domingo, 16 de agosto de 2015

CAPITULO 124




Pedro no pudo conciliar el sueño después de aquella inesperada y veloz visita de Paula, claro si a eso se le podía llamar así. Se bañó con rapidez y se colocó un conjunto casual para salir hacia el vestíbulo con la esperanza de encontrarla por allí, quizás se había reunido con la gente de producción en algún salón del hotel o hasta podía estar hospedándose en el mismo.


Al cabo de una hora tuvo que regresar a su habitación cuando vio que todos sus intentos por encontrarla eran en vano, incluso se arriesgó a sacarle información a la chica de recepción, quien era la misma que los había recibido a su llegada, usando sus encantos se acercó a ella para preguntarle en plan de curiosidad, si por casualidad Paula se estaba hospedando en el mismo hotel.


Ella le confesó que sabía que él era actor y que había venido para el casting de Rendición, había atendido dos llamadas de la gente de la productora dirigidas a él, eso le facilitó el camino a Pedro pues la muchacha se mostró dispuesta a darle la información que pedía, pero para su desgracia no era la que deseaba.


Le dijo que la escritora no se encontraba hospedada allí, que quizás había optado por un hotel más cercano a las instalaciones de The Planet o la habían hospedado en alguna casa particular para evitar el asedio de las fanáticas. 


Pedro tuvo que disimular la decepción que esa noticia le había causado, pero también una luz de esperanza se encendió dentro de él porque ella había ido allí precisamente para buscarlo, no se alojaba allí, ni había tenido una reunión, había ido por él, le dedicó una sonrisa a la chica y después de eso decidió regresar a su habitación e intentar ordenar sus pensamientos.


Solo habían pasado un par de minutos desde que revisó su correo por última vez, obviamente a la espera de algún mensaje de Paula, pero como siempre no llegó ninguno, caminaba de un lado a otro de la habitación atento a cualquier ruido proveniente del exterior, parecía un cazador y eso empezaba a hacerlo sentir ridículo, así que optó por cambiarse de ropa y por hacer una rutina de ejercicios para liberar un poco la tensión que lo colmaba.


Entre abdominales, flexiones de pecho y sentadillas se le fueron pasando los minutos, estaba tan concentrado que apenas se percató cuando la puerta se abrió y Lucca entró junto a Lisandro en el salón que antecedía a su habitación, la misma donde él se encontraba haciendo una combinación de flexiones de pecho que también le hacía trabajar los músculos de la espalda y las piernas.


—¿Qué haces allí tirado? —preguntó Lisandro en tono divertido.


—No estoy tirado… hago flexiones —respondió de manera entre cortada por el esfuerzo que el ejercicio requería.


—Ya veo… ¿Sabes que el hotel cuenta con un gimnasio más equipado que cualquiera de Roma? —inquirió de nuevo.


—Lo sé… pero no quería ir al gimnasio del hotel… éstas rutinas puedo hacerlas en cualquier espacio…—respondió terminando la sesión de cincuenta que siempre hacía de esas combinaciones y se puso de pie, tomó una toalla que tenía cerca y se secó el sudor de la frente.


—Pepe, a veces eres tan raro —esbozó su hermano mirándolo.


—Gracias tengo a quien salir, a ti —indicó con media sonrisa— ¿Cómo les fue? Imagino que encontraron algo, después de casi cinco horas de tiendas como mínimo tendrán un traje de alfombra roja —agregó caminando para tomar una botella de agua del mini bar.


—¡Última vez que salgo de compras con Lisandro! —exclamó Lucca mostrándose completamente agotado—. Se queja porque tú te demoras vistiéndote, pero él es una pesadilla escogiendo ropa, se probó más de veinte trajes… caminamos un montón de tiendas y en cada una perdimos casi una hora, yo escogí uno en la primera que visitamos y me hizo dejarlo pues según él debía ver más opciones, todo era un pretexto para arrastrarme hasta la última —se quejó el hombre dejando sobre el sillón las bolsas.


—Por favor Lucca, no seas tan exagerado, tampoco es que fue un martirio, bien contento que estabas con las vendedoras, todas se volvían locas cuando escuchaban nuestro acento y le confirmábamos que éramos italianos, al parecer toda la fama de Franco Donatti se extiende a cualquier hombre que venga de nuestro país, las mujeres aquí están locas por conocer la Toscana — pronunció con picardía.


