en los dos días que duró en Roma, donde no hubiera un artículo mencionándolo.


No sabía cuánto se quedaría en ese lugar, por lo que no pensó en alquilar un auto como habitualmente hacía en las ciudades que visitaba, prefirió tomar los servicios de un taxi y dejar sus maletas en Roma, solo había viajado con un bolso de mano; después de todo dudaba que Paula se pusiera feliz al verlo o que él se sintiera cómodo compartiendo con ella y ese hombre. En más de una ocasión se había planteado dejar las cosas así y regresar a su país, pero cada vez que la veía en las fotografías de los diarios su corazón se desbocaba en latidos y eso no era algo que debería ocurrirle, no si ya se había propuesto construir un futuro al lado de Juliana, sabía que ella estaba furiosa con él, pero también que lo amaba y terminaría comprendiéndolo, cuando le dijera que era libre para poder entregarse a ella por completo.


—Necesito que tú me liberes de tus recuerdos Paula, necesito cerrar mi capítulo contigo para poder continuar —esbozó y sus ojos se toparon con el conjunto de casas en la cima de una colina.


Esa era la villa de los Codazzi, el lugar donde se estaban llevando a cabo las grabaciones de Rendición, solo esperaba que la seguridad lo dejara pasar sin tener que rogar para ver a Paula.


Las grabaciones habían llegado a su final, al menos para Pedro quien había finalizado el día anterior todas sus escenas y algunas de retoques que habían hecho en caso de necesitarlas, todo dependía de la edición final, por ese motivo se encontraba libre al igual que Paula, Kimberly y la
mayoría de los integrantes del equipo. Solo Guillermo, Thomas y Marcus seguían trabajando supervisados por el mismo Guillermo Reynolds padre, quien había viajado desde Los Angeles para participar en el final, de lo que según él sería la película del año.


Debido a la presencia del hombre todos se quedaron en la villa, atentos a cualquier eventualidad o cambio que pudiera suscitarse, también para viajar hasta Roma juntos como tenían por regla. La familia de Pedro igualmente se encontraba en la villa desde hacía dos días por su cumpleaños, había pasado mucho tiempo desde que sus padres y sus hermanos no invadían un set de grabación, para darle la sorpresa de pasar esa fecha tan especial junto a él.


Cuando los vio entrar acompañados por Paula después de un corte, no pudo contener su emoción, corrió hasta ellos abrazándolos e incluso derramando algunas lágrimas, pues había transcurrido más de un mes desde que se despidió estando en Varese, su último receso lo había tomado para viajar hasta Puglia. Su novia no solo llegó con su familia, sino también llevando en sus manos el exquisito pastel de chocolate que años atrás le entregara sobre su cuerpo, la mirada que intercambiaron les dijo a ambos que esa noche se escaparían para revivir aquel momento.


También había mantenido comunicación constante con Alicia, era como si el tiempo hubiera regresado, ellos eran los mismos de antes y Pedro se descubrió siendo uno de esos hermanos acosadores, pues le preguntaba por lo mínimo que hacía, ella se lo hizo saber aunque no como un
reproche, sino como algo que admitió adoraba, la hacía feliz que se preocupara por ella. Esa tarde después de la comida, su hermana casi que lo echó de la villa, recordándole que tenía una novia que atender, así que buscó a Paula y la invitó a dar un paseo a caballo, aprovechando que no tenían nada más que hacer de momento.


—¿En serio no me dejaste ganar? —preguntó Paula con la voz agitada, mientras sonreía y llevaba al trote a Estrella fugaz.


Había hecho una carrera con Pedro sin apostar nada, solo por simple diversión y apenas podía creer que en verdad le hubiera ganado, sobre todo porque él había sido su maestro y era obviamente mejor jinete que ella, además Misterio era más poderoso que su yegua.


—No, te dije una vez que ella era más veloz que Misterio —contestó Pedro y de inmediato recibió un par de relinchos del caballo en protesta por sus palabras— ¿Me vas a culpar a mí? — inquirió hablándole al semental negro que enseguida movió su cabeza afirmando.


