lunes, 24 de agosto de 2015
CAPITULO 150
Le daría un preámbulo como ella merecía y como él deseaba, la acercó al sillón en forma de para lentamente irla tendiendo en éste, mientras seguía besándola y acariciándola, gimiendo en cada ir y venir de sus lenguas que se rozaban amoldándose con la misma perfección de años atrás.
No podía darle tiempo a dudar, así que apoyó su cuerpo sobre el de Paula dejando que apenas parte de su peso descansara en ella.
Paula estaba siendo consciente de todo lo que ocurría, pero no tenía la voluntad para detener a Pedro, solo podía besarlo y rendirse a sus caricias, a esa emoción que iba despertando su cuerpo con una contundencia que la hacía estremecer y aferrarse a los fuertes brazos de él, sintiendo la calidez de su piel, la fuerza de sus músculos que se contraían ligeramente soportando el peso.
Llevó una mano hasta la nuca de Pedro y deslizar sus dedos en el cabello castaño de él fue exquisito, lo sintió temblar ante el roce y se aventuró a ir más allá, deslizó su otra mano por la poderosa forma de la espalda de Pedro hasta anclarla en la pretina del jean que llevaba.
Sentía que él la tenía completamente atrapada en ese torbellino de placer, su sentido común se había esfumado y en su lugar solo quedaba esa emoción que era mucho más poderosa que el deseo, era locura y necesidad, era algo que no podía definir pero que la estaba llevando a un lugar donde todo era perfecto. Y en ese lugar solo existía Pedro, él lo llenaba todo, él era todo lo que sentía, lo que anhelaba, lo que necesitaba para sentirse tan plena, tan enamorada que nuevas y viejas ilusiones comenzaban a hacer nido en su pecho.
Las caricias y los besos de Paula estaban despertando su cuerpo, era como si el tiempo no hubiera pasado para ellos, la llama seguía más viva que nunca dentro de su pecho, deslizó una de sus manos por la larga pierna femenina y la movió para apoyarla en su cadera, abriéndose espacio entre las extremidades para que su pelvis rozara la de ella y quedar justo en ese lugar que lo volvía loco, en la calidez y la suavidad que albergaba Paula en medio de sus piernas.
Ahogó con su lengua y un beso más profundo el gemido que ella liberó cuando la hizo consciente de su innegable erección, movió sus caderas una vez más, gimiendo esta vez él al sentirla temblar y sus deseos de darle riendas sueltas a la pasión que bullía en su interior lo rebasaron.
Llevó una de sus manos por debajo de la ligera camiseta que Paula llevaba y le acarició primero el estómago,
luego las costillas hasta llegar a su turgente seno derecho que abarcó por completo.
—Pedro —susurró ella cuando él liberó sus labios para viajar hasta su cuello dejando caer besos húmedos y cálidos, haciéndola sentir el calor de su respiración y su aliento justo lo que había deseado antes.
—Paula —susurró él contra la delicada piel nácar de su garganta.
—No… no podemos… no me hagas esto, por favor —pidió con voz temblorosa pero seguía acariciándole la espalda porque no podía estar sin tocarlo, necesitaba hacerlo, deseaba hacerlo.
—Lo deseas tanto como yo Paula… te estás quemando al igual que me estoy quemando yo, solo abrázame, bésame… siénteme y hazme sentirte preciosa, haznos arder como años atrás — susurró contra sus labios mientras la miraba a los ojos, rozó sus cuerpos y cuando la vio cerrar los ojos supo que se había rendido ante él una vez más.
Estaba a punto de besarla cuando una melodía llenó el ambiente, Paula se tensó de inmediato abriendo los ojos, en ellos estaba reflejado un sentimiento que él no logró definir en ese instante, pero que evidentemente había reemplazado la pasión que segundos atrás la dominaba. El sonido continuó y él buscó el lugar de donde provenía, su mirada se topó con el bolso de Paula tirado cerca de ellos.
—Necesito responder —susurró sintiéndose culpable y apenada.
—No lo hagas… déjalo, quien sea se cansará de llamar —mencionó buscando sus labios, pero ella lo esquivó.
—Pedro por favor —esbozó moviéndose para liberarse.
—¿Es él? —inquirió sintiendo que la llama de la pasión se transformaba en un infierno dentro de su pecho.
Ella no respondió, no hizo falta pues su mirada la delató y ese afán por responderle lo enfureció aún más, se levantó quedando sentando en una esquina del sillón para permitir que ella se pusiera de pie y buscara el maldito aparato que lo iba a volver loco, vio cómo sus manos temblaban mientras
hurgaba en su bolso, lo sacó y se quedó mirando la pantalla, él se odió por ponerla en una situación como esa, pero apenas podía controlar la rabia que lo embargaba.
—¿No piensas contestarle? —lanzó el reto y su voz contenía su furia.
—No sé lo que le diré… —confesó con voz trémula.
—¿Qué te parece la verdad? Deberías ser sincera de una vez por todas con él y decirle que no lo amabas, que solo estás a su lado porque es lo que tus padres desean que tengas, pero que no es lo que tú quieres en realidad —expresó mirándola a los ojos.
—¿Por qué te crees con derecho a hablar de algo que no conoces? —preguntó furiosa y dolida, porque en el fondo sabía que Pedro decía la verdad, pero eso era algo que no admitiría delante de él.
— Paula puedes intentar engañarme todo lo que quieras, pero no lo conseguirás. No lo amabas y puedo asegurar que tampoco lo deseas, junto a él te ves tan fría y opaca, pareces un maniquí… no eres ni la sombra de la chica que fuiste cuando estabas conmigo —se desahogó dejando que el dolor y la rabia salieran en sus palabras.
