El ascensor se encontraba solo pero ella se obligó a controlarse, no podía seguir llorando así, no podía seguir dando espectáculos tan patéticos cada vez que Pedro se le diese por trastocar su mundo, debía aprender a hacerse inmune a él y justo en ese momento tomó una decisión. No viajaría con el equipo de producción a Italia, no regresaría a ese lugar ni se expondría a la espantosa tortura de verlo revivir toda su historia con otra mujer, si aún existía algo entre los dos acababa de morir.
—Rosa, me duele la cabeza voy a descansar… por favor, que nadie me moleste, ni siquiera mi madre si llama —dijo sin mirar a la mujer.
Entró a su habitación y se dirigió hasta su armario para cambiarse de ropa, cuando se miró en el espejo comenzó a llorar de nuevo ante la imagen que daba y el recuerdo de los besos de Pedro, se dejó caer en el diván de cuero rojo que tenía allí, dejó su llanto correr con absoluta libertad, ya no le importaba si alguien la veía o escuchaba, estaba cansada de fingir, de controlarse, de todo.
Dos horas después se encontraba tan encogida que daba la impresión de ser un ovillo al borde de su cama, había logrado cambiarse de ropa, llevaba un pijama de seda rosa de pantalón y camisa.
Hacía años que no lloraba con tanta desolación, ni siquiera cuando se enteró que él planeaba buscarla, ese dolor era mucho mayor al que sintió incluso en aquel momento que sufrió años atrás, cuando meses después de su separación con Pedro, sin recibir una señal de él, supo que lo de ellos no tendría vuelta atrás. Comenzó a escribir Rendición para darle a su historia ese final feliz, ese donde Franco llegaba al aeropuerto desesperado y le rogaba a Priscila que no lo abandonara, porque sencillamente no tendría la vida que deseaba sin ella a su lado, ese mismo donde ella renunció a todo por él, cuando se arriesgó a poner su vida en manos del hombre que le había enseñado a amar, que la había hecho inmensamente feliz.
—¡Maldita sea! Ya basta… deja de dolerme Pedro, déjame en paz, no puedo soportarlo más, no puedo —esbozó en medio de un llanto amargo que la hacía estremecer.
Hundió su rostro entre las almohadas mientras sentía que el dolor en su pecho la estaba matando, se abrazó a sí misma con fuerza y cerró los ojos para intentar detener las lágrimas, pero éstas la rebasaron humedeciendo la impecable almohada blanca.
Minutos después parecía que había agotado la fuente de sus lágrimas pues ya no lloraba más, se encontraba entumecida, vacía y sentía que ya nada le importaba, le dolía demasiado afrontar que ese amor que pensó que sería para siempre había acabado, lo deseó tantas veces, creyendo que eso la
liberaría, pero solo hizo que todo fuera mucho peor porque en lugar de alivio le había dejado desolación y amargura.
Sintió que abrían la puerta muy despacio, cerró los ojos y fingió que estaba dormida para que quien fuera se marchara y la dejara en paz, no quería ver a nadie, que se dieran cuenta de su estado.
—Paula… amor, ¿te sientes mal?
La voz de Ignacio la hizo tensarse hasta el punto de sentir que su cuerpo dolía, apretó aún más los ojos y rogó que su respiración no se descontrolara dejándola al descubierto delante de él. Sintió el peso de su novio cuando subió a la cama y sus ojos se llenaron de lágrimas, no quería que él estuviera allí en ese momento, los labios de Ignacio le rozaron la mejilla hasta llegar a la sien y después bajó para depositar un beso en su hombro, no pudo controlar el temblor que la recorrió cuando reforzó sus barreras para evitar llorar de nuevo.
—Yo estoy aquí y voy a cuidar de ti princesa —susurró en el oído de Paula al sentirla estremecerse y repitió ese beso en el hombro.
Eso fue todo lo que ella pudo soportar, se rindió ante lo que sentía y dejó que el llanto se liberara, intentó hacerlo en silencio, pero un sollozo se atravesó en su garganta y la estaba ahogando así que no le quedó más que soltarlo, percibió que él se tensaba a su espalda y buscó la mano que había apoyado en su cintura para llevársela a los labios, dejó caer una lluvia de besos en el dorso.
