domingo, 6 de septiembre de 2015

CAPITULO 193




Se encontraba caminando por una de las tantas zonas del Magnificent Mile cargada de bolsas, se había dedicado toda la mañana a hacer las compras para su viaje a Italia dentro de un mes, aún faltaba mucho pero nunca dejaba nada para última hora, le gustaba tener todo organizado. Su teléfono móvil comenzó a sonar y de inmediato empezó a maniobrar para tratar de sacarlo de su bolso, se detuvo un minuto pasando varias bolsas hasta una de sus manos y en el tercer intento fueron a parar en la acera, miró el caos con frustración doblándose para tomarlas.


—Siempre intentando hacer todo a la vez.


Escuchó la voz de un hombre que reconoció enseguida, sonrió y elevó la mirada manteniendo el gesto, lo vio ponerse de cuclillas junto a ella para recoger las prendas que se había comprado y acertó a tomar el sexy traje de baño blanco con detalles dorados que había adquirido.


—Gracias Nico —esbozó ampliando su sonrisa mientras recibía las bolsas de vuelta ya organizadas.


—Muy bonito —comentó él con esa sonrisa pícara que usaba para sus conquistas, aunque ya sabía que ella no sería una.


—Es para ir a Capri, planeo visitar a tus hermanas dentro de poco en Italia y prometieron llevarme a las hermosas playas del mediterráneo —contestó sin poder contener su emoción.


—Tienes suerte, yo no podré verlas hasta que acaben las grabaciones, mis permisos no durarán tanto como para hacer un viaje a Europa —decía cuando el teléfono de ella comenzó a sonar nuevamente.


—Allí está de nuevo, seguro es mi madre que recogería hoy a Estefania en su clase de danza — mencionó y comenzó a buscarlo maniobrando ante la mirada divertida del hermano de Paula—. ¿Puedes sostenerme las bolsas por favor? —le pidió entregándoselas sin esperar una respuesta.


—Seguro —dijo recibiéndolas y también la ayudó con su bolso.


—Eres un amor —susurró antes de contestar—. Hola mamá, perdona estoy de compras y voy cargada por eso no te atendí antes —habló para la persona al otro lado de la línea, se volvió dándole la espalda a Nico.


Nicolas aprovechó para deleitarse con la hermosa figura de Jaqueline, esa mujer le gustó desde la primera vez que la vio, pero claro ella jamás se fijó en el hermano pequeño de Paula, incluso podía jurar que después de tantos años y que él fuera ya todo un hombre, ella nunca dejaría de verlo como lo había hecho durante toda su vida.


Aunque claro, eso por parte de ella porque lo que era él sí que había visto evolucionar a la bella Jaqueline, la maternidad acentuó las curvas que ya tenía en la juventud, dándole ese cuerpo que toda la vida había soñado poseer. 


Su mirada se paseó por la hermosa espalda salpicada de pecas y fue bajando por la delgada cintura hasta llegar a ese pequeño pero hermoso culo que tenía y que él moría por acariciar


Vaya que le quedaba bien el vestido color mostaza que llevaba, la hacía lucir elegante y sensual al mismo tiempo, como la veía desde que la conoció. Todavía no lograba comprender cómo el imbécil del marido la dejó por aquella niña tonta que nunca se podría comparar con una mujer como Jaqueline, si hubiera sido suya no la habría soltado nunca.


—Se quedará con Estefania el fin de semana… desde que papá murió siempre está deseando compañía y mi hija se vuelve loca por los perros y el lago —mencionó volviéndose para mirarlo mientras le sonreía.


—Qué bien, necesita distraerse —respondió Nicolas siendo sacado de golpe de sus pensamientos y le entregó el mismo gesto.


—Perdón que te haya puesto a cargar todo esto, iba hasta mi auto para dejar las bolsas allí y regresar a almorzar algo, muero de hambre —indicó extendiéndole las manos para pedirle las bolsas.


—No te preocupes yo te ayudo —mencionó sonriéndole.


—En serio no quiero molestarte, seguro tienes cosas que hacer —comentó ella insistiendo con sus manos.


—No tengo nada en absoluto, así que camina iremos hasta tu auto. La verdad es que salí a caminar un rato, estoy de permiso y me aburría solo en casa… sin Di y Pau no me queda nadie a quién molestar, Walter está de guardia en el hospital y con el embarazo de Lidia ya no le queda tiempo para nada más —comentó mientras caminaban.


—Bueno, estoy yo… no es tan divertido ir de compras sola —dijo ella sonriendo y lo miró—. Acompáñame a almorzar y después podemos ver algunas tiendas, ya he comprado muchas cosas para mí así que puedo dedicarme solamente a asesorarte —indicó con entusiasmo.


—¿Crees que necesito asesoramiento? ¿Tan mal me visto? —inquirió riendo divertido por la acotación de Jaqueline.


—¡No! Lo haces muy bien… aunque bueno, siendo militar no es que haya mucha variedad en tu guardarropa, imagino que todo el tiempo andas con tus prendas del uniforme —mencionó observándolo mejor.


En ese instante no llevaba nada militar aparte de la cadena con las dos placas, traía un jeans azul marino, una camiseta blanca de algodón con cuello redondo y una chaqueta del mismo material de su pantalón.


Él deseaba en verdad pasar la tarde con ella, pocas veces había tenido ocasión de compartir con Jaqueline y aunque sabía que eso no era una cita en sí y tampoco los llevaría a lo que él deseaba, no estaba de más soñar; después de todo, un hombre tiene derecho a hacerlo.


—Está bien, te dejo asesorarme. Siempre y cuando me dejes a mí pagar el almuerzo, te llevaré a un lugar muy bueno que queda aquí mismo —indicó mirando directamente a los hermosos ojos verdes de ella.


—Trato hecho, acabas de despertar mi curiosidad. ¿Qué lugar es? —preguntó, cuando estaba por llegar a su auto.


—Ya lo veras, pero antes dime ¿te gusta la comida latina? —inquirió.


—Sí, me encanta… creo que ya sé de qué sitio hablas y ahora con mayor gusto me ofrezco a dedicarte toda mi tarde —expresó con entusiasmo mientras abría la puerta trasera del coche y acomodaba todo.


Caminaron muy cerca uno del otro pero sin llegar a tocarse en ningún momento, aunque él lo deseaba, pero era mejor ir despacio, eso lo había aprendido en el mundo militar, a construir estrategias para conseguir sus objetivos. Minutos después llegaban hasta Carnivale, uno de los mejores restaurantes de comida latina en todo Chicago, el clima estaba muy agradable para desperdiciarlo entrando al local, por lo que decidieron ocupar una de las mesas de la terraza.


—He venido solo un par de veces a este lugar pero me encanta, coincidimos en gustos Nico — señaló Jaqueline con una sonrisa.


—Así parece, yo lo frecuento cada vez que puedo, su comida es excelente —acotó mirando el menú que ya sabía de memoria, mientras deseaba que en verdad sus gustos fueran los mismos.


—Yo quiero la ensalada Yucatán con salmón… —decía cuando él la interrumpió con una carcajada.


—¡Vamos Jaqueline! Tienes una variedad enorme para elegir y pides solo verduras y pescado… come algo más sustancio —indicó mirando la carta para sugerirle otro plato.


—¡Oye! Pero me gusta esa ensalada y además te recuerdo que debo mantener mi peso si quiero lucir bien en ese traje de baño que acabo de comprar para llevar a Italia —le recordó su próximo viaje.


