miércoles, 19 de agosto de 2015

CAPITULO 135




Paula se encontraba de espaldas, apoyada con sus antebrazos en el balaustre que separaba la terraza del hermoso jardín de la propiedad de los Reynolds, aspiraba despacio para llenar sus pulmones de aire, buscando relajarse con ese ejercicio mientras el dulce aroma de las exuberantes y exóticas flores la envolvían, seguramente las habían traído de todas partes del mundo.


De pronto sintió como si algo cambiase, como si el ambiente se cargase de una energía distinta y supo que él estaba allí, podía sentir su poderosa presencia sin tener que volverse para confirmarla; luchó contra los nervios, debía mantenerlos a raya o harían que todo terminara en un desastre, cerró
los ojos infundiéndose valor y rogando a Dios para que le diera también la fortaleza de no dejarse llevar por sus deseos y mostrarse ante él segura.


Pedro captó la figura de Paula que bien podía asemejarse a la de un hada o una hermosa ninfa en medio de ese lugar, la luz de la luna la pintaba de plata, mientras el hermoso y sensual vestido blanco se movía al compás de la suave brisa que recorría cada espacio de la terraza e impregnaba con el aroma de las flores todo lo que allí se encontraba, él apenas si podía moverse para acercarse a ella, temía que si liberaba el suspiro que revoloteaba en su pecho Paula fuese a desaparecer.


Sin embargo, se llenó de valor y acortó la distancia entre ambos, no llegó como deseaba, como había anhelado; envolverla en sus brazos, pegarla a su cuerpo y hundir su rostro en el suave y níveo cuello, sentirla temblar al tiempo que él también lo hacía, nada de eso ocurrió, no debía, al menos no en ese momento, no sin que antes hablaran y aclararan las cosas. Pensó entonces que lo mejor era actuar de manera casual, para que ella se sintiera confiada, así que optó por algo que ya ambos sabían, pero que él deseaba confirmar.


—Jamás pensé que me enteraría que me amabas a través de una de tus novelas —esbozó de manera casual caminando despacio hasta ubicarse junto a ella, mientras le sonreía.


Paula se sintió contra la espada y la pared, no esperaba que él la abordarse de ese modo tan directo, los nervios se multiplicaron en su interior al sentirse sin escapatoria y el pánico intentó apoderarse de ella, pero supo actuar con rapidez y le dio la vuelta a las palabras de Pedrosonriendo para hacerle creer que sus palabras no la habían afectado en lo absoluto, podía mostrarse tan casual como él.


—Y yo jamás pensé que lo haría por medio de una entrevista y menos que esta fuera en señal abierta para todo tu país —le devolvió la estocada y su sonrisa se hizo más amplia cuando la sorpresa se reflejó en su hermoso semblante.
.

—Bueno… al menos yo lo hice para los pocos millones de italianos que me veían esa noche o los que se enteraron después cuando el canal tuvo la brillante idea de repetirla —indicó sonriendo también, él era mejor actor que ella y podía controlar con mayor facilidad sus emociones, vio que ella sonreía de nuevo y continuó—. Sin embargo, usted lo hizo para muchos más señora escritora… ¿Cuántos millones de libros ha vendido? ¿Cincuenta? ¿Sesenta? ¿Cien? —preguntó mirándola al tiempo que elevaba ambas cejas.


—Cerca de cien si tomas en cuenta los que se han colado por la red, que aunque no cuentan en ventas… si están al tanto de… —se detuvo antes de hablar de más y rápidamente retomó la conversación— ¡Vaya manera de hacer confesiones! —acotó intentando mostrarse casual y divertida, pero le desvió la mirada.


—Sí, creo que hemos innovado en ese aspecto, nada mal —comentó mostrando el mismo ánimo de ella.


—No, nada mal, sobre todo si obtienes el título de “La mujer que le rompió el corazón al mayor rompecorazones de Italia” —dijo mirándolo con diversión, pero sintiendo una extraña punzada en el pecho cuando él dejó ver solo media sonrisa y le esquivó la mirada.


