sábado, 18 de julio de 2015

CAPITULO 27





Paula caminaba delante de él como si fuesen dos personas comunes y corrientes, igual al resto de los que allí se encontraban, tomó uno de los carritos y él se ofreció a llevarlo, ella colocó los ojos en blanco ante su insistencia por hacer esa estúpida diferencia de géneros, pero para no caer
en una discusión accedió, se colocó a su lado y se digirieron al fondo de la tienda, donde se encontraban las legumbres y hortalizas. Paula sacó la lista para ir seleccionando las que se encontraban en ésta, pero la buena memoria de Pedro le ganó la partida, él comenzó a escoger lo que necesitaba, así que ella se limitó a buscar un bolígrafo en su bolso e ir tachando las que ya tenían, pero no se sentía bien haciendo sólo eso, debía ocupar su mente en algo y dejar de seguir cada movimiento que el castaño hacía.


—Déjame ayudarte, así será más rápido —le pidió una bolsa para tomar ella los tomates y las cebollas.


—Claro, si deseas puedes llevar para ti también —dijo 
colocando en el carrito papas y zanahorias.


—No es necesario, yo tengo en la casa… compré hace algunos días, solo me faltan algunas cosas pero como el señor no me dejará pagar mi cuenta, mejor espero a venir sola otro día —esbozó y se giró dándole la espalda para caminar hasta otra de las estaciones.


Altanera, si esto no fuese más que una actuación te llevarías una buena nalgada por andar de contestona, voy a tener que anotar cada una de tus malcriadeces Paula pues pienso cobrármelas todas, ya lo verás… ya lo verás.


Pensaba el castaño siguiendo el andar enérgico de ella, le encantaba como se movía al caminar, le fascinaba ese trasero redondo y firme que tenía, ese mismo que se llevaría unas cuantas caricias y azotes de sus manos en cuanto tuviera la oportunidad.


—Que afortunado es —comentó el italiano un minuto después.


—¿Quién? —preguntó ella sin comprender.


—Tu ex novio, no todos corren con la suerte de liberarse de una mujer como tú —indicó con toda la intensión de darle una estocada.


—Pues déjame informarte que él no pensó lo mismo, de haberlo hecho no hubiera gastado una fortuna en regalos y cientos de ramos de rosas pidiéndome una segunda oportunidad —mencionó con arrogancia mientras colocaba dos paquetes más de verduras dentro del carrito—. Ahora. ¿Qué puedes decir tú de tus ex novias? —preguntó recordando el gran “cariño” que le tenía la última de ellas.


—No acostumbro hablar de las mujeres, no es de caballeros hacerlo, pero para satisfacer tu curiosidad sólo te diré que todas han quedado devastadas después de la separación —esbozó en el mismo tono engreído que había utilizado ella.


—Eres un gran arrogante ¿te lo han dicho? —preguntó la castaña sin poder ocultar su sentir.


—Sí, ya lo han hecho antes, pero temo decirte que ambos sufrimos del mismo mal, tú no te quedas atrás Paula, eres igual o más arrogante que yo —respondió mostrándole una amplia sonrisa.


Ella abrió la boca para decir algo pero no tenía argumentos para refutar eso, ciertamente se había mostrado bastante arrogante con él, aunque no era así todo el tiempo, no con las demás personas, pero había algo en la actitud de Pedro que le hacía querer demostrarle siempre que ella era mucho más que él, más famosa, más madura, más centrada y educada, no sabía por qué tenía ese afán por querer resaltar, cuando menos lo pensaba se encontraba enfrascada en esa lucha con él, justo como en ese instante.


—Ok, punto a tu favor… dejemos el tema de lado y continuemos con la lista ¿qué nos falta? —esbozó extendiendo la hoja.


—¿Sí entiendes lo que está escrito allí o sólo estás adivinando? — preguntó para pincharla una vez más.


—Para tú información hablo, leo y escribo el italiano muy bien, podría decir que perfectamente, pero siendo extranjera conozco mis limitaciones, al menos a la hora de pronunciarlo —contestó sin mirarlo, no caería tan fácilmente.


—¿En serio?… entonces ¿por qué has empacado moras, si yo no las puse en la lista? —inquirió una vez más intentando no reír.


—Porque necesitas alimentos altos en vitaminas, las moras son excelentes, déjame decirte que si tu dieta solamente se basa en lo que está aquí escrito estás muy mal, también llevaremos uvas, espinacas, remolachas y naranjas… luces… bastante pálido y esto hará que ganes color —mencionó con una naturalidad asombrosa.


