martes, 28 de julio de 2015
CAPITULO 61
Una vez recuperados del orgasmo, se dispusieron a bañarse entre besos, caricias y miradas cómplices. Él se encargó de recorrer todo el cuerpo de Paula con sus manos, disfrutando de la sensación que producía el gel de baño cuando entre espuma y burbujas, le ayudaba a deslizarlas a cada rincón, así como del dulce aroma que se le impregnaba en la piel y que él ya había adoptado como su favorito.
Paula siguió su ejemplo y después de compartir un par de bromas, al ver entre sus cosas el gel corporal de Pedro, lo tomó y se esmeró en recorrer con sus manos cada espacio de ese cuerpo que la tenía completamente fascinada. Se lavaron el cabello mutuamente entre risas, ya que la estatura de ella no le dejaba alcanzarlo.
Pedro tuvo que ponerse de rodillas para que ella lo hiciera con comodidad, y evitar que le echara champú en los ojos de nuevo. Paula apenada y triste por haber hecho que esos hermosos ojos azules se irritaran, se esmeró en besarlos por minutos, al tiempo que le acariciaba el rostro, lo mimó como si se tratara de un niño. Mientras él aprovechó para recorrer
cada centímetro de sus piernas y dejar caer uno que otro beso en su vientre haciéndola estremecer.
Se secaron con lentitud para prolongar ese momento tan íntimo y maravilloso que compartían, para ambos era la primera vez, pues aunque ya habían compartido la ducha con sus anteriores parejas, ninguno de los dos se había esmerado en mostrarse así antes, quizás por cuestiones de
pudor o falta de un interés real, no lo sabían y tampoco deseaban hacerlo en ese momento, sólo querían disfrutar de esa nueva experiencia que les estaba resultando muy placentera.
Pedro era un hombre muy práctico y jamás se había animado a bañar a una mujer como lo hizo con Paula, cuando las relaciones se daban en un lugar como ese, disfrutaba del sexo y después se aislaba en su propio mundo. Era verdad que se consideraba un amante dedicado y complaciente, que sus parejas en el plano sexual jamás tuvieron una queja, pero si era sincero, la ternura que le inspiraba Paula y esos deseos de hacerla sentir especial, no los había tenido con ninguna de las mujeres que habían pasado por su vida hasta el momento.
Ella por su parte, nunca antes se había puesto en las manos de un hombre de esa manera en la que se entregaba a Pedro, para ella el sexo solo era cuestión de un preámbulo que despertara su excitación, el coito y un buen orgasmo que la dejara satisfecha. Compartir de esa manera que lo
hacía con él no era algo que hubiera experimentado o al menos le hubiera interesado con los dos únicos amantes que había tenido. Quizás Charles se lo inspiró y tuvo un acercamiento parecido, pero no se aproximaba en lo más mínimo a lo que sentía con Pedro y eso debía admitirlo aunque fuera a ella misma, la derretía y la hacía ilusionarse como no lo hizo tiempo atrás.
—Tengo hambre ¿me acompañas a preparar algo para cenar? —preguntó Paula mientras buscaba algo que ponerse en el clóset.
—Claro, yo también me muero de hambre, ahora no sé si te importa que cocine desnudo —contestó mirándola sin reparos cuando ella dejó de lado la toalla para colocarse una coqueta panty.
—Pedro Alfonso no voy a caer en tus provocaciones, sé perfectamente que trajiste ropa en ese bolso, pero si lo que deseas es jugar… —decía colocándose un pijama de seda verde agua, conjunto de short corto y blusa de tiros, era de sus favoritos, buscó entre los kimonos escogiendo uno negro de seda y se volvió—. Toma, esto puede servirte, quizás te quede un poco corto, pero te cubrirá. —agregó lanzándole la prenda, mientras sonreía con maldad.
Pedro atrapó en el aire la delicada tela y no tardó un segundo en descubrir lo que era, elevó una ceja extendiéndola ante sus ojos y después dejó ver una sonrisa ladeada.
—Muy graciosa señorita Chaves, pero dudo que logre el objetivo que espera, lo que indicaría que tiene un problema, a mí me da igual andar desnudo por la casa es a usted a quien le incomoda que lo haga —comentó y caminó hacia ella.
—No me incomoda —contestó e intentó mostrarse tranquila ante la cercanía de él, aún tenía las fosas nasales impregnadas de su olor.
—¿Entonces? ¿Será acaso que le resulto tan irresistible que no puede soportar verme desnudo sin desearme dentro de usted? —preguntó con esa sonrisa que desbordaba malicia y seducción.
—No pienso responder esa pregunta —susurró Paula, quiso sonar orgullosa y apática, pero su mirada estaba puesta en los labios de Pedro, no pudo evitarlo.
—Ya lo hiciste Paula —respondió él sonriendo ampliamente, le rodeó la cintura y la pegó a su cuerpo —Yo tampoco podría verte andar desnuda y no desear estar dentro de tu cuerpo —acotó acariciándole la espalda, disfrutó de su temblor y su sonrojo.
La besó con intensidad, ahogando el gemido que ella le entregó y le compartió ese que él liberó, mientras se repetía en pensamientos que no era posible que la deseara de esa manera habiéndola tenido tan solo minutos atrás, esa necesidad comenzaba a perturbarlo, pero no al punto de renunciar a lo exquisito que era besar a Paula.
Terminaron el beso esforzándose por mantener la cordura. Pedro le dio la razón a Paula cuando sacó del bolso que llevaba un slip negro, una camiseta de algodón celeste sin mangas y un short negro de chándal; se vistió y se calzó las sandalias de cuero que siempre usaba, no llevaba puesto nada del otro mundo, pero para ella resultaba el hombre más sexy sobre la tierra.
Minutos después se encontraban en la cocina, ella había sugerido que prepararan algo ligero en vista de la hora, ya eran casi las nueve de la noche y no acostumbraba a cenar comida pesada, menos tan tarde.
Acordaron que fuera una ensalada, esta vez Paula lo sorprendió preparando una receta que había aprendido gracias a la nona Margarita, una ensalada de rúcula y espárragos, era muy sencilla pero exquisita y ella se sentía como una experta mientras él la admiraba manejarse en la cocina con destreza.
—Listo… trae los platos y el vino por favor, puedes seleccionar uno de la cava, tengo varios que me trajo el señor Jacopo, me dijo que todos eran excelentes —mencionó, tomó la fuente de vidrio y se encaminó hacia la
mesa del comedor.
