miércoles, 19 de agosto de 2015

CAPITULO 135




Paula se encontraba de espaldas, apoyada con sus antebrazos en el balaustre que separaba la terraza del hermoso jardín de la propiedad de los Reynolds, aspiraba despacio para llenar sus pulmones de aire, buscando relajarse con ese ejercicio mientras el dulce aroma de las exuberantes y exóticas flores la envolvían, seguramente las habían traído de todas partes del mundo.


De pronto sintió como si algo cambiase, como si el ambiente se cargase de una energía distinta y supo que él estaba allí, podía sentir su poderosa presencia sin tener que volverse para confirmarla; luchó contra los nervios, debía mantenerlos a raya o harían que todo terminara en un desastre, cerró
los ojos infundiéndose valor y rogando a Dios para que le diera también la fortaleza de no dejarse llevar por sus deseos y mostrarse ante él segura.


Pedro captó la figura de Paula que bien podía asemejarse a la de un hada o una hermosa ninfa en medio de ese lugar, la luz de la luna la pintaba de plata, mientras el hermoso y sensual vestido blanco se movía al compás de la suave brisa que recorría cada espacio de la terraza e impregnaba con el aroma de las flores todo lo que allí se encontraba, él apenas si podía moverse para acercarse a ella, temía que si liberaba el suspiro que revoloteaba en su pecho Paula fuese a desaparecer.


Sin embargo, se llenó de valor y acortó la distancia entre ambos, no llegó como deseaba, como había anhelado; envolverla en sus brazos, pegarla a su cuerpo y hundir su rostro en el suave y níveo cuello, sentirla temblar al tiempo que él también lo hacía, nada de eso ocurrió, no debía, al menos no en ese momento, no sin que antes hablaran y aclararan las cosas. Pensó entonces que lo mejor era actuar de manera casual, para que ella se sintiera confiada, así que optó por algo que ya ambos sabían, pero que él deseaba confirmar.


—Jamás pensé que me enteraría que me amabas a través de una de tus novelas —esbozó de manera casual caminando despacio hasta ubicarse junto a ella, mientras le sonreía.


Paula se sintió contra la espada y la pared, no esperaba que él la abordarse de ese modo tan directo, los nervios se multiplicaron en su interior al sentirse sin escapatoria y el pánico intentó apoderarse de ella, pero supo actuar con rapidez y le dio la vuelta a las palabras de Pedrosonriendo para hacerle creer que sus palabras no la habían afectado en lo absoluto, podía mostrarse tan casual como él.


—Y yo jamás pensé que lo haría por medio de una entrevista y menos que esta fuera en señal abierta para todo tu país —le devolvió la estocada y su sonrisa se hizo más amplia cuando la sorpresa se reflejó en su hermoso semblante.
.

—Bueno… al menos yo lo hice para los pocos millones de italianos que me veían esa noche o los que se enteraron después cuando el canal tuvo la brillante idea de repetirla —indicó sonriendo también, él era mejor actor que ella y podía controlar con mayor facilidad sus emociones, vio que ella sonreía de nuevo y continuó—. Sin embargo, usted lo hizo para muchos más señora escritora… ¿Cuántos millones de libros ha vendido? ¿Cincuenta? ¿Sesenta? ¿Cien? —preguntó mirándola al tiempo que elevaba ambas cejas.


—Cerca de cien si tomas en cuenta los que se han colado por la red, que aunque no cuentan en ventas… si están al tanto de… —se detuvo antes de hablar de más y rápidamente retomó la conversación— ¡Vaya manera de hacer confesiones! —acotó intentando mostrarse casual y divertida, pero le desvió la mirada.


—Sí, creo que hemos innovado en ese aspecto, nada mal —comentó mostrando el mismo ánimo de ella.


—No, nada mal, sobre todo si obtienes el título de “La mujer que le rompió el corazón al mayor rompecorazones de Italia” —dijo mirándolo con diversión, pero sintiendo una extraña punzada en el pecho cuando él dejó ver solo media sonrisa y le esquivó la mirada.


—¡Qué título más largo! Pero supongo que tienes razón, eres la heroína de muchas mujeres en Italia y la envidia de otras tantas —esbozó de manera casual, aunque le había dolido lo que ella dijo no se lo dejaría ver, después de todo no mentía, le había roto el corazón.


Paula se sintió de pronto extraña y quiso agregar algo más, pero no supo qué decir, en principio quiso consolarlo y decirle que lamentaba haberlo hecho sufrir, pero recordó que ella también había sufrido, que había llorado mares por él y eso había sido su culpa, fue quien se negó a todo lo que ella le propuso para mantener la relación; además, que no tenía por qué traer a acotación la gran cantidad de ex amantes que había tenido antes y después de ella.


Él vio que ella se tensaba y no era eso lo que buscaba, prosiguió con un comentario que lo hiciera retomar la actitud de antes.


—Aunque debo reconocer que el mío me gusta mucho, después de todo sabes que adoro que me levanten el ego y ser “El hombre más deseado del momento” es verdaderamente notable —esbozó tomando las palabras que utilizase la actriz minutos atrás.


Ella le rodó los ojos ante su mención y él dejó libre una carcajada, le encantó ese gesto tan espontáneo de Paula, le gustaba mucho más esa que tenía ante sus ojos y no la que había encontrado días atrás en las audiciones, a la distante y fría, que le parecía una extraña.


Paula también comenzó a reír contagiada por el humor de Pedro, sentía que su cuerpo se relajaba y le agradecía que no hubiera llegado con intenciones de besarla o algo así, bueno eso la hizo sentir un poco decepcionada no podía negarlo, pero sabía que era lo mejor, mantenerse en un terreno que fuera seguro.


Vio cómo se colocaba de espaldas al jardín apoyándose en la barandilla que le llegaba apenas a la cintura, quedando de esa manera frente a ella, dejándola sin espacio para desviar la mirada a ningún lugar, la verdad era que tampoco podía hacerlo, igual que años atrás Pedro había atrapado su mirada.


