domingo, 12 de julio de 2015

CAPITULO 8




Paula había salido a correr como siempre lo hacía en las mañanas, se había colocado una meta: cada día sumar cinco setas a su carrera, había empezado con un tope de cincuenta, hoy debía cubrir sesenta y cinco. Con una gran sonrisa se detuvo justo en ésa, sintiéndose completamente satisfecha por el logro, cerró los ojos y se apoyó en el tronco, esperando a que su respiración agitada se calmara un poco para emprender el camino de regreso.


Llevaba los auriculares de su iPod puestos y en sus oídos resonaba a todo volumen Elevation de U2. Comenzó a seguir la seductora voz de Bono con el entusiasmo y la certeza de estar sola en medio de esa inmensidad que la rodeaba, elevarse como decía la canción.



I and I
In the sky
You make me feel like I can fly
So high
Elevation…


Le encantaba esa banda, le encantaba la fuerza y la pasión que le imprimían a sus letras, no importa cuántas veces en el día escuchara sus canciones nunca se aburría, sus gustos musicales eran bastante ecléticos, pero si debía inclinarse hacia un género en particular el rock era su debilidad, aunque jamás se hubiese hecho un tatuaje, colocado un piercing o se hubiese vestido totalmente de cuero negro.


Una suave brisa le refrescaba el rostro y movía algunos mechones que se habían pegado a su frente, humedecidos por el sudor resultado del ejercicio, llevaba la larga cabellera atada en una cola de caballo, que le llegaba a media espalda, su cabello no era muy largo, pero era abundante, castaño y espeso. Llevaba puesto su conjunto de hacer ejercicio y sus zapatillas de correr favoritas, había decidido que ese día sería especial, pues desde que despertó se sentía particularmente entusiasmada, con una expectativa que la desbordaba. Abrió los ojos y fue cegada por los rayos del sol, escuchó un sonido extraño que era ahogado por los acordes de las guitarras y la batería de la canción.


Dio un paso al frente para descubrir de dónde provenía el ruido, pero apenas si tuvo tiempo de reaccionar y lanzarse hacia atrás, el movimiento le provocó un traspié haciéndola caer sentada al borde del camino, todo pasó en segundos. 


Un auto que se desplazaba a una velocidad demasiado
peligrosa, había estado a punto de arrollarla de no haber actuado con rapidez, dejándola envuelta en medio de una polvareda que le provocó un ataque de tos, comenzó a mover sus manos para limpiar el aire, pero era casi imposible, el inconsciente que iba en el auto se creía piloto de fórmula uno, había roto en un instante la perfección del momento.


Logró ver el color y el modelo del auto, era un Maserati negro, seguramente modelo del año, una verdadera belleza, pero quien lo conducía debía ser una bestia, aunque esos caminos estuviesen la mayoría del tiempo libre de tránsito, siempre se debía conducir con precaución. Si ella hubiera estado un metro más dentro del camino de seguro la había atropellado, dejándole a la policía la penosa labor de recoger sus restos esparcidos por todo el lugar, pues a esa velocidad, como mínimo la hubiese roto en pedazos.


Llena de rabia contra la persona que conducía, decidió retornar, estaba echa un desastre, tenía polvo hasta en las fosas nasales, sus ojos irritados, la garganta reseca, sólo esa mañana había lavado su cabello, ahora tendría que hacerlo de nuevo, perder dos horas bajo la regadera, sentía la piel grumosa y pegajosa.


—Ruega a Dios que no te encuentre de frente idiota —murmuró furiosa mientras avanzaba.


Ni ánimos tenía para regresar trotando, suponía que, de sudar más terminaría con una sensación mucho peor, sólo quería darse una ducha y recuperar la paz que instantes atrás tenía, todo había sido tan perfecto, pero debía aparecer alguien a dañarlo. Rogaba que la persona que conducía no fuera uno de los huéspedes del conjunto.


—¡Oh, buen Dios! Señorita Chaves ¿qué le ha sucedido? —le preguntó Cristina, la conserje, en cuanto la vio llegar.


Paula dejó libre un suspiro y cerró los ojos un instante para
controlar la rabia que había aumentado en ella a cada paso que daba, el trayecto le había tomado quince minutos y ya con el sol en lo alto, el calor había hecho estragos en su cuerpo y también en su estado de ánimo, intentó responderle a la mujer con el tono más amable que podía conseguir en ese momento, incluso procuró sonreír.