—Mi relación con Ignacio no es asunto tuyo, no tengo que andar dando muestra de lo que siento por él en público simplemente para que veas que estás equivocado y lo que haga con él en privado es algo que solo nos concierne a los dos —pronunció furiosa pues una vez más él cuestionaba su
relación en un plano íntimo. ¿Acaso se creía que era el único hombre capaz de hacerla sentir mujer? ¿Tan grande era su ego?
—Yo solo hablo de lo que vi ayer entre ustedes, y de lo que siento cuando te tengo en mis brazos, conmigo eres fuego y brillas, seduces con una mirada o una caricia —esbozó mirándola con intensidad y se deleitó con el suave sonrojo que pintó ese bello rostro que ella tenía.
Paula controló un suspiro que revoloteaba en su pecho y estaba por responderle cuando, la imagen de Ignacio y ella abrazados apareció una vez más en la pantalla, junto a la melodía que salía del aparato, sintió que el corazón se le encogía ante la felicidad que mostraba su novio.
—O le contestas tú o lo hago yo —la amenazó mirándola a los ojos.
Ella lo miró entre molesta y aterrada, él parecía haberse vuelto loco, no estaba dispuesta a dejar que lastimara a Ignacio ni destruyera una relación de dos años simplemente por puro capricho. Lo miró desafiante y deslizó su dedo por la pantalla para atender la llamada.
—Hola, disculpa que no te respondiera cielo, tenía el teléfono vibrando, que alegría escucharte —contestó manteniéndole la mirada.
Pedro tuvo que aferrarse a todo su autocontrol para no arrancarle el teléfono de las manos y decirle al imbécil de Howard dónde y con quién realmente se encontraba su perfecta novia. Caminó para alejarse de ella y la maldita vista del ventanal lo hizo tensarse, pero la rabia no dejó que se paralizara, se dirigió hasta su habitación y cerró la puerta estrellándola con fuerza, a sus cojones si el miserable intruso lo escuchaba, ya comenzaba a cansarse de todo eso.
Paula solo estuvo dos minutos al teléfono, justificó el fuerte golpe diciendo que estaba en la terraza y la brisa cerró la puerta, por suerte él le creyó. Su novio la llamaba para disculparse por su actitud de la noche anterior y para compensarla invitándola a cenar. Ella se negó en un principio, pero consciente que podía darle mayores motivos a Ignacio para sospechar y molestarse de nuevo con ella terminó aceptando.
Se quedó cerca de un minuto mirando la pantalla en negro y después elevó el rostro encontrándose con la mirada fría y distante de Pedro, desvió la suya y tomo su bolso dispuesta a irse sin decirle una palabra, pero cuando estaba por abrir la puerta se volvió regresando hasta quedar muy cerca de él, mirándolo a los ojos.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me haces todo esto? ¿Por qué te empeñas en arruinar mi vida Pedro? ¿Para qué regresar a removerlo todo si sabes de ante mano que no funcionará? — preguntaba dolida por la actitud de reproche que él mostraba.
—¿Por qué te cierras de esa manera Paula? ¿Por qué te niegas a darnos una oportunidad? Aún sientes algo por mí, me lo acabas de demostrar en ese sillón, me lo has demostrado desde que nos vimos de nuevo… me pediste un acto de fe y aquí estoy, dime qué más quieres y te lo daré — pronunció mirándola con seriedad.
—Gracias, pero llegas muy tarde… yo esperé por ti Pedro, esperé mucho tiempo y jamás recibí un mensaje de tu parte, no hiciste ningún intento por acercarte a mí… por el contrario
regresaste a tu mundo y me olvidaste por completo. ¡Pues bien! Yo también lo hice y tú no tienes ningún derecho a reprocharme nada, es mi vida y hago con ella lo que mejor me parezca —mencionó mirándolo a los ojos, se sentía furiosa al verlo tan impasible mientras ella se caía a pedazos por dentro y luchaba contra las lágrimas.
—Tú tampoco me escribiste o intentaste contactarme ¿Por qué tenía que ser yo quien se doblegara? —inquirió molesto por sus acusaciones.
—¡Porque fuiste tú quien me dejó ir! —exclamó asombrada ante su cuestionamiento—. Sabías que deseaba continuar con nuestra relación aunque fuera estando lejos, pero no te importó… eras quien debía dar el primer paso —decía cuando él la detuvo.
—Lo estoy haciendo ahora, ¿o acaso crees que viajé hasta aquí solo por el protagónico de Rendición? —preguntó furioso.
—Pues ahora no vale de nada, ahora yo tengo la vida que deseo, tengo a un hombre que me ama a mi lado, que haría lo que fuera por verme feliz, para el cual soy perfecta tal como soy y no intenta cambiarme… esta es la vida que tengo y la que deseo, lo que tú puedas ofrecerme ya no me interesa así que no entiendo porqué sigues aquí —dijo con toda la rabia que corría a través de sus venas.
—No lo entiendes… ¿De verdad? Bueno déjame decir algo Paula ¡Yo tampoco lo hago! ¡No entiendo qué carajos hago aquí! Yo podía decir adiós y dejar ir a una mujer sin tocarme el corazón y me sentía feliz siendo así. Fuerte, decidido, independiente… Pero llegaste tú, llegaste tú y lo cambiaste todo, contigo todo es distinto, único. Nadie se parece a ti, nada de lo que haga con otras mujeres me llena como lo hacías tú, y te juro que no he deseado a ninguna otra como te deseo a ti, pero dime ¿Qué gano con todo eso? Ya no sientes lo mismo, la verdad ni siquiera puedo asegurar que lo hayas sentido, ya lo dijiste antes “Escribo ficción, nada de eso tiene que ver conmigo”.
