domingo, 12 de julio de 2015

CAPITULO 9




Paula entró a la casa que ocupaba con andar relajado y distinguido, absolutamente tranquila, para hacerle ver a ese hombre que no la había alterado en lo más mínimo. Sin embargo, en cuánto la puerta se cerró a su espalda, dejó libre un grito de frustración, sin darle sonido, sólo lo esbozó
en silencio para que su “vecino” no la escuchase; sentía la necesidad de golpear algo, o mejor dicho a alguien, precisamente a ese italiano arrogante y déspota, no podía creerlo, burlarse de ella de esa manera, la llamó ciega, loca… bueno eso último no, pero lo insinuó y eso la enfurecía.


Subió hasta su habitación con andar enérgico y se encaminó
directamente al cuarto de baño, abrió el grifo para que el agua tomara una temperatura agradable, pues aunque tenía calentador, al principio siempre estaba helada, se miró en el espejo y se sintió mucho más molesta que minutos atrás, cerró los ojos y se esforzó por olvidar la sonrisa odiosa de aquel hombre, sentía que lo detestaba.


Se quitó su conjunto deportivo con más fuerza de la necesaria, descargando en éste la rabia que sólo aumentaba a medida que pasaban los minutos, después siguieron sus zapatillas y los calcetines que arrojó al cesto de la ropa sucia junto a las otras prendas. En ese momento escuchó que alguien llamaba a la puerta, y pensó que seguramente era la señora Cristina para ofrecerle sus disculpas por el comportamiento del castaño, la mujer no tenía la culpa de nada y ella no debía hacerla sentir responsable por la actitud de su otro huésped, así que armándose de paciencia una vez más, se colocó una bata de paño en tono lila, cerró la llave y decidió bajar.


—Si alguien debería disculparse es él, no sólo por querer atropellarme sino por ser tan grosero minutos atrás, pero es evidente que no lo hará, es un caso perdido, y pensar que todos los italianos que había conocido me caían bien —hablaba para ella misma.


Paula abrió la puerta sin mirar antes por el ojillo, se había
acostumbrado a que sólo estuvieran los conserjes y el nieto de ellos; pero su sorpresa fue mayúscula al encontrarse con una amplia espalda masculina, que se mostraba sumamente atractiva bajo la camisa azul cobalto que le quedaba a la medida. De nuevo se quedaba muda ante la imagen del italiano, y sintió un calor recorrerle el cuerpo, a medida que su mirada bajaba por la figura del hombre frente a ella, paró de golpe su recorrido, reprochándose por verlo de esa manera y le echó la culpa a la sorpresa de encontrarlo allí, era lo último que esperaba, bajó la guardia un minuto pensando que quizás venía a disculparse, pero igual no se la pondría fácil.


—¿Qué desea? —consiguió decir al fin, con un tono de voz muy flojo para su gusto, deseaba que fuera cortante y no lo fue.


—Señorita Chaves… —Pedro se volvió para mirarla.


Él se encontraba observando el paisaje después de tocar la puerta y casi se retiraba al ver que ella no atendía. Cuando se giró sus ojos se posaron en la figura de la chica, esta vez no pudo evitar que sus ojos la recorrieran. Se había quitado la ropa de ejercicio y ahora se encontraba sólo en una mullida bata de paño.


La abertura le permitió ver el nacimiento de los senos de ella, un par de pechos turgentes, blancos y suaves a simple vista, que hicieron que un deseo primitivo se despertara en él. Sin embargo, mantuvo su autocontrol, no era la primera mujer con senos hermosos que veía en su vida, aunque eso no limitó su deseo de bajar su mirada para estudiar el resto de la figura femenina, pero el gesto de la mujer al cerrar su bata, y la impaciencia reflejada en los ojos de la castaña hizo que desistiera de ello, así que se enfocó en lo que había ido a hacer.


—Le he preguntado qué desea —repitió de nuevo esta vez con un tono glacial, la inspección de él la había ofendido.


Pedro dejó ver una sonrisa ladeada y disfrutó de las pocas pecas que adornaban el rostro de la chica, y se habían hecho más visibles gracias al sonrojo que ella mostraba, estaba furiosa y eso de un modo u otro lo hizo sentir contento, le gustaban mucho los retos y ella definitivamente era uno, así que se animó a continuar.


—He venido porque deseo dejar por la paz lo sucedido, usted dice que yo intenté atropellarla y yo sigo en mi postura de no haberla visto en el camino, como evidentemente ninguno de los dos le dará la razón al otro, lo mejor será olvidar este asunto… —mencionaba con una inocencia asombrosa, pero ella no lo dejó terminar, con sus discurso, elevó una mano para detenerlo.


