lunes, 20 de julio de 2015
CAPITULO 35
Pedro contuvo la respiración ante el gesto que no se esperaba y la imagen que le ofrecía Paula, sensual, desinhibida, alegre, tentadora y lo estaba retando con sus mismas armas, buscaba intimidarlo. Él le había planteado un juego pero ella había sacado sus propias cartas, sentada sobre la mesa ante sus ojos dándole una vista privilegiada de sus hermosas piernas, y apoyando las palmas de las manos al borde de la misma, mientras su barbilla descansaba en el hombro derecho y lo miraba fijamente, con un aire de inocencia y al mismo tiempo una rebeldía que le
salta por los poros.
Soltó el aire que había retenido lentamente, y luego tuvo que respirar profundamente, hacer acopio de todo su auto control para no ponerse de pie, y adueñarse de ella en ese mismo instante, encerrarla entre sus brazos, apoderarse de su boca, besarla hasta tenerla rendida, él deseaba eso, su cuerpo deseaba eso, la recorrió con la mirada y cuando llegó hasta los ojos marrones de Paula dejó ver una sonrisa cargada de picardía.
Veamos quien intimida a quien Paula, no deberías jugar con fuego, si no estás dispuesta a quemarte.
Pensó el actor observando fijamente a la escritora, con sus ojos anclados en los de ella a la espera que Paula reaccionara, le diera cualquier excusa como habitualmente hacía y bajara de esa mesa, pero nada de eso sucedió, ella se mantuvo en la misma postura e incluso con una ademán lo urgió a continuar.
La sonrisa de Pedro se hizo más amplia mientras bajaba la mirada al libro, se concentró en éste y retomó la lectura, con un tono de voz natural y nítido fue exponiendo los diálogos de los personajes, de vez en cuando elevaba la mirada para descubrir a Paula que lo veía y escuchaba atentamente, casi imperturbable, aunque cuando dio inicio la siguiente escena, él vio que algo cambiaba.
—“Diego la sujetó con fuerza enroscando su mano áspera y gruesa en el delicado cuello de Deborah, la aprisionó contra el árbol tras ellos, utilizando su cuerpo como arma contra la pelinegra, ejerciendo una fuerza brutal para dejarle claro que no tenía escapatoria, ni mucho menos el control de la situación, aprovechó el jadeo mezcla de asombro y dolor que liberó la mujer para apoderarse de su boca, un beso salvaje e invasivo que lastimaba los suaves y voluptuosos labios, los mismos que cedían ante los ataques del moreno…
Mientras Pedro leía comenzaba a sentir como esa escena se
mostraba ante sus ojos como si de una película se tratara, una ola de calor lo recorrió de pies a cabeza y tuvo que detenerse unos segundos para no demostrar su turbación, inhaló profundo y continuó.
Paula no podía escapar de la voz grave y sensual de Pedro, no había escuchado hasta ese momento, ni ésa, ni ninguna otra escena con contenido sexual en la voz de un hombre, sólo en la de su agente, su hermana o alguna de sus fans más cercanas que con complicidad se acercaban a ella para comentarle porque les había gustado.
Pero ningún hombre se había tomado la libertad de hacerlo así, estaba experimentando todo por primera vez, y quizás eso, era lo que hacía que sintiera ese calor que empezaba a cobrar vida en su vientre, o como su respiración y los latidos de su corazón habían aumentado su ritmo, tomó aire tal como hiciera el castaño para intentar controlarse y no darle un sentido equivocado a todo eso.
—“Jadeantes se separaron, ella más necesitada de oxígeno que él, lo miraba llena de furia, con lágrimas inundando sus ojos, apretó con fuerza los dientes para evitar que se derramaran y terminaran mostrándola vencida y a él victorioso. Diego intentó besarla de nuevo pero Deborah
apartó el rostro dejando ver una mueca de desprecio por el hombre, eso no lo intimidó, por el contrario lo excitó aún más, le gustaba cuando ella se hacía la difícil, la señorita de la casa, educada, elegante e inalcanzable.
Utilizando una vez más su fuerza, llevó la mano con la cual aprisionaba el cuello de la pelinegra hasta la quijada de ella y la apretó, obligándola a abrir la boca, después de eso su lengua lasciva, pesada, caliente y húmeda se deslizó por los labios de la mujer, entrando y saliendo en un acto bastante obsceno…
La voz de Pedro fue ganando gravedad a medida que leía.
No era del tipo de hombre que le gustara forzar a una mujer para tenerla, pero tal y como describía esa escena Paula, y consciente que al personaje femenino también le gustaban ese tipo de juegos, comenzaba a sentirse excitado, algo que no había vivido nunca antes, ni siquiera cuando fue protagonista de escenas sexuales.