—¡Qué título más largo! Pero supongo que tienes razón, eres la heroína de muchas mujeres en Italia y la envidia de otras tantas —esbozó de manera casual, aunque le había dolido lo que ella dijo no se lo dejaría ver, después de todo no mentía, le había roto el corazón.


Paula se sintió de pronto extraña y quiso agregar algo más, pero no supo qué decir, en principio quiso consolarlo y decirle que lamentaba haberlo hecho sufrir, pero recordó que ella también había sufrido, que había llorado mares por él y eso había sido su culpa, fue quien se negó a todo lo que ella le propuso para mantener la relación; además, que no tenía por qué traer a acotación la gran cantidad de ex amantes que había tenido antes y después de ella.


Él vio que ella se tensaba y no era eso lo que buscaba, prosiguió con un comentario que lo hiciera retomar la actitud de antes.


—Aunque debo reconocer que el mío me gusta mucho, después de todo sabes que adoro que me levanten el ego y ser “El hombre más deseado del momento” es verdaderamente notable —esbozó tomando las palabras que utilizase la actriz minutos atrás.


Ella le rodó los ojos ante su mención y él dejó libre una carcajada, le encantó ese gesto tan espontáneo de Paula, le gustaba mucho más esa que tenía ante sus ojos y no la que había encontrado días atrás en las audiciones, a la distante y fría, que le parecía una extraña.


Paula también comenzó a reír contagiada por el humor de Pedro, sentía que su cuerpo se relajaba y le agradecía que no hubiera llegado con intenciones de besarla o algo así, bueno eso la hizo sentir un poco decepcionada no podía negarlo, pero sabía que era lo mejor, mantenerse en un terreno que fuera seguro.


Vio cómo se colocaba de espaldas al jardín apoyándose en la barandilla que le llegaba apenas a la cintura, quedando de esa manera frente a ella, dejándola sin espacio para desviar la mirada a ningún lugar, la verdad era que tampoco podía hacerlo, igual que años atrás Pedro había atrapado su mirada.


Un silencio que extrañamente se volvió incómodo se apoderó del espacio mientras sus miradas se hallaban ancladas la una en la otra, por primera vez desde que se reencontraron se atrevían a mirarse de esa manera, a permitirse ese tipo de intimidad. No tenían motivos para seguir actuando como dos extraños, en ese instante podían ser ellos mismos, pues nadie los juzgaría por su comportamiento, incluso si se dejaban llevar por ese deseo que colmaba a sus cuerpos y que le pedía a gritos ser liberado. ¿Quién podía reprocharles algo? Sus únicos jueces serían solo ellos, ellos que debían decidir si seguir a sus consciencias o rendirse ante lo que sus corazones anhelaban, y creer una vez más en sus sentimientos.


Las emociones abrumaban a Paula, sentía que debía hacer o decir algo, después de todo ella lo había citado en ese lugar, era a ella a quien le correspondía poner las cartas sobre la mesa y dejarle claras a Pedro las reglas del juego.


Pedro, yo…—intentó hablar.


—Paula, quería… —mencionó él al mismo tiempo.


Ambos dejaron ver sonrisas nerviosas, ella liberó un suspiro y posó su mirada en el jardín, necesitaba evitar caer en el poder que tenía la mirada de él. Las frases que podía usar para salir de ese lapso se chocaban entre sí en su cabeza, pero ninguna lograba salir de sus labios y dar por terminada esa situación tan difícil, se sintió bien minutos atrás cuando todo fue tan relajado.


Pedro comprendió que ella estaba tan nerviosa como él, quería encontrar las palabras adecuadas para hacerla sentir cómoda y confiada. Le dio libertad a su corazón para que fuera quien hablara.


—Te extrañé —esbozó de repente con su mirada clavada en ella, sintiendo que su corazón hacía sus latidos lentos, pero fuertes.


Paula se volvió a mirarlo, mientras su cuerpo era recorrido por un sinfín de emociones, sentía que se había vuelto tan flácido que no se asombraría en lo absoluto si terminaba derretido en el suelo.


