lunes, 24 de agosto de 2015
CAPITULO 150
Le daría un preámbulo como ella merecía y como él deseaba, la acercó al sillón en forma de para lentamente irla tendiendo en éste, mientras seguía besándola y acariciándola, gimiendo en cada ir y venir de sus lenguas que se rozaban amoldándose con la misma perfección de años atrás.
No podía darle tiempo a dudar, así que apoyó su cuerpo sobre el de Paula dejando que apenas parte de su peso descansara en ella.
Paula estaba siendo consciente de todo lo que ocurría, pero no tenía la voluntad para detener a Pedro, solo podía besarlo y rendirse a sus caricias, a esa emoción que iba despertando su cuerpo con una contundencia que la hacía estremecer y aferrarse a los fuertes brazos de él, sintiendo la calidez de su piel, la fuerza de sus músculos que se contraían ligeramente soportando el peso.
Llevó una mano hasta la nuca de Pedro y deslizar sus dedos en el cabello castaño de él fue exquisito, lo sintió temblar ante el roce y se aventuró a ir más allá, deslizó su otra mano por la poderosa forma de la espalda de Pedro hasta anclarla en la pretina del jean que llevaba.
Sentía que él la tenía completamente atrapada en ese torbellino de placer, su sentido común se había esfumado y en su lugar solo quedaba esa emoción que era mucho más poderosa que el deseo, era locura y necesidad, era algo que no podía definir pero que la estaba llevando a un lugar donde todo era perfecto. Y en ese lugar solo existía Pedro, él lo llenaba todo, él era todo lo que sentía, lo que anhelaba, lo que necesitaba para sentirse tan plena, tan enamorada que nuevas y viejas ilusiones comenzaban a hacer nido en su pecho.
Las caricias y los besos de Paula estaban despertando su cuerpo, era como si el tiempo no hubiera pasado para ellos, la llama seguía más viva que nunca dentro de su pecho, deslizó una de sus manos por la larga pierna femenina y la movió para apoyarla en su cadera, abriéndose espacio entre las extremidades para que su pelvis rozara la de ella y quedar justo en ese lugar que lo volvía loco, en la calidez y la suavidad que albergaba Paula en medio de sus piernas.
Ahogó con su lengua y un beso más profundo el gemido que ella liberó cuando la hizo consciente de su innegable erección, movió sus caderas una vez más, gimiendo esta vez él al sentirla temblar y sus deseos de darle riendas sueltas a la pasión que bullía en su interior lo rebasaron.
Llevó una de sus manos por debajo de la ligera camiseta que Paula llevaba y le acarició primero el estómago,
luego las costillas hasta llegar a su turgente seno derecho que abarcó por completo.
—Pedro —susurró ella cuando él liberó sus labios para viajar hasta su cuello dejando caer besos húmedos y cálidos, haciéndola sentir el calor de su respiración y su aliento justo lo que había deseado antes.
—Paula —susurró él contra la delicada piel nácar de su garganta.
—No… no podemos… no me hagas esto, por favor —pidió con voz temblorosa pero seguía acariciándole la espalda porque no podía estar sin tocarlo, necesitaba hacerlo, deseaba hacerlo.
—Lo deseas tanto como yo Paula… te estás quemando al igual que me estoy quemando yo, solo abrázame, bésame… siénteme y hazme sentirte preciosa, haznos arder como años atrás — susurró contra sus labios mientras la miraba a los ojos, rozó sus cuerpos y cuando la vio cerrar los ojos supo que se había rendido ante él una vez más.
Estaba a punto de besarla cuando una melodía llenó el ambiente, Paula se tensó de inmediato abriendo los ojos, en ellos estaba reflejado un sentimiento que él no logró definir en ese instante, pero que evidentemente había reemplazado la pasión que segundos atrás la dominaba. El sonido continuó y él buscó el lugar de donde provenía, su mirada se topó con el bolso de Paula tirado cerca de ellos.
