martes, 8 de septiembre de 2015

CAPITULO 197




Llegaron al pueblo al fin y todo estaba exactamente igual a como Paula lo recordaba, en cuatro años nada había cambiado y eso la llenó de emoción. Incluso la casa de los padres de Pedro se veía idéntica, pero en cuanto entraron notó algo distinto; los muebles no estaban cubiertos por sábanas y el lugar en general parecía haber sido limpiado recientemente, se volvió a mirar a Pedro y vio el desconcierto reflejado en su rostro también.


—Hola Pepe, mira nada más qué guapo luces… pero se han adelantado, tu mamá me dijo que llegarían mañana.


Mencionó una mujer sorprendiéndolos a ambos cuando entró al salón, sobre todo a Paula que sentía el corazón latiéndole en la garganta al recordar lo de los benditos fantasmas del lugar, Pedro tuvo que haberlo notado porque tenía esa sonrisa burlona.


—Hola Margarita, gracias por lo de guapo, pero todos sabemos quién es la reina de Varese — expuso él con una gran sonrisa mientras se acercaba a ella para abrazarla.


—Majadero, aunque de eso no te queden dudas, he sido la única reina que ha tenido Varese… Pero dime, ¿cómo es eso que llegaron hoy? —preguntó mirándolo a los ojos.


—En realidad no estaba al tanto que mi familia venía —contestó.


—Sí, ya lo veo —esbozó la mujer con seriedad mirando a Paula.


—No pongas esa cara mujer, mejor ven para que te presente a la futura madre de mis hijos —dijo sonriente.


—¡Vaya! Eso sí que es una novedad, tú hablando de hijos —comentó realmente sorprendida por la declaración del actor.


Pedro hizo las respectivas presentaciones y minutos después Margarita trataba a Paula como si la conociera de toda la vida, emocionándose cuando ella le comentó que era escritora y le prometió enviarle varios libros dedicados. 


Después de asignarle una de las habitaciones que ya había dejado lista, se despidió asegurándoles que estaría de vuelta en una hora con un exquisito almuerzo propio de la zona, y las compras que había encargado para llenar la despensa como le había pedido doña Amelia.


—Señorita Chaves tenemos una hora para desarreglar esa impecable cama —susurró Pedro parado detrás de Paula cuando sintió la puerta principal cerrarse y empezó a besarle el cuello.


Después de un rápido encuentro sexual que no se llevó a cabo ni siquiera en la hermosa cama, sino en el diván de terciopelo púrpura frente a ésta, se dieron un baño juntos pero con los cuerpos satisfechos, por lo que no tuvieron relaciones de nuevo, se pusieron algo más adecuado al clima y bajaron para disfrutar de una guancia di vetello al Barolo, que eran cubos de carne magra, hecha al horno en su propio jugo, con papas cocinadas también al horno y una exquisita versión de la ensalada caprese que incluía finas tiras de jamón serrano. Una nueva receta que Paula podía agregar a sus favoritas, porque en verdad estaba deliciosa y como siempre, un maravilloso vino seleccionado por Pedro.


A la una de tarde apenas podían mantener los ojos abiertos, así que dejaron a Margarita encargarse de lo que les hacía falta y ellos subieron para descansar un par de horas. 


Cuando Paula despertó, la tarde caía y la casa se hallaba en completo silencio, por lo que dedujo que la mujer se había marchado, dejó que Pedro durmiera un poco más, debía estar agotado por haber hecho dos viajes tan largos.


Se puso de pie caminando hacia la ventana, que era en realidad una puerta que daba a un balcón, se quedó tras la cortina pues estaba completamente desnuda, siempre dormía así junto a Pedrohabía recuperado esa vieja costumbre que adquirió años atrás y no había vuelto a llevar, porque solo él le inspiraba la libertad para mostrarse sin recatos.


Luego de estar varios minutos observando el hermoso paisaje, recordó que había llevado su portátil pues había comenzado a escribir y cuando estaba en esos procesos no la dejaba en ningún momento, no sabía cuándo podía ocurrírsele una idea. Se acercó hasta donde había dejado su bolso y la sacó, la encendió posando su brazo en las cornetas para ocultar el sonido que hacía al iniciar, no quería despertar a Pedro, le bajó todo el volumen y abrió el documento.