—No ha sido nada… estaba en el camino y un auto que pasó a toda velocidad creó una nube de polvo, yo quedé bajo ésta y… —se detuvo al descubrir el auto estacionado en el garaje.


La ira se apoderó de ella en segundos y buscó con su mirada a quien pudiera ser propietario del mismo, puede que ella estuviera echa un asco, pero quien quiera que fuera la persona que conducía tendría que escucharla, enfocó su mirada en la anciana.


—Ese es el auto que por poco me atropella, la persona que lo conducía está demente —informó a la mujer.


—Este auto es del señor Alfonso, acaba de llegar de Roma y se quedará en la casa junto a la suya…—decía cuando la americana la interrumpió mirándola con asombro.


—¿No estará hablando en serio? —inquirió perpleja.


—Lo lamento señorita, pero es la verdad, acabamos de dejar su equipaje allí —respondió un poco apenada.


—¡Vaya vecino tendré! Un estúpido que conduce como si no tuviera dos dedos de frente, sólo espero por el bien del señor Alfonso que no se cruce en mi camino en este instante o de lo contrario… —decía cuando se percató que la mujer le hacía señas.


—¿O de lo contrario? —preguntó una voz, fuerte y grave en inglés, pero con marcado acento italiano.


Un extraño temblor sacudió el cuerpo de Paula, algo que la
desconcertó un segundo, de inmediato se volvió para enfrentarse al hombre que había arruinado su perfecta mañana, elevó su rostro con gesto altivo y se encontró con un par de intensos ojos azules, oscuros como el zafiro, que la miraban con irritación y quizás con algo de desprecio, pero que no lograron simular la diversión que despertó el verla justo como se encontraba, furiosa, despeinada, cubierta de polvo, sudada.


Pedro había llegado hacía veinte minutos a ese lugar, su madre había hecho la reservación, se había encargado de todo dejándolo sin escapatoria, según ella ése era el sitio indicado para alejarse de la presión que sentía y descansar, tomarse un tiempo para estar a solas con él mismo, meditar sobre su vida y lo que deseaba para el futuro. La combinación de psicóloga y madre de Amelia Alfonso era tan peligrosa, que cuándo quiso darse cuenta ya se encontraba en ese rincón perdido del mundo. Él hubiera preferido irse a otro lugar más lejos, nuevo, exótico, fuera de Italia y donde su anonimato le brindara la paz que estaba buscando, pero no, ella dijo Toscana y a él no le quedo más que aceptarlo. 


Cada vez se sentía más frustrado y decepcionado.


Y ahora para colmo de males llegaba esa americana histérica a culparlo de tamaña estupidez, y no conforme con ello también lo insultaba a su antojo; como si él le hubiera dicho que se parara junto a la carretera, además ¿dónde demonios estaba? Él jamás la vio, de haberlo hecho hubiera reducido la velocidad, no era un inconsciente o un estúpido que no supiera como detener un auto. Ella no estaba por ninguna parte ¿quién sabe dónde se habrá caído? Y venía ahora con ese cuento. Pensaba escuchando las acusaciones de la castaña en silencio, pero cuándo de su boca salió una amenaza ya no pudo seguir calmado y le hizo saber que se encontraba allí, dispuesto a ver si teniéndolo en frente seguía montando el mismo alboroto.


Ella se volvió y clavó su mirada en él con gesto altivo, elevando la barbilla, al tiempo que su postura se mostraba rígida, alerta. Los ojos de Pedro se deslizaron por el rostro de la chica, líneas fuertes y suaves a la vez lo marcaban, labios llenos, suaves y de un rosado natural muy hermoso, las mejillas sonrojadas seguramente debido al ejercicio físico, la nariz era recta, larga, casi como si hubiera sido tallada con especial cuidado, salpicada por una gran cantidad de pecas, apenas apreciables, pero imposibles de ignorar si se le miraba de cerca, justo como estaba él en ese instante, y a pesar de ello su piel era hermosa, podía casi jurar que debía ser muy suave, su cara estaba lavada, sin una gota de maquillaje y eso le permitía asegurarlo.