Dos deseos luchaban en el interior de la castaña, uno lidiaba por detener todo esto allí mismo, y el otro prácticamente rogaba para que dejara a Pedro seguir leyendo, ella conocía la escena y aunque había sido una de las más difíciles de escribir, también había sido una de las más excitantes, no era que fantaseara con un hombre que la sometiese de ese modo, pero el poder que ejercía Diego le resultaba tan sensual e imponente que no pudo evitar desearlo… una vez, hace tiempo cuando escribió la escena y quizás ahora que el italiano la leía para ella. Su cuerpo no escapaba a la excitación que se había adueñado de su mente, las reacciones cada vez más se hacían presentes, curvó un poco la espalda echando sus hombros hacia adelante, para que sus pezones erguidos no se mostrasen a través de la delicada tela de su blusa blanca y se pasó la lengua por los labios resecos.
—“La mano de Diego que le cerraba el paso a Deborah abandonó el árbol y viajó hasta el nudo de la bata de seda, emulando la lentitud con la cual su lengua se paseaba por el interior de la boca de ella, fue desatando la cinta, abrió el salto de cama y la corriente de aire frío que golpeó a Deborah la hizo estremecer, él se separó de ella para deleitarse con el espectáculo, los pezones de la pelinegra cobraron vida de inmediato captando su atención. Sin miramientos llevó la mano hasta uno de ellos y lo acarició por encima de la seda, para después exponerlo ante sus ojos, el tono rosado se mostraba intenso contra el nácar de la piel femenina, llevó un dedo hasta su boca humedeciéndolo y después lo llevó a la de Deborah hurgando hasta sacarlo brillante de saliva, dejando ver una sonrisa ante la protesta de ella por haber terminado con la invasión y descendió por el cuello de la chica dejando un rastro húmedo hasta el pezón que se encontraba al aire, comenzó a hacer círculos en éste presionando cada vez más, sacando primero gemidos y después jadeos.
Pedro se removió en la silla consciente que su cuerpo comenzaba a despertar a todos estos estímulos, que su miembro cada vez ganaba mayor rigidez, su mirada buscó a Paula y al menos ella tampoco se mostraba ahora tan natural como minutos atrás, eso le gustó, que pagara por su
osadía.
Ella sentía que estaban entrando a un terreno minado, las sensaciones en su cuerpo se lo dejaban ver, una leve humedad comenzaba a embargarla y los temblores en su vientre se volvían más frecuentes, su respiración era pesada, sus latidos acelerados, debía terminar con eso ya, debía hacerlo.
—Pedro… creo que… —decía cuando él la detuvo.
—Aún no termina, espera solo me falta una página más para acabar el capítulo —mencionó en un tono tan casual que él mismo se sorprendió, pero su voz se notaba más grave.
O para acabar lanzándote sobre esa mesa y rogarte que me dejes tenerte de una vez… ¡Maldición, Paula me tienes como un estúpido mocoso! Y tú relájate amigo, no me vayas a hacer pasar una vergüenza por favor.
Pensó inhalando de nuevo para retomar la lectura, sabía que se estaba comportando como un masoquista pero no podía detenerse, quería que ella sintiera la misma necesidad que él, que descubriera lo doloroso que era no poder satisfacer un deseo solo por mantenerse escudada tras el orgullo, tenía que debilitar sus murallas, eso tenía.
—“Deborah quien se había mantenido en una actitud pasiva, llevó su mano hasta la nuca de Diego, se aferró con fuerza al cabello de éste y lo jaló para hacer que elevara el rostro, él lo hizo dejando ver una mueca de dolor pero al mismo tiempo una sonrisa ante la necesidad que podía ver reflejada en el rostro de su amante, con brusquedad bajó el escote de la bata de seda exponiendo ambos senos al aire, luchó contra la presión que ejercía la mano de Deborah en su nuca. Bajó hasta sus pechos y sin compasión se apoderó de ellos, succionando con fuerza, mordiendo los pezones, presionándolos con sus labios, enloquecido ante los jadeos que brotaban de los labios de la pelinegra, sus manos viajaron ahora hasta los muslos de la chica para levantarla en vilo y con absoluto descaro empezó a frotar su miembro contra la intimidad de ella, creando una fricción
maravillosa gracias a la humedad que traspasaba la seda…”
El castaño se detuvo para tomar aire y después buscó con la mirada a la escritora queriendo jugarle una broma.
—¡Paula Chaves! ¿Qué cosas son estás? —le preguntó fingiéndose horrorizado.
—Ese no es el fuerte de la historia… no es… es solo, tengo que justificar de algún modo esa relación y la de ellos se basa en el sexo, mejor ya deja de leer… así no comprenderás la naturaleza del relato… ya comprobaste que soy capaz de asumir lo que escribo… —decía evidentemente nerviosa cuando él la interrumpió.
—¡Ni loco! Esto cada vez está mejor…déjame continuar —pidió volviendo la mirada al libro.
