Los miembros de la familia Alfonso tomaron el primer tren desde Roma hasta Milán, y después de un viaje de casi tres horas al fin llegaron hasta la capital de la moda italiana. Sin
embargo, su travesía no finalizaba allí, los dos autos que habían alquilado los esperaban para llevarlos hasta el hermoso poblado de Varese, a una hora del mismo. Todos los años para esa misma fecha ellos optaban por irse allí al menos una semana, a ese lugar al norte de Italia para escapar del agobiante calor que hacía por el verano, mientras otros se marchaban a las playas para disfrutar de las cálidas aguas del mediterráneo y conseguir un hermoso bronceado.
—Creo que debimos desayunar en Milán, la comida del tren no calmó mi apetito —mencionó Lisandro de manera casual.
—Llegaremos dentro de poco amor y tu apetito parece no saciarse nunca, de continuar así vas a terminar engordando —acotó Vittoria sonriéndole al ver que fruncía el ceño.
—Soy un tipo deportista y me mantengo muy bien —se defendió.
—Te recordaré demostrármelo hoy en la noche —le susurró al oído para que el chofer no los escuchara.
Él le entregó una sonrisa cargada de picardía y la besó sin importarle que no estuvieran solos, la verdad nunca se cohibía en darle muestra de cariño a su novia por estar en público, él no era como su hermano Pedro que debía estar cuidando todo lo que hacía y decía, en ese aspecto le agradecía a la vida no ser famoso.
Al bajar, lo primero que vio Lisandro fue el Maserati negro de su hermano, estaba seguro que era el de Pedro pues él lo reconocería a metros de distancia. Dejó ver una sonrisa imaginando quién sería su acompañante, comprendiendo de inmediato porqué no le había contestado las llamadas, allí los teléfonos móviles tenían pésima señal.
—Parece que tenemos invitados —esbozó y su sonrisa se hizo más amplia al ver la sorpresa en las expresiones de sus progenitores.
Ellos también reconocieron el auto, llenándose de emoción de inmediato pues tenían más de un mes que no veían a Pedro, pero Alicia no se sintió tan feliz pues sabía que una vez más, toda la atención iría a parar a la estrella de la familia y seguramente a su espléndida novia.
—Seguro llegaron anoche porque hablé con Margarita ayer en la tarde y no me mencionó nada al respecto —indicó Amelia sonriendo.
Como era de suponerse el trayecto hasta la mansión se hizo con más prisa de lo planeado, pues ahora tenían un incentivo mayor para llegar hasta allí, pero como ese no era el mismo de Alicia, ella sí disfrutó del paisaje que le aportaba tanta calma y se detuvo en el muro de piedra, viendo con algo de resentimiento cómo sus padres ni siquiera se percataban de su ausencia, pero al menos Lisandro sí lo hizo y regresó por ella, rodando los ojos ante la actitud de sus progenitores para hacerla sonreír y le extendió la mano con una calidez a la cual no pudo negarse.
—Pedro hijo ¿estás aquí? —preguntó Amelia entrando a la casa.
—Madre lo llama como si estuviera invocando su espíritu —se burló dejando la maleta en el salón.
—¡Lisandro! —ella lo reprendió de inmediato, en verdad nunca pensaba madurar ese hijo suyo.
—Si llegaron anoche tarde deben estar descansando Emilia —mencionó Fernando mirando hacia la escalera.
—O preparándoles un delicioso desayuno para recibirlos —pronunció Pedro entrado a la sala acompañado de Paula.
—¡Mi pequeño! —esbozó de inmediato Amelia al verlo.
Él corrió y la abrazó levantándola del suelo mientras dejaba caer muchos besos en las mejillas de su madre y reía sintiéndose feliz por verla, aunque le gustaba vivir su tiempo a solas con Paula no le molestaba la presencia de sus padres allí, por el contrario le animaba poder compartir con ellos y que la fueran adoptando como parte de la familia, ya que sus planes eran que muy pronto lo fuera.
Paula veía el cuadro y se sentía feliz al ver al hombre que amaba disfrutar de las atenciones de su madre como si fuera un niño, no pudo evitar ver la abismal diferencia que existía entre sus familias una vez más. Ella nunca vio a su madre tratarlos de esa manera, ni siquiera con Nicolas cuando regresaba de las peligrosas misiones que a veces debía cumplir. En ese instante se prometió que cuando tuviera la dicha de ser madre, sería como Amelia Alfonso.
