martes, 8 de septiembre de 2015
CAPITULO 198
Despertaron de nuevo cerca de medianoche cuando sus estómagos les exigieron alimento, bajaron para prepararse unos emparedados. Una hora después, regresaban a la habitación con la intención de darse una ducha y acostarse temprano, puesto que la familia de Pedro llegaría a media mañana y habían planeado recibirlos con un desayuno.
Ella deslizaba sus manos cubiertas de jabón por el cuerpo de Pedro, disfrutando la sensación de los fuertes músculos bajo la suave y cálida piel, brindándole un gesto aparentemente casual. Pero cuando sus miradas se encontraron, él supo interpretar sus verdaderos deseos y le
dedicó una hermosa sonrisa.
—Vas a acabar conmigo… juro que vas a acabar conmigo Paula Chaves —susurró contras los labios rojos de ella.
—No seas exagerado y piensa que debemos aprovechar el tiempo, porque cuando lleguen tus padres, ni sueñes que me voy a escapar contigo a cada rato para que tengamos sexo —le advirtió rodeándole el cuello.
Él sonrió subiéndola en vilo mientras con la mirada le pedía que lo envolviera con sus piernas.
Ella lo hizo de inmediato sintiéndose feliz por haber conseguido su objetivo. Un segundo después ambos estaban unidos y acoplados perfectamente, sus cuerpos se movían sincronizados entre gemidos y jadeos, besos, succiones y mordiscos. Deslizándose por el agua que los empapaba mientras los movimientos cada vez más enérgicos hacían chocar sus cuerpos, creaban una fricción y una melodía que los estaba llevando a la locura.
Él comenzó a sentir que sus piernas flaqueaban y aunque no quería separarse un instante de Paula tampoco deseaba que ambos terminaran cayendo y ella se hiciera daño, separó sus labios de los de ella, primero para tomar aire y poder hablar.
—Necesito que te pongas de pie Paula… —le dijo en un murmullo y con la respiración agitada.
—¿Por qué? —preguntó alarmada.
Él dejó ver una sonrisa y le acarició la mejilla con una mano, mientras la otra la sostenía por la cadera, le dio un suave beso en los labios para borrar la angustia de sus facciones y le explicó.
—No soy el hombre de acero y mis piernas aunque bien entrenadas están a punto de fallarme… si no te bajo ahora terminaremos en el suelo… creo que has empezado a sufrir los resultados de comer tanta pasta —respondió en tono de broma.
—¡Tonto! Yo no estoy gorda… la culpa es de tus piernas de avestruz —lo culpó dándole un golpe en el hombro y al ver el asombro reflejado en el rostro de Pedro comenzó a reír.
Él hizo un gesto de dejarla caer por burlarse y ella se asustó aferrándose con fuerza a su cuello, pero al ver la sonrisa pícara que esbozó le dio otro golpe, después le desordenó el cabello lanzándolo todo hacia su cara y comenzó a reír como una niña.
—¡Paula que no puedo ver! —la regañó intentando mostrarse serio, pero también sonreía.
—No necesitas verme… solo tienes que sentirme —susurró y comenzó a besarle el cuello, mientras le acariciaba la espalda y los hombros lentamente, tomándose su tiempo en pasear su lengua por el cuello grueso y tibio de Pedro, disfrutando de escucharlo gemir y ese excitante temblor que le regalaba—. Bájame —le pidió al oído y antes de eso recorrió con su lengua del pabellón hasta el lóbulo.
Él lo hizo muy despacio, sonriendo al ver que las piernas de ella también flaqueaban, le dio un beso en el cuello y se disponía a tomarla de nuevo cuando Paula negó con la cabeza, lo tomó de la mano para sacarlo de ese lugar. Pedro intentó preguntarle algo, pero ella solo dejó ver una sonrisa y le dio un suave beso en los labios callándolo.
Abrió la puerta corrediza y caminó con él hasta un sillón de dos puestos que se encontraba junto al vestidor, lo hizo sentarse en la oscura piel terracota que debió estar fría por el gesto en la cara de Pedro.
—¿Cómodo señor Alfonso? —preguntó mirándolo a los ojos con una seductora sonrisa que iluminaba su mirada.
—Mucho —respondió admirándola.
—Perfecto —esbozó Paula y se montó sobre él a horcajadas, dejándolo en medio de sus piernas, bajó despacio hasta rozar sus intimidades— ¿Desea continuar o está muy cansado? — inquirió en un tono arrogante mientras sonreía sintiéndose dueña del momento.
—Estás muy graciosa, yo que tú mido mis palabras, a menos que estés dispuesta a recibir una tunda por altanera —la amenazó.
—Dame las riendas y verás quién termina recibiendo una paliza —susurró en medio de un gemido y bajó deslizándolo en su interior, sintiéndolo llegar muy profundo, disfrutando del temblor que le entregó.
Ella comenzó a moverse con suavidad, tomándose su tiempo para irlo excitando de a poco hasta llevarlo al mismo estado de antes, pudo sentir al cabo de un minuto que Pedro no podía mantener una actitud pasiva y quiso tomar el control imponiendo un ritmo más acelerado, tomándola por las caderas. Paula jadeó ante la secuencia de sus penetraciones, pero no estaba dispuesta a abandonar su objetivo, así que moviéndose se alejó de él y se dio la vuelta para darle la espalda, intuyendo que así tendría más control.
Se sentó sobre las piernas de Pedro, mirándolo por encima del hombro y pidiéndole que la dejara llevar las riendas de ese encuentro.