—¡Pedro! —le reprochó ella sonrojándose.
Él elevó una mano en un gesto que indicaba que no lo distrajera, no la miró solo abrió mucho los ojos para hacerla sentir aún peor, mientras leía las siguientes líneas después dejó ver una sonrisa cargada de picardía, la verdad debería parar en ese instante, eso le decía la razón, pero su lado animal e irracional que disfrutaba haciendo pagar a Paula, por haberlo desafiado le exigía continuar, se dejó llevar por ésta y lo hizo.
—“Ella se mordía el labio inferior ante las sensaciones que hacían estragos dentro de su cuerpo, sentía que su piel se quemaba, que no podía continuar luchando contra el deseo que crecía veloz y ardiente, con posesión envolvió sus piernas en las caderas del moreno, ejerciendo mayor presión al roce, invitándolo a entrar en ella. Diego no se hizo esperar pues ya la tenía justo donde deseaba, bajó con rapidez el pantalón de chándal que llevaba liberando su erección, la misma que encontró su guarida en el interior de Deborah de inmediato, con un movimiento certero y brusco la penetró haciéndola liberar un pequeño grito que ella ahogó en su cuello, el desenfreno se apoderó de los dos, como animales salvajes luchando uno contra el otro, él dando, ella recibiendo, él exigiendo, ella entregando. Sus mentes estaban completamente nubladas por el deseo y el placer, el sudor que cubría sus cuerpos era producto del fuego que ardía en su interior y que ni siquiera la brisa fría de la noche podía aplacar; los gemidos y los jadeos de Deborah se confundían con los bramidos y los gruñidos que brotaban de Diego y a momentos todos eran opacados por el sonido que producían sus cuerpos al chocar…
Pedro sentía como su respiración se había tornado pesada, era ridículo sentirse excitado por la escena sexual de un libro. Sin embargo, tuvo que detenerse unos segundos para poder asegurar su autocontrol. La imagen se mostraba tan nítida en su cabeza que sus manos temblaron y su voz se quebró por un segundo, se encontraba a punto de terminar y no lo dejaría hasta conseguirlo, llenó sus pulmones de aire y continuó.
—“Deborah sentía como la corteza del árbol le lastimaba la espalda pero no le daba importancia, tampoco se la daba a los dedos de Diego que se le clavaban en la piel de los muslos y seguramente le dejarían marcas espantosas, sólo quería sentirlo, mantenerlo en su interior, retenerlo allí tanto como le fuera posible y que ese instante de placer nunca acabara…
Sus ojos volaron a las piernas de Paula imaginando como se verían sus dedos apretándolas con fuerza y eso lo hizo poner aún peor, se removió de nuevo en la silla intentando disimular su erección, ésa que ya no podía seguir negando.
Paula luchaba por no cruzar sus piernas, por no dejarle ver a él cuán excitada se encontraba, ni siquiera podía bajar de esa mesa, sabía que de hacerlo el temblor la delataría, sólo apretaba el borde de la mesa con sus manos, y aprovechaba cuando Pedro no la veía para morderse el labio inferior y drenar un poco las ganas que hacían estragos dentro de su cuerpo.
—“Diego a cada segundo arremetía con mayor fuerza contra Deborah, la penetraba como si desease traspasarla, como si quisiese quedarse en ella, marcarla como suya, hundiéndose tan profundo y con tanta desesperación que no le importaba si ella se quejaba, estaba seguro que era mayor el placer que el dolor, la sintió temblar y luego tensarse, después un jadeo y un grito ahogado, supo que se había corrido, de inmediato él buscó su propia vía de liberación, una secuencia de embistes rápidos, un beso voraz y posesivo lo llevaron a dejarse ir, se desahogó en ella con una serie de espasmos y jadeos que rompían su voz, todo su cuerpo tembló cuando el último lo sacudió, después se relajó por completo y su vista se nubló.
Hundió su rostro en el cuello de Deborah dándose el tiempo adecuado para que su respiración se normalizara y sus sentidos volviesen a cada sitio al cual pertenecían, el fuego se había extinguido, solo por ahora”.
Allí finalizó el capítulo que Pedro se había propuesto terminar contra todo pensamiento racional. Cerró el libro dejando el separador en su lugar, miró la portada y deslizó su dedo por el nombre de Paula, después la buscó a ella que aún seguía sobre la mesa y aunque no quisiera demostrarlo, el aturdimiento que la envolvía era absolutamente visible, y antes que sus deseos y su mente lo traicionaran se puso de pie.
Paula se agitó aún más ante el movimiento de Pedro, una alerta se activó en su cabeza y las murallas se irguieron de inmediato, pero no lograron mantenerla alejada del par de zafiros que la miraban fijamente y justo en ese instante lucían tan intensos que le hicieron perder el poco aire que conservaban sus pulmones, como pudo reunió el valor para bajar de un salto de la mesa, rehuyendo de la mirada de Pedro, se volvió rápidamente buscando algo de lo cual sujetarse con disimulo e intentó salir de ese incómodo silencio con algún comentario casual, pero a su mente no se le ocurría nada.