—No estás siendo justo… no puedes condenarme por todo, ni exigirme que deje mi vida aquí para tener una nueva aventura contigo que seguramente terminará en un fracaso como la anterior. Lo siento Pedro ya no soy una chica que pueda darse esos lujos… si viniste aquí creyendo que yo me lanzaría a tus brazos en cuanto te viera te equivocaste, tu tiempo ya pasó, así que te aconsejo que cambies de dirección —esbozó llena de rencor porque tuvo que soportar durante un año todos los rumores que lo relacionaban a decenas de mujeres en Italia.
—Te veo y no puedo creer que seas la misma mujer… sé que fallé y que no sería fácil tenerte junto a mí de nuevo, pero te escucho y es como hacerlo con una completa extraña ¿Sabes lo que deseo? Ahora lo único que quiero es irme de aquí y olvidarme de todo, tener la entereza que tuve antes para lanzarte al olvido como hice con las demás… —dejó escapar un suspiro trémulo de sus labios y negó con la cabeza, bajando el rostro para esconder sus emociones—. No te imaginas con cuánta fuerza lo deseo Paula Chaves, pero tengo un problema, frente a ti me quedo sin fuerzas, sin voluntad… Mi vida no era perfecta era un desastre, pero era mía. No necesitaba que te metieras en mi corazón, en mi piel, en mi alma… que te volvieras mi debilidad —su voz se quebró y sus ojos derramaron las lágrimas con la cuales había estado luchando.
Ella se quedó en completo silencio ante las palabras de Pedro que le oprimieron el corazón, sintió que su garganta empezaba a cerrarse y las lágrimas colmaron sus ojos, le dolió verlo así y no supo qué la mantuvo allí congelada, qué impidió que se acercara hasta él y abrazarlo como estaba deseando. Había tanto dolor y resentimiento entre los dos, se habían lastimado mucho y lo seguían haciendo porque sus palabras contradecían su actitud, era evidente que a él no lo hacía feliz que ella tuviera ese poder sobre su vida.
—Una vez me dijiste que necesitabas a un hombre que no se rindiera a la primera y que lo apostara todo por ti, vine hasta aquí dispuesto a demostrarte que yo soy ese hombre… pero tú no eres la misma mujer que me lo exigió —esbozó con tanto dolor que su voz estaba ronca y transmitía su lamento, ver que ella seguía en silencio terminó por acabar con las esperanzas que tenía, caminó hasta la puerta y la abrió—. Vete de aquí Paula… Regresa con tu vida de mentiras, regresa con él y complace a todos menos a ti, sigue engañándote… sigue siendo la cobarde que siempre has sido. Esto era todo lo que necesitaba para terminar contigo —finalizó mirándola con más dolor que rabia.
Las palabras de Pedro la hirieron profundamente, habían pasado muchos años desde que él la lastimara de esa manera y no podía creer que lo estuviera haciendo de nuevo, que ella le hubiera dado la libertad para afectarla así.
Caminó tan rápido como sus piernas trémulas le permitieron,
antes de salir se detuvo con la vana esperanza que él no la dejara irse, pero tal y como pasó antes, se quedó inmóvil.
Salió manteniendo la cabeza en alto, sintiendo que eso también era lo que le hacía falta para terminar con él, para cerrar este capítulo en su vida y poder ser de una vez por todas feliz junto a Ignacio. Eso se decía para armarse de valor y no derrumbarse en medio de ese pasillo, pero al sentir que su lucha contra las lágrimas estaba perdida corrió hasta el ascensor llevándose la mano a la boca para ahogar los sollozos que amenazaban con reventarle la garganta.
Él cerró la puerta en cuanto ella salió y apoyó la frente en ésta, cerró los ojos para evitar que las lágrimas lo rebasasen, pero al no poder hacerlo descargó su furia en la puerta dándole varios golpes a la madera. Ella se había ido una vez más de su lado y estaba seguro que ya no habrían segundas oportunidades para los dos.
CAPITULO 149
Pedro acababa de salir de la ducha y se estaba vistiendo cuando escuchó que llamaban a la puerta, eso lo extrañó mucho pues no había pedido ningún servicio de habitación, se puso con rapidez un jean gris plomo y sin preocuparse por cubrir su torso salió para atender a quien llamaba a su puerta. Había perdido todas las esperanzas de que fuera la mujer que esperaba, sabía que Paula no cedería tan rápido y menos si seguía manteniendo la estúpida idea de que él deseaba seducir a Diana.
Pero al abrir la puerta y verla parada delante de él, su corazón se olvidó de toda la molestia que había sentido contra ella, casi vio su mundo iluminarse y una sonrisa afloró en sus labios.
—Necesito que hablemos —comentó ella, y una vez más temblaba ante el espectáculo que era el cuerpo de Pedro.
—Se te está haciendo una manía esto —dijo intentando no sonreír.
—Y a ti abrir la puerta medio vestido —esbozó y se arrepintió de inmediato al ver esa sonrisa hermosa y arrogante de él.
—Bueno sabes bien que no tengo problema con la desnudez —dijo y disfrutó al ver que ella se sonrojaba— ¿Quieres que hablemos dentro o salgo medio vestido al pasillo? —inquirió
provocándola.