—¿En qué momento se ha metido mi madre en tu cuerpo? —preguntó entre sorprendido y divertido.


—No lo ha hecho, esto es algo que todo el mundo debería saber y si ella te ha sugerido deberías hacerle caso, no se trata sólo de unas pocas verduras y unas cuantas frutas, debes crear un balance perfecto —explicó mientras llenaba el carrito de todas las cosas que había mencionado y otras más que no había hecho.


Pedro sólo atinaba a mirarla y no sabía si sentirse molesto porque ella le estuviese indicando lo que debía comer o feliz al saber que le importaba su bienestar. Quizás sólo lo hacía por ser amable con él pero aun así no dejaba de ser un avance importante, después de todo era la primera mujer después de su madre y su abuela que escogía frutas y verduras para él, sabía que si algún día algunas de las dos llegaban a enterarse de eso, proclamarían a Paula Chaves como la mujer indicada para que fuese su esposa.


¡Para! Aquí nadie ha hablado de matrimonio, sólo porque ella sea una compradora compulsiva de frutas, no significa que debas llevarla al altar y jurarle amor eterno, debes estar claro en lo que deseas de esa mujer Pedro y proponerte conseguir sólo eso, nada más.


Pensaba sintiéndose alarmado de repente por la dirección que habían tomado sus pensamientos, él era un hombre que creía en el compromiso, pero también era consciente que aún le faltaba mucho para dar un paso tan importante como ése, el matrimonio no era una cosa con la cual se pudiese jugar, él no caería en aquello que en su mundo se veía con mucha frecuencia: matrimonios de un par de años.


Paula se concentró en escoger un montón de cosas y evitar mirarlo de nuevo, mientras se reprochaba internamente por lo que estaba haciendo y diciendo, hasta hace unos minutos se negaba rotundamente a hacerle un mandado y ahora no sólo estaba aquí, sino que además escogía frutas y verduras para él como si fuese su… ¿Esposo? ¡Perfecto! Ahora si te has vuelto absolutamente loca, llevas menos de un mes conociéndolo y ya estás actuando como la perfecta ama de casa, lo único que te falta es ofrecerte a cocinarle y limpiar su casa…


¡Idiota! Deja ya esas cosas allí, que se cuide él mismo ¿a ti qué te importa si tiene anemia o se resfría o se enferma de cualquier cosa? Ese es su problema, es un hombre lo bastante grande como para atenderse sólo y saber lo que le conviene comer y lo que no… y no vengas que lo haces porque te recuerda a tu hermano menor, porque Nico es todo lo opuesto a ese hombre.


Pensaba furiosa con ella misma, ni siquiera se acercó a los rábanos, ya estaba perdiendo mucho tiempo aquí, debía terminar con todo eso antes que acabase diciendo o haciendo alguna otra estupidez, se volvió para mirarlo y él se encontraba con la mirada pérdida en las verduras, como si analizase cuidadosamente algo, al menos no se burlaba de ella, sin embargo debía marcar distancia de nuevo.


Pedro… ¡Pedro! —lo llamó sacándolo de sus cavilaciones
de golpe.


—Dime —mencionó él en respuesta.


—¡Ay! Perdona que te distraiga del tortuoso dilema de escoger entre los pimentones verdes o los rojos, pero ¿podrías darte prisa?— preguntó elevando ambas cejas y después le dio la espalda para continuar con lo que le faltaba.


—Es insoportable —susurró entre dientes y metió en la bolsa de los dos colores con una fuerza innecesaria.


—Tranquilo… ya te acostumbrarás, siempre terminaba con ganas de ahorcar a mi esposa cuando salíamos de la tienda, pero con el tiempo llegas a saber lo que desean incluso antes de pedirlo, eso es lo que hace que un matrimonio dure… ya llevamos veinte de casados —comentó un hombre de unos cuarenta y tantos años a su lado, mientras le ofrecía otra bolsa—. Van por separados, los rojos en una y los verdes en otra —indicó con una sonrisa amable.


—Muchas gracias —mencionó el chico en ingles pues el hombre era británico y no lo reconoció, para su suerte.


—No hay de qué y recuerda: la paciencia es la clave —acotó
palmeándole la espalda, para después alejarse.


