viernes, 4 de septiembre de 2015

CAPITULO 187





Había llegado esa mañana a la ciudad después de más de un mes fuera de ésta y la inmensa soledad de su departamento lo estaba volviendo loco, nada lograba distraerlo ni alejar de su mente los recuerdos de Paula, le parecía verla en todos lados e incluso podía jurar que escuchaba su risa haciendo eco en cada rincón. Suspiró sintiendo que estaba cayendo en un abismo y ni siquiera el alcohol que se había convertido en su mejor amigo en las últimas semanas, lograba sacársela del pecho y de la cabeza, por el contrario cada vez más sentía que nunca lograría olvidarla.


—Me di por vencido muy rápido contigo Paula, debí aferrarme a ti e impedir que nos separaran… ¡Fui un completo imbécil! No debí renunciar a tu amor de esa manera, no debí hacerlo princesa —esbozó sintiendo cómo las lágrimas bajaban por sus sienes.


Se puso de pie y caminó hasta el ventanal para dejar que su mirada se perdiera en la compleja estructura que era la ciudad de Chicago y se mostraba tan hermosa siendo bañada por los últimos rayos de sol. Dejó de lado el vaso con escocés y cerró los ojos intentando imaginar lo que estaría haciendo Paula en ese momento, sabía dónde estaba pero la incertidumbre de no saber con quién lo torturaba, algo le decía que ese malnacido que la alejó de él debía estar cerca o de lo contrario ella no habría buscado terminar con su relación, él debía haber regresado.


Los celos eran una hoguera dentro de su pecho y lo estaban consumiendo, no podía continuar así, debía retomar su vida y hacer algo para recuperarla o terminaría perdiendo la cordura. Decidió salir a caminar, le vendría bien tomar un poco de aire, necesitaba de eso para aclarar sus pensamientos y poner todo en orden.


Caminaba sin fijarse en las personas que transitaban junto a él, solo mantenía la vista al frente y de vez en cuando la posaba en el ambiente que lo rodeaba, en una de esas ocasiones su mirada se topó con una imagen que le golpeó en el pecho, caminó hasta el puesto de diarios y tomó un ejemplar de ese tipo que nunca leía, pero la imagen de Paula captó toda su atención. Ella se encontraba junto a un grupo de personas en lo que parecía ser un club nocturno, el pie de foto mencionaba algo sobre lo que hacía el equipo de Rendición en sus noches libres y lo invitaba a seguir leyendo en una de las páginas del interior.


—¿Va a llevarlo? —le preguntó un hombre mayor.


—Sí claro —contestó buscando en su bolsillo un billete y se lo entregó, ni siquiera esperó el cambio de los veinte dólares.


Salió caminando haciéndole un ademán que no importaba cuando éste lo llamó para entregárselo, solo le interesaba encontrar el artículo para tener noticias de Paula. Se acercó hasta una banca en el Millenium Park y tomó asiento mientras revisaba el diario, al fin dio con la nota y grande fue su sorpresa al ver la otra imagen que estaba junto a ésta, era una donde salía Paula y el actor italiano, bajo la misma se podía leer el comentario del periodista.


La escritora parece haber conquistado al hombre más deseado del momento, rompiendo con la tradición que son siempre los protagonistas de éste tipo de películas los que se enamoran”.


La impresión no lo dejó reaccionar en un principio y releyó las mismas palabras varias veces, apartó la mirada de la imagen que la mostraba sonriente mientras él parecía decirle algo al oído. La sensación de dolor que se instaló en su pecho rivalizaba con la ira que corría por sus venas, su mirada parecía estar perdida en la fuente Crown, pero en realidad estaba recordando e intentando encontrar detalles que le confirmaran que lo que decía ese diario era cierto.


—Esto no puede ser cierto… no puede… ¡Maldita sea Paula! Tú no puedes estar haciéndome esto ¿acaso es él? —cuestionaba en voz baja apretando el periódico entre sus manos con fuerza.