Eres una mujer muy hermosa y no necesitas parecer una tabla para lucir bien… ya quisiera yo que una mujer como tú aceptara tener algo conmigo más que una invitación a almorzar —comentó de manera casual, pero comenzaba a lanzarle anzuelos.


—Sí, se nota que desearías tener algo con una mujer como yo… sobre todo por el tipo de chicas con las cuales sales. Muchas gracias por el cumplido Nico, pero no te creo —indicó mientras reía.


Él negó con la cabeza y sonreía al comprender que había fallado el disparo, su reputación con otras mujeres lo perjudicaba era cierto, pero no por ello desistiría así que se la quedó mirando fijamente.


—Ya deja de hacer eso —advirtió Jaqueline sin mirarlo.


—¿Hacer qué? —preguntó intentando estar serio.


—Intentar intimidarme mirándome de esa manera, con las mujeres de mi edad ya no funciona, mejor decide qué vas a comer porque me muero por ordenar —acotó aunque en realidad él la había hecho sentir nerviosa.


—El pescador, es uno de mis platos favoritos y tú también lo probarás, así que olvídate de la ensalada. En cuanto lo tengas frente a ti me lo vas agradecer —indicó levantando la mano para llamar al mesero.


Ella vio la determinación en la mirada de Nicolas y supo que no ganaría nada negándose, conocía lo obstinados que eran los Chaves.


Minutos después cuando apenas podía con un bocado más tuvo que darle la razón, su sugerencia estuvo exquisita, era una especie de cazuela de mariscos que la dejó alucinada no solo con la presentación sino también con el sabor, además que los productos de mar eran bajos en grasas y le quedaba un mes para ponerse en forma en el gimnasio. 


Estaba pasando una tarde realmente agradable, todo iba de maravilla hasta que escuchó la voz de la última persona a la que deseaba ver ese día.


—Hola Jaqueline, te noto muy feliz… —mencionó mirándola.


Jaime pasaba por el lugar después de haber tenido un almuerzo de negocios y apenas pudo creer lo que sus ojos veían, pero lo que desató su ira fue que uno de los hombres que lo acompañaba, era un amigo de toda la vida y cuando vio a su ex mujer riéndole a aquel hombre que claramente era menor que ella, le mostró una sonrisa burlona. No podía soportar esa ofensa ni el descaro de Jaqueline, así que disculpándose con sus clientes se despidió de ellos y fue directamente hasta la mesa que ella y ese idiota ocupaban.


Jaqueline se volvió levantando la cabeza para encontrarse con los ojos grises de su marido que la miraban de manera acusadora, la misma mirada que le dedicaba cada vez que se enteraba que ella tenía una relación con alguien más, ya estaba realmente cansada de todo eso.


—¿No me presentarás a tu amante de turno? —inquirió dándole apenas un vistazo al rubio sentando frente a ella.


—Ya lo conoces… es Nicolas Chaves, el hermano de Paula y no es… —decía cuando su ex marido la interrumpió.


—El hermano menor de tu cliente… por Dios Jaqueline, qué descaro el tuyo ¿hasta dónde has llegado? —preguntó mirándola con desprecio.


—Ese no es tu problema y te sugiero que te marches ahora mismo —mencionó Nicolas viéndolo de manera amenazadora.


—Pues sí es mi asunto porque ella es mi mujer —espetó con rabia.


—Ex mujer, soy tu ex mujer Jaime y es hora de que lo asumas y dejes que haga mi vida como me dé la gana. Después de todo fuiste tú quien lo decidió así —indicó mirándolo a los ojos.


—Eres consciente que por este comportamiento puedes perder la custodia de Estefania ¿no es así? —cuestionó con seriedad.


—¿Y eres consciente tú que ya no dejaré que me sigas chantajeando con lo mismo? Tú hiciste tu vida y yo tengo derecho a hacer la mía. Además, si te parezco descarada por salir con Nico porque es cinco años menor que yo ¡Jódete! tu mujer tiene trece años menos que tú y nadie te critica por eso —mencionó mirándolo a los ojos de manera retadora.


—En nosotros los hombres no se ve mal, pero en ustedes las mujeres es ridículo, la verdad es que me das pena Jaqueline… ¿Crees que puedes encontrar en un niño como él lo que un hombre de verdad puede darte o que tú lo complaces como podría hacerlo una chica de su edad? —preguntó con sorna mostrando media sonrisa.


—¿Un hombre… como tú? —inquirió ella con burla— ¡Por favor Jaime! Ahora eres tú quien da pena, Nico me coge diez veces mejor que tú —aseveró con altivez, sin desviarle la mirada un segundo.


—Y ella a mí me tiene fascinado… porque una chica de mi edad no tendría jamás la experiencia de Jaqueline y te puedo asegurar que la pasamos muy bien —confirmó Nicolas con una gran sonrisa.


—Allí están tus respuestas, así que te pido que por favor te marches ahora mismo y dejes de hacer el ridículo allí parado —mencionó notando que algunas parejas los miraban con interés.


—Me voy, pero tú vendrás conmigo —mencionó tomándola del brazo con fuerza para levantarla.


—Suéltala antes de que te rompa el maldito brazo —lo amenazó Nicolas levantándose con agilidad de la silla.


—Cállate niño, esto no es tu problema y guárdate tus amenazas si no quieres que te demande — dijo sin soltar a Jaqueline.


—¿Quieres ser mi abogada? —le preguntó a la rubia.


Ella lo miró desconcertada y asintió sin predecir lo que Nicolas haría, con un moviendo tan rápido como certero le propinó un fuerte golpe en el estómago a Jaime que lo hizo doblarse del dolor y la soltó de inmediato para llevarse la mano a la parte lesionada, ella gritó ante lo sucedido y se llevó la mano a la boca para cubrirla, enseguida buscó con la mirada al rubio que lucía impresionantemente calmado.


—Esto no se quedará así maldito infeliz —esbozó Jaime cuando tuvo oxígeno para hacerlo mientras lo señalaba—. Te voy a dejar en la calle.


—Intenta hacerlo y me daré el gusto de patearte el trasero una vez más en un tribunal, tengo varios testigos que pueden decir quién empezó esta discusión —lo amenazó Jaqueline mirándolo con rabia.


—¡Ya lárgate! Y ni se te ocurra acercarte a ella de nuevo porque te daré una paliza que jamás olvidarás —le advirtió Nicolas.


Jaime se marchó tan rápido como pudo para escapar de las miradas asombradas y burlonas de las demás personas en ese lugar, maldiciendo a esos desgraciados, sintiendo que el dolor en su estómago no disminuía.


—¿Todo bien Nico? —preguntó el encargado del local que era muy amigo del marine, cuando se acercó hasta la mesa.


—Sí, todo bien Pablo… solo un maldito imbécil que no termina de entender cuándo una mujer ya no le pertenece —contestó sentándose.


—Un puto cabrón, pero no le prestes atención, que eso no arruine su tarde… les invitaré un par de tragos cortesía de la casa —dijo sonriendo.


—¡Oh, no! No hace falta… por el contrario disculpe lo sucedido.


—Lo hago con gusto belleza —dijo para luego buscar a un mesero—. Felipe, trae una cerveza para mi amigo y el Martini de la casa para su mujer —indicó al empleado—. Disfrútenlos y relájense que el ambiente en este lugar es de fiesta —mencionó antes de irse.