Pedro dejó ver media sonrisa consciente de que era lo que las mujeres deseaban, no era solo conocer Toscana, era poder hacer y deshacer en ese lugar, tanto como los protagonistas de Rendición.


Si ellas supieran que Paula no había colocado ni la mitad de todas las cosas que ellos vivieron, que quizás consciente de que ese libro iba a ser leído por su familia y amigos o porque le resultase un poco difícil exponerlo todo tal cual sucedió, había omitido muchos de sus encuentros, muchos de los más excitantes, aquellos que de solo recordarlos le calentaban la sangre y hacían que la deseara con locura. 


Sus pensamientos fueron cortados por la voz de Lucca que se defendía de las acusaciones de su hermano.


—Bien, lo admito, hicieron más agradable la espera, pero aun así eso no justifica las cinco horas que perdimos entre tiendas —indicó haciéndose el ofendido.


—Claro que se justifican, mañana iremos a esa fiesta a la altura de todos los demás, acordes con la ocasión y con el protagonista de la cinta, así que deja de quejarte hombre —esbozó con una sonrisa.


—Solo espero que no me hayas arruinado —pronunció Pedro queriendo jugarle una broma a su hermano.


—¡Por supuesto que no! Lucca no me dejó, pero encontramos dos buenos trajes de diseñador a un precio razonable y para que veas que tu hermano siempre se acuerda de ti, también te he traído algo, mira… —le dijo buscando en las bolsas—. Creo que ésta corbata quedará perfecta con el traje que piensas usar mañana… —decía cuando Pedro lo detuvo.


—Te doy mi tarjeta para que te vayas de compras, ¿y me traes una corbata? ¿Te has vuelto ahora Julia Roberts en Mujer Bonita? —preguntó elevando una ceja y conteniendo la risa al ver la cara de Lisandro, estaba para mandar a enmarcar.


—Muy gracioso, pues ahora no te doy nada por malagradecido, igual también combina con mi traje —contestó alejándola de él.


—Solo fue una broma, deja de quejarte que yo siempre soporto las tuyas, a ver dame… —se la pidió con una mirada de inocencia que ni él se creía—. Tienes razón, me quedará perfecta, muchas gracias.


Se tomaron unos minutos para ver lo que habían comprado y después cada uno se retiró a su habitación, debían descansar pues el día siguiente estaría lleno de muchas emociones, sobre todo para Pedro, que sabía perfectamente sería la mejor de todas.







CAPITULO 123




Cuando las puertas del ascensor se abrieron Paula salió casi corriendo del mismo, se encontraba perturbada y con la respiración agitada, seguía caminando tan rápido como sus piernas trémulas se lo permitían, los latidos acelerados de su corazón pulsaban en su garganta y sus sienes.


Bajó en el piso donde se encontraba el restaurante, ese era compartido por ambos hoteles, el Marriot donde se estaba quedando Pedro y el Ritz donde se hallaba ella; definitivamente el destino se había empeñado en jugarle sucio, de todos los hoteles en L.A. ellos habían acertado a hospedarse en los únicos que tenían espacios compartidos.


¿En qué demonios estabas pensando Chaves? ¿Acaso has perdido la razón? ¿Cómo se te ocurre ir a buscarlo? ¿Cómo se te ocurre hacerlo en su habitación? ¿Puedes siquiera adivinar lo que él estará pensando ahora? ¡Eres una estúpida Paula, eres una estúpida! ¡Ir a su habitación! Solo te faltaba el cartel que dijera “He venido porque te necesito desesperadamente”


¡Oh, Dios qué vergüenza! ¿Por qué tengo que ser como soy? ¿Por qué?


Se reprochó en pensamientos mientras caminaba por el pasillo que la llevaba a su habitación, ya allí se sentía más segura, sabía que Pedro no la seguiría hasta ese lugar o al menos eso rogaba.


—¡Paula! ¿Dónde te has metido? Te hemos estado buscando para ir de compras, tenemos que conseguir algo para la fiesta de mañana —mencionó Jaqueline que justo en ese momento salía de su habitación en compañía de Diana.


—Yo… yo estaba… —ella se quedó muda, no sabía cómo 
responder a esa pregunta sin delatarse.


—¿Estás bien hermanita? Parece que hubieses visto a un fantasma.