Se levantó con rapidez y caminó de un lugar a otro sin saber qué hacer, sentía que algunas cosas empezaban a encajar y eso solo provocaba que su rabia aumentara, respiró profundamente e intentó calmarse para pensar con cabeza fría buscando la imagen de nuevo, pero ésta en lugar de tranquilizarlo añadió más leña al infierno en su interior.


La hizo pedazos y buscó un cesto de basura para arrojarlo, queriendo sacar de su cabeza esa imagen mientras se repetía que ese diario estaba equivocado, ese hombre y Paula no podían tener nada porque era evidente que apenas se soportaban, ella ni siquiera lo quería cerca de su hermana, se había molestado cuando él lo insinuó.


—¡Claro imbécil! Se molestó porque estaba celosa… recuerda que ni siquiera quiso pasar la noche contigo —esbozó para él sintiendo la amargura apoderarse de su cuerpo.


Caminó para alejarse de ese lugar al notar que algunas personas lo veían, quizás todos estaban al tanto de lo que hacía Paula en Italia, todos debían estar burlándose del pobre cornudo que había estado tan ciego, tan malditamente ciego que no fue capaz de ver lo que tenía frente a sus ojos, ni siquiera cuando ella tuvo el descaro de presentárselo. Su vista comenzó a nublarse, y no podía identificar si era por las lágrimas que estaba seguro derramaría de un momento a otro o la ira que corría por sus venas, tomó un taxi y se digirió al refugio más cercano: Su oficina.


Era un sábado por la noche y en lugar de estar en su casa como cualquier mujer normal, Juliana se encontraba en su oficina organizando carpetas y estudiando unos balances que debía presentar para una auditoría que le estaba realizando la Cámara de Comercio al banco. El lugar estaba completamente solo a excepción del personal de seguridad, por lo que le resultó extraño escuchar el timbre del ascensor.


Las puertas de éste se abrieron y vio salir a Ignacio, se sorprendió pues hasta donde sabía él no se encontraba en la ciudad, no pudo evitar seguirlo con la mirada mientras caminaba con premura por el largo pasillo hacia la oficina de la gerencia, se notaba perturbado y eso captó de inmediato su atención.


—¿Qué le habrá sucedido? —preguntó para ella misma, pero al ver que Ignacio ni siquiera notaba su presencia allí, se volvió molesta hacia la pantalla de su ordenador—. A ti no te tiene que importar nada de lo que le suceda, no seas estúpida Juliana —se respondió dispuesta a ignorarlo tal como él lo hacía con ella.


Sabía que la estaba pasando mal, se enteró por Douglas hacía un par de semanas que había terminado con Paula y ese había sido el verdadero motivo de su viaje tan repentino a Canadá, siempre hacía lo mismo, era un cobarde. Quizás era hora que recibiera una cucharada de su propia medicina y supiera lo que se sentía ser relegado.


Después de una hora guardó todos los documentos y apagó la máquina, cerró los ojos masajeándose las sienes para aliviar un poco la tensión que sentía luego de trabajar tanto. Se puso de pie bordeando el escritorio, estaba por tomar su abrigo y su bolso para salir cuando su mirada se desvió hacia la oficina de Ignacio. Suspiró mientras negaba con la cabeza y se decía que era una estúpida por lo que estaba a punto de hacer, salió hacia la gerencia con ese andar decidido que siempre mostraba, giró el picaporte y estaba por entrar cuando una música que provenía del interior la hizo detenerse.


De inmediato la embargó un profundo dolor que hizo los latidos de su corazón más lentos, mientras las lágrimas subieron de golpe por su garganta intentando asfixiarla, liberó un suspiro trémulo apretando con fuerza la manilla al ser consciente que él se encontraba así por Paula.


Su sufrimiento fue remplazado por una inmensa rabia al saber que él siempre iba a preferir a otras antes que a ella, sin importarle que esas mujeres terminaran rompiéndole el corazón hasta el cansancio.



tell me how am I supposed to live without you
now that I've been lovin' you so long
how am I supposed to live without you
how am I supposed to carry on
when all that I've been livin' for is gone.