—Yo ya lo he hecho señor, no pretendo amargar mi día por semejante descuido de su parte, pero le agradecería que la próxima vez tome en cuenta que no se encuentra sólo en el mundo, y que éste no es de su propiedad para que pueda andar por allí como si lo fuera, irrespetando el espacio de los demás, ahora si me permite debo continuar con lo que estaba haciendo —dijo disponiéndose a cerrar la puerta, pero la mano fuerte de Pedro se lo impidió.


Ella miró primero la mano de él que se apoyaba en la hoja de madera y después buscó los ojos del chico, su ceja perfectamente elevada en una curva era una clara advertencia, pero él ni siquiera se inmutó, por el contrario la vio de igual manera, mostrándose serio y arrogante, como si
con eso pudiera intimidarla.


—Veo que ya se ha formado un concepto de mi persona y que es tan obstinada que no lo cambiará, créame no me importa en lo más mínimo, no será esto la causa de mi desvelo —indicó mirándola a los ojos, viendo cómo aunque deseaba lucir fría y educada, su paciencia estaba pendiendo de un hilo.


Se animó a atizar ese fuego que danzaba en los ojos ámbar un poco más, quería continuar con el juego. Ella se había rendido la vez anterior quitándole a él la diversión, pero ahora no dejaría que eso sucediera, al menos no tan rápido, era un experto en provocar y justo había encontrado con quien hacerlo en ese lugar.


—Sin embargo, usted necesita mis disculpas y que repare de alguna forma el daño, digamos que acepto hacerlo, le pido disculpas por no haberme fijado que se encontraba escondida tras la seta sesenta y cinco — dijo con una sonrisa burlona.


Ella suprimió un suspiro de impaciencia, seguramente, pensó Pedro y disfrutó de ello, era evidente que se estaba esforzando por mantenerse calmada, en vez de americana, parecía inglesa, incluso su tono de voz era más grave y formal, quizás había estudiado en Inglaterra o Cristina se había equivocado al decirle que era de Norteamérica, igual eso no importaba, rompería esa capa de hielo, pues no pensaba terminar ahí, ahora vendría su estocada.


—Me ofrezco a ayudarla con su baño para quitarle toda la tierra que le eché encima con mi auto —esbozó con naturalidad, poniendo todo su esfuerzo en esconder la sonrisa que deseaba liberar al ver la expresión reflejada en el rostro de ella.


—¿Disculpe? —preguntó Paula completamente asombrada,
mientras lo veía a los ojos—. Creo que no lo he escuchado bien, usted pretende… —decía cuando él la detuvo.


—Lo que escuchó señorita Chaves, me estoy ofreciendo a bañarla y dejarla impecable, usted decide… ¿Ducha o bañera? —inquirió, esa vez la sonrisa ladeada y perversa se mostró en todo su esplendor, mientras sus ojos brillaban cargados de diversión.


Paula se quedó mirándolo unos segundos en silencio, decidiendo si golpearlo o mantenerse en su postura y no ceder a su provocación, siempre se había considerado una persona pacífica, madura, pero todo tenía un límite y definitivamente ese hombre lo había cruzado ¿se creía un Dios acaso? Pensaba con el ceño fruncido.


Ella lo vio deshojar los botones de los puños de su camisa y comenzar a remangarlos a la altura de los antebrazos, unos muy provocativos a decir verdad, pero era tanta la rabia que sentía que apenas si se fijó en ellos, de verdad estaba completamente convencido que aceptaría su ofrecimiento o quizás deseaba provocarla aún más. Así que quiso darle a probar un poco de su propia medicina; lo miró de arriba abajo lentamente, detallándolo y evaluándolo con tal descaro como jamás había hecho con otro hombre, dejó ver media sonrisa y posó de nuevo su mirada en los ojos azules, que ahora lucían más claros, casi grises, la masculina y gruesa ceja ligeramente levantada exigía una respuesta, así que ella se la dio.


—Acepto sus disculpas señor… ¿Alfonso? —preguntó para confirmar el apellido del joven, él asintió con un gesto casual, mirándola fijamente. Ella continuó, se le había ocurrido una manera de vengarse—. En cuanto a lo otro, tengo una mejor idea, pase por favor —le pidió con una sonrisa al tiempo que le hacía un ademán con la mano y lo invitaba a seguir.


Pedro sintió su corazón acelerarse y golpear con fuerza contra sus costillas, entró al salón con cautela, sin apartar su mirada de la americana, su intención había sido sólo molestarla un poco, le gustaba esa actitud que había mostrado minutos atrás y quería disfrutar de la misma de nuevo, ciertamente había llegado hasta aquí para enmendar ese primer encuentro entre ambos, pero las respuestas y la postura de ella le habían animado a continuar con su juego, sólo que no esperaba una reacción como ésa.


—Espere un minuto por favor, enseguida regreso, si lo desea puede sentarse en aquel sillón y ponerse cómodo —dijo con una hermosa sonrisa y se volvió para subir las escaleras.