—Paula, ven a la cama —esbozó él medio dormido.


—No quería despertarte… lo siento —susurró mirándolo.


—Tranquila, solo me extrañó no sentirte cerca, ven y haz lo que estés haciendo desde aquí —le pidió extendiéndole la mano.


—Ok, pero sigue durmiendo —dijo regresando hasta la cama.


Le dio un toque de labios y se tendió sobre su estómago quedando con la cabeza a los pies de Pedro, para evitar que el sonido de las teclas lo molestara, aunque estaba solo leyendo evitaría hacer ruidos, dejó ver una sonrisa al sentir que él apoyaba a cabeza junto a sus pies, dejando que la
respiración cálida y acompasada le calentara la piel.


Pedro despertó después de unos minutos parpadeando para ajustar su vista a la tenue oscuridad de la habitación, el sol estaba cayendo pero aún sus rayos aportaban un poco de claridad, además del resplandor que brindaba la portátil. Él la recorrió con la mirada sintiendo en su corazón una maravillosa sensación de felicidad, amaba a esa mujer y se sentía fascinado por ella incluso cuando la veía trabajar, sobre todo si lo hacía desnuda; llevó la mano hasta el perfecto trasero para acariciarlo.


—Veo que ya despertó señor Alfonso —susurró ella sonriendo y se volvió para mirarlo por encima del hombro.


—Te ves hermosa —esbozó sonriendo, sintiendo el deseo despertar.


—Me veo igual que siempre —dijo ella mirándolo divertida.


—Pues siempre luces hermosa —indicó moviéndose para quedar en su misma posición, cubriéndola con su cuerpo y percibiendo el temblor en ella cuando dejó caer un par de besos en su nuca después de hacer el cabello hacia un lado— ¿Guardaste los cambios? —le preguntó al oído refiriéndose al documento, ella asintió con la cabeza y él alejó la portátil de sus manos, cerrándola con cuidado para colocarla sobre el diván.


Paula sentía cómo su cuerpo se convertía en una hoguera una vez más, el peso de Pedro sobre ella la calentaba y excitaba como nada en el mundo, suspiró cerrando los ojos al sentir la firme erección deslizarse sobre su trasero y tembló cuando el mordió con suavidad su hombro, no pudo
retener el jadeo que brotó de sus labios ante ese gesto.


—Relájate preciosa —le susurró deslizando sus manos por los costados de Paula, deleitándose con su suave piel y suspiró en su nuca antes de comenzar a descender, dibujando un camino de besos a lo largo de su espalda—. Me encanta tu olor… tu piel… tu sabor —pronunciaba entre besos, dejando uno lento y húmedo en cada una de las turgentes nalgas, sonrió al ver cómo ella elevaba las caderas en una silenciosa y sensual invitación para que continuara.


Paula sentía que se derretía bajo el influjo de los besos de Pedro, él tenía un poder de seducción tan grande que la dejaba sin voluntad, andando a la deriva en ese mar de placer que creaba para ella. Lo sintió bajar por sus muslos, trazando un camino con sus labios hasta detenerse en ese
sensible espacio detrás de sus rodillas, y depositar un beso pausado que fue acompañado por una leve mordida, después una caricia de su lengua que buscó aliviar ese delicioso dolor que recorrió todo su cuerpo, hasta desembocar en su intimidad, provocando que los músculos se contrajeran deseándolo con locura. Jadeó cuando Pedro la jaló con suavidad de las caderas para dejarla en medio de la cama y apartó las almohadas, quedándose solo con una.


—Levanta las caderas Paula —expresó con la voz ronca y la instó apoyando su mano en el hueso de la pelvis.


La vio recoger sus rodillas y codos para hacer lo que le pedía, metió la almohada debajo de ella dejando su trasero más elevado que el resto de su cuerpo, le juntó las piernas con suavidad y una vez más la ponía bajo él, gimiendo al sentir la necesidad en ella cuando sus caderas lo buscaron.


—Me estás enloqueciendo —esbozó ella que se sentía temblar ante tanta expectativa, era como si Pedro nunca la hubiera tocado.