—¿Cuándo llegaron? —fue la primera pregunta de Amelia.
—Ayer al mediodía, pero le pedimos a Margarita que no te dijera nada para darles la sorpresa — contestó mirándola.
—Amelia es un placer verla de nuevo —la saludó Paula.
Ya había aprovechado la reunión de madre e hijo para hacerlo con todos, incluso con Alicia que solo le dedicó un escueto “Hola” y un “Bien” cuando le preguntó cómo se encontraba, pero pudo notar que miraba con cierto celo la unión entre Pedro y su madre, por lo que fue tomando notas mentales para descubrir lo que le ocurría.
—Paula querida, a mí también me alegra mucho verte… bienvenida a nuestra casa —expresó abrazándola.
—Muchas gracias, es muy hermosa… en realidad parece un sueño.
—Es maravilloso que Pedro te trajera este fin de semana para conocerla… —decía cuando su hijo la interrumpió.
—En realidad ya hemos estado aquí antes madre —acotó captando la atención de su familia y al ver el interés en sus miradas continuó—. Traje a Paula hace cuatro años, y puedo jurar que fue aquí donde se enamoró perdidamente de mí —agregó mostrándose orgulloso.
—Tu hijo es tan modesto Amelia —puntualizó ella sonriendo.
Comenzaron a reír ante la acotación, pues sabían que ella tenía toda la razón, él había pecado de arrogante y vanidoso, no quedaban dudas que estaba muy enamorada, en realidad los dos lo estaban.
Pues a él nunca lo habían visto mirar de esa manera a otra mujer, no con tanto amor.
—Eso no es nada espera a que lo conozcas mejor —mencionó Alicia que era la única que no reía —. Permiso… iré a mi habitación para descansar, el viaje me dejó extenuada —dijo caminando a las escaleras.
—¿No vas a desayunar? —preguntó Pedro ignorando el desaire que intentaba hacerle una vez más.
—No, no tengo hambre gracias —respondió sin volverse a mirarlo mientras subía junto a su maleta.
—Vamos cabezotas… que yo sí muero de hambre y me comeré el plato de ella —mencionó Lisandro llevando su mano al cabello de su hermano en un gesto cariñoso, consciente de cuánto le dolía a Pedro la actitud de Alicia y sobre todo cuánto lo frustraba.
Paula comprendió el silencio que los envolvió a todos ante la actitud de la chica y se sintió apenada por esa situación, ella no era buena para dar consuelo, eso lo sabía muy bien. Pero su deseo por ver a Pedro otra vez feliz hizo que se acercara a él y le regalara una sonrisa para animarlo, le acarició la espalda dándole un beso en la mejilla.
—Vamos antes de que Lisandro nos deje sin comida —susurró mirándolo a los ojos y le guiñó un ojo para hacerlo sonreír.
Se habían levantado dos horas antes, y se mantuvieron despiertos por las tazas de café expreso que bebieron cada uno, además de la emoción que representaba la llegada de la familia y nada lo arruinaría.
*****
Del almuerzo se encargaron Fernando y Lisandro, demostrándole a Paula que los hombres Alfonso eran los expertos en la cocina, mientras que ella y Pedro conversaban con Amelia y Vittoria sobre cosas del rodaje de la película y los comentarios de la prensa; además la psicóloga aprovechó la ocasión para conocer un poco más de su futura nuera. Preguntándole primero por sus gustos y después por su familia, notando que Paula se cohibía un poco al hablar de sus padres, sin embargo, cuando llegó el turno de sus hermanos se le vio más suelta y comprendió que tal como le había comentado Pedro una vez, ella había vivido condicionada por las imposiciones de sus progenitores.
Durante el almuerzo Paula trató de recabar más información acerca de Alicia, intentado entablar una conversación con ella, que por cortesía le respondía pero solamente con respuestas vagas, sin hacer énfasis en ninguna y eso empezó a darle pistas. Después se retiraron a descansar para el alivio de Pedro y Paula que ya no sabían cómo disimular que se caían de sueño.
Paula estaba a punto de volverse loca por no dar con lo que le sucedía a Alicia y después de la cena, aprovechó que ella se había retirado hacia la terraza para seguirla y tratar de averiguar un poco más, apuntaría a lo primero que pensó, que todo tenía que ver con algún chico. Entró al lugar fingiendo que deseaba observar el espectáculo que brinda el cielo, y que no había notado su presencia allí, Pedro estaba jugando ajedrez con su padre y no sería extraño que ella quisiera distraerse un poco.
