domingo, 6 de septiembre de 2015

CAPITULO 192





Pedro se sentía feliz de poder pasear de esa manera con Paula, lo había deseado por tanto tiempo mientras caminaba solo por esas mismas calles, que en ese instante apenas se lo podía creer y la sonrisa en sus labios era la muestra fehaciente de la felicidad que lo embargaba. Le acariciaba los dedos mitigando de esa manera los deseos que tenía de besarla, debía recordarse ir despacio para no arruinar el momento.


Se integraron al grupo de turistas que veían emocionados la hermosa Fuente de Trevi, Pedro aprovechó que nadie parecía fijarse en ellos ante el espectáculo que representaba la emblemática estructura y el Palacio de Poli detrás de ésta, para acercarse a Paula abrazándola desde atrás y sacó una foto de ambos con su teléfono intentando que saliera la figura de Neptuno que era lo más llamativo del monumento.


Después le tomó otra a ella que parecía estar hechizada por el suave murmullo que hacía el agua al caer, la tomó de la mano para entregarle una moneda y ella en un principio lo miró sorprendida, pero después le dedicó una sonrisa agradeciéndole el gesto, meditó unos segundos su deseo y la lanzó siguiéndola con la mirada.


—Espero que ese deseo haya estado relacionado conmigo —susurró él en su oído mientras le acariciaba la cintura.


—Todos mis deseos están relacionados contigo —respondió ella dedicándole una hermosa sonrisa y sin desear cohibirse le brindó un rápido roce de labios que la hizo sonrojar como una quinceañera.


La sonrisa de Pedro fue mucho más efusiva y respondió a eso dándole un beso en el hombro, a ninguno de los dos parecía importarle lo que las personas a su alrededor dijeran o pensaran, no tenían nada de lo cual avergonzarse y cada vez su sentimiento se hacía más fuerte, llenándolos de seguridad para enfrentar lo que fuera que se pusiera ante ellos, todo por defender lo que vivían en ese instante.


Su paseo por las calles de Roma continuó, sintiéndose felices porque al parecer a los periodistas de espectáculos, les habían dado el día libre o quizás no esperaban que ellos se fueran a mostrar en público tan pronto. Transitaban por una zona donde había varios cafés al aire libre, justo donde había estado junto a Diana, eso la hizo recordar a su hermana, buscó su móvil para llamarla y saber cómo se encontraba.


—¿Paula? ¿Eres tú Paula Chaves?


Escuchó la voz de un hombre que tras ella esbozaba su nombre y se volvió pensando que se trataba seguramente de algún conocido, tal vez uno de sus lectores que la había reconocido y deseaba una fotografía juntos. Se volvió con una sonrisa que fue reemplazada de inmediato por un gesto de sorpresa cuando descubrió quién era el dueño de la voz —Sí, sabía que eras tú… mi memoria no me engañaría tratándose de ti —mencionó Charles mientras mostraba una gran sonrisa y se acercaba a ella, aprovechó la sorpresa de Paula para estrecharla con fuerza entre sus brazos—. Qué hermosa luces ¿cuéntame cómo has estado? — preguntó alejándose un poco para mirarla a los ojos.


Paula apenas podía coordinar lo que estaba ocurriendo, la sorpresa de encontrárselo en ese lugar y además la manera en la cual él la había abordado la había desconcertado. Solo conseguía mirarlo y sonreírle, pero su voz había desaparecido mientras miraba esos ojos marrones, que la miraban cargados de emoción y ese brillo especial que ella conocía tan bien.


Sin embargo, ella no estaba más turbada que Pedro ante la actitud que había mostrado el canadiense, pudo ver cómo su novio se tensaba casi hasta simular la imagen de la estatua de Neptuno y podía jurar que era solo cuestión de segundos para que se le lanzara a Charles encima, así que tragó en seco para luchar por conseguir su voz.


—Hola, que… sorpresa encontrarte aquí —mencionó alejándose disimuladamente del abrazo, sin dejar de sonreír para no hacerlo sentir rechazado—. Ha pasado tanto tiempo… ¿Qué haces aquí? — preguntó guardando su teléfono en el bolso, un gesto casual que los hiciera separarse y tal como esperaba sintió la presencia de Pedro a su lado.