Así sentía hacer el amor con él, siempre descubriendo nuevas sensaciones y emociones, llegando más alto cada vez que la hacía tener un orgasmo, exigiéndole sin palabras que le entregara todo, lo pudo comprobar cuando le sujetó las caderas para penetrarla lentamente.


—Tú me hiciste perder la cabeza hace mucho Paula —susurró él mientras se mecía suavemente, apoyando sus pies en la cama.


Ella jadeó la sentirlo tan profundo y poderoso en su interior, no tenía que ir de prisa pues ese ritmo lento también le daba un placer intenso, había descubierto que sin importar la manera en la cual Pedro la tomara, siempre la llenaba de gozo. Apoyó sus pies en la cabecera de madera cuando él comenzó a ir más rápido, giró la cabeza hacia un lado para dejarla descansar mientras gemía ante cada penetración.


Él comenzó a darle besos en el hombro, subiendo por su rostro a la comisura de sus labios para acariciarlo con su lengua, pidiéndole a ella que abriera la boca para entrar y el primer roce de sus músculos calientes los hizo gemir. Las sensaciones que le provocaba Paula lo hacía desear más y más, ella en verdad era única para él, no podía nunca compararla con ninguna otra, porque sencillamente nadie se entregaba como lo hacía su mujer. Le soltó las caderas para buscar los brazos y deslizó sus manos hasta encontrar sus dedos, entrelazándolos con los suyos mientras aumentaba el vaivén de sus caderas.


Los sonidos que llenaron la habitación dispararon la excitación en ambos, ella empujaba el cabecero contra la pared haciéndola chocar cada vez que lo sentía entrar en su cuerpo con contundencia, jadeando con los ojos cerrados mientras sentía sus músculos tensarse un poco más a cada minuto, y cuando estaba rozando el cielo con sus dedos él cambió de posición con tanta rapidez, que ella apenas tuvo tiempo de liberar un grito de placer al sentirse invadida con mayor poderío.


Pedro había rodado sobre su espalda llevándola con él para tenerla encima, moviéndose desde abajo para evitar separarse, pasó un brazo por los senos de Paula y otro por su cadera mientras empujaba dentro de ella con desespero para ir tras esa liberación que ansiaba tuvieran juntos. La sintió separar las piernas dejándolo en medio y apoyándose con la punta de los pies en la cama, comenzó a moverse a un ritmo igual de frenético que el suyo, resbalando sobre su cuerpo húmedo y caliente que a cada segundo se contraía con mayor fuerza.


Paula se aferró con una mano al brazo de Pedro que estaba sobre sus senos y ejercía una presión dolorosa pero excitante, mientras que con la que le quedaba libre buscó la mano de él que le apretaba la cadera y la llevó hasta la unión de sus cuerpos, pidiéndole con gesto que la tocara, porque no lograba encontrar su voz para expresarlo.


—Vente conmigo Paula —pronunció en su oído justo antes de gemir con fuerza contra su cuello y tener la primera descarga.


Ella liberó un jadeó que pareció romperle la garganta y su cuerpo empezó a convulsionar, cerró los párpados con fuerza mientras gritaba palabras que ni siquiera entendía, las lágrimas hicieron acto de presencia bajando densas y tibias por sus sienes, cuando sintió la fuerza del maravilloso abrazo que le brindó Pedro y que la mantuvo en un estado idílico sin saber por cuánto tiempo.


—Creo que he muerto y estoy en el cielo —esbozó Paula minutos después, con la voz ronca, los ojos cerrados y una gran sonrisa.


—¿Te inspiraré ahora para escribir poesía? —preguntó Pedro sonriendo mientras la mantenía abrazada a él.


—Tú me inspiras para todo Pedro… me inspiras a volar muy alto, a vivir —expresó dándole a su corazón plena libertad para hablar.


—Te amo tanto… tú también me inspiras a volar, tú eres mi cielo Paula —dijo haciendo más estrecho el abrazo y le besó el cuello.


Una vez más ambos rogaban para que el tiempo se detuviera en ese instante y poder permanecer tan unidos, con la certeza de que no habría más despedidas, ni el insoportable dolor producto de la ausencia, que estarían juntos para toda la vida y así se sumieron en un profundo sueño.








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