Solo una frase y ya Pedro la tenía a su pies, sin lograr evitarlo sus ojos se llenaron de lágrimas, sus piernas temblaron, en el pecho una sensación que no lograba definir se expandía y estaba ahogándola, cerró los ojos solo un instante y antes que pudiese darse cuenta de lo que hacía estaba respondiéndole.


—Yo también —fue su corazón el que habló, no la razón, esa se había esfumado, eso era evidente, su voz fue apenas un murmullo.


Él sintió que el sol salía en ese instante y llenaba de luz cada rincón de ese espacio, o al menos así sintió la calidez que lo bañó cuando esa sencilla, pero poderosa frase salió de los labios de Paula, una sonrisa afloró en los suyos y pudo jurar que su mirada se cristalizó.


Extendió su mano llevándola hasta donde se encontraba la de ella apoyada, con lentitud y suavidad rozó los nudillos; ese toque era tan pequeño y significativo al mismo tiempo, quizás muchos pensarían que después de amarse como lo hicieron, después de haberse entregado como no se entregaron a nadie más, eso no representaría nada para ninguno de los dos, pero fue todo lo contrario.


Un torrente de emociones se desbordó dentro de ambos, miedos y esperanza, dolor y alegría, dudas, esas eran quizás las que tenían mayor protagonismo, porque lo quisieran o no, hacía falta mucho más que una confesión para recobrar lo que tenían. Esa mezcla tan contradictoria estaba a punto de quebrarlos, tenían tanto que decir y sin embargo, no salía una sola palabra de sus labios, pero sus pieles se reconocían, ninguno de los dos se había olvidado la sensación que despertaba en ellos cuando se tocaban, ese desearse con locura, ese saber que nadie les haría sentir igual; sus miradas se posaron en la unión, buscando en ella el valor para continuar.


—Casi cuatros años… Pero no he logrado olvidar esto. Hace un momento, cuando te tomé de la mano antes que el señor Reynolds anunciara que había obtenido el papel, tu toque hizo que todo el miedo que sentía se esfumase… sigues teniendo ese poder sobre mí, sigues teniendo mucho más que eso —mencionó acercándose a ella.


—Ha pasado mucho tiempo… demasiado Pedro, las cosas ahora son tan distintas, nosotros estamos en dos mundos completamente ajenos, lejanos no solo por la distancia que nos separa, hablo en general, lo que vivimos en la Toscana fue… maravilloso, pero es pasado —mencionó intentando
alejarse de él.


Paula sentía que estaba al borde de un precipicio y la poderosa fuerza que desbordaba Pedro la empujaba con fuerza, acercándola cada vez más, sus palabras le hicieron temblar no solo el cuerpo sino el alma también, cuánto deseaba creer de nuevo, pero sabía que no podía hacerlo, debía evitar caer en sus encantos otra vez.


—¿Lo es? —le cuestionó buscando su mirada.


Pedro sabía que Paula deseaba ser fuerte, que al igual que él estaba aterrada por todo lo que podía resultar de ese encuentro, pero había llegado hasta allí sin importarle cuánto debía arriesgar con tal de tenerla de nuevo y no se rendiría tan fácil, menos porque ella le dijese que todo era pasado, podía apreciar cómo la afectaba, cómo sus miradas y sus gestos le confirmaban que aún sentía algo por él.


—¿Qué deseas que te responda? ¿Qué quieres escuchar? —preguntó sintiéndose molesta con él, pero sobre todo con ella por estar temblando como lo hacía.


—Primero que dejes de hablar como si tú y yo solo hubiésemos compartido una tarde en algún café de Florencia, que me mires a los ojos un instante y me digas que has olvidado todo… Eso que acabas de esbozar dímelo a la cara Paula —le exigió con la voz más grave de lo que era habitual en él. 


—Soy completamente consciente de lo que compartimos, no tienes que hacer un resumen de nuestra historia… —decía sonando exasperada, cuando él la interrumpió.


—¡No, por supuesto! Ya tú lo hiciste por los dos, te aplaudo el esfuerzo, no te pudo quedar mejor —esbozó sintiéndose de pronto muy molesto con ella por mostrarse tan renuente a hablar.