—Necesito responder —susurró sintiéndose culpable y apenada.
—No lo hagas… déjalo, quien sea se cansará de llamar —mencionó buscando sus labios, pero ella lo esquivó.
—Pedro por favor —esbozó moviéndose para liberarse.
—¿Es él? —inquirió sintiendo que la llama de la pasión se transformaba en un infierno dentro de su pecho.
Ella no respondió, no hizo falta pues su mirada la delató y ese afán por responderle lo enfureció aún más, se levantó quedando sentando en una esquina del sillón para permitir que ella se pusiera de pie y buscara el maldito aparato que lo iba a volver loco, vio cómo sus manos temblaban mientras
hurgaba en su bolso, lo sacó y se quedó mirando la pantalla, él se odió por ponerla en una situación como esa, pero apenas podía controlar la rabia que lo embargaba.
—¿No piensas contestarle? —lanzó el reto y su voz contenía su furia.
—No sé lo que le diré… —confesó con voz trémula.
—¿Qué te parece la verdad? Deberías ser sincera de una vez por todas con él y decirle que no lo amabas, que solo estás a su lado porque es lo que tus padres desean que tengas, pero que no es lo que tú quieres en realidad —expresó mirándola a los ojos.
—¿Por qué te crees con derecho a hablar de algo que no conoces? —preguntó furiosa y dolida, porque en el fondo sabía que Pedro decía la verdad, pero eso era algo que no admitiría delante de él.
— Paula puedes intentar engañarme todo lo que quieras, pero no lo conseguirás. No lo amabas y puedo asegurar que tampoco lo deseas, junto a él te ves tan fría y opaca, pareces un maniquí… no eres ni la sombra de la chica que fuiste cuando estabas conmigo —se desahogó dejando que el dolor y la rabia salieran en sus palabras.
—Mi relación con Ignacio no es asunto tuyo, no tengo que andar dando muestra de lo que siento por él en público simplemente para que veas que estás equivocado y lo que haga con él en privado es algo que solo nos concierne a los dos —pronunció furiosa pues una vez más él cuestionaba su
relación en un plano íntimo. ¿Acaso se creía que era el único hombre capaz de hacerla sentir mujer? ¿Tan grande era su ego?
—Yo solo hablo de lo que vi ayer entre ustedes, y de lo que siento cuando te tengo en mis brazos, conmigo eres fuego y brillas, seduces con una mirada o una caricia —esbozó mirándola con intensidad y se deleitó con el suave sonrojo que pintó ese bello rostro que ella tenía.
Paula controló un suspiro que revoloteaba en su pecho y estaba por responderle cuando, la imagen de Ignacio y ella abrazados apareció una vez más en la pantalla, junto a la melodía que salía del aparato, sintió que el corazón se le encogía ante la felicidad que mostraba su novio.
—O le contestas tú o lo hago yo —la amenazó mirándola a los ojos.
Ella lo miró entre molesta y aterrada, él parecía haberse vuelto loco, no estaba dispuesta a dejar que lastimara a Ignacio ni destruyera una relación de dos años simplemente por puro capricho. Lo miró desafiante y deslizó su dedo por la pantalla para atender la llamada.
—Hola, disculpa que no te respondiera cielo, tenía el teléfono vibrando, que alegría escucharte —contestó manteniéndole la mirada.
Pedro tuvo que aferrarse a todo su autocontrol para no arrancarle el teléfono de las manos y decirle al imbécil de Howard dónde y con quién realmente se encontraba su perfecta novia. Caminó para alejarse de ella y la maldita vista del ventanal lo hizo tensarse, pero la rabia no dejó que se paralizara, se dirigió hasta su habitación y cerró la puerta estrellándola con fuerza, a sus cojones si el miserable intruso lo escuchaba, ya comenzaba a cansarse de todo eso.