Él no supo qué decir, sólo asintió en silencio y la siguió con la mirada, mientras el sutil y sensual balanceo de las caderas de la castaña al subir cada peldaño, provocó que sus latidos duplicaran su velocidad, tragó en seco ante la reacción de su cuerpo.


Ella debía estar jugando con él, quería provocarlo, intimidarlo, si supiera que podía cambiar ese juego en cuestión de segundos si se lo proponía, la señorita Chaves no tenía ni idea de con quien se metía, era más seguro jugar con fuego que con él.


Paula hizo su mejor despliegue de movimientos de caderas mientras subía las escaleras, ya en lo alto se volvió y le dedicó una mirada al hombre parado en medio del salón, él la observaba con intensidad, todo rastro de diversión se había borrado de la expresión del italiano y eso hizo que ella se sintiera muy satisfecha con lo que había hecho. Él quería jugar, bueno debía aprender que la mayoría de las veces, uno conoce el juego, pero no al jugador.


Con una sonrisa de satisfacción entró hasta el cuarto de baño, buscó una bolsa en una de las gavetas del tocador y colocó en ésta su conjunto de deporte y los calcetines que acababa de quitarse. Cuando su mirada se encontró con el reflejo en su espejo sintió algo extraño, era como si algo en ella fuera diferente, el brillo en sus ojos que lucía casi perverso o la sonrisa que no podía borrar de sus labios, no lo sabía con certeza, pero le gustaba sentirse así, adoptó una postura erguida salió de allí.


—Espero no haber demorado mucho, estaba preparando la bañera, me he decidido por ésta, creo que sería más cómoda y agradable —esbozó con naturalidad, mientras bajaba las escaleras minutos después y le sonreía coqueta al italiano.


—Descuide, sólo han sido unos minutos, igual no tengo mucho que hacer por el resto del día…más que dedicarlo a usted —contestó Pedro con una sonrisa mientras la miraba.


Esta vez las piernas de la mujer atraparon su mirada, eran delgadas pero torneadas a la vez, fuertes, largas y elegantes, decidió que le gustaban esas piernas moldeadas por el ejercicio. Se lamentó cuando la bata le cortó la visión a la altura de las rodillas, y de nuevo ese deseo primitivo por
descubrir más de ella se instaló en él, respondió a la sonrisa de la chica de igual manera, intercambiando ese gesto sugerente que prometía mucho.


—Es usted tan amable señor Alfonso, pero no quiero abusar de su buena voluntad, tampoco le quitaré mucho tiempo, con unos pocos minutos será suficiente, tome —mencionó extendiéndole la bolsa con su ropa.


—¿Qué es esto? —inquirió él con recelo, mientras la recibía.


—La ropa que llevaba puesta, como habrá notado quedó hecha un desastre y ya que usted está tan ansioso por subsanar el daño causado, pensé que no tendría ningún problema en lavarla, sólo le tomará unos minutos, claro suponiendo que sepa cómo hacerlo —indicó mirándolo con diversión.


Pedro sintió como si la mujer le lanzara un balde de agua fría que lo empapó por completo. Ciertamente no creía que ella le fuera a permitir que la bañara, eso hubiera sido correr con mucha suerte y un gran recibimiento; pero jamás pensó que lo pondría a lavar su ropa, ya lo sabía, era astuta como una serpiente la condenada, pero él no era de los que se dejaba ganar fácilmente.


—He vivido solo desde los veinte años señorita Chaves, créame sé cómo hacerlo —expuso de manera casual observando el contenido de la bolsa y dejando ver media sonrisa—. No se preocupe, la tendrá de regreso en un par de horas, ahora me retiro, que disfrute de su baño —agregó y caminó hacia la puerta.


Paula lo miró desconcertada, no esperaba esa reacción de él, quería enfurecerlo, que saliera de ese lugar deseando no volver a molestarla nunca más, ni siquiera a verla de ser posible. Pero por el contrario se mostraba tan calmado, algo debía andar mal o él era una especie de psicópata que en cuanto saliera de aquí comenzaría a planear su asesinato.


¡Por favor, Pau! No es uno de tus personajes, no, él solo está jugando nuevamente contigo, no caigas, no lo hagas, actúa con la misma naturalidad.


—Gracias —expresó con una amplia sonrisa.


—De nada… me siento obligado para con usted, pero creo que está olvidando algo, aquí está su conjunto, sus calcetines… no veo su ropa interior, deseo compensarla por completo así que la necesito, si aún la lleva puesta, puedo darme la vuelta para que se la quite y me la entregue — pronunció mostrándose completamente casual, como si le estuviese pidiendo una taza de azúcar.