—Perdón… no sabía que estabas aquí —mencionó volviéndose para mirarla sentada en un rincón con su iPad— ¿No te molesta que esté aquí verdad? —preguntó al ver que no recibía respuesta.
—No, puedes estar donde quieras… eres la novia de mi hermano —respondió mostrando que le daba igual.
—Sí, aunque siempre me ha gustado respetar el espacio de los demás.
—Puedes hacer lo que desees, aunque supongo que no debe ser fácil tener que soportar a Pedro todo el tiempo, y de paso que ahora su familia no haga más que hablar de todas las cualidades que posee —comentó dejando ver el rencor que sentía.
—¿Por qué lo odias tanto? —le preguntó sin rodeos.
—Yo no lo odio —se defendió de manera automática, aunque le hubiera gustado decir que sí lo hacía, para que ella se largara de una vez.
—Cualquiera que viera la manera en cómo lo tratas diría que sí, o que estás buscando castigarlo por algo. ¿Qué hizo que te lastimó tanto Alicia? —inquirió una vez más mirándola a los ojos.
—Él no me hizo nada… —decía pero no pudo continuar pues la novia de Pedro la detenía de nuevo.
—¿Entonces quién fue? Porque algo debió haberte pasado para que cambiaras de esta manera — cuestionó evitando que rehuyera.
—Eso no es tu asunto y además tú no me conoces para saber si he cambiado o no. Si lo que intentas es que vaya y le rinda pleitesías a Pedro como hacen todos los demás estás perdiendo tu tiempo… creía que eras una mujer inteligente y distinta a las demás, pero veo que me equivoqué —mencionó con un todo duro que diera por terminada esa conversación y se puso de pie para marcharse.
—No pretendo nada de eso, pero sí me gustaría que volvieras a ser la chica maravillosa de la cual Pedro me habló hace cuatro años, aquella que irradiaba vida y alegría, la que pasaba horas hablando por teléfono con él, la adolescente que adoraba a su hermano no por ser un actor aclamado, sino porque sabía que ella era la luz de sus ojos… y sigues siéndolo Alicia, él sigue adorándote — esbozó con la voz ronca porque le dolía que ella fuera tan ciega y egoísta, que lo hiciera sufrir.
Aunque se quedó parada escuchando todas las palabras que esa mujer le dijo no respondió, no podía hacerlo porque notaría que estaba llorando. Se había prometido no hacerlo de nuevo y menos por culpa de Pedro, aunque en el fondo él no era el verdadero culpable de lo que le había sucedido, no existía otro responsable que ella.
Despertaron de nuevo cerca de medianoche cuando sus estómagos les exigieron alimento, bajaron para prepararse unos emparedados. Una hora después, regresaban a la habitación con la intención de darse una ducha y acostarse temprano, puesto que la familia de Pedro llegaría a media mañana y habían planeado recibirlos con un desayuno.
Ella deslizaba sus manos cubiertas de jabón por el cuerpo de Pedro, disfrutando la sensación de los fuertes músculos bajo la suave y cálida piel, brindándole un gesto aparentemente casual. Pero cuando sus miradas se encontraron, él supo interpretar sus verdaderos deseos y le
dedicó una hermosa sonrisa.
—Vas a acabar conmigo… juro que vas a acabar conmigo Paula Chaves —susurró contras los labios rojos de ella.
—No seas exagerado y piensa que debemos aprovechar el tiempo, porque cuando lleguen tus padres, ni sueñes que me voy a escapar contigo a cada rato para que tengamos sexo —le advirtió rodeándole el cuello.
Él sonrió subiéndola en vilo mientras con la mirada le pedía que lo envolviera con sus piernas.
Ella lo hizo de inmediato sintiéndose feliz por haber conseguido su objetivo. Un segundo después ambos estaban unidos y acoplados perfectamente, sus cuerpos se movían sincronizados entre gemidos y jadeos, besos, succiones y mordiscos. Deslizándose por el agua que los empapaba mientras los movimientos cada vez más enérgicos hacían chocar sus cuerpos, creaban una fricción y una melodía que los estaba llevando a la locura.