Paula solo estuvo dos minutos al teléfono, justificó el fuerte golpe diciendo que estaba en la terraza y la brisa cerró la puerta, por suerte él le creyó. Su novio la llamaba para disculparse por su actitud de la noche anterior y para compensarla invitándola a cenar. Ella se negó en un principio, pero consciente que podía darle mayores motivos a Ignacio para sospechar y molestarse de nuevo con ella terminó aceptando.
Se quedó cerca de un minuto mirando la pantalla en negro y después elevó el rostro encontrándose con la mirada fría y distante de Pedro, desvió la suya y tomo su bolso dispuesta a irse sin decirle una palabra, pero cuando estaba por abrir la puerta se volvió regresando hasta quedar muy cerca de él, mirándolo a los ojos.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me haces todo esto? ¿Por qué te empeñas en arruinar mi vida Pedro? ¿Para qué regresar a removerlo todo si sabes de ante mano que no funcionará? — preguntaba dolida por la actitud de reproche que él mostraba.
—¿Por qué te cierras de esa manera Paula? ¿Por qué te niegas a darnos una oportunidad? Aún sientes algo por mí, me lo acabas de demostrar en ese sillón, me lo has demostrado desde que nos vimos de nuevo… me pediste un acto de fe y aquí estoy, dime qué más quieres y te lo daré — pronunció mirándola con seriedad.
—Gracias, pero llegas muy tarde… yo esperé por ti Pedro, esperé mucho tiempo y jamás recibí un mensaje de tu parte, no hiciste ningún intento por acercarte a mí… por el contrario
regresaste a tu mundo y me olvidaste por completo. ¡Pues bien! Yo también lo hice y tú no tienes ningún derecho a reprocharme nada, es mi vida y hago con ella lo que mejor me parezca —mencionó mirándolo a los ojos, se sentía furiosa al verlo tan impasible mientras ella se caía a pedazos por dentro y luchaba contra las lágrimas.
—Tú tampoco me escribiste o intentaste contactarme ¿Por qué tenía que ser yo quien se doblegara? —inquirió molesto por sus acusaciones.
—¡Porque fuiste tú quien me dejó ir! —exclamó asombrada ante su cuestionamiento—. Sabías que deseaba continuar con nuestra relación aunque fuera estando lejos, pero no te importó… eras quien debía dar el primer paso —decía cuando él la detuvo.
—Lo estoy haciendo ahora, ¿o acaso crees que viajé hasta aquí solo por el protagónico de Rendición? —preguntó furioso.
—Pues ahora no vale de nada, ahora yo tengo la vida que deseo, tengo a un hombre que me ama a mi lado, que haría lo que fuera por verme feliz, para el cual soy perfecta tal como soy y no intenta cambiarme… esta es la vida que tengo y la que deseo, lo que tú puedas ofrecerme ya no me interesa así que no entiendo porqué sigues aquí —dijo con toda la rabia que corría a través de sus venas.
—No lo entiendes… ¿De verdad? Bueno déjame decir algo Paula ¡Yo tampoco lo hago! ¡No entiendo qué carajos hago aquí! Yo podía decir adiós y dejar ir a una mujer sin tocarme el corazón y me sentía feliz siendo así. Fuerte, decidido, independiente… Pero llegaste tú, llegaste tú y lo cambiaste todo, contigo todo es distinto, único. Nadie se parece a ti, nada de lo que haga con otras mujeres me llena como lo hacías tú, y te juro que no he deseado a ninguna otra como te deseo a ti, pero dime ¿Qué gano con todo eso? Ya no sientes lo mismo, la verdad ni siquiera puedo asegurar que lo hayas sentido, ya lo dijiste antes “Escribo ficción, nada de eso tiene que ver conmigo”.