La chica sintió que la sangre comenzaba a bullir en su interior, ya sabía que él no se iría así, debía provocarla y lo había conseguido, si fuera una mujer más liberal, arriesgada y desinhibida como su agente Jaqueline, ni siquiera le pediría que se volviera, delante de él se quitaría el panty y se la entregaría con una sonrisa triunfante, pero no lo era… ¡Ella no era tan descarada!


El rostro se le tiñó de un intenso carmín y la rabia se apoderó de su pecho nuevamente, si sus ojos fuesen puñales, el italiano estaría en ese momento dejando salir la sangre a borbotones de su boca, en lugar de tener esa estúpida sonrisa que Paula deseaba borrar de una bofetada, respiró profundamente y habló en tono serio.


—Entrégueme la bolsa y salga de este lugar de inmediato antes que tenga que lamentarlo — su mirada era fría, igual que su tono.


—Usted me ha pedido que lave su ropa y eso haré, que tenga buenas tardes señorita Chaves —dijo abriendo la puerta.


—Le he dicho que me entregue eso, vino aquí con toda la intensión de burlarse de mí y no se lo voy a permitir… —decía.


Él se volvió a mirarla y sus ojos ahora eran serios, su mirada tenía una intensidad que la hizo guardar silencio y retroceder un paso, pero de inmediato retomó su postura desafiante y lo miró a los ojos sin intimidarse, dispuesta a quitarle la bolsa y sacarlo de allí a patadas.


—¿Quién quiso burlarse de quién? No hagas lo que no quieras que te hagan. ¿Sus padres acaso no le enseñaron eso señorita? Mis intenciones eran las mejores, pero usted propuso otro juego, yo sólo lo seguí, así que ahora no se haga la ofendida, quiere su ropa de vuelta, pues tendrá que ir hasta la casa de al lado y buscarla, si no lo hace, vaya pensando en comprar otro —indicó con determinación, el iris de sus ojos era de un azul intenso, ella no dijo nada más y él salió.


Paula se había quedado congelada, como una estúpida ante la postura y las palabras del italiano, nunca nadie se había atrevido a hablarle así en su vida. ¿Quién demonios se creía él para tratarla así a ella?


¡Precisamente a ella! Lo vio salir y la furia estalló en su interior.


—¡No puede hacer eso! ¡Idiota! —exclamó abriendo la puerta.


Pero ya era tarde, él había salido del lugar dejándola hirviendo de rabia, llevándose su ropa y haciendo con eso que se sintiera mucho más frustrada que minutos atrás. Su mirada se topó con la de la señora encargada del lugar, que se encontraba a unos metros de allí, observando desconcertada la situación; inhaló para intentar calmarse, no montaría un espectáculo de nuevo, no le daría el gusto de humillarla otra vez.






CAPITULO 8




Paula había salido a correr como siempre lo hacía en las mañanas, se había colocado una meta: cada día sumar cinco setas a su carrera, había empezado con un tope de cincuenta, hoy debía cubrir sesenta y cinco. Con una gran sonrisa se detuvo justo en ésa, sintiéndose completamente satisfecha por el logro, cerró los ojos y se apoyó en el tronco, esperando a que su respiración agitada se calmara un poco para emprender el camino de regreso.


Llevaba los auriculares de su iPod puestos y en sus oídos resonaba a todo volumen Elevation de U2. Comenzó a seguir la seductora voz de Bono con el entusiasmo y la certeza de estar sola en medio de esa inmensidad que la rodeaba, elevarse como decía la canción.



I and I
In the sky
You make me feel like I can fly
So high
Elevation…


Le encantaba esa banda, le encantaba la fuerza y la pasión que le imprimían a sus letras, no importa cuántas veces en el día escuchara sus canciones nunca se aburría, sus gustos musicales eran bastante ecléticos, pero si debía inclinarse hacia un género en particular el rock era su debilidad, aunque jamás se hubiese hecho un tatuaje, colocado un piercing o se hubiese vestido totalmente de cuero negro.


Una suave brisa le refrescaba el rostro y movía algunos mechones que se habían pegado a su frente, humedecidos por el sudor resultado del ejercicio, llevaba la larga cabellera atada en una cola de caballo, que le llegaba a media espalda, su cabello no era muy largo, pero era abundante, castaño y espeso. Llevaba puesto su conjunto de hacer ejercicio y sus zapatillas de correr favoritas, había decidido que ese día sería especial, pues desde que despertó se sentía particularmente entusiasmada, con una expectativa que la desbordaba. Abrió los ojos y fue cegada por los rayos del sol, escuchó un sonido extraño que era ahogado por los acordes de las guitarras y la batería de la canción.


Dio un paso al frente para descubrir de dónde provenía el ruido, pero apenas si tuvo tiempo de reaccionar y lanzarse hacia atrás, el movimiento le provocó un traspié haciéndola caer sentada al borde del camino, todo pasó en segundos. 