El coro de la canción llegó hasta sus oídos aumentando la presión que sentía en el pecho, apoyó la frente contra la puerta mientras cerraba los párpados para contener las lágrimas, pero terminaron desbordándose en medio de temblores por tener que acallar los sollozos que amenazaban con romperle el pecho. Respiró profundamente para controlarse y de nuevo la rabia ganó terreno dentro de ella, con brusquedad se llevó la mano hasta el rostro para limpiar la humedad del llanto, mientras se decía que era tan masoquista como Ignacio, pues ella también estaba sufriendo por alguien para quien no significaba nada.


La ventaja era que al menos podía hacerle pagar a él por el dolor que le causaba, pero él no podía hacer nada para cobrarle a Paula Chaves, solo le quedaba sentarse allí a llorar como un idiota mientras se martirizaba con esa canción cursi y anticuada. Se irguió dejando que su orgullo herido creara una armadura para ella y abrió la puerta de un solo golpe, sin siquiera llamar para anunciarse, se mantuvo en silencio mientras lo miraba con desprecio y después dejó ver media sonrisa.


—¿Qué haces aquí? —preguntó Ignacio sorprendido por verla.


—Trabajando, cosa que tú no haces porque te la pasas sufriendo por los rincones como un pobre Diablo… eres tan patético Ignacio… ¿Cómo se supone que vas a vivir sin ella? —preguntó con sorna y después soltó una carcajada, disfrutando de ver la mueca de dolor en su rostro.


—¡Lárgate Juliana! No estoy para tus estúpidos comentarios en este momento —espetó mirándola con rabia y apagó el reproductor de música empotrado en el mueble a su derecha.


—Que fastidio Ignacio, últimamente no estás para nada… te has vuelto tan aburrido —se acercó a él caminando de manera sugerente y se dobló sobre el escritorio para darle una vista provocativa de sus senos mientras tomaba el vaso de whisky de la mesa— ¿Cuántos de éstos llevas? —preguntó dándole un sorbo al licor.


—No te importa… por favor déjame en paz, quiero estar solo —contestó mirándola a los ojos, pero no fue indiferente a la imagen del escote y la visión de sus senos en la blusa roja que llevaba.


—Como quieras… tengo muchas cosas que hacer para estar aquí perdiendo el tiempo contigo — esbozó irguiéndose, le dio la espalda.


—Imagino que no será con un amante —pronunció burlándose de ella, queriendo vengarse por la manera en la cual lo trataba, la vio tensarse y dejó ver media sonrisa cargada de amargura—. De lo contrario no estarías aquí huyendo de la vida solitaria y vacía que llevas —dijo y se levantó para caminar hacia el bar y servirse otro trago.


—Es preferible eso a que me estén dejando una y otra vez como lo hacen contigo —devolvió la estocada mirándolo de soslayo, lo vio cerrar los ojos y eso la hizo arrepentirse de sus palabras, pero ya era tarde.


Ignacio abrió los ojos, su mirada estaba cargada de rabia y de dolor, acortó la distancia entre ambos con rapidez llegando hasta ella para arrinconarla contra la puerta, vio el desconcierto y miedo reflejado en los hermosos ojos topacio cuando llevó su rostro a centímetros del de ella.


—¿Qué haces? —preguntó con voz trémula intentando escapar.


Él no respondió, llevó su mano hasta el delgado y blanco cuello para encerrarlo al tiempo que la aprisionaba entre la hoja de madera y su cuerpo, la escuchó gemir haciendo que la excitación se disparara dentro de él. Después de tener tanto tiempo sin poseer el cuerpo de una mujer no le
extrañaba que un simple gemido pudiera ponerlo así. Ella abrió los labios para hablar pero él se lo impidió apoderándose de esa tentadora boca con un beso rudo y desesperado que buscaba callarla, al tiempo que le permitía vengarse no solo de ella, sino también de Paula.


