Paula acababa de despedirse de Patricia con un abrazo, cuando Jaqueline se acercó a ella y le entregó su teléfono móvil. Ella aún se sentía confundida por todo lo vivido en la terraza con Pedro, se suponía que se habían encontrado en ese lugar para hablar y poner unos límites, para recordarle que ella era una mujer comprometida y que él también lo estaba. No debían terminar como lo hicieron, en medio de ese beso que aún la hacía estremecer de solo recordarlo, miró la pantalla del móvil de Jaqueline, pero no conseguía enfocarse en lo que éste mostraba.
—Ya sé que todavía te debes sentir entre nubes después de los besos que te diste con el italiano… pero trata de disimular has quedado como una zombi —mencionó Jaqueline con sorna y le señaló con la mirada el aparato para que lo viera—. Te ha enviado un mensaje, no lo he leído pero apuesto lo que quieras a que es para pedirte que se vean de nuevo en el hotel —agregó con una sonrisa y una mirada que desbordaba picardía.
—Pues pierde su tiempo porque no pienso hacerlo, se suponía que debíamos hablar y llegar a un acuerdo… —explicaba mostrándose exasperada cuando la rubia la interrumpió.
—¿Y acaso no lo hicieron? Por lo que vi, ustedes dos se notaban bastante compenetrados y muy de acuerdo en lo que hacían —acotó mientras caminaban hacia la pista donde se encontraban los demás.
—Basta Jackie, ya sé que me porté como una grandísima tonta y que dejé que el traidor de mi cuerpo mandara sobre mi cabeza, pero he recuperado la cordura y sé que no fue una buena idea encontrarme con Pedro en un lugar así, debió ser algún sitio público, un café o en algunas de las áreas comunes del hotel, estando rodeada de personas jamás me hubiera dejado llevar —mencionó sintiéndose avergonzada al recordar lo fácil que cedió ante él.
—¡Qué excusa tan barata Paula Chaves! —exclamó y su amiga la vio horrorizada al pensar que alguien las había escuchado, para su suerte la música y la algarabía ahogó su voz—. Lo siento, pero debes darme la razón, además mira lo que dice el mensaje que me está matando la curiosidad — pidió deteniéndola.
Paula miró la pantalla del teléfono en negro, tomó aire y después lo soltó en un suspiro lento,deslizó el dedo y ésta se llenó de luz, su cuerpo temblor al ver el nombre del remitente, pulsó encima.
De: Pedro Alfonso
Para: Jaqueline Hudson
Asunto: Pendiente
Señora Hudson por favor comuníquele a Paula que aún tenemos una conversación pendiente, me gustaría que la misma se diese hoy. Dígale que la estaré esperando, ella sabe dónde encontrarme. Gracias.
Pedro Alfonso.
Paula se sintió mareada de nuevo y un calor instalarse en el centro de su cuerpo, un encuentro con él en su habitación de hotel era algo inverosímil, si quería mantener su postura no podía hacerlo, eso era tan tentador como peligroso.
—¿Y bien qué dice? —preguntó Jaqueline expectante mirándola.
—Nada —contestó y borró el mensaje sin responder.
—Paula no seas mentirosa, si no dijese nada no lo habrías borrado, por favor no seas cruel conmigo y dime qué quería —rogó.
—Quiere que nos veamos, pero no iré… no es seguro, alguien podría vernos juntos y reconocerlo.Ahora que su rostro saldrá en primera plana de la sesión de espectáculos como el protagonista de Rendición, ya no será un hombre más —dijo y se encaminó de nuevo.
Jaqueline se quedó con ganas de decir algo más e intentar convencerla para que se encontrara con el italiano, pero debió dejar de lado el tema pues ya Paula se hallaba junto a Marcus, Thomas y Guillermo padre, que reían muy animados por el champagne y el éxito que tuvo la presentación de los
protagonistas de Rendición.