Sus cejas eran pobladas y perfectamente delineadas, dándole un aspecto mucho más poderoso a sus ojos, tenía hermosos ojos, de un marrón casi naranja, la luz del sol había reducido su pupila, mostrando el bello tono de su iris, era brillante y atrayente como el fuego, estaban enmarcados por unas espesas pestañas negras de una extensión impresionante, si no fuera porque sabía que no llevaba maquillaje diría que eran postizas como las que usaban las mayoría de las mujeres de su medio. Su cabello era
abundante, castaño oscuro, con destellos rojizos y suaves ondas, se encontraba sujetado en una coleta floja que dejaba libre algunos mechones que adornaban su frente, dándole un toque juvenil.


Quiso continuar con su inspección, pero los ojos de la americana no lo dejaban escapar, era como si esa llama que los hacía más claro a medida que el sol ganaba altura en el cielo, lo estuviera consumiendo, tenía un rostro muy bello, perfecto y como hombre se sentía tentando a ver si esa belleza también se extendía a su cuerpo, pero cuándo sus ojos intentaron bajar para estudiar la figura de la mujer, supo que no era prudente, ella lucía furiosa y él, bueno, él comenzaba a encontrar muy divertido el momento.


Paula se volvió dispuesta a enfrentar a aquel hombre, a decirle lo irresponsable y grosero que fue conduciendo de esa manera, hacerlo sentir culpable por el deplorable estado en el cual se encontraba. Pero todas las palabras se esfumaron de su cabeza en cuanto sus ojos se posaron en los azules del italiano, un azul profundo, tan hermoso, nunca había visto unos ojos de ese tono, quedó atrapada por ellos y se encontró sintiendo un extraño deseo de permanecer así, tenían el color del océano y reflejaba quizás el mismo misterio que ése poseía, algo que la tentaba y la asustaba al mismo tiempo, que la invitaba a querer descubrir, sumergirse.


La piel del joven era blanca, no al grado de hacerlo lucir pálido, tenía un ligero bronceado que resaltaba gracias al tono oscuro de su cabello, sus pómulos eran fuertes y estilizados a la vez, al igual que su mandíbula y su nariz, tenía una nariz recta, perfecta, no podía ser natural. Pensó detallándola, pero dejó de lado su inspección cuándo sus ojos llegaron a los labios del italiano, tragó en seco, no pudo evitarlo, ese hombre tenía los labios más hermosos que hubiera visto en su vida, eran llenos, con el tamaño perfecto para ser besados, suaves, sí, debían ser suaves y tal vez… de pronto sintió como su boca se hacía agua y tragó de nuevo.


¡Paula Chaves! ¡Cálmate! Has olvidado que él casi te atropella.


¡Por Dios! Cómo si tú nunca hubieras visto hombres hermosos en tu vida, los has visto y acabas de dejar a uno botado en América, esto es absurdo.


Se decía en pensamientos esforzándose por retomar su postura y ordenar sus ideas. Apartó su mirada de él un instante para poder hacerlo, su cercanía y su altura la intimidaban, aunque ella no era de las personas que se encogían ante las demás, menos ante alguien que hace lo que él hizo.


—¿O de lo contrario señorita? ¿Acaso se ha quedado muda o ya no se siente tan valiente? —preguntó Pedro intentando disimular su sonrisa, pero sus ojos lucían lo divertido que encontraba todo eso, además de seguir deleitándose con ella.


¡Muda! Le demostraré quien es la muda, estúpido arrogante.


Pensó sintiendo que la furia crecía de nuevo, su rostro se tornó rojo encendiéndose una vez más, mientras su respiración y los latidos de su corazón retomaron el ritmo acelerado que traía minutos antes, no se intimidó ante la altura de él y se irguió para intentar igualarlo, o por lo menos no verse tan diminuta.


—Supongo que eso es lo que esperaba, que me pusiera a temblar de miedo porque me escuchó, pues se equivoca, además de amedrentarme con su auto, también piensa que podrá hacerlo con su actitud, lamento defraudarlo señor… ¡como sea! Para decirle lo que tengo que decirle no me hace falta ni valor ni saber su nombre, es usted un inconsciente al conducir de esa manera —Paula hablaba en un torrente de palabras, sin darle tiempo a él a responderle, tenía que desahogarse o terminaría explotando, y su rabia crecía a cada minuto al ver el semblante impasible del hombre, como si ella no estuviera digiriéndose a él.