Él comenzó a sentir que sus piernas flaqueaban y aunque no quería separarse un instante de Paula tampoco deseaba que ambos terminaran cayendo y ella se hiciera daño, separó sus labios de los de ella, primero para tomar aire y poder hablar.
—Necesito que te pongas de pie Paula… —le dijo en un murmullo y con la respiración agitada.
—¿Por qué? —preguntó alarmada.
Él dejó ver una sonrisa y le acarició la mejilla con una mano, mientras la otra la sostenía por la cadera, le dio un suave beso en los labios para borrar la angustia de sus facciones y le explicó.
—No soy el hombre de acero y mis piernas aunque bien entrenadas están a punto de fallarme… si no te bajo ahora terminaremos en el suelo… creo que has empezado a sufrir los resultados de comer tanta pasta —respondió en tono de broma.
—¡Tonto! Yo no estoy gorda… la culpa es de tus piernas de avestruz —lo culpó dándole un golpe en el hombro y al ver el asombro reflejado en el rostro de Pedro comenzó a reír.
Él hizo un gesto de dejarla caer por burlarse y ella se asustó aferrándose con fuerza a su cuello, pero al ver la sonrisa pícara que esbozó le dio otro golpe, después le desordenó el cabello lanzándolo todo hacia su cara y comenzó a reír como una niña.
—¡Paula que no puedo ver! —la regañó intentando mostrarse serio, pero también sonreía.
—No necesitas verme… solo tienes que sentirme —susurró y comenzó a besarle el cuello, mientras le acariciaba la espalda y los hombros lentamente, tomándose su tiempo en pasear su lengua por el cuello grueso y tibio de Pedro, disfrutando de escucharlo gemir y ese excitante temblor que le regalaba—. Bájame —le pidió al oído y antes de eso recorrió con su lengua del pabellón hasta el lóbulo.
Él lo hizo muy despacio, sonriendo al ver que las piernas de ella también flaqueaban, le dio un beso en el cuello y se disponía a tomarla de nuevo cuando Paula negó con la cabeza, lo tomó de la mano para sacarlo de ese lugar. Pedro intentó preguntarle algo, pero ella solo dejó ver una sonrisa y le dio un suave beso en los labios callándolo.
Abrió la puerta corrediza y caminó con él hasta un sillón de dos puestos que se encontraba junto al vestidor, lo hizo sentarse en la oscura piel terracota que debió estar fría por el gesto en la cara de Pedro.
—¿Cómodo señor Alfonso? —preguntó mirándolo a los ojos con una seductora sonrisa que iluminaba su mirada.
—Mucho —respondió admirándola.
—Perfecto —esbozó Paula y se montó sobre él a horcajadas, dejándolo en medio de sus piernas, bajó despacio hasta rozar sus intimidades— ¿Desea continuar o está muy cansado? — inquirió en un tono arrogante mientras sonreía sintiéndose dueña del momento.
—Estás muy graciosa, yo que tú mido mis palabras, a menos que estés dispuesta a recibir una tunda por altanera —la amenazó.
—Dame las riendas y verás quién termina recibiendo una paliza —susurró en medio de un gemido y bajó deslizándolo en su interior, sintiéndolo llegar muy profundo, disfrutando del temblor que le entregó.
Ella comenzó a moverse con suavidad, tomándose su tiempo para irlo excitando de a poco hasta llevarlo al mismo estado de antes, pudo sentir al cabo de un minuto que Pedro no podía mantener una actitud pasiva y quiso tomar el control imponiendo un ritmo más acelerado, tomándola por las caderas. Paula jadeó ante la secuencia de sus penetraciones, pero no estaba dispuesta a abandonar su objetivo, así que moviéndose se alejó de él y se dio la vuelta para darle la espalda, intuyendo que así tendría más control.
Se sentó sobre las piernas de Pedro, mirándolo por encima del hombro y pidiéndole que la dejara llevar las riendas de ese encuentro.
Pedro intentó quedarse quieto mientras Paula comenzó a meterlo dentro de ella con movimientos lentos, pero que lo llevaban a lo más profundo de su cavidad. Mientras dejaba caer suaves besos en la espalda tersa de ella, desde el inicio siguiendo toda la columna hasta donde podía alcanzar, llevando sus manos a los senos de Paula para acariciarlos y disfrutó de esas secuencias de gemidos que ella le entregó y de ese gesto sensual y espontáneo cuando lanzó su cabello hacia atrás; cerrando los ojos para elevar el rostro colmado de placer al cielo.