*****
Pedro llegó al salón e intentó relajarse, no podía demostrarles a todos cuán desesperado se encontraba por ver a Paula de nuevo. Todo iba tan bien, quizás mucho mejor de lo que hubiera esperado de ese primer encuentro, la manera como respondió a sus besos y sus caricias, cada vez que temblaba entre sus brazos y gemía en su oído mientras sus manos la recorrían. Ella tenía el poder para hacer que su mundo fuera perfecto en un instante; pero tuvo que llegar el miserable de Guillermo Reynolds a arruinarlo todo.
Al fin logró verla y se disponía a ir hasta donde se encontraba cuando fue abordado por un grupo de mujeres que deseaban tomarse algunas fotos con él, éstas se encontraban algo tomadas y sabía que lo mejor para lidiar con ellas era complacerlas posando rápidamente. Así lo hizo sin perder de vista a Paula, cuando al fin se liberó llegó hasta el grupo con la excusa de él también despedirse, debía hacerle saber que abandonaría la fiesta para encontrarse con ella.
Después de una rápida despedida los tres italianos salieron escoltando a las tres bellezas americanas. Guillermo tuvo que quedarse con las ganas de ser quien acompañara a Paula ya que su padre solicitó su presencia junto a él, y Pedro disfrutó de ganarle otra vez la mano, aunque no le dio mucha importancia a eso pues toda su atención estaba centrada en que Paula no se le escapara.
—¿Leíste el mensaje que te envié? —le preguntó en un susurró, mientras esperaban por los autos que los llevarían hasta el hotel.
—Sí —respondió ella llanamente sin mirarlo y caminó para despedirse de Lisandro y Lucca—. Fue maravilloso compartir con ambos —mencionó extendiéndole la mano primero al hermano de Pedro e intentó no temblar, no sabía cuál de los dos la intimidaba más.
—Para mí fue todo un placer Paula —esbozó Lisandro mientras sonreía y de repente una imagen regresó a su cabeza.
Paula notó que la expresión del hermano de Pedro cambiaba, se la quedó mirando como si la hubiera reconocido y eso aumentó los nervios en ella, así que con rapidez retiró su mano de la fuerte y cálida del piloto para ofrecerla al señor Puccini.
—Encantada de haber pasado la velada con ustedes señor… Lucca, perdón es la costumbre — dijo de manera nerviosa.
—No se preocupe, a mí también me cuesta entrar en confianza, digo lo mismo Paula, espero verla pronto.
Ella asintió y se alejó huyendo de la insistente mirada de Lisandro que parecía observarla con mayor detenimiento, quizás había recordado su encuentro en el aeropuerto o cuando hablaron por teléfono. No deseaba exponerse a un nuevo acercamiento con Pedro, pero sabía que si se marchaba sin despedirse de él levantaría rumores, se acercó y le extendió la mano mostrando una sonrisa amable, pero su mirada no mostraba calidez sino tensión.
—Una agradable velada… —decía cuando él la interrumpió.
—Deberías descartar esa palabra de tu vocabulario cuando se trata de los dos —esbozó en un tono bajo y disfrutó del sonrojo que ella le entregó, después habló de nuevo mirándola a los ojos— ¿Dónde nos encontramos? —inquirió sin soltarle la mano.
Ella estaba por responderle cuando llegó su auto y Jaqueline le hizo una seña para que subiera, dio un par de pasos cuando vio que Pedro se adelantaba al valet parking y le abría la puerta, sus ojos se encontraron y la mirada de él hizo que el corazón se le encogiera.
—Yo te buscaré… —mencionó Paula antes de entrar al auto.
Él quedó satisfecho a medias con la respuesta y la actitud de Paula, sabía que debían ser discretos, pero no le resultaba fácil tratarla como a una extraña después de todo lo que habían vivido, sin embargo no le quedaba de otra que fingir, muchos pensarían que siendo actor eso no era complicado, la verdad era una tortura y lo odiaba, vio a la menor de las Chaves acercarse al auto.
—Di, apresúrate por favor —dijo Jaqueline asomándose desde el asiento trasero, pero solo fue una excusa para ver a Pedro, lo sorprendió guiñándole un ojo y entregándole una sonrisa cómplice.
—Ya voy… estos zapatos me están matando, sin duda no hay nada más cómodo que mis botas — mencionó con una sonrisa y se acercó a Pedro para darle un abrazo—. Una fiesta genial, felicitaciones Franco Donatti —dijo mientras sonreía.
