sábado, 18 de julio de 2015
CAPITULO 29
Pedro bajaba las escaleras mientras terminaba de abrocharse los botones de la camisa blanca de lino que llevaba, dejando los primeros sin cerrar, no porque tuviese un objetivo con ello, sino porque le gustaba usarlo de esa manera y aunque la noche se encontraba bastante fresca, algo le decía que hoy tendría mucho calor en cuanto Paula colocara un pie en su casa.
Mientras caminaba se repetía que debía ser paciente, que seguramente Paula estaría a la defensiva y rechazaría todo tipo de acercamiento que él quisiera tener con ella, seguramente se mantendría en esa estúpida e infantil postura de “No deseo una relación en este momento”.
Ella había mencionado que fue quien dejó al ex novio y que no se encontraba despechada por ello. Pero no lo parecía, su desconfianza debía estar afianzada en algo por el estilo, todas las mujeres eran iguales; después de un fracaso les costaba volver a confiar y debía admitir que la mayoría tenían motivos para hacerlo, pues el supuesto caballero que se supone viene a sanar sus corazones sólo piensa en una cosa: Llevárselas a la cama.
Aunque claro está, hay muchos otros que se toman su tiempo y en el camino construyen una relación más o menos “bonita” y que las hace sentir seguras y amadas. Él podía contarse entre ese grupo, pues con el corazón roto o no siempre le gustaba crear un ambiente donde sus amantes se sintieran al menos valoradas y deseadas, no podía decir amadas, pues hasta ese momento no lograba asegurar haber amado a ninguna, lo más cercano al amor que tuvo fue aquella ilusión que sintió por la que fuera su primera mujer.
Muchas se cegaban y disfrazaban el deseo de amor, el problema estaba cuando llegaba el momento de aspirar a más y entonces todo se complicaba. Venían las discusiones, las exigencias, los reproches, las lágrimas, los gritos y terminaba todo en un jodido desastre, con dos roles principales: Él siendo el malo de la película y ella la pobre víctima que entrego su corazón, su alma y cuerpo.
Algo completamente injusto porque a fin de cuentas él también entregaba su cuerpo, ellas gozaban de éste tanto como les diera la gana y él jamás se quejaba ni decía “hoy no, estoy cansado” por el contrario siempre estaba allí, entregado, dispuesto a darles placer cuando lo desearan. El sexo no era un acto unilateral, si dos participaban, dos recibían de igual manera, al menos en su caso así era, ninguna de sus ex novias podía decir que él era un amante egoísta, pues si él gozaba se encargaba que ellas lo hicieran también.
En cuanto a la mujer que ocupaba sus pensamientos, solo podía decir que quizás ella no había entendido el mensaje de que él “tampoco quería una relación en ese momento” no estaba en una posición donde pueda darse ese lujo, no cuando su vida fuera de ese lugar era un completo caos.
Primero debía demostrarle a su familia que estaba centrado y podían confiar en él de nuevo y eso no lo conseguiría diciéndoles, que tenía a una nueva novia en menos de un mes, claro mucho menos si les contaba que no era novia, sino una aventura de verano. Igual ellos no tenían por qué enterarse, no si llegaba a un acuerdo con Paula donde los dos como personas adultas asumiesen eso de manera natural.
Él lo que deseaba era contar con su compañía, disfrutar de su cuerpo, dormir con ella algunas noches, porque; vaya que le hacía falta el calor que brotaba de un cuerpo femenino en las noches, quería salir a pasear, escucharla reír, enseñarle a cabalgar, nadar juntos, conversar. Cosas tan simples y comunes como esas no algo que debiera implicar un compromiso, sólo un acuerdo que sería sencillo y beneficioso para ambos, debía admitir que le estaba costando pero no desistiría ni loco, ella se había vuelto en su único interés en ese lugar.
En resumidas cuentas era obvio que Paula traía incrustada en la piel una coraza que si no era por lo del ex, debía ser por algún tipo de prejuicio o algo por el estilo sino ya hubiese bajado las defensas. Tenían casi un mes juntos ahí y ella seguía en la misma postura, había avanzado pero era muy poco y lo más probable era que esa noche no tuviera la oportunidad de acostarse con ella; sería un milagro si lo consiguiese pero al menos podían llegar a un beso o algunos cuantos, no estaba de más alimentar sus esperanzas.
Con esos pensamientos llegó hasta la puerta principal de la casa que ella ocupaba, liberó un suspiro y ensayó su mejor sonrisa, mientras elevaba la mano para golpear con los nudillos la puerta un par de veces, pasaron unos segundos y repitió la acción.
—Hola… perdona estaba apagando las luces de la cocina —mencionó ella abriendo la puerta al tiempo que le sonreía.
—Hola… —respondió él posando su mirada en Paula.
Pedro solo atinó a observarla lucía muy hermosa, el cabello
recogido con un ganchillo sin mucho esmero, se había puesto maquillaje en el contorno de los ojos delineador y brillo en los labios, el rubor de sus mejillas lucía natural. Llevaba un vestido blanco con estampado de flores en tonos rojo, pero lo que más atrapó la atención del actor fue el escote del mismo, era profundo y sutil al mismo tiempo mostrándole un par de senos bellos y sensuales, los mismos que deseó tomar entre sus manos en ese instante y comprobar si eran tan suaves como lucía y también lo que su sentido de percepción le decía: que éstos encajarían perfectamente en sus manos.
—Luces preciosa —agregó y no mentía, era cierto.
—Muchas gracias, pero no es nada especial… tú también luces muy apuesto… dame un minuto que creo que olvidé apagar la luz del baño y odio desperdiciar energía —esbozó intentando parecer casual mientras se daba la vuelta y salía con rapidez hacia la escalera.
—Claro no hay problema, te espero aquí —contestó el castaño posando su mirada en la figura de la chica ahora de espaldas.