—Yo… sí, claro estoy bien… es solo que salí a caminar un rato, subí al último piso para apreciar la vista… y creo que me dio un poco de vértigo… eso es todo —contestó dándose la vuelta para abrir


—¿Vértigo? ¡Paula tú vives en un Pent-house de la torre Trump en Chicago! Esta altura comparada con aquella está en pañales ¿segura estás bien? ¿No habrás enfermado por tanto trabajo? —le cuestionó su hermana, posando ambas manos en las mejillas de la chica para tomarle la temperatura—. Estás helada y hasta estás temblando, será mejor que llamemos al médico del hotel para que venga a tomarte la presión y hacerte un chequeo —indicó asustada.


—Di, no es necesario, yo estoy bien de verdad… ya te dije fue solo un leve mareo, no es necesario molestar a nadie ni alarmarnos por un malestar sin importancia, a lo mejor es tanto trabajo que me ha afectado —respondió en tono amable, pero se alejó de ella, no quería que su hermana viese la mentira en su mirada.


—Pau tiene razón Diana, seguramente es a causa de tanto estrés, mejor entremos para que tomes un poco de agua y descanses un rato, las compras pueden esperar —mencionó la rubia, quien había guardado silencio mientras escuchaba la explicación de su amiga y la observaba en detalle sin que ella se sintiese acorralada.


No tenía que ser adivina para descubrir la verdadera razón del porqué Paula se encontraba de esa manera, era evidente que todo se relacionaba con Pedro Alfonso, claro que estando Diana ignorante de la historia entre este par no podía llegar a esa conclusión, pero para ella estaba más que claro.


—Bueno yo sigo preocupada e insisto, deberíamos llamar al doctor, a lo mejor y esos malestares son clara señal de alguna… —se interrumpió y de pronto abrió mucho los ojos —. ¡Pau! ¿No estarás embarazada? —preguntó emocionada.


—¡No! —exclamaron las dos mujeres al unísono.


Paula sintió verdadero vértigo en ese instante, pero reaccionó de inmediato para no entrar en pánico; hacía semanas que ella no tenía relaciones con Ignacio y días después de la última vez había visto su período, así que eso descartaba cualquier idea de un embarazo, además que siempre tomaban precauciones, ella con anticonceptivos y él con preservativos, no cabía la más remota posibilidad que algo como eso sucediese.


—Bueno… yo solo decía, además ¿Qué vas a saber tú, Jaqueline? ¿Acaso también te encargas de cuidar que mi hermana no quede embarazada? —preguntó molesta por la aseveración de la rubia.


—Algo por el estilo, su ginecóloga es también la mía y siempre le recuerdo a tu hermana sus citas con esta, además que ambas utilizamos el mismo método, las inyecciones son mucho más eficaces que las pastillas, así que puedo casi asegurar que ese malestar de Paula no tiene nada que ver con un embarazo —respondió.


—No estoy embarazada Diana, fue solo un leve malestar, ya sé que te mueres por ser tía de nuevo y me encantaría complacerte, es solo que en estos momentos no me siento en la capacidad de asumir un compromiso tan grande como lo es traer a un bebé al mundo —mencionó acercándose a su hermana para darle un abrazo.


Diana dejó de lado el puchero que había formado en sus labios y le dedicó una sonrisa, la abrazó con fuerza para demostrarle que la entendía perfectamente y además la apoyaba, después de todo, ya tenía una sobrina a la cual adoraba y estaba segura que cuando viniesen los de Paula también sería muy feliz, pero solo cuando ella estuviese completamente preparada, no antes y menos bajo presiones.


Paula durante su salida esa misma tarde en compañía de Jaqueline y su hermana a las tiendas, no logró sacarse de la cabeza su casi encuentro con Pedro, recordaba su voz llamándola a momentos y no podía cerrar los ojos porque la mirada desesperada de él llegaba a su memoria estremeciéndole el alma.


Se sentía culpable por haberlo dejado así, pero no podía hacer nada, todo había sido una locura, no era el lugar ni el momento adecuado, había actuado de manera impulsiva y eso podía terminar perjudicándolos a ambos, si alguien se enteraba que se habían visto y además en la habitación de él, el escándalo que se desataría sería de proporciones épicas.