—Eres… —la voz del castaño era apenas un murmullo, deslizó su mirada por el rostro sonrojado y agitado de Paula, sus labios se abrieron de nuevo para continuar—. Increíble… eso eres, tienes un don Paula, tienes el poder de transmitir emociones… sin siquiera tener que tocar a quienes te leen.
Él no decía esto sólo por alabarla, en realidad lo sentía así, muestra de ello era lo excitado que se encontraba, esa mujer ni siquiera lo había rozado y había despertado un deseo en él tan ardiente y profundo que lo tenía aturdido.
—Gracias… yo, bueno no sé qué decir —esbozó ella con la voz más grave de lo habitual, intentó sonreír pero sus labios al igual que la mayoría de su cuerpo temblaban.
—No digas nada… —él posó la mirada en los labios de ella que lucían más oscuros y tuvo que cerrar los párpados ante esa imagen, inhaló profundamente, los abrió de nuevo—. Tengo que irme… nos vemos después, muchas gracias por el desayuno Paula —agregó con rapidez acercándose a la puerta que llevaba al jardín de la casa.
—De nada… gracias a ti por la compañía, nos vemos —esbozó ella sintiendo como el cuerpo le exigía retenerlo allí y hacerlo calmar el incendio que había provocado en su interior.
Dio un par de pasos pero se congeló cuando cayó en cuenta de lo que estaba a punto de hacer, se obligó a permanecer inmóvil y dejar que se marchara, lo contrario a eso sería una locura, ella no podía exponerse de esa manera, sabía que él tampoco había salido ileso de esta situación, por discreción y también por su estabilidad no miró un solo instante la entrepierna de Pedro, pero solo le bastaba ver sus ojos y escucharlo hablar o tomar aire para saber que también se había excitado, si se marchó dándole una muestra de respeto y caballerosidad, ella no quedaría como una desesperada yendo tras él para rogarse por una sesión de sexo desenfrenado.
Se pasó la mano por la frente notando la ligera capa de sudor que cubría ésta, la secó cerrando los ojos e inhalando profundamente, queriendo negarse las reacciones de su cuerpo, culpando al ambiente, al verano, a lo que fuera; pero terminó por reconocer que quien la había puesto de esta manera había sido Pedro, nadie más que él.
Caminó hasta la nevera se llenó un vaso de agua helada y lo bebió en un solo trago, sintiendo como se deslizaba por su garganta y aplacaba en parte la hoguera que se desataba en su interior, caminó hasta la ventana y vio a Pedro entrar a su casa con paso apresurado, sin poder evitarlo una sonrisa se asomó a sus labios.
—Creo que no soy la única que necesita apagar un incendio señor Alfonso —esbozó, dejó el vaso sobre la mesa y acto seguido salió casi disparada a su habitación.
Solo le tomó un par de minutos a Pedro llegar hasta su casa,
despojarse de su ropa y entrar al baño. Abrió la regadera y aun a sabiendas que el agua estaba helada los primeros segundos que salía, se metió bajo ésta estremeciéndose ante el choque del líquido gélido y la temperatura que poseía su cuerpo.
—¡Demonios! ¡Qué imbécil más grande eres Pedro! —se reprochó llevándose las manos a la cara para apartar un poco el agua que caía con fuerza sobre ésta.
Sus ojos buscando la prueba más fehaciente de su excitación y sus manos atraparon la erección segundos después, con un movimiento brusco comenzó a frotarla, necesitaba drenar esa necesidad que lo consumía, necesitaba liberarse. Pero, la imagen de Paula sobre la mesa en lugar de hacer más fáciles las cosas se las dificultaba, porque no era su mano la que podía darle el alivio que anhelaba, sino el cuerpo de la mujer que había
dejado minutos atrás en aquella cocina.
—Te has portado como un pendejo… ¡¿Por qué no la tomaste allí?! ¡¿Por qué demonios no le hiciste ver cómo te había puesto?! Sabes que ella se encontraba igual, sabes que estaba igual o más excitada que tú, su cuerpo te lo gritaba… vamos genio ahora dinos ¿cuándo volveremos a tener una oportunidad como ésta? Si hubieras actuado… si no te hubieras mostrado como un mocoso, no tendrías que estar aquí masturbándote, estarías con ella… ¡Estarías allá haciéndola gemir y disfrutar! Lo estarían haciendo los dos ¡¿Qué coño pasa contigo Pedro Alfonso?!
Deseas a esa mujer… te trae loco… ¿Qué te impide entonces tenerla? — los reproches que él mismo se hacía eran lanzados cada vez con mayor rudeza.