Paula comenzó a reír al ver la actitud de ambos y llevó su mano para acariciar la crin del hermoso corcel negro, al tiempo que se acercaba y le ofrecía sus labios al guapo maestrante sobre su lomo. Sintió la mano de Pedro apoyarse en su cintura para atraerla más a él queriendo profundizar el beso y ella deseosa de recibirlo cedió ante su exigencia.


Minutos después la tarde comenzaba a caer, bañando con sus tonos naranjas y dorados todo el paisaje, envolviéndolos a ellos también que suspiraban abrazados mirando el atardecer. Después de su aventura en el establo dos días atrás, comenzaron a darse la libertad para compartir mucho más, aunque todavía se cuidaban de darse muestras de cariño delante de los demás, no por temor a lo que pudieran decir, sino para evitar que alguna imagen de ellos besándose se fuera a colar por “casualidad” en algún diario sensacionalista, deseaban cuidar su intimidad tanto como pudieran, evitar que la volvieran el circo de finales de verano.


—¿Regresamos? —preguntó Paula mirándolo a los ojos.


—Debemos hacerlo o dejarás de ser la favorita de mi madre… apenas le he dedicado tiempo desde que está aquí —respondió mostrando una sonrisa y se puso de pie primero, para después ayudar a Paula.


Ella se veía tan hermosa en ese conjunto de equitación que su madre le había regalado y mientras caminaba hacia donde pastaban los animales, él no pudo evitar quedarse rezagado para disfrutar del sensual balanceó de sus caderas y ese perfecto trasero enfundado en el ajustado pantalón beige, dejó ver una sonrisa cuando la vio subir con absoluta destreza sobre Estrella fugaz, sin requerir ya de su ayuda.


—Pues no ha sido mi culpa sino tuya, te empeñas en secuestrarme —indicó acomodándose en el lomo de la yegua.


—Para ser una mujer cautiva contra su voluntad es muy colaboradora señora Chaves, incluso juraría que disfruta cuando lo hago —señaló sonriendo mientras montaba sobre Misterio, después se acercó para darle un beso en los labios y la miró a los ojos— ¿Hacemos otra carrera para obtener mi revancha? —inquirió con esa sonrisa de medio lado que sabía tenía un efecto devastador sobre Paula.


Ella se quedó mirándolo unos segundos y aprovechando el factor sorpresa se alejó de él saliendo al galope sobre Estrella fugaz, en verdad era una yegua muy rápida, pero él tenía más experiencia, además sabía que Misterio estaba loco por ganarse a la vanidosa yegua y él a la altanera amazonas que se le había escapado haciéndole trampa.


Ignacio había llegado apenas hacía una hora, lo primero que tuvo que enfrentar fue las miradas de desconcierto e incluso de burla por parte de muchos de los hombres allí presentes. 


Caminó en compañía de Guillermo Reynolds quien había tenido la amabilidad de permitirle el acceso, hasta la casa que ocupaba Paula, pero ella no se encontraba en ésta.


—Debe estar de paseo en la yegua que Pedro Alfonso le regaló, sale cada vez que puede… y el actor la acompaña —mencionó de manera casual, pero buscando sembrar en Howard el resentimiento hacia Paula y sobre todo hacia el actor, al ver el gesto de dolor en el rostro del castaño y tuvo que contener su sonrisa.


Como era de esperarse eso sorprendió mucho a Ignacio, nunca había escuchado de boca de su novia que ella montara caballo o que al menos le gustaran esos animales, siempre que la invitaba a los torneos de polo en Los Hamptons, ella sacaba cualquier excusa. Pero nunca le dijo la verdad y terminó enterándose de la razón de su negativa, cuando Susana le contó que de pequeña Paula había sufrido un episodio traumático, por ello odiaba a los caballos, evidentemente algo había cambiado y él seguía descubriendo aspectos de su ex novia que la mayoría desconocía.


—Perdón… si peco de indiscreto pero, puedo hacerte una pregunta —se aventuró Guillermo una vez más, metería tanta cizaña como pudiera.