—Lo haremos dentro —contestó ella sin poder evitar caer ante el reto en las palabras de Pedro.
—Me parece perfecto, no queremos provocar un escándalo haciéndolo afuera, además que no traes un vestido, eso sería sin duda mucho más apropiado —pronunció en el mismo tono seductor y la invitó a pasar con un ademan mientras la miraba descaradamente.
—Deja de lado los juegos Pedro que no estoy para ello, lo que he venido a decirte es serio —indicó volviéndose a mirarlo después de echar un vistazo al salón de la suite y se cruzó de brazos.
—Bien, habla —dijo cerrando la puerta, se apoyó de espaldas a ésta adoptando una postura relajada.
—He venido a exigirte que te alejes de Diana —mencionó mirándolo.
—Has venido a exigirme... ¿Y desde cuándo yo hago lo que me exiges? O mejor dicho ¿Desde cuándo yo cumplo con tus exigencias si no son teniéndote desnuda para mí? —inquirió elevando una ceja.
—¡Maldita sea Pedro deja ya eso! Esto es serio… Diana es apenas una chica, puede parecer que ha recorrido mundo y que tiene mucha experiencia, pero en el fondo es solo una niña jugando a ser grande… es apenas tres años mayor que Alicia —mencionó desesperada.
Las palabras de él la perturbaban hasta el punto de sentir todo su cuerpo tenso y a la espera de que la tocara, además que le hicieron recordar lo que vivió minutos atrás en su bañera porque las palabras “desnuda y Pedro” eran un golpe para su estabilidad.
—Lo sé —contestó él tornándose serio.
—¿Y entonces por qué haces todo esto? ¿Por qué alimentas sus ilusiones? —preguntó sintiéndose realmente molesta.
—¿En serio crees que yo estoy intentando seducir a Diana? —preguntó mientras la miraba y comenzaba a sentirse furioso. Ella se quedó en silencio dándole mayores motivos para estar molesto —. Te dejaré claro esto solo una vez Paula. Cuando yo deseo a una mujer y veo que ella también me desea la tengo sin importarme quién se oponga, el caso aquí es que yo no deseo a Diana porque para mí es como ver a mi hermana Alicia, porque así la concebí hace más de tres años cuando tú me hablaste de ella. No planeo seducirla ni nada por el estilo, ella sencillamente se ofreció a acompañarme para conocer la ciudad y me pareció de mal gusto rechazarla —mencionó mirándola a los ojos.
—¡Por favor Pedro! No me trates como una estúpida porque no lo soy, tú no estás aquí en plan de turista, tú viniste hasta Chicago con la única misión de atormentarme —le reprochó
sosteniéndole la mirada.
—O quizás sí tenga trazado un plan para seducir a una Chaves —esbozó acercándose a ella y su sonrisa ladeada se hizo presente cuando la vio retroceder dos pasos—. Pero no es la que tú crees, pues no es esa la que me interesa sino la que está justo frente a mí, la que vino a buscarme a una habitación de hotel donde estaríamos los dos solos sabiendo el riesgo que corre, consciente de la atracción que existe entre los dos y de las inmensas ganas que tenemos de recordar —susurró acercándose a ella hasta quedar tan cerca que podía sentir la respiración cálida y agitada.
—Pedro Alfonso… deberías saber que este juego ya no te resulta conmigo —mencionó haciéndose hacia atrás, no podía empujarlo porque eso sería apoyar sus manos en ese pecho que la seguía tentando demasiado, respiró profundamente irguiéndose para parecer más segura.
—¿En serio? ¿Será que estaré perdiendo mis habilidades? —inquirió elevando una ceja, llevó su mano hasta el nacimiento del trasero de Paula y la atrajo pegándola a él— ¿O será que tú estás haciendo hasta lo imposible para no ceder, para no dejarte llevar? —preguntó mirándole los labios mientras sentía el suave roce que le daban los senos de Paula en su pecho por el ritmo de su respiración.
—Te sientes tan seguro de ti mismo, eres tan arrogante que piensas que ninguna mujer se puede resistir a ti, la verdad me da pena lo equivocado que estás Pedro —dijo sacando fuerzas de su interior.
—No, no estoy errado, quizás no pueda hacer que todas las mujeres caigan a mis pies, pero sé de una a la que puedo enloquecer y hacerla rendirse a mí —contestó llevando su otra mano a la nuca de Paula.
—No tan rápido señor Alfonso—le advirtió ella apoyando sus manos en los hombros de él para intentar alejarse.
—Me encantaba cuando me llamabas así —mencionó y antes que Paula pudiera protestar de nuevo, la calló con un beso.
Tal y como esperaba, ella se resistió negándose a entregarle eso que los dos deseaban, nunca había forzado a una mujer y no empezaría con la que amaba, así que fue suavizando el beso persuadiéndola de dejarse ir, acariciándole la cintura y dejando que su lengua rozara la de Paula hasta hacerla gemir y temblar, ella relajó la presión que ejercían sus dedos y parecían querer clavársele en los brazos, él se confió deslizando la mano de la suave nuca hasta el cabello corto de Paula, enredando sus dedos para atraerla, profundizando más ese beso que le despertaba el cuerpo y le calentaba la piel.
Paula comenzaba a perderse en medio del placer que Pedro le daba, pero al sentir que la mano de él abandonaba su cintura y subía buscando sus senos, supo que tenía que detenerlo en ese instante.