Un auto que se desplazaba a una velocidad demasiado
peligrosa, había estado a punto de arrollarla de no haber actuado con rapidez, dejándola envuelta en medio de una polvareda que le provocó un ataque de tos, comenzó a mover sus manos para limpiar el aire, pero era casi imposible, el inconsciente que iba en el auto se creía piloto de fórmula uno, había roto en un instante la perfección del momento.


Logró ver el color y el modelo del auto, era un Maserati negro, seguramente modelo del año, una verdadera belleza, pero quien lo conducía debía ser una bestia, aunque esos caminos estuviesen la mayoría del tiempo libre de tránsito, siempre se debía conducir con precaución. Si ella hubiera estado un metro más dentro del camino de seguro la había atropellado, dejándole a la policía la penosa labor de recoger sus restos esparcidos por todo el lugar, pues a esa velocidad, como mínimo la hubiese roto en pedazos.


Llena de rabia contra la persona que conducía, decidió retornar, estaba echa un desastre, tenía polvo hasta en las fosas nasales, sus ojos irritados, la garganta reseca, sólo esa mañana había lavado su cabello, ahora tendría que hacerlo de nuevo, perder dos horas bajo la regadera, sentía la piel grumosa y pegajosa.


—Ruega a Dios que no te encuentre de frente idiota —murmuró furiosa mientras avanzaba.


Ni ánimos tenía para regresar trotando, suponía que, de sudar más terminaría con una sensación mucho peor, sólo quería darse una ducha y recuperar la paz que instantes atrás tenía, todo había sido tan perfecto, pero debía aparecer alguien a dañarlo. Rogaba que la persona que conducía no fuera uno de los huéspedes del conjunto.


—¡Oh, buen Dios! Señorita Chaves ¿qué le ha sucedido? —le preguntó Cristina, la conserje, en cuanto la vio llegar.


Paula dejó libre un suspiro y cerró los ojos un instante para
controlar la rabia que había aumentado en ella a cada paso que daba, el trayecto le había tomado quince minutos y ya con el sol en lo alto, el calor había hecho estragos en su cuerpo y también en su estado de ánimo, intentó responderle a la mujer con el tono más amable que podía conseguir en ese momento, incluso procuró sonreír.


—No ha sido nada… estaba en el camino y un auto que pasó a toda velocidad creó una nube de polvo, yo quedé bajo ésta y… —se detuvo al descubrir el auto estacionado en el garaje.


La ira se apoderó de ella en segundos y buscó con su mirada a quien pudiera ser propietario del mismo, puede que ella estuviera echa un asco, pero quien quiera que fuera la persona que conducía tendría que escucharla, enfocó su mirada en la anciana.


—Ese es el auto que por poco me atropella, la persona que lo conducía está demente —informó a la mujer.


—Este auto es del señor Alfonso, acaba de llegar de Roma y se quedará en la casa junto a la suya…—decía cuando la americana la interrumpió mirándola con asombro.


—¿No estará hablando en serio? —inquirió perpleja.


—Lo lamento señorita, pero es la verdad, acabamos de dejar su equipaje allí —respondió un poco apenada.


—¡Vaya vecino tendré! Un estúpido que conduce como si no tuviera dos dedos de frente, sólo espero por el bien del señor Alfonso que no se cruce en mi camino en este instante o de lo contrario… —decía cuando se percató que la mujer le hacía señas.


—¿O de lo contrario? —preguntó una voz, fuerte y grave en inglés, pero con marcado acento italiano.


Un extraño temblor sacudió el cuerpo de Paula, algo que la
desconcertó un segundo, de inmediato se volvió para enfrentarse al hombre que había arruinado su perfecta mañana, elevó su rostro con gesto altivo y se encontró con un par de intensos ojos azules, oscuros como el zafiro, que la miraban con irritación y quizás con algo de desprecio, pero que no lograron simular la diversión que despertó el verla justo como se encontraba, furiosa, despeinada, cubierta de polvo, sudada.


Pedro había llegado hacía veinte minutos a ese lugar, su madre había hecho la reservación, se había encargado de todo dejándolo sin escapatoria, según ella ése era el sitio indicado para alejarse de la presión que sentía y descansar, tomarse un tiempo para estar a solas con él mismo, meditar sobre su vida y lo que deseaba para el futuro. La combinación de psicóloga y madre de Amelia Alfonso era tan peligrosa, que cuándo quiso darse cuenta ya se encontraba en ese rincón perdido del mundo. Él hubiera preferido irse a otro lugar más lejos, nuevo, exótico, fuera de Italia y donde su anonimato le brindara la paz que estaba buscando, pero no, ella dijo Toscana y a él no le quedo más que aceptarlo. 