—Alguien responsable se percata de las personas en el camino, toma las previsiones necesarias. La verdad, no me extrañaría que la licencia de conducir se la haya sacado de una caja de cereal o en algún concurso televisivo, es un insensato y en lugar de reconocer su error viene aquí con su postura arrogante y burlona a tratar de intimidarme o de humillarme aún más, cómo si no hubiera sido suficiente con haberme dejado en este estado, al menos tenga la decencia de disculparse —agregó y al final dejó libre un suspiro, estirándose un poco más, intentando parecer más alta, si él pensaba que se encogería como un gusano estaba loco.


—Señorita… ¿A quién le importa? —dijo con toda la intención de cobrarse, el que ella hubiese obviado su nombre como si se tratara del hijo del zapatero, disfrutó de la reacción de ella a su estocada y dejó ver media sonrisa, para después continuar—. En primer lugar, si yo me saqué la licencia de conducir en una caja de cereal, usted debería andar acompañada de un perro, esos que entrenan para los invidentes, pues ciertamente parece estarlo, el camino estaba completamente solo…—decía pero no pudo seguir ya que ella habló.


—No lo estaba, yo me encontraba en él, pero claro como usted venía como alma que lleva el Diablo no pudo percatarse de ello, lo que me hace pensar que quien necesita al perro entrenado es alguien más, en lugar de tener la libertad de conducir un auto último modelo para andar alardeando de las millas que puede alcanzar por hora. Me encontraba junto a la seta sesenta y cinco, estaba por salir al camino cuando usted casi me atropella,si no fuera por mi rapidez para reaccionar hubiera salido volando por los aires hecha pedazos, tenga al menos la madurez para admitir que su manera de conducir no era la correcta y disculparse, en vez de estar aquí tratando de hacerme lucir como una loca o una mentirosa —le exigió mirándolo a los ojos.


—No tengo porque hacer ninguna de las dos cosas que me pide, yo estaba conduciendo a una velocidad permitida en estas zonas y sigo en mi posición usted no estaba por ningún lado, además hasta ahora me entero que las setas tienen números… ¿Le han colocado algún tipo de señalización a éstas señora Cristina?—mencionó divertido y se irguió para demostrarle a ella que podía estirarse todo lo que quisiese, pero él era mucho más alto.


—No lo tienen, no sea tonto ¿quién las dañaría de ese modo? Pero yo las cuento para plantearme una meta todas las mañanas cuando salgo a correr, y precisamente estaba disfrutando de haber alcanzado la sesenta y cinco, cuando usted y su auto cambiaron el buen sabor de boca que tenía por uno a tierra, pero eso ya no importa y en vista que no se dignará a reconocer lo que hizo, ni mucho menos algo para enmendarlo, no pretendo seguir perdiendo mi valioso tiempo de esta manera, no dejaré que me arruine el resto del día —dijo sin mirarlo, ignorándolo totalmente.


Paula se sentía cada vez más incómoda, la sensación que el sudor le producía era demasiado desagradable y no seguiría allí sirviéndole de entretenimiento a ese idiota, odiaba perder el tiempo y justo eso era lo que hacía en ese momento, “Los sabios pueden cambiar de opinión, los necios jamás” recordó una de sus citas favoritas y decidió dejarlo pasar.


Cristina se quedó muda sin saber qué decir o hacer, pensando que perdería a uno de sus huéspedes después de ese primer encuentro entre ambos, estaba segura que algo así sucedería. Sabía que cualquiera que fuera el caso, terminaría lamentándolo, sobre todo si era la americana quien se marchaba, pues le tocaría tener como único huésped al actor y desde la última vez que había estado en ese lugar lo desconocía completamente, en sólo minutos había notado que ya no era el chico sencillo y amable de tiempo atrás, sino todo lo contrario.


Por su parte, Pedro intentaba controlar su sonrisa para no echar más leña al fuego, mientras su mirada detallaba el perfil de la castaña, admirando su altanería. Le gustaba, la mayoría de las mujeres caían rendidas a sus pies en cuanto lo veían, quitándole la oportunidad de ser un conquistador, como su naturaleza de hombre y romano le exigía, le ponían todo tan fácil que se aburría en semanas, meses cuanto mucho, pero ella parecía no saber quién era o si lo hacía, lo disimula muy bien.