Juliana forcejeaba con Ignacio, no le permitiría que la tratara de esa manera y mucho menos que la humillara, liberó sus brazos llevándolos hasta la fuerte espalda de él y comenzó a golpearlo, pero solo recibió como respuesta que él la aprisionara más contra la madera tras ella haciendo que liberara un jadeo y que su traidor cuerpo se estremeciera siendo recorrido por una ola de placer.


Él la cargó por la cintura llevándola en peso hasta el sofá de piel oscura a un lado del lugar, sin delicadezas la depositó allí y antes que pudiera protestar la cubrió con su cuerpo, gimiendo al sentir la suavidad del femenino que se removía debajo del suyo. Comenzó a besarle el cuello mientras
intentaba deshacer el lazo de la blusa y mantener quieta a Juliana, que luchaba por liberarse arañándole la espalda por debajo de su camisa, provocándole dolor pero también que su miembro se tensara cada vez más, avivando el fuego de su excitación.


—¡Ignacio suéltame! —gritaba pataleando y el inútil movimiento en lugar de ayudarla solo le hacía espacio a él y subía la tela de su falda hacia sus caderas—. Te digo que me sueltes, ya estoy cansada de esto… ¡Ignacio! —exclamó de nuevo pegándole.


—Siempre te ha gustado esto… es lo que deseabas, no te atrevas a mentirme —le dijo mirándola a los ojos mientras le sujetaba la mandíbula con rudeza— ¿Por qué me haces esto? ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Dime qué es lo que tengo que hacer? —preguntó desesperado mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos y la excitación estaba siendo remplazada por el dolor Juliana tembló siendo aplastada por el sufrimiento que veía en él y cerró los ojos para huir del mismo, se mordió el trémulo labio inferior para evitar que las lágrimas la rebasaran y el fuego que se había encendido en su interior se apagó de golpe ante los reproches de Ignacio.


Él cayó en cuenta que la mujer bajo su cuerpo no era la misma a la que deseaba hacerle esas preguntas, ella no era Paula. El alcohol, la rabia y el deseo lo habían hecho cegarse al punto de cometer una locura.


—Juliana… perdóname… por favor perdóname —rogó con la voz ronca por el nudo en su garganta que apenas le permitía hablar.


Ella asintió en silencio sin atreverse a esbozar palabra, estaba segura que de hacerlo terminaría llorando justo como comenzó a hacerlo él en su cuello, estremeciéndose y mostrándose tan frágil que daba la impresión de estar a punto de romperse. No pudo detener los sentimientos que él le provocaba y antes de poder ser consciente de lo que hacía lo envolvió entre sus brazos para resguardarlo, quería protegerlo, alejar toda la pena que veía en Ignacio.


—Abrázame más fuerte… abrázame Juliana —le pidió en medio de sollozos aferrándose a ella como si fuera la única capaz de salvarlo.


Hizo lo que él le pedía y más, comenzó a besarle el rostro para secar con sus labios las lágrimas que le humedecían las mejillas, entregándole ese gesto de amor que nacía desde lo más profundo de su corazón y era todo de él porque solamente había amado a un hombre en su vida, solo a Ignacio Howard Woodrow, el que la había hecho mujer.


—Hazme el amor —le pidió en un susurro al oído.


—Juliana… esto no está bien… no podemos seguir cayendo en lo mismo. Tú no lo mereces — pronunció mirándola a los ojos.


—No digas nada… deja que sea yo quien decida lo que merezco o no —mencionó ahogada en esos ojos verde selva que tanto amaba—. Te deseo Ignacio… ningún otro hombre me hace sentir como tú —confesó.


—No puedo entender lo que provocas en mí… a veces siento que te odio y en otras que sin ti estaría perdido —expresó dejando en libertad esos sentimientos que había callado por tanto tiempo, pensando que de decirlos ella terminaría burlándose de él.


Juliana sintió que una sensación de felicidad estalló dentro de su pecho y esbozó una hermosa sonrisa mientras subía sus labios para besarlo, acariciándole la espalda con cuidado para no lastimar las heridas que le había hecho. 