Un silencio que extrañamente se volvió incómodo se apoderó del espacio mientras sus miradas se hallaban ancladas la una en la otra, por primera vez desde que se reencontraron se atrevían a mirarse de esa manera, a permitirse ese tipo de intimidad. No tenían motivos para seguir actuando como dos extraños, en ese instante podían ser ellos mismos, pues nadie los juzgaría por su comportamiento, incluso si se dejaban llevar por ese deseo que colmaba a sus cuerpos y que le pedía a gritos ser liberado. ¿Quién podía reprocharles algo? Sus únicos jueces serían solo ellos, ellos que debían decidir si seguir a sus consciencias o rendirse ante lo que sus corazones anhelaban, y creer una vez más en sus sentimientos.


Las emociones abrumaban a Paula, sentía que debía hacer o decir algo, después de todo ella lo había citado en ese lugar, era a ella a quien le correspondía poner las cartas sobre la mesa y dejarle claras a Pedro las reglas del juego.


Pedro, yo…—intentó hablar.


—Paula, quería… —mencionó él al mismo tiempo.


Ambos dejaron ver sonrisas nerviosas, ella liberó un suspiro y posó su mirada en el jardín, necesitaba evitar caer en el poder que tenía la mirada de él. Las frases que podía usar para salir de ese lapso se chocaban entre sí en su cabeza, pero ninguna lograba salir de sus labios y dar por terminada esa situación tan difícil, se sintió bien minutos atrás cuando todo fue tan relajado.


Pedro comprendió que ella estaba tan nerviosa como él, quería encontrar las palabras adecuadas para hacerla sentir cómoda y confiada. Le dio libertad a su corazón para que fuera quien hablara.


—Te extrañé —esbozó de repente con su mirada clavada en ella, sintiendo que su corazón hacía sus latidos lentos, pero fuertes.


Paula se volvió a mirarlo, mientras su cuerpo era recorrido por un sinfín de emociones, sentía que se había vuelto tan flácido que no se asombraría en lo absoluto si terminaba derretido en el suelo.


Solo una frase y ya Pedro la tenía a su pies, sin lograr evitarlo sus ojos se llenaron de lágrimas, sus piernas temblaron, en el pecho una sensación que no lograba definir se expandía y estaba ahogándola, cerró los ojos solo un instante y antes que pudiese darse cuenta de lo que hacía estaba respondiéndole.


—Yo también —fue su corazón el que habló, no la razón, esa se había esfumado, eso era evidente, su voz fue apenas un murmullo.


Él sintió que el sol salía en ese instante y llenaba de luz cada rincón de ese espacio, o al menos así sintió la calidez que lo bañó cuando esa sencilla, pero poderosa frase salió de los labios de Paula, una sonrisa afloró en los suyos y pudo jurar que su mirada se cristalizó.


Extendió su mano llevándola hasta donde se encontraba la de ella apoyada, con lentitud y suavidad rozó los nudillos; ese toque era tan pequeño y significativo al mismo tiempo, quizás muchos pensarían que después de amarse como lo hicieron, después de haberse entregado como no se entregaron a nadie más, eso no representaría nada para ninguno de los dos, pero fue todo lo contrario.


Un torrente de emociones se desbordó dentro de ambos, miedos y esperanza, dolor y alegría, dudas, esas eran quizás las que tenían mayor protagonismo, porque lo quisieran o no, hacía falta mucho más que una confesión para recobrar lo que tenían. Esa mezcla tan contradictoria estaba a punto de quebrarlos, tenían tanto que decir y sin embargo, no salía una sola palabra de sus labios, pero sus pieles se reconocían, ninguno de los dos se había olvidado la sensación que despertaba en ellos cuando se tocaban, ese desearse con locura, ese saber que nadie les haría sentir igual; sus miradas se posaron en la unión, buscando en ella el valor para continuar.


—Casi cuatros años… Pero no he logrado olvidar esto. Hace un momento, cuando te tomé de la mano antes que el señor Reynolds anunciara que había obtenido el papel, tu toque hizo que todo el miedo que sentía se esfumase… sigues teniendo ese poder sobre mí, sigues teniendo mucho más que eso —mencionó acercándose a ella.


—Ha pasado mucho tiempo… demasiado Pedro, las cosas ahora son tan distintas, nosotros estamos en dos mundos completamente ajenos, lejanos no solo por la distancia que nos separa, hablo en general, lo que vivimos en la Toscana fue… maravilloso, pero es pasado —mencionó intentando
alejarse de él.


Paula sentía que estaba al borde de un precipicio y la poderosa fuerza que desbordaba Pedro la empujaba con fuerza, acercándola cada vez más, sus palabras le hicieron temblar no solo el cuerpo sino el alma también, cuánto deseaba creer de nuevo, pero sabía que no podía hacerlo, debía evitar caer en sus encantos otra vez.


—¿Lo es? —le cuestionó buscando su mirada.


Pedro sabía que Paula deseaba ser fuerte, que al igual que él estaba aterrada por todo lo que podía resultar de ese encuentro, pero había llegado hasta allí sin importarle cuánto debía arriesgar con tal de tenerla de nuevo y no se rendiría tan fácil, menos porque ella le dijese que todo era pasado, podía apreciar cómo la afectaba, cómo sus miradas y sus gestos le confirmaban que aún sentía algo por él.


—¿Qué deseas que te responda? ¿Qué quieres escuchar? —preguntó sintiéndose molesta con él, pero sobre todo con ella por estar temblando como lo hacía.


—Primero que dejes de hablar como si tú y yo solo hubiésemos compartido una tarde en algún café de Florencia, que me mires a los ojos un instante y me digas que has olvidado todo… Eso que acabas de esbozar dímelo a la cara Paula —le exigió con la voz más grave de lo que era habitual en él. 