—¡Eres un bruto! —le gritó liberándose y le pegó en el hombro, pero al ver esa sonrisa cargada de prepotencia enfureció aún más, lo golpeó de nuevo alegrándose del gesto de dolor que transformó la arrogante sonrisa—. No vuelvas a tratarme así, ya van tres veces, ni siquiera antes cuando te creía un patán engreído te atreviste a robarme un beso y ahora… —decía cuando él la detuvo.
—Ahora lo hago porque tú eres demasiado orgullosa para admitir que lo deseas, ¿no quieres que te robe más besos? ¡Pues bien! Entonces ofrécemelos Paula, recuerda todas esas veces en las que me pedias que no dejara de besarte, las veces en las que tú me tomabas cuando te provocaba, me besabas hasta dejarnos sin aire y nos olvidábamos de todo —expresó mirándola a los ojos con intensidad sintiendo su corazón latir tan rápido como una locomotora.
Paula sentía que no podía soportar el poder que tenía esa mirada azul, sabía que estaría completamente perdida si seguía mirándolo, así que cerró los ojos intentando escapar del deseo que corría por sus venas, lo sintió acariciarle la mejilla y el gesto la hizo estremecer.
—Estoy poniendo todo de mi parte… estoy dispuesto a dártelo todo, solo tienes que decir que sí —pidió apoyando su frente a la de ella.
—Las cosas no son así de sencillas —esbozó con un nudo en la garganta y sus labios temblaron al luchar por contener las lágrimas.
—Sí lo son, somos nosotros quienes las complicamos —la contradijo.
—Nosotros tuvimos nuestra oportunidad Pedro y no la supimos aprovechar… ahora es muy tarde —susurró llena de dolor.
—No lo es, déjame demostrarte que no lo es —mencionó y la amarró en sus brazos con fuerza para hacerla sentir segura.
Buscó los labios de Paula para rozarlos, no intentó obtener un beso robado, quería que ella también participara por voluntad propia, gimió de satisfacción cuando ella abrió su boca y con suavidad acarició con la punta de la lengua sus labios haciéndolo estremecerse y desatando el deseo que colmaba todo su cuerpo.
Le quitó el bolso que mantenía todavía colgando de su codo y lo dejó caer en la alfombra, después le rodeó la delgada cintura con un brazo para levantarla en vilo, la sintió tensarse y supo que estaba yendo muy rápido, necesitaba que Paula se sintiera confiada para que pudiera entregarse a él por completo, no quería seducirla, deseaba amarla y que ella pudiera sentir que eso no era tan solo un arrebato, que no era una manera de satisfacer una necesidad, sino un acto tan vital como lo era para ambos respirar.
CAPITULO 148
Paula no pudo dormir en toda la noche, las pocas veces que logró caer en un estado de sopor éste no la alejaba de la realidad que vivía, caminaba sintiendo que llevaba el peso del mundo en su espalda, no sabía qué hacer y odiaba cuando eso ocurría, cuando todo a su alrededor se volvía un completo caos y ella no tenía en sus manos la manera de ordenarlo de nuevo. Quería tener la solución, que alguien le dijera cómo actuar, pensó de inmediato en Jaqueline pero entonces recordó que ella estaba ocupada en un retiro de esos que hacen para padres e hijos en la escuela a las afueras de la ciudad, donde les prohibían el uso de aparatos electrónicos pues se trataba de tiempo para compartir en familia.
Intentó distraerse entrando a sus redes sociales, pero al verlas colmadas de imágenes de Pedro y que iban acompañados de los felices comentarios de todas las fans de Rendición, que estaban pletóricas con la selección del italiano para el papel de Franco Donatti, se sintió mucho peor, las cerró dejando libre un grito de frustración y comenzó a reconsiderar la idea de participar en el rodaje de la película.
El agotamiento físico y mental terminó derrumbándola, sin darse cuenta se quedó dormida en uno de los sillones del estudio, después de ver Los puentes de Madison y haber llorado a mares con la historia de Francesca y Robert. Sin duda era una masoquista consumada, nada más a ella se le
ocurría ver esa película en el estado en el cual se encontraba, siempre le había reprochado a la protagonista no haberse arriesgado a vivir un amor de verdad junto a Robert y haberse quedado con su esposo que nunca le daría la misma felicidad.
Pero claro, que estando ella en ese momento en una situación parecida su percepción había cambiado, a veces es mejor mantenerse en el lado seguro para evitar salir lastimada, sabía que su lado seguro era Ignacio y que su perdición absoluta era Pedro. Cuando despertó esos pensamientos seguían dándole vueltas en la cabeza, se sentía vacía luego de llorar tanto y entumecida por la postura que adoptó en el sillón.
Minutos después se encontraba en la bañera mientras dejaba que el dulce aroma de las esencias que puso en el agua la relajara, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el borde de la tina. Sin siquiera proponérselo sus manos comenzaron a viajar por su cuerpo, acarició sus senos con suavidad y después fue ejerciendo mayor presión para intentar emular aquella que le brindaba Pedro cada vez que la tocaba, liberó un gemido y movió sus caderas buscándolo, pero al no hallarlo tuvo que dejar que su mano se deslizara sobre su vientre y la imagen de él se apoderó de su cabeza con una nitidez impresionante.
Lo imaginaba dentro de la bañera, desnudo y listo para tomarla, con su torso perfecto que se movía al ritmo de su respiración agitada, los labios ligeramente separados y la mirada oscura de deseo mientras se acercaba a ella lentamente. Paula gimió al sentir el leve roce sobre el nudo de nervios entre sus piernas y luego se estremeció cuando uno de sus dedos invadió su interior llegando tan profundo como podía.