—El Martini te gustará Jaqueline —dijo él acariciándole la mano.


—Sí, además creo que me vendría muy bien… gracias Nico —esbozó mirándolo con agradecimiento y rozó los nudillos con su pulgar al tiempo que le entregaba una hermosa sonrisa.


—No tienes nada que agradecer —decía cuando ella lo detuvo.


—Sí tengo, además mucho y también debo pedirte disculpas por haberte involucrado en esto, debí parar sus insinuaciones diciéndole la verdad —mencionó apenada y le soltó la mano esquivándole la mirada.


—¡Oye! Y quitarme la diversión de ver su cara cuando le afirmaste lo mal amante que era ¡Ni en sueños! Sabes que siempre me cayó como una patada en las pelotas, además mi ego salió ganando ¡Diez veces mejor! ¿No está nada mal verdad? —preguntó con una sonrisa.


Jaqueline comenzó a reír mientras negaba con la cabeza y terminó cubriéndose el rostro con las manos, sentía que estaba sonrojada hasta el cabello. Los tragos llegaron y aprovechó esa distracción para cambiar de tema, brindaron por la lección que le habían dado a Jaime y se enfrascaron de nuevo en una conversación casual.


Dos horas después estaban frente a la puerta de su departamento, Nico había insistido en llevarla ya que el delicioso sabor de los martinis la hizo beber cuatro, no se encontraba borracha pero si llegaba a pararla algún fiscal de tránsito podía hasta terminar en una comisaría, sin su auto y con una multa por una cantidad exorbitante. Él no había llevado su auto así que no tuvo mayor problema, la dejaría sana y salva en su casa para después tomar un taxi e ir hasta la suya, al menos ese era el plan.


—Muchas gracias por traerme —mencionó invitándolo a pasar—. Por favor deja las bolsas allí, después acomodo todo… —indicó con una sonrisa y su voz mostraba los estragos del alcohol.


Las cervezas también habían causado efecto en Nicolas, pero no al grado de estar mareado o tener la lengua enredada como ella, la vio tambalearse un poco y se acercó tomándole el rostro entre las manos para mirarla a los ojos, se sintió atrapado de inmediato por esa mirada esmeralda, pero los delgados y hermosos labios de Jaqueline tuvieron un mayor magnetismo al cual no pudo resistirse, antes de coordinar lo que hacía se encontró besándola, primero con suaves roces pero al escucharla gemir dejó que el deseo dentro de él se desbordara.


Jaqueline sintió el leve roce cálido de los labios de Nicolas y de pronto se encontró separando los suyos para que él pudiera deslizar la lengua dentro de su boca, se sujetó a la cintura masculina al sentir que sus rodillas temblaban y entró a ese juego que Nicolas llevaba en su boca, sentía descargas de energía que viajaban a través de su cuerpo, era una sensación parecida a la estática que la hacía erizarse.


—Espera, espera… Nico —intentó reaccionar y recuperar su cordura pero él apenas sí le daba respiro, seguía besándola de esa manera tan posesiva y profunda que la estaba haciendo delirar. Lo sintió bajar las manos de su espalda hasta sus nalgas y comenzar a acariciarlas con determinación, incluso siendo algo rudo, pero eso la excitó aún más.


Jaqueline para ¡Ahora! Es el hermano de Paula, es menor que tú.


Pensaba mientras deslizaba su lengua junto a la de él en ese beso que era espectacular y la estaba calentando por dentro con una rapidez asombrosa o quizás era el alcohol, no lo sabía pero debía detenerse. Se alejó reuniendo toda su fuerza de voluntad y posó un par de dedos sobre los labios de Nicolas para evitar que la besara de nuevo.


—Detente, la cabeza me da vueltas —decía rehuyéndole la mirada.


—¿Por el beso? —preguntó él arrogante.


—No tonto, por las margaritas —contestó sintiéndose turbada.


—No fueron margaritas sino martinis —indicó riendo al tiempo que le acariciaba las caderas y la sintió temblar.


—Lo que sea, ambos son letales… y no intentes aprovecharte de mí creyendo que estoy borracha —le advirtió señalándolo con un dedo.


—No me estoy aprovechando, tú también me besaste… vamos te llevaré para que te sientes y te daré un poco de agua, eso te ayudará —mencionó llevándola casi en vilo y la sentó con cuidado en el largo sillón de cuero negro que dominaba el salón.


Jaqueline se dejó guiar y cerró los ojos para evitar que su cabeza se sintiera tan pesada, mientras inhalaba y exhalaba lentamente, lo sintió regresar unos minutos después, abrió los ojos recibiendo el vaso con agua helada que le extendía, se lo llevó a la frente antes de darse un sorbo.


—¿Te sientes mejor? —preguntó ocupando el espacio a su lado.


—Sí, muchas gracias —se volvió para verlo y él la miraba fijamente, justo como hiciera en el restaurante, eso aceleró sus latidos—. Nico, en serio ya deja de jugar al conquistador conmigo… sabes perfectamente que esto no tiene sentido —decía cuando él la detuvo.


—Jaqueline quiero tener sexo contigo —lanzó sin más rodeos.


—¡Nicolas Chaves! ¿Y me lo dices así? —inquirió mirándolo a los ojos, sorprendida por la declaración y lo directo de la misma.


—¿Cómo deseas que te lo diga? —contestó con una interrogante y se acercó a ella para hablarle al oído—. Quieres que te diga… Jaqueline quiero coger contigo —susurró dejando que su aliento se estrellara contra la sensible piel, ella jadeó e intentó alejarse, pero él no la dejó—. O quizás quieres que te diga, Jaqueline deseo que hagamos el amor —sonrió al ver que ella también lo hacía animándolo a seguir, le giró el rostro para verla directamente a los ojos—. O lo que en realidad siento; Jaqueline me estoy muriendo por tocar todo tu cuerpo, por besarte, por escucharte gritar y gemir temblando debajo de mí, mientras te penetro una y otra vez hasta que nos corramos juntos — finalizó susurrando.


Su voz se había esfumado, solo pudo sentir su cuerpo ser barrido por una ráfaga de fuego que incendió cada una de sus fibras y estalló con fuerza en medio de sus piernas, dejando que la humedad bajara lenta y tibia como lava de un volcán que acababa de hacer erupción.


—No estás hablando en serio —murmuró apelando al último vestigio de cordura que le quedaba, suplicándole con la mirada que parara.


—¿Crees que no estoy hablando en serio? ¿Qué no te deseo Jaqueline? —preguntó mirándola a los ojos, ella no le respondió y él se dijo que debía ser más gráfico—. Ven, dame tu mano —le dijo tomándola y se la llevó hasta la tensa erección, haciendo que la rozara para que comprobara por ella misma el grado de deseo en él.


—Nico… tú eres el hermano de Paula —indicó con voz trémula.


—Sí —contestó él acariciándole las piernas por encima de la tela del vestido y llevó sus labios hasta el cuello de Jaqueline.


—Y eres menor que yo por cinco años —señaló cerrando los ojos.


—Sí… y nada de eso me importa —mencionó dejando que sus dedos se deslizaran por la sensible piel de los muslos—. Míralo de esta manera Jaqueline, la próxima vez que veas a Jaime tendrás la absoluta certeza de que yo puedo cogerte diez veces mejor que él —agregó al tiempo que hundía su
dedo en el centro húmedo y cálido de la rubia.