La vio subir con rapidez las escaleras y por un instante se sintió tentado a ir tras ella, encerrarla junto con él en su habitación, quitarle ese precioso vestido y tener sexo durante toda la noche. En verdad estaba poniendo a prueba su cordura con todo eso, era la primera vez que una mujer le atraía de ese modo y comenzaba a sentirse molesto por el poder que ella ejercía sobre él, como si se tratara de un adolescente que es incapaz de controlarse.
Paula corrió hasta su habitación, una vez allí cerró la puerta y se apoyó contra ésta dejando libre un jadeo al recordar lo apuesto que lucía Pedro. Su conjunto era sencillo pero ese hombre podía verse igual de arrollador llevando harapos, ciertamente no era justo ni para ella, ni para el resto de las mujeres, mucho menos para los demás hombres pues con solo el hecho de existir ya los insultaba a todos.
—Bueno, ya basta… respira y contrólate que tampoco es que sea Sean Connery, es un hombre tan corriente que hasta son vecinos y tus ex parejas tampoco es que han sido los peores de su género. Mira que has tenido buenos partidos es absurdo que ahora actúes como una tonta… además no son nada, simplemente amigos… aunque él haya dejado claro que quiere algo más y en el fondo tú también… ¿Por qué te es tan difícil ceder Paula? Es decir… ciertamente ¿Qué estarías perdiendo si te vas a la cama hoy con ese hombre? —se preguntó en un susurro y después se mordió el labio inferior.
Cerró los ojos negando con la cabeza, no podía hacer algo como eso ella no era del tipo de mujeres que se lanzaba a una aventura así ¡Si había perdido la virginidad a los diecinueve años! Cuando todas sus amigas lo hicieron entre los quince y los dieciséis.
Ya una vez había accedido a ese tipo de presiones a dejarse llevar porque era lo que la mayoría haría estando en su lugar, y la verdad aunque no se arrepentía de ello, tampoco podía decir que haberle entregado su primera vez a un chico al cual no amaba era algo de lo cual podía sentirse orgullosa, simplemente había asumido las cosas como se dieron, pero algo le decía que con Pedro Alfonso todo sería distinto, con él no era sólo pasar un par de noches y actuar después como si nada hubiera sucedido.
—Te convertirías en la amante de ese hombre, eso harías y quizás no todo sea tan sencillo como imaginas. Pau tú no puedes complicarte la vida de esa manera en estos momentos, necesitas enfocarte de nuevo en tu carrera eso es lo que realmente importa —se aseguró y tomó aire para llenar sus pulmones, después lo exhaló muy despacio mientras se obligaba a permanecer calmada.
Se irguió y salió de su habitación sin más, se había inventado lo de la luz del baño para poder calmarse, la imagen de su vecino la había dejado sin aliento y poco le falto para desmayarse o aun peor lanzarle encima, jamás había actuado así con ningún hombre y eso ciertamente la molestaba, se desconocía.
—Perdona la demora… —esbozó abriendo la puerta.
—No te preocupes admiraba la noche, la luna se ve espléndida desde aquí ¿no te parece? —preguntó él ofreciéndole el brazo.
—¿Estás usando los diálogos de algún personaje del siglo pasado? —lo interrogó con una sonrisa y le fue imposible negarse a su ofrecimiento. Eso le había resultado encantador, apoyó su mano en el antebrazo de Pedro y pudo sentir la firmeza de sus músculos.
Él dejó libre una carcajada negando con la cabeza, la condujo hasta su casa y sin soltarla abrió la puerta para después llevarla hasta el interior.
Era la primera vez que ella entraba ahí. La decoración y la construcción seguían el mismo estilo de la suya, pero había en el ambiente algo más, algo muy propio del hombre a su lado.
—Bienvenida —esbozó mientras se paraba tras ellas y le ayudaba a quitarse la delicada chaquetilla de algodón— ¿Me permites? —le pidió y ella asintió en silencio mirándolo por encima de su hombro.
No pudo evitar rozar la piel de los hombros de Paula mientras lo hacía, justo como había imaginado ésta era muy suave y cálida, sintió el temblor que la recorrió y una sonrisa se dibujó en sus labios mientras se deleitaba con el blanco y delgado cuello deseando depositar un par de besos justo debajo de su nuca. Ese pensamiento hizo que una parte al sur de su cuerpo se estremeciese y optó por alejarse recordándose que debía tener paciencia.
—Gracias —contestó ella cuando pudo y se alejó paseando su mirada por el lugar, aunque no era mucho lo que podía descubrir.
—La cena está casi lista podemos empezar con una ensalada caprese que hice, mientras los bistec a la florentina se cocinan, deben servirse al momento de bajarlos de la parrilla… —mencionó Pedro invitándola con un ademán al comedor.
—¿Necesitas que te ayude en algo? —preguntó acercándose hasta él viendo que ya había puesto la mesa.
—No, no es necesario… lo tengo todo bajo control, toma asiento por favor —pidió y tomó una de las botellas de vino, llevaba un sacacorchos en su mano derecha.
—¿No te parece mucho dos botellas de vino? —inquirió ella sin poder evitarlo.
Minutos antes se había asegurado que no diría nada al respecto, sólo se limitaría a no beber más de dos copas, pero allí estaba haciendo todo lo contrario, mientras se reprochaba por ello.
—Para una cena… sí es mucho, sólo beberemos una y debemos escoger cual —contestó acercándolas a ella—. Éstas son dos botellas de Chianti de excelente cosecha, seguramente ya has probado uno de los dos, ambos van perfectamente con la Bistecca allá Fiorentina que he preparado. Éste de aquí es un Chianti clásico y éste otro es un Colli Fiorentini, los dos son de ésta región y los viñedos del señor Codazzi están entre los mejores productores, es un vino de gran calidad él que tienes antes tus ojos — explicó con toda la soltura de un experto.
Paula se quedó mirando las dos botellas no tanto por no saber escoger uno, sino por lo sensual que le resultó escuchar a Pedro hablar con tanta propiedad sobre el vino. Ella también tenía conocimientos sobre éstos aunque muy básicos, ya que su padre era un amante del brandy y su madre apenas si soportaba el licor.
—Podemos probar los dos si gustas y después escogemos él que mejor te haya parecido —acotó él al notar el silencio en ella.