—He estado muy bien, ahora mismo estoy en una convención donde se está analizando la nueva Ley de Migración que plantea la Unión Europea. Sabes siempre del lado de los desvalidos — contestó ignorando al hombre que se había apostado junto a ella y lo miraba con molestia.


—Eso es maravilloso, me alegra mucho por ti… —se disponía a presentar a Pedro cuando él la interrumpió.


—Sí, y lo mejor de todo es que no me he muerto de hambre como pronosticó tu madre —indicó negándose a recibir información del otro—. Por cierto ¿Cómo está tu familia? —inquirió con una sonrisa.


—Todos están bien, Diana está conmigo aquí en Italia con lo de las grabaciones de Rendición... permíteme presentarte al actor que le da vida al personaje principal —mencionó tomándole la mano Pedro.


Él solo esperaba que Paula hiciera su introducción para dejarle claro a ese hombre que era suya, no sabía quién era y tampoco le interesaba, pero a menos que fuera algún familiar de ella lo quería lejos de su mujer, pues no le gustó nada las libertades que se tomó.


—Encantado, Charles Leroux… un gran amigo de Paula.


—Mucho gusto Pedro Alfonso, el novio de Paula —dijo extiendo su mano al tiempo que mostraba una sonrisa fingida.


La noticia le cayó como un balde de agua fría al canadiense, por la actitud del hombre podía sospechar que estuviera interesado en Paula, pero nunca llegó a pensar que llevara el título de novio. Hasta donde sabía ella tenía una relación con un prestigioso hombre de negocios, uno que él había grabado en su memoria y sabía que no era ése que tenía ante sus ojos; aquel era americano, con toda la imagen que una mujer como Susana Chaves pediría para la pareja de su hija mayor.


Paula vio el gesto de dolor que atravesó la mirada de Charles y quiso en ese momento golpear Pedro por ser tan directo, él no había hecho nada malo, solo la saludó como dos viejos amigos que llevan mucho tiempo sin verse. 
Le dedicó una sonrisa amable y buscó en su cabeza algún
comentario casual, que los sacara de ese incómodo silencio en el cual se habían sumergido, pero él habló primero.


—Me alegra mucho conocerte Pedro, eres un hombre muy afortunado por tener a tu lado a una mujer tan extraordinaria como Paula… lo digo por experiencia —esbozó con una sonrisa que intentó ocultar su pena, devolviéndole la estocada al italiano.


Habían pasado años desde que ellos se separaron y podía decir que su amor por ella había sido superado, en ese momento se sentía feliz junto a una mujer hermosa y especial; pero ciertamente a ningún hombre le gustaba ver a la que fue suya, ser de alguien más. Aunque Paula nunca lo fue en realidad y él tampoco se creía con derechos sobre nadie.


—Gracias —respondió de manera escueta pero le mantuvo la mirada, acababa de recordar quién era ese hombre.


—Por favor Charles, no es para tanto… —esbozó ella un tanto apenada por el halago y el embarazoso momento.


—Sí lo es, muestra de ello es todo lo que has conseguido. Déjame felicitarte Paula, sabría que el destino depararía para ti grandes logros, siempre confié en tu talento —comentó mirándola a los ojos. 


—Yo le digo lo mismo todo el tiempo —acotó Pedro al ver que ambos se quedaban en silencio y se miraban como si él no estuviera presente, sonreír en ese momento sin duda era su mejor actuación.


—¿Deseas tomarte un café con nosotros? —lo invitó Paula para recompensarlo por la actitud tan desagradable de Pedro.


Charles no había planeado ese encuentro, había sido todo casual y había sido muy educado, definitivamente alguien debía controlar sus celos obsesivos antes que terminaran provocándole una úlcera.


Pedro apenas pudo creer lo que Paula hacía, pero se esforzó por mantener la sonrisa, era el colmo que ella pretendiera que él se sentara en una mesa a tomar café con su ex amante. ¿Acaso no había sido suficiente con tener que haberlo hecho con Ignacio Howard, para que también ahora tuviera que repetir la hazaña con ese tal Leroux?


—Me encantaría, pero no quisiera incomodarlos… quizás en otra ocasión. ¿Qué te parece si te invito mañana a la ponencia que daré en El Palacio de Congresos, y después podemos ir a tomar un café? —inquirió con una gran sonrisa—. Así no aburrimos al señor Alfonso con nuestra conversación. Será divertido recordar nuestro tiempo en la universidad —agregó mirándola a los ojos, aunque no ignoraba la ira contenida que el actor intentaba ocultar.