El actor lo vio acercarse a una hermosa dama, que debía ser solo un par de años menor que él, está lo recibió con una sonrisa cuando le entregó los dos paquetes y el hombre aprovechó para darle un beso en la mejilla, después de eso siguieron con su camino. Él dejo libre un suspiro y salió en busca de Paula que se encontraba en la carnicería y casi había acabado con su pedido allí, lo vio llegar y Pedro le extendió las dos bolsas con los pimentones separados.


—Perfecto, me gustan ambos…—dijo recibiéndolos con una sonrisa y un poco sorprendida, los colocó con las demás cosas—. Bueno ya casi tenemos todo, sólo nos faltan éstas cosas y terminamos, las personas no se han fijado en ti, supongo que lo último que esperan es ver al actor del momento haciendo compras en un supermercado —susurró caminando hacia el pasillo de las pastas.


—Ciertamente, ni siquiera mi madre se imaginaría algo así, cuando se lo cuente es muy probable que no me crea, gracias por ayudarme Paula —esbozó mirándola a los ojos.


—No tienes que agradecerme nada, en el fondo me gusta hacer cosas como éstas y en América casi nunca puedo, allí soy yo la que debo llevar lentes y prendas que me oculten —comentó en tono casual—. ¿Espagueti o tallarines? —preguntó con ellos en las manos.


—Ambos y también tenemos que buscar raviolis —respondió
Pedro quien se había quedado en silencio escuchándola.


Ir descubriendo de a poco a Paula le gustaba mucho, ella se iba abriendo a él sin darse cuenta, dándole información que aparentaba ser bastante común pero que él sentía clave, pues eso los acercaba, él también había dejado escapar algunas cosas y a diferencia de otras veces, no se lamentaba por ello, era como si pudiese confiar en ella, después de todo no eran tan diferentes, aunque sus vidas viniesen de mundos prácticamente distintos.


La molestia que la había embargado minutos atrás se había esfumado, él sinceramente se notaba agradecido por todo lo que estaba haciendo y en ningún momento se aprovechó de eso para insinuar que ella tuviese algún tipo de interés romántico, eso la verdad era lo que más temía, que él fuese a basarse en esos detalles para hacerla sentir incómoda, pues ciertamente lo haría; ella jamás había mostrado interés por un hombre de manera desmedida, siempre esperó a que fuesen ellos quienes dieran el primer paso, sabía que en ocasiones había actuado como una tonta, porque cuanto más le gustaba un chico, más se alejaba ella de él temerosa de que pudiese descubrir sus sentimientos y verse expuesta.


Quizás eso mismo le estaba pasando con Pedro, pero ahora más que nunca se negaba a reconocerlo, primero porque la eterna guerra de egos que se traían no lograría acabar en nada bueno y segundo porque por ningún motivo elevaría más el ego del actor, ya lo tenía por las nubes, no necesita que ella le diese más alas, además que desde un principio le había dejado claro que no estaba en busca de ninguna relación, así que no podía venir ahora y decirle que había cambiado de opinión, debía mantener su postura.


Cuando ya tenían todo lo que necesitaban, se dirigieron hasta la caja que Paula había indicado antes de entrar, la misma estaba siendo atendida por el que parecía ser el dueño del local, la mujer a su lado debía ser su esposa y estaba indicándole algunas cosas. La escritora respiró profundamente armándose de valor, le dedicó una mirada a Pedro para que esperase tras ella y avanzó mostrándole una sonrisa a la pareja.


—Buenas tardes ¿esta caja está abierta al público? —preguntó en italiano con un tono gentil.


—Por supuesto señora… continúe por favor —contestó el anciano con una sonrisa, mientras le hacía un ademán.


—Gracias —esbozó ella respondiendo con el mismo gesto y ayudada por Pedro comenzó a colocar las compras en la correa.


—¿Es norteamericana? —preguntó el hombre y ella asintió— Pues se dará un festín bastante italiano, espero lo disfrute —acotó el hombre pasando las compras a donde el actor ya las recibía para empacarlas junto a un niño de no más de diez años que lo ayudaba.


Paula supuso que debía ser el nieto o quizás bisnieto de la pareja, que desde ya se le enseñaba la maravillosa labor de trabajar para ser independiente en el futuro, ella le dedicó una sonrisa al pequeño y también al anciano, pero después posó su mirada en Pedro y recordó las últimas palabras del hombre.


Me daría un festín italiano si fuese mi vecino el plato principal… ¡Ok, ya está bien! Paula por favor contrólate.