Gimió cuando él respondió al beso apoderándose de su boca con uno profundo, que le estaba robando el aire y la cordura, lo sintió mover las manos sobre su cuerpo.


El arrebato que había caracterizado a sus encuentros anteriores esta vez no estaba presente, era como si hubieran regresado al pasado, a ese tiempo que vivieron antes de que él se marchara a Inglaterra a estudiar y ella se quedara desolada por su ausencia. Se desnudaron entre besos sutiles, miradas cómplices y caricias que traían consigo maravillosos recuerdos.


Ignacio entró en ella sintiéndola temblar como esa primera vez cuando siendo apenas una chica de quince años, se entregó en sus manos para que él la hiciera mujer. El cuerpo de Juliana le entregaba un placer que no había encontrado en ninguna otra de las que había tenido, ni siquiera en aquellas que sintió amar profundamente, quizás por eso siempre volvía a ella, su manera de entregarse era única y lo hacía rendirse.


Las mismas sensaciones y emociones que él le provocaba la llenaban de nuevo, después de dos años separados pensó que algo podía cambiar, pero por el contrario, todo era más intenso y sabía perfectamente que se debía a esa declaración que Ignacio le había entregado. Él la quería, aunque no supiera cómo definir sus sentimientos todavía, se lo hacía sentir.


Juliana comenzó a mecer sus caderas encerrándolo entre sus piernas, gimiendo en su oído mientras sus cuerpos resbalaban por la capa de sudor que los cubría. La sintió estremecerse siendo elevada por el placer, presionándolo en su interior, él no tomó la precaución de usar protección y ya era muy tarde, pues sentía cómo comenzaba a derramarse en ella y la siguió, quedando atrapando en ese instante perfecto.








CAPITULO 186




Paula respondió al beso mostrando el mismo desespero de él y como si quisieran confirmar con más que palabras la promesa que se acababan de hacer, sus manos comenzaron a brindarse caricias apresuradas e intensas que fueron despertando el deseo. Pedro la tomó por la cintura subiéndola en la barra y sin dejar de besarla deshizo el nudo de la bata, abriéndola para tener el cuerpo desnudo de Paula solo para él, para recorrerlo con sus manos y sus labios.


Ella separó las piernas para hacerle espacio y de inmediato le rodeó las caderas pegándolo a su cuerpo, mientras el baile de sus lenguas arrancaban gemidos en ambos, le quitó la camiseta que llevaba y la tiró lejos para después dedicarse a acariciarle la espalda mientras lo besaba, gimiendo con fuerza cuando sintió la certera y potente invasión de él.


Pedro le sujetó el rostro con sus manos mientras dejaba que sus caderas marcaran el ritmo dentro de Paula, sentirla así calmaba esa sensación de zozobra que había tenido minutos atrás.


Deseaba demostrarle con actos que él era suyo, que siempre lo había sido y no dejaría de pertenecerle jamás, porque si bien estuvo con varias mujeres después de ella, ninguna lo hizo sentir así, ninguna logró llegar a su alma.


—Soy tuyo… soy tuyo Paula —esbozaba de manera entre cortada sin detener sus embestidas dentro de ella y con su mirada clavada en los ojos miel—. Lo fui desde la primera vez que estuve dentro de ti —dijo con la voz ronca por las lágrimas que intentaban ahogarlo.


Ella buscó desesperadamente su voz para responderle pero se había esfumado, así que dejó que fuera su cuerpo quien diera la respuesta que su garganta no podía. Lo miró fijamente mientras le daba rienda suelta a sus caderas, abrazándolo con fuerza para eliminar el espacio que los separaba y poder sentir el roce de su pecho poderoso y caliente contra sus senos, mientras disfrutaba de ver la expresión de placer dibujada en el hermoso rostro de él, comenzó a sentir los primeros estremecimientos del orgasmo que le recorrían el cuerpo y se arqueó cerrando los ojos.


Pedro —esbozó mientras un temblor la recorrió de pies a cabeza y todo su mundo explotó con una fuerza arrolladora.