—Pedro—esbozó con la voz ronca y el rostro sonrojado.
El recuerdo de él y sentirlo tan cerca comenzaba a elevarla llevándola lejos de allí, sus latidos se aceleraban a cada segundo y su cuerpo empezaba a tensarse mientras pedía a gritos esa liberación que revolucionaba todos sus sentidos cuando era inspirada por él. Mientras su mano rozaba su lugar más íntimo para darse placer, ella se esforzaba en recrear la imagen de Pedro, deseando sentir su respiración cálida y pesada en el cuello, el roce de esa barba que llevaba ahora, sus labios y su lengua que se deslizarían con exquisita maestría hacia sus labios dándole uno de esos besos que la dejaban jadeando.
—¡Pau vine a visitarte! ¿Estás ahí?
La voz de su hermana rompió de golpe el plácido estado en el cual se encontraba, el placer fue reemplazado por un torrente de nervios que la cubrió de pies a cabeza haciéndola temblar, incluso resbaló y se hundió por completo en la bañera, sentía las piernas débiles por ese orgasmo que apenas logró rozar con la punta de los dedos.
—¿Pau? —Diana tocó de nuevo la puerta y al no recibir respuesta comenzó a preocuparse—. Dios que no se haya quedado dormida en la bañera por favor —rogó golpeando de nuevo la hoja con los nudillos.
—Ya salgo Di, me estoy bañando —gritó mientras corría a la ducha.
Abrió la regadera que estaba programada para dejar salir agua caliente en cuanto se pasaba la llave, intentó lavar su cuerpo con rapidez deslizando el gel de baño con una esponja, mientras se obligaba a sosegar los latidos de su corazón, tenía la piel muy sensible y los pezones duros por las caricias que se había dado.
—Todo esto es culpa tuya, vas a terminar por volverme loca —reprochó en voz baja al recuerdo de Pedro.
Salió con el cuerpo chorreando agua, buscó un albornoz y se envolvió en éste mientras caminaba hacía la bañera, jaló el tapón para que se vaciara, se miró en el espejo al tiempo que envolvía una toalla en su cabeza, todavía sus mejillas mostraba el sonrojo y tenía la mirada brillante, aunque la hinchazón de sus párpados había disminuido considerablemente, solo esperaba que Diana no fuera a sospechar que había estado llorando y comenzara con un interrogatorio.
—Bien, aquí estoy —dijo saliendo del baño y la encontró en su cama.
—Siento haberte molestado, es solo que estaba aquí mismo y quise pasar a saludarte, además de por supuesto contarte mi aventura del día de hoy —mencionó Diana mientras se sentaba cruzando las piernas.
—No me molestas, sabes que adoro verte —esbozó con una sonrisa mientras se despojaba de la toalla en su cabeza— ¿Qué hacías en la torre? —preguntó tomando el cepillo para desenredarse el cabello.
—Vine por Pedro, pasamos todo el día juntos y lo acabo de dejar en su habitación — contestó sin darle mucha importancia.
Paula dejó caer el cepillo sintiendo que el mundo se había desestabilizado en solo un segundo, la opresión que percibió en el pecho fue tan poderosa que tuvo que cerrar los ojos para no caer al suelo.
—La pasamos muy bien, es un hombre extraordinario… es inteligente, amable, divertido, es increíblemente parecido a Franco pero —se detuvo dejándose caer en la cama con un gesto teatral.
—¿Pero? —inquirió Paula con una voz que no parecía la suya.
—Temo que te tengo una mala noticia Pau… —miró a Paula a los ojos y al ver que tenía toda su atención soltó un suspiro, solo pensar en decirlo en voz alta le dolía, aun así continuó—. Creo que tu protagonista es gay —dijo con actitud derrotada.
Paula primero abrió mucho los ojos y después no pudo evitar romper en una carcajada, comenzó a reír mientras se llevaba la mano al estómago para controlarse, pero le resultaba imposible. Diana no tenía ni idea de cuán definidos estaban los gustos sexuales de Pedro, lo más cerca que había estado él de una relación homosexual fue cuando mantuvo esa extraña con Giovanna y Alexia, bueno eso hasta donde sabía, pero ciertamente no podía pensar y mucho menos decirle que su ex amante fuera gay.
—¡Paula Chaves! No te rías, esto es serio… ¿Te imaginas lo que pasaría si mis sospechas son ciertas? Si lo son y esto llega a descubrirse sería un completo desastre, habrían millones de fanáticas absolutamente decepcionadas e incluso el proyecto podría fracasar —indicó un tanto molesta porque su hermana no la estaba tomando en serio.
—A ver… dime, ¿por qué llegaste a esa conclusión? —preguntó y respiró profundamente para evitar reír de nuevo.
—Porque me le insinué ¡Cinco veces y no hizo nada! Siempre me rehuía o cambiaba de tema — esbozó haciendo un puchero.
—¿Y eso te lleva a asegurar que es gay? —inquirió aún divertida.
—¡Por supuesto! ¿Qué hombre hoy en día deja pasar una oportunidad como la que le estaba ofreciendo a Pedro Alfonso? —preguntó sorprendida y no esperó a que Paula le respondiera—. La respuesta es sencilla ¡Ninguno! A menos que sea gay… y si él lo es, sería una verdadera lástima porque de verdad es muy guapo, me tenía completamente idiotizada Pau… tiene algo misterioso, su mirada es tan azul e intensa que te deja sin habla y quieres descubrir todo lo que esconde, porque sabes que lo hace… casi no habla de su familia, ni de su vida personal y el tema de conversación más largo que tuvimos fue sobre ti —mencionó tendiéndose en la cama y mirando el techo.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué hablaron de mí? —la diversión se esfumó.