—Seguramente, los escogimos entre los dos —dijo y disfrutó de la sorpresa reflejada en la cara de Paula, vio varias preguntas expresadas en la mirada de ella mientras colocaba los platos en la mesa y procedió a explicarse—. Estábamos en las bodegas, siempre que vengo me gusta ir a
ver las nuevas cosechas y aquellas que llevan años madurando allí, estaba escogiendo algunas para mi consumo y en medio de la conversación saliste a relucir, no sé cómo me vi de pronto entregándole varias botellas que
suponía serían de tu agrado —esbozó con una timidez que hacía mucho no sentía, para ser más preciso desde que era un niño.
—Yo… no sé qué decir… gracias Pedro, la verdad todas han sido exquisitas, me han encantado. ¿Por qué no las trajiste tú mismo? — preguntó llena de curiosidad y emoción.
—No lo sé, supuse que no tenía importancia, apenas nos conocíamos y por el modo en el cual empezamos, no quise hacer algo que pudieras tomar de manera equivocada, quizás terminabas lanzándome las botellas por la cabeza pensando que deseaba emborracharte para llevarte a la cama — contestó con una sonrisa, la miró a los ojos sintiéndose complacido por su agradecimiento.
—Gracias por tener el gesto de hacer algo así a pesar de lo grosera que fui contigo en un principio —dijo posando una mano en la mejilla de él y le dio un suave beso en los labios.
—No tienes nada que agradecer y yo también fui un idiota, pensé que podía actuar contigo como lo hacía con todas las demás, me equivoqué Paula, tú eres distinta y eso es lo que más me gusta de ti —mencionó sonriendo, le acarició la cintura, se separó para buscar la botella de vino, se sentía muy expuesto y usó eso como excusa.
Ella se obligó a reprimir el suspiro que revoloteaba dentro de su pecho, cerró los ojos y negó con su cabeza cuando él le dio la espalda para alejar de su mente cualquier sentimiento romántico que intentara apoderarse de ella, regresó a la mesa escudándose en la tarea de servir la ensalada en los
platos que él había puesto ya.
La confusión cada vez se hacía más molesta y ganaba más espacio dentro de sus cabezas, la necesidad de encontrarle un sentido a lo que les estaba ocurriendo los torturaba, por un lado querían hacerlo y por el otro les aterraba lo que pudieran encontrar si sus pensamientos y emociones
quedaban al descubierto.
CAPITULO 60
Ella se mantuvo quieta a la espera de lo que él pudiera hacer, temblando ante la expectativa, sus labios se estremecieron ante el roce y sus ojos se cerraron ante ese primer contacto, pero de inmediato los abrió pues deseaba verlo, se sentía dispuesta a complacerlo, quería hacerlo como no lo había hecho ninguna otra mujer antes, aspiraba a quedarse tatuada en él.
Entreabrió los labios y le mostró la punta de su lengua, rozando apenas la cálida piel, disfrutando de esa primera pulsación y prometiéndole en ese gesto un placer sin límites.
—Pruébame Paula —esbozó con la voz tan ronca que más que una orden parecía un ruego, una súplica, algo de vida o muerte.
Ella abrió los labios y cubrió el rosado y palpitante glande con ellos, lo miró a los ojos antes de succionarlo con fuerza, hambrienta y enloquecida de deseo, cerró los ojos para dejar que sus demás sentidos se abocaran a darle a él todo el placer que fuera capaz de entregar. De inmediato sus oídos fueron recompensados con el ronco gemido que Pedro le
entregó, el palpitar del glande contra su lengua y el temblor que lo recorrió entero como una ola.
Sus ojos se cerraron sólo un instante, no quería perderse esa imagen que Paula le entregaba, quería ver y sentir todas las sensaciones que provocaba la boca de la belleza castaña que justo ahora le estaba dando un infinito placer. Ella deslizó una mano por su pecho y él la atrapó cubriéndola con la suya, sirviéndole de apoyo, mientras ella lo desmoronaba con besos que recorrían desde el glande hasta la base de su miembro, apenas toques húmedos que dejaba caer, como el aleteo de una mariposa y justo ahora comprendía porque en el Kama Sutra relacionaban él sexo oral con esa metáfora.
Paula sentía como su cuerpo era barrido por olas de deseo que se estrellaban justo en su centro, ese mismo que ardía en llamas y a cada momento se humedecía un poco más, al igual que lo hacía su boca, lubricando la erección de Pedro en toda su extensión, su lengua comenzó acompañar el movimiento de sus labios, se deslizó con suavidad y lentitud desde la base hasta el glande, recorría cada espacio y succionaba la delicada piel haciéndola sonrojarse, disfrutaba de esa calidez y tensión que ganaba a cada segundo, del palpitar ante cada roce, por pequeño que fuera.
Nunca le había resultado tan excitante darle sexo oral a un hombre, jamás esa esencia salobre le había parecido tan afrodisíaca, el sabor de Pedro le estaba creando una adicción igual a la que sentía por su boca.
Desconocía de donde estaba sacando esa manera de besarlo, la fuerza que le imprimía a cada succión cuando lo tenía dentro de su boca, la necesidad de tenerlo completo dentro de la misma, parecía como si quisiera devorarlo y sentir que él realmente estaba disfrutando eso que le daba sólo provocaban en su interior el deseo de entregarle mucho más.
—Paula… preciosa… si continuas así voy a terminar
desahogándome en tu boca —pronunció con los dientes apretados para contener los jadeos que liberan una lucha dentro de su pecho.
Pedro sentía que ella lo estaba matando, jamás pensó que otra mujer que no fuera la primera que tuvo entre sus brazos pudiera darle tanto placer, no había conseguido hasta ahora una que le hiciera mejor sexo oral que Martina. Paula la estaba rebasando con creces, ella no sólo era mejor en su técnica, también lo era en su actitud, en ese deseo que podía ver en sus ojos por complacerlo, quizás eso era lo que más lo excitaba, que ella se estaba esmerando por deleitarlo, que le gustaba lo que hacía y no se molestaba en ocultarlo, ni en cohibirse por lo que él pudiera pensar.
—¡Qué perfecta boca tienes! —expresó cerrando los ojos un momento y llevó sus manos para acariciarla, necesitaba tocarla, distraerse o nada detendría el orgasmo que bullía en su interior. Jadeó cuando Paula lo succionó llevándolo al fondo de su garganta—. ¡Demonios! No puedo más… en serio no puedo más preciosa, Paula estoy que me derramo, si deseas eso continúa… si no para ya —le hizo saber y su voz mostraba la urgencia.