Lo único que vas a recordar será la fractura de nariz que te haré en este preciso instante imbécil ¿Recordar viejos tiempos? ¿Me habrás visto cara de cabrón acaso pendejo? Ni muerto dejo que Paula salga contigo a ningún lado.


—Sería genial Charles, pero mañana regresamos a la villa —respondió Paula acariciándole la espalda a Pedro para relajarlo y se volvió a mirarlo—. Además a Pedro no le aburre nada de eso, le encanta escucharme hablar sobre toda mi vida y también sobre mi trabajo —dijo ella sonriéndole a su novio para aligerar la molestia en él.


—Es una lástima, pero seguro tendremos otra ocasión —mencionó mirándola a los ojos, mientras ocultaba tras su sonrisa la decepción.


No deseaba seducir a Paula, porque la mujer que compartía su vida con él no merecía una traición, pero tampoco pudo contenerse y terminó provocando a ese hombre que la amarraba a él como si fuese suya, como una cosa que podía poseer, dictarle qué hacer y qué no.


—¡Por supuesto! —esbozó ella siendo amable.


—Vengan a visitarnos a Montreal alguna vez, así conocen a Sonia es mi compañera, una mujer grandiosa que apoya y cree en todas mis causas, nunca se asombraba ante mis sueños por muy locos que fueran —comentó lanzándole a Paula un claro reproche y supo que ella lo había entendido cuando la sonrisa en sus labios se esfumó—. Bueno, será mejor que me vaya y los deje a ustedes continuar con su paseo, de nuevo felicidades por tus éxitos Paula, un excelente libro aunque me sorprendió un poco ese giro. Recuerdo que una de las últimas cosas que me dijiste fue que el amor y tú no se llevaban bien —mencionó trayendo al presente ese dolor del pasado.


No pudo evitarlo por más que en pensamientos se decía que Paula ya no le importa, pero ver cómo estaba junto a ese hombre, cómo lo sujetaba por la cintura y lo miraba, removió muchas cosas dentro de él. Nunca supo lo que fue mostrarse en público con ella de esa manera, ni ver en sus ojos la misma luz que se encendía cuando miraba al actor. 


Si antes había tenido dudas, en ese instante acababan de despejarse. Paula Chaves nunca luchó por él porque sencillamente no lo amó, solo fue el amante casual que la liberó del embarazoso hecho, según ella, de ser virgen a los diecinueve años. 


—Pues esta vez encontró la inspiración —puntualizó Pedro que había sentido la tensión que embargó a su mujer y el reproche en la voz de ese idiota que buscó hacerla sentir mal.


—Sí, quizás —contestó Charles con media sonrisa.


—No, lo hizo. Esa es nuestra historia así que no se te ocurra menospreciarla —le advirtió mirándolo a los ojos.


Pedro… —ella intentó decir algo, pues no quería lastimarlo.


Todavía sentía sobre su espalda la culpa de haber lastimado a Charles en el pasado y lo último que deseaba era hacerlo de nuevo, pero evidentemente ya era tarde para ello, la tristeza que había cubierto de sombras la mirada marrón se lo gritaba.


—No lo haría en ningún momento, jamás menospreciaría el trabajo de Paula, porque la valoro mucho como persona y como profesional —dijo manteniéndole la mirada al actor, después la posó en ella—. Además porque te amé y solo te deseo lo mejor Pau —mencionó dejando que su mirada le expresara lo que aún sentía por ella.


La vio quedarse en silencio justo como lo hizo aquella vez cuando se despidieron años atrás, él solo sonrió con tristeza y se dio la vuelta para alejarse de allí mientras suspiraba para libertar ese espantosa sensación de vacío que se apoderaba de su pecho.


Paula se volvió para mirar a Pedro consciente que las lágrimas estaban por desbordarse de sus ojos, esperando que él comprendiera lo que necesitaba hacer, pues fue testigo de la culpa que sentía por lo que le hizo a Charles, y no podía dejarlo ir así de nuevo.


Pedro sentía que estaba ante la disyuntiva más difícil que le había tocado en mucho tiempo, pero la imagen de aquel hombre derrotado le recordó a él mismo cuando tuvo que dejar ir a Paula junto a Ignacio. Tragó para pasar el nudo en su garganta y asintió con un leve movimiento de su cabeza, soltándola para que pudiera despedirse y cerrar ese capítulo en su vida. ¡Dios tanto amaba a esa mujer! Que no podía negarle nada con tal de verla feliz y libre de culpas.