Cada vez se sentía más frustrado y decepcionado.


Y ahora para colmo de males llegaba esa americana histérica a culparlo de tamaña estupidez, y no conforme con ello también lo insultaba a su antojo; como si él le hubiera dicho que se parara junto a la carretera, además ¿dónde demonios estaba? Él jamás la vio, de haberlo hecho hubiera reducido la velocidad, no era un inconsciente o un estúpido que no supiera como detener un auto. Ella no estaba por ninguna parte ¿quién sabe dónde se habrá caído? Y venía ahora con ese cuento. Pensaba escuchando las acusaciones de la castaña en silencio, pero cuándo de su boca salió una amenaza ya no pudo seguir calmado y le hizo saber que se encontraba allí, dispuesto a ver si teniéndolo en frente seguía montando el mismo alboroto.


Ella se volvió y clavó su mirada en él con gesto altivo, elevando la barbilla, al tiempo que su postura se mostraba rígida, alerta. Los ojos de Pedro se deslizaron por el rostro de la chica, líneas fuertes y suaves a la vez lo marcaban, labios llenos, suaves y de un rosado natural muy hermoso, las mejillas sonrojadas seguramente debido al ejercicio físico, la nariz era recta, larga, casi como si hubiera sido tallada con especial cuidado, salpicada por una gran cantidad de pecas, apenas apreciables, pero imposibles de ignorar si se le miraba de cerca, justo como estaba él en ese instante, y a pesar de ello su piel era hermosa, podía casi jurar que debía ser muy suave, su cara estaba lavada, sin una gota de maquillaje y eso le permitía asegurarlo.


Sus cejas eran pobladas y perfectamente delineadas, dándole un aspecto mucho más poderoso a sus ojos, tenía hermosos ojos, de un marrón casi naranja, la luz del sol había reducido su pupila, mostrando el bello tono de su iris, era brillante y atrayente como el fuego, estaban enmarcados por unas espesas pestañas negras de una extensión impresionante, si no fuera porque sabía que no llevaba maquillaje diría que eran postizas como las que usaban las mayoría de las mujeres de su medio. Su cabello era
abundante, castaño oscuro, con destellos rojizos y suaves ondas, se encontraba sujetado en una coleta floja que dejaba libre algunos mechones que adornaban su frente, dándole un toque juvenil.


Quiso continuar con su inspección, pero los ojos de la americana no lo dejaban escapar, era como si esa llama que los hacía más claro a medida que el sol ganaba altura en el cielo, lo estuviera consumiendo, tenía un rostro muy bello, perfecto y como hombre se sentía tentando a ver si esa belleza también se extendía a su cuerpo, pero cuándo sus ojos intentaron bajar para estudiar la figura de la mujer, supo que no era prudente, ella lucía furiosa y él, bueno, él comenzaba a encontrar muy divertido el momento.


Paula se volvió dispuesta a enfrentar a aquel hombre, a decirle lo irresponsable y grosero que fue conduciendo de esa manera, hacerlo sentir culpable por el deplorable estado en el cual se encontraba. Pero todas las palabras se esfumaron de su cabeza en cuanto sus ojos se posaron en los azules del italiano, un azul profundo, tan hermoso, nunca había visto unos ojos de ese tono, quedó atrapada por ellos y se encontró sintiendo un extraño deseo de permanecer así, tenían el color del océano y reflejaba quizás el mismo misterio que ése poseía, algo que la tentaba y la asustaba al mismo tiempo, que la invitaba a querer descubrir, sumergirse.


La piel del joven era blanca, no al grado de hacerlo lucir pálido, tenía un ligero bronceado que resaltaba gracias al tono oscuro de su cabello, sus pómulos eran fuertes y estilizados a la vez, al igual que su mandíbula y su nariz, tenía una nariz recta, perfecta, no podía ser natural. Pensó detallándola, pero dejó de lado su inspección cuándo sus ojos llegaron a los labios del italiano, tragó en seco, no pudo evitarlo, ese hombre tenía los labios más hermosos que hubiera visto en su vida, eran llenos, con el tamaño perfecto para ser besados, suaves, sí, debían ser suaves y tal vez… de pronto sintió como su boca se hacía agua y tragó de nuevo.


¡Paula Chaves! ¡Cálmate! Has olvidado que él casi te atropella.


¡Por Dios! Cómo si tú nunca hubieras visto hombres hermosos en tu vida, los has visto y acabas de dejar a uno botado en América, esto es absurdo.


Se decía en pensamientos esforzándose por retomar su postura y ordenar sus ideas. Apartó su mirada de él un instante para poder hacerlo, su cercanía y su altura la intimidaban, aunque ella no era de las personas que se encogían ante las demás, menos ante alguien que hace lo que él hizo.