—No, sería un desperdicio abrir una botella y no beberla… —decía cuando Pedro la interrumpió.
—¿Acaso propones beber ambas? —preguntó divertido y no esperó a que ella le diera una respuesta—. Porque si es así déjame decirte que yo estoy acostumbrado a tomar vino y puede que tenga más resistencia que tú y no me haré responsable por lo que te pase o si de camino a tu casa terminas en medio de la piscina —esbozó en tono ligero para relajar la tensión que veía en ella.
—Bueno para tu información yo también tengo buena resistencia, pero no lo comprobaremos esta noche. Mejor abramos la de Colli Fiorentini no lo he probado aún y me gustaría hacerlo —pidió con una sonrisa posando su mirada en las manos de Pedro.
—Excelente elección —pronunció él tomando la botella para abrirla mostrando gran destreza.
Pero a Paula le parecía que además de la rapidez también lo había hecho con elegancia, hasta ese momento no se había fijado bien en las manos de Pedro. Eran tan hermosas como todo en él, dedos largos y finos como de pianista, blancas y suaves, no había nada áspero o burdo en ellas, eran simplemente perfectas.
—Señorita Chaves—esbozó al tiempo que le entregaba la copa llena hasta la mitad después de haberla aireado un poco.
—Gracias —contestó ella recibiéndola y esperó a que él se sirviera una también.
—Por esta velada —dijo Pedro al tiempo que acercaba la copa a la de ella para chocarla y la miraba directamente a los ojos.
—Por la cena que me muero por probar —esbozó la americana rozando su copa con la de él.
Sonriendo para no dejarle ver la reacción que había tenido su cuerpo ante la intensidad de su mirada, sentía que ésta la atrapaba de tal forma que no podía escapar, era una invitación vedada, lo sabía.
Él dejo ver una hermosa sonrisa y ella respondió de igual manera, ambos se llevaron las copas a los labios y le dieron un sorbo, mayor en el actor que en ella. Quien lo vio degustar el vino unos segundos y después pasarlo, notando como se movía su manzana de Adán al hacerlo, entregándole a Paula un espectáculo sumamente sensual y masculino mejor a cualquiera que hubiera visto antes.
Pedro notó la mirada que ella le dedicó pero no hizo ningún
comentario, no quería espantarla debía dejarla que fuera entrando en confianza, que poco a poco empezara a ser consciente de él y de todo lo que tenía para ofrecerle.
La vio apartar la mirada y llevarse la copa a los labios de nuevo, esa vez no pudo evitar sonreír ante el gesto. La ponía nerviosa y eso era muy bueno, los nervios de ese tipo en una mujer siempre estaban asociados a la excitación, él lo sabía bastante bien y se aprovecharía de ello tanto como pudiera.
—Te daré un truco… —pronunció sentándose frente a ella cuando la vio a punto de beber, colocando su copa de lado—. Toma un gran trago, pero solo la cantidad que puedas mantener en tu boca y déjalo allí por unos segundos antes de pasarlo, saboréalo y verás como lo aprecias mejor — señaló posando su mirada en los labios de ella que lucían tan suaves y provocativos—. Hazlo Paula, te prometo que lo disfrutarás. —su voz se había tornado grave en cuestión de segundos sólo le bastó ver como ella mantenía la copa cerca de su boca y fijaba la mirada en él.
Paula lo hizo sin dejar de mirarlo no podía escapar de esa mirada zafiro que parecía hechizar, no tomó un trago muy grande para no ahogarse pues apenas podía respirar, sentía que su corazón latía muy rápido y no era por la bendita prueba con el vino. Tal como él le indicó paseó el líquido por su boca unos segundos apreciando un toque ácido y después uno dulce, muy suave, no para empalagar pero si para hacerlo bastante agradable, dejó que se deslizara hasta su garganta y después se pasó la lengua por los labios sin poder evitarlo.
—Es… —ella se detuvo, no sabía cómo definirlo.
—Exquisito —mencionó él más refriéndose a ese último gesto que ella le entregó, que al vino en sí.
—Hay un sabor dulce al final… es como… no lo sé con precisión, pero estoy segura de haberlo probado antes, no forma parte de las uvas o de la barrica… —exponía buscando la palabra.
—Son ciruelas, el vino Chianti se caracteriza por ello, por tener pequeñas notas de ciruelas que le dan ese gusto, que va de la acidez a un toque dulce bastante suave —explicó tomando otro trago.
—Sí, exactamente así lo sentí ¿eres un experto en vinos? ¿Estudiaste para ello? —preguntó realmente interesada.
—No estudie para ello y estoy muy lejos de ser considerado un experto. Pero sí me gustan mucho, he probado de todas las regiones de Europa y digamos que puedo denominarme un catador promedio —contestó colocándose de pie para empezar a servir.
—Entiendo, lo haces muy bien… gracias por el truco —contestó dándole otro sorbo a su copa ya que podía apreciar mejor los sabores.
—De nada… pero deberías ir despacio, o te acabarás la botella y no nos quedará para cuando nos sentemos frente a la chimenea —comentó Pedro colocando una bandeja en medio de la mesa.
Paula casi se ahoga con el vino que tenía en la boca ante la sola mención que se sentarían frente a la chimenea, eso no era una cita ni nada por el estilo solo era una cena entre amigos, no había que terminar tomando vino, uno delicioso además, sentados en un cómodo sofá frente al fuego, además ¡Estaban en verano! ¿Quién encendía la chimenea en verano? La noche estaba fresca, pero no para que ellos tuvieran que estar junto al fuego.
Se disponía a protestar cuando él colocó ante sus ojos una apetitosa ensalada caprese, la presentación era sencillamente hermosa, tres rodajas de tomate con trozos de queso mozzarella y hojas de albahaca encima, bañados por una mezcla de pimienta, sal y aceite de oliva, todo se veía tan exquisito que la boca se le hizo agua.
—Ok, ya… dime dónde está el chef que hizo todo esto —esbozó sin poder creer que él supiera de verdad cocinar y que además presentase los platos así, ni ella lograría todo eso.