La duda entre continuar o detenerse asaltó a Paula un instante, sopesando la situación se vio tentada a continuar y descubrir por qué a muchas mujeres les resultaba agradable beber a su amante y a otras no, poder experimentarlo por ella misma. Sin embargo, sintió que necesitaba un poco más de tiempo para un acto tan osado como ese, no deseaba darle a Pedro una imagen errónea, mostrándose ante él como toda una experta en el terreno, la verdad era que muy pocas veces había dado sexo oral, aunque por las reacciones de sus ex parejas, podía decir que lo hacía bien, que ellos disfrutaban, pero nunca vio que uno estuviera justo al borde como lo estaba Pedro, eso hizo que una sensación de orgullo la hinchara.
A lo mejor él ya se había hecho una, y estaría pensando que eso para ella era habitual por la forma en la cual prácticamente le estaba engullendo el pene, con ese desespero que nunca había sentido hacía otro. Decidió dejar para otro momento probar su esencia, más adelante quizás, si la ocasión se presentaba. Despacio lo sacó de su boca, después le pasó su lengua un par de veces por la piel palpitante y cerró con una leve succión en el glande, se alejó irguiéndose ante él, sonriendo con satisfacción al ver el estado en el cual Pedro se encontraba, ansioso y con la respiración acelerada.
—Logré que me suplicara señor Alfonso —le dijo triunfante, y se pasó la lengua por los labios, para después sonreír.
—Logró mucho más que eso señorita Chaves, hizo que me volviera loco por usted… y que justo ahora no piense en nada más que en estar en su interior, quiero hacerlo duro y muy profundo —esbozó, la envolvió con un brazo pegándola con fuerza a su cuerpo.
Paula jadeó y la excitación se disparó dentro de su cuerpo, no hubo un sólo músculo en su interior que no se contrajera ante esa declaración.
Hundió su rostro en el cuello húmedo de Pedro cuando él sumergió un dedo en su interior y comenzó a jugar con su clítoris que palpitó ante el primer roce del pulgar, ahogaba los gemidos entre los besos que depositaba en los lunares que resaltaban en su cuello, bebiendo las gotas de agua que
bañaban la piel.
—¿Quieres que te bese igual Paula, que hunda mi lengua en ti y recorra con mis labios cada rincón, que te beba completa? —preguntó él en un susurro sin detener el movimiento de sus dedos.
—Sí… ¡Oh, sí por favor! Me encantan tus besos, tu boca, tu lengua. Dame un orgasmo Pedro, lo necesito —contestó con premura, sintiéndose adolorida e inflamada de tanta ansiedad.
Él bajó y se ubicó en medio de las piernas de Paula, con agilidad le sostuvo las caderas y las atrajo hacia su boca, cubriendo el centro de la chica en cuestión de segundos, dejando que su lengua se deslizara entre los pliegues suaves y rosados que brillaban cubiertos de humedad. Se hundió sin contemplaciones con un movimiento tan rápido y certero que no tardó mucho en hacer que se estremeciera con fuerza y una antología de gemidos brotara de sus labios.
—Voy a morir… voy a morir de tanto placer Pedro… ¡Oh, Dios mío! —exclamó cerrando los ojos al sentir la poderosa ola que la arrastraba hacia lo más profundo del placer.
Llevó sus manos a la cabellera de Pedro y las hundió en ésta, deslizando sus dedos entre las hebras hasta anclarse en la nuca de él, al tiempo que subía una pierna para terminar apoyándola en el hombro que mostraba la tensión de los músculos del castaño, movió su pelvis hacia él
ofreciéndose sin reservas.
Pedro estuvo a punto de derramarse cuando Paula le entregó ese extraordinario orgasmo, ella era tan intensa y hermosa que sólo le bastaba mostrarse así para hacerlo delirar. La bebió completa en medio de succiones y roces que eran acompañados por los espasmos y la humedad que ella le entregaba y que lo excitaron hasta lo indecible, una vez más Paula superaba todas sus expectativas.
Cuando el frenesí había pasado él se puso de pie dispuesto a penetrarla en ese momento y tener al fin la liberación que tanto anhelaba. Ambos habían olvidado por completo la protección, pero el primer contacto de sus intimidades disparó la alerta y por un instante la tensión hizo que el deseo bajara de golpe.
—¡Olvidaba el maldito preservativo! —expresó él sintiéndose frustrado por tener que alejarse de Paula.
—Pedro… —ella se sintió culpable por ponerlo en una situación como esa, quiso aliviar su malestar pero no encontró las palabras para hacerlo.
—Está bien preciosa, debemos cuidarnos… yo tengo la obligación de cuidarte, no te preocupes… ya regreso —esbozó tomándole el rostro entre las manos.
Le dio un beso rápido evitando el roce de sus lenguas y salió del baño en cuestión de segundos, alejándose antes que Paula pudiera reaccionar.
Ella se quedó envuelta entre el vapor que colmaba el lugar y la suave lluvia que caía de la regadera, cerró los ojos estremeciéndose cuando los recuerdos de lo que había hecho minutos atrás se adueñaron de su mente, se metió bajo la lluvia para controlar esa necesidad que una vez más le resultaba exagerada.
Pedro dio con la caja de preservativos que se hallaba sobre la mesa de noche, comprobó con alivio que aún quedaban dos, y que no tendría que ir hasta su casa a buscar más esa noche; extrajo uno y en cuestión de segundos se cubrió con el látex. Su erección estaba tan sensible que incluso el roce de sus dedos mientras se deslizaba el condón lo hizo palpitar y gemir, cuando estuvo listo regresó al baño con la velocidad de un rayo, enfundado y dispuesto a adueñarse del cuerpo de Paula y quedarse allí hasta acabar rendido.
Cuando entró la vio de espaldas bajo la regadera, dejando que el agua se deslizara por su glorioso cuerpo, bañando cada rincón y provocando que sintiera envidia pues podía cubrirla por completo, justo como él deseaba hacerlo.
Aminoró el paso para disfrutar del espectáculo, paseando su
mirada por las voluptuosas curvas de Paula, esas que captaron su atención desde la primera vez que la vio y que hoy le robaban la cordura.