CAPITULO 122



Los días siguientes fueron para Paula y Pedro un ir y venir de emociones y recuerdos que estaban a punto de volverlos locos, se despertaban a medianoche queriendo correr hasta donde se encontraba el otro y hacerle tantas preguntas, querían odiarse y amarse al mismo tiempo, querían tomar un avión y olvidarse de todo.


Pero cuando el sol salía, las cosas parecían calmarse y terminaban comprendiendo que aunque la situación que atravesaban no fuera fácil ya no tenían escapatoria, ambos estaban atados y por más que intentasen luchar no lograrían escapar, lo que debía ocurrir sucedería lo quisieran o no. No se habían visto de nuevo después de las pruebas, pero todo lo que habían vivido durante estas, estaba allí latente, esperando la más pequeña fisura en su autocontrol para trastocarlos y llevarlos a un mar de miedos, dudas y frustraciones.


Pedro se reunió con Martha Wilson y Lucca para acordar lo de su contrato, los italianos sabían que la suma para representar a Franco Donatti sería bastante generosa; tratándose de una de las casas productoras más grandes del país y tomando en cuenta las expectativas que había generado ese proyecto, sabían que no se escatimaría en gastos, sin embargo, no esperaban el monto reflejado en la cláusula que hablaba del pago, claro está, que esa era casi duplicada por la cifra que debía pagar el actor si incumplía con algunas de las exigencias a las cuales accedía al firmar el contrato.


Pedro era consciente que esa cantidad jamás había sido pagada a ningún actor extranjero y mucho menos desconocido como lo era él en Hollywood, pero no demostró su sorpresa, por el contrario su semblante se mantuvo impasible mientras leía la copia que le habían entregado, la misma que tenía Lucca en sus manos, vio cómo su agente sí titubeó un poco ante el monto escrito en el papel.


Él no había venido aquí por dinero, le daba igual la cantidad que fuera, tenía lo suficiente para vivir cómodamente hasta el último de sus días, incluso si decidía internarse en el campo como los ancianos que se jubilaban.


—Señor Alfonso, supongo que debe discutir con el señor Puccini nuestro contrato y está en todo su derecho, pero nos gustaría que nos diese una respuesta cuanto antes, el señor Guillermo Reynolds ha visto su desempeño y ha quedado gratamente sorprendido con el mismo, así como el resto del
equipo… —decía cuando el joven la detuvo.


—¿Lo está Paula Chaves? —inquirió con un tono de voz que era casi demandante.


—Por… por supuesto, ella está muy satisfecha con la selección que hemos hecho, usted mismo pudo comprobarlo cuando se le anunció que había obtenido el papel… —contestó sintiéndose nerviosa, el carácter y la autoridad que mostraba el italiano la hacían sentir como una adolescente
enamorada y no como la mujer de cuarenta y cinco años que era, inspiró para calmarse—. La señorita Chaves no es muy dada a demostrar sus emociones, pero estoy segura que se sentía feliz señor Alfonso, Rendición es su primera obra que será llevada al cine, ella se ha dedicado día y noche a éste proyecto y desea tanto como nosotros que todo salga bien; está bajo mucha presión y quizás por ello usted la haya notado algo distante…—Respondió sintiéndose algo extrañada por el interés que él mostraba con respecto a la opinión de la escritora.


Pedro sentía que esa explicación no disminuía la molestia que se había apoderado de él ante el silencio que mostraba Paula, dos días habían pasado y ella seguía sin buscarlo, esperaba verla allí y afrontar la situación de una vez por todas, pero una vez más sus deseos se habían visto frustrados por los caprichos de ella.


—Estoy segura que una vez que pasen más tiempo juntos se llevarán de maravilla, pueden empezar mañana en la fiesta que dará el señor Reynolds en su casa, tanto usted como su manager están invitados a la misma y por supuesto, si ha venido acompañado por alguien más… su novia, puede traerla también —agregó Martha.


Él se sintió un poco extraviado ante las palabras de la mujer, primero por lo de la fiesta, no tenía conocimiento de eso, suponía que ella estaba esperando que le confirmara si aceptaba firmar el contrato para contarle sobre ello o tal vez lo haría al final de la reunión. Y lo otro fue la mención de su novia, al parecer la noticia de su rompimiento con Romina no había llegado hasta aquí o quizás, ni siquiera en Italia lo sabían, quizás su flamante ex novia no había hecho el alboroto que le había prometido, lo más probable es que estuviese esperando que él llegase derrotado y humillado a pedirle perdón y rogarle para que regresasen, vaya sorpresa se llevaría.