—Muchas gracias Diana, será un placer trabajar contigo, que descanses —pronunció él con el mismo gesto de ella.
—Igual tú, Lucca me debe un baile… Lisandro la pasé súper bien, espero lo repitamos en Roma —se despidió de cada uno con la alegría y desenvoltura que la caracterizaba.
Pedro espero a que subiera y cerró la puerta con un golpe suave, después le indicó al chico del valet que podía decirle al chofer que arrancara, aunque eso frustrara sus deseos de tener a Paula a su lado por lo que restaba de noche. No le quedó más remedio que repetirse como un mantra que debía ser paciente y darle su espacio, pero tampoco esperaba quedarse de brazos cruzados por mucho tiempo, menos después de lo vivido esa noche.
El auto llegó por ellos y los tres subieron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, incluso Lisandro que hablaba hasta por los codos se mantuvo callado durante todo el trayecto.
Caminaron hasta el ascensor, todo parecía ir normal hasta que llegaron al pasillo donde quedaban sus habitaciones y el mayor de los Alfonso habló.
—Pedro necesito hablar contigo —dijo con semblante serio.
—Lisandro me siento agotado… mejor dejémoslo para mañana, estoy seguro que sea lo que sea puede esperar —contestó con desgano abriendo la puerta de su habitación.
—Esto no puede esperar Pedro Franco… —se interrumpió sintiéndose tan estúpido— ¡Mierda! Si hasta eso está… todo fue tan evidente y yo como un imbécil no lo vi —señaló mirándolo con reproche, se acercó a la puerta y la abrió con la palma de la mano—. Pasa, no me voy a ir de
aquí sin que antes me cuentes lo que te traes con Paula Chaves —sentenció mirándolo a los ojos. Pedro se tensó de inmediato al escuchar las palabras de su hermano, sabía que Lisandro de un momento a otro podría sacar sus propias conclusiones y llegar a la verdad, pero no pensó que eso pudiera suceder tan pronto, lo miró sintiéndose acorralado y como si fuera un chico de trece años al que estaban a punto de darle un sermón.
—Ustedes necesitan hablar, yo me retiro, que descansen —mencionó Lucca para librarse de ese momento de tensión.
—Buenas noches Lucca, duerme bien —lo despidió Pedro.
—Duerme hombre que pareces diez años mayor, ya mañana hablaremos los tres —dijo viéndolo desaparecer y después clavó su mirada en los ojos azules de su hermano—. Entra.
La orden no venía del Lisandro relajado y tranquilo que habitualmente era, sino del hermano mayor que inspiraba respeto y obediencia en Pedro, intentó mostrarse tranquilo y entró cerrando la puerta de la habitación tras él.
Cuando Guillermo llegó al lugar donde le había dicho Diana Chaves que se encontraba su hermana, lo último que esperó ver fue el cuadro ante sus ojos, aunque tenía la ligera sospecha de que algo así podía ser, pues el actor italiano también había desaparecido desde hacía un buen rato, conservaba la esperanza que no estuviera junto a ella.
Se equivocó y le molestó admitirlo, allí se hallaba ese hombre captando toda la atención de la mujer que él se había propuesto conquistar; ya había asumido que debía medirse con Ignacio Howard, pero no con ese recién llegado que por muy talentoso que fuera, no tendría oportunidad con Paula Chaves, ya que era evidente que no era su tipo, por el contrario parecía incomodarla.
—¡Oh, Guillermo! No tenías que haberte molestado en venir, le dije a Diana que ya nosotras estábamos por regresar a la fiesta… Es que necesitábamos un poco de aire y se nos pasó el tiempo escuchando al señor Alfonso hablar de su carrera. Todavía no puedo creer que siendo tan joven tenga tanta experiencia… es algo alucinante ¿verdad Paula? —esbozó Jaqueline con una sonrisa merecedora de un Oscar, mientras se acercaba a él para integrarlo al grupo.
—Es… impresionante en verdad —esbozó ella como pudo.