—¡Charles espera! —gritó Paula corriendo hacia él y cuando lo vio girarse se acercó para abrazarlo con fuerza.


En un principio él se quedó sin saber qué hacer, completamente desconcertado por la actitud de Paula, pero al sentir una vez más su cuerpo cálido y suave junto al suyo dejó que su corazón fuese quien dictara sus acciones, así que la envolvió con sus brazos pegándola muy fuerte a él, queriendo guardar ese abrazo para toda la vida.


—Charles perdóname… yo nunca quise lastimarte, no quise… —decía en medio de sollozos que le cortaban la voz.


—No digas nada Paula… todo está bien, haberte amado ha sido lo más hermoso y emocionante que me ha sucedido, gracias por haberte fijado en mí… por haberme dejado ser parte de tu vida —pronunció sonriendo entre lágrimas y retiró con sus pulgares las de ella que bajaban por sus mejillas, le besó la frente al tiempo que cerraba los ojos y no pudo evitar hundir sus dedos en la suave cabellera castaña—. Fuiste más de lo que pude esperar, fuiste todo —susurró y lentamente comenzó a soltarla, consciente de que esa mujer era de otro.


—Tú también fuiste muy importante para mí… —decía y vio que él negaba pero se apresuró a hablar—. Charles lo digo en serio, es lo que siento por favor créeme. Lamento mucho todo lo que te hice pasar por haber sido tan cobarde ¿me perdonas? —le pidió mirándolo a los ojos.


—No tengo nada que perdonarte y hablo en serio cuando digo que te deseo lo mejor. Ahora ve que no quiero causarte problemas con él… quedándose allí me ha demostrado que en verdad te merece y que te ama, yo en su lugar tal vez no hubiera hecho algo así —dijo entregándole una sonrisa
mientras le acariciaba el cabello, esa era su debilidad en ella.


—Me hizo feliz de verte, te deseo lo mejor Charles y que tus sueños, que nunca fueron una locura, se hagan realidad. Cuídate —esbozó para despedirse dándole un último abrazo.


Le sonrió antes de girarse y comenzar a caminar hasta Pedro que la esperaba a varios metros pero miraba a otro lado, en cuando la sintió cerca se volvió sin mostrarse molesto o dolido y eso fue en verdad un alivio, le extendió la mano dedicándole una tierna sonrisa. Se volvió para despedir a Charles que aún esperaba en el lugar donde lo había dejado y pudo ver cómo intercambiaba una mirada con Pedro, después de eso elevó su mano para despedirse con un ademán.


—¿Todo bien? —preguntó su novio mirándola.


—Sí —respondió sonriéndole y retomaron su camino.


Un silencio se instaló entre los dos mientras avanzaban por las calles, pero no era uno incómodo sino reflexivo, sumidos en sus pensamientos y lo que acababa de ocurrir. Pedro incluso estuvo a punto de pasar de largo el restaurante donde cenarían, el mismo llevaba por nombre Il Chianti, y era más una vinería que un local de comida, pero sus dueños lo fusionaron de esa manera para atraer a más que catadores.


—Llegamos, ven —esbozó con una sonrisa y la guió hasta el modesto restaurante que no tenía nada de ostentoso, pero era una joya.


Paula entró al lugar que se asemejaba a cualquier otro restaurante de los que podía visitar en Roma y que eran muy frecuentados por los turistas, sus techos de gruesas vigas de madera y los pisos de parqué oscuro que por supuesto no restaban claridad al lugar, gracias a las paredes blancas y los ventanales que daban a la calle Lavatore. El nombre del mismo le llamó la atención, y en cuanto se vio en medio de todas esas estanterías repletas de botellas de vino comprendió porqué se llamaba así, ese debía ser el paraíso para Pedro.


—Buenas noches sean bienvenidos, tiempo sin verlo señor Alfonso, señora, acompáñenme por favor.


Los saludó en italiano un hombre de unos cincuenta años, de cabello rubio ya casi blanco por las canas, entradas pronunciadas en la frente y alegres ojos grises que los condujo hasta una de las mesas con vista a la calle y les entregó la carta.