—No tengo pareja en este momento señora Wilson, he terminado con ella semanas antes de viajar hasta aquí, diferencias de opiniones y horarios; solo me acompaña mi agente y mi hermano mayor Lisandro, si no tiene problema en tenerlos a ellos en la fiesta que dará el señor Reynolds, estaríamos encantados de asistir —esbozó con una sonrisa amable, vislumbrando en ese evento su posibilidad de acercarse a Paula—. Bueno, no deseo seguir quitándole su tiempo, sé que tiene muchas cosas que atender aún, me llevo el contrato y le aseguro que mañana tendrá una respuesta, ha sido usted muy amable señora Wilson —dijo poniéndose de pie.


—Ha sido un placer señor Alfonso y por favor llámeme Martha, será maravilloso contar con la presencia de los tres mañana en la fiesta, esta tarde les estaré haciendo llegar las invitaciones, quedo a la espera de su respuesta, muchas gracias por haber venido, hasta pronto —mencionó Martha
levantándose y recibió la mano que él le extendía, su apretón era firme y cálido, le entregó una sonrisa mucho más efusiva que la de él.


—Estamos a su disposición, muchas gracias de nuevo por la invitación —dijo Lucca poniéndose de pie y también le extendió la mano a la mujer mostrando una sonrisa amable.


Los dos caballeros salieron y se dirigieron de inmediato hasta el hotel, durante el trayecto ninguno de los dos mencionó nada sobre el contrato, la fiesta, o sobre la ansiedad que había mostrado Pedro por conocer la opinión de Paula Chaves sobre su actuación.


Cuando llegaron hasta la habitación del Pedro se encontraron en esta a su hermano que estaba en la laptop entretenido en algún juego de la web, él se volvió para mirarlos mientras le extendía la mano pidiéndole la carpeta, en la cual sabía se hallaba el contrato.


—Y bueno… ¿Cómo les fue? ¿Firmaste? ¿Ya eres oficialmente Franco Donatti? —le lanzó una ráfaga de preguntas.


—No, lo traje para leerlo con calma, les daré una respuesta mañana en la fiesta, por cierto, nos han invitado a la mansión de Guillermo Reynolds en Santa Monica, por lo que pude ver él espera anunciar a los protagonistas de Rendición durante la misma, puedo apostar que estará lleno de posibles patrocinadores y periodistas —respondió entregándole el contrato a su hermano, sabía que no lo dejaría en paz hasta saciar su curiosidad.


—¡Genial! Me estaba muriendo de aburrimiento encerrado aquí, nunca he estado en una fiesta de Hollywood, pero creo que serán iguales a las que hemos ido en Roma, afortunadamente siempre llevo conmigo un traje formal —mencionaba mientras hojeaba el contrato saltándose las cláusulas aburridas sobre confidencialidad.


—Yo por el contrario debo buscar uno, no tenía pensado asistir a ninguna fiesta, seguramente el personal del hotel me podrá indicar dónde alquilar algo, no pienso gastar una fortuna en un traje que solo usaré una noche —expuso Lucca aflojándose la corbata.


No era hombre de trajes, nunca lo había sido y se había visto obligado a mostrarse como tal allí en América, pues debía dar una imagen impecable y acorde al agente de Pedro, en Italia no le prestaban mucha atención a eso. 


Pero ahí, en plena hoguera de las vanidades, la cosa era muy distinta, allí hasta los asistentes iban de Hugo Boss.


Pedro dejó ver una sonrisa ante el comentario del hombre, era consciente que Lucca estaba haciendo un gran esfuerzo al mostrarse como el agente pulcro y elegante de un actor de su talla, siendo un hombre de gustos simples sabía que le resultaba difícil, él lo apreciaba y lo admiraba sin importar que prefiriese una cazadora Timberland a una chaqueta Ralph Laurent, después de todo el hombre valía no por lo que se ponía sino por quién era realmente, un gran amigo de la familia, casi un padre para él.


Pedro sabía que ese apego de Lucca para con él, era a debido su único hijo, el mismo que había sido su mejor amigo y que había muerto atropellado por un miserable borracho cuando apenas tenía diez años, eso los había marcado a ambos y también los había unido, desde el mismo instante que Pedro le pidió que lo dejara ser su hijo, que lo dejara llenar en parte el vacío que había dejado Leonardo. El hombre se conmovió tanto ante ese gesto que aceptó y terminó rompiendo en llanto, lloró como Pedro nunca lo había visto y como nunca lo volvió a ver después de aquel día.