Él liberó un gemido ronco contra la garganta de ella mientras luchaba por mantenerse pues no deseaba que ese momento terminara nunca, quería seguir sintiéndola completamente suya y siendo de ella, hundió su mano en el cabello castaño para sostener la cabeza al ver su cuerpo hermoso y frágil
contraerse con fuerza, mientras la otra se anclaba en la cadera de Paula para evitar que sus movimientos los separasen.


—¡Soy tuya! —exclamó con la voz transformada por el éxtasis y los ojos cerrados con fuerza, sintiendo que la declaración le desgarraba la garganta y después de eso su mente quedó en blanco.


Eso fue todo lo que Pedro necesitó para tener su propia liberación, se clavó dentro de ella con cada descarga de su simiente, mientras los temblores que nacían en su columna eran como descargas eléctricas que lo recorrían entero, y terminaron por dejarlo complemente agotado pero también libre de la tensión que lo había embargado antes.


Pasaron varios minutos brindándose caricias que iban sosegando los latidos acelerados de sus corazones, ella entrelazaba los dedos en las suaves hebras castañas y de pronto buscó la mirada de Pedro.


—¿Me llevas al hotel? —preguntó y vio que eso lo desconcertó, así que aclaró de inmediato—. Voy a hablar con Diana y a buscar mis cosas. Me quedaré aquí contigo Pedro —dijo mirándolo a los ojos.


La sonrisa de él fue radiante y apenas podía expresar la mitad de la emoción que sentía, dándole gracias con la mirada le tomó el rostro entre sus manos para besarla con amor, pasión y devoción.







CAPITULO 185




Escucharon la voz de Romina en la planta baja y el ruido de llaves lanzadas sobre la mesa de cristal. Pedro maldijo en un susurro y Paula apenas podía creer que eso estuviera sucediendo de nuevo, la rabia se apoderó de su cuerpo y se alejó de él.


—¿Qué hace ella aquí? —demandó de inmediato mirándolo.


—Soy un imbécil… olvidé quitarle el juego de llaves —respondió sintiéndose apenado y se llevó las manos al cabello, un gesto que hacía cuando estaba nervioso, no quería arruinar todo de nuevo.


Paula jadeó sin poder creer que de verdad hubiera sido tan… prefirió cortar sus pensamientos y respiró profundamente para no dejarse llevar por la ira que corría por sus venas, antepuso el amor que sentía por Pedro y todo lo que él le había demostrado, no caería de nuevo en el juego de esa maldita arpía.


—Dame unos minutos y me encargaré de esto Paula, te prometo que no volverá a molestarnos —mencionó acercándose a ella para que viera en sus ojos que no tenía nada de qué preocuparse.


Escucharon que Romina seguía haciendo ruido como si fuera la dueña de la casa y hasta música puso, era evidente que buscaba provocarlos, ella sabía que estaban allí, tuvo que haber visto la noticia en el diario y venía con la intención de arruinarles el momento.


—No volverá a molestarnos eso te lo aseguro, porque seré yo quien se encargue de ella — mencionó caminando para salir de la habitación.


—Paula por favor… no es necesario que te expongas, yo solucionaré esto y tú no tendrás que pasar un mal rato —dijo tomándola del brazo para detenerla, conocía a Romina y sabía de lo que era capaz.


—Pues ya lo estoy pasando… por favor confía en mí, yo sé lo que hago Pedro —expresó mirándolo a los ojos y después caminó.


—Yo voy contigo —esbozó determinado a acompañarla.


Salió detrás de Paula mientras rogaba que Romina no fuera a lanzar por tierra todo lo ganado hasta el momento.


Romina se tendió en el sofá como siempre hacía cuando llegaba allí, pero esta vez optó además por servirse una copa de vino, aunque odiaba el alcohol, el momento lo ameritaba porque echaría a la maldita de Paula Chaves de ese lugar y luego celebraría.


—Mi cielo necesito que me des un masaje, el desfile en Milán me dejó completamente agotada — mencionó Romina con los ojos cerrados.


Paula sintió la sangre comenzar a hervirle ante esa imagen, se decía que debía tratar ese asunto de manera civilizada, pero al escuchar las palabras de esa mujer y ver su actitud, todo pensamiento sociable se esfumó de su cabeza, caminó con rapidez y le arrebató la copa de la mano para dejarla en la mesa de centro.


—Levántate de allí y sal de aquí ahora mismo —le exigió mirándola.


—Pero qué carajos… ¿Quién demonios te crees para tratarme así y darme órdenes estúpida? — preguntó furiosa, no se esperaba esa reacción de la escritora, por el contrario suponía que la vería salir de allí llorando.


—Estúpida tú que no tienes un mínimo de dignidad y vienes aquí para rogarle a un hombre que te dedique un poco de atención —señaló mirándola con desprecio y elevó su rostro con gesto altivo.


—¿Por qué dejas que esta mujer me hable así Pedro? —inquirió con la voz rasgada mientras lo miraba a él.


—Romina tú no tienes nada que hacer aquí… las cosas quedaron claras entre los dos hace mucho, así que deja las llaves, toma tu bolso y sal ahora mismo —le pidió intentando mantenerse calmado.


Pedro… yo comprendo lo que te llevó a actuar como lo hiciste, ambos somos iguales, somos capaces de lo que sea para conseguir nuestras metas. Pero ya no tienes que seguir fingiendo mi amor, ahora tienes el papel y puedes deshacerte de esa idiota… te prometo olvidar todo esto y perdonarte —dijo acercándose hacia él.


—Aléjate de mí y no vuelvas a ofender a Paula o no respondo —le advirtió mirándola a los ojos.


— La que no va a responder soy yo… sal de aquí ahora mismo, es la última vez que te lo digo — pronunció Paula mirándola con rabia.


—Tú no eres nadie para decirme qué hacer —le respondió entre dientes y después arremetió contra él—. A ver Pedro ¿Qué demonios te sucede? Tanto que alardeabas que no te dejas comprar por nadie y mírate ahora… das vergüenza ¿Todo esto por el simple papel de una historia
que no vale ni mierda? —preguntó con sorna.


Eso fue todo lo que Paula pudo soportar, sin siquiera anticipar lo que haría acortó la distancia con rapidez eludiendo a Pedro y le dio una bofetada que le volteó la cara haciendo que el sonido retumbara en todo el lugar y la mano terminara doliéndole.


—No se te ocurra decir algo más sobre Rendición porque juro que te saco de aquí a arrastras — la amenazó, ni ella misma se reconocía.


—¡Maldita! —gritó e intentó lanzársele encima, pero Pedro la atrapó deteniéndola—. ¡Suéltame!


—Tú te lo buscaste Romina… ¡Cálmate ya! —la reprendió.


—¡Eres un maldito mentiroso! —exclamó buscando golpearlo.


—Le pones una mano encima y vas a lamentarlo Romina Ciccone —advirtió Paula acercándose a ella.


—Paula, por favor —pidió él para no empeorar las cosas y soltó a Romina manteniéndolas a las dos alejadas.


—Yo te hubiera respetado como la ex pareja de Pedro, porque incluso llegué a sentirme mal por los daños colaterales que estábamos causando con nuestra reconciliación —mencionó Paula más calmada, sintiendo que tal vez exageraba—. Pero al ver tu actitud me doy cuenta que no lo mereces. Sin embargo, no deseo continuar con este espectáculo tan vergonzoso… toma tus cosas y vete, sabes que no tienes nada que hacer aquí —pidió apelando a su parte civilizada.


—¿Y eso es todo? ¿Acaso crees estúpida insulsa que yo voy a dejar que me quites a Pedro mientras me quedo de brazos cruzados? —preguntó sintiendo que en verdad la odiaba.


—Yo no te estoy quitando a Pedro porque él nunca fue tuyo —respondió con algo de arrogancia.


—¿Qué vas a saber tú? No tienes idea… haberte acostado con él durante unos meses no te hace diferente a las demás que desfilaron por su cama —mencionó con toda la intención de herirla.


—Tú eres la que no sabes nada Romina. Yo estoy enamorado de Paula, siempre lo estuve y si esto te hace sentir que nada más fuiste un desahogo, lo lamento pero es la verdad… Viajé hasta América para buscarla, me daba lo mismo si obtenía el papel porque a quien realmente deseaba tener conmigo era a Paula… ¿Eso es lo que querías escuchar? Pues allí lo tienes —mencionó con tono pausado, pero que no dejaba lugar a dudas o cuestionamientos.


—Ni crean que esto se acaba aquí —los amenazó tomando su bolso y antes de salir se volvió a mirarlos—. Los voy a destruir a ambos, iré con la prensa y les contaré todo… les diré que obtuviste el papel solo porque te acostaste con ella, que no es más que una zorra y que ambos son unos malditos traidores, pues no les importó tener parejas para involucrarse de nuevo… —decía cuando Pedro detuvo sus palabras.


—¡Ya cállate Romina! —le gritó, sabía que eso afectaba a Paula.


—Si haces algo como eso, la más perjudicada serás tú —mencionó Paula sin mirarla—. Imagina lo que dirán los medios, tú que alardeabas de ser la futura señora Alfonso no fuiste más que un desahogo y lo peor de todo es, que no tuviste ni siquiera la destreza para hacer que olvidara a aquella mujer que toda Italia se muere por conocer —se detuvo mirándola a los ojos—. Y cuando se enteren de la historia real ¿De lado de quién crees que se pondrán? Nada más tienes que contar esto para volverte la burla de todos… Así que si tienes un poco de amor propio deberías salir de aquí con la poca dignidad que te queda e intentar continuar con tu vida —finalizó manteniéndole la mirada.


—No van a ser felices ¡Nunca lo serán! —gritó y salió corriendo.


El estruendo que hizo la puerta al estrellarse cuando se cerró y esas palabras de Romina quedaron vibrando en el aire, mientras los corazones de ambos latían de manera agitada temiendo que ella tuviera razón y que ellos nunca lograrían tener una felicidad plena como soñaban. Paula fue la primera en reaccionar, caminó rápidamente hacia la cocina sintiendo que todo el cuerpo le temblaba y que la presión en el pecho la estaba ahogando, llenó un vaso con agua para beberlo de un trago.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro acariciándole la espalda.


Ella asintió en silencio sin mirarlo y después negó apoyando sus manos en la fría pieza de mármol de la barra, mientras intentaba contener las lágrimas que iban acumulándose en sus ojos. Sintió a Pedro envolverle los hombros con un brazo para pegarla más a él y le besó el cabello, eso fue el detonante para sus emociones.


De inmediato se giró hacía él rodeándole la cintura con los brazos y hundió el rostro en el pecho de Pedro mientras lloraba con dolor, estremeciéndose a causa de los sollozos mientras se aferraba más a él.


—Todo está bien… no llores mi amor —rogó tomándole el rostro entre las manos para verla—. Lo siento tanto Paula, lamento que hayas tenido que escuchar todo lo que dijo Romina — mencionó mirándola a los ojos para que viera la sinceridad en los suyos.


—Antes todo era tan sencillo y ahora… —decía cuando él la detuvo.


—Ahora estamos juntos de nuevo y no dejaré que nada nos separé. Paula yo quiero estar contigo, deseo una vida a tu lado porque solo así soy verdaderamente feliz, tú me haces sentir completo —expresó muy cerca de sus labios, ahogándose en la mirada ámbar cristalizada.


Pedro prométeme que no nos vamos a separar nunca, yo no soportaría tener que separarme de ti de nuevo… me volvería loca de dolor, te juro que lo haría —mencionó sintiéndose aterrada nada más de imaginar en tener que vivir todo el sufrimiento que pasó, una vez más.


—Eso no sucederá Paula, te prometo que estaremos juntos siempre preciosa, ya nada podrá separarme de ti. Nada —mencionó envolviéndola en sus brazos con fuerza y después la besó.