Ignacio se quedó en silencio ante ese gesto de ella, aunque tenía cientos de preguntas torturándolo era mucho mayor su miedo, quería saber el motivo que tenía a Paula de esa manera, pero al mismo tiempo le aterraban las respuestas que ella pudiera darle. La vio sufrir en silencio mientras sentía que a él también se le estaba derrumbando el mundo.
La abrazó con fuerza pegándola a su pecho, sintiéndola tan pequeña y frágil como nunca la había visto, eso lo llenó de dolor porque algo le decía que nada de lo que él hiciera lograría alejar la pena de ella, hundió el rostro en el cabello de Paula y la amarró en un abrazo sintiéndose angustiado, desesperado por quedarse así junto a la mujer que amaba, que lo era todo para él, conteniendo las lágrimas y su propia derrota para no hacerla sentir mal, porque sabía que Paula se le estaba escapando y que sin importar lo que él hiciera ya no podría retenerla más a su lado.
Toda su vulnerabilidad quedó expuesta ante Ignacio, no podía dejar de llorar ni de temblar mientras él intentaba envolverla con su cuerpo para hacerla sentir segura, para protegerla.
En ese momento ya no pudo seguir cegándose ante su verdad, Ignacio era un hombre maravilloso que estaba dispuesto a poner el mundo a sus pies, hacer todo lo que estuviera a su alcance para verla feliz, pero ella no lograría entregarse como él merecía, no lo haría por la sencilla razón que todavía seguía enamorada de Pedro y aunque se esforzase en ir contra la corriente no podía luchar contra su corazón, contra ella misma.
Quedarse junto a Ignacio sería hacerle daño y engañarlo, se decía que deseaba cuidar de él, pero de todas las personas a su alrededor la que más heridas podía causarle era ella, debía tomar una decisión, tenía que hacerlo aunque le doliera, porque sabía que le iba a doler demasiado dejar ir la que podía ser su única tabla de salvación.
—Ignacio… —ella se volvió lentamente para mirarlo.
Se sentía avergonzada al mostrarse tan afectada delante de él, aún su rostro mostraba la humedad de las lágrimas sabía que su nariz y sus ojos debían estar enrojecidos e hinchados de tanto llorar, bajó la mirada un instante, pero después la elevó buscando la de Ignacio, debía actuar en ese momento
que había reunido el valor para hacerlo.
—No, no digas nada Paula —susurró acariciándole las mejillas.
Se sentía temeroso de lo que ella pudiera decirle y más al ver la determinación en los hermosos ojos ámbar, que se encontraban opacos por las lágrimas derramadas. Le dolió mucho ver los estragos del dolor en Paula y no quiso saber nada, le dio un beso en la frente primero y después fue secando con sus labios los rastros de la humedad que habían dejado el llanto, la escuchó dejar libre un suspiro que más le sonó a lamento y eso lo hirió en lo más profundo de su pecho.
—Duerme… ya mañana hablaremos, me quedaré contigo —dijo dedicándole una sonrisa, aunque no podía ocultar la tristeza de su mirada.
Se separó despacio de ella después de darle un beso en la frente y un toque en los labios. Se quitó la corbata dejándola en la mesa de noche y se abrió dos botones de su camisa de lino, también se recogió las mangas, también se quitó los zapatos y los calcetines.
—Vas a dormir incómodo… en el armario hay varios pijamas tuyos, deberías cambiarte —sugirió Paula más por costumbre que por algo práctico, intentó levantarse para buscar una.
—No te preocupes, estoy bien así Pau, ven aquí y déjame dormirte —le pidió tendiéndose de nuevo en la cama mientras se tocaba el pecho.
Paula no dijo nada más y de inmediato se tendió a su lado apoyando su cabeza en el pecho de Ignacio, escuchaba el latido acompasado de su corazón mientras sentía los dedos de él deslizarse por su cabello y acariciar con suavidad su nuca, comenzó a sentir los párpados pesados, los cerró
sintiéndose en verdad agotada, poco a poco se dejó llevar al mundo de los sueños y no supo en qué momento terminó por quedarse dormida en los brazos de su novio.
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