Ella se arqueó jadeando ante la exquisita invasión y cerró los ojos, al tiempo que sentía su cuerpo ser recorrido por el maravilloso placer de ser tocada por un hombre, se perdió de tal manera en las sensaciones que se sorprendió cuando vio a Nicolas de rodillas ante ella y llevó sus manos hasta el
panty, como si su cuerpo fuera movido por alguien más, elevó sus caderas para que él pudiera sacarla con libertad; no opuso resistencia cuando separó sus piernas para hundir su rostro entre ellas y apoderarse de su intimidad con una serie de lametazos que la pusieron a temblar.


Nicolas se deleitó en el néctar que brotaba del cálido centro de Jaqueline, sus labios sonrojados y voluptuosos eran un espectáculo que lo estaban enloqueciendo, animado por el movimiento que hacía ella con sus caderas cada vez iba más profundo, le tomó las piernas y se las pasó por encima
de los hombros para tenerla con mayor libertad, mientras la sentía temblar delatándole lo cerca que se encontraba del orgasmo.


—Me encantas… —susurró contra el brote rosado.


Después le dio una serie de succiones que la hicieron gritar, mientras él sentía que el pecho se le llenaba de una emoción que no había sentido nunca antes. La dejó recuperarse del orgasmo bebiendo con suavidad todo lo que ella le regaló y cuando vio la satisfacción dibujada en ese hermoso rostro, se puso de pie despojándose de la camiseta y abrió el broche de su correa mientras la miraba a los ojos.— Tu turno Jackie, demuéstrame lo que tienes —la retó con media sonrisa mientras la miraba con intensidad.


¿Acaso no la creía capaz de darle un sexo oral que lo hiciera alucinar? Bueno, le tocaría demostrárselo. Pondré a temblar tus rodillas Nicolas Chaves.


Se incorporó en el sillón acercándose a él y lentamente le bajó la cremallera, usó sus manos para hacer que el apretado jean descendiera y pudo notar perfectamente la potente erección tras el bóxer blanco que llevaba puesto. 


Mostró una seductora sonrisa acariciándola por encima de la tela, luego se apoderó del tibio y duro músculo que tan cerca de sus ojos le pareció inmenso además de muy duro, lo que provocó que su boca se humedeciera tanto como su intimidad, que una vez más estaba ansiosa por recibir atención y le dio inicio a una de las actividades que más había perfeccionado en los últimos años.


Minutos después Nicolas se encontraba sudando y con la respiración agitada, mientras veía cómo Jaqueline metía su miembro casi por completo dentro de su boca y liberaba suaves gemidos que parecían recorrerlo por completo, haciendo que doblara los dedos de los pies sobre la mullida alfombra tomándola por los hombros para tenerla de apoyo, pues sentía que las piernas de un momento a otro le fallarían.


—Jaqueline —esbozó como pudo entre gemidos roncos, para anunciarle que estaba a punto de correrse en su boca.


—Aún no —mencionó ella con la respiración agitada y le apretó los testículos sonriendo de manera traviesa.


—¡Mierda! Jackie… ¿Qué haces? —preguntó desconcertado.


—No te has ganado todavía el derecho de hacerlo en mi boca y este vestido es un diseño exclusivo —contestó levantándose, le dio un suave toque de labios mientras lo miraba a los ojos—. Llévame a la habitación y allí podremos  hacer lo que desees —esbozó acariciándole el pecho.


No tuvo que mencionarlo dos veces para que Nicolas la tomara en brazos y se encaminara hasta el pasillo que suponía llevaba a las recamaras. Llegó a la de Jaqueline y no tardó ni un minuto en despojarla del vestido y los zapatos, la tumbó en la cama para terminar de desvestirse, luego buscó en su billetera los tres condones que siempre llevaba consigo y se puso uno bajo la mirada atenta de Jaqueline.


—No te voy a dejar salir de esta cama por lo que resta de la noche —le hizo saber cubriéndola con su cuerpo.


—Qué pena, yo esperaba que lo hicieras por todo el fin de semana —indicó ella con una sonrisa radiante al ver la sorpresa en él.


Nicolas le hizo pagar su provocación entrando en ella con un solo empuje profundo y certero, disfrutó de ese grito de placer que le entregó y de las uñas clavándose en su espalda, la miró a los ojos antes de dar comienzo al vaivén de sus caderas para comprobar que estaba lista.


Jaqueline asintió en silencio envolviéndolo con sus piernas; se preparó para lo que presentía sería una noche de sexo excitante, rudo y salvaje que la llevaría a la locura, en brazos de ese hombre que parecía estar todo hecho de piedra, duro por donde quiera que se le tocara y la presión que ejercieron sus dedos sobre las perfectas nalgas se lo confirmaron mientras sonreía sintiéndose libre, hermosa y feliz.










CAPITULO 192





Pedro se sentía feliz de poder pasear de esa manera con Paula, lo había deseado por tanto tiempo mientras caminaba solo por esas mismas calles, que en ese instante apenas se lo podía creer y la sonrisa en sus labios era la muestra fehaciente de la felicidad que lo embargaba. Le acariciaba los dedos mitigando de esa manera los deseos que tenía de besarla, debía recordarse ir despacio para no arruinar el momento.


Se integraron al grupo de turistas que veían emocionados la hermosa Fuente de Trevi, Pedro aprovechó que nadie parecía fijarse en ellos ante el espectáculo que representaba la emblemática estructura y el Palacio de Poli detrás de ésta, para acercarse a Paula abrazándola desde atrás y sacó una foto de ambos con su teléfono intentando que saliera la figura de Neptuno que era lo más llamativo del monumento.


Después le tomó otra a ella que parecía estar hechizada por el suave murmullo que hacía el agua al caer, la tomó de la mano para entregarle una moneda y ella en un principio lo miró sorprendida, pero después le dedicó una sonrisa agradeciéndole el gesto, meditó unos segundos su deseo y la lanzó siguiéndola con la mirada.


—Espero que ese deseo haya estado relacionado conmigo —susurró él en su oído mientras le acariciaba la cintura.


—Todos mis deseos están relacionados contigo —respondió ella dedicándole una hermosa sonrisa y sin desear cohibirse le brindó un rápido roce de labios que la hizo sonrojar como una quinceañera.


La sonrisa de Pedro fue mucho más efusiva y respondió a eso dándole un beso en el hombro, a ninguno de los dos parecía importarle lo que las personas a su alrededor dijeran o pensaran, no tenían nada de lo cual avergonzarse y cada vez su sentimiento se hacía más fuerte, llenándolos de seguridad para enfrentar lo que fuera que se pusiera ante ellos, todo por defender lo que vivían en ese instante.


Su paseo por las calles de Roma continuó, sintiéndose felices porque al parecer a los periodistas de espectáculos, les habían dado el día libre o quizás no esperaban que ellos se fueran a mostrar en público tan pronto. Transitaban por una zona donde había varios cafés al aire libre, justo donde había estado junto a Diana, eso la hizo recordar a su hermana, buscó su móvil para llamarla y saber cómo se encontraba.


—¿Paula? ¿Eres tú Paula Chaves?


Escuchó la voz de un hombre que tras ella esbozaba su nombre y se volvió pensando que se trataba seguramente de algún conocido, tal vez uno de sus lectores que la había reconocido y deseaba una fotografía juntos. Se volvió con una sonrisa que fue reemplazada de inmediato por un gesto de sorpresa cuando descubrió quién era el dueño de la voz —Sí, sabía que eras tú… mi memoria no me engañaría tratándose de ti —mencionó Charles mientras mostraba una gran sonrisa y se acercaba a ella, aprovechó la sorpresa de Paula para estrecharla con fuerza entre sus brazos—. Qué hermosa luces ¿cuéntame cómo has estado? — preguntó alejándose un poco para mirarla a los ojos.