—Solo es algo que me apasiona y me invita a entregarme por completo —mencionó Pedro mirándola directamente a ella.
Paula tuvo que luchar por no temblar o sonrojarse pues algo le decía que ambos no hablaban de la carrera de él, sino de los besos que acababan de compartir, esos que todavía sentía le quemaban los labios y la hacían desear más y más.
—No ha sido ninguna molestia Jaqueline, yo también necesitaba salir un momento, el ambiente en la fiesta se ha tornado un poco sofocante… ya la mayoría de los invitados ni siquiera recuerdan sus nombres de lo ebrios que están —indicó Guillermo con una sonrisa, queriendo mostrarse relajado, pero no dejaba de mirar a Paula.
—Tienes razón… incluso yo me siento agotada y quizás va siendo hora que regresemos al hotel —señaló la rubia con una sonrisa, mirando de manera disimulada a Paula para que la apoyara.
—Jaqueline tiene razón… ha sido una semana agotadora y yo creo que por hoy ha sido más que suficiente —mencionó ella en tono calmado y pudo ver que Pedro parecía aprobar la idea.
—Las comprendo perfectamente, pero si desean irse a descansar no es necesario que regresen al hotel, puedo enviar a que les acondicionen tres habitaciones y se quedan a dormir aquí esta noche — pronunció mirando nada más a la escritora con una gran sonrisa.
Pedro tuvo que amarrar con cadenas y candados a la fiera en su interior que clamaba por salir y darle una paliza a ese maldito que planeaba seducir a Paula delante de él, apretó la
mandíbula con tal fuerza que no le sorprendería si terminaba desencajándosela, no posó su mirada en ella para no intimidarla pero la mantuvo en Reynolds.
—No me gustaría causar molestias señor Reynolds, y además todas mis cosas se encuentran en el hotel… —decía cuando el rubio la interrumpió mirándola mientras sonreía.
Eso es Paula, recuerda tu cepillo de dientes, no has traído uno y eso para ti es insustituible, además primero muerto antes que dejar que te quedes aquí, confío en ti preciosa, pero no en ese miserable.
Pedro intentaba que su postura estuviera relajada, pero la verdad era que sus músculos estaban tan tensos como la cuerda de un violín, mientras mantenía la mirada fija en el productor.
Intentó disimular un poco su actitud al ver que Jaqueline Hudson le pedía con un gesto que lo hiciera y también al notar que la vista de la hermana de Paula estaba puesta en él, como si lo estuviera estudiando.
—Guillermo, llámame Guillermo por favor Paula, en primer lugar no sería ninguna molestia por el contrario sería un verdadero placer tenerte como mi invitada —esbozó con esa sonrisa radiante.
¿Invitada? ¡Invitada, mis pelotas! Será mejor que te calles si no quieres terminar perdiendo varios dientes.
Los pensamientos de Pedro eran bastante elocuentes, así como el músculo que se contraía en el lado derecho de su mandíbula.
—Y segundo… —indicó Guillermo antes que Paula fuera a poner una nueva objeción—. Podemos enviar a alguien al hotel a buscar todo lo que necesites y problema resuelto, deja que yo me encargue de ello —esbozó triunfante y se acercaba a ella para apoyar su mano en la espalda con toda la intención de alejarla del italiano.
Pedro sintió como la fiera dentro de él asomaba los dientes deseosa de arrancarle la yugular a aquel miserable, pero antes que él pudiera hacer algo vio a Paula reaccionar.
—Perdone usted Guillermo, pero no es necesario que moleste a alguien por nuestra causa, las tres regresaremos al hotel en este preciso instante, gracias por la invitación, pero no podemos aceptarla.
Paula se negó a la petición de Guillermo Reynolds no solo para evitar un conflicto entre Pedro y él, pues ya había notado la ira contenida de su ex amante, sino porque odiaba que tomaran decisiones por ella y que además esperaran que las acataría cual sumisa, el productor estaba muy equivocado si creía que podía tratarla de esa manera, su mirada le advirtió que no insistiera.