Los minutos pasaban y él continuaba con su lucha individual, su pecho subía y bajaba llevando el movimiento agitado de su respiración, su mano seguía y seguía, ejerciendo presión, concentrándose con su pulgar en la cima de la misma, justo en ese que era su punto más sensible, deseando tenerla allí, deseando que fuese el interior de Paula el que frotase ese
lugar, queriendo escucharla gemir, jadear, pronunciar su nombre, sentirla tibia, húmeda, temblando y mirar sus ojos hasta perderse en ellos y besarla… ¡Dios cuanto deseaba besarla, cuanto! Quería hacerlo con ternura, con pasión.
Apoyó el antebrazo en la pared frente a él y en éste dejó descansar su frente, liberando el aire en bocanadas mientras sentía como el placer que era preludio al orgasmo hacía espirales en su abdomen, como éste temblaba ante cada roce que su mano le brinda a su hombría erecta como pocas veces la había sentido, los dedos de sus pies se curvaban, el calor lo recorría como si fuesen lenguas de fuego, que se concentraban en su columna, en su pecho, en sus testículos que a cada minuto que pasaba se ponían más duros amenazando con estallar de un momento a otro, nunca antes había sido cautivo de tantas sensaciones mientras se masturbaba, ni de adolescente inexperto, ni de hombre ya adulto con experiencia.
—Paula… no te voy a dejar… dormir en días… cuando te tenga, no lo haré… Paula… —esbozaba temblando y de manera entrecortada segundos antes de liberar un gemido ronco y profundo.
Su mano se movió con mayor rapidez sintiendo como el calor que se había adueñado de su cuerpo, ahora tenía como único epicentro a su entrepierna que se había convertido en un volcán a punto de hacer erupción, una vez más su imaginación hizo de las suyas y se la mostró desnuda y entregada a él justo como deseaba tenerla, se recreó levantándola en vilo tal como hiciera el personaje de su novela, buscando esa fricción que estuvo a punto de volverlo loco incluso plasmado en papel, quería tenerla y saber si ella también se humedecía de la misma forma, si se mojaría de esa manera con solo besarla y acariciarla, con apoderarse de esos senos hermosos, perfectos.
La corriente que le recorrió toda la columna vertebral lo llevó a presionar con mayor fuerza concretándose en su glande, de inmediato su cuerpo se volcó en expulsar su simiente de manera descuidada, ésta cayó sobre el piso y la pared en la cual había apoyado su brazo, cerró los ojos captando la última visión de la misma deslizándose hasta llegar al piso y perderse en medio del agua, preso aún del temblor que le invadía el cuerpo se irguió un poco para que le fuese más fácil respirar. Sentía los hombros tensos, todo el cuerpo tenso, había disfrutado de su liberación. Sin embargo, no se sentía totalmente relajado y es que sabía que eso no se podía comparar con lo que hubiera sido hacerlo acompañado de Paula, con la experiencia de haberla tenido en cuerpo presente y no sólo en su imaginación, definitivamente esa mujer iba a volverlo loco.
En la casa vecina la situación no era muy distinta, después de unos minutos de caminar en su habitación e intentar drenar las sensaciones que la colmaban pensando en algo más, no le quedó más remedio que entrar al baño. El agua fría logró hacer mella en el fuego que la consumía, todo su cuerpo clamaba por algo o mejor dicho por alguien, en su cabeza el nombre de Pedro se volvió una letanía y los vagos intentos de sus dedos por darse placer no lograban satisfacerla, justo ahora se lamentaba por no seguir nunca los consejos de Jackie de comprar un vibrador.
Pensó que ese tipo de cosas no le harían falta a ella, que se entendía perfectamente con su cuerpo, lo conocía y sabía como auto complacerse, pero tarde vino a darse cuenta que estaba equivocada, incluso debía admitir que aun teniendo uno, su cuerpo no dejaría de reprocharle que no hubiera
calmado su ansiedad con quien la originó.
Se dejó caer despacio contra la pared a su espalda, cerrando los ojos, acariciando sus senos, mordiéndose el labio inferior, ejerciendo presión sobre su punto más vulnerable, ese que vibraba ante cada roce, deseando que no fuese su mano la que estuviese allí sino la de su guapo vecino, esas manos que tanto le gustaban. La imagen hizo que Paula se estremeciera con fuerza, los dedos largos y finos de Pedro se mostraron con tal nitidez en su mente que ella liberó un jadeo y se deslizó un poco contra la pared cuando sus piernas flaquearon un instante, se aferró a la pared con su mano libre mientras la otra seguía el ataque sin
piedad que se ofrecía.
—Pedro… te necesito… ¡Cuánto te necesito! —esbozó con la respiración agitada, con la piel caliente y sonrojada.