—Lo tienes frente a ti —contestó irguiéndose con gesto altivo.
—No, habló en serio… o al menos dime cuantos tutoriales viste en internet para poder hacerlo —cuestionó de nuevo.
—Ninguno, aprendí de mi padre… Fernando Alfonso
además de ser un gran abogado es el mejor chef no titulado que haya conocido en la vida… es algo así como yo con los vinos, a ambos se nos dan bien estas cosas — contestó tomando asiento cerca de ella—. Vamos pruébala, te aseguro que sabe tan bien como luce —agregó colocando la servilleta sobre sus piernas mientras le dedicaba una sonrisa para animarla, sintiéndose ansioso por obtener su respuesta.
Ella cortó un pequeño trozo de la hermosa presentación y despacio se la llevo a la boca, la suave mezcla se esparció por su paladar al tiempo que la textura de la hoja de la albahaca bailaba dentro de ésta. Su sabor se apreciaba exquisito y ella luchó por no gemir, pero su rostro debió mostrar cuanto le había gustado, porque Pedro tenía una gran sonrisa.
—¿Qué tal? —preguntó después de probar la suya.
—Sí, está deliciosa… —respondió tomando un poco más y después de saborearla otro más—. Tienes que enseñarme a prepararla, se ve sencilla pero las veces que he intentado hacerla no queda ni de lejos como ésta —le pidió sintiendo que su apetito realmente se había despertado mientras veía que él también disfrutaba de la comida.
—Cuando gustes, la próxima la hacemos juntos ¿te parece? —inquirió una vez más y le dio un sorbo al vino.
—Claro, me encantaría —contestó afirmando con la cabeza y le regaló una sonrisa.
—Bueno yo terminé, voy a colocar ahora el plato principal en el horno, hubiera quedado mejor en la parrilla, pero sería más trabajo, creo que debí llamar a una agencia de mesoneros —indicó en tono de broma colocándose de pie.
—¿Te ayudo con algo?—preguntó ella a punto de levantarse pero él no la dejó hacerlo.
—No, eres mi invitada no debes hacer nada más que permitir que te atienda yo me encargaré de todo, continua con la ensalada aún te falta — respondió con una sonrisa y se encaminó a la cocina.
Después de unos minutos Pedro había terminado con el bistec y había retirado los platos de la mesa, para hacer la segunda presentación. Un suculento corte de solomillo acompañado de papas horneadas y rodajas de limón, que estaba aún más delicioso que el primer plato. Esa vez Paula no dudo que hubiera sido Pedro el creador, pues lo había comprobado con sus propios ojos al verlo meter la carne al horno, esperar a que estuviera y después colocarla en los platos junto a los contornos.
—Me has sorprendido gratamente Pedro Alfonso, no puedo más que decir que me encantó la cena, estuvo exquisita —dijo Paula un minuto después de haber terminado.
—Muchas gracias, pero aún no termina, falta el postre —señaló colocándose de pie para retirar los platos.
—Oh, pero no puedo con nada más, he quedado satisfecha —esbozó mirándolo con pesar no quería rechazar su esfuerzo.
—No hay problema, en ese caso, vamos al sofá y dejamos el postre para después —mencionó tomando la botella de vino y su copa en una mano.
Mientras que con la otra agarraba la de Paula para guiarla al sillón dedicándole una sonrisa al ver la sorpresa reflejada en los ojos café por su gesto. Incluso él se había sorprendido ante éste, pero todo fue tan espontáneo, tan rápido.
Era como si no fuera la primera vez que la tomaba por la mano, se sentía muy bien con esa unión, era como si lo llenara de calidez y seguridad, una sensación que sólo le habían entregado pocas personas en su vida, aquellas a las cuales él le importaba y las que se podía decir eran parte fundamental en su vida: Su familia.
CAPITULO 28
El desorden que reinaba en la cama de la Paula era de proporciones épicas, más tratándose de alguien fanática del orden como lo era ella. Casi todas sus prendas se encontraban esparcidas por ésta e incluso algunas habían ido a parar al piso mientras ella se miraba en el espejo llevando un short naranja, una camiseta blanca y una chaqueta de algodón también naranja.
Pensó que así lucía bien, era algo casual y bonito, pero un vistazo a sus piernas le dejó claro que debía cambiarlo, era demasiado corto. Salió en busca de otro y todo fue en vano, todos sus shorts eran muy sugerentes para llevarlos en esa ocasión.
Optó entonces por una falda quizás eso podía funcionar, pero terminó desistiendo al comprobar que tampoco haría mucha diferencia, además Pedro podía terminar pensando que se la había puesto para provocarlo. Comenzó a frustrarse por no encontrar que colocarse, miró el reloj y aún le quedaba poco más de una hora, antes que él pasara por ella, cosa que le parecía absurda pues sólo debía caminar unos cuantos metros hasta la casa vecina, pero él insistió y ella terminó cediendo para no caer en una nueva discusión.
Se le haría tarde si no se decidía de una buena vez, aún debía darse una ducha y maquillarse un poco, tampoco iría con la cara lavada. Dejó libre un suspiro y cerró los ojos para focalizarse, los abrió de nuevo y recorriendo con la mirada el desorden que había en su cama, al azar tomó un vestido de esos que usó para pasear por la Riviera Francesa cuando la visitó. El mismo era sencillo y hermoso, el escote era sugestivo pero su largo le brindaba el equilibrio que estaba buscando, además era ancho, por lo que no se pegaría a su figura como otros que se había puesto hacía minutos.
—Será éste y no se habla más Paula… ¡Por Dios! Esto es increíble, das vergüenza de verdad —esbozaba mientras se desvestía.
Se colocó el vestido y caminó hasta quedar frente al espejo, suspiró pensando que tal vez podía resultar muy elegante por el largo, pero no tenía de otra, colocarse uno más corto podía enviar el mensaje equivocado al actor. Con el escote no podía hacer nada, tener senos voluptuosos no se ocultaría con nada, ni siquiera con un suéter de cuello alto, al menos éste le ofrecía una vista menos insinuadora, incluso se veía relajada y despreocupada, como si no se hubiera esmerado en su arreglo para impresionarlo.