—Deja el sarcasmo para alguien más Pedro, sabes que lo odio, ya sé que no te gustó el libro y que piensas que el personaje que creé basándome en ti está completamente fuera de contexto.
Bueno, discúlpame ¡Eso fue todo lo que enseñaste de ti! No soy adivina para saber lo que pensabas… —esbozó furiosa, con las lágrimas haciéndole girones la garganta y una vez más él la detenía.


—Lo sabías…en el fondo lo sabías… ¿Qué me faltó decirte? Lo que tú tampoco quisiste esbozar Paula, porque para ser sinceros las culpas deberían estar repartidas de igual manera… ¿O acaso yo sí soy adivino? —inquirió mirándola a los ojos, impidiéndole escapar de su mirada y cuando vio
que ella intentó hacerlo le tomó el mentón con una mano—. Mírame —le ordenó y habló una vez más —. Tú no me dijiste nada, y yo tampoco lo hice, asumo mi parte de responsabilidad, ahora has tú lo mismo Paula —indicó con su mirada clavada en ella y sintiendo cómo su corazón latía pesadamente a la espera de su respuesta, la vio temblar y suavizó su agarre.


—Yo… no tengo… te lo demostré tantas veces —expresó sintiéndose dolida y acorralada, su voz se quebró al intentar contener las lágrimas que estaban a punto de rebasarla.


—¿Por qué siempre tenemos que estar discutiendo? —inquirió con pesar al ver el dolor reflejado en los ojos marrones.


Le acarició la mejilla con suavidad, un gesto para consolarla pues odiaba verla de esa manera, la sintió temblar y no pudo evitar que su pulgar se deslizara sobre ese perfecto y voluptuoso labio inferior. La vio cerrar los ojos sintiendo con claridad el suspiro que liberó y se estrelló contra su dedo, repitió la acción y Paula tembló de nuevo.


—Ven aquí —esbozó atrayéndola con su otro brazo para pegarla a su cuerpo y sintió de inmediato cómo ella se tensaba.


Pedro no… esto no puede ser… —intentó negarse y puso sus manos como barrera para evitar que él continuara.


—Solo déjame abrazarte Paula… antes que volvamos a discutir y a portarnos como dos estúpidos orgullosos, deja que te abrace como he deseado hacerlo desde que me subí al avión en Roma —le rogó mirándola a los ojos con intensidad, deseando trasmitirle la urgencia que lo embargaba.


Paula no pudo negarse, aun si lo hubiera deseado, que no lo hacía, resistirse a Pedro cuando le hablaba y la mirada de esa manera era imposible, ni siquiera los años separados habían logrado que ella construyera una coraza lo suficientemente fuerte para evitar que él le tocase el corazón cuando se mostraba así. Suspiró y deslizó sus manos hasta los constados de él mientras lo miraba a los ojos, sumergida de nuevo en ellos que eran su mar favorito, lo sintió acariciarle la espalda con ambas manos y el roce cálido e íntimo sobre su piel desnuda la hizo estremecer.


Pedro la envolvió entre sus brazos acercándola de tal manera que no quedara espacio entre los dos, gimió al sentir la suavidad del cuerpo de Paula apretado al suyo y de inmediato la calidez que se desprendía de ella lo colmó haciendo que su corazón se lanzase en una carrera desbocada. La sensación era exactamente la misma de años atrás, sencillamente perfecta y maravillosa, como si hubieran nacido para acoplarse de esa manera, pero había algo más y era que ahora tenía la certeza que la amaba y que lucharía por recuperarla.


Hundió su rostro en el delgado y terso cuello, dejando que su nariz dibujara un camino hasta su oído para embriagarse del dulce perfume a flores que ella usaba, se había arrepentido muchas veces de no haberle preguntado nunca cómo se llamaba, no logró dar con éste y había pasado casi cuatro
años sin sentir de nuevo ese aroma que lo enloquecía, llevó sus labios hasta la oreja de Paula.


—Sigues usando el mismo perfume —susurró mientras deslizaba sus dedos por la delicada piel de la espalda femenina.