Se detuvo tras ella y le impidió que se girara al sentir su presencia, le cerró la cintura con las manos y la hizo dar un par de pasos hacia adelante para entrar él también bajo el chorro del agua, se pegó a ella besándole la nuca, apartando el cabello húmedo a un lado para tener total libertad, gimiendo en el oído de Paula cuando la sintió apoyarse en él y temblar, completamente entregada a sus deseos.
—Pedro —susurró y suspiró sintiendo como él manejaba de nuevo los hilos de su placer.
Intentó volverse para acabar con la tortura y unirse a él, ya no deseaba seguir esperando, no podía hacerlo más, lo necesitaba y contra eso que crecía en su interior no podía ni quería luchar. Él ahogó una especie de gruñido en su cuello, lo sintió negar con la cabeza y la mantuvo justo como estaba, para un segundo después tomar sus manos y elevarlas hasta apoyarlas en la pared frente a ella.
Con un brazo Pedro envolvió la cintura de Paula elevándola
dejándola de puntillas, mientras él bajaba y se posicionaba justo en el ángulo que le permitiera tomarla de esa manera, rozo su erección contra las nalgas firmes y llenas que se encontraban elevadas para él. Pudo sentir que ella se tensaba y contenía la respiración, reconoció de inmediato esa reacción y no tuvo que ser un genio para adivinar que Paula no estaba acostumbrada a tener sexo anal o quizás jamás lo había tenido.
—Tranquila… es tu cuerpo, tú decides que entregarme y que no — susurró acariciándole la espalda para relajarla.
Ella suspiró y lentamente se fue relajando de nuevo, una alerta se había activado en su interior al notar los movimientos de Pedro, y eso hizo que el deseo fuera remplazado por el temor, al darle el sentido equivocado a sus movimientos, pero una vez más él se ganaba su confianza y sus caricias la hacían anhelarlo como si esa pizca de miedo jamás la hubiera invadido.
—Te deseo… te deseo toda, cada parte de ti Paula, pero más que nada deseo que seas tú quien me la entregues, sin presiones, sólo quiero que lo hagas cuando estés segura —expresó y posó una mano en la mejilla de ella para volverle el rostro y mirarla a los ojos.
Paula vio la sinceridad reflejada en la mirada zafiro, eso la llenó de satisfacción y devoción, cada gesto y palabra de Pedro hacía que el sentimiento que crecía dentro de ella se fortaleciera, volviéndose único y maravilloso. Le ofreció sus labios para que los besara demostrándole que estaba dispuesta a complacerlo y al mismo tiempo que le agradecía por tomarla en cuenta y no exigirle nada, sino esperar pacientemente a que estuviera preparada.
Los besos hicieron que el deseo por unirse resurgiera en ellos con poderío, las caricias avivaron el fuego que crepitaba en sus interiores y ya no necesitaron de palabras para entenderse, dejaron que sus miradas, sus labios y sus manos fueran los protagonistas de ese encuentro. No había
mejor lenguaje para los amantes que aquel que iba dirigido a los sentidos, ambos lo habían aprendido en los días compartidos, se acoplaron perfectamente como si hubieran nacido para estar así, unidos más allá de los límites de sus cuerpos.
Pedro la tomó desde atrás, hundiéndose en la suavidad y la calidez de la parte más sensible de Paula, acariciándole los senos, la cintura, las caderas, las piernas; recorriendo cada rincón al que sus manos podían viajar, mientras ella apoyada contra la pared le entregaba gemidos, jadeos y temblores que lo llevaban hacia el éxtasis con rapidez, haciéndolo subir y subir, escalando en cada empuje que lo hundía entre los pliegues húmedos y palpitantes.
Paula sentía que su cuerpo comenzaba a ser envuelto por las sensaciones que precedían al orgasmo, ese espiral de emociones que la elevaban y le hacían perder la cordura.
Justo en ese momento deseaba que el tiempo se detuviera y quedar suspendida en esa maravillosa sensación que Pedro creaba para ella, ese espacio perfecto donde todo lo demás se esfumaba y sólo quedaban ellos, allí donde sólo él podía tocarla y hacerla sentir, donde nada podía hacerle daño, allí no habían dudas, ni reproches, el miedo y la soledad no existía.
—Llévame al cielo… llévame a donde nadie pueda alcanzarnos Pedro, hazme tuya como sólo tú puedes, como no lo ha hecho nadie más… —esbozó dejándose caer contra él.
Alejó sus manos de la pared y apoyó todo su peso en el cuerpo de Pedro, ancló sus caderas en la erección que se hundía muy profundo en su interior, llevó sus manos trémulas hasta las fuertes y masculinas de él que le cubrían los senos, se aferró a éstas al tiempo que movía sus caderas en un contra golpe a los movimientos de Pedro, jadeando ante la contundencia de las penetraciones que recibió como respuesta.
Pedro se desbocó al escuchar las palabras de Paula, y al sentir como ella salía en busca de su propio placer, sometiéndolo con ese maravilloso vaivén que le imprimía a sus caderas. Gruñó en la delicada piel nácar del cuello femenino y liberó sus manos, llevó una hasta el rostro de Paula para volverlo, la tomó por la mandíbula con posesión, y la besó en los labios saciando la necesidad que lo consumía, mientras su brazo le rodeó la cintura para poder mantenerla junto a él y evitar que se separaran ante la fuerza con la cual sus cuerpos rebotaban ante cada choque.
—Ven conmigo Paula… vámonos juntos preciosa, acompáñame, hazlo así… muévete así y llévame contigo, hagámoslo juntos, unidos como si fuéramos un solo ser —rogó contra los labios de ella, esos que atrapó pues no pudo resistir la tentación.
El beso fue voraz y profundo, el baile de sus lenguas y la presión de sus labios era tan exquisita que las sensaciones viajaron a lo largo de sus cuerpos, estremeciéndolos con tal fuerza que estuvieron a punto de perder el equilibrio, cada espacio en ellos se tensó casi hasta hacerlos sentir que se quebrarían y después de eso se desató la ola que los arrastraría al borde del orgasmo.
Paula fue la primera en comenzar a temblar cuando su cuerpo estalló como una supernova, sintió que no tenía control sobre sí misma, se dejó ir completamente. Así de intenso y peligroso fue ese orgasmo que la llevó a contraerse alrededor de Pedro, con tanta fuerza que él no tardó un segundo en acompañarla.