Pensaba sonriendo, luego se mordió el labio para controlar los deseos que habían despertado en ella, viendo lo guapo que lucía con ese conjunto informal, que en él se veía tan atractivo y elegante, una camiseta cuello redondo de algodón blanca, el jean azul desgastado, la gorra blanca y las gafas oscuras estilo aviador de D&G.


—No tiene problema en que pague con la tarjeta de mi esposo ¿verdad? —preguntó una vez que el hombre le dio el monto.


—Por supuesto que no señora, si el titular está presente y autoriza — mencionó lo que indicaba la normativa.


—Claro, amor me pasas tu tarjeta y tu identificación por favor —pidió mirando a Pedro y sintiendo que todo el cuerpo le temblaba, había llegado la prueba final.


—Aquí tienes cariño —esbozó él en inglés.


Arriesgándose y modulando la voz de tal manera que ellos no fuesen a sospechar que era italiano, al menos que pensasen que tenía familia aquí, pero que era extranjero, le entregó a Paula lo que le pedía y contuvo la respiración a la espera que el anciano no pidiese la identificación, afortunadamente la mujer se había retirado.


—Perdone señora, pero me podría dictar el número de identificación, es que he dejado las gafas en la oficina y sin ellas no puedo ver números tan pequeños —pidió el hombre con una sonrisa.


—¡Por supuesto! —expresó ella de inmediato, emocionada al ver que su suposición no había sido errada, estaba apostando por eso desde que llegó a la caja y no vio las gafas del hombre por ningún lado—. Permítame… — buscó en la tarjeta y aunque la imagen de Pedro la distrajo un momento, pues hasta en su tarjeta de identificación salía guapo, logró enfocarse y dictarle el número.


El hombre lo introdujo y la maquina emitió el ticket al segundo siguiente, Paula se lo extendió a Pedro para que lo firmase y ella buscó la manera de distraer al caballero, mientras la maquina imprimía la factura, recibió el ticket de vuelta de manos del actor, y viendo que el anciano posaba la mirada en éste habló de nuevo.


—Mi esposo tiene familia aquí y ellos me han dado varias recetas, por eso llevo todas estas cosas, quiero hacerlas antes de regresar y perfeccionar lo que no me salga bien a la primera, así para cuando regrese a América pueda lucirme preparándolas —lo distrajo notando que eso había sido del interés del hombre.


—Estoy seguro que le saldrán bien, sino está él para ayudarla a conseguir el toque italiano —esbozó con una gran sonrisa desviando su mirada un segundo a Pedro y después posándola en ella—. Muchas gracias por su compra, que tengan feliz tarde.


—Igual para usted, muchas gracias —mencionó ella.


—Gracias, muy amable —mencionó Pedro que ya esperaba con todas las compras en el carrito.


—Estefano, ve con los señores y trae el carrito de regreso —pidió el anciano al niño.


Éste asintió con una sonrisa al ver la confianza que su abuelo depositaba en él, irguiéndose para parecer más alto salió tras Paula y Pedro.


Entre los dos comenzaron a guardar todas las cosas en la maleta del auto.


—¿Puedes con él? —le preguntó Pedro en italiano.


—Claro señor —contestó el niño con seguridad.


—Bueno, muchas gracias por ayudarnos, cuídate —indicó al tiempo que le entregaba un billete.


—Gracias señor, no es necesario —se negó el niño.


—Por favor recíbelo, para que compres algún dulce —pidió Paula mirándolo mientras le sonreía.


—Bien, muchas gracias a los dos —contestó feliz recibiendo el billete de veinte euros.


Los jóvenes lo vieron alejarse rebosante de alegría sintiendo que ellos también lo estaban por haber superado esta prueba, él le abrió la puerta del auto y ella subió dedicándole una sonrisa, Pedro caminó para hacerlo de su lado.


—¡Vaya! No puedo creer que lo hayamos hecho… fue genial —expresó riendo emocionada y antes que pudiese analizar lo que hacía se acercó y le dio un beso en la mejilla al chico, pero de inmediato se alejó— ¡Oh, Dios! ¿Qué hice? —preguntó alarmada llevándose las manos a la boca mientras lo miraba.


—Me besaste… bueno, no sé si llamar a eso un beso, fue demasiado rápido, dame otro y podremos averiguarlo —dijo con una sonrisa ladeada mientras se acercaba.


—¡Olvídalo! Fue todo producto de la emoción, no te preocupes, no volverá a pasar —mencionó alejándose y esquivándole la mirada, pues se moría por besarlo, pero no en la mejilla sino en los labios.