¡Allí tienes novato! Sigue deseando imponerle tus acciones y acabarás ganándote todo su rechazo. Comenzaba a extrañar que no hubieras reaccionado, conmigo eras más rápida y mordaz, Paula.
Tuvo que morderse el interior de la mejilla para no sonreír al ver la cara del pobre tipo, parecía como si su linda escritora lo hubiera abofeteado, al fin se relajó al ver que Paula se alejaba para salir de allí dejándolo con un palmo de narices.
—Paula… por favor, disculpe si la he ofendido… —decía caminando tras ella consciente que había actuado muy rápido
—No lo ha hecho en ningún momento Guillermo. Pero me gustaría dejarle claro algo ahora que trabajaremos juntos y debemos ser un equipo. Odio que me presionen y que decidan por mí, no vuelva a hacerlo y le aseguro que nos entenderemos perfectamente… con su permiso, tengo que ir por mis cosas y a despedirme de los demás —esbozó con determinación mirando al rubio a los ojos y un instante su vista se desvió a Pedro que mostraba una sonrisa burlona, a él también le advirtió con la mirada que no abusara de su suerte.
Diana y Jaqueline estaban absolutamente anonadadas ante la reacción que había tenido Paula con el rubio, esa no era la muchacha que ellas conocían, por el contrario era una completamente distinta, pero no para mal sino para bien.
Actuando cuales Ángeles de Charlie salieron escoltándola,
dedicándole apenas una mirada de compasión al productor que se quedó estático mirándola irse.
—Una mujer con carácter —mencionó Pedro sin poder evitar el brillo en sus ojos que delataba la burla.
—Sí, así parece… —contestó Guillermo sacado del trance, se volvió para mirar al italiano—. Justo el tipo de mujeres que pueden enloquecer a un hombre y por las que vale la pena jugárselo todo, ¿no le parece? —inquirió con una sonrisa retadora.
Pedro estaba a punto de responderle cuando Lisandro entró al lugar impidiéndole poner a ese imbécil en su sitio y dejarle en claro que Paula era suya, que si quería seguir conservando la maldita cara de Ken que tenía, que lo mejor era que se alejara de ella.
La rabia en ese momento no lo dejaba pensar las consecuencias que tendría hacer algo así, la fiera de los celos se había antepuesto a su lado racional, y aunque miró a su hermano con deseos de matarlo por interrumpirlo más tarde le agradecería esa intervención.
Lisandro pudo sentir la tensión en el ambiente, y no le fue para nada difícil ver las miradas de reto que los dos hombres se lanzaban, él conocía muy bien a Pedro y sabía que algo en la actitud del americano lo había molestado, así que caminó hasta ellos para fungir de mediador antes que la situación se tornara más difícil.
—Pedro… —se disponía a decir algo pero su hermano lo interrumpió sin mirarlo.
—Estaba por regresar con ustedes, creo que ha llegado el momento de marcharnos, ha sido una gran fiesta señor Reynolds… espero que siga disfrutando de ella —mencionó mirándolo a los ojos.
Y que lo hagas solo imbécil o mejor búscate a alguna incauta a quien embaucar para cogerte esta noche, y olvídate de mi mujer si no quieres lamentar haberle puesto los ojos encima.
—Lo haré… téngalo por seguro, para mí la fiesta apenas empieza, aunque es una lástima que no salió como había planeado pero ya tendré otra oportunidad. Fue grato haberlo conocido Pedro, que descanse —esbozó haciéndole ver que su actitud no le importaba en absoluto, no era más que un actor entre millones que se creían dioses del Olimpo—. A usted también Lisandro, por favor despídame del señor Puccini, yo iré a hacerlo con nuestra hermosa escritora estrella —finalizó con media sonrisa y salió del lugar.
—¡Vamos! —Pedro ni siquiera dejó que su hermano hablara.
Suprimió una maldición cuando vio al hombre salir, caminó dando largas y firmes zancadas para hacerlo él también y buscar a Paula, mientras sacaba su teléfono y tecleaba con rapidez algo en éste.
—Siento que me he perdido de algo —pronunció Lisandro intentando seguirle el paso mientras regresaban al salón.