—¿O de lo contrario señorita? ¿Acaso se ha quedado muda o ya no se siente tan valiente? —preguntó Pedro intentando disimular su sonrisa, pero sus ojos lucían lo divertido que encontraba todo eso, además de seguir deleitándose con ella.


¡Muda! Le demostraré quien es la muda, estúpido arrogante.


Pensó sintiendo que la furia crecía de nuevo, su rostro se tornó rojo encendiéndose una vez más, mientras su respiración y los latidos de su corazón retomaron el ritmo acelerado que traía minutos antes, no se intimidó ante la altura de él y se irguió para intentar igualarlo, o por lo menos no verse tan diminuta.


—Supongo que eso es lo que esperaba, que me pusiera a temblar de miedo porque me escuchó, pues se equivoca, además de amedrentarme con su auto, también piensa que podrá hacerlo con su actitud, lamento defraudarlo señor… ¡como sea! Para decirle lo que tengo que decirle no me hace falta ni valor ni saber su nombre, es usted un inconsciente al conducir de esa manera —Paula hablaba en un torrente de palabras, sin darle tiempo a él a responderle, tenía que desahogarse o terminaría explotando, y su rabia crecía a cada minuto al ver el semblante impasible del hombre, como si ella no estuviera digiriéndose a él.


—Alguien responsable se percata de las personas en el camino, toma las previsiones necesarias. La verdad, no me extrañaría que la licencia de conducir se la haya sacado de una caja de cereal o en algún concurso televisivo, es un insensato y en lugar de reconocer su error viene aquí con su postura arrogante y burlona a tratar de intimidarme o de humillarme aún más, cómo si no hubiera sido suficiente con haberme dejado en este estado, al menos tenga la decencia de disculparse —agregó y al final dejó libre un suspiro, estirándose un poco más, intentando parecer más alta, si él pensaba que se encogería como un gusano estaba loco.


—Señorita… ¿A quién le importa? —dijo con toda la intención de cobrarse, el que ella hubiese obviado su nombre como si se tratara del hijo del zapatero, disfrutó de la reacción de ella a su estocada y dejó ver media sonrisa, para después continuar—. En primer lugar, si yo me saqué la licencia de conducir en una caja de cereal, usted debería andar acompañada de un perro, esos que entrenan para los invidentes, pues ciertamente parece estarlo, el camino estaba completamente solo…—decía pero no pudo seguir ya que ella habló.


—No lo estaba, yo me encontraba en él, pero claro como usted venía como alma que lleva el Diablo no pudo percatarse de ello, lo que me hace pensar que quien necesita al perro entrenado es alguien más, en lugar de tener la libertad de conducir un auto último modelo para andar alardeando de las millas que puede alcanzar por hora. Me encontraba junto a la seta sesenta y cinco, estaba por salir al camino cuando usted casi me atropella,si no fuera por mi rapidez para reaccionar hubiera salido volando por los aires hecha pedazos, tenga al menos la madurez para admitir que su manera de conducir no era la correcta y disculparse, en vez de estar aquí tratando de hacerme lucir como una loca o una mentirosa —le exigió mirándolo a los ojos.


—No tengo porque hacer ninguna de las dos cosas que me pide, yo estaba conduciendo a una velocidad permitida en estas zonas y sigo en mi posición usted no estaba por ningún lado, además hasta ahora me entero que las setas tienen números… ¿Le han colocado algún tipo de señalización a éstas señora Cristina?—mencionó divertido y se irguió para demostrarle a ella que podía estirarse todo lo que quisiese, pero él era mucho más alto.


—No lo tienen, no sea tonto ¿quién las dañaría de ese modo? Pero yo las cuento para plantearme una meta todas las mañanas cuando salgo a correr, y precisamente estaba disfrutando de haber alcanzado la sesenta y cinco, cuando usted y su auto cambiaron el buen sabor de boca que tenía por uno a tierra, pero eso ya no importa y en vista que no se dignará a reconocer lo que hizo, ni mucho menos algo para enmendarlo, no pretendo seguir perdiendo mi valioso tiempo de esta manera, no dejaré que me arruine el resto del día —dijo sin mirarlo, ignorándolo totalmente.


Paula se sentía cada vez más incómoda, la sensación que el sudor le producía era demasiado desagradable y no seguiría allí sirviéndole de entretenimiento a ese idiota, odiaba perder el tiempo y justo eso era lo que hacía en ese momento, “Los sabios pueden cambiar de opinión, los necios jamás” recordó una de sus citas favoritas y decidió dejarlo pasar.


Cristina se quedó muda sin saber qué decir o hacer, pensando que perdería a uno de sus huéspedes después de ese primer encuentro entre ambos, estaba segura que algo así sucedería. Sabía que cualquiera que fuera el caso, terminaría lamentándolo, sobre todo si era la americana quien se marchaba, pues le tocaría tener como único huésped al actor y desde la última vez que había estado en ese lugar lo desconocía completamente, en sólo minutos había notado que ya no era el chico sencillo y amable de tiempo atrás, sino todo lo contrario.