Ese gesto hizo que Pedro desviara su atención al espejo frente a ellos y casi se corrió ante la imagen que le mostró Paula. Perfecta, hermosa, sensual y asombrosamente erótica; la piel sonrojada y brillante, cubierta por una ligera capa de sudor que la bañaba, el cabello húmedo que se pegaba a su rostro, sus ojos cerrados y los labios entreabiertos. Ella se pasó la lengua por los labios y Pedro sintió cómo sus testículos se tensaban ante la primera reacción de un orgasmo en puertas.
—Paula… qué cuadro más excitante me estás entregando… siento que apenas puedo contenerme… eres perfecta mujer y eres mía —susurró contra la piel cálida de su mujer.
La pegó más a su cuerpo mientras veía en el espejo cómo sus manos grandes y fuertes se apoderaban de los delicados senos, los estrujó con fuerza y ella gimió en respuesta, después pasó la lengua por el cuello hasta llegar a su oído, mordió ligeramente la nuca y Paula gimió, presionando sus músculos internos que comenzaron a temblar ante la primera ola de espasmos que precedían al orgasmo.
—Pedro… —susurró y meció sus caderas con premura hacia delante y hacia atrás, sentía cómo el glande de él golpeaba su interior.
—¿Quieres esto? —susurró y comenzó a moverse.
—¡Sí! —exclamó y jadeó con fuerza cuando él aumento el ritmo.
Paula se lanzó hacia delante apoyando la punta de sus pies en el suelo y extendiendo más su pelvis, abriéndose para Pedro hasta que todo él estaba dentro de ella, llevó sus manos temblorosas a los fuertes brazos de él que la rodeaban, comenzó a subir y a bajar. Apretando los párpados con fuerza, sintiendo que todo su cuerpo se deshacía.
El orgasmo que se apoderó de su ser fue como una explosión que no dejó nada en pie, arrasó con todas sus barreras llegando a cada resquicio de su cuerpo, tocando fibras que ella no sabía que existían, pero que había descubierto junto a él.
—Paula… —gruñó soltando una primera descargar de su semen muy dentro de ella, le hundió los dedos en el botón rosado e hinchado y de nuevo la vagina de ella se humedecía y lo apretaba con fuerza— ¡Paula! —exclamó al sentirse ordeñado y liberó una secuencia de descargas que calientes y espesas, se estrellaban muy profundo en ella.
Paula lo sintió llenándola y un nuevo orgasmo la barrió estremeciéndola, haciéndola sollozar; sus piernas temblaron y sintió que caería desmayada en el piso. Buscó apoyo en Pedro dejándose ir hacia atrás, descansando su cuerpo desmadejado en el pecho de él que subía y bajaba en busca de aire.
—Paula… abre los ojos —le susurró con una sonrisa.
—No puedo —esbozó ella sintiéndose muy cansada.
—Por favor… quiero que veas algo —le pidió acariciándola.
Ella lo hizo a duras penas, parpadeó y fijó su mirada en él, pero Pedro le movió el rostro para hacer que viera hacia el frente y sus ojos entrecerrados se abrieron de golpe, cuando vio el gran espejo de cuerpo entero que le devolvía el reflejo de ambos. Desnudos, agotados, con las pieles sonrojadas y sudadas, las miradas brillantes y esa cara de satisfacción que nada en el mundo lograría disimular.
Ella se sintió hechizada ante la imagen, no podía apartar su mirada de ese cuadro tan sensual y erótico que veían sus ojos, era más que eso, era lujurioso y tan íntimo. Sentía su corazón como una locomotora, golpeando con fuerza.
—¿Nos viste todo el tiempo? —preguntó volviéndose a mirarlo, parpadeó aún abrumada por la imagen de sus cuerpos desnudos.
—Sí… no desde el principio… pero buena parte y no te imaginas lo excitante que fue —susurró contra sus labios y después los acarició con la lengua, sonrió cuando ella tembló.
—Quiero hacerlo… —pidió Paula con la mirada cargada de curiosidad y deseo—. Quiero vernos… quiero ver cómo me haces tuya, cómo te ves mientras te mueves dentro de mí —pronunció con la voz ronca por ese par de orgasmos seguidos y por el anhelo que esa imagen mental había despertado en ella.