Pedro intentó quedarse quieto mientras Paula comenzó a meterlo dentro de ella con movimientos lentos, pero que lo llevaban a lo más profundo de su cavidad. Mientras dejaba caer suaves besos en la espalda tersa de ella, desde el inicio siguiendo toda la columna hasta donde podía alcanzar, llevando sus manos a los senos de Paula para acariciarlos y disfrutó de esas secuencias de gemidos que ella le entregó y de ese gesto sensual y espontáneo cuando lanzó su cabello hacia atrás; cerrando los ojos para elevar el rostro colmado de placer al cielo.
Ese gesto hizo que Pedro desviara su atención al espejo frente a ellos y casi se corrió ante la imagen que le mostró Paula. Perfecta, hermosa, sensual y asombrosamente erótica; la piel sonrojada y brillante, cubierta por una ligera capa de sudor que la bañaba, el cabello húmedo que se pegaba a su rostro, sus ojos cerrados y los labios entreabiertos. Ella se pasó la lengua por los labios y Pedro sintió cómo sus testículos se tensaban ante la primera reacción de un orgasmo en puertas.
—Paula… qué cuadro más excitante me estás entregando… siento que apenas puedo contenerme… eres perfecta mujer y eres mía —susurró contra la piel cálida de su mujer.
La pegó más a su cuerpo mientras veía en el espejo cómo sus manos grandes y fuertes se apoderaban de los delicados senos, los estrujó con fuerza y ella gimió en respuesta, después pasó la lengua por el cuello hasta llegar a su oído, mordió ligeramente la nuca y Paula gimió, presionando sus músculos internos que comenzaron a temblar ante la primera ola de espasmos que precedían al orgasmo.
—Pedro… —susurró y meció sus caderas con premura hacia delante y hacia atrás, sentía cómo el glande de él golpeaba su interior.
—¿Quieres esto? —susurró y comenzó a moverse.
—¡Sí! —exclamó y jadeó con fuerza cuando él aumento el ritmo.
Paula se lanzó hacia delante apoyando la punta de sus pies en el suelo y extendiendo más su pelvis, abriéndose para Pedro hasta que todo él estaba dentro de ella, llevó sus manos temblorosas a los fuertes brazos de él que la rodeaban, comenzó a subir y a bajar. Apretando los párpados con fuerza, sintiendo que todo su cuerpo se deshacía.
El orgasmo que se apoderó de su ser fue como una explosión que no dejó nada en pie, arrasó con todas sus barreras llegando a cada resquicio de su cuerpo, tocando fibras que ella no sabía que existían, pero que había descubierto junto a él.
—Paula… —gruñó soltando una primera descargar de su semen muy dentro de ella, le hundió los dedos en el botón rosado e hinchado y de nuevo la vagina de ella se humedecía y lo apretaba con fuerza— ¡Paula! —exclamó al sentirse ordeñado y liberó una secuencia de descargas que calientes y espesas, se estrellaban muy profundo en ella.
Paula lo sintió llenándola y un nuevo orgasmo la barrió estremeciéndola, haciéndola sollozar; sus piernas temblaron y sintió que caería desmayada en el piso. Buscó apoyo en Pedro dejándose ir hacia atrás, descansando su cuerpo desmadejado en el pecho de él que subía y bajaba en busca de aire.
—Paula… abre los ojos —le susurró con una sonrisa.
—No puedo —esbozó ella sintiéndose muy cansada.
—Por favor… quiero que veas algo —le pidió acariciándola.
Ella lo hizo a duras penas, parpadeó y fijó su mirada en él, pero Pedro le movió el rostro para hacer que viera hacia el frente y sus ojos entrecerrados se abrieron de golpe, cuando vio el gran espejo de cuerpo entero que le devolvía el reflejo de ambos. Desnudos, agotados, con las pieles sonrojadas y sudadas, las miradas brillantes y esa cara de satisfacción que nada en el mundo lograría disimular.
Ella se sintió hechizada ante la imagen, no podía apartar su mirada de ese cuadro tan sensual y erótico que veían sus ojos, era más que eso, era lujurioso y tan íntimo. Sentía su corazón como una locomotora, golpeando con fuerza.
—¿Nos viste todo el tiempo? —preguntó volviéndose a mirarlo, parpadeó aún abrumada por la imagen de sus cuerpos desnudos.
—Sí… no desde el principio… pero buena parte y no te imaginas lo excitante que fue —susurró contra sus labios y después los acarició con la lengua, sonrió cuando ella tembló.
—Quiero hacerlo… —pidió Paula con la mirada cargada de curiosidad y deseo—. Quiero vernos… quiero ver cómo me haces tuya, cómo te ves mientras te mueves dentro de mí —pronunció con la voz ronca por ese par de orgasmos seguidos y por el anhelo que esa imagen mental había despertado en ella.
Pedro dejó ver una sonrisa ladeada, ésa que tanto le gustaba, ella tembló ante el intenso brillo de sus ojos, él asintió y eso hizo que todo en el interior de Paula se contrajera de expectativa.
Esa noche sus cuerpos vivieron y vieron el placer reflejado en más de una ocasión y ella terminó siendo igual o más voyerista que Pedro ante la imagen de sus figuras uniéndose hasta volverse uno solo. Su cómplice: el espejo. Viajó con ellos a varios rincones de la habitación, todos y cada uno
de aquellos donde podía reflejar perfectamente el derroche de pasión que esa noche se dieron la libertad de vivir. Los primeros rayos del sol, los encontraron exhaustos, saciados, radiantes y maravillosamente felices.
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