No se atrevía a abrir los ojos para no encontrarse allí completamente sola, quería seguir imaginando que lo tenía frente a ella, que era él quien la acariciaba de esa manera, quien estaba a punto de darle un orgasmo maravilloso, se mordió el labio inferior con fuerza cuando hundió su dedo índice lo más profundo que pudo dentro de ella, otro jadeo acompañado de un exquisito temblor que la hizo elevar el rostro, su cabello mojado dejaba caer gruesas gotas sobre las curvas de sus nalgas; se irguió un poco colocándose de puntillas como si con subir de esa manera pudiese encontrarlo a él.
Quería besarlo, quería beber de esa boca, sentir su lengua, sentir sus labios presionando y succionando, nunca antes había deseado a un hombre así, con tanta urgencia, como si fuera vital tenerlo o se volvería loca, eso le hacía sentir Pedro Alfonso, así lo hacía desearlo y ya no aguantaba más. Desesperada por ese orgasmo que pendía sobre su cabeza y amenazaba con hundirla bajo su peso cuando al fin le cayera encima, obligó a su mente a recrear la escena entre Deborah y Paul, pero colocando
en el lugar de los personajes, al italiano y ella, quería que la tomara de esa manera, con fuerza, con pasión y desenfreno, que fuera salvaje y posesivo.
Su mente se perdió en la fantasía, su cuerpo lo siguió a ciegas y sólo bastaron unos segundos en los cuales sus manos estrujaban su cuerpo e invadían al mismo tiempo su interior, para materializar al actor junto a ella, con esa sonrisa que tanto adoraba, con su mirada intensa que la quemada, sólo un roce de labios que su mente recreó lo mejor que pudo y la ola llegó arrastrándola con una fuerza asombrosa, no pudo atajar el grito que salió de su garganta, apenas pudo disimularlo cuando se perdió y se apoyó contra la pared, mientras temblaba íntegra e intentaba conseguir
oxígeno desesperadamente.
Pedro y Paula sin saberlo cayeron juntos en el mismo abismo, aunque separados en un plano físico, sus mentes habían luchado sin saberlo para que ese orgasmo que experimentaron los envolviera y elevara al mismo tiempo, quizás eso fuera algo de lo cual ninguno de los dos se enteraría. Sin embargo, sabían que la próxima vez que se encontraran las cosas no serían iguales, una de las murallas que mantenían erguidas se había resquebrajado dejándolos expuestos sin querer, ellos podían seguir jugando a resistirse, pero sus cuerpos los habían traicionado y nadie
aseguraba que lo que ahora se dio por separado, la próxima vez fuese una labor en conjunto.
CAPITULO 34
Paula no había dejado de pensar en lo que Pedro estaría
tejiendo en su cabeza mientras leía, qué asociaciones estaría haciendo o si al menos había empezado la lectura, después de entregarle el libro no lo había visto en el resto del día, tampoco es que ella estuviera pendiente de él o que se instaló en su puerta a esperar que saliera, simplemente no lo había vuelto a ver y aunque odiase admitirlo, necesitaba hacerlo, quería encontrárselo y preguntarle sin mostrar mucho énfasis si había dado comienzo a su obra, o si por el contrario la había lanzado a un rincón.
Sus pensamientos vagaban de un lugar a otro, mientras intentaba prepararse el desayuno, había llegado hacía una hora de correr, se había duchado y cambiado de ropa, optando por unos shorts de jean rojos y una blusa blanca de lino crudo, algo fresco, pues el calor se hacía más intenso a medida que el verano se instalaba en la región, tenía pensado retomar su objetivo de escribir, aunque fuese una escena o algo, que le diera la idea principal de su próximo libro, se sentía con entusiasmo, las ideas estaban fluyendo bien dentro de su cabeza, claro está, cuando no se estrellaban contra los recuerdos de Pedro que a decir verdad le llegaban muy a menudo.
—Señorita Chaves es usted muy diestra con los huevos —se dejó escuchar la voz de Pedro.
Paula casi deja caer el bowl de vidrio que tenía en las manos, donde la mezcla de dos huevos parecía estar a punto de nieve y no en una tortilla, logró mantener el recipiente y el batidor en sus manos, disminuyó un poco la energía que le imprimía, e intentó hacer lo mismo con los latidos de su corazón, que se habían desbocado, cuando sus ojos captaron a Pedro en el umbral de la puerta.
—Hola —lo saludó con una sonrisa.
—Hola, estuve llamando y como no recibí respuesta, pero escuché la música, pensé que estarías entretenida y por eso no escuchabas, perdona que haya entrado así —mencionó él sin avanzar de donde se encontraba pero paseó la mirada por el lugar.
—No te preocupes, estaba distraía… —señaló.
—Ya veo, parece que buscabas darle forma a esos huevos, creo que los harás crecer el triple como sigas moviéndolos así —decía con doble intensión pero ella parecía no captarlo.