Pedro dejó ver una sonrisa ladeada, ésa que tanto le gustaba, ella tembló ante el intenso brillo de sus ojos, él asintió y eso hizo que todo en el interior de Paula se contrajera de expectativa.
Esa noche sus cuerpos vivieron y vieron el placer reflejado en más de una ocasión y ella terminó siendo igual o más voyerista que Pedro ante la imagen de sus figuras uniéndose hasta volverse uno solo. Su cómplice: el espejo. Viajó con ellos a varios rincones de la habitación, todos y cada uno
de aquellos donde podía reflejar perfectamente el derroche de pasión que esa noche se dieron la libertad de vivir. Los primeros rayos del sol, los encontraron exhaustos, saciados, radiantes y maravillosamente felices.
Llegaron al pueblo al fin y todo estaba exactamente igual a como Paula lo recordaba, en cuatro años nada había cambiado y eso la llenó de emoción. Incluso la casa de los padres de Pedro se veía idéntica, pero en cuanto entraron notó algo distinto; los muebles no estaban cubiertos por sábanas y el lugar en general parecía haber sido limpiado recientemente, se volvió a mirar a Pedro y vio el desconcierto reflejado en su rostro también.
—Hola Pepe, mira nada más qué guapo luces… pero se han adelantado, tu mamá me dijo que llegarían mañana.
Mencionó una mujer sorprendiéndolos a ambos cuando entró al salón, sobre todo a Paula que sentía el corazón latiéndole en la garganta al recordar lo de los benditos fantasmas del lugar, Pedro tuvo que haberlo notado porque tenía esa sonrisa burlona.
—Hola Margarita, gracias por lo de guapo, pero todos sabemos quién es la reina de Varese — expuso él con una gran sonrisa mientras se acercaba a ella para abrazarla.
—Majadero, aunque de eso no te queden dudas, he sido la única reina que ha tenido Varese… Pero dime, ¿cómo es eso que llegaron hoy? —preguntó mirándolo a los ojos.
—En realidad no estaba al tanto que mi familia venía —contestó.
—Sí, ya lo veo —esbozó la mujer con seriedad mirando a Paula.
—No pongas esa cara mujer, mejor ven para que te presente a la futura madre de mis hijos —dijo sonriente.
—¡Vaya! Eso sí que es una novedad, tú hablando de hijos —comentó realmente sorprendida por la declaración del actor.
Pedro hizo las respectivas presentaciones y minutos después Margarita trataba a Paula como si la conociera de toda la vida, emocionándose cuando ella le comentó que era escritora y le prometió enviarle varios libros dedicados.
Después de asignarle una de las habitaciones que ya había dejado lista, se despidió asegurándoles que estaría de vuelta en una hora con un exquisito almuerzo propio de la zona, y las compras que había encargado para llenar la despensa como le había pedido doña Amelia.
—Señorita Chaves tenemos una hora para desarreglar esa impecable cama —susurró Pedro parado detrás de Paula cuando sintió la puerta principal cerrarse y empezó a besarle el cuello.
Después de un rápido encuentro sexual que no se llevó a cabo ni siquiera en la hermosa cama, sino en el diván de terciopelo púrpura frente a ésta, se dieron un baño juntos pero con los cuerpos satisfechos, por lo que no tuvieron relaciones de nuevo, se pusieron algo más adecuado al clima y bajaron para disfrutar de una guancia di vetello al Barolo, que eran cubos de carne magra, hecha al horno en su propio jugo, con papas cocinadas también al horno y una exquisita versión de la ensalada caprese que incluía finas tiras de jamón serrano. Una nueva receta que Paula podía agregar a sus favoritas, porque en verdad estaba deliciosa y como siempre, un maravilloso vino seleccionado por Pedro.
A la una de tarde apenas podían mantener los ojos abiertos, así que dejaron a Margarita encargarse de lo que les hacía falta y ellos subieron para descansar un par de horas.
Cuando Paula despertó, la tarde caía y la casa se hallaba en completo silencio, por lo que dedujo que la mujer se había marchado, dejó que Pedro durmiera un poco más, debía estar agotado por haber hecho dos viajes tan largos.
Se puso de pie caminando hacia la ventana, que era en realidad una puerta que daba a un balcón, se quedó tras la cortina pues estaba completamente desnuda, siempre dormía así junto a Pedro, había recuperado esa vieja costumbre que adquirió años atrás y no había vuelto a llevar, porque solo él le inspiraba la libertad para mostrarse sin recatos.