Por su parte, Pedro intentaba controlar su sonrisa para no echar más leña al fuego, mientras su mirada detallaba el perfil de la castaña, admirando su altanería. Le gustaba, la mayoría de las mujeres caían rendidas a sus pies en cuanto lo veían, quitándole la oportunidad de ser un conquistador, como su naturaleza de hombre y romano le exigía, le ponían todo tan fácil que se aburría en semanas, meses cuanto mucho, pero ella parecía no saber quién era o si lo hacía, lo disimula muy bien.


Paula, podía sentir la mirada del hombre sobre ella, su insolencia y esa media sonrisa que se asomaba en sus labios la estaba exasperando a cada minuto, no caería en sus provocaciones, así que decidió terminar con el espectáculo, se volvió y enfocó su mirada en la mujer, al ver su expresión se condolió de ella, respiró profundamente y le habló.


—Señora Cristina disculpe este momento tan incómodo y no se preocupe por nada, usted ha sido una anfitriona maravillosa, ahora si me disculpa voy a darme una ducha y quitarme toda esta arena que el señor me lanzó encima, con su permiso —agregó girando con rapidez y saliendo de allí sin dirigirle una mirada al recién llegado, ya sentía que no lo soportaba.


Él se quedó parado viendo cómo ella se iba, completamente
desconcertado, no podía creer que se hubiera rendido así, sin más, suponía que estaría envuelto en esa batalla hasta que no le entregara las disculpas que pedía, pero no, ella se marchó dejándolo en blanco, quizás esa era su manera de demostrarle que era superior, además de altanera, también era arrogante la señorita.


—Señor Alfonso no sé qué decir, lamento mucho esta situación, la señorita Chaves es una muchacha muy agradable, no hemos tenido ningún inconveniente desde que llegó hace tres días, supongo que debe ser su estado lo que la puso tan irritable. —se excusó la mujer sin saber qué más hacer para salvar la situación.


—No se preocupe Cristina, todas las americanas son igual de histéricas que ella, sólo basta que vean una de sus causas pérdidas para que dejen salir ese carácter que tienen, la verdad es a usted a quien le debo una disculpa, no esperaba causarle problemas con alguno de los huéspedes, quise rentar el lugar completo, pero mi madre no llegó a tiempo, ya la señorita… ¿Cómo me dijo que se apellida? —inquirió.


—Chaves, Paula Chaves—contestó Cristina asombrada por las palabras del chico.


Hasta hace minutos él se quejaba de todo y ahora le estaba ofreciendo una disculpa, tal vez pensaba marcharse, bueno si ese era el caso, la pérdida en ganancias sería muy grande, pero con tal de tener paz y no a ese par peleándose como perros y gatos, quizás valiera la pena, aunque le apenaba no poder ayudar a su amiga Amelia.


—Al parecer es escritora o algo así, se la pasa con un montón de libros y su portátil de arriba para abajo y el otro día mi nieto me dijo que ella le había regalado uno que llevaba su nombre en la portada, justo ahora Piero anda como hipnotizado con la historia, y me frunce el ceño cuando lo envío a hacer algún mandado y debe dejarlo de lado —explicó mirándolo, intentó sonar amable.


—Con que escritora, bueno eso justificaría el comportamiento tan teatral que ha tenido, como le decía cuando mi madre llamó ya la señorita Chaves tenía la reservación, así que no pudimos hacer nada, pero le agradecería que mi estadía aquí quedara entre nosotros, he venido buscando un refugio a la avalancha que me estaba cayendo encima y lo último que deseo es que este sitio sea invadido por periodistas o fanáticas —le hizo saber, aunque seguramente ya su madre había puesto al tanto a la mujer.


—No se preocupe por ello señor Alfonso, Amelia me pidió absoluta discreción, no tiene nada de qué preocuparse, nadie sabrá que se encuentra aquí, la señorita Chaves es extranjera y al parecer no lo conoce por su trabajo, así que dudo que exista la probabilidad que alguien se entere por ella, estoy segura que después de salvado este inconveniente ambos tendrán una estadía maravillosa —dijo con una sonrisa que llegaba hasta sus ojos, rogando porque así fuera.


—Seguramente —contestó el joven de manera escueta.


Aunque dudaba que algo así sucediera, esa mujer parecía tener el carácter de una yegua salvaje y también el de una serpiente, se había marchado en aparente calma, pero sentía que debía estar alerta, era probable que justo ahora estuviera planeando cuándo lanzar el zarpazo y cobrarse lo que supuestamente él le había hecho. Pensaba observando la puerta por la cual había desaparecido.