—Estoy agotado y quiero descansar, eso es todo… ya tuve suficiente por esta noche del glamour de Hollywood —indicó de manera casual mirándolo por encima del hombro.
Jaqueline comenzaba a impacientarse, ya esos dos llevaban un buen rato allí y desde hacía varios minutos no escuchaba nada, de pronto estaban riendo y hablando como amigos, de un momento a otro estaban discutiendo sobre algo que no logró escuchar con claridad y después de eso se sumieron en un silencio absoluto. Tuvo que luchar contra su curiosidad para no volverse y espiarlos, no era una chismosa y además debía respetar la intimidad de Paula.
De pronto sintió su teléfono móvil vibrar dentro de su bolso de mano, le pareció extraño que alguien la estuviera llamando a las dos de la madrugada, de inmediato los nervios la embargaron al pensar que podía tratarse de su hija y con manos trémulas sacó el aparato lo más rápido que pudo. El alivio la llenó de golpe cuando vio en la pantalla el rostro de Diana y no el de la niñera de Estefania,sin embargo le resultó raro que la hermana menor de su amiga la estuviera llamando, la había dejado muy animada bailando con Lisandro Alfonso, deslizó el dedo para atenderla.
—¿Por qué me estás llamando? —preguntó a quemarropa.
—¿Dónde están ustedes? ¿Acaso ya se fueron de la fiesta?
La voz al otro lado casi la deja sorda, era evidente que Diana estaba a punto de perder los estribos o había bebido mucho o ciertamente se sentía aterrada de quedarse sola en medio de una glamurosa fiesta hollywoodense. Ella respiró profundamente intentando no burlarse y habló de nuevo para tranquilizarla.
—No aún seguimos aquí, no tienes que preocuparte… Necesitaba ir al tocador y le pedí a Paula que me acompañara, aprovechamos para tomar un poco de aire, sabes que a tu hermana la sofocan estas reuniones —mencionó con toda la naturalidad del mundo.
—Bien, pues Guillermo Reynolds lleva varios minutos preguntando por mi hermana y yo no supe qué responderle, obviamente le dije que quizás se encontraba en el baño, pero de eso ya pasó mucho y volvió a preguntarme al ver que no regresaba ni estaba por ningún lado… es evidente que desea tener toda la atención de Paula para él, aunque pierde su tiempo pues mi hermana no tiene ojos para nadie más que no sea Ignacio, odio a un hombre tan insistente y no soporto que me pregunte de nuevo, así que regresen de inmediato.
La exigencia de Diana la exasperó, pero en los pocos minutos que llevaba conociendo a Guillermo Reynolds podía notar que era un hombre perseverante, así que lo mejor era volver antes que sospechara algo al ver que Paula y el italiano habían desaparecido, bueno también estaba ella, pero esos dos ya habían dejado ver mucho y era mejor no arriesgarse.
—Ya vamos, danos cinco minutos y estaremos allí.
—Cinco minutos… no más… espera, allí viene de nuevo ¡Por Dios que hombre!
Jaqueline sonrió ante las palabras de Diana, era evidente que no le gustaba para nada la actitud del rubio, es extraño pues cualquiera pensaría que le parecería un maravilloso candidato para cuñado. Se tensó al escuchar la voz del hombre al otro lado anunciando que vendría a la terraza a buscar a Paula, una vez más los nervios se apoderaron de su cuerpo y casi le gritó a Diana.
—¡Di, detenlo! No dejes que venga…
—¿Por qué? ¿Qué está sucediendo Jaqueline?
Preguntó molesta y preocupada a la vez, mientras parecía haber salido corriendo tras el hombre.
—No ocurre nada, pero es vergonzoso que venga a buscarnos como si fuésemos unas chiquillas, enseguida estaremos allí… dile que Paula se siente muy apenada por haber desaparecido así, pero que ya va en camino —decía abriendo la puerta que daba a la terraza para buscar a su amiga y regresar al salón— ¡Cielo santo! —exclamó al ver la situación en la cual se encontraban Paula y el italiano.
—Jackie habla.
Le exigió Diana al otro lado de la línea y la escuchó después llamar claramente al productor.