Luego de estar varios minutos observando el hermoso paisaje, recordó que había llevado su portátil pues había comenzado a escribir y cuando estaba en esos procesos no la dejaba en ningún momento, no sabía cuándo podía ocurrírsele una idea. Se acercó hasta donde había dejado su bolso y la sacó, la encendió posando su brazo en las cornetas para ocultar el sonido que hacía al iniciar, no quería despertar a Pedro, le bajó todo el volumen y abrió el documento.
—Paula, ven a la cama —esbozó él medio dormido.
—No quería despertarte… lo siento —susurró mirándolo.
—Tranquila, solo me extrañó no sentirte cerca, ven y haz lo que estés haciendo desde aquí —le pidió extendiéndole la mano.
—Ok, pero sigue durmiendo —dijo regresando hasta la cama.
Le dio un toque de labios y se tendió sobre su estómago quedando con la cabeza a los pies de Pedro, para evitar que el sonido de las teclas lo molestara, aunque estaba solo leyendo evitaría hacer ruidos, dejó ver una sonrisa al sentir que él apoyaba a cabeza junto a sus pies, dejando que la
respiración cálida y acompasada le calentara la piel.
Pedro despertó después de unos minutos parpadeando para ajustar su vista a la tenue oscuridad de la habitación, el sol estaba cayendo pero aún sus rayos aportaban un poco de claridad, además del resplandor que brindaba la portátil. Él la recorrió con la mirada sintiendo en su corazón una maravillosa sensación de felicidad, amaba a esa mujer y se sentía fascinado por ella incluso cuando la veía trabajar, sobre todo si lo hacía desnuda; llevó la mano hasta el perfecto trasero para acariciarlo.
—Veo que ya despertó señor Alfonso —susurró ella sonriendo y se volvió para mirarlo por encima del hombro.
—Te ves hermosa —esbozó sonriendo, sintiendo el deseo despertar.
—Me veo igual que siempre —dijo ella mirándolo divertida.
—Pues siempre luces hermosa —indicó moviéndose para quedar en su misma posición, cubriéndola con su cuerpo y percibiendo el temblor en ella cuando dejó caer un par de besos en su nuca después de hacer el cabello hacia un lado— ¿Guardaste los cambios? —le preguntó al oído refiriéndose al documento, ella asintió con la cabeza y él alejó la portátil de sus manos, cerrándola con cuidado para colocarla sobre el diván.
Paula sentía cómo su cuerpo se convertía en una hoguera una vez más, el peso de Pedro sobre ella la calentaba y excitaba como nada en el mundo, suspiró cerrando los ojos al sentir la firme erección deslizarse sobre su trasero y tembló cuando el mordió con suavidad su hombro, no pudo
retener el jadeo que brotó de sus labios ante ese gesto.
—Relájate preciosa —le susurró deslizando sus manos por los costados de Paula, deleitándose con su suave piel y suspiró en su nuca antes de comenzar a descender, dibujando un camino de besos a lo largo de su espalda—. Me encanta tu olor… tu piel… tu sabor —pronunciaba entre besos, dejando uno lento y húmedo en cada una de las turgentes nalgas, sonrió al ver cómo ella elevaba las caderas en una silenciosa y sensual invitación para que continuara.
Paula sentía que se derretía bajo el influjo de los besos de Pedro, él tenía un poder de seducción tan grande que la dejaba sin voluntad, andando a la deriva en ese mar de placer que creaba para ella. Lo sintió bajar por sus muslos, trazando un camino con sus labios hasta detenerse en ese
sensible espacio detrás de sus rodillas, y depositar un beso pausado que fue acompañado por una leve mordida, después una caricia de su lengua que buscó aliviar ese delicioso dolor que recorrió todo su cuerpo, hasta desembocar en su intimidad, provocando que los músculos se contrajeran deseándolo con locura. Jadeó cuando Pedro la jaló con suavidad de las caderas para dejarla en medio de la cama y apartó las almohadas, quedándose solo con una.
—Levanta las caderas Paula —expresó con la voz ronca y la instó apoyando su mano en el hueso de la pelvis.
La vio recoger sus rodillas y codos para hacer lo que le pedía, metió la almohada debajo de ella dejando su trasero más elevado que el resto de su cuerpo, le juntó las piernas con suavidad y una vez más la ponía bajo él, gimiendo al sentir la necesidad en ella cuando sus caderas lo buscaron.