—Nada en particular —contestó, pero al ver la mirada de Paula sabía que ella esperaba algo más específico—. Hablamos de tu carrera, de tus libros, de nuestra familia y de Ignacio —agregó mirándola.
—¿De Ignacio? —la interrogó palideciendo, Diana asintió en silencio sin darle mucha importancia —. Espero que no le hayas contado nada, él no tiene porqué saber nada de Ignacio, ni de mi vida privada Diana… Pedro Alfonso es un completo extraño y tú tampoco deberías andar con él —dijo sintiéndose alarmada por lo que pudiera hacer él con la información que su hermana le ofreció.
—¡Por favor Pau! No existe nada que el mundo ya no sepa de ti, eres famosa y al igual que él, tu vida también está expuesta en todos los medios. Además, Pedro me parece un buen tipo y se nota a leguas que te admira, así que dudo que busque perjudicarte de alguna manera, últimamente estás muy paranoica e irritable —indicó molesta.
Paula comprendió que se estaba extralimitando y buscó la manera de reparar lo que había dicho, pero no sabía cómo hacerlo. Si Diana supiera que habían muchas cosas que el mundo no sabía de ella, pero de todas, una en especial era la que más la atemorizaba si llegaba a descubrirse, se puso de pie para caminar hacia el armario y buscar algo con que vestirse, eso le serviría de excusa para organizar sus ideas.
—Lo siento… es solo que todo esto me toma por sorpresa, sabes que odio que se metan en mi vida —dijo con un tono de voz conciliatorio.
Se vistió con algo sencillo y cómodo ya que no tenía planeado salir a ningún lugar, se quedaría en casa por lo que restaba del día, después de eso se encargó de su cabello mirándose en el espejo.
—Bien, pero no debes estar todo el tiempo en esa actitud, ayer también fuiste muy descortés con él cuando regresábamos de casa de nuestros padres… en realidad te mostraste extraña con todos.
—Me sentía cansada Diana —dijo sin mirarla.
—Pues últimamente parece que todo el tiempo estuvieras cansada, de mal humor, incluso te noto pálida y más delgada… —caminó y se detuvo junto a su hermana mirándola por el espejo—. Ya sé que me dijiste el otro día que no existe la posibilidad de que estés embarazada pero… creo que deberías salir de dudas realizándote una prueba —dijo con seriedad.
—Di, no es nada de eso… mira, Ignacio y yo nos cuidamos muy bien y además… —se detuvo al caer en cuenta de lo que estaba a punto de decir, vio que su hermana le exigía con la mirada continuar y no le quedó de otra que hacerlo—. Hace más de un mes que él y yo no estamos juntos… —decía cuando Diana la interrumpió.
—¡Por Dios! No puedo creerlo ¿Estás hablando en serio? —inquirió.
—Sí y no hagas un drama de esto, hemos estado muy ocupados, en realidad yo lo he estado — respondió rehuyéndole la mirada.
—Paula ninguna ocupación en el mundo le impide a una mujer tener sexo con su novio, eso es… es… no tengo palabras, con razón estás tan irritable, yo en tu lugar andaría subiéndome por las paredes —comentó sin salir de su asombro.
—Diana por favor, tampoco es la primera vez que paso tanto tiempo sin tener relaciones, para tu información nací virgen… y tú también —señaló con seriedad, no pudo evitar sonreír ante el puchero de Diana.
—Sí, pero desde que supe de lo que me había estado perdiendo, me negué rotundamente a hacerlo de nuevo y menos durante un mes completo —esbozó con una sonrisa y después se puso triste—. Lo que me recuerda que mi último amante lo tuve hace unos quince días, justo antes del viaje a L.A. así que necesito uno nuevo urgente… tengo que seducir a Pedro a como dé lugar y eso no puede pasar de mañana pues piensa irse pronto —dijo con determinación juntando sus cejas.
La verdad era que no lo planeaba en serio, pero disfrutaba mucho de ver cómo Paula se alarmaba ante sus ideas, se caracterizaba por ser una mujer inteligente y muy intuitiva, sabía que no lo lograría. Ahora que comenzaba a encajar piezas en ese rompecabezas que era Pedro Alfonso, la idea de que él fuera gay comenzaba a disiparse, él estaba detrás de alguien más, de inmediato miró a Paula.
—¡No harás nada de eso! Diana Chaves te prohíbo que te acerques a ese hombre de nuevo — ordenó Paula mirándola con severidad.
—Sabes que lo prohibido es más tentador para mí Pau y no pierdo nada con intentarlo… pero ganaría mucho si lo consigo —indicó con una sonrisa pícara y esa vez no hablaba de llevarse al italiano a la cama sino de confirmar la teoría que cada vez cobraba más fuerza.
Paula se quedó mirándola con los ojos muy abiertos, de verdad no podía soportar la idea de que Diana terminara teniendo una aventura con Pedro, tenía que detener eso y sabía que solo había una manera. Estaba perdiendo el tiempo discutiendo con ella en ese momento, debía atacar la verdadera fuente de todo el problema, esa no era otra que su ex amante, buscaría a Pedro y le exigiría que se alejara de Diana antes de que las cosas se complicaran y ella saliese lastimada.