Paula, podía sentir la mirada del hombre sobre ella, su insolencia y esa media sonrisa que se asomaba en sus labios la estaba exasperando a cada minuto, no caería en sus provocaciones, así que decidió terminar con el espectáculo, se volvió y enfocó su mirada en la mujer, al ver su expresión se condolió de ella, respiró profundamente y le habló.


—Señora Cristina disculpe este momento tan incómodo y no se preocupe por nada, usted ha sido una anfitriona maravillosa, ahora si me disculpa voy a darme una ducha y quitarme toda esta arena que el señor me lanzó encima, con su permiso —agregó girando con rapidez y saliendo de allí sin dirigirle una mirada al recién llegado, ya sentía que no lo soportaba.


Él se quedó parado viendo cómo ella se iba, completamente
desconcertado, no podía creer que se hubiera rendido así, sin más, suponía que estaría envuelto en esa batalla hasta que no le entregara las disculpas que pedía, pero no, ella se marchó dejándolo en blanco, quizás esa era su manera de demostrarle que era superior, además de altanera, también era arrogante la señorita.


—Señor Alfonso no sé qué decir, lamento mucho esta situación, la señorita Chaves es una muchacha muy agradable, no hemos tenido ningún inconveniente desde que llegó hace tres días, supongo que debe ser su estado lo que la puso tan irritable. —se excusó la mujer sin saber qué más hacer para salvar la situación.


—No se preocupe Cristina, todas las americanas son igual de histéricas que ella, sólo basta que vean una de sus causas pérdidas para que dejen salir ese carácter que tienen, la verdad es a usted a quien le debo una disculpa, no esperaba causarle problemas con alguno de los huéspedes, quise rentar el lugar completo, pero mi madre no llegó a tiempo, ya la señorita… ¿Cómo me dijo que se apellida? —inquirió.


—Chaves, Paula Chaves—contestó Cristina asombrada por las palabras del chico.


Hasta hace minutos él se quejaba de todo y ahora le estaba ofreciendo una disculpa, tal vez pensaba marcharse, bueno si ese era el caso, la pérdida en ganancias sería muy grande, pero con tal de tener paz y no a ese par peleándose como perros y gatos, quizás valiera la pena, aunque le apenaba no poder ayudar a su amiga Amelia.


—Al parecer es escritora o algo así, se la pasa con un montón de libros y su portátil de arriba para abajo y el otro día mi nieto me dijo que ella le había regalado uno que llevaba su nombre en la portada, justo ahora Piero anda como hipnotizado con la historia, y me frunce el ceño cuando lo envío a hacer algún mandado y debe dejarlo de lado —explicó mirándolo, intentó sonar amable.


—Con que escritora, bueno eso justificaría el comportamiento tan teatral que ha tenido, como le decía cuando mi madre llamó ya la señorita Chaves tenía la reservación, así que no pudimos hacer nada, pero le agradecería que mi estadía aquí quedara entre nosotros, he venido buscando un refugio a la avalancha que me estaba cayendo encima y lo último que deseo es que este sitio sea invadido por periodistas o fanáticas —le hizo saber, aunque seguramente ya su madre había puesto al tanto a la mujer.


—No se preocupe por ello señor Alfonso, Amelia me pidió absoluta discreción, no tiene nada de qué preocuparse, nadie sabrá que se encuentra aquí, la señorita Chaves es extranjera y al parecer no lo conoce por su trabajo, así que dudo que exista la probabilidad que alguien se entere por ella, estoy segura que después de salvado este inconveniente ambos tendrán una estadía maravillosa —dijo con una sonrisa que llegaba hasta sus ojos, rogando porque así fuera.


—Seguramente —contestó el joven de manera escueta.


Aunque dudaba que algo así sucediera, esa mujer parecía tener el carácter de una yegua salvaje y también el de una serpiente, se había marchado en aparente calma, pero sentía que debía estar alerta, era probable que justo ahora estuviera planeando cuándo lanzar el zarpazo y cobrarse lo que supuestamente él le había hecho. Pensaba observando la puerta por la cual había desaparecido.





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