—Buenas noches Salvatore, te presento a la señorita Chaves y aunque ya no tiene caso. ¿Cuándo me llamarás Pedro de nuevo? —preguntó él con una sonrisa mirándolo.


—Encantado señorita, Salvatore Donatti —dijo ofreciéndole la mano mientras la miraba con amabilidad.


—Es un placer, Paula Chaves —respondió sorprendida.


—Sí, él es el famoso Donatti que me enseñó mucho de lo que sé en cuanto a vinos, pero desde que perdió una competencia conmigo me trata con indiferencia —respondió a la pregunta en la mirada de ella. 


—Y le daré el peor vino que tengo en la bodega como siga trayendo a acotación un tema que no le interesa a nadie —lo reprendió intentando parecer serio, pero le era imposible estarlo con ese joven, porque de haber tenido un hijo varón y no las cuatro mujeres que eran su vida, le habría gustado que fuera como Pedro Alfonso.


Paula luchó por no reírse ante la actitud del Sommelier, pero Pedro lanzó al piso todo su esfuerzo cuando le guiñó un ojo, así que con rapidez se enfocó en la carta, pidió un prosciutto toscano con mozzarella de búfala para la entrada y como Pedro ya había estado allí, dejó que él pidiera el resto pues debía saber cuáles eran los mejores.


Después de media hora el hombre había olvidado su rivalidad y hablaba con su novio como los dos grandes amigos que eran, incluso se tomó unos minutos para escuchar más sobre el personaje de Paula que era experto en vinos y llevaba su nombre, solo le tomó ese tiempo para descubrir que el mismo estaba relacionado directamente con ambos y bromeó diciéndole que por eso últimamente había tenido muchas visitas femeninas pidiéndole que les enseñara a catar vinos.


—Es todo un personaje… muchas gracias por traerme a conocerlo —mencionó minutos más tarde cuando esperaban por el postre.


—De nada —contestó él tomándole la mano por encima de la mesa para darle un beso—. Aunque debo confesar que cuando leí el apellido Donatti me sentí desplazado, pero supongo que gracias a lo que él me enseñó fue que pude conquistarte —agregó mirándola.


—En realidad fueron muchas cosas a la vez, aunque no niego que tus dotes para catar vino despertaron mi interés —indicó mostrándole una sonrisa mezcla de timidez y sensualidad.


Pedro sonrió sintiéndose feliz mientras la miraba a los ojos, le dio un beso más en el dorso de la mano, para después llevarse la copa llena a la mitad del pinot grigio que degustaban. De pronto su mirada fue captada por la figura de una mujer que entraba al lugar y pudo jurar que perdió todos los colores del rostro al reconocerla.


—¡Mi Dios! No puedo creer que tenga tanta suerte… Pedro Alfonso, es casi un milagro verte —esbozó Giovanna cuando sus ojos se toparon con él y le dio un fuerte abrazo cuando se levantó.


—Hola Giovanna, también me alegra verte —respondió saludándola con un beso en cada mejilla y de inmediato se giró para presentar a su novia que los veía con marcado interés—. Por favor conoce…


—Encantada Giovanna Rigoletto —le extendió la mano a la mujer antes que él terminara de hablar y la detalló de inmediato.


—Mucho gusto, Paula Chaves —respondió recibiendo el saludo y le mantuvo la mirada a la rubia que parecía estudiarla.


La esquivó de inmediato recordando el gusto de ésta por las mujeres.


—¡La escritora! Entonces los diarios tienen razón, ustedes dos andan juntos —señaló con una sonrisa sintiéndose sorprendida.


—Sí, así es —le confirmó Paula que no pudo controlar sus celos.


—No hemos querido hacerlo público del todo para no crear un circo en torno a nosotros, pero llevamos más de un mes juntos —agregó Pedro viendo la mirada desconcertada de Giovanna.


—Por supuesto, es un fastidio tener a todos los paparazis persiguiéndote a cualquier sitio donde vas. Por cierto Pedro, me has caído como enviado del cielo, venía a pedirle consejos a Salvatore para llevarle una botella de vino a mi padre —indicó ignorando a Paula y dedicándose solo a él—. Está de cumpleaños mañana y quería darle algo especial, ya sabes lo selectivo que es para los vinos.


—Pues has venido al lugar indicado, Salvatore tiene los mejores vinos de toda Roma, diría que de toda Italia pero sería subirle demasiado el ego a ese anciano arrogante —indicó consciente que el hombre se acercaba.