—Bueno, solo te advierto que si tu teoría de que es gay llega a ser verdadera el golpe para tu ego sería demasiado grande, yo que tú lo pensaría dos veces antes de arriesgarme —intentó jugándose esa última carta, pero Diana ni se inmutó—. Debo ir a… hacer algunas cosas que tengo pendientes y Rosa aún tiene algo de gelatina, si deseas puedes esperarme aquí, solo tardaré unos minutos — comentó mientras se ponía algo de maquillaje, un ligero cárdigan negro y después buscó su cartera.
—Comeré la gelatina y me iré, la verdad estoy algo cansada y todavía me queda un día como guía turística —dijo con una sonrisa.
—Bueno como quieras, nos vemos mañana —mencionó para despedirse de ella con un beso en la mejilla y un abrazo.
—No sé a dónde vas con tanta prisa, pero me encantaría que fuera a la torre Howard Woodrow y que secuestraras a Ignacio por tres días… creo que él te lo agradecería mucho —indicó con una sonrisa—. En serio el hombre es un santo… o gay —comentó con sorna.
Paula rodó los ojos con fastidio, pero la actitud de Diana la hizo sonreír, o quizás era esa emoción que aunque quisiera no podía negarse al saber que vería a Pedro en cuestión de minutos. Corrió de nuevo hasta ella y la abrazó para al fin despedirse.
Si supiera que se disponía a salvarla de acabar de una manera desastrosa, no permitiría que Diana se convirtiera en el juguete de Pedro, ni que él la usara como chivo expiatorio o para chantajearla de ceder ante sus peticiones, le dejaría claro que sin importar lo que hiciera ella seguiría manteniendo el mando de las cosas.
Entró al ascensor marcando de inmediato el número veintiocho en el panel y no pudo evitar mirarse en el espejo para acomodar su cabello. Cuando las puertas se abrieron todos sus planes se vinieron abajo al darse cuenta que no sabía el número de habitación de Pedro.
—¡Perfecto! ¿Y ahora qué piensas hacer? —se preguntó en voz alta mirando el largo pasillo y algunas de las puertas a ambos lados—. Ok, no puedes ir llamando a cada puerta hasta dar con él, imagina la cara que pondrían los demás huéspedes cuando te vean… esa es una pésima idea. Lo otro sería preguntarle a Diana, pero esa sería aún peor porque comenzaría a hacer preguntas o se molestaría si se entera de lo que intentaba hacer… así que, ¿en qué punto te deja esto Paula? — inquirió golpeándose el labio inferior con el dedo índice.
Solo existía una manera de conseguir esa información sin quedar muy expuesta, cerró las puertas del ascensor marcando esta vez el botón de la plata baja y mientras el aparato descendía deteniéndose en varios pisos ella intentó crear un discurso creíble para obtener el número de la habitación que estaba ocupando Pedro, antes le había resultado fácil pues estaba en su ficha de información, pero ya no contaba con ello.
—Buenas tardes Allan, ¿cómo has estado? —saludó con una gran sonrisa al chico detrás del mostrador en la recepción.
—Buenas tardes señorita Chaves, muy bien muchas gracias, ¿usted cómo se encuentra? — respondió al saludo mirándola con admiración.
—De maravilla, te he dicho muchas veces que dejes el usted de lado, nos conocemos desde hace tiempo, somos amigos —comentó para entrar en confianza y hacer que se abriera.
—Me encantaría, pero sabe que debo acatar las normas… ya fuera de aquí la volveré a molestar para que me firme los libros —dijo sonriendo.
—Por favor no es una molestia de ninguna manera, me agrada hablar contigo y escuchar tus teorías… pero por lo pronto necesito que me ayudes en algo —esbozó tanteando el terreno.
—Por supuesto, usted dirá —contestó de inmediato.
—Quizás sepas que el actor que se escogió para Rendición se está quedando aquí —dijo y esperó a que el chico mencionara algo, como no lo hizo decidió continuar—. El caso es que debo entregarle algo y soy una tonta, ayer pasamos toda la tarde en casa de mis padres ya que lo invité a un almuerzo, pero olvidé esto por completo y ahora no sé cómo hacérselo llegar —agregó mirándolo a los ojos.
—El señor Alfonso, sí yo mismo lo registré el sábado en la noche cuando llegó, si lo desea puede dejarme el paquete aquí y lo enviaré a su habitación —se ofreció con una sonrisa.
—Eso sería genial pero… si existiera la posibilidad de que sea yo quien lo haga personalmente, ya sé que debes regirte por las normas del hotel, pero te aseguro que no te meteré en problemas…por Dios sabes que no soy una fan obsesionada con él —señaló mientras sonreía.
—Por supuesto señorita Chaves lo sé, permítame un minuto —contestó desviando su mirada al ordenador e ingresó el apellido del actor.
—Muchas gracias Allan, me haces un gran favor.
—No tiene nada que agradecer señorita Chaves, la habitación del señor Alfonso es la 2810 —mencionó con una sonrisa.
—2810, perfecto la tengo. Gracias de nuevo Allan, nos estamos viendo, que tengas una tarde agradable —pronunció para despedirse del apuesto rubio de ojos azules, que aparentaba ser mucho mayor de los veintidós años que tenía.
Bajó en el piso veintiocho, sus ojos se toparon con el número que le diera Allan después de varios segundos y su corazón que ya latía de manera acelerada pareció tomar un ritmo aún mayor, se acomodó el cabello y el cárdigan mientras hacía respiraciones lentas para tranquilizarse, cerró los ojos y tomó aire antes de elevar su mano para llamar a la puerta, repitiéndose que debía mostrarse segura y mantener el control de la situación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)