—Acabo de ver a un actor guapísimo —indicó sonriendo como una tonta al ver por primera vez a su amiga compartiendo un beso de verdad, parecía que fueran a devorarse esos dos y la mano del italiano estaba en un lugar bastante comprometedor—. Intenta entretener a Guillermo que nosotras vamos en camino.
Mencionó una vez que logró centrarse en el momento y colgó la llamada, no sabía ni siquiera cómo acercarse a la pareja e interrumpirlos, Dios sabía que no quería hacerlo, pero el metiche de Guillermo Reynolds podía llegar en cualquier momento y de encontrarse con el cuadro que veían sus ojos todo podía terminar estallando.
—Pau… Paula… ¡Hey, ustedes dos! —chocó las palmas de sus manos para atraer su atención al ver que no se inmutaban.
Pedro sentía el deseo bullir dentro de su cuerpo y la idea de subir a Paula al balaustre y hacerla suya allí mismo cada vez tomaba mayor fuerza, sabía que ella no se negaría pues era evidente que lo deseaba tanto como él a ella. Sus gemidos, sus temblores y ese par de hermosos y sensuales pezones erguidos le dejaban ver que estaba igual de excitada que él.
De repente se sintió sacado de la burbuja por una voz que le resultó extraña y molesta, se negó a detener el beso del cual disfrutaba, pero al sentir la insistencia del intruso no le quedó de otra que comenzar a bajar el ritmo.
—Paula Chaves te estoy hablando… —decía Jaqueline y comenzaba a molestarse al ver cómo ese par la ignoraban.
Paula apenas escuchaba la voz de su amiga como un leve rumor, como si se encontrara muy lejos de allí mientras ella seguía inmersa en el placer que los labios de Pedro le brindaban, él había comenzado a detenerse, pero esos toques de labios eran igual de excitantes que aquellos besos que le robaban el aire.
—Ok, perfecto… no me presten atención… ¡Guillermo Reynolds se dirige hacia acá en este preciso momento! —les gritó a ver si de esa manera reaccionaban y pareció funcionar pues vio a Paula casi convertirse en una piedra.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó la escritora sintiéndose aterrada.
—Paula… mírame —esbozó Pedro quien también se había tensado, pero era más dueño de la situación, le tomó el rostro a ella entre las manos y la obligó a mirarlo a los ojos—. Respira… y tranquilízate, no se darán cuenta de nada… yo voy a salir, mientras ustedes se quedarán aquí y actuarán de manera normal —agregó para llenarla de confianza, la vio asentir y aprovechó para darle un último toque de labios y después otro en la frente.
Se alejó de ella aunque no deseaba hacerlo y se disponía a salir cuando vio que la rubia entraba de nuevo al lugar casi corriendo y le hacía una seña con la mano para que se detuviera.
—Ya vienen por el pasillo así que no tiene caso que salga ahora, si lo ven llegarán a la conclusión que estaban juntos… podemos decir que nos encontrábamos en el pasillo y que yo por curiosidad quise saber más sobre usted y lo invité a que nos acompañara un rato —esbozó Jaqueline
con rapidez mientras sacaba un pañuelo de su bolso y se lo extendía a Paula junto a su brillo de labios—. Toma, intenta arréglate un poco… —mencionó mirando a su amiga y después se volvió a ver al italiano con reproche—. Y usted también debería hacerse algo… a menos que le vaya a decir a Guillermo Reynolds que estaba maquillándose para hacer algún casting de payaso —indicó con molestia, pues lo hacía a él responsable de todo eso.
—¡Jackie! —la reprendió Paula por su osadía.
—Tú no hables —le advirtió apretando los dientes.
Pedro estaba tan feliz que pasó por alto el regaño que le diera la agente de Paula, sacó un pañuelo de seda del bolsillo de su chaqueta y aunque renuente se limpió la marca de lápiz labial que tenía, si fuera por él jamás se borraría uno solo de los besos que había recibido de su mujer esa
noche. Vio cómo ella tímidamente también se acomodaba, él le guiñó un ojo, recibiendo como respuesta una encantadora sonrisa que le llenó el pecho de satisfacción y calidez.