Ráfagas de fuego lo recorrieron concentrándose en el palpitar de su miembro, que rígido y en llamas comenzó a derramarse entre espasmos y gemidos roncos que ahogó en la boca de Paula, mientras sus párpados cerrados temblaban tanto como lo hacían sus rodillas y su corazón parecía estar a punto de salir disparado de su pecho, jadeante y exhausto se apoyó en la pared abrazado a ella.
CAPITULO 59
Minutos después ella descansaba sobre el pecho de Pedro, sumida al igual que él en sus pensamientos, dejando que el silencio reinara en la habitación y el único sonido en ésta fuera provocado por sus respiraciones.
El orgasmo que experimentó fue tan intenso que apenas tenía fuerzas para moverse, así que cuando él lo hizo para ponerla en la posición que ocupaba ahora no puso la menor resistencia, era la primera vez que después de tener sexo ellos se tomaban unos minutos para estar abrazados de esa manera.
—¿Por qué tan callada? —preguntó él deslizando su mano por la espalda de ella, con lentitud hasta llegar a la curva de su trasero.
—Pensé que te habías quedado dormido —mintió.
Paula sabía que él estaba despierto por el ritmo de su respiración y los latidos de su corazón. La verdad era que no quería decirle el rumbo que habían tomado sus pensamientos, si le decía el motivo de su silencio, lo más probable es que él empezara con su interrogatorio, en ocasiones llegaba a molestarle que Pedro la presionara y la obligara a exponer todo lo que pensaba o sentía.
—Sólo pensaba —mencionó él con la mirada clavada en el techo.
—¿En qué? —Paula odiaba que él le hiciera preguntas de este tipo, pero no pudo evitar hacerlas ella, se reprochó internamente.
—Nada en particular… —él también mintió, le salía mejor por su experiencia como actor, sabía que ella lo había hecho antes.
Su cabeza era un caos desde que la lucidez regresó a él, no podía sacar de ésta las palabras de Paula, ellos no debían enamorarse, ella tenía razón y él debía estar agradecido de que fuera ella quien lo dejara claro, así no recibiría reproches más adelante, ni se crearían entre ambos confusiones que pudieran hacer que su relación terminara mal. Tomar al pie de la letra la propuesta de Paula era lo mejor que podía hacer, así que bloqueó cualquiera estúpido pensamiento romántico que quisiera colarse en su cerebro, lo desechó por completo y se obligó a darle a todo lo que sentía, el único carácter que debía tener, sólo era placer, únicamente placer y nada más.
Su mirada recorrió el hermoso cuerpo de la mujer a su lado, deleitándose en sus formas, en sus curvas y relieves, la suavidad de su piel y su calidez eran exquisitas. Disfrutaría de Paula tal y como se había propuesto en un principio, sin compromisos, sin cohibiciones, ni remordimientos que lo atormentarían más adelante, sabía que podía hacerlo, después de todo ella no sería ni la primera ni la última mujer con la cual compartiera una cama sin involucrar los sentimientos.
—¡Déjame sueltas las manos y el corazón déjame libre! Deja que mis dedos corran por los caminos de tu cuerpo —recitó en español el inicio de uno de los poemas de Pablo Neruda que más le gustaba, al tiempo que sus manos acariciaban los senos y la espalda de Paula.
Ella elevó el rostro sorprendida ante sus palabras o mejor dicho, ante ese repentino gesto de él y no encontrarle significado a las mismas, era muy poco lo que conocía del idioma que Pedro hablaba en ese momento, pudo identificarlo, pero no comprender a cabalidad lo que le decía, curiosa posó su mirada en él, mientras sentía como sus manos la acariciaban con devoción.
—No te entiendo —mencionó ella al ver la sonrisa dibujarse en esos hermosos labios que nunca dejaba de desear.
—Es de Pablo Neruda ¿lo conoces? —inquirió haciendo su sonrisa más amplia, disfrutando de la sorpresa en la mirada de ella y las reacciones que su cuerpo le entregó.
—Sí, lo estudié en la universidad, es un poeta chileno, me gusta mucho… pero leía sus traducciones, jamás lo hice en su idioma, apenas sé algo de español. ¿Cuál poema recitas? —le preguntó, se irguió y apoyó sus antebrazos en el pecho de Pedro, cruzándolos y dejando que su barbilla descansara en éstos para poder mirarlo a los ojos, mientras sonreía invitándolo a continuar.
—“Déjame sueltas las manos” —respondió sonriendo.
—Ése no lo conozco… sigue por favor, pero hazlo para mí, no seas egoísta, sabes que con el español me dejas en desventaja —pidió sintiendo su corazón latir emocionado.
—La pasión: sangre, besos, fuego. Me encienden a llamaradas trémulas. ¡Ay, tú no sabes lo que es esto! En la tempestad de mis sentidos, doblegando la selva sensible de mis nervios. ¡En la carne que grita con ardientes lenguas! ¡Es el incendio! —Pedro continúo dedicándole a Paula el poema, mientras sus manos viajaban por ese cuerpo que tanto placer le daba.
Ella no podía menos que sentirse feliz, le encantaba la poesía, aunque nunca hubiera tenido la suerte y destreza que tenía con la narrativa, era uno de sus géneros favoritos y justamente el señor Neruda era uno de sus poetas predilectos, conocía muy bien su obra.
—¡Déjame las manos libres y el corazón déjame libre! ¡Yo sólo te deseo! ¡yo sólo te deseo! No es amor, es deseo que se agosta y se extingue. Es precipitación de furias, acercamiento de lo imposible, pero estás tú, estás para dármelo todo. ¡Y a darme lo que tienes a la tierra viniste, como yo para contenerte y desearte y recibirte! —culminó y sintió de pronto, que no era únicamente eso lo que dentro del pecho sentía, pero sólo a eso podía aferrarse, sólo al deseo que ella le despertaba.
La sonrisa permanecía en los labios de Paula, más no en su mirada, ésta había sido cubierta por una sombra de desilusión cuando Pedro le dejó claro a través del poema lo que sentía. Se recriminó por aspirar a algo más cuando ella misma le había dicho que no debían hacerlo, le había dicho que no debía enamorarse y él lo había comprendido muy bien, justo ahora se lo mostraba, no había amor entre ellos, sólo deseo, era lo único que podía tener cabida en la relación que se habían planteado, lo mejor era dejarlo claro para evitar situaciones complicadas más adelante, eso le ayudaba a no tener que enfrentarse a una experiencia como la vivida en el pasado junto a Charles, lo de ellos era mera cuestión de placer, nada más.