Paula apenas podía coordinar lo que estaba ocurriendo, la sorpresa de encontrárselo en ese lugar y además la manera en la cual él la había abordado la había desconcertado. Solo conseguía mirarlo y sonreírle, pero su voz había desaparecido mientras miraba esos ojos marrones, que la miraban cargados de emoción y ese brillo especial que ella conocía tan bien.


Sin embargo, ella no estaba más turbada que Pedro ante la actitud que había mostrado el canadiense, pudo ver cómo su novio se tensaba casi hasta simular la imagen de la estatua de Neptuno y podía jurar que era solo cuestión de segundos para que se le lanzara a Charles encima, así que tragó en seco para luchar por conseguir su voz.


—Hola, que… sorpresa encontrarte aquí —mencionó alejándose disimuladamente del abrazo, sin dejar de sonreír para no hacerlo sentir rechazado—. Ha pasado tanto tiempo… ¿Qué haces aquí? — preguntó guardando su teléfono en el bolso, un gesto casual que los hiciera separarse y tal como esperaba sintió la presencia de Pedro a su lado.


—He estado muy bien, ahora mismo estoy en una convención donde se está analizando la nueva Ley de Migración que plantea la Unión Europea. Sabes siempre del lado de los desvalidos — contestó ignorando al hombre que se había apostado junto a ella y lo miraba con molestia.


—Eso es maravilloso, me alegra mucho por ti… —se disponía a presentar a Pedro cuando él la interrumpió.


—Sí, y lo mejor de todo es que no me he muerto de hambre como pronosticó tu madre —indicó negándose a recibir información del otro—. Por cierto ¿Cómo está tu familia? —inquirió con una sonrisa.


—Todos están bien, Diana está conmigo aquí en Italia con lo de las grabaciones de Rendición... permíteme presentarte al actor que le da vida al personaje principal —mencionó tomándole la mano Pedro.


Él solo esperaba que Paula hiciera su introducción para dejarle claro a ese hombre que era suya, no sabía quién era y tampoco le interesaba, pero a menos que fuera algún familiar de ella lo quería lejos de su mujer, pues no le gustó nada las libertades que se tomó.


—Encantado, Charles Leroux… un gran amigo de Paula.


—Mucho gusto Pedro Alfonso, el novio de Paula —dijo extiendo su mano al tiempo que mostraba una sonrisa fingida.


La noticia le cayó como un balde de agua fría al canadiense, por la actitud del hombre podía sospechar que estuviera interesado en Paula, pero nunca llegó a pensar que llevara el título de novio. Hasta donde sabía ella tenía una relación con un prestigioso hombre de negocios, uno que él había grabado en su memoria y sabía que no era ése que tenía ante sus ojos; aquel era americano, con toda la imagen que una mujer como Susana Chaves pediría para la pareja de su hija mayor.


Paula vio el gesto de dolor que atravesó la mirada de Charles y quiso en ese momento golpear Pedro por ser tan directo, él no había hecho nada malo, solo la saludó como dos viejos amigos que llevan mucho tiempo sin verse. 
Le dedicó una sonrisa amable y buscó en su cabeza algún
comentario casual, que los sacara de ese incómodo silencio en el cual se habían sumergido, pero él habló primero.


—Me alegra mucho conocerte Pedro, eres un hombre muy afortunado por tener a tu lado a una mujer tan extraordinaria como Paula… lo digo por experiencia —esbozó con una sonrisa que intentó ocultar su pena, devolviéndole la estocada al italiano.


Habían pasado años desde que ellos se separaron y podía decir que su amor por ella había sido superado, en ese momento se sentía feliz junto a una mujer hermosa y especial; pero ciertamente a ningún hombre le gustaba ver a la que fue suya, ser de alguien más. Aunque Paula nunca lo fue en realidad y él tampoco se creía con derechos sobre nadie.


—Gracias —respondió de manera escueta pero le mantuvo la mirada, acababa de recordar quién era ese hombre.


—Por favor Charles, no es para tanto… —esbozó ella un tanto apenada por el halago y el embarazoso momento.


—Sí lo es, muestra de ello es todo lo que has conseguido. Déjame felicitarte Paula, sabría que el destino depararía para ti grandes logros, siempre confié en tu talento —comentó mirándola a los ojos. 


—Yo le digo lo mismo todo el tiempo —acotó Pedro al ver que ambos se quedaban en silencio y se miraban como si él no estuviera presente, sonreír en ese momento sin duda era su mejor actuación.


—¿Deseas tomarte un café con nosotros? —lo invitó Paula para recompensarlo por la actitud tan desagradable de Pedro.


Charles no había planeado ese encuentro, había sido todo casual y había sido muy educado, definitivamente alguien debía controlar sus celos obsesivos antes que terminaran provocándole una úlcera.


Pedro apenas pudo creer lo que Paula hacía, pero se esforzó por mantener la sonrisa, era el colmo que ella pretendiera que él se sentara en una mesa a tomar café con su ex amante. ¿Acaso no había sido suficiente con tener que haberlo hecho con Ignacio Howard, para que también ahora tuviera que repetir la hazaña con ese tal Leroux?


—Me encantaría, pero no quisiera incomodarlos… quizás en otra ocasión. ¿Qué te parece si te invito mañana a la ponencia que daré en El Palacio de Congresos, y después podemos ir a tomar un café? —inquirió con una gran sonrisa—. Así no aburrimos al señor Alfonso con nuestra conversación. Será divertido recordar nuestro tiempo en la universidad —agregó mirándola a los ojos, aunque no ignoraba la ira contenida que el actor intentaba ocultar.


Lo único que vas a recordar será la fractura de nariz que te haré en este preciso instante imbécil ¿Recordar viejos tiempos? ¿Me habrás visto cara de cabrón acaso pendejo? Ni muerto dejo que Paula salga contigo a ningún lado.


—Sería genial Charles, pero mañana regresamos a la villa —respondió Paula acariciándole la espalda a Pedro para relajarlo y se volvió a mirarlo—. Además a Pedro no le aburre nada de eso, le encanta escucharme hablar sobre toda mi vida y también sobre mi trabajo —dijo ella sonriéndole a su novio para aligerar la molestia en él.


—Es una lástima, pero seguro tendremos otra ocasión —mencionó mirándola a los ojos, mientras ocultaba tras su sonrisa la decepción.


No deseaba seducir a Paula, porque la mujer que compartía su vida con él no merecía una traición, pero tampoco pudo contenerse y terminó provocando a ese hombre que la amarraba a él como si fuese suya, como una cosa que podía poseer, dictarle qué hacer y qué no.


—¡Por supuesto! —esbozó ella siendo amable.


—Vengan a visitarnos a Montreal alguna vez, así conocen a Sonia es mi compañera, una mujer grandiosa que apoya y cree en todas mis causas, nunca se asombraba ante mis sueños por muy locos que fueran —comentó lanzándole a Paula un claro reproche y supo que ella lo había entendido cuando la sonrisa en sus labios se esfumó—. Bueno, será mejor que me vaya y los deje a ustedes continuar con su paseo, de nuevo felicidades por tus éxitos Paula, un excelente libro aunque me sorprendió un poco ese giro. Recuerdo que una de las últimas cosas que me dijiste fue que el amor y tú no se llevaban bien —mencionó trayendo al presente ese dolor del pasado.