—Me estás enloqueciendo —esbozó ella que se sentía temblar ante tanta expectativa, era como si Pedro nunca la hubiera tocado.
Así sentía hacer el amor con él, siempre descubriendo nuevas sensaciones y emociones, llegando más alto cada vez que la hacía tener un orgasmo, exigiéndole sin palabras que le entregara todo, lo pudo comprobar cuando le sujetó las caderas para penetrarla lentamente.
—Tú me hiciste perder la cabeza hace mucho Paula —susurró él mientras se mecía suavemente, apoyando sus pies en la cama.
Ella jadeó la sentirlo tan profundo y poderoso en su interior, no tenía que ir de prisa pues ese ritmo lento también le daba un placer intenso, había descubierto que sin importar la manera en la cual Pedro la tomara, siempre la llenaba de gozo. Apoyó sus pies en la cabecera de madera cuando él comenzó a ir más rápido, giró la cabeza hacia un lado para dejarla descansar mientras gemía ante cada penetración.
Él comenzó a darle besos en el hombro, subiendo por su rostro a la comisura de sus labios para acariciarlo con su lengua, pidiéndole a ella que abriera la boca para entrar y el primer roce de sus músculos calientes los hizo gemir. Las sensaciones que le provocaba Paula lo hacía desear más y más, ella en verdad era única para él, no podía nunca compararla con ninguna otra, porque sencillamente nadie se entregaba como lo hacía su mujer. Le soltó las caderas para buscar los brazos y deslizó sus manos hasta encontrar sus dedos, entrelazándolos con los suyos mientras aumentaba el vaivén de sus caderas.
Los sonidos que llenaron la habitación dispararon la excitación en ambos, ella empujaba el cabecero contra la pared haciéndola chocar cada vez que lo sentía entrar en su cuerpo con contundencia, jadeando con los ojos cerrados mientras sentía sus músculos tensarse un poco más a cada minuto, y cuando estaba rozando el cielo con sus dedos él cambió de posición con tanta rapidez, que ella apenas tuvo tiempo de liberar un grito de placer al sentirse invadida con mayor poderío.
Pedro había rodado sobre su espalda llevándola con él para tenerla encima, moviéndose desde abajo para evitar separarse, pasó un brazo por los senos de Paula y otro por su cadera mientras empujaba dentro de ella con desespero para ir tras esa liberación que ansiaba tuvieran juntos. La sintió separar las piernas dejándolo en medio y apoyándose con la punta de los pies en la cama, comenzó a moverse a un ritmo igual de frenético que el suyo, resbalando sobre su cuerpo húmedo y caliente que a cada segundo se contraía con mayor fuerza.
Paula se aferró con una mano al brazo de Pedro que estaba sobre sus senos y ejercía una presión dolorosa pero excitante, mientras que con la que le quedaba libre buscó la mano de él que le apretaba la cadera y la llevó hasta la unión de sus cuerpos, pidiéndole con gesto que la tocara, porque no lograba encontrar su voz para expresarlo.
—Vente conmigo Paula —pronunció en su oído justo antes de gemir con fuerza contra su cuello y tener la primera descarga.
Ella liberó un jadeó que pareció romperle la garganta y su cuerpo empezó a convulsionar, cerró los párpados con fuerza mientras gritaba palabras que ni siquiera entendía, las lágrimas hicieron acto de presencia bajando densas y tibias por sus sienes, cuando sintió la fuerza del maravilloso abrazo que le brindó Pedro y que la mantuvo en un estado idílico sin saber por cuánto tiempo.
—Creo que he muerto y estoy en el cielo —esbozó Paula minutos después, con la voz ronca, los ojos cerrados y una gran sonrisa.
—¿Te inspiraré ahora para escribir poesía? —preguntó Pedro sonriendo mientras la mantenía abrazada a él.
—Tú me inspiras para todo Pedro… me inspiras a volar muy alto, a vivir —expresó dándole a su corazón plena libertad para hablar.
—Te amo tanto… tú también me inspiras a volar, tú eres mi cielo Paula —dijo haciendo más estrecho el abrazo y le besó el cuello.
Una vez más ambos rogaban para que el tiempo se detuviera en ese instante y poder permanecer tan unidos, con la certeza de que no habría más despedidas, ni el insoportable dolor producto de la ausencia, que estarían juntos para toda la vida y así se sumieron en un profundo sueño.