Ella tardó en comprender sus palabras, su cerebro había quedado en segundo plano en el mismo instante que sintió el tibio aliento de él estrellarse con la sensible piel de su oído, y no pudo controlar el temblor que la recorrió cuando sus dedos se deslizaron por su columna llegando hasta el final de su escote, jadeó cuando sintió que la otra mano de Pedro se apoderaba de su nuca con una caricia lenta y sensual que encendió una llama en su interior.


No se había atrevido a tocarlo de la misma manera, sus manos se mantenían apoyadas ligeramente en la fuerte espalda de él, aferrada a la poca cordura que le quedaba, solo las mantuvo allí pues sabía que si él notaba la más mínima muestra de deseo por su parte no descansaría hasta tenerla de nuevo y no estaba segura de tener la voluntad para evitar que algo como eso sucediera.


—Tú también —susurró buscando que ese comentario fuera casual, necesitaba demostrarle que él ya no tenía el poder para afectarla, aunque eso fue una misión prácticamente imposible.


—No creí que lo recordaras —esbozó con una sonrisa.


Paula cerró los ojos con fuerza reprochándose internamente por haber sido tan estúpida, se suponía que debía hacerle ver que ya lo había olvidado, que ella había tenido la voluntad y la madurez para dejar atrás aquella aventura de verano; pero contrario a eso cada vez más exponía ante él lo que todavía sentía.


—Algunas cosas se quedaron en mi memoria… pero he olvidado la mayoría —mintió descaradamente y supo que él lo había notado.


—¿Si? La verdad no lo parece, digo, por la manera tan detallada en que describiste cada escena dentro del libro… Yo por el contrario pensaría que recuerdas todo perfectamente —dijo con arrogancia.


—Lo escribí hace… mucho tiempo, justo después que nos separamos y no lo había publicado porque pensaba que no gustaría —una mentira más que escondió aprovechando que él seguía con esa deliciosa exploración en su cuello, ya había perdido la cuenta de todos los suspiros que se estaban quedando atrapados en su pecho.


Él sonrió contra la piel de su hombro y deslizó una vez más su mano hasta la delgada cintura de ella, sintiendo bajo sus dedos cómo se erizaba. Paula podía mentir todo lo que quisiera, pero su cuerpo la dejaba al descubierto y le gritaba que ella aún lo seguía deseando, que no lo había olvidado como pretendía hacerle creer.


—¿Ya te sientes satisfecho? Es que te envié a buscar para que habláramos de algo muy importante —se obligó a decir al ver que él no tenía intenciones de soltarla, en el fondo ella tampoco quería que lo hiciera, pero debía anteponer lo que deseaba a lo que debía hacer.


—¿Satisfecho? —preguntó y luego gimió—. No. En lo absoluto Paula —contestó moviéndose para mirarla a los ojos, pero sin llegar a separarse de ella—. Sabes muy bien que mis instintos no se pueden saciar solo con un abrazo —susurró mientras deslizaba una de sus manos por el torso y lo apoyaba en la cadera de ella.


—No estás tomando las cosas en serio Pedro —esbozó Paula después de libertar un jadeo al ver su actitud.


Antes le había desconcertado que no se mostrara de esa manera, y ahora que lo hacía no sabía si deseaba que se detuviera o por el contrario que continuara. La sensación de la seda deslizándose entre la mano fuerte de él y su piel era tan exquisita que le trajo viejos recuerdos, recuerdos de una extraordinaria noche en Varese.


—Necesitamos hablar… por favor —pidió retomando su postura.


—Sí, claro debemos hablar… pero antes solo una cosa más —indicó él mirándola a los ojos.


—¿Qué? —inquirió ella sin saber que esperar.


—Esto —mencionó mirándole los labios.