—No, es decir, solo deseo hacer una tortilla, siempre lo hago de esta manera, es cuestión de práctica —mencionó con la mirada en el bol notando que ya no había que seguir batiendo.
—¿Cuestión de práctica? ¿Tienes mucha práctica batiendo huevos? ¡Vaya eso me sorprende! Viniendo de una mujer que me llamó… a ver, déjame recordar ¡Ah, sí! Un actor promiscuo —esbozó con una gran sonrisa, mientras veía como el tono carmín se adueñaba del rostro de ella y sus ojos se abrían ante el asombro.
—Yo… yo no… no hablaba de ese tipo de práctica, no puedes hablar nunca en serio de verdad eres insoportable —se quejó dándose la vuelta para ocultar su sonrojo.
—Bueno, quieres que te diga algo en serio, me gusta mucho tu libro… aún no lo término, pero de verdad me tienes atrapado Paula — pronunció acercándose a ella y le echó un vistazo a las piernas de la castaña, que lucían más blancas gracias a la prenda de color rojo intenso que llevaba puesta.
—¿En serio? —se volvió para mirarlo emocionada.
—En serio… y aunque suene como mi hermana Alicia que solo tiene quince años, Deborah me trae loco —contestó posando su mirada en los labios de Paula, pues para él, la mujer ante sus ojos y el personaje ficticio eran la misma.
—A todos les ocurre lo mismo —dijo ella riendo de manera traviesa, sin imaginar lo que ese gesto provocaba en él—. Pero dime, aparte de estar rendido ante los encantos de Deborah ¿qué más te ha gustado del libro? — preguntó entusiasmada.
—Bueno… si me invitas a desayunar te cuento, ayer me acosté muy tarde y tengo pereza de cocinar —respondió apoyándose en la encimera mientras paseaba su mirada por el rostro de ella.
—Perfecto, serás mi invitado… toma asiento mientras yo me encargo de todo y me vas contando que te pareció, pero… no te daré ningún adelanto, ni alguna pista, así que no intentes sacarme información —le advirtió en tono serio, pero su mirada lucía brillante, llena de emoción, se acercó a la nevera para sacar más tocino y dos huevos que agregó a la mezcla que ya tenía.
—Aceptó, veamos si eres tan buena cocinando como escribiendo — expuso con toda la intención de pincharla.
Ella dejó ver una amplia sonrisa y comenzó a desenvolverse en la cocina como toda una experta, no respondió a la provocación de él con palabras, simplemente le demostró que sabía lo que hacía, aunque sólo fuera eso, ya que en lo demás era un completo desastre.
Pedro empezó a contarle su impresión en sus primeros capítulos y aunque ella se mostraba impasible cuando él formulaba posibles teorías, había gestos de la chica que la delataban, algo le decía al actor que todo estaba centrado en el personaje de Deborah que había creado, la misma que no pudo sacar de su cabeza hasta entrada la madrugada cuando cayó rendido.
Hicieron una pausa cuando el desayuno estuvo listo y él se colocó de pie para ayudarle a servir, aunque ella había deseado atenderlo igual a como lo hizo él cuando visitó su casa, Pedro no la dejó, contrario a ello se encargó de poner la mesa y después disfrutaron de la comida en medio de una conversación amena.
—Punto a tu favor, la comida estuvo deliciosa… aunque claro, una tortilla con tocinos y una rebanada de pan tostado a cualquiera le sale bien, tampoco es una tarea muy relevante el zumo de naranja… —decía mostrándose serio al terminar su plato.
—Sí, bueno señor experto, te voy a lanzar por la cabeza el bowl donde batí la tortilla para que tengas una mejor apreciación —le dijo imitando la actitud seria de él.
Pedro comenzó a reír llevándose una mano al estómago, había quedado satisfecho con el desayuno, la verdad era que había estado muy rico, pero a él le encantaba molestar a Paula de esa manera, además que ella se lo merecía por no querer darle ningún adelanto o una pequeña pista.
—Sólo estoy jugando contigo, las mujeres a veces son tan susceptibles, no soportan una broma, bueno para que veas que no hablaba en serio te diré que me gustó tanto el desayuno que quizás mañana regresé a la misma hora —acotó mirándolo a los ojos.
—Procuraré tenerlo presente para buscar el veneno para los insectos que me trajo Piero —comentó de manera casual.
Él la miró con asombro al tiempo que la sonrisa se le congelaba y ella dejó ver una disfrutando de esa sensación de haberlo sorprendido.
—No me extrañaría nada con esos personajes tan malvados que creas, algo de perversidad también debe haber en ti, esa cara de niña buena no me termina de convencer Paula Chaves —dijo entrecerrando los ojos para analizarla.