—Sí, es perfecto, bueno ahora a recoger este desorden y apurarme… o llegará y me encontrará sin vestirme aún —se dijo quitándose el vestido, lo dejó sobre el diván de terciopelo color musgo que se encontraba junto a la ventana.
Sin poder evitarlo echó un vistazo a la casa vecina y se percató que tenía las luces encendidas, aunque el sol aún aportaba un poco de luz. Faltaban diez minutos para las seis de la tarde, pero los días eran más largos en cuanto a luz solar, buscó con la mirada a Pedro y lo vio salir por la puerta trasera.
Ella se escondió rápidamente tras las cortinas para que él no fuera a descubrirla. Desde dónde se encontraba pudo ver que se dirigía a la bodega de los vinos y minutos después regresaba hasta su casa llevando dos botellas en las manos.
—¡Dos botellas es demasiado vino! —exclamó sintiéndose nerviosa de pronto.
Una alarma se había activado en ella no tanto porque sospechara que Pedro hubiera planeado todo eso para emborracharla y llevársela a la cama, eso era tan probable como que la tierra era redonda, sabía que él jugaba al seductor de vez en cuando y conseguía trastocarla. Sin embargo, dudaba que fuera a hacer algo deshonesto como aprovecharse de ella de esa manera, o al menos eso creía.
Igual el verdadero problema y a lo que más temía era a que ella misma terminase dándole pie a él para que algo así sucediera, porque ya había admitido que ese hombre le gustaba mucho, que incluso lo deseaba y estando los dos solos en ese lugar todo estaba a favor que terminaran
pasando la noche juntos.
—Paula… Paula, solo a ti se te ocurre aceptar algo así se
supone que eres una mujer adulta y que puedes controlar una situación como esta… pero no actúas igual cuando te encuentras frente a él, por el contrario haces todo mal… así que piensa bien lo que haces porque puedes terminar donde juraste que nunca harías —se dijo sintiendo como su corazón se desbocaba en latidos.
CAPITULO 27
Paula caminaba delante de él como si fuesen dos personas comunes y corrientes, igual al resto de los que allí se encontraban, tomó uno de los carritos y él se ofreció a llevarlo, ella colocó los ojos en blanco ante su insistencia por hacer esa estúpida diferencia de géneros, pero para no caer
en una discusión accedió, se colocó a su lado y se digirieron al fondo de la tienda, donde se encontraban las legumbres y hortalizas. Paula sacó la lista para ir seleccionando las que se encontraban en ésta, pero la buena memoria de Pedro le ganó la partida, él comenzó a escoger lo que necesitaba, así que ella se limitó a buscar un bolígrafo en su bolso e ir tachando las que ya tenían, pero no se sentía bien haciendo sólo eso, debía ocupar su mente en algo y dejar de seguir cada movimiento que el castaño hacía.
—Déjame ayudarte, así será más rápido —le pidió una bolsa para tomar ella los tomates y las cebollas.
—Claro, si deseas puedes llevar para ti también —dijo
colocando en el carrito papas y zanahorias.
—No es necesario, yo tengo en la casa… compré hace algunos días, solo me faltan algunas cosas pero como el señor no me dejará pagar mi cuenta, mejor espero a venir sola otro día —esbozó y se giró dándole la espalda para caminar hasta otra de las estaciones.
Altanera, si esto no fuese más que una actuación te llevarías una buena nalgada por andar de contestona, voy a tener que anotar cada una de tus malcriadeces Paula pues pienso cobrármelas todas, ya lo verás… ya lo verás.
Pensaba el castaño siguiendo el andar enérgico de ella, le encantaba como se movía al caminar, le fascinaba ese trasero redondo y firme que tenía, ese mismo que se llevaría unas cuantas caricias y azotes de sus manos en cuanto tuviera la oportunidad.
—Que afortunado es —comentó el italiano un minuto después.
—¿Quién? —preguntó ella sin comprender.
—Tu ex novio, no todos corren con la suerte de liberarse de una mujer como tú —indicó con toda la intensión de darle una estocada.
—Pues déjame informarte que él no pensó lo mismo, de haberlo hecho no hubiera gastado una fortuna en regalos y cientos de ramos de rosas pidiéndome una segunda oportunidad —mencionó con arrogancia mientras colocaba dos paquetes más de verduras dentro del carrito—. Ahora. ¿Qué puedes decir tú de tus ex novias? —preguntó recordando el gran “cariño” que le tenía la última de ellas.
—No acostumbro hablar de las mujeres, no es de caballeros hacerlo, pero para satisfacer tu curiosidad sólo te diré que todas han quedado devastadas después de la separación —esbozó en el mismo tono engreído que había utilizado ella.
—Eres un gran arrogante ¿te lo han dicho? —preguntó la castaña sin poder ocultar su sentir.
—Sí, ya lo han hecho antes, pero temo decirte que ambos sufrimos del mismo mal, tú no te quedas atrás Paula, eres igual o más arrogante que yo —respondió mostrándole una amplia sonrisa.
Ella abrió la boca para decir algo pero no tenía argumentos para refutar eso, ciertamente se había mostrado bastante arrogante con él, aunque no era así todo el tiempo, no con las demás personas, pero había algo en la actitud de Pedro que le hacía querer demostrarle siempre que ella era mucho más que él, más famosa, más madura, más centrada y educada, no sabía por qué tenía ese afán por querer resaltar, cuando menos lo pensaba se encontraba enfrascada en esa lucha con él, justo como en ese instante.
—Ok, punto a tu favor… dejemos el tema de lado y continuemos con la lista ¿qué nos falta? —esbozó extendiendo la hoja.
—¿Sí entiendes lo que está escrito allí o sólo estás adivinando? — preguntó para pincharla una vez más.
—Para tú información hablo, leo y escribo el italiano muy bien, podría decir que perfectamente, pero siendo extranjera conozco mis limitaciones, al menos a la hora de pronunciarlo —contestó sin mirarlo, no caería tan fácilmente.