Paula no quiso que viera reflejado en su mirada lo que su pecho guardaba, acortó la distancia entre ambos y lo besó, un beso que le sirviera de excusa, una recompensa por el gesto que le había dedicado. Suspiró al sentir los dedos de Pedro enredarse en su cabello y acariciarla con suavidad, mientras abría sus labios para que ella jugase a su antojo en su boca, la otra mano viajaba al sur de su cuerpo, justo a sus caderas donde presionaba de manera exquisita.
La habitación que desde hacía varios minutos empezaba a ser cubierta por la penumbra, de repente fue completamente iluminada por una fuerte luz que provenía del exterior, y sólo transcurrió un instante para que el lugar fuera llenado por un estruendoso rugido que hizo temblar los cristales, al segundo siguiente gruesas gotas de lluvia comenzaron a estrellarse contra el vidrio empañándolo.
—Creo que nuestros deseos de tener sexo en la piscina deberán ser pospuestos para otro día —mencionó Pedro.
Observó con resignación la lluvia que a cada minuto cobraba mayor fuerza, y los relámpagos que iluminaban la habitación como si fueran los flashes de una cámara fotográfica. Dejó libre un suspiro y le acarició la espalda a Paula, quien se había girado para ver la lluvia, apoyando la mejilla sobre su pecho, haciéndole sentir su respiración cálida y acompasada.
—Es una lástima… pero igual podemos tener un adelanto —esbozó ella de repente con una sonrisa entusiasta.
Se movió con agilidad cubriendo el cuerpo de Pedro, le dio un beso en el pecho y otro en los labios, apenas toques, para después abandonar la cama. Antes de alejarse un par de pasos, Pedro la detuvo tomándola de la muñeca, mientras él mismo se incorporaba hasta quedar sentado y
mirarla con curiosidad.
—¿Usaremos la tina? —inquirió con una sonrisa ladeada.
—No —ella negó con la cabeza haciendo que su cabello alborotado se moviera a ambos lados con gracia, expuso una sonrisa radiante y se soltó de su agarre con suavidad—. Será la regadera… ¿Me ayudas a darme un baño Pedro? Si no me falla la memoria, me debes uno desde hace mucho —indicó en un tono coqueto que ni ella misma se conocía, ronco y sugerente, como si fuera una gata.
Disfrutó de la reacción de sorpresa que se reflejó en el rostro de él y con una sonrisa traviesa le dio la espalda, emulando el mismo andar que mostrase en aquella ocasión, moviendo sus caderas con una cadencia y sensualidad estudiada y no la natural que siempre mostraba. Lo miró por encima del hombro y le guiñó un ojo.
Él salió de un brinco de la cama, donde había permanecido hipnotizado por el bamboleo de las caderas de Paula, ése mismo que hizo que su corazón se lanzase en latidos desbocados. Acortó la distancia entre ambos en tres largas zancadas y tomándola por sorpresa le rodeó la cintura con
sus brazos pegándola a su cuerpo, el choque mismo fue sorpresivo y electrizante, ella liberó un pequeño grito y él gimió casi con un ronroneo ronco y sensual en su cuello.
—Te demostraré lo que te perdiste esa vez por altanera —aseguró apretándola contra él, para que fuera consciente de cada espacio de su cuerpo y como éste clamaba por ella.
Paula liberó un jadeo al sentir la presión que ejercía la erección de Pedro contra su derrier, cálida y aún a medio camino le resultaba tan excitante, que todos los músculos de su intimidad se contrajeron en una deliciosa anticipación.
Acarició los brazos que le rodeaban la cintura y jugando el mismo juego de él, se removió para hacerle sentir cuanto
deseaba que cumpliera con sus palabras.
—Te daré toda la libertad para que lo demuestres… —suspiró y dejó caer su cabeza sobre el hombro de él en un acto de rendición, cerrando los ojos y empujando sus caderas atrás, rozándolas sutilmente contra la entrepierna de Pedro que le regaló una excitante palpitación—. La verdad es que muero porque lo hagas Pedro… te deseo tanto, yo sólo te deseo —esbozó girando su rostro para ofrecerle los labios.
La locura se apoderó de él ante ese gesto de Paula, llevó una mano hasta la mandíbula de la chica para mantenerla fija en esa posición, se adueñó de su boca con un beso profundo y ardoroso, duro, completo. Su lengua se hundía rozando la de ella, empujando para llenarla por completo, degustándola, bebiéndola, excitándola con ese maravilloso vaivén que era acompañado por temblores y gemidos.
La falta de oxígeno hizo que separara su boca de la de ella, jadeante y aturdido por todas las sensaciones que lo recorrían, apenas tuvo la cordura suficiente para envolver a Paula entre sus brazos de nuevo y llevarla junto a él hasta el baño, haciendo que caminara delante, un paso tras de otro, sin alejarla siquiera para abrir la puerta.
—Si me hubieras dejado bañarte ese día… quizás no te habría dado todo lo que estoy dispuesto a entregarte ahora, haz hecho que te desee tanto Paula… tengo que admitirlo, me vuelves loco — susurró al oído de ella mientras le acariciaba los senos.
Los tomó en sus manos y los sospesaba, ejerciendo apenas presión sobre los pezones que se erguían bajo el toque de sus dedos, deslizó sus labios por el largo y terso cuello de ella, abriéndolos un poco para dejar que su lengua degustara el sabor de su piel, succionando con suavidad para no dejar marcas, llegando hasta su mandíbula y mordiéndola ligeramente, sonriendo de manera traviesa al sentirla estremecerse y entregarle jadeos excitantes.
Paula flotaba en ese mar de placer que él le entregaba, disfrutaba de cada roce, de cada beso y el calor que brotaba de la piel de Pedro, él la estaba quemando de una manera tan exquisita que no le importaba si se prendía en llamas en ese momento. Su respiración agitada hacía que sus senos se movieran al compás de las caricias de Pedro, mientras mantenía los ojos cerrados y sus manos aferradas a las caderas de él, impidiéndole alejarse.