—Bueno no tienes cara de niño bueno, así que jamás me convencerás que eres uno —contestó encogiéndose de hombros—. Pero a ver, dime ¿por qué parte del libro vas a hora? Quizás me compadezca y te dé algunas pistas, no quiero ser la culpable de tu insomnio —agregó echándose hacia delante y apoyando sus codos sobre la mesa, para después apoyar la mejilla en una de sus manos y concentrarse en él, o mejor dicho en lo que le diría.
—Está bien… veamos, voy por una parte muy interesante —mencionó abriendo el libro.
Ubicó el punto donde tenía señalizado con un separador, no había leído la escena aún, pero sabía que cada vez que ese par se encontraban lo que seguía a continuación era una escena de sexo desenfrenado, aunque muy bien cuidado.
—“Deborah y Diego habían quedado en verse en el jardín esa noche, ella no visitaría el invernadero para no levantar sospechas, sabía que el viejo Dominic la estaba vigilando de cerca, aunque se encontraba furiosa con el imbécil de su cómplice y amante, no podía cometer ningún error, debía ser más inteligente que todos ellos, debía ser quien moviera las piezas de ajedrez a su antojo, salió de la casa llevando sólo el delicado conjunto de dormir de seda rosa palo, el cabello suelto y unas zapatillas, si debía volver a la casa corriendo lo mejor era ir vestida de esa manera, diría que sólo había bajado a la cocina…” —Pedro leía con voz nítida y firme, como era natural para alguien que tenía por profesión la actuación.
Paula se hallaba tan cautivada por la voz del italiano que no se percató de la escena que estaba leyendo, lo dejó continuar con la misma, al tiempo que se deleitaba en observar como sus labios se movían al pronunciar cada palabra, o como sus ojos azules se paseaban por las líneas plasmadas en las hojas frente a él.
—“Diego se encontraba impaciente, había fumado tres cigarrillos, uno tras otro mientras su mirada se paseaba por el lugar, en busca de la figura de Deborah, aún no entendía por qué ella había decidido citarlo allí, por qué no encontrarse en la privacidad del invernadero como venían haciendo, comenzaba a exasperarlo esa situación, no quería seguir haciendo el papel del títere de esa condenada mujer, por mucho que disfrutara del sexo que compartían, ella no era su dueña… sólo era… Los pensamientos del moreno fueron interrumpidos por las palabras de Deborah, que denotaban una furia contenida… —Pedro no pudo seguir con el diálogo que seguía, pues Paula lo interrumpió.
—Bien… hasta allí fue suficiente, tienes razón vas por una parte interesante, esa lucha de poderes que Diego cree ganar pero que en realidad no es así —mencionó acercando los platos hasta ella para lavar, hizo una pila y se puso de pie después.
—Puedo seguir mientras lavas los platos —sugirió Pedro que intuía como continuaba la escena.
—No es necesario, la conozco de memoria —esbozó ella acercándose al lavaplatos mientras buscaba los guantes de hule para comenzar con su tarea sin mirar al castaño.
—Entonces no tienes problema en que la lea en voz alta, a menos que te incomode escuchar como solucionan ese par su conflicto —tanteó el terreno, ella no respondió y él supo que le rehuía, así que se lanzó de nuevo
—¿No me digas que no te gusta escuchar las escenas sexuales que escribes Paula? O ¿Acaso eres virgen y todo esto es mera inventiva de tu mente y por eso te apena exponerla ante los demás? —la voz de Pedro mostraba claramente el reto.
—¡Por favor! Claro que no, puedo asumir perfectamente lo que escribo y para tu información tengo conocimiento práctico del tema que planteo, no soy ninguna mojigata Pedro —se defendió sintiéndose un poco indignada ante la aseveración de él.
Se irguió para parecer más alta, quizás más mujer ante los ojos del actor y demostrarle que tenía los atributos suficientes para haber hecho que un hombre se fijara en ella e hiciera de todo para convencerla de tener sexo.
Claro está, que ese no fue su caso, lo hizo sobre todo porque ya estaba obstinada que sus amigas siguieran burlándose de ella por continuar siendo virgen casi hasta los veinte. Y porque pensó que con Charles no tendría complicaciones pues era joven pero muy maduro, groso error, resultó no siendo así.
Igual no le dejaría ver a Pedro que su vida sentimental era un desastre porque a él no le interesaba ese aspecto, sino el plano sexual y aunque solo había tenido dos amantes, eso podía ser tomado como experiencia ahí o en la China.
—Sí, pues demuéstralo, ven aquí y siéntate mientras te leo —la retó de nuevo mirándola a los ojos.
Le encantó la actitud de Paula al defenderse de esa manera, no todo era frío y mesurado en la señorita Chaves, también había pasión en ella y se encontró deseando que toda fuera suya.
—Perfecto, comienza a leer —dijo acercándose a él.
Pero en un acto de osadía en lugar de tomar asiento en la silla de nuevo como era lo más lógico lo hizo sobre la mesa, quedando de lado frente a él y balanceó un poco sus piernas.
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