—Soy completamente consciente de lo que compartimos, no tienes que hacer un resumen de nuestra historia… —decía sonando exasperada, cuando él la interrumpió.


—¡No, por supuesto! Ya tú lo hiciste por los dos, te aplaudo el esfuerzo, no te pudo quedar mejor —esbozó sintiéndose de pronto muy molesto con ella por mostrarse tan renuente a hablar.


—Deja el sarcasmo para alguien más Pedro, sabes que lo odio, ya sé que no te gustó el libro y que piensas que el personaje que creé basándome en ti está completamente fuera de contexto.
Bueno, discúlpame ¡Eso fue todo lo que enseñaste de ti! No soy adivina para saber lo que pensabas… —esbozó furiosa, con las lágrimas haciéndole girones la garganta y una vez más él la detenía.


—Lo sabías…en el fondo lo sabías… ¿Qué me faltó decirte? Lo que tú tampoco quisiste esbozar Paula, porque para ser sinceros las culpas deberían estar repartidas de igual manera… ¿O acaso yo sí soy adivino? —inquirió mirándola a los ojos, impidiéndole escapar de su mirada y cuando vio
que ella intentó hacerlo le tomó el mentón con una mano—. Mírame —le ordenó y habló una vez más —. Tú no me dijiste nada, y yo tampoco lo hice, asumo mi parte de responsabilidad, ahora has tú lo mismo Paula —indicó con su mirada clavada en ella y sintiendo cómo su corazón latía pesadamente a la espera de su respuesta, la vio temblar y suavizó su agarre.


—Yo… no tengo… te lo demostré tantas veces —expresó sintiéndose dolida y acorralada, su voz se quebró al intentar contener las lágrimas que estaban a punto de rebasarla.


—¿Por qué siempre tenemos que estar discutiendo? —inquirió con pesar al ver el dolor reflejado en los ojos marrones.


Le acarició la mejilla con suavidad, un gesto para consolarla pues odiaba verla de esa manera, la sintió temblar y no pudo evitar que su pulgar se deslizara sobre ese perfecto y voluptuoso labio inferior. La vio cerrar los ojos sintiendo con claridad el suspiro que liberó y se estrelló contra su dedo, repitió la acción y Paula tembló de nuevo.


—Ven aquí —esbozó atrayéndola con su otro brazo para pegarla a su cuerpo y sintió de inmediato cómo ella se tensaba.


Pedro no… esto no puede ser… —intentó negarse y puso sus manos como barrera para evitar que él continuara.


—Solo déjame abrazarte Paula… antes que volvamos a discutir y a portarnos como dos estúpidos orgullosos, deja que te abrace como he deseado hacerlo desde que me subí al avión en Roma —le rogó mirándola a los ojos con intensidad, deseando trasmitirle la urgencia que lo embargaba.


Paula no pudo negarse, aun si lo hubiera deseado, que no lo hacía, resistirse a Pedro cuando le hablaba y la mirada de esa manera era imposible, ni siquiera los años separados habían logrado que ella construyera una coraza lo suficientemente fuerte para evitar que él le tocase el corazón cuando se mostraba así. Suspiró y deslizó sus manos hasta los constados de él mientras lo miraba a los ojos, sumergida de nuevo en ellos que eran su mar favorito, lo sintió acariciarle la espalda con ambas manos y el roce cálido e íntimo sobre su piel desnuda la hizo estremecer.


Pedro la envolvió entre sus brazos acercándola de tal manera que no quedara espacio entre los dos, gimió al sentir la suavidad del cuerpo de Paula apretado al suyo y de inmediato la calidez que se desprendía de ella lo colmó haciendo que su corazón se lanzase en una carrera desbocada. La sensación era exactamente la misma de años atrás, sencillamente perfecta y maravillosa, como si hubieran nacido para acoplarse de esa manera, pero había algo más y era que ahora tenía la certeza que la amaba y que lucharía por recuperarla.


Hundió su rostro en el delgado y terso cuello, dejando que su nariz dibujara un camino hasta su oído para embriagarse del dulce perfume a flores que ella usaba, se había arrepentido muchas veces de no haberle preguntado nunca cómo se llamaba, no logró dar con éste y había pasado casi cuatro
años sin sentir de nuevo ese aroma que lo enloquecía, llevó sus labios hasta la oreja de Paula.


—Sigues usando el mismo perfume —susurró mientras deslizaba sus dedos por la delicada piel de la espalda femenina.


Ella tardó en comprender sus palabras, su cerebro había quedado en segundo plano en el mismo instante que sintió el tibio aliento de él estrellarse con la sensible piel de su oído, y no pudo controlar el temblor que la recorrió cuando sus dedos se deslizaron por su columna llegando hasta el final de su escote, jadeó cuando sintió que la otra mano de Pedro se apoderaba de su nuca con una caricia lenta y sensual que encendió una llama en su interior.


No se había atrevido a tocarlo de la misma manera, sus manos se mantenían apoyadas ligeramente en la fuerte espalda de él, aferrada a la poca cordura que le quedaba, solo las mantuvo allí pues sabía que si él notaba la más mínima muestra de deseo por su parte no descansaría hasta tenerla de nuevo y no estaba segura de tener la voluntad para evitar que algo como eso sucediera.


—Tú también —susurró buscando que ese comentario fuera casual, necesitaba demostrarle que él ya no tenía el poder para afectarla, aunque eso fue una misión prácticamente imposible.


—No creí que lo recordaras —esbozó con una sonrisa.


Paula cerró los ojos con fuerza reprochándose internamente por haber sido tan estúpida, se suponía que debía hacerle ver que ya lo había olvidado, que ella había tenido la voluntad y la madurez para dejar atrás aquella aventura de verano; pero contrario a eso cada vez más exponía ante él lo que todavía sentía.


—Algunas cosas se quedaron en mi memoria… pero he olvidado la mayoría —mintió descaradamente y supo que él lo había notado.