Regresó de sus recuerdos, dejó libre un suspiro alejando de él la pena que todo eso le causaba y continuó con lo que lo ocupaba, abrió el armario y extrajo de éste el guarda traje donde transportada el último de noche que había adquirido de la firma Dolce y Gabbana, un diseño exclusivo para él.


—Espera… ¿Nosotros nos vamos a poner trajes alquilados y tú te vestirás con ese? —preguntó Lisandro elevando una ceja.


—Utilizaré éste, creo que es una buena ocasión para estrenarlo, llamaré a recepción para que envíen a alguien a buscarlo y lo dejen listo para mañana en la noche —contestó sin darle importancia al reproche tan infantil que implicaba la pregunta de su hermano.


—Ya veo, bueno Lucca tendré que irme contigo a ver qué encuentro, ni loco me presento en esa fiesta con el traje de tres cuartos que he usado hasta para ir al supermercado —indicó colocándose de pie, levantando la barbilla en un gesto arrogante al ver la sonrisa burlona de su hermano, pero se
detuvo antes de salir, justo al llegar a la página del contrato que le interesaba—. ¡Santa madre de Dios! ¡No, olvídate de alquilar! Tendremos trajes nuevos y los pagará Pedro, con esta cantidad de dinero que obtendrá por representar al famoso Franco Donatti, tendrá hasta para pagarnos las
vacaciones en Ibiza —acotó dejando ver una sonrisa que desbordaba maldad.


—Lisandro pero si ni siquiera ha firmado el contrato, mucho menos ha recibido el pago por éste trabajo… —decía cuando él lo interrumpió alzando una mano.


—Eso no es problema, préstame una pluma por favor y tú jovencito ven aquí de inmediato y estampa tu rúbrica en este lugar, por esta cantidad de dinero yo interpreto hasta al mismo demonio, así que no te hagas de rogar de esta gente ni de tu pobre hermano y manager, igual vas a terminar
aceptando, no creo que haya mucha diferencia entre hoy y mañana —mencionó colocando el contrato sobre la mesa de noche mientras golpeaba con el dedo en éste.


—Lo haré mañana, no antes, así que no me presiones y si quieren comprar trajes nuevos por mí no hay problema, Lucca utiliza la tarjeta de gastos para viajes, en ella hay lo suficiente para comprar todo lo que necesiten y no repares en ello, como ves… los norteamericanos están siendo bastante generosos con el pago —pronunció.


—Hombre, pero si aún no has firmado el fulano contrato y hasta que no lo hagas no tienes nada seguro, además la cláusula del pago habla de un porcentaje al empezar a rodar y otro cuando termine la película y el resto después de la gira que te llevará a promocionarla —señaló en la copia que él tenía entre sus manos.


—¡Vamos Lucca! Tampoco es que voy a arruinarme por un par de trajes, ve hombre… eso sí controla a Lisandro, ya sabes que tiene alma de adolescente, no vaya terminar hasta alquilando un auto solo para ir de compras —dijo mirando a su hermano a los ojos.


—Bueno la verdad… estaba pensando en alquilar uno para mañana, pero no una limusina, eso es muy anticuado, me gustaría algo más propio de nosotros, ¿qué me dices de un Ferrari o un Lamborghini? Estoy seguro que aquí tendrán modelos del año —esbozó con entusiasmo, mientras se peinaba con las manos.


—Lo dicho, contrólalo Lucca por favor y no te preocupes por el transporte, seguro la productora enviará a alguien, siempre lo hacen, ahora si no les importa me gustaría descansar un rato —pidió masajeándose el cuello.


—Hazlo, te ves agotado y no te preocupes por este jovencito, yo me encargo de él —mencionó Lucca con una sonrisa.


—Lucca, ¿cuál jovencito? Por si no lo recuerdas soy mayor que ese idiota que ves allí, tengo treinta y tres años, pero como es quien paga, finjamos que le hacemos caso, duerme pequeñín, regresamos en un par de horas —esbozó en tono burlón.