Él dejó libre una carcajada que retumbó dentro del auto e hizo que muchas cosas dentro de Paula se estremecieran, se quitó las gafas y la gorra liberando el hermoso y sedoso cabello castaño, se pasó la mano por éste para acomodarlo un poco y encendió el auto, pero antes de salir se volvió a mirarla, apreciando el hermoso rubor que había cubierto las mejillas de ella, sintió una extraña emoción colmar su pecho, al tiempo que pensaba que en verdad era preciosa.


—Bueno, si yo no merezco otro beso por mi actuación, al menos déjame darte uno a ti por la tuya… de verdad me sorprendiste Paula Chaves, tienes muchos dotes para la actuación esposa mía —pronunció volviendo medio cuerpo para quedar de frente a ella, mientras su mirada que ahora lucía gris y brillante la veía.


—No es necesario… y fue lo primero que se me ocurrió, no parecemos hermanos para decir que seamos familia… y cuando ven a dos personas haciendo compras todo el mundo supone que son esposos o pareja —se excusó sin volverse para verlo, pero sintiendo sobre ella la intensa mirada de él.


—De todos modos fue una actuación magistral —mencionó y antes que Paula fuera a salir corriendo para impedir que la besara, posó un par de dedos en la barbilla de ella para fijarla en esa posición y le depositó un beso suave y lento en la mejilla.


Ella dejó escapar un suspiro ante el suave roce y luego la presión que ejercieron los labios de Pedro contra su mejilla, pero luchó por no cerrar los ojos y mantenerse inmóvil, él se deleitó con la suave piel de ella y tuvo que aferrarse a todo su autocontrol para no bajar hasta la comisura de la boca de Paula y dejar caer un beso allí también o más aún, no volverla para atrapar esa pequeña y sensual boca con la suya y besarla hasta quedarse sin aliento.


—Gracias —susurró al oído de ella reuniendo toda su cordura para alejarse, se había propuesto seducirla lentamente y lo conseguiría.


Ella sintió como si ese susurro que se coló por su oído, hubiera bajado esparciéndose por todo su cuerpo tensando espacios que no debían hacerlo, su vientre fue preso de un temblor apenas perceptible para ella y sus pezones también reaccionaron a ello, incluso su respiración y su corazón sufrieron los estragos de esa palabra susurrada, así como de la voz grave y sensual de Pedro. Notando que había quedado como una tonta, solo le dedicó una sonrisa y fijó su mirada en el estacionamiento, mientras él ponía el auto en marcha.


—Tengo una idea —esbozó Pedro minutos después para romper el silencio que se había instalada en el auto—. Te invitó a cenar esta noche y así te agradezco como se debe el que me hayas ayudado hoy. ¿Qué dices? —preguntó sintiendo que debía seguir ganando terreno.


—No creo que resista otro estado de tensión como él de hace minutos, corrimos con suerte en el supermercado, pero dudo que suceda lo mismo si vamos a un restaurante —contestó con tono impersonal, buscando quedarse en un lado seguro.


—No tendremos que ir a ninguno, cenaremos en mi casa, cocinaré para ti —le explicó mirándola y dejó ver una sonrisa ante su cara de sorpresa, ella no se esperaba algo así.


—¿Sabes cocinar? —cuestionó sin disimular su asombro.


—Sí y además lo hago muy bien, si vienes esta noche a mi casa podré demostrártelo —respondió con una sonrisa.


—Yo… —Paula sabía que no debía aceptar, que eso significaba exponerse demasiado, pero como siempre no logró controlar su curiosidad y ésta la hizo dar una respuesta—. Bien, iré y espero de corazón no terminar en un hospital intoxicada… sino pobre de ti Pedro —dijo en un tono jocoso para aligerar la sensación de tensión que se había apoderado de su cuerpo.


—Perfecto, no te arrepentirás, te lo prometo —dijo dedicándole una mirada fugaz y una sonrisa efusiva.


Ella respondió al gesto de él con menos entusiasmo, sentía que ya se estaba arrepintiendo, eso era como meterse a la boca del lobo, lo sabía, lo sabía muy bien, pero aun así accedió, comenzaba a preocuparla esa estúpida manía de no poder negarse a lo que él pedía. Respiró profundamente posando su mirada de nuevo en el paisaje, intentando olvidarse del cosquilleo que recorría su cuerpo cada vez que era consciente del hombre que iba a su lado, él colocó música y ella lo agradeció, pues se trataba de U2, una de sus bandas favoritas.












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