—¿En serio?… entonces ¿por qué has empacado moras, si yo no las puse en la lista? —inquirió una vez más intentando no reír.
—Porque necesitas alimentos altos en vitaminas, las moras son excelentes, déjame decirte que si tu dieta solamente se basa en lo que está aquí escrito estás muy mal, también llevaremos uvas, espinacas, remolachas y naranjas… luces… bastante pálido y esto hará que ganes color —mencionó con una naturalidad asombrosa.
—¿En qué momento se ha metido mi madre en tu cuerpo? —preguntó entre sorprendido y divertido.
—No lo ha hecho, esto es algo que todo el mundo debería saber y si ella te ha sugerido deberías hacerle caso, no se trata sólo de unas pocas verduras y unas cuantas frutas, debes crear un balance perfecto —explicó mientras llenaba el carrito de todas las cosas que había mencionado y otras más que no había hecho.
Pedro sólo atinaba a mirarla y no sabía si sentirse molesto porque ella le estuviese indicando lo que debía comer o feliz al saber que le importaba su bienestar. Quizás sólo lo hacía por ser amable con él pero aun así no dejaba de ser un avance importante, después de todo era la primera mujer después de su madre y su abuela que escogía frutas y verduras para él, sabía que si algún día algunas de las dos llegaban a enterarse de eso, proclamarían a Paula Chaves como la mujer indicada para que fuese su esposa.
¡Para! Aquí nadie ha hablado de matrimonio, sólo porque ella sea una compradora compulsiva de frutas, no significa que debas llevarla al altar y jurarle amor eterno, debes estar claro en lo que deseas de esa mujer Pedro y proponerte conseguir sólo eso, nada más.
Pensaba sintiéndose alarmado de repente por la dirección que habían tomado sus pensamientos, él era un hombre que creía en el compromiso, pero también era consciente que aún le faltaba mucho para dar un paso tan importante como ése, el matrimonio no era una cosa con la cual se pudiese jugar, él no caería en aquello que en su mundo se veía con mucha frecuencia: matrimonios de un par de años.
Paula se concentró en escoger un montón de cosas y evitar mirarlo de nuevo, mientras se reprochaba internamente por lo que estaba haciendo y diciendo, hasta hace unos minutos se negaba rotundamente a hacerle un mandado y ahora no sólo estaba aquí, sino que además escogía frutas y verduras para él como si fuese su… ¿Esposo? ¡Perfecto! Ahora si te has vuelto absolutamente loca, llevas menos de un mes conociéndolo y ya estás actuando como la perfecta ama de casa, lo único que te falta es ofrecerte a cocinarle y limpiar su casa…
¡Idiota! Deja ya esas cosas allí, que se cuide él mismo ¿a ti qué te importa si tiene anemia o se resfría o se enferma de cualquier cosa? Ese es su problema, es un hombre lo bastante grande como para atenderse sólo y saber lo que le conviene comer y lo que no… y no vengas que lo haces porque te recuerda a tu hermano menor, porque Nico es todo lo opuesto a ese hombre.
Pensaba furiosa con ella misma, ni siquiera se acercó a los rábanos, ya estaba perdiendo mucho tiempo aquí, debía terminar con todo eso antes que acabase diciendo o haciendo alguna otra estupidez, se volvió para mirarlo y él se encontraba con la mirada pérdida en las verduras, como si analizase cuidadosamente algo, al menos no se burlaba de ella, sin embargo debía marcar distancia de nuevo.
—Pedro… ¡Pedro! —lo llamó sacándolo de sus cavilaciones
de golpe.
—Dime —mencionó él en respuesta.
—¡Ay! Perdona que te distraiga del tortuoso dilema de escoger entre los pimentones verdes o los rojos, pero ¿podrías darte prisa?— preguntó elevando ambas cejas y después le dio la espalda para continuar con lo que le faltaba.
—Es insoportable —susurró entre dientes y metió en la bolsa de los dos colores con una fuerza innecesaria.
—Tranquilo… ya te acostumbrarás, siempre terminaba con ganas de ahorcar a mi esposa cuando salíamos de la tienda, pero con el tiempo llegas a saber lo que desean incluso antes de pedirlo, eso es lo que hace que un matrimonio dure… ya llevamos veinte de casados —comentó un hombre de unos cuarenta y tantos años a su lado, mientras le ofrecía otra bolsa—. Van por separados, los rojos en una y los verdes en otra —indicó con una sonrisa amable.
—Muchas gracias —mencionó el chico en ingles pues el hombre era británico y no lo reconoció, para su suerte.
—No hay de qué y recuerda: la paciencia es la clave —acotó
palmeándole la espalda, para después alejarse.
El actor lo vio acercarse a una hermosa dama, que debía ser solo un par de años menor que él, está lo recibió con una sonrisa cuando le entregó los dos paquetes y el hombre aprovechó para darle un beso en la mejilla, después de eso siguieron con su camino. Él dejo libre un suspiro y salió en busca de Paula que se encontraba en la carnicería y casi había acabado con su pedido allí, lo vio llegar y Pedro le extendió las dos bolsas con los pimentones separados.
—Perfecto, me gustan ambos…—dijo recibiéndolos con una sonrisa y un poco sorprendida, los colocó con las demás cosas—. Bueno ya casi tenemos todo, sólo nos faltan éstas cosas y terminamos, las personas no se han fijado en ti, supongo que lo último que esperan es ver al actor del momento haciendo compras en un supermercado —susurró caminando hacia el pasillo de las pastas.
—Ciertamente, ni siquiera mi madre se imaginaría algo así, cuando se lo cuente es muy probable que no me crea, gracias por ayudarme Paula —esbozó mirándola a los ojos.
—No tienes que agradecerme nada, en el fondo me gusta hacer cosas como éstas y en América casi nunca puedo, allí soy yo la que debo llevar lentes y prendas que me oculten —comentó en tono casual—. ¿Espagueti o tallarines? —preguntó con ellos en las manos.