Antes que Paula pudiera descubrir sus intenciones y reaccionar sintió cómo Pedro atrapaba sus labios en un beso que hizo añicos todo su autocontrol, intentó negarse a ese gesto apretando sus labios, pero solo bastó con que él los acariciara con su lengua humedeciéndolos, y envolviera con sus cálidas y fuertes manos su cuello para que todas sus defensas cayeran al suelo como fichas de dominó, se aferró a la espalda de Pedro al sentir que sus piernas flaqueaban y cuando él rozó por segunda vez sus labios ella no pudo resistirse más, así que cedió a la petición que le hacía separándolos y gimió cuando el pesado y ágil músculo entró de lleno en su boca, para de inmediato comenzar a acariciar su lengua desatando de esa manera todos sus deseos, abrió más la boca entregándose también al juego.


Pedro gimió al sentirse el conquistador de Paula, había extrañado tanto sus besos que le parecían siglos en lugar de años desde la última vez que la besó, el intercambio que en un principio ejerció presión para hacer que ella cediera se fue suavizando poco a poco, sus brazos bajaron hasta el talle de ella y la envolvieron pegándola a su cuerpo, deseaba sentirla como años atrás cuando sus cuerpos se unían casi hasta ser uno solo con un simple abrazo, aunque justo en ese momento deseaba mucho más de ella.


Pedro… espera… —decía sin dejar de responder a los toques de labios que él le daba, suspirando y gimiendo cuando su experta lengua acariciaba lugares que la hacían estremecer.


Él no deseaba escucharla en ese momento, solo quería sentirla y saberla suya una vez más, así como lo fue años atrás, mientras dejaba que esa maravillosa felicidad que lo recorría llenara el vacío que había sentido por más de tres años. Era tan palpable el deseo en Paula que ya no le quedaban dudas, lo que ella había sentido por él aún seguía allí latente, no era parte del pasado como había dicho.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella con la voz ahogada y los párpados cerrados, ni siquiera se atrevía a mirarlo.


—¿Qué crees que estamos haciendo Paula? —contestó con otra interrogante y su tono dejaba sentir la risa contenida.


—Algo que no debemos… —decía intentando centrarse de nuevo, abrió los ojos y todo fue peor pues él se veía tan hermoso que le robó todo el aliento, se aferró a los brazos masculinos para no caer.


—Algo que deseamos, no metas al estúpido deber en esto —respondió con determinación y retomó de nuevo el beso.


Ella jadeó ante el contundente asalto y no pudo más que dejarse llevar por la pasión que él había desatado, sus labios se abrieron una vez más para recibir todo lo que Pedro le ofrecía y al mismo tiempo para entregarle lo que había estado por tanto tiempo guardado dentro de ella. Se pegó más al cuerpo de él y llevó sus manos hasta la nuca para colgarse de allí y evitar terminar derretida en el suelo, mientras gemía sintiendo que él lo hacía junto a ella y de pronto todo se llenó de luces y calidez, el sentimiento que la envolvió fue perfecto.


Él al ver que al fin Paula se había entregado por completo se deleitó recorrieron la hermosa espalda que tantos sueños le había robado, deslizando sus dedos por la suave línea de su columna hasta llegar al final del escote y se aventuró a ir más allá rebasando la frontera que le había puesto la seda. 


Ella se tensó unos segundos pero él la persuadió una vez más para que dejara de pensar y se dedicara solo a sentir, dejando que su lengua masajeara con suavidad cada recoveco dentro de la boca de Paula y entregándole gemidos para que supiera cuánto estaba disfrutando todo eso.


—¡Mujer, me sigues enloqueciendo! —exclamó en su cuello cuando sus dedos se toparon con la delicada tela de su ropa interior.


Gruñó contra la tierna y nívea piel de la garganta de ella al sentir cómo Paula le jalaba el cabello y gemía pegándose más a él. Una vez más sus labios se unieron y su mundo fue completamente extraordinario de nuevo, pues solo existían ellos dos, y ese sentimiento que compartían, que no había menguado en todos esos años distanciados.







2 comentarios:

  1. Al finnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn, qué hermoso momentoen la terraza. Espero ahora que no se separen más y vivan su amor como ellos se lo merecen.

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  2. Ay!!!!!!!!! morí con este reencuentro!!!! que hablen y se animen a decirse todo lo que se guardaron en su momento!!! No lo quiero separados!

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