—Creo que solo la señorita tendrá tiramisú esta noche —comentó extendiéndole el platillo a Paula con una sonrisa—. El otro será para ti Giovanna y que el actor arrogante se quede sin postre —indicó mirándolo y disfrutando de su sorpresa, pues ciertamente lo había dejado sin la especialidad de la casa aparte de los vinos.


—Gracias Salvatore… eres maravilloso —dijo la rubia sonriendo mientras recibía el exquisito dulce y después miró a su amigo—. Bueno en vista de que tú no tendrás postre, ¿puedes ir hasta la cava y escoger un buen vino para mi padre? —preguntó mirándolo a los ojos.


—¿Está de cumpleaños el viejo Rigoletto? Pues eso sí merece el mejor de la bodega, ven novato para que veas cómo se escoge un buen vino —indicó haciéndole un ademán a Pedro para que lo siguiera.


—Ve, no hay problema, yo te espero aquí —mencionó Paula cuando él se volvió a mirarla—. Y además te guardaré tiramisú —indicó con una hermosa sonrisa para relajarlo.


No armaría un escándalo al estilo Romina Ciccone por ese simple encuentro con una de sus tantas ex amantes, ella confiaba en él y en lo que sentía, así que no había nada que temer, eso le decía su parte racional, pero la emocional se revolcó de rabia cuando esa mujer le puso una mano en el pecho y se acercó para susurrarle algo.


—Ve tranquilo Pedro, no te la robaré… antes te pediría que la compartiéramos. Después de todo sería tu turno de traer a una jugadora —susurró en el oído del actor, usando un tono sugerente para despertar el deseo a través de los viejos recuerdos.


—Ya no juego Giovanna y menos con Paula —dijo determinante y su mirada le advertía que se mantuviera lejos de su mujer. Miró a Paula para confirmar que ella estaría bien y después se marchó.


—Entonces… —dijo Giovanna volviéndose para mirar a la escritora y le dedicó una sonrisa mientras tomaba asiento—. Tú debes ser la misteriosa mujer que logró enamorar a Pedro.


—Yo no sé de lo que hablas, creo que estás equivocada —se excusó Paula sintiéndose desconcertada por esa pregunta tan directa.


—Yo diría más bien que estoy en lo cierto


—Yo diría más bien que estoy en lo cierto… y además, apostaría toda mi fortuna a que esa historia que escribiste es la de ustedes dos… quizás no lo sepas, pero yo estoy al tanto del verdadero motivo por el cual él desapareció por casi cinco meses —indicó mirándola a los ojos para descubrir qué tanto sabía de ella, pues algo le decía que no era una completa desconocida para esa mujer.


—¿Qué sabes tú de mí? —preguntó decidida a enfrentarla también.


Odiaba creer que Pedro pudo contarle a ella todo lo que vivieron en la villa, se suponía que no se lo había dicho a nadie a parte de su madre, pero por la seguridad con la cual hablaba Giovanna era evidente que ella también estaba al tanto de todo.


—No mucho… pero lo suficiente como para sacar mis propias conclusiones —respondió con una sonrisa torcida.


—¿Te lo contó él? —ahora quien hacia las preguntas era ella.


—¿Pedro? ¡No! —exclamó riendo y tomó un bocado del postre, disfrutando no solo de éste sino también de la angustia que veía en la americana, pero al final se condolió de ella, después de todo esa mujer no le había hecho nada—. Él nunca me contó nada, al menos no de manera consciente… una noche llegó hasta mi departamento completamente ebrio, buscaba consuelo para calmar la pena de amor que vivía y como yo lo aprecio tanto me ofrecí a dárselo… porque siendo sinceras, dime Paula ¿quién puede negarse a un hombre como él? —preguntó con una sonrisa malévola y probó el postre de nuevo.


—Entonces ¿cómo te enteraste? —la interrogó yendo al grano, pues no le daría el gusto de que jugara con ella.


—Esa noche estaba distinto… y yo pensé que tal vez era el tiempo que habíamos pasado lejos, pero en el preciso instante que me llamó “Paula” me lo quité de encima. Él intentó buscarme de nuevo, pero volvió a repetir tu nombre así que terminé pegándole y dejándolo tirado en el sofá — esbozó sin mostrar la rabia que la había colmado esa vez.


Paula se quedