sábado, 25 de julio de 2015

CAPITULO 52




Paula giró el pomo de la puerta y la abrió lentamente, sintiendo que unos nervios inesperados y tontos se habían instalado en ella, la presencia de Pedro tras su cuerpo era tan poderosa, su calor, su perfume, su respiración que le rozaba la nuca. No podía creer que estuviera luchando por no temblar y parecer una niña inexperta delante de él, sólo la noche anterior habían tenido relaciones con desenfreno y pasión, se habían entregado de tal forma que no debería existir pudor en ella en este momento.


Él se sentía ansioso y de algún modo extraño, una emoción que no lograba identificar se apoderaba de su cuerpo y reclamaba más terreno a cada segundo que transcurría, podía percibir cierta tensión en Paula y quizás por ello él también se sentía nervioso, como si fuera la primera vez que entrara en la habitación de una chica. Dejó ver una sonrisa ante semejante absurdo y se acercó a ella, disfrutando de su aroma y su calidez, de la suavidad de sus formas cuando se apoyó en ella, rozando con su pelvis el sensual trasero de la castaña.


Ella se estremeció al sentir la presión del miembro de Pedro, que la hacía consciente de cuan despierto se encontraba, esperando para complacerla y hacerla alcanzar la gloria una vez más. Respiró profundamente e intentó relajarse contra él, apoyando sus manos en los brazos de Pedro que le cerraban la cintura, cerró los ojos y dejó caer su cabeza en el hombro de él, suspirando al sentir que podía confiarle plenamente su cuerpo, pero cuando él subió una mano para acariciarle un seno ella se sobresaltó y abrió los ojos de golpe.


—¿Qué sucede Paula? ¿Por qué estás tan tensa preciosa? —preguntó en un susurro Pedro al oído de ella.


Mientras llevaba la mano que había intentado apoderarse del seno, al cuello para acariciarla y relajarla, sintiendo la tensión en los músculos, una que no sintió la noche anterior en ningún momento, eso activó una alarma en él, la volvió para mirarla a los ojos y descubrir lo que ocurría.


—¿Estás nerviosa? —inquirió una vez más.


Observando divertido como ella se sonrojaba y se mordía el labio inferior, negó con la cabeza y su cabello se movió provocando que caprichosos mechones castaños le enmarcaran el rostro.


—No… no lo estoy, es sólo que… —se interrumpió esquivándole la mirada y dejó libre un suspiro—. No sé porque me siento así Pedroes tan tonto, después de todo lo que vivimos anoche… ¿Qué lo diferencia de esta noche? —preguntó desconcertada.


—Tal vez sea… que es la primera vez que llevas a un chico a tu habitación y lo invitas a pasar la noche allí —contestó sonriente.


Paula abrió los ojos de manera desmesurada, no podía creer que eso fuera lo que la tenía así, pero las palabras de Pedro parecían estar mostrándole en luces de neón la verdadera razón de su nerviosismo. Sonrió sintiéndose tan infantil y apenada, bajó el rostro para que él no viera su sonrojo hundiéndolo en el pecho masculino.


Pedro esbozó una amplia sonrisa ante el gesto de ella, le encantaba verla así, le encantaba esa timidez que Paula le entregaba, pensaba que a esas alturas de su vida y después de todo lo que había vivido, no encontraría a una mujer que se sonrojara con tanta facilidad y, que además luciera tan deliciosa y sensual como lo hacía Paula. Emocionado llevó una de sus manos al rostro de la chica para elevarlo de nuevo hacia él y besarla.


—No tiene lógica… —mencionó Paula antes que él capturara sus labios, lo miró a los ojos sintiéndose perdida.


—¿Qué no tiene lógica? —preguntó él con una sonrisa.


—Que me sienta nerviosa por traerte aquí a pasar la noche conmigo, esta no es la casa de mis padres, en este momento es prácticamente mía y puedo hacer en ella lo que me plazca —explicó.


—Bueno, pero quizás tu subconsciente no lo haya asimilado así, si fuera otra la situación de seguro estarías temblando de miedo Paula y yo estaría sumamente divertido, y la excitación sería mucho mayor sabiendo que podemos ser pescados por tus padres ¿puedes imaginarlo? Si ellos estuvieran en la habitación de al lado y nosotros aquí a punto de tener una noche de sexo salvaje —mencionó con una sonrisa sensual y traviesa, acariciando las caderas de la chica, atrayéndola para pegarla a él.


—La verdad…—apretó sus labios en una línea y gimió negando con la cabeza, fingiéndose seria continuó—. Dudo que estuvieras tan divertido, lo más probable es que estuvieras temblando más que yo… ¿Sabes? Uno de los mayores tesoros de mi padre es una Colt Python 357 Magnum, con cañón de 15 centímetros elaborado en plata, es una verdadera belleza — comentó de manera casual mientras le acariciaba el pecho y lentamente iba deshojando los botones de la camisa.


—¿Está intentando intimidarme señorita Chaves? —inquirió elevando una ceja, dejando ver esa sonrisa ladeada y arrogante.


—¿Yo? Claro que no, es sólo un dato que tal vez te interese saber, en caso claro que desees meterte a mi habitación, teniendo a mi padre en la continua —exponiendo ante sus ojos el pecho seductoramente fuerte.


—Ya veo… bueno, creo que hay situaciones ante las cuales vale la pena arriesgarse y terminar enfrentándose a una Colt Python y esta señorita Chaves, definitivamente lo vale —dijo al tiempo que la tomaba por la cintura y la elevaba para caminar con ella hacia la cama.


Paula dejó libre un grito ante la sorpresa y se aferró a los hombros firmes de Pedro, después le dedicó una sonrisa hermosa y sensual, bajando sus labios para buscar la boca de él y fundirse en esa que ahora era su más exquisita perdición.


Cuando se encontraron junto a la cama, él la bajó dejándola de rodillas sobre ésta mientras acunaba el rostro de Paula entre sus manos y la besaba con pasión, jugando con su lengua en el interior de la boca de ella, acariciando y succionando, avivando el fuego que crecía en ambos, bebiéndose los gemidos y los suspiros de Paula, lentamente fue bajando el ritmo del beso.


—De pie señora escritora… usted me prometió ser muy complaciente esta noche conmigo y justo ahora acabo de recordar algo que deseo hacer desde hace mucho —mencionó tomándola de las manos para hacer que se parara sobre la cama.


—Suponía que sería yo quien te ofrecería una recompensa… —indicó sintiéndose nerviosa y excitada al mismo tiempo.


—Digamos que me resulta más placentero tomarla yo mismo, me gusta llevar la voz cantante Paula… creo que pudiste comprobarlo anoche — esbozó mirándola a los ojos mientras desabrochaba los botones de su blusa, le dio un beso en el estómago que la hizo temblar, eso le gustó mucho y repitió la acción bajando hasta su ombligo, ella suspiró e intentó tomar partido, él prosiguió—. Claro, eso no quiere decir que de vez en cuando no te deje a ti llevar las riendas, pero en la cama me gusta ser quien manda, ser quien conquiste… quien te haga rendir con besos… con caricias — susurraban besándole el vientre al tiempo que la despojaba del pantalón corto que llevaba.


Paula se limitó a observándolo y ahogar gemidos, sintiendo como todo su cuerpo parecía ser barrido por lenguas de fuego cada vez que Pedro dejaba caer un beso en su piel, como los músculos de su intimidad se contraían y ésta comenzaba a bañarse de una tibia humedad.


Cerró los ojos cuando él le quito el short que traía, ella enredó sus manos en la sedosa cabellera castaña, liberando ese jadeo que no pudo controlar cuando él le apretó con fuerza el trasero y la acercó a su rostro, para después comenzar a bajar su ropa interior.


—Pedro… —susurró ella temblando ante el delicado roce de sus dedos y la suavidad del algodón que descendía lentamente.


—¿Si? —preguntó él provocándola.


Dejó caer la prenda a los pies de Paula y la instó a moverlos para sacarla de su cuerpo, subió la mirada recorriéndola despacio, disfrutando de la vista que su cuerpo semi desnudo le entregada, de ese leve temblor que sus dedos podían percibir y como su piel se erizaba. Pedro siempre había sido consciente de su atractivo y del poder que ejercía sobre las mujeres, como cualquier otro hombre eso le gustaba, lo hacía sentir confiado y lo animaba a querer ir más allá, a probar cosas nuevas, se podía decir que había tenido excelentes maestras y buenas alumnas que dejaban que él disfrutara de ellas.


Sin embargo, ninguna lo animó a entregarle todas sus artes tanto como Paula, quería demostrarle lo que había aprendido y sobre todo, deseaba aprender cosas nuevas junto a ella, experimentar, descubrir, la deseaba como no había deseado a ninguna otra y no descansaría hasta haber saciado todos sus instintos en ella, junto a ella.


Paula lo veía como si estuviera hechizada, su respiración irregular movía sus senos a un ritmo acompasado, sus labios temblaban a momentos y debía morderlos para evitar demostrarle cuanto la dominaba, estaba desnuda de la cintura para abajo y se sentía tan expuesta, tan vulnerable ante la mirada cargada de intensidad de Pedro, ante ese azul que a cada minuto se oscurecía un poco más, apoyó su mano en el hombro de él para mantener el equilibrio, sus piernas empezaron a temblar cuando él rozó el interior de sus muslos.


Sintió el calor de sus dedos acercarse lentamente a su intimidad, los músculos internos se contrajeron con fuerza y la humedad se hizo aún mayor, así como el calor que recorría todo su cuerpo, y se concentraba allí como si fuera el centro de la hoguera. Los latidos de su corazón se aceleraron, su respiración agitada era la muestra fehaciente de lo excitada que se encontraba, así como el color de su ojos que había pasado de un caramelo a un castaño oscuro, denso y brillante, sus labios también mostraban los estragos de lo que Pedro provocaba en ella, estaba rojos, hinchados y palpitaban ante cada roce que él le ofrecía.


Él subió la mirada hasta llegar al rostro de ella, al tiempo que llevó sus manos hasta la ligera blusa rosada y se la quitó con un diestro movimiento, dejándola caer tras ella, rozó sus senos con la punta de los dedos, sintiendo bajó éstos el delicado encaje del brasier, le dedicó una sonrisa traviesa antes de cubrirle con sus manos los pechos, apretándolos con suavidad hasta hacerla gemir y estremecerse, los abandonó y viajó hasta la espalda de la chica para abrir el broche que sostenía la prenda, con habilidad lo abrió para despojarla de ésta, dejándola completamente desnuda ante sus ojos.— Eres perfecta —susurró observándola con deleite.


Paula seguía hipnotizada por el azul de los ojos de él, que justo en ese instante lucía intenso, mientras las pupilas dilatadas y brillantes le daban un toque de misterio a esa mirada que sentía la quemaba, le calentaba la piel y la hacía estremecerse, era tanto el magnetismo que desbordaba la mirada de Pedro, que ella no podía hacer nada más que verlo y desearlo.


Casi se sentía flotar, su pecho estaba colmado de tanta felicidad y orgullo al ver como él la admiraba, haciéndola sentir única, especial, como si verdaderamente fuera la mujer más hermosa del mundo, como si fuera una Diosa que se presentaba ante un simple mortal. Ningún hombre la había mirado como lo hacía Pedro en ese momento, sentía que estaba a punto de llorar por todas las emociones que la recorrían, liberó un suspiro trémulo cuando él entrelazo sus dedos con los de ella, y se llevó su mano a los labios para depositar un beso en el dorso, presionó sus labios suaves y tibios, quedándose allí mientras la miraba fijamente a los ojos.


Ella descendió muy despacio, cuidando de no mover su mano y manteniendo su mirada anclada en la de Pedro, deseando prolongar el contacto entre los dos, se puso de rodillas sobre la cama para quedar a la altura de él y con la mano libre le acarició la mejilla, un toque igual de suave, acompañando la hermosa sonrisa que él le entregó con el mismo gesto, se acercó reduciendo el espacio entre los dos comenzó a besarle el rostro.


Él terminó el beso que le daba, renuente abandonó la suavidad de la piel de Paula, se alejó para ofrecerle el espacio de besarlo con libertad, a la espera de ese roce que le entregaría, suspirando como un chiquillo que es besado por primera vez por su amor platónico, con el corazón latiéndole pesadamente, sus ojos se posaron en los labios de la mujer ante ellos y sus ansias crecieron casi hasta desbordarlo.


Las intenciones de Paula no era besarlo en los labios, ella quería agradecerle de algún modo esa hermosa mirada que le dedicara, así que yendo despacio empezó primero en la frente, bajando con sus labios por el tabique y besó la punta de su nariz, esa que tanto le gustaba y le resultaba única, aunque se moría por besar sus labios subió de nuevo posando un beso en su mejilla izquierda y después en la derecha, descendiendo por la mandíbula hasta quedar justo sobre su mentón, dejó caer un par de besos en éste.— Paula… bésame ya… bésame en la boca —le pidió en un susurro, estrellando su aliento contra los labios de ella.


Le rodeó la cintura con sus manos, era tan diminuta que él podía abarcarla por completo, con una sola podía cubrir la mitad de su talle, pero le gustaba tomarla con ambas, hacerla sentir suya, deseando sentirla únicamente suya. La pegó a su cuerpo en un movimiento demandante, el contacto provocó que una exquisita sensación eléctrica los recorriera a ambos haciéndolos temblar, ella jadeó y él gimió sintiendo la suavidad de sus senos presionados contra su pecho, firme y caliente que subía y bajaba a causa del ritmo irregular de su respiración, la miró a los ojos exigiéndole con la mirada ese beso que aún no se dignaba a entregarle, él podía besarla, pero quería que lo hiciera ella, que dejara de provocarlo y se rindiera de una vez.


—¿Deseas que lo haga? —preguntó ella en un susurro, en un tono de voz que desconocía, suave y sensual.


Se animó al ver que él intentó responderle pero se cohibió, estaban teniendo un duelo y no sería ella quien perdería, con una actitud estudiada acercó sus labios a los de él y cuando estaba a punto de tocarlos se alejaba, dejando que bocanadas de su aliento cubrieran los de Pedro, sonrió traviesa al ver que él se lanzaba hacia adelante para seguirla, pero se alejaba luchando por no ceder, ella volvió a provocarlo de nuevo, esta vez ofreciéndole su lengua, rozando con la punta el labio superior de él, apenas un toque y se alejaba de nuevo.


Él sabía que Paula estaba jugando con su deseo, retándolo con esa mirada sensual y con su actitud que a cada minuto lo provocaba más, que hacía que su miembro se tensara de tal manera, que la bragueta del jean comenzaba a lastimarlo. 


Ella estaba jugando con fuego, le gustaba hacer que la deseara con desesperación ¿de verdad quería Paula saber hasta donde podían llegar? Ella no tenía ni idea de la hoguera que él podía crear si se lo proponía, podía hacer que le rogara, que le suplicara por más placer, por más besos y caricias.


Justo en ese momento tenía ante sus ojos a la osada señorita Chaves, esa que siempre deseó conocer y sabía habitaba en ella, ese juego que se traía con su boca se lo haría pagar y muy caro, cuando al fin atrapara sus labios no los soltaría en largo rato, no lo haría hasta hacerla perder la cabeza, hasta voltear su mundo. Dejó ver una sonrisa sensual y traviesa ante esos pensamientos y ella le respondió de la misma manera, invitándolo de nuevo con esa lengua ágil y pecaminosa que lo estaba prendiendo en llamas, podía ceder, podía dejarla ganar esta batalla, pero juraba que la guerra sería suya.


Paula seguía tentándolo una y otra vez, añadiendo más leña a la hoguera que ardía en ambos, podía sentir las ansias haciendo estragos en Pedro, las mismas que a ella estaban a punto de volverla loca. Los suspiros que él liberaba al verla alejarse, la manera como negaba con la cabeza y sonreía cerrando los ojos, esos gestos tan provocativos y esa evidente declaración de no darse por vencido, estaban a punto de hacerla rendirse, en verdad deseaba besarlo, pero también quería seguir con este juego, le gustaba lo que le hacía sentir.


Se estaba poniendo la prueba más grande que hubiera enfrentado nunca antes, Pedro era el hombre más hermoso y sensual que hubiera conocido, ella era una masoquista al no ceder a lo que ambos deseaban, estar haciendo eso era una verdadera tortura, su sangre estaba tan espesa por el deseo que parecía lava, ardiendo y concentrándose en su intimidad, sentía que la humedad era cada vez mayor y las palpitaciones acompañaban a los latidos de su corazón, no podía seguir soportándolo, se mordió el labio inferior antes de acercarse nuevamente, paseando su mirada de los ojos de Pedro a los labios suaves y masculinos de él.


—¿Quieres besarme Pedro? ¿Por qué no lo haces? Estoy justo frente a ti… tan cerca que puedo sentir tu aliento tibio, tan cerca que puedo beberlo y la verdad sé que te mueres por entrar en mi boca, por rozar mi lengua... —se acercó a él una vez más acariciándole el pecho, llevó sus manos hasta el cuello y las apoyó allí, sin acercarlo, sólo para hacerlo consciente de que se estaba ofreciendo a él—. Te mueres por hacer eso y por hacer mucho más. Pensé que era usted quien tenía el mando señor Alfonso ¿por qué no toma lo que desea en este momento? —preguntó con un tono sugerente y muy bajo, un murmullo que le nacía con tal naturalidad que la asombraba, pero no se lo dejaría ver, por primera vez se sentía poderosa y dueña del momento.


—¿Quiere que tome lo que deseo señorita Chaves? —inquirió elevando una ceja y dejando ver esa sonrisa ladeada y felina que se le daba con la misma facilidad que respirar.


Ella asintió en silencio con un movimiento efusivo de su cabeza y la mirada cargada de diversión y expectativa, acercó lentamente su rostro hacia él para invitarlo de nuevo a tomar sus labios, pasando la punta de la lengua por el inferior para humedecerlo.


Pedro pensó que era momento de darle a probar una cucharada de su propia medicina, se mantuvo firme en su posición haciéndola esperar cerca de un minuto y cuando vio que Paula daba por seguro que la besaría, él sólo bajó sus manos en un movimiento rápido posándolas en las nalgas suaves y redondas de ella, las apretó con firmeza y la atrajo a su cuerpo en un movimiento igual de demandante, ella liberó un pequeño grito ante la sorpresa y él se deleitó rozando la protuberancia tras su pantalón, contra el pubis de Paula, provocando que liberara un jadeo.


—Justo ahora tengo parte de lo que deseo entre mis manos —esbozó triunfante y se adueñó de la boca de ella.


Paula apenas pudo reaccionar ante ese asalto, su boca hambrienta y deseosa recibió la lengua de Pedro. Todo a su alrededor comenzó a brillar como si fuera un cuatro de Julio, sus manos se aferraron a los brazos de él, intentando mantenerse con los pies en la tierra y evitar que la lengua
de Pedro o las caricias que le brindaba a su trasero la lanzaran al espacio, gemía cada vez que él empujaba su pelvis contra ella haciéndola consciente de la poderosa erección bajo sus pantalones, su centro se colmó de humedad en medio de contracciones que clamaban por tenerlo en su interior.


Él le acunó el rostro entre las manos para evitar que Paula se le escapara, había notado que intentó hacerlo un par de veces, quizás buscando aire, pero no la dejaría, si deseaba respirar tendría que ser gracias al aliento que le brindase, que no era mucho, a decir verdad, él también necesitaba tomar oxígeno, pero le haría pagar sus provocaciones, ahora la besaría hasta que ella le rogara que tuviera piedad, hoy se daría el placer de besar todo su cuerpo.


La tumbó en la cama con suavidad, dejándola tendida en medio de las sábanas, éstas eran de un suave tono damasco, pero aun así el cuerpo desnudo de Paula lograba resaltar iluminado por los rayos de la luna, que entraban por el ventanal y la tenue luz de la pequeña lámpara de noche, su desnudez era exquisita desde donde se le mirara.


Pedro… —susurró incapaz de esbozar nada más, temblando bajo el contacto de las manos fuertes y cálidas de él.


Él no le dio una respuesta audible, sólo le regaló una sonrisa que le hacía cientos de promesas, se alejó de ella para quitarse con rapidez los zapatos y los calcetines, después de eso subió a la cama aún con él jean encima, deslizó un par de dedos por el vientre plano de Paula, los llevó hasta posarlos en medio de los senos que subían y bajaban en un movimiento acompasado, hipnótico.


Ella se incorporó un poco apoyándose en su brazo derecho, acercó su mano izquierda hasta el pantalón para ayudarlo a quitárselo, aunque no entendía porque no lo había hecho él, con agilidad soltó el botón y después deslizó la cremallera, dejando a la vista el slip negro que él llevaba puesto y era la única barrera entre su mano y la potente erección que pedía ser liberada, ella la acarició con suavidad y se disponía a tomarla cuando Pedro le atajó la mano.


—No tan rápido señorita Chaves, recuerde que yo sigo manteniendo el control… hasta que decida lo contrario —respondió con determinación, ante la mirada de desconcierto que ella le enseñó.


—Pero… —se disponía a protestar y él la interrumpió de nuevo.


—Esta noche deja que me encargue de ti, ponte en mis manos Paula y déjame darte tanto placer que no puedas más, déjame besar cada rincón de tu cuerpo, déjame llevarte al cielo… una y todas las veces que me sean posible —susurró acercándose a ella, cubriéndola con su cuerpo, sintiéndola temblar al ser consciente de su peso, su mirada no abandonó un sólo instante la de Paula.


—Pedro… yo… yo, no... —esbozó sintiendo que los nervios y la excitación libraban una lucha en su interior.


Dejarse llevar a ese cielo que le prometía, y rendirse no era tan sencillo, no cuando su corazón latía de esa manera y su pecho estaba colmado de sentimientos que la asustaban y la alegraban al mismo tiempo y con la misma intensidad. ¿Qué podía hacer? ¿Qué estaba arriesgando al entregarse así a él? ¿Era sólo su cuerpo o también su corazón? Se cuestionaba sintiendo como sus latidos aumentaban, golpeteando como si fueran un pájaro que es enjaulado por primera vez, mientras unas ganas de llorar que no entendía la invadieron de un momento a otro, se esforzó por luchar contra éstas.


—Confía en mí, Paula te prometo que disfrutarás muchísimo de todo lo que voy a darte —mencionó al ver que ella dudaba.


Paula se tragó sus miedos, lanzó sus dudas a un lado y armándose de valor asintió mientras acariciaba con una mano el rostro de Pedro, él le dedicó una sonrisa hermosa y efusiva, ella le respondió con el mismo gesto, recibiendo el toque de labios que él le dio, lento, calmado, apenas un roce que la dejó deseando más. Mucho más de él.






CAPITULO 51





Paula se encontraba en medio de un llanto amargo y de severos reproches que se hacía a sí misma, sorbía por la nariz con fuerza, al tiempo que se llevaba las manos a las mejillas y se limpiaba las lágrimas con brusquedad, se sentía tan estúpida, tan molesta con Pedro, pero sobre todo con ella, por actuar de esa manera, por ser tan evidente, por exponerse así y darle a él el poder para lastimarla.


Se puso de pie y caminó hasta la cocina, abrió la puerta de la nevera y se sirvió un vaso con agua, el gélido líquido le refrescó la garganta y la ayudó a calmarse, cerró los párpados que aún temblaban y respiró profundamente, los latidos de su corazón comenzaron a sosegarse de a poco, mientras su mente luchaba por bloquear las imágenes de Pedro que llegaban hasta ella.


De pronto un par de golpes en la puerta principal la hicieron
sobresaltarse, abrió los ojos posando su mirada desconcertada en la hoja de madera, el sonido se repitió sacándola del estado donde se encontraba, sabía que era él, ya había logrado diferenciar su manera de llamar, cayó en cuenta del estado en el cual se hallaba, desesperada abrió el grifo y se lavó la cara, buscó una servilleta y la secó con rapidez, para después encaminarse a la puerta mientras se arreglaba un poco el cabello.


—Dejé algo olvidado y lo necesito —fueron las palabras de él en cuanto Paula le abrió.


Ella se quedó pasmada, ni siquiera la dejó hablar, pensó que había regresado para pedirle disculpas por su comportamiento e intentar conciliar las cosas, pero no, era evidente que nada de eso le interesaba, seguía en la misma postura arrogante e intransigente, provocando que la rabia en ella resurgiera de nuevo.


—¿De qué hablas? —le preguntó con rudeza, sin atreverse a mirarlo directamente, no quería que notara que había llorado.


—Traía un bolso conmigo cuando llegué, lo dejé junto a la puerta… lo necesito ¿puedes pasármelo por favor? —contestó en el mismo tono, no pensaba dar su brazo a torcer.


Pedro sentía que ya bastante estúpido había sido en venir hasta aquí con la tonta excusa del bolso, quedaría delante de ella como un pelele que venía a rogarle por una oportunidad, pues no le daría el gusto, tomaría el bolso y saldría de aquí dejándole claro que todo había terminado y que la única culpable había sido ella.


—Claro —esbozó con sequedad y se volvió para buscarlo.


Sólo había llegado hasta aquí con el único motivo de molestarla ¿acaso no podía esperar hasta mañana? No se había conformado con haberla dejado como la dejó, sino que ahora venía de nuevo con la barata excusa del bolso, quizás esperando que ella le rogara para que se quedara, pues estaba muy equivocado, se decía mientras buscaba, al fin logró dar con un bolso de mano hecho en piel oscura, lo tomó y se volvió para entregárselo.


—Gracias —dijo Pedro recibiéndolo y por primera vez la miraba a los ojos.


—De nada —pronunció ella esquivándole la mirada.


El silencio se adueñó del lugar, ninguno de los dos se atrevía a decir nada o a moverse para terminar con la tensión que los invadía y ese incómodo momento, él no se dio la vuelta y se marchó como tenía planeado hacer, y ella no se alejó y cerró la puerta como también había pensado en cuanto le entregó el morral.


—¿Por qué lloras Paula? —le preguntó Pedro haciéndola sobresaltar al verse descubierta.


—No estoy llorando —se defendió de inmediato, pero no lo encaraba, por el contrario bajó un poco más la cabeza.


—No, en este momento no, pero lo hiciste ¿o me vas a decir que era una alergia? —le cuestionó y con decisión llevó un par de dedos hasta la barbilla de ella para obligarla a mirarlo a los ojos.


Pedro por favor —susurró luchando contra la presión que
ejercían los dedos de él bajo su mentón.


—Mírame — le ordenó, pero al ver que ella no cedía liberó un suspiro y se alejó dándole su espacio, después continuó—. Por favor Paula… necesito que me mires y me digas qué es lo que sucede, en verdad me vas a volver loco y ya estoy harto de ser yo quien siempre tenga que estar detrás de ti, intentando comprenderte y sacándote las palabras —mencionó con voz pausada.


Ella sabía que él tenía razón, debía admitir que desde que se conocieron le había puesto todo cuesta arriba a Pedro, que había sido él quien siempre buscó un acercamiento con ella, le ofreció su amistad, la escuchaba cuando necesitaba hablar, le prestaba atención, le tenía paciencia y cuando se sentía desanimada él buscaba la forma de hacerla sentir bien, mientras que ella nunca se había preocupado por él, no le había insistido en que le contara sus problemas. Ser consciente de todo eso hizo que el cúmulo de emociones dentro de ella se revolviera de nuevo trayendo una oleada de lágrimas consigo.


—Lo siento… de verdad Pedro, lo siento mucho, he sido una tonta y una desconsiderada y no sé por qué actúo de esta manera, pero no puedo evitarlo, me desconozco… yo no soy así, siempre he sido tan complaciente y amable con todo el mundo, pero hay algo en ti que me hace ser diferente, que me exaspera y me trastorna…que hace que le dé demasiada
importancia a todo lo que dices o haces por mínimo que sea… —Paula se detuvo para tomar aire, dejó libre sus pensamientos, todo en un torrente.


Algo muy parecido a la felicidad comenzaba a colmar el pecho de Pedro, y tuvo que luchar contra la sonrisa que pretendía aflorar en sus labios. La miraba sin poder creer que ella se estuviera confesando de esa manera, allí estaba la Paula que le gustaba, la que se arriesgaba a decir lo que pensaba sin analizarlo mucho.


—Ya sé que no me soportas… al menos tienes la decencia de decírmelo —mencionó mostrándose serio.


—Eso no es verdad y lo sabes —le refutó ella mirándolo a los ojos, atreviéndose a hacerlo aunque los suyos estaban anegados.


—No, no lo sé Paula —volvió contraatacar.


—¡Me acosté contigo! Jamás me hubiera acostado con un hombre al cual no soportara… nunca me hubiera acostado con un hombre al cual no deseara y a ti te deseo, te quedó claro ayer Pedro, no me presiones… no hagas esto porque lo odio, si no me quieres creer no lo hagas, si no quieres aceptar mis disculpas, pues bien, ya cumplí con dártelas —esbozó sintiéndose acorralada de nuevo y empezaba a elevar sus murallas.


—Bien, lo hago… te creo y recibo tus disculpas, no te presionaré, pero te faltó decir que fuiste una altanera, soberbia e insoportable… Paula yo no soy adivino, ni psíquico para saber lo que pasa por tu mente, si no me dices lo que piensas y sientes me resultará muy difícil comprenderte y quiero hacerlo, en verdad quiero hacerlo… —decía cuando ella lo interrumpió.


—Pues yo no tengo la culpa que seas tan ciego y despistado, sabes perfectamente lo que hiciste Pedro… ¿Cómo se te ocurre decirme que tengamos una aventura y que la aprovechemos tanto como nos dure? ¡Ya sé que eso será lo que tendremos! No pudiste encontrar una manera más sutil de exponerlo ¿cómo te hubieras sentido y en lugar de ser tú hubiera sido yo quien te dijera eso? —le cuestionó mirándolo a los ojos, dolida y con rabia.


Él se quedó en silencio observándola, analizando cada una de las palabras de Paula y cuando al fin logró entender el punto de ella, no pudo más que sentirse un estúpido, ella tenía razón en sentirse ofendida y reprocharle por su actitud, había sido muy directo, no había tenido el más mínimo tacto para proponerle que fuera su amante durante el tiempo que estuvieran aquí.


—Fui un imbécil lo admito, pero tú empezaste con todo esto, de un momento a otro casi te convertiste en un témpano de hielo, colocaste una pared entre los dos Paula —le dijo viéndola.


—Yo no hice nada de eso… —decía y se interrumpió al ver que él elevaba la ceja derecha y la miraba fijamente, ella liberó un suspiro y cerró los ojos, una vez más sintiéndose derrotada— ¡Bien, lo hice! Pedro no me gusta que me presionen y tú siempre lo estás haciendo, siempre estás intentando cambiar mi manera de pensar y de actuar, yo soy como soy y me siento bien con ello… si de verdad no te gustaba con todas mis manías y defectos debiste pensarlo mejor antes de llevar esta relación a otro nivel, debes tener claro que no pienso cambiar sólo por complacerte.—le hizo saber tajante.


—Paula tú me gustas tal y como eres, yo no estoy intentando cambiarte, ni mucho menos quiero que actúes para complacerme, si haces eso te aseguro que perderé todo mi interés en ti —expresó apoyando ambas manos en el cuello de la chica.


Ella se estremeció ante el contacto, no pudo evitar hacerlo, las manos de Pedro parecían enviar descargas eléctricas a todo su cuerpo, un simple roce, la ponía alerta y a la espera de más caricias, toques o besos, siempre anhelándolo.


—Me gustas porque eres diferente a todas las chicas que he conocido, porque no tienes miedo de expresar tu opinión aunque sea contraria a la mía, ni hacerme enfurecer como hace unos minutos, es verdad me porté como un patán y merecía que me dieras una patada y me echaras de aquí…
no supe cómo manejar la situación, en este preciso momento me estoy devanando los sesos por brindarte las palabras adecuadas y no es nada sencillo Paula —confesó.


—Yo sólo quiero dejar las cosas en claro Pedro, ya sé que lo que tendremos será una relación de “amigos con derecho” pero quiero saber a qué atenerme mientras esto dure… apenas nos conocemos y no me gustaría llevarme una sorpresa, como por ejemplo que un día llegue alguna de tus antiguas conquistas y verme relegada a un segundo plano, o que decidas irte un fin de semana a otro lugar y regreses con otra mujer… —Paula hablaba sin mirarlo a los ojos y sintiendo como sus mejillas se sonrojaban.


Pedro comprendía cada uno de sus puntos y debía admitir que ella tenía razón, que estaba alegando argumentos que no podía refutar, quizás Paula había tenido acceso a su pasado y por ello deseaba poner las cartas sobre la mesa y ser directa con él, algo más para admirar en ella, porque demostraba lo centrada que era y ahora entendía su actitud, sólo buscaba asegurar que su orgullo no saliera lastimado y estaba en todo su derecho.


—Ya sé que todo esto es un poco exagerado y hasta pretencioso de mi parte, pero si voy a aceptar el papel de ser tu amante mientras estemos aquí, quiero que me des al menos un poco de seguridad, te prometo que de mi parte la tendrás… como has notado no soy una mujer que se vaya a la cama con cualquiera. —explicó y esta vez su mirada estaba anclada en la de él.


—Quizás te resulte difícil creerme, pero no haría ninguna de esas cosas Paula, jamás te humillaría de ese modo, no después de la manera en la cual te me has entregado, ya antes te lo dije, puedo ser un imbécil la mayoría del tiempo, pero también soy un caballero y puedo comportarme a la altura de la situación y darte tu lugar, el valor y la consideración que mereces… y estoy convencido que recibiré lo mismo de tu parte, confió en ti y quiero pedirte que también lo hagas en mí —le pidió mirándola a los ojos, confirmando con su mirada las palabras que de sus labios salían.


—Lo haré… —mencionó y se mordió el labio, nerviosa por la rapidez con la cual le había respondido, pero no podía hacer nada para evitarlo, en verdad confiaba en él.


—No te daré motivos para no hacerlo… además que no puedo salir de aquí, eso juega a tu favor, en cambio yo estaré maldiciendo a cualquiera que se atreva a acercarse a ti cuando no estemos juntos… y será algo que no pueda evitar, los italianos tenemos cientos de motivos para crearnos fama de Casanovas, sé que cuando vayas a Florencia más de uno va a querer conquistarte —esbozó sintiendo de pronto que un fuego se encendía en su pecho.


—Todos perderán su tiempo, ya un italiano ha atrapado mi atención y es al único que pienso dedicarle todo mi tiempo —comentó ella con una sonrisa, acariciándole el pecho.


—Igual no harías mal en mantenerlos a todos a raya, incluso al desubicado de Piero —indicó con seriedad.


—¿A Piero? Eso es ridículo Pedro —esbozó divertida y asombrada por la petición.


—No lo es y sabes perfectamente porque lo digo, ahora mismo debe estar detestándome aún más de lo que lo hacía antes, pero no pienso cederle un solo instante contigo —expuso con ímpetu.


—Al parecer es usted un hombre muy celoso señor Alfonso —dijo ella burlándose, mientras le acariciaba el cuello.


—En extremo señorita Chaves y sumamente posesivo, así que es mejor que sepa a qué atenerse conmigo, y yo sabré a qué atenerme con usted, pues me acaba de demostrar que también es celosa —acotó con arrogancia, no dejaría pasar por alto esa debilidad de ella.


—La verdad, no lo había visto desde ese punto… nunca he sido celosa, creo que lo dije para evitar un momento incómodo, nada más… lo digo en serio Pedro, la mayoría de mis amigas piensan que hay algo extraño en mí, pero nunca me he visto presa de un sentimiento como los celos… me parecen algo inseguro y estúpido, irracional —explicó mostrándole que decía la verdad.


—¡Qué lástima que no podamos probarlo! Mi tiempo de deslumbrarme por las mujeres mayores ya pasó y Cristina no es mi tipo, me gustan las morenas —indicó en tono divertido.


—Muy gracioso, ojalá y no te escuche el señor Jacopo o te sacará de aquí a punta de escopetazos —dijo siguiéndole el juego.


—Tengo habilidad para escapar de las balas —se defendió irguiéndose orgulloso.


—Claro… las de salva —comentó ella con una sonrisa traviesa.


Pedro la amarró entre sus brazos con fuerza y la elevó unos
centímetros del suelo, apretándola para hacerla pagar por su atrevimiento,Paula se quejó entre risas y apoyando sus manos en los hombros de él bajó para darle un beso.


—¿Me invita a pasar la noche en su habitación señorita Chaves? —le preguntó con la voz ronca y sensual, para después terminar succionándole con suavidad el labio inferior.


—¿Y mis dos capítulos de hoy? Sólo nos quedan estos dos —contestó con una interrogante mirándolo a los ojos.


—¿Aún deseas verme en sotana después de todo lo que hicimos? — cuestionó dejando ver media sonrisa y su mirada se intensificó ante el sonrojo de Paula, le acarició los labios con los suyos.


Paula sintió todo su cuerpo temblar ante ese único roce, era tan sutil y sensual al mismo tiempo, Pedro podía despertar su piel y hacer que lo deseara como a nada en este mundo y eso la hacía sentir extraña, como si antes de él no hubiera existido ningún otro hombre.


—Casi puedo escuchar tu cerebro trabajando como la máquina de un reloj Paula… y estás evitando responder a mi pregunta ¿en serio quieres verme vestido de cura de nuevo? porque si es así, déjame decirte que eres una pecadora y que te irás al infierno por tus perversos pensamientos —dijo para provocarla.


—Sólo serán dos capítulos y actúas tan bien que ni siquiera recordaré lo que hicimos ayer… te creeré el papel del padre Giuseppe a la perfección — mencionó mirándolo a los ojos—. Vamos no me dejes así o la curiosidad no me dejará concentrarme en nada más y te aseguro que me vas a querer muy concentrada —agregó acariciándole el pecho y le besó el cuello, no pudo evitarlo al ver la piel expuesta.


—Bien… sólo porque no quiero tenerte pensando en todo lo que puede pasarle al “padre” la veremos, pero voy a pedirte algo a cambio —contestó mirándola a los ojos.


—¿Qué? —preguntó Paula intrigada.


—Que aceptes venir conmigo a Varese.


—¿Quieres llevarme allá para aterrorizarme? —inquirió perpleja.


—No, quiero llevarte allá para que conozcas la casa de mis padres y veas lo hermoso que es el pueblo, quiero compartir eso contigo y distraernos, me gusta este lugar… pero siento que si no salgo dentro de poco voy a terminar volviéndome loco… ¿Qué dices, aceptas? —la interrogó mirándola expectante.


—Sí, me encantaría y no sé cómo haremos para que no te descubran pero iré contigo —respondió con una sonrisa.


—Ya nos las arreglaremos, después de todo recuerda que tengo una esposa muy talentosa y maravillosa a la hora de improvisar —indicó mostrándose seguro y le dio un beso en los labios.


—¡Será emocionante! Ya quiero que llegue ese día, por lo pronto y aceptada tu condición, es hora que me acompañes a ver el final de la serie y después de ello no volveré a verte nunca más con sotana —le dijo con picardía mientras le tomaba la mano y lo guiaba al salón.


Llegaron al salón y en menos de dos minutos se encontraban sentados en el sofá, esta vez Paula estaba prácticamente acostada sobre Pedro, apoyando la espalda en el pecho de él, mientras el castaño le acariciaba los nudillos de una mano con sus dedos, cómodo con el liviano peso de ella sobre él y la calidez de su cuerpo.


Era la primera vez que se encontraba de esa manera con una mujer, acostados en un sillón y concentrados en ver la televisión, bueno ella concentrada en la serie, pues él lo estaba en Paula, ya conocía todo lo que sucedía, habían sido jornadas extenuantes de grabaciones, que le había dejado no sólo un agotamiento físico, sino también mental, así que volver a repetirlas no le interesaba mucho, sólo lo hacía por estar cerca de ella.


Parecía un tonto novio adolescente que apenas descubría lo placentero que era el contacto del cuerpo de una mujer junto al suyo.


Quién te viera en estos momentos Pedro Alfonso, en lo que has quedado, viendo tus viejas series solo por pasar un rato junto a una mujer… aunque Paula no es una mujer más, no, ella es especial y eso lo compruebas a cada instante que pasas a su lado, te tiene embelesado la americana y tanto que renegabas… ¿Qué dices ahora? ¿Qué dirían tus ex novias o tu hermano Lisandro?


Sus pensamientos eran muy elocuentes pero no podía negar que tenían razón, no era ni la sombra de lo que se había convertido en los últimos meses antes de llegar ahí y conocerla, debía admitir al menos para él, que fue un desgraciado arrogante con muchas de las mujeres que tuvieron la fortuna o la mala suerte de cruzarse en su camino. Al principio era atento y discreto en sus relaciones, pero cuando empezó a sentirse como el trofeo que todas las mujeres de Roma querían lucir y que les valía muy poco lo
que él sentía, se unió a su juego y comenzó a portarse como un imbécil, las usaba y las desechaba como si fueran vasos de cartón, le daba igual si algunas eran sinceras o no.


—¡Pedro me encantó!… estuvo increíble ese final, inesperado, genial —mencionó Paula con una gran sonrisa.


Se volvió para mirar a Pedro y él parecía no comprender lo que le decía, ella se sintió desconcertada, se disponía a explicarle cuando él le dedicó una sonrisa y después dejó caer un par de besos en sus labios, solo toques mientras le acariciaba la mejilla.


—¿Satisfecha? —preguntó sonriente de verla tan entusiasmada..


—¡Mucho! Me encantó, fue imprevisto y genial, el tipo de finales que me gustan, La conspiración fue un poco predecible, pero igual me dejó muy contenta el final, sobre todo al ver morir a aquellos desgraciados que te maltrataron… eres un gran actor Pedro, y aplaudo tu trabajo, me gustaría ver más —contestó levantándose para quedar sentada—. Si te parece bien claro está, por ahora te has ganado una gran recompensa, borraré de mi memoria tu imagen en sotana… y en lugar de ello la remplazaré por otra… mucho más atractiva —señaló con una mirada sugerente, tomándolo de la mano para instarlo a levantarse.


—Eso suena muy interesante, dime ¿qué propones? —preguntó acariciándole las piernas, disfrutando de la suavidad de su piel.


—Ve conmigo, subamos a mi habitación… —susurró contra los labios del italiano y sus ojos estaban cargados de un brillo especial.


—¿Estás dispuesta a compensarme por ser tan generoso contigo? — inquirió llevando sus manos a la cintura de Paula, subiendo la tela de su blusa y recorriendo con sus dedos los costados.


—Sí… te lo mereces y yo lo deseo —respondió dándole un beso.


Él dejó ver una amplia sonrisa y la tomó por la cintura haciéndola poner de pie, le dejó caer un beso en el vientre lento, húmedo, sintiéndola temblar, se arriesgó a ir más allá y abrió sus labios para dibujar un rastro entre la pretina del short que le quedaba a las caderas y el ombligo de la chica, donde depositó otro beso.


Pedro… te encanta torturarme de este modo —susurró ella después de liberar un gemido y apoyar sus manos en la cabellera de él, sintiendo como sus piernas se estremecían.


—No, me encanta darte placer de este modo… de éste y muchos más… —suspiró contra el vientre y después la besó de nuevo, hechizado ante la suavidad, el sabor y el olor de la maravillosa piel de ella—. Quiero darte placer de tantas formas Paula, de ésta y todas las que te imaginas y las que no también… deseo grabarme en tu piel, dejar mis labios en ella, besarte hasta quedarme sin aliento… —susurró sintiendo como ella se erizaba y se abandonaba a sus caricias.


—Yo deseo darte lo mismo a ti… darte esto y mucho más, incluso aquello que no conozco, quiero aprenderlo contigo, deseo hacerlo… vamos Pedro… no nos hagamos esperar más —le dijo bajando el rostro hasta quedar frente a él.


Pedro la besó con pasión y estuvo a punto de tomarla allí mismo, poseerla en el sofá sin importarle nada más, deseaba a esa mujer con tanta urgencia y ardor que sentía como si nunca antes hubiera tenido a ninguna otra entre sus brazos, Paula había hecho que se volviera un adicto a ella y con satisfacción reconoció que era la única adicción que deseaba tener tanto como le fuera posible. Salieron del estudio encaminándose al salón, él tomó su bolso y subió las escaleras guiado por ella, disfrutando de la excitante imagen que le ofrecía el cuerpo de Paula con su sensual y acompasado andar, sólo un escalón por encima de él.