—¿Si? La verdad no lo parece, digo, por la manera tan detallada en que describiste cada escena dentro del libro… Yo por el contrario pensaría que recuerdas todo perfectamente —dijo con arrogancia.


—Lo escribí hace… mucho tiempo, justo después que nos separamos y no lo había publicado porque pensaba que no gustaría —una mentira más que escondió aprovechando que él seguía con esa deliciosa exploración en su cuello, ya había perdido la cuenta de todos los suspiros que se estaban quedando atrapados en su pecho.


Él sonrió contra la piel de su hombro y deslizó una vez más su mano hasta la delgada cintura de ella, sintiendo bajo sus dedos cómo se erizaba. Paula podía mentir todo lo que quisiera, pero su cuerpo la dejaba al descubierto y le gritaba que ella aún lo seguía deseando, que no lo había olvidado como pretendía hacerle creer.


—¿Ya te sientes satisfecho? Es que te envié a buscar para que habláramos de algo muy importante —se obligó a decir al ver que él no tenía intenciones de soltarla, en el fondo ella tampoco quería que lo hiciera, pero debía anteponer lo que deseaba a lo que debía hacer.


—¿Satisfecho? —preguntó y luego gimió—. No. En lo absoluto Paula —contestó moviéndose para mirarla a los ojos, pero sin llegar a separarse de ella—. Sabes muy bien que mis instintos no se pueden saciar solo con un abrazo —susurró mientras deslizaba una de sus manos por el torso y lo apoyaba en la cadera de ella.


—No estás tomando las cosas en serio Pedro —esbozó Paula después de libertar un jadeo al ver su actitud.


Antes le había desconcertado que no se mostrara de esa manera, y ahora que lo hacía no sabía si deseaba que se detuviera o por el contrario que continuara. La sensación de la seda deslizándose entre la mano fuerte de él y su piel era tan exquisita que le trajo viejos recuerdos, recuerdos de una extraordinaria noche en Varese.


—Necesitamos hablar… por favor —pidió retomando su postura.


—Sí, claro debemos hablar… pero antes solo una cosa más —indicó él mirándola a los ojos.


—¿Qué? —inquirió ella sin saber que esperar.


—Esto —mencionó mirándole los labios.


Antes que Paula pudiera descubrir sus intenciones y reaccionar sintió cómo Pedro atrapaba sus labios en un beso que hizo añicos todo su autocontrol, intentó negarse a ese gesto apretando sus labios, pero solo bastó con que él los acariciara con su lengua humedeciéndolos, y envolviera con sus cálidas y fuertes manos su cuello para que todas sus defensas cayeran al suelo como fichas de dominó, se aferró a la espalda de Pedro al sentir que sus piernas flaqueaban y cuando él rozó por segunda vez sus labios ella no pudo resistirse más, así que cedió a la petición que le hacía separándolos y gimió cuando el pesado y ágil músculo entró de lleno en su boca, para de inmediato comenzar a acariciar su lengua desatando de esa manera todos sus deseos, abrió más la boca entregándose también al juego.


Pedro gimió al sentirse el conquistador de Paula, había extrañado tanto sus besos que le parecían siglos en lugar de años desde la última vez que la besó, el intercambio que en un principio ejerció presión para hacer que ella cediera se fue suavizando poco a poco, sus brazos bajaron hasta el talle de ella y la envolvieron pegándola a su cuerpo, deseaba sentirla como años atrás cuando sus cuerpos se unían casi hasta ser uno solo con un simple abrazo, aunque justo en ese momento deseaba mucho más de ella.


Pedro… espera… —decía sin dejar de responder a los toques de labios que él le daba, suspirando y gimiendo cuando su experta lengua acariciaba lugares que la hacían estremecer.


Él no deseaba escucharla en ese momento, solo quería sentirla y saberla suya una vez más, así como lo fue años atrás, mientras dejaba que esa maravillosa felicidad que lo recorría llenara el vacío que había sentido por más de tres años. Era tan palpable el deseo en Paula que ya no le quedaban dudas, lo que ella había sentido por él aún seguía allí latente, no era parte del pasado como había dicho.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella con la voz ahogada y los párpados cerrados, ni siquiera se atrevía a mirarlo.


—¿Qué crees que estamos haciendo Paula? —contestó con otra interrogante y su tono dejaba sentir la risa contenida.


—Algo que no debemos… —decía intentando centrarse de nuevo, abrió los ojos y todo fue peor pues él se veía tan hermoso que le robó todo el aliento, se aferró a los brazos masculinos para no caer.


—Algo que deseamos, no metas al estúpido deber en esto —respondió con determinación y retomó de nuevo el beso.


Ella jadeó ante el contundente asalto y no pudo más que dejarse llevar por la pasión que él había desatado, sus labios se abrieron una vez más para recibir todo lo que Pedro le ofrecía y al mismo tiempo para entregarle lo que había estado por tanto tiempo guardado dentro de ella. Se pegó más al cuerpo de él y llevó sus manos hasta la nuca para colgarse de allí y evitar terminar derretida en el suelo, mientras gemía sintiendo que él lo hacía junto a ella y de pronto todo se llenó de luces y calidez, el sentimiento que la envolvió fue perfecto.


Él al ver que al fin Paula se había entregado por completo se deleitó recorrieron la hermosa espalda que tantos sueños le había robado, deslizando sus dedos por la suave línea de su columna hasta llegar al final del escote y se aventuró a ir más allá rebasando la frontera que le había puesto la seda. 


Ella se tensó unos segundos pero él la persuadió una vez más para que dejara de pensar y se dedicara solo a sentir, dejando que su lengua masajeara con suavidad cada recoveco dentro de la boca de Paula y entregándole gemidos para que supiera cuánto estaba disfrutando todo eso.


—¡Mujer, me sigues enloqueciendo! —exclamó en su cuello cuando sus dedos se toparon con la delicada tela de su ropa interior.


Gruñó contra la tierna y nívea piel de la garganta de ella al sentir cómo Paula le jalaba el cabello y gemía pegándose más a él. Una vez más sus labios se unieron y su mundo fue completamente extraordinario de nuevo, pues solo existían ellos dos, y ese sentimiento que compartían, que no había menguado en todos esos años distanciados.







CAPITULO 134




Pedro se encontraba de nuevo en su lugar después de haber bailado un par de piezas con Kimberly Dawson y tener que escucharla parlotear sobre un montón de cosas a las cuales apenas si le prestó atención, desde que vio que Paula se marchaba de la mesa en compañía de su agente no había tenido cabeza para nada más que para desear ir tras ella, temía que fuera a irse de la fiesta sin antes hablar con él o tuviese una idea errónea de lo que quiso decir.


—Pepe toma tu teléfono vibró, creo que acaba de entrar un correo —mencionó Lucca sacándolo de sus pensamientos.


—Gracias —contestó un poco extrañado y de repente su corazón empezó a latir mucho más rápido. Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando vio el nombre del remitente.


De: Jaqueline Hudson
Para: Pedro Alfonso.


Asunto: Sea discreto.


Señor Alfonso necesitan hablar con usted, por favor diríjase hasta la terraza que da al jardín y evite que alguien lo siga. Yo lo estaré esperando en el pasillo.

Jaqueline Hudson.


Pedro apenas podía salir de su asombro, ella le había prometido que hablarían esa noche y lo había cumplido, lo estaba esperando, el mensaje lo había enviado su agente, pero él sabía que era Paula quien le había ordenado lo hiciera, al parecer la rubia estaba al tanto de todo, ahora se explicaba por qué tenía esa cara de pocos amigos cuando lo vio la primea vez, o por qué después de ese primer encuentro se había mostrado menos distante, cómo lo había apoyado en un par de ocasiones e incluso lo había felicitado por obtener el papel con verdadero entusiasmo.


—Tengo que ir… al baño, regreso ahora —le dijo a Lucca la primera excusa creíble que se le vino a la mente.


—Tranquilo ve, si alguien pregunta por ti yo me encargo —contestó sin mirarlo a los ojos.


Sabía que si lo hacía Pedro notaría que él había descubierto, bueno, que al menos intuía que algo pasaba con Paula Chaves y que precisamente iba a verse con ella, pues la escritora no se encontraba en la mesa. Le bastó con verlos a los dos mientras bailaban para confirmar lo que ya
sospechaba, Paula Chaves era esa misteriosa mujer de la cual Pedro se había enamorado durante su estadía en la Toscana. Todo parecía indicar que ella también se había enamorado de él por la forma en que se mostraba, y lo que era más evidente aún, ambos seguían guardando poderosos sentimientos que los unían.


Pedro salió del lugar procurando evitar llamar mucho la atención, apenas entregaba sonrisas amables a las mujeres que se cruzaban en su camino, se fingió agotado cuando un grupo intentó retenerlo en su mesa y se excusó con ellas siendo lo más cortés posible, lo único que deseaba era llegar hasta donde estaba Paula.


—Señor Alfonso —la voz de Jaqueline Hudson lo detuvo—. Sígame por favor, Paula lo está esperando.


—Gracias —mencionó con una sonrisa e hizo lo que le pidió.


—No tiene de qué, solo… recuerde que lo que está aquí en juego es muy importante para todos, pero sobre todo para Paula, así que por favor escúchela e intente ponerse en su lugar, compréndala y colaboré con ella en todo lo que le pida —mencionó Jaqueline con seguridad mirándolo a los ojos, él era guapo y podía derretir a cualquier mujer, pero cuando se trataba de proteger a Paula se convertía en un témpano.


Fue consciente de inmediato que la rubia no le estaba pidiendo algo, eso era claro, se lo estaba exigiendo. Y aunque no le gustó mucho el tono intentó responderle de la mejor manera.


—No se preocupe, soy consciente de todo y le aseguro que jamás haría algo que perjudicara a Paula, todo lo contrario me propongo cuidar de ella tanto como me lo permita —señaló mirándola a los ojos para que viera que hablaba en serio.


Jaqueline asintió en silencio, ese hombre le inspiraba confianza, después de ello le indicó con la mano una puerta de cristal que se encontraba abierta para que entrara, quedándose ella fuera y dándole la espalda para darles privacidad y al mismo tiempo vigilar el lugar.






CAPITULO 133



Todo el público de pie aplaudía la actuación de la banda que se despedía en ese momento, Paula y Pedro también se unieron a los demás, agradeciendo de esa manera la
distracción, para ganar un poco de tiempo antes de tener que enfrentarse a la ola de especulaciones que seguramente se generó en su mesa, aunque al parecer no había sido solamente en esa, a medida que avanzaba entre los demás invitados, todos les sonreían y les dedicaban miradas cargadas de curiosidad.


—Una gran presentación de Bon Jovi, lástima que tuvieran que terminar tan pronto y que yo no haya tenido la oportunidad para bailar contigo Paula… Debo reconocer que me ganó la mano señor Alfonso —dijo Guillermo viéndolos llegar a la mesa.


De inmediato ofreciéndole una silla a Paula para que ocupara de nuevo su lugar junto a él y evitar que el italiano le robara su atención, no sabía por qué, pero sentía como si él se encontrase empeñado en atraer la atención de ella y no estaba dispuesto a cedérsela, no ahora que tenía una oportunidad de verdad con ella.


—No sabía que estuviésemos compitiendo por algo señor Reynolds, simplemente me nació compartir una pieza con la señorita Chaves y tuve la suerte que ella aceptara, además de un gran placer ya que es una bailarina excelente, muchas gracias nuevamente —esbozó mirando primero al hombre con seriedad y después a ella, a quien le dedicó una sonrisa de esas que deslumbraban.


—No tiene nada que agradecer, para mí también ha sido un placer, pero no deberían ignorar de esa manera a las demás damas presentes, ellas seguramente también estarán gustosas de compartir alguna pieza con ustedes o cualquier otro de los caballeros en la mesa —indicó Paula en tono
serio, de pronto se sintió como una pelota de tenis en medio de esos dos y no le gustó para nada.


—Mi amiga tiene razón caballeros, recuerden que nosotras también estamos aquí —les reprochó Jaqueline mirando a ambos—. Por lo pronto Thomas levántate de esa silla y ven a bailar conmigo… —indicó al tiempo que le extendía la mano al hombre con una gran sonrisa—. Aquello de esperar a que un hombre te invite a bailar se quedó en el siglo XVIII y como yo me considero una mujer de este tiempo, no tengo ningún problema en invitarte, así que vamos —finalizó colocándose de pie y el director la siguió con una sonrisa.


—Bueno señores, en vista que esto es una fiesta y hemos venido a aquí a disfrutar yo me sumo a la petición de la señora Hudson… señorita… — el mayor de los Alfonso se detuvo.


Lisandro habló sorprendiendo un poco a los presentes en la mesa, aunque se había mostrado amable y buen conversador nadie se imaginó que sería uno de los que sacaría a bailar a las damas.


—Señorita Diana ¿Puedo llamarla así? —inquirió primero ante la mirada sorprendida de la chica, ella asintió en silencio— ¿Le gustaría bailar conmigo? —preguntó colocándose de pie.


—Sí, claro… ¿No tiene problema en que lo llame Lisandro? —inquirió con una sonrisa recibiendo la mano que él le ofrecía.


—En lo absoluto, es más estoy en contra de todo trato de señor a un hombre menor de cincuenta años, cuando nos encontramos entre amigos —contestó sonriendo de manera coqueta.


—Me parece genial, entonces usted ahórrese el “señorita” y llámeme solo Diana por favor, ahora vamos antes que nos dejen sin espacio en la pista —dijo ella mucho más animada.


Así uno a uno fue saliendo en compañía de su pareja y aunque a Guillermo no le resultó agradable tener que dejar a Paula a solas con el actor, no le quedó más remedio que hacerlo, pero rogaba en pensamientos que su padre, Kim o Thomas regresaran a la mesa lo antes posible y evitar que el
italiano le ganase de nuevo la partida.


Pedro sentía que al fin el momento de hablar con Paula había llegado, la mezcla de sentimientos que lo había invadido minutos atrás regreso hasta él, respiró profundamente para calmar los latidos de su corazón y enfocarse, sabía que el tiempo una vez más corría en su contra pues de un momento a otro los demás regresarían.


Paula también sentía que todos los nervios que minutos atrás la embargaron regresaban multiplicados, intentaba no fijar la mirada en Pedro, simulando que toda su atención se
encontraba en las personas que danzaban, sin querer ser consciente que justo en ese momento se hallaba sola en la mesa con el actor. Empezó a sentir como que el aire se hacía más denso y el peso de la mirada de él sobre ella le estaba exigiendo que se volviese a verlo, podía sentirlo aunque no lo mirara y su corazón volvió a latir con una fuerza arrolladora cuando al fin sus ojos se toparon con los
azules.


Él le regaló una sonrisa, una de esas que solo le entregaba a pocas personas a las que realmente apreciaba, amplias, verdaderas, de las que iluminaban su mirada. Quería hacerla sentir confiada, alejar de ella toda esa tensión que parecía estar a punto de quebrarla, se disponía a extender su mano
por encima de la mesa para tomar la que Paula tenía apoyada sobre ésta, simulando que alisaba un poco el mantel, era evidente que se encontraba tan nerviosa como él.


—Esta fiesta es grandiosa, ¿no les parece? —escucharon que preguntaba Kimberly acercándose a la mesa.


Ambos se sobresaltaron como si hubiesen sido sorprendidos en alguna travesura, se volvieron a mirar a la mujer que les sonreía y con todo el desenfado que la caracteriza se sentaba de nuevo junto al castaño, para después hacerle seña a un mesero que pasaba junto a ellos con una bandeja repleta de copas de champagne.


Pedro al ser el único hombre en la mesa fue quien recibió las bebidas, le dio una a la actriz, le ofreció otra a Paula y tomó una para él, bebiendo un gran trago para pasar la molestia que le había causado esa nueva interrupción, se había prometido ser paciente, pero no era una de sus principales cualidad, quería levantarse y llevarse a Paula con él a un lugar donde nadie pudiera molestarlos.


—Sí, es una fiesta maravillosa señorita Dawson —contestó Paula que sentía haber sido salvada una vez más.


—Por favor Paula, no me llames de esa manera, es algo anticuado y muy aburrido, además ambas sabemos que no lo somos, dejemos de lado el protocolo y los conceptos que nos impone la sociedad, después de todo tú serás mi mentora para hacer de Priscila Hamilton mi mejor interpretación… estoy segura que seremos grandes amigas —esbozó con una gran sonrisa.


—No lo hago por ninguno de esos motivos, sino porque me parece lo correcto, es el trato que deben darse dos personas que apenas se conocen… —decía cuando la actriz la detuvo.


—Pero… Guillermo y tú apenas se conocen y él ya te llama por tu nombre de pila. Pedirnos a nosotros que te tratemos con tanta distancia cuando él no lo hace es un poco hipócrita, bueno es mi forma de ver las cosas, si vamos a ser un equipo, todos debemos recibir el mismo trato ¿no te parece Pedro? —preguntó volviéndose hacia él con una ceja perfectamente arqueada.


—Me parece que es justo que todos tengamos el mismo trato, eso hará que el equipo funcione como tal. Sin embargo, si no es del gusto de la señorita Chaves que la llamemos por su nombre de pila y que otras personas sí, creo que está en todo su derecho —comentó de manera casual, aunque se notaba que se había tensado.