No pudo evitarlo por más que en pensamientos se decía que Paula ya no le importa, pero ver cómo estaba junto a ese hombre, cómo lo sujetaba por la cintura y lo miraba, removió muchas cosas dentro de él. Nunca supo lo que fue mostrarse en público con ella de esa manera, ni ver en sus ojos la misma luz que se encendía cuando miraba al actor. 


Si antes había tenido dudas, en ese instante acababan de despejarse. Paula Chaves nunca luchó por él porque sencillamente no lo amó, solo fue el amante casual que la liberó del embarazoso hecho, según ella, de ser virgen a los diecinueve años. 


—Pues esta vez encontró la inspiración —puntualizó Pedro que había sentido la tensión que embargó a su mujer y el reproche en la voz de ese idiota que buscó hacerla sentir mal.


—Sí, quizás —contestó Charles con media sonrisa.


—No, lo hizo. Esa es nuestra historia así que no se te ocurra menospreciarla —le advirtió mirándolo a los ojos.


Pedro… —ella intentó decir algo, pues no quería lastimarlo.


Todavía sentía sobre su espalda la culpa de haber lastimado a Charles en el pasado y lo último que deseaba era hacerlo de nuevo, pero evidentemente ya era tarde para ello, la tristeza que había cubierto de sombras la mirada marrón se lo gritaba.


—No lo haría en ningún momento, jamás menospreciaría el trabajo de Paula, porque la valoro mucho como persona y como profesional —dijo manteniéndole la mirada al actor, después la posó en ella—. Además porque te amé y solo te deseo lo mejor Pau —mencionó dejando que su mirada le expresara lo que aún sentía por ella.


La vio quedarse en silencio justo como lo hizo aquella vez cuando se despidieron años atrás, él solo sonrió con tristeza y se dio la vuelta para alejarse de allí mientras suspiraba para libertar ese espantosa sensación de vacío que se apoderaba de su pecho.


Paula se volvió para mirar a Pedro consciente que las lágrimas estaban por desbordarse de sus ojos, esperando que él comprendiera lo que necesitaba hacer, pues fue testigo de la culpa que sentía por lo que le hizo a Charles, y no podía dejarlo ir así de nuevo.


Pedro sentía que estaba ante la disyuntiva más difícil que le había tocado en mucho tiempo, pero la imagen de aquel hombre derrotado le recordó a él mismo cuando tuvo que dejar ir a Paula junto a Ignacio. Tragó para pasar el nudo en su garganta y asintió con un leve movimiento de su cabeza, soltándola para que pudiera despedirse y cerrar ese capítulo en su vida. ¡Dios tanto amaba a esa mujer! Que no podía negarle nada con tal de verla feliz y libre de culpas.


—¡Charles espera! —gritó Paula corriendo hacia él y cuando lo vio girarse se acercó para abrazarlo con fuerza.


En un principio él se quedó sin saber qué hacer, completamente desconcertado por la actitud de Paula, pero al sentir una vez más su cuerpo cálido y suave junto al suyo dejó que su corazón fuese quien dictara sus acciones, así que la envolvió con sus brazos pegándola muy fuerte a él, queriendo guardar ese abrazo para toda la vida.


—Charles perdóname… yo nunca quise lastimarte, no quise… —decía en medio de sollozos que le cortaban la voz.


—No digas nada Paula… todo está bien, haberte amado ha sido lo más hermoso y emocionante que me ha sucedido, gracias por haberte fijado en mí… por haberme dejado ser parte de tu vida —pronunció sonriendo entre lágrimas y retiró con sus pulgares las de ella que bajaban por sus mejillas, le besó la frente al tiempo que cerraba los ojos y no pudo evitar hundir sus dedos en la suave cabellera castaña—. Fuiste más de lo que pude esperar, fuiste todo —susurró y lentamente comenzó a soltarla, consciente de que esa mujer era de otro.


—Tú también fuiste muy importante para mí… —decía y vio que él negaba pero se apresuró a hablar—. Charles lo digo en serio, es lo que siento por favor créeme. Lamento mucho todo lo que te hice pasar por haber sido tan cobarde ¿me perdonas? —le pidió mirándolo a los ojos.


—No tengo nada que perdonarte y hablo en serio cuando digo que te deseo lo mejor. Ahora ve que no quiero causarte problemas con él… quedándose allí me ha demostrado que en verdad te merece y que te ama, yo en su lugar tal vez no hubiera hecho algo así —dijo entregándole una sonrisa
mientras le acariciaba el cabello, esa era su debilidad en ella.


—Me hizo feliz de verte, te deseo lo mejor Charles y que tus sueños, que nunca fueron una locura, se hagan realidad. Cuídate —esbozó para despedirse dándole un último abrazo.


Le sonrió antes de girarse y comenzar a caminar hasta Pedro que la esperaba a varios metros pero miraba a otro lado, en cuando la sintió cerca se volvió sin mostrarse molesto o dolido y eso fue en verdad un alivio, le extendió la mano dedicándole una tierna sonrisa. Se volvió para despedir a Charles que aún esperaba en el lugar donde lo había dejado y pudo ver cómo intercambiaba una mirada con Pedro, después de eso elevó su mano para despedirse con un ademán.


—¿Todo bien? —preguntó su novio mirándola.


—Sí —respondió sonriéndole y retomaron su camino.


Un silencio se instaló entre los dos mientras avanzaban por las calles, pero no era uno incómodo sino reflexivo, sumidos en sus pensamientos y lo que acababa de ocurrir. Pedro incluso estuvo a punto de pasar de largo el restaurante donde cenarían, el mismo llevaba por nombre Il Chianti, y era más una vinería que un local de comida, pero sus dueños lo fusionaron de esa manera para atraer a más que catadores.


—Llegamos, ven —esbozó con una sonrisa y la guió hasta el modesto restaurante que no tenía nada de ostentoso, pero era una joya.


Paula entró al lugar que se asemejaba a cualquier otro restaurante de los que podía visitar en Roma y que eran muy frecuentados por los turistas, sus techos de gruesas vigas de madera y los pisos de parqué oscuro que por supuesto no restaban claridad al lugar, gracias a las paredes blancas y los ventanales que daban a la calle Lavatore. El nombre del mismo le llamó la atención, y en cuanto se vio en medio de todas esas estanterías repletas de botellas de vino comprendió porqué se llamaba así, ese debía ser el paraíso para Pedro.


—Buenas noches sean bienvenidos, tiempo sin verlo señor Alfonso, señora, acompáñenme por favor.


Los saludó en italiano un hombre de unos cincuenta años, de cabello rubio ya casi blanco por las canas, entradas pronunciadas en la frente y alegres ojos grises que los condujo hasta una de las mesas con vista a la calle y les entregó la carta.


—Buenas noches Salvatore, te presento a la señorita Chaves y aunque ya no tiene caso. ¿Cuándo me llamarás Pedro de nuevo? —preguntó él con una sonrisa mirándolo.


—Encantado señorita, Salvatore Donatti —dijo ofreciéndole la mano mientras la miraba con amabilidad.


—Es un placer, Paula Chaves —respondió sorprendida.


—Sí, él es el famoso Donatti que me enseñó mucho de lo que sé en cuanto a vinos, pero desde que perdió una competencia conmigo me trata con indiferencia —respondió a la pregunta en la mirada de ella. 