Ambos hombres se despidieron después de eso, Pedro sonreía al recordar la actitud de su hermano, cada vez le quedaba más claro que los treinta y tres años de los cuales alardeaba habían pasado volando por él, sin dejar la menor huella. Se encaminó hasta el baño mientras desabotonaba su camisa y se sacaba los zapatos utilizando sus pies, lo mismo hizo después con los calcetines los cuales lanzó en el cesto de ropa sucia, estaba por quitarse el pantalón cuando escuchó un par de golpes en la puerta, dejó libre un suspiro suponiendo que quizás Lisandro o Lucca habían olvidado algo. —A ver hermano, ¿qué olvidaste ahora? —inquirió abriendo la puerta de un jalón, pero cuando lo hizo no había nadie allí.


Sacó medio cuerpo y buscó con la mirada en el pasillo para descubrir quién había llamado, primero lo hizo en dirección a las habitaciones de su hermano y manager, pero de inmediato se volvió al escuchar el sonido de unas pisadas apresuradas que eran amortiguadas por la alfombra y venían de la dirección contraria.


La sorpresa de Pedro fue mayúscula cuando descubrió que las mismas pertenecían a una mujer, una a la cual él reconocería entre un millón, sintió su corazón desbocarse en latidos dentro de su pecho, se había quedado inmóvil, apenas si lograba respirar con normalidad y para su desgracia no encontraba su voz, justo cuando las puertas del ascensor se abrieron logró salir del estado en el cual se encontraba.


—¡Espera! ¡Paula, espera! —gritó mientras corría hacia ella.


Paula entró al elevador sintiendo que su cuerpo se había convertido en una especie de masa temblorosa, no lograba coordinar las cosas, ni siquiera había sido consciente de cómo había llegado hasta ese lugar y mucho menos cuando había llamado a la puerta, solo cuándo escuchó que alguien se acercaba para abrirle se percató de lo que estaba a punto de hacer, se llenó de pánico y pensó en huir enseguida, pero al parecer había reaccionado muy tarde.


—Por favor Paula… espera, tengo que hablar contigo —mencionó Pedro a pocos pasos de ella, con la respiración agitada.


—Lo siento… yo… no sé qué hago aquí, lo siento —susurró al tiempo que las puertas se cerraban.


Él corrió acortando la distancia e intentó detenerlas, pero ya no podía hacer nada, presa de la desesperación golpeó con sus palmas un par de veces las puertas metálicas, dejó caer su cabeza contra éstas y soltó el aire que parecía estar atascado en su pecho, no podía dejarla ir, no otra vez, presionó con insistencia el botón de llamada de los dos ascensores, mientras luchaba por normalizar su respiración, de pronto vio como los números en el otro marcaba que se acercaban al piso donde él se encontraba, su pecho se llenó de esperanzas.


—¿Baja señor? —le preguntó uno de los empleados del hotel.


Llevaba un carrito de servicio, seguramente venía de entregar alguno en los pisos superiores, en el interior del ascensor también se encontraban tres mujeres que lo admiraban mostrando un descarado interés, hasta el momento no había caído en cuenta que se encontraba descalzo y llevaba la camisa abierta; su mente se debatía entre bajar y correr para encontrar a Paula o quedarse allí y esperar a verla de nuevo en la fiesta de mañana.


—Disculpe señor… ¿Desea usted bajar? —inquirió una vez más el hombre que mantenía presionado el botón de las puertas.


—No, lo siento… alguien llamó a mi puerta y… no es nada, seguramente se confundió, por favor perdonen las molestias —pronunció aún aturdido.


—No ha sido ninguna en absoluto —mencionó una de las mujeres, por su acento él pudo concluir que era inglesa.


—Si desea puedo enviar a alguien de seguridad para que revise el lugar, hemos tenido algunos episodios del mismo tipo en otros pisos, ya sabe todo este revuelo de los actores… —le susurró el empleado.


—Descuide, no hace falta, una vez más perdonen por las molestias, que tengan buenas tardes — contestó apenas mirando a las personas en el interior del ascensor y después de eso se dio la vuelta.


Paula había estado frente a su puerta, ella había ido a buscarlo allí, no lo había interceptado en las pruebas, no le había enviado un mensaje para verse en algún restaurante o sitio de la ciudad.


No, ella había llegado hasta la misma puerta de su habitación, pero así como llegó también salió huyendo, esa mujer quería volverlo loco, no le quedaba la menor duda de ello, quería hacer que perdiese la cabeza.