—No tengo problema en que me llame por mi nombre, solo consideraba adecuado hacerlo de esa manera en tanto nos conocíamos mejor, pero si lo desea puede llamarme solo Paula, igual usted Kimberly, no tengo ningún tipo de preferencia por alguien del equipo en particular —señaló mirando primero a Pedro a los ojos y después a esa mujer que tan mal le caía.


—Perfecto, ahora que ya estamos en confianza ¿Pedro me invita a bailar? Lo hizo con Paula, pero siendo nosotros los protagonistas de Rendición debimos ser los primeros en hacerlo —puntualizó extendiéndole la mano al chico.


—No sabía que ese fuese un requisito estipulado en el contrato, es decir, que debía bailar primero con usted, no soy del tipo de hombres a los que le gustan las imposiciones Kimberly, siempre me he regido por mis propias reglas, sin quitarles el derecho a los demás a establecer las suyas propias y de llegar a un acuerdo que nos deje conforme a todos, me gustaría que lo tuviese claro —expuso serio.


—¡Wow! Te escucho hablar y es como si estuviese en medio de una discusión con Franco Donatti, inquebrantable e imponente como él… ¿Acaso todos los italianos son como el que mostró Paula en su libro? —preguntó intrigada mirándolos a ambos.


—No, solo el que ella conoció… —esbozó el actor sin poder evitarlo y aunque intentó retener sus palabras ya se habían liberado, vio cómo Paula se tensaba y una vez más quiso golpearse, no debía exponerla de esa manera, buscó la manera de arreglar lo que podía terminar en un desastre.


Kimberly no apartaba su mirada del hombre, en verdad era muy apuesto y tenía una especie de magnetismo que la atraía hacia él con fuerza, sabía que la química entre una pareja protagoniza era primordial y aunque una de sus reglas de oro era no involucrarse con sus parejas de trabajo, estaba considerando romperla por él.


Paula sintió su corazón lanzarse en latidos desbocados de nuevo, apenas había logrado sosegarlos un poco y esa declaración de Pedro la puso a temblar una vez más, luchó por no dejar ver que sus palabras la habían afectado y casi se convirtió en una piedra.


—Supongo que debió conocer a alguien que le inspirase para hacer a un personaje tan parecido a la realidad de los hombres italianos, no todos somos idénticos a Franco, pero en su mayoría el hombre italiano tiene ese carácter del demonio que muestra el personaje —explicó sin mucho énfasis, después se colocó de pie y le ofreció su mano a la actriz—. Ya te irás dando cuenta cuando viajemos a Italia y tengas la oportunidad de conocernos a todos mejor, estoy seguro que después de seis meses tendrás tus propias conclusiones —finalizó mirándola.


—Créeme estoy ansiosa por hacerlo, ver qué tanto hay de cierto en todas esas cosas que se supone han hecho del personaje de Franco, el hombre más deseado del momento y tú serás el encargado de enseñármelo —comentó con total desfachatez.


—O bien puedes preguntárselo a Paula, después de todo fue ella quien creó al personaje no yo, pienso que ambos tenemos perspectivas muy distintas del mismo, no es mi trabajo cuestionar la visión de la escritora o la guionista, sino buscar la manera de darle vida al personaje desde mi apreciación del mismo, e intentar que esta sea del agrado del equipo y del público, solo eso — comentó como si no le importase mucho, debía desligarse de Franco tanto como pudiese o volvería a cometer el error de hacía un momento.


—Me gusta y me parece muy interesante su planteamiento, creo que han tomado la decisión acertada al darnos a ambos este protagónico, nos llevaremos muy bien Pedro, bueno pero no hagamos esperar más a nuestro público, que seguro está desesperado por vernos juntos —dijo colocándose de pie.


—Volvemos en un momento Paula, con su permiso —mencionó él viéndola directamente a los ojos.


— No hay problema, vayan a deleitar a su público, después podemos seguir con esta conversación —esbozó de manera despreocupada desviándole la mirada.


Él asintió en silencio intuyendo que quizás había lastimado de algún modo a Paula. No supo cómo manejar la situación, no debía mostrar mucho interés por el personaje de Rendición o podía despertar sospechas, hasta ese instante todo había marchado bien. Pero no sabía por cuánto más
podría resistirse a los deseos que tenía de acercarse a ella para tener mucho más que un baile, cuánto podía aguantar cuando se encontrasen de nuevo en la Toscana.


Paula sentía que poco a poco se adentraba a un mundo para el cual no estaba preparada, o peor aún sería parte de una situación que tal vez no pudiese controlar, cada vez que Kimberly Dawson se mostraba descaradamente interesada en Pedro a ella le hervía la sangre, sentía que una sensación nada agradable se instalaba en su pecho y se creaba un peso en su estómago, algo la presionaba haciéndole difícil respirar, jamás había experimentado algo así y eso también debía agradecérselo, ahora sabía cómo se sentían los celos.


Minutos después cuando Jaqueline regresaba a la mesa después de haber bailado al menos unas cuatro piezas con Thomas Whitman.


—Jackie acompáñame al baño por favor —le pidió después que la viera beberse una copa de champagne de un trago.


—Por supuesto, necesito ir —contestó colocándose de pie.


—Jackie necesito que me ayudes… tengo que hablar con Pedro y no puedo hacerlo delante de todos, tenemos que vernos en un lugar que sea seguro…—decía cuando ésta la interrumpió.


—Por supuesto que no puedes hacerlo delante de todos, eso es obvio. ¿Dónde quieres que sea? ¿Te parece bien una de las habitaciones de invitados? —preguntó con malicia.


—¡Jaqueline no estoy para bromas! —se quejó mirándola.


—Está bien… está bien, era solo una sugerencia, es decir, por la forma en cómo se muestran… — no pudo continuar.