—Ambos y también tenemos que buscar raviolis —respondió
Pedro quien se había quedado en silencio escuchándola.
Ir descubriendo de a poco a Paula le gustaba mucho, ella se iba abriendo a él sin darse cuenta, dándole información que aparentaba ser bastante común pero que él sentía clave, pues eso los acercaba, él también había dejado escapar algunas cosas y a diferencia de otras veces, no se lamentaba por ello, era como si pudiese confiar en ella, después de todo no eran tan diferentes, aunque sus vidas viniesen de mundos prácticamente distintos.
La molestia que la había embargado minutos atrás se había esfumado, él sinceramente se notaba agradecido por todo lo que estaba haciendo y en ningún momento se aprovechó de eso para insinuar que ella tuviese algún tipo de interés romántico, eso la verdad era lo que más temía, que él fuese a basarse en esos detalles para hacerla sentir incómoda, pues ciertamente lo haría; ella jamás había mostrado interés por un hombre de manera desmedida, siempre esperó a que fuesen ellos quienes dieran el primer paso, sabía que en ocasiones había actuado como una tonta, porque cuanto más le gustaba un chico, más se alejaba ella de él temerosa de que pudiese descubrir sus sentimientos y verse expuesta.
Quizás eso mismo le estaba pasando con Pedro, pero ahora más que nunca se negaba a reconocerlo, primero porque la eterna guerra de egos que se traían no lograría acabar en nada bueno y segundo porque por ningún motivo elevaría más el ego del actor, ya lo tenía por las nubes, no necesita que ella le diese más alas, además que desde un principio le había dejado claro que no estaba en busca de ninguna relación, así que no podía venir ahora y decirle que había cambiado de opinión, debía mantener su postura.
Cuando ya tenían todo lo que necesitaban, se dirigieron hasta la caja que Paula había indicado antes de entrar, la misma estaba siendo atendida por el que parecía ser el dueño del local, la mujer a su lado debía ser su esposa y estaba indicándole algunas cosas. La escritora respiró profundamente armándose de valor, le dedicó una mirada a Pedro para que esperase tras ella y avanzó mostrándole una sonrisa a la pareja.
—Buenas tardes ¿esta caja está abierta al público? —preguntó en italiano con un tono gentil.
—Por supuesto señora… continúe por favor —contestó el anciano con una sonrisa, mientras le hacía un ademán.
—Gracias —esbozó ella respondiendo con el mismo gesto y ayudada por Pedro comenzó a colocar las compras en la correa.
—¿Es norteamericana? —preguntó el hombre y ella asintió— Pues se dará un festín bastante italiano, espero lo disfrute —acotó el hombre pasando las compras a donde el actor ya las recibía para empacarlas junto a un niño de no más de diez años que lo ayudaba.
Paula supuso que debía ser el nieto o quizás bisnieto de la pareja, que desde ya se le enseñaba la maravillosa labor de trabajar para ser independiente en el futuro, ella le dedicó una sonrisa al pequeño y también al anciano, pero después posó su mirada en Pedro y recordó las últimas palabras del hombre.
Me daría un festín italiano si fuese mi vecino el plato principal… ¡Ok, ya está bien! Paula por favor contrólate.
Pensaba sonriendo, luego se mordió el labio para controlar los deseos que habían despertado en ella, viendo lo guapo que lucía con ese conjunto informal, que en él se veía tan atractivo y elegante, una camiseta cuello redondo de algodón blanca, el jean azul desgastado, la gorra blanca y las gafas oscuras estilo aviador de D&G.
—No tiene problema en que pague con la tarjeta de mi esposo ¿verdad? —preguntó una vez que el hombre le dio el monto.
—Por supuesto que no señora, si el titular está presente y autoriza — mencionó lo que indicaba la normativa.
—Claro, amor me pasas tu tarjeta y tu identificación por favor —pidió mirando a Pedro y sintiendo que todo el cuerpo le temblaba, había llegado la prueba final.
—Aquí tienes cariño —esbozó él en inglés.
Arriesgándose y modulando la voz de tal manera que ellos no fuesen a sospechar que era italiano, al menos que pensasen que tenía familia aquí, pero que era extranjero, le entregó a Paula lo que le pedía y contuvo la respiración a la espera que el anciano no pidiese la identificación, afortunadamente la mujer se había retirado.
—Perdone señora, pero me podría dictar el número de identificación, es que he dejado las gafas en la oficina y sin ellas no puedo ver números tan pequeños —pidió el hombre con una sonrisa.
—¡Por supuesto! —expresó ella de inmediato, emocionada al ver que su suposición no había sido errada, estaba apostando por eso desde que llegó a la caja y no vio las gafas del hombre por ningún lado—. Permítame… — buscó en la tarjeta y aunque la imagen de Pedro la distrajo un momento, pues hasta en su tarjeta de identificación salía guapo, logró enfocarse y dictarle el número.
El hombre lo introdujo y la maquina emitió el ticket al segundo siguiente, Paula se lo extendió a Pedro para que lo firmase y ella buscó la manera de distraer al caballero, mientras la maquina imprimía la factura, recibió el ticket de vuelta de manos del actor, y viendo que el anciano posaba la mirada en éste habló de nuevo.
—Mi esposo tiene familia aquí y ellos me han dado varias recetas, por eso llevo todas estas cosas, quiero hacerlas antes de regresar y perfeccionar lo que no me salga bien a la primera, así para cuando regrese a América pueda lucirme preparándolas —lo distrajo notando que eso había sido del interés del hombre.
—Estoy seguro que le saldrán bien, sino está él para ayudarla a conseguir el toque italiano —esbozó con una gran sonrisa desviando su mirada un segundo a Pedro y después posándola en ella—. Muchas gracias por su compra, que tengan feliz tarde.
—Igual para usted, muchas gracias —mencionó ella.
—Gracias, muy amable —mencionó Pedro que ya esperaba con todas las compras en el carrito.
—Estefano, ve con los señores y trae el carrito de regreso —pidió el anciano al niño.
Éste asintió con una sonrisa al ver la confianza que su abuelo depositaba en él, irguiéndose para parecer más alto salió tras Paula y Pedro.