—No estás siendo justo… no puedes condenarme por todo, ni exigirme que deje mi vida aquí para tener una nueva aventura contigo que seguramente terminará en un fracaso como la anterior. Lo siento Pedro ya no soy una chica que pueda darse esos lujos… si viniste aquí creyendo que yo me lanzaría a tus brazos en cuanto te viera te equivocaste, tu tiempo ya pasó, así que te aconsejo que cambies de dirección —esbozó llena de rencor porque tuvo que soportar durante un año todos los rumores que lo relacionaban a decenas de mujeres en Italia.
—Te veo y no puedo creer que seas la misma mujer… sé que fallé y que no sería fácil tenerte junto a mí de nuevo, pero te escucho y es como hacerlo con una completa extraña ¿Sabes lo que deseo? Ahora lo único que quiero es irme de aquí y olvidarme de todo, tener la entereza que tuve antes para lanzarte al olvido como hice con las demás… —dejó escapar un suspiro trémulo de sus labios y negó con la cabeza, bajando el rostro para esconder sus emociones—. No te imaginas con cuánta fuerza lo deseo Paula Chaves, pero tengo un problema, frente a ti me quedo sin fuerzas, sin voluntad… Mi vida no era perfecta era un desastre, pero era mía. No necesitaba que te metieras en mi corazón, en mi piel, en mi alma… que te volvieras mi debilidad —su voz se quebró y sus ojos derramaron las lágrimas con la cuales había estado luchando.
Ella se quedó en completo silencio ante las palabras de Pedro que le oprimieron el corazón, sintió que su garganta empezaba a cerrarse y las lágrimas colmaron sus ojos, le dolió verlo así y no supo qué la mantuvo allí congelada, qué impidió que se acercara hasta él y abrazarlo como estaba deseando. Había tanto dolor y resentimiento entre los dos, se habían lastimado mucho y lo seguían haciendo porque sus palabras contradecían su actitud, era evidente que a él no lo hacía feliz que ella tuviera ese poder sobre su vida.
—Una vez me dijiste que necesitabas a un hombre que no se rindiera a la primera y que lo apostara todo por ti, vine hasta aquí dispuesto a demostrarte que yo soy ese hombre… pero tú no eres la misma mujer que me lo exigió —esbozó con tanto dolor que su voz estaba ronca y transmitía su lamento, ver que ella seguía en silencio terminó por acabar con las esperanzas que tenía, caminó hasta la puerta y la abrió—. Vete de aquí Paula… Regresa con tu vida de mentiras, regresa con él y complace a todos menos a ti, sigue engañándote… sigue siendo la cobarde que siempre has sido. Esto era todo lo que necesitaba para terminar contigo —finalizó mirándola con más dolor que rabia.
Las palabras de Pedro la hirieron profundamente, habían pasado muchos años desde que él la lastimara de esa manera y no podía creer que lo estuviera haciendo de nuevo, que ella le hubiera dado la libertad para afectarla así.
Caminó tan rápido como sus piernas trémulas le permitieron,
antes de salir se detuvo con la vana esperanza que él no la dejara irse, pero tal y como pasó antes, se quedó inmóvil.
Salió manteniendo la cabeza en alto, sintiendo que eso también era lo que le hacía falta para terminar con él, para cerrar este capítulo en su vida y poder ser de una vez por todas feliz junto a Ignacio. Eso se decía para armarse de valor y no derrumbarse en medio de ese pasillo, pero al sentir que su lucha contra las lágrimas estaba perdida corrió hasta el ascensor llevándose la mano a la boca para ahogar los sollozos que amenazaban con reventarle la garganta.
Él cerró la puerta en cuanto ella salió y apoyó la frente en ésta, cerró los ojos para evitar que las lágrimas lo rebasasen, pero al no poder hacerlo descargó su furia en la puerta dándole varios golpes a la madera. Ella se había ido una vez más de su lado y estaba seguro que ya no habrían segundas oportunidades para los dos.
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Ahhhhhhh, no puede ser que sean tan testarudos los 2.
ResponderEliminarAy! Noooo! Por qué son tan necios, avanza uno y retrocede el otro! Me dan pena los 2 negándose a vivir lo que sienten!
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