—¿La forma en cómo nos mostramos? ¿Qué quieres decir? —inquirió desconcertada y nerviosa.


—Paula ese hombre prácticamente te come con la mirada y tú... pues, tú estás que apenas puedes resistirte. Claro yo no te culpo, en otras circunstancias y siendo yo, la verdad me hubiera escapado con él, pero como no soy yo sino que eres tú, sé que jamás harías algo así y que toda esta situación te trae con los nervios de punta, entiendo que te sientas intimidada ante la actitud de Alfonso —expuso mientras se retocaba el maquillaje.


—Él no me intimida… —decía y la mirada de Jaqueline la hizo detenerse, dejó libre un suspiro y continuó—. Bueno está bien lo admito, sí lo hace, pero no puedo dejar que me descontrole, tú sabes perfectamente el tipo de desastre que ocurría si nos dejamos llevar, si mostramos más de lo que
debemos…—su tono de voz mostraba su urgencia por tenerlo todo bajo control.


—¿Tienes miedo de no poder resistirte y terminar dejándote llevar? Eso es natural Paula, aún deseas a ese hombre y él te desea a ti de igual manera… creo que todo esto es cuestión de tiempo.


—Jackie no hablo solo de eso, ya sé que el traidor de mi cuerpo se muere por tenerlo cerca, pero créeme lograré resistirme. El problema aquí es otro mucho más grave. Hace un momento la odiosa de Kim Dawson le dijo que era idéntico a Franco, que podía jurar que era con él con quien hablaba, sé que Pedro intentó darle la vuelta al asunto, pero igual terminó diciéndole que seguramente yo había conocido a un hombre en Italia y que me inspiró, si seguimos así vamos a terminar delatándonos —dijo a punto de entrar en pánico.


—Es lo más probable. Estoy contigo nadie debe enterarse de lo de ustedes, al menos no hasta que podamos prepararnos para manejar una situación así, hasta que ambos lleguen a un acuerdo y elaboren una versión que no vaya a perjudicarlos… tienes razón deben hablar ahora mismo —se mostró de acuerdo con su amiga.


—Bien ¿Qué propones? —preguntó sintiéndose aliviada.


—Tiene que ser un lugar donde puedan tener privacidad, pero no tanta para que no vayan a suscitar rumores si alguien llega a verlos, puede ser una de las terrazas, las que tienen vista al jardín parecen ser las mejores, tienen poca luz y no he visto a nadie dirigirse hacia ellas, la fiesta está
concentrada en el lado opuesto —dijo mirándola.


—Sí, lo noté desde que llegamos, bueno ya tenemos el lugar, solo falta hacer que Pedro se entere y llegue hasta éste… claro si logra librarse de Kimberly —esbozó sin ocultar su molestia.


—Yo me encargo de ello y de vigilar por si alguien decide tener también una reunión privada en el mismo lugar —comentó con media sonrisa ante la cara de reproche de Paula.


—¿Qué harás? —la interrogó al ver que sacaba su móvil.


—Voy a enviarle un correo, vi que su agente tenía dos teléfonos y uno de ellos debe ser el de Pedro —contestó al tiempo que posaba sus dedos en la pantalla táctil.


—Jackie espera… ¿Crees que sea seguro? Es decir, si el señor Puccini lee el mensaje podría darse cuenta de todo…—pronunció.


—Ya lo ha hecho y no creo que vaya a exponer a su pupilo de alguna manera, pude notarlo en su expresión cuando el italiano te invitó a bailar y debo decir que él también descubrió que yo estoy al tanto, te juro que intenté disimular mi emoción al verlos juntos, pero no pude… hacen linda pareja — acotó un poco apenada.


—¡Dios! Bueno seguro es un hombre prudente, pero intenta no ser tan explícita en el mensaje, no quiero que se preste para malos entendidos… solo dile que necesito hablar con él urgentemente — señaló rogando para que eso no fuese un error.


—Tranquila, lo enviaré al correo personal de Alfonso para que sea solamente él quien lo vea, intenta calmarte Paula, parece que estuvieras a punto de un colapso —la reprendió con suavidad.


Ella asintió en silencio y respiró profundamente mientras colocaba sus manos bajó el grifo del agua y las dejaba empaparse por completo, miró su reflejo en el espejo y ciertamente lucía trastornada, si quería evitar que alguien se diera cuenta de todo, debía empezar por controlarse, respiró profundamente y contó con los ojos cerrados.


—Listo, ya está… en unos minutos podrán reunirse finalmente, y hablarás con él sin nadie de por medio, ahora vamos antes que te arrepientas —dijo la rubia viendo el terror en la mirada de su amiga.


Salieron del baño saludando a las damas que entraban y se encontraban como la mayoría, algo tomadas, eso podía beneficiar los planes de Paula. Llegaron hasta la terraza y estaban por entrar al lugar pero Jaqueline la detuvo y Paula se tensó de inmediato.


—Espera… —esbozó la rubia mientras detenía a un mesero—. Me da una por favor —le pidió al hombre con una sonrisa, él le entregó una copa de champagne de inmediato con el mismo gesto y le ofreció una a Paula también, la castaña negó con la cabeza—. Ésta es para ti y esa para mí,
muchas gracias señor es muy amable —dijo despidiéndolo mientras sostenía las dos copas.


—No quiero tomar Jackie, me pondrá los nervios peor —señaló.


—Por el contrario, te ayuda a relajarte, vamos tómala —indicó entregándosela, y al ver que Paula le daba apenas un sorbo habló de nuevo—. Bébela toda Paula Chaves y deja de comportarte como una adolescente por favor. ¿Es ésta la imagen que le quieres mostrar a tu ex amante? —preguntó mirándola a los ojos.


Paula negó con la cabeza y terminó la copa de un trago, dejó libre un suspiro y cerró los párpados un momento para concentrarse, obligándose a actuar como la mujer adulta que era.