Entre los dos comenzaron a guardar todas las cosas en la maleta del auto.
—¿Puedes con él? —le preguntó Pedro en italiano.
—Claro señor —contestó el niño con seguridad.
—Bueno, muchas gracias por ayudarnos, cuídate —indicó al tiempo que le entregaba un billete.
—Gracias señor, no es necesario —se negó el niño.
—Por favor recíbelo, para que compres algún dulce —pidió Paula mirándolo mientras le sonreía.
—Bien, muchas gracias a los dos —contestó feliz recibiendo el billete de veinte euros.
Los jóvenes lo vieron alejarse rebosante de alegría sintiendo que ellos también lo estaban por haber superado esta prueba, él le abrió la puerta del auto y ella subió dedicándole una sonrisa, Pedro caminó para hacerlo de su lado.
—¡Vaya! No puedo creer que lo hayamos hecho… fue genial —expresó riendo emocionada y antes que pudiese analizar lo que hacía se acercó y le dio un beso en la mejilla al chico, pero de inmediato se alejó— ¡Oh, Dios! ¿Qué hice? —preguntó alarmada llevándose las manos a la boca mientras lo miraba.
—Me besaste… bueno, no sé si llamar a eso un beso, fue demasiado rápido, dame otro y podremos averiguarlo —dijo con una sonrisa ladeada mientras se acercaba.
—¡Olvídalo! Fue todo producto de la emoción, no te preocupes, no volverá a pasar —mencionó alejándose y esquivándole la mirada, pues se moría por besarlo, pero no en la mejilla sino en los labios.
Él dejó libre una carcajada que retumbó dentro del auto e hizo que muchas cosas dentro de Paula se estremecieran, se quitó las gafas y la gorra liberando el hermoso y sedoso cabello castaño, se pasó la mano por éste para acomodarlo un poco y encendió el auto, pero antes de salir se volvió a mirarla, apreciando el hermoso rubor que había cubierto las mejillas de ella, sintió una extraña emoción colmar su pecho, al tiempo que pensaba que en verdad era preciosa.
—Bueno, si yo no merezco otro beso por mi actuación, al menos déjame darte uno a ti por la tuya… de verdad me sorprendiste Paula Chaves, tienes muchos dotes para la actuación esposa mía —pronunció volviendo medio cuerpo para quedar de frente a ella, mientras su mirada que ahora lucía gris y brillante la veía.
—No es necesario… y fue lo primero que se me ocurrió, no parecemos hermanos para decir que seamos familia… y cuando ven a dos personas haciendo compras todo el mundo supone que son esposos o pareja —se excusó sin volverse para verlo, pero sintiendo sobre ella la intensa mirada de él.
—De todos modos fue una actuación magistral —mencionó y antes que Paula fuera a salir corriendo para impedir que la besara, posó un par de dedos en la barbilla de ella para fijarla en esa posición y le depositó un beso suave y lento en la mejilla.
Ella dejó escapar un suspiro ante el suave roce y luego la presión que ejercieron los labios de Pedro contra su mejilla, pero luchó por no cerrar los ojos y mantenerse inmóvil, él se deleitó con la suave piel de ella y tuvo que aferrarse a todo su autocontrol para no bajar hasta la comisura de la boca de Paula y dejar caer un beso allí también o más aún, no volverla para atrapar esa pequeña y sensual boca con la suya y besarla hasta quedarse sin aliento.
—Gracias —susurró al oído de ella reuniendo toda su cordura para alejarse, se había propuesto seducirla lentamente y lo conseguiría.
Ella sintió como si ese susurro que se coló por su oído, hubiera bajado esparciéndose por todo su cuerpo tensando espacios que no debían hacerlo, su vientre fue preso de un temblor apenas perceptible para ella y sus pezones también reaccionaron a ello, incluso su respiración y su corazón sufrieron los estragos de esa palabra susurrada, así como de la voz grave y sensual de Pedro. Notando que había quedado como una tonta, solo le dedicó una sonrisa y fijó su mirada en el estacionamiento, mientras él ponía el auto en marcha.
—Tengo una idea —esbozó Pedro minutos después para romper el silencio que se había instalada en el auto—. Te invitó a cenar esta noche y así te agradezco como se debe el que me hayas ayudado hoy. ¿Qué dices? —preguntó sintiendo que debía seguir ganando terreno.
—No creo que resista otro estado de tensión como él de hace minutos, corrimos con suerte en el supermercado, pero dudo que suceda lo mismo si vamos a un restaurante —contestó con tono impersonal, buscando quedarse en un lado seguro.
—No tendremos que ir a ninguno, cenaremos en mi casa, cocinaré para ti —le explicó mirándola y dejó ver una sonrisa ante su cara de sorpresa, ella no se esperaba algo así.
—¿Sabes cocinar? —cuestionó sin disimular su asombro.
—Sí y además lo hago muy bien, si vienes esta noche a mi casa podré demostrártelo —respondió con una sonrisa.
—Yo… —Paula sabía que no debía aceptar, que eso significaba exponerse demasiado, pero como siempre no logró controlar su curiosidad y ésta la hizo dar una respuesta—. Bien, iré y espero de corazón no terminar en un hospital intoxicada… sino pobre de ti Pedro —dijo en un tono jocoso para aligerar la sensación de tensión que se había apoderado de su cuerpo.
—Perfecto, no te arrepentirás, te lo prometo —dijo dedicándole una mirada fugaz y una sonrisa efusiva.
Ella respondió al gesto de él con menos entusiasmo, sentía que ya se estaba arrepintiendo, eso era como meterse a la boca del lobo, lo sabía, lo sabía muy bien, pero aun así accedió, comenzaba a preocuparla esa estúpida manía de no poder negarse a lo que él pedía. Respiró profundamente posando su mirada de nuevo en el paisaje, intentando olvidarse del cosquilleo que recorría su cuerpo cada vez que era consciente del hombre que iba a su lado, él colocó música y ella lo agradeció, pues se trataba de U2, una de sus bandas favoritas.
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