—Me encantó conquistarte Paula, me encantaron tus retos, y que me lanzaras lejos cuando creía que ya te tenía a mis pies, que me mantuvieras noches en vela inventándome la manera de tenerte, imaginándote, ansiando tus caricias, tus besos… tu cuerpo, tu sexo… la forma en la cual me seduces, como te me entregas —le dio la vuelta y enmarcó entre sus manos el rostro de la chica—. ¡Dios, toda tú me fascinas mujer! —expresó mirándola a los ojos con intensidad, con ese fuego que le corría por las venas, que encendía la hoguera en su pecho y su hombría.
—Me tienes igual… nunca pensé que me sentiría así, todo lo que me das es tan intenso Pedro, nunca había disfrutado tanto del sexo, nunca había disfrutado tanto junto a un hombre… ni en la cama ni fuera de ella como lo hago contigo, quiero tenerte así hoy, mañana, pasado… tanto como pueda —confesó mirándolo a los ojos.
Lo envolvió con sus brazos, deslizó sus dedos por los tensos músculos de esa espalda que tanto le fascinaba, y los ancló en sus hombros para elevarse y buscar sus labios, deseaba besarlo hasta que el aire le faltara de nuevo, hasta que perdiera la cabeza, y su mundo se volteara, embriagarse de él, fundirse en él. Sintió como él enredó sus delgados y largos dedos en sus cabellos y después se apoderó de su boca en un beso tan poderoso, febril y desesperado que la hizo gemir con fuerza y aferrarse a él, enloqueciéndola, seduciéndola, llevándola a donde nunca nadie la había llevado, de nuevo él. Sólo él.
La emoción que le recorría el cuerpo era demasiado poderosa para hacerla a un lado, no quería cuestionar porqué se sentía así, sólo quería vivirlo, deleitarse en el goce que las palabras de Paula le produjeron, su ego masculino le agradecía la confesión, pero más allá de éste, era su corazón quien latía como nunca antes lo había hecho.
—Te deseo preciosa… te necesito —susurró contra los labios de ella, con la respiración agitada y los ojos cerrados.
Y sin darle tiempo a ella a responder la tomó por la cintura, llevándola en vilo, pero pegada a su cuerpo caminó hasta la ducha. Quería tenerla allí, cumplir esa fantasía que lo torturó tanta veces, quería sentir como sus manos se deslizaban por el cuerpo de Paula mientras el agua la bañaba y que ella hiciera lo mismo con él, deseaba sus besos y sus caricias, que le mostrase cuanto lo anhelaba, que ella también sentía lo mismo que él.
Paula apenas era consciente de lo que ocurría a su alrededor, Pedro no la dejaba pensar en nada más que no fuera él, el deseo le recorría el cuerpo haciéndola estremecer, ansiándolo como si tan solo minutos atrás no lo hubiera tenido, tan sedienta de sus besos que no le permitía alejar sus labios de los de ella. Los rozaba, los mordía y los succionaba como si quisiera acabarlos, hacerlos suyos y desgastar los propios, deseaba besarlo como nunca había besado a nadie y que él sintiera que ninguna otra mujer lo había necesitado de esa manera.
—Si continuas así… voy a terminar necesitando un tanque de oxígeno —susurró Pedro, le acarició la cintura y le entregó una sonrisa que expresaba la felicidad que sentía.
—Gustosa te doy todo el oxígeno que necesites… pero no dejes de besarme, y tampoco me pidas que deje de hacerlo yo —esbozó sin vergüenza, ni sonrojos, su voz desbordaba deseo y convicción.
—No lo haría jamás, bésame Paula… bésame cuanto desees — pronunció dejando que su aliento se mezclara con el de ella.
Apoyó una mano en la parte baja de la espalda de Paula y la pegó a su cuerpo desapareciendo la poca distancia que los separaba. Su mano se ancló en la nuca de ella de manera posesiva y la atrajo hacia él para tomar su boca en un beso sensual y lento, meticuloso, de esos que no necesitaban del arrebato para ponerlos a temblar a ambos y hacer que la hoguera en sus cuerpos lanzara lenguas de fuego a sus intimidades, las mismas que palpitaban ansiosas por la unión.
Pedro sabía que debía bajar el ritmo si quería prologar el momento.
Su cuerpo ya se encontraba una vez más listo para Paula, haciéndolo sentir orgulloso de la rapidez con la cual respondía ante los estímulos que ella le brindada; sabía que la mujer entre sus brazos también estaba lista para él, su cuerpo se lo gritaba.
—Empecemos con su baño señorita Chaves —murmuró contra los labios hinchados y rojos de ella.
Abrió la llave despacio para que el agua fuera cayendo de apoco sobre ambos, ciertamente no esperaba la temperatura que traía la misma, se había olvidado de la torrencial lluvia que caía afuera, y que seguramente había enfriado las tuberías pues el agua estaba helada.
—¡Enciende el calentador! —exclamó Paula crispándose como una gata contra él.
—Ya lo hago felina cobarde y arisca —señaló con una sonrisa traviesa, alejándola de la lluvia que liberaba la regadera, mientras estiraba su mano con rapidez para encender el aparato.
Ella lo miró con reproche por la burla de él, pero no pudo resistirse ante la sonrisa que Pedro le obsequió, sólo ese gesto podía derretirla, en cuestión de segundos se encontró sonriendo al igual que él, y volvieron a dejarse llevar por los besos y los toques de sus manos, esos que enviaban descargas a todos los rincones de sus cuerpos y les hacían crear un concierto de suspiros y gemidos.
Cuando el agua obtuvo la temperatura deseada por ambos, ella se movió para quedar bajo del chorro de agua y lo pegó a él a la pared, abandonó la boca de Pedro y comenzó a bajar con sus labios por el cuello. Otras de sus debilidades, le encantaba la suavidad y la calidez de esa piel, sentir como él se estremecía cada vez que ella lo probaba con su lengua, se concentró en los lunares que lo adornaban justo por encima del lado izquierdo de la clavícula.
Él cerró los ojos y dejó que su cabeza se apoyara en la pared tras él, expuso su cuello para que Paula hiciera lo que deseara, le encantaba cuando ella se adueñaba de la situación, ya no le resultaba tan complicado ceder el control, no con ella pues disfrutaba mucho recibiendo todo el placer que le ofrecía. Dejó que sus manos viajaran por el cuerpo de la chica, rozando y apretando a su antojo, llegó hasta el perfecto trasero de Paula y se apoderó de éste en una caricia suave al principio pero que fue ganando fuerza a medida que ella besaba y succionaba su piel.