—Y le daré el peor vino que tengo en la bodega como siga trayendo a acotación un tema que no le interesa a nadie —lo reprendió intentando parecer serio, pero le era imposible estarlo con ese joven, porque de haber tenido un hijo varón y no las cuatro mujeres que eran su vida, le habría gustado que fuera como Pedro Alfonso.


Paula luchó por no reírse ante la actitud del Sommelier, pero Pedro lanzó al piso todo su esfuerzo cuando le guiñó un ojo, así que con rapidez se enfocó en la carta, pidió un prosciutto toscano con mozzarella de búfala para la entrada y como Pedro ya había estado allí, dejó que él pidiera el resto pues debía saber cuáles eran los mejores.


Después de media hora el hombre había olvidado su rivalidad y hablaba con su novio como los dos grandes amigos que eran, incluso se tomó unos minutos para escuchar más sobre el personaje de Paula que era experto en vinos y llevaba su nombre, solo le tomó ese tiempo para descubrir que el mismo estaba relacionado directamente con ambos y bromeó diciéndole que por eso últimamente había tenido muchas visitas femeninas pidiéndole que les enseñara a catar vinos.


—Es todo un personaje… muchas gracias por traerme a conocerlo —mencionó minutos más tarde cuando esperaban por el postre.


—De nada —contestó él tomándole la mano por encima de la mesa para darle un beso—. Aunque debo confesar que cuando leí el apellido Donatti me sentí desplazado, pero supongo que gracias a lo que él me enseñó fue que pude conquistarte —agregó mirándola.


—En realidad fueron muchas cosas a la vez, aunque no niego que tus dotes para catar vino despertaron mi interés —indicó mostrándole una sonrisa mezcla de timidez y sensualidad.


Pedro sonrió sintiéndose feliz mientras la miraba a los ojos, le dio un beso más en el dorso de la mano, para después llevarse la copa llena a la mitad del pinot grigio que degustaban. De pronto su mirada fue captada por la figura de una mujer que entraba al lugar y pudo jurar que perdió todos los colores del rostro al reconocerla.


—¡Mi Dios! No puedo creer que tenga tanta suerte… Pedro Alfonso, es casi un milagro verte —esbozó Giovanna cuando sus ojos se toparon con él y le dio un fuerte abrazo cuando se levantó.


—Hola Giovanna, también me alegra verte —respondió saludándola con un beso en cada mejilla y de inmediato se giró para presentar a su novia que los veía con marcado interés—. Por favor conoce…


—Encantada Giovanna Rigoletto —le extendió la mano a la mujer antes que él terminara de hablar y la detalló de inmediato.


—Mucho gusto, Paula Chaves —respondió recibiendo el saludo y le mantuvo la mirada a la rubia que parecía estudiarla.


La esquivó de inmediato recordando el gusto de ésta por las mujeres.


—¡La escritora! Entonces los diarios tienen razón, ustedes dos andan juntos —señaló con una sonrisa sintiéndose sorprendida.


—Sí, así es —le confirmó Paula que no pudo controlar sus celos.


—No hemos querido hacerlo público del todo para no crear un circo en torno a nosotros, pero llevamos más de un mes juntos —agregó Pedro viendo la mirada desconcertada de Giovanna.


—Por supuesto, es un fastidio tener a todos los paparazis persiguiéndote a cualquier sitio donde vas. Por cierto Pedro, me has caído como enviado del cielo, venía a pedirle consejos a Salvatore para llevarle una botella de vino a mi padre —indicó ignorando a Paula y dedicándose solo a él—. Está de cumpleaños mañana y quería darle algo especial, ya sabes lo selectivo que es para los vinos.


—Pues has venido al lugar indicado, Salvatore tiene los mejores vinos de toda Roma, diría que de toda Italia pero sería subirle demasiado el ego a ese anciano arrogante —indicó consciente que el hombre se acercaba.


—Creo que solo la señorita tendrá tiramisú esta noche —comentó extendiéndole el platillo a Paula con una sonrisa—. El otro será para ti Giovanna y que el actor arrogante se quede sin postre —indicó mirándolo y disfrutando de su sorpresa, pues ciertamente lo había dejado sin la especialidad de la casa aparte de los vinos.


—Gracias Salvatore… eres maravilloso —dijo la rubia sonriendo mientras recibía el exquisito dulce y después miró a su amigo—. Bueno en vista de que tú no tendrás postre, ¿puedes ir hasta la cava y escoger un buen vino para mi padre? —preguntó mirándolo a los ojos.


—¿Está de cumpleaños el viejo Rigoletto? Pues eso sí merece el mejor de la bodega, ven novato para que veas cómo se escoge un buen vino —indicó haciéndole un ademán a Pedro para que lo siguiera.


—Ve, no hay problema, yo te espero aquí —mencionó Paula cuando él se volvió a mirarla—. Y además te guardaré tiramisú —indicó con una hermosa sonrisa para relajarlo.


No armaría un escándalo al estilo Romina Ciccone por ese simple encuentro con una de sus tantas ex amantes, ella confiaba en él y en lo que sentía, así que no había nada que temer, eso le decía su parte racional, pero la emocional se revolcó de rabia cuando esa mujer le puso una mano en el pecho y se acercó para susurrarle algo.


—Ve tranquilo Pedro, no te la robaré… antes te pediría que la compartiéramos. Después de todo sería tu turno de traer a una jugadora —susurró en el oído del actor, usando un tono sugerente para despertar el deseo a través de los viejos recuerdos.


—Ya no juego Giovanna y menos con Paula —dijo determinante y su mirada le advertía que se mantuviera lejos de su mujer. Miró a Paula para confirmar que ella estaría bien y después se marchó.


—Entonces… —dijo Giovanna volviéndose para mirar a la escritora y le dedicó una sonrisa mientras tomaba asiento—. Tú debes ser la misteriosa mujer que logró enamorar a Pedro.


—Yo no sé de lo que hablas, creo que estás equivocada —se excusó Paula sintiéndose desconcertada por esa pregunta tan directa.


—Yo diría más bien que estoy en lo cierto


—Yo diría más bien que estoy en lo cierto… y además, apostaría toda mi fortuna a que esa historia que escribiste es la de ustedes dos… quizás no lo sepas, pero yo estoy al tanto del verdadero motivo por el cual él desapareció por casi cinco meses —indicó mirándola a los ojos para descubrir qué tanto sabía de ella, pues algo le decía que no era una completa desconocida para esa mujer.


—¿Qué sabes tú de mí? —preguntó decidida a enfrentarla también.


Odiaba creer que Pedro pudo contarle a ella todo lo que vivieron en la villa, se suponía que no se lo había dicho a nadie a parte de su madre, pero por la seguridad con la cual hablaba Giovanna era evidente que ella también estaba al tanto de todo.


—No mucho… pero lo suficiente como para sacar mis propias conclusiones —respondió con una sonrisa torcida.


—¿Te lo contó él? —ahora quien hacia las preguntas era ella.


—¿Pedro? ¡No! —exclamó riendo y tomó un bocado del postre, disfrutando no solo de éste sino también de la angustia que veía en la americana, pero al final se condolió de ella, después de todo esa mujer no le había hecho nada—. Él nunca me contó nada, al menos no de manera consciente… una noche llegó hasta mi departamento completamente ebrio, buscaba consuelo para calmar la pena de amor que vivía y como yo lo aprecio tanto me ofrecí a dárselo… porque siendo sinceras, dime Paula ¿quién puede negarse a un hombre como él? —preguntó con una sonrisa malévola y probó el postre de nuevo.