—Sí, no hay problema —indicó Ignacio con un tono hosco, pues ya sabía lo que el rubio deseaba saber y estaba cansado de la misma mierda.


—¿Ustedes terminaron antes del casting en L.A, verdad? —preguntó mirándolo a los ojos, no le permitiría escapar.


—Sí… —respondió con esa mentira, manteniéndole la mirada.


Lo hizo porque si Paula había retomado su relación con ese hombre no quedaría como el cornudo, además él era un caballero y no la expondría, aunque ella se lo mereciera. No agregó nada más porque ese hombre le daba la impresión de estar pescando en río revuelto, jugando para su lado
¿con qué objetivo? no lo sabía ni le interesaba ya.


—Claro, era de suponerse… sobre todo por lo cercano que se han mostrado ellos dos —indicó Guillermo mirando a otro lado sin darle mucho énfasis, no quería mostrarle sus cartas a Howard.


—¿Por qué lo dice? —peguntó sin poder evitarlo y se sintió estúpido.


—Bueno Ignacio… aquí todo el mundo sabe que Paula y Pedro tienen una relación, aunque ellos no lo han hecho público aún, pero son demasiado evidentes —decía mirándolo de soslayo para comprobar las reacciones de su acompañante—. Siempre pasan los recesos juntos y cada vez que pueden, como ahora, se escapan para pasear en sus caballos —finalizó mostrando una mirada mezcla de pesar e inocencia, como si no estuviera haciendo eso para herirlo o perjudicar a la escritora.


—Entiendo… bueno, igual supongo que cada uno está en libertad para hacer lo que desee. Yo también tengo una relación con otra mujer desde hace un tiempo y solo pasé a saludarla, nosotros nos separamos en buenos términos. Pero me encontraba en Roma atendiendo un negocio en representación de mi padre y se me ocurrió aprovechar para verla —hablaba con naturalidad, era un experto en esconder sus emociones desde hacía mucho, gracias a su padre que lo obligó a mostrarse siempre como un hombre fuerte y exitoso.


—Ya veo… en ese caso no tendrá nada de lo cual preocuparse —indicó fingiendo una sonrisa y su mirada fue captada por Paula que venía a todo galope sobre la yegua rojiza—. Precisamente está llegando, mírela que hermosa y diestra luce sobre ese animal, seguramente estuvo en alguna academia de equitación —indicó queriendo parecer casual, y su sonrisa se hizo más amplia al ver que la mirada de Ignacio Howard lo delataba.


Paula sentía su corazón latir a la misma velocidad que se desplazaba Estrella fugaz, la brisa le rozaba la piel mientras ella hacía gala de todo lo enseñado por Pedro, no solo años atrás sino en los últimos meses en los cuales se había perfeccionado mucho, él estaba a punto de ganarle y la
descarga de adrenalina que corría por su cuerpo le exigía ser vencedora una vez más. Al final cruzaron el arbusto que se había colocado como meta casi al mismo tiempo, pero él terminó llevándose la victoria, comenzó a bajar el trote de la yegua mientras su respiración sosegada también se calmaba.


—Vengo a exigir mi recompensa —esbozó Pedro acercándose a ella mientras intentaba
respirar de manera normal.


—Esto tu revancha… no dijimos… que tendrías una recompensa —indicó Paula con la voz entre cortada por el esfuerzo.


—Pues la merezco porque usted me hizo trampa señora escritora —le reprochó y al ver la picardía con que ella se reía, tomó las riendas de Estrella para jalarla hacia él dejándola tan cerca que sus rostros casi podían tocarse—. Dame un beso —le exigió mirándola a los ojos.


Paula sintió su sangre arder ante la actitud de Pedro que desbordaba sensualidad y fuerza, se veía tan apuesto con esa camisa negra que resaltaba su bronceado, el cabello desordenado por la brisa, su respiración agitada y lo mejor de todo la intensidad de su mirada; ella supo de
inmediato que no podía negarse y se acercó a él.


—¡Paula! —Guillermo la llamó interrumpiendo el beso que estaban a punto de darse, suponía que ya el ex novio de la escritora había visto lo suficiente y si no lo había hecho, él sí—. Mira quién ha venido a verte —anunció con una gran sonrisa mientras caminaba hacia ella.


Paula se sobresaltó al escuchar la voz del productor y se volvió de inmediato para mirarlo, pero nada la preparó para el golpe que resultó ver a Ignacio en ese lugar, se notaba más delgado y demacrado, o quizás fue la expresión de dolor que mostraba su rostro en ese instante. Se alejó de Pedro en un acto reflejo y encaminó la yegua hacia donde él se encontraba, sintiendo la imperiosa necesidad de consolarlo, de borrar de sus ojos esa mirada de resentimiento que le dedicaba.


Pedro ni siquiera supo cómo reaccionar ante lo que estaba sucediendo, solo consiguió quedarse allí viendo cómo Paula se aproximaba a ese hombre mientras lo miraba como si le
debiera algo. Salió del trance cuando vio la sonrisa burlona que mostraba el maldito de Guillermo Reynolds, lo veía como si le tuviera lástima y eso desató la ira en él.


—Paula —la llamó en un tono que le dejara claro a esos dos, que ella era su mujer y que ellos podían irse al mismo infierno, se volvió a mirarlo mostrándose asustada así que intentó relajarse—. Vamos a llevar a los caballos al establo y después recibes a tu visita —indicó suavizando el tono de su voz, su rabia no era contra ella.


—Pero tú puedes llevarlos Pedro y dejas que Paula se quede aquí —señaló Guillermo con un tono inocente pero sonreía.


Pedro sabía a lo que estaba jugando el productor, quería que hiciera un escándalo y así cobrarle el que Paula no le haya prestado atención por su causa. Estuvo a punto de conseguirlo pues poco le faltó para bajar de Misterio y caerle a golpes a ese infeliz, se salvó porque Paula habló antes deteniéndolo.


—Iré con Pedro… Ignacio espérame en el salón de la casa por favor, en unos minutos estaré contigo —mencionó y sin esperar una acotación más por parte de alguno de los tres, sintiendo que estaba en medio de un duelo, se dirigió hacia el establo.


Ignacio la vio alejarse y una vez más se preguntó ¿qué estaba haciendo allí? Había viajado tanto para comprobar con sus propios ojos que Paula le pertenecía a alguien más ¿era eso? Tanto vagar y torturarse con recuerdos para terminar allí siendo abandonado de nuevo, era así como ella lo había hecho sentir.


Arrancó su mirada de la maravillosa figura de la mujer sobre la yegua, que no parecía tener ni rastros de la cálida y tímida que lo enamoró años atrás. No podía negar que Paula removió todo dentro de él cuando la vio tan hermosa y feliz sobre la yegua, pero también le resultó tan extraña que se cuestionaba de qué podría hablar con ella, además de que ya le había dejado claro que prefería a ese hombre antes que a él.


—Supongo que la esperará, venga acompáñeme al salón —indicó Guillermo mostrándose serio, aunque por dentro festejaba. Su interés había cambiado de tener a Paula a joder al miserable oportunista de Pedro Alfonso, si él no podía tenerla pues el otro tampoco.


—Quizás no sea buena idea, no quiero causarle inconvenientes… —decía caminando para marcharse de allí.


—¡Claro que no hombre! Ella dijo que lo recibiría y tenga por seguro que así será, y por Alfonso no se preocupe, tiene ese aspecto amenazador pero Paula sabe muy bien cómo
dominarlo ¿no vio cómo se quedó callado? —inquirió burlándose y lo encaminó al salón de la casa que la escritora ocupaba, no estaba dispuesto a perder a su peón.


—Me da igual, pero está bien… vamos —contestó mirándolo.


Ignacio acompañó al hombre para que no creyese que le temía a Pedro Alfonso, eso era absurdo pues no había llegado hasta allí con la intención de hacer algún escándalo, mucho menos de perjudicar a Paula, solo permanecería unos minutos allí para no hacerle un desaire, mientras esperaría el taxi que pediría de inmediato.