Por cada gesto de Paula él apretaba ese par de colinas firmes y bien formadas que adornaban el final de su espalda, pegándola a su cuerpo para que sintiera que ya no deseaba esperar más. No quería detenerla, pero tampoco podía seguir soportando esa dulce tortura a la que ella lo sometía, intentó besarla, pero Paula se le escapó mostrándole una sonrisa traviesa y provocativa, él la dejó, no podía negarle nada a esa mujer, lo tenía completamente rendido bajo sus besos y hechizado con sus encantos.
Cada temblor de Pedro la llenaba de seguridad y la hacía sentir tan sensual y desinhibida que no dudó en mantener el control, deseaba llevar a cabo aquello que no pudo minutos atrás en la habitación. Dejó que sus manos bajaran lentamente por el pecho de él hasta encontrarse con la palpitante, cálida y rígida erección que le rozaba la piel del vientre, la tomó entre sus manos permitiéndole al deseo que las guiara y comenzó a acariciarla lentamente.
—Paula —esbozó él con voz ronca y agitada.
Acompañó la advertencia con una fuerte presión en el agarre que sus manos tenían sobre los glúteos de ella, al tiempo que buscaba con su mirada el par de ojos cafés que se hallaban concentrados en el movimiento que las manos llevaban sobre su erección, volvió a apretar con mayor fuerza para captar la atención de Paula. Esta vez ella se estremeció y en un movimiento rápido hundió el rostro en su cuello, ahogando un jadeo en éste y después liberando uno ronco y excitante justo en su oído.
—Muero por tenerte en mi boca… por probar tu sabor… quiero besarte Pedro, deseo sentirte palpitar en mi lengua —susurró con la voz transformada por el deseo y los ojos cerrados.
Él no pudo evitar estremecerse ante las palabras de Paula, jamás le había resultado tan excitante que una mujer le hablara de esa manera, había recibido incluso propuestas más osadas, pero nunca una tan tentadora, había esperado meses por escucharla decirlo y apenas podía contener la
emoción que eso le provocaba.
—Paula… —susurró contra la mejilla de ella y moviéndose apenas buscó la mirada de la chica—. Bésame como desees preciosa, haz con mi cuerpo lo que desees, te lo entrego… es todo tuyo, vuélvete loca y vuélveme loco junto a ti —le pidió mirándola a los ojos, con la voz cargada de deseo y urgencia.
Ella no le respondió con palabras, lo hizo en un beso cargado de pasión, gimió cuando su lengua entró en contacto con la de él y sin querer esperar más se separó sin dejar de mirarlo, con suavidad pasó el pulgar por la cima de la erección de Pedro, recogiendo la perla de humedad que había brotado de su interior, dejando que el deseo le dictara cada movimiento, la llevó hasta sus labios y ante la mirada ardiente de él metió el pulgar en su boca succionándolo lenta y seductoramente, mientras sus ojos fijos en él le decían que le gustaba.
Pedro inspiró con fuerza ante el gesto de Paula, podía jurar que se prenderían en llamas en ese mismo instante, una ola de fuego lo recorrió entero haciendo vibrar cada fibra de su ser, convirtiendo en lava la sangre que corría por sus venas, abrió sus labios para permitir que el aire llenara sus pulmones y se esforzó por calmar el latido desbocado de su corazón. Intentó besar a Paula, pero ella se alejó negando con la cabeza mientras le sonreía de manera seductora, y mordía con suavidad su pulgar lanzando más leña a la hoguera que hacía estragos en su interior.
Paula sentía el deseo recorrer cada rincón de su cuerpo, no sólo el de satisfacer sus anhelos, sino también los de Pedro, quería complacerlo de la misma manera en la cual él la complacía a ella, darle tanto placer que él no pudiera olvidarla jamás, quedarse grabada en su piel y su memoria.
Poco le importaba si lo que tenían acababa en una semana o un mes, esa noche quería darle todo de ella, marcarlo como si fuera suyo, como si pudiera serlo para siempre.
Comenzó a recorrer con sus labios el pecho de él, sintiendo el ritmo agitado de su respiración que lo hacía subir y bajar, la calidez y el aroma de su piel que se tornaba más intenso a medida que sus besos húmedos y suaves caían como gotas de lluvia. Bajó por el camino que le indicaba el vello corporal de Pedro, deteniéndose en cada una de las divisiones que adornaban su esculpido torso, besándolas y abriendo sus labios para acariciarlas con la lengua.
—Paula… ¿Acaso te estás vengando? ¿Quieres que te ruegue? — preguntó Pedro sintiéndose febril.
Llevó una mano a la mejilla de ella para apartarle los mechones de cabello húmedo del rostro, una caricia sutil que no buscaba persuadirla de nada, sólo hacerla sentir segura y deseada. Ella elevó el rostro para mirarlo, la amplia sonrisa que se dibujó en sus labios y el brillo que se intensificó en su mirada le dio la respuesta que pedía.
Paula deslizó sus manos por los costados del firme y poderoso cuerpo masculino, anclándolas en las caderas para que éstas le sirvieran de apoyo mientras se colocaba de cuclillas ante él, dejando frente a ella la erección que se alzaba orgullosa y hermosa como el pilar de un gran palacio, su mirada dejó la de él atraída por el deseo de verla más de cerca, como no lo había hecho hasta el momento. Todos los músculos en su interior se contrajeron presos del deseo y la expectativa, su boca se colmó de humedad y tuvo que tragar para pasar la sensación que se había apoderado de ella.
Pedro inspiró de nuevo y con suavidad deslizó su pulgar por los labios de Paula, ejerciendo apenas presión para abrirlos, tocó la punta de su lengua y gimió cuando ella lo succionó con suavidad, cerró los ojos para controlar los deseos que tenía que estar dentro de su boca de una vez por todas.
—Invítame a probarte… quiero sentir lo que tú sentiste cuando lo hice contigo —susurró ella dejando que su aliento caliente cubriera la cima del falo erecto.
Él abrió los ojos y enfocó la mirada en el par de gemas brillantes que lo observaban expectantes, sintió que el deseo lo golpeó con una contundencia bárbara cuando ella le hizo esa petición.
No sabía cómo actuar con certeza y dejó que fuera su instinto quien lo guiara, con lentitud tomó su miembro en una mano, lo envolvió entre sus dedos y lo llevó hasta los labios de Paula, deslizó el glande por la piel suave, tibia y roja como una cereza madura de sus labios, gimiendo ante esa imagen que era lo más erótico que había presenciado en sus años de vida.
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