—Entonces ¿cómo te enteraste? —la interrogó yendo al grano, pues no le daría el gusto de que jugara con ella.


—Esa noche estaba distinto… y yo pensé que tal vez era el tiempo que habíamos pasado lejos, pero en el preciso instante que me llamó “Paula” me lo quité de encima. Él intentó buscarme de nuevo, pero volvió a repetir tu nombre así que terminé pegándole y dejándolo tirado en el sofá — esbozó sin mostrar la rabia que la había colmado esa vez.


Paula se quedó en silencio sin saber qué decir, su cabeza era un torbellino de ideas y su pecho un cúmulo de emociones que apenas la dejaba coordinar. Por un lado se sentía feliz al saber que Pedro la recordó durante su separación y por el otro quería pegarle por ir a buscar consuelo en casa de la mujer frente a ella.


—Aquí tienes Giovanna, traje dos para que le des una de mi parte —mencionó Pedro llegando hasta la mesa de nuevo.


Logró escapársele al viejo Salvatore diciéndole que deseaba evitar que Italia y América iniciaran la tercera guerra mundial en su local. El hombre comprendió de inmediato dejándolo regresar, pero antes lo reprendió por ser tan mujeriego, sin recordar que él también lo era.


—Muchas gracias guapo —dijo ella levantándose para darle un beso en la mejilla— ¿Puedo quedarme a terminar mi tiramisú? —preguntó.


—Sí, claro —contestó tomando una silla de otra mesa y la colocó al lado de Paula, se sentó pasando una mano por los hombros de ella—. No has probado el postre —señaló viéndolo intacto.


—Esperaba por ti para compartirlo —respondió mirándolo y sonrió para él, tomó una porción con la cucharilla, acercándosela pero terminó tomándola ella, jugando con el deseo de Pedro e ignorando por completo a Giovanna Rigoletto.


Él sonrió mirándola a los ojos, posó su mano en la nuca de Paula para atraerla y tomar directamente de su boca el postre, negándose al placer de disfrutar de ambos, sin importarle siquiera la presencia de su ex amante en ese lugar. Sabía a lo que Paula estaba jugando porque respondió al beso de inmediato en lugar de cohibirse, él la siguió gustoso porque no había mejor manera de disfrutar un postre que de la boca de su mujer, la besó hasta que no quedó rastro del tiramisú.


—Yo que ustedes no haría eso… al menos no delante de mí —les advirtió Giovanna mirándolos fijamente y su respiración se hizo pesada. Ellos se volvieron a mirarla ante sus palabras, sonrió con malicia y agregó algo más—. Se ven tan condenadamente sensuales; tan calientes que hacen que me excite —susurró y después tomó otro bocado del postre, clavando su mirada esta vez en Paula.


—Pues lamento romper tus ilusiones Giovanna pero esto es un juego de dos, yo no comparto a Pedro con nadie y además él tiene todo lo necesario para complacerme, no requiero de nadie más —mencionó con seguridad para detener las provocaciones de esa mujer.


Pedro no pudo esbozar palabra, nunca hubiera esperado una reacción así de Paula, por el contrario pensó que terminaría levantándose y dejándolo botado, eso como mínimo pues de haber sido Romina le habría lanzado el tiramisú en la cara a Giovanna por esa insinuación tan descarada.


Su hermosa escritora nunca dejaba de sorprenderlo, sonrió satisfecho porque eso no solo paró los avances de su ex amante, sino que fue golpe para su ego, podía verlo reflejado en la sonrisa fingida y la rabia contenida en la mirada de la rubia.


—Pensé que era una invitación —atacó de nuevo renuente a dejarse vencer por la americana.


—¡Por supuesto que no! —indicó Paula riendo y decidió hundir más el puñal—. Lo que sucede es que nosotros disfrutamos de los postres de esta manera ¿no es así amor? —le preguntó a Pedro.


—Es totalmente cierto, el pastel de chocolate es maravilloso servido en el cuerpo de Paula — respondió con una gran sonrisa.


—Pide dos porciones más de es rico postre para llevar Pedro —susurró no muy bajo para que Giovanna escuchara, mientras le miraba de manera descarada los labios y después subió a sus ojos que brillaban con diversión, eso la hizo emocionarse aún más.


—Enseguida —dijo con urgencia y llamó al mesero.


—Ok, entendí el mensaje —mencionó ella levantándose.


—Yo pagaré las botellas no te preocupes —indicó Pedro viendo que buscaba su billetera, se levantó para despedirla.


—Solo pagarás una, es el regalo de mi padre… bueno, esto y un Rolex que me salió en una fortuna —dijo riendo y le guiñó un ojo, vio que la escritora se ponía de pie para despedirla también —. Me encantó conocerte Paula, hablo en serio y trata bien esta vez a Pedro... él es un hombre maravilloso a pesar de todo —comentó sonriendo al ver la sorpresa reflejada en el hermoso rostro del único hombre que había amado, y que quizás nunca dejaría de amar.


—¿A pesar de todo? —preguntó sin entender y las miró a las dos.


—Sí, no te hagas el santo que no lo eres —contestó Giovanna.


—A mí también me agradó conocerte… —decía Paula con sinceridad, no solo por protocolo.


—En comparación con la espantosa de Romina seguramente, ya comenzaba a preocuparme que Pedro estuviera perdiendo el buen gusto para las mujeres… pero contigo lo ha recuperado — indicó dejando libre un suspiro— ¡Es una lástima! Pero bueno así es la vida, los dejo para que sigan empalagándose con ese tiramisú —esbozó sonriendo.


Se despidió con besos y abrazos de Pedro, también lo hizo con Paula, tratándola como si fueran conocidas de toda la vida, le alegró ver que la americana no era una mujer prejuiciosa y estirada como la mayoría de las ex parejas de Pedro, concluyó que le caía bien.


—¿Nos vamos? —preguntó mirando a Paula al quedar solos.


—Sí por favor… y la próxima vez no saldremos de tu departamento —respondió riendo pues no podía creer que en un solo día ambos se toparan con dos de sus ex parejas.


—Y cerraremos bien las puertas para que nadie entre —acotó refiriéndose también a Romina y a su hermano.


Paula afirmó moviendo su cabeza y le sonrió antes de darle un suave beso en los labios, que él prolongó olvidándose que estaban en un lugar público y había varias personas observándolos.


—¿Quieres que pida el tiramisú o solo lo hiciste para provocarla? —inquirió elevando su ceja derecha, mirándola a los ojos con deseo.


—¡Absolutamente! Y yo no intentaba provocar a nadie —se defendió, pero al ver esa sonrisa ladeada de Pedro tuvo que confesar—. Bueno, quizás también me guste dejarles claro a quién le perteneces señor Alfonso—acotó acariciándole la espalda por debajo de la americana que llevaba puesta y vio el azul tornarse más oscuro.


Pedro luchó por no besarla en ese instante o no habría nada que lo detuviera de arrastrarla hasta la bodega, caminaron hasta donde se encontraba Salvatore para despedirse de él, pagar la cuenta y llevarse el tiramisú junto a dos botellas de pinot, uno rosado espumante que el hombre le aseguró era lo mejor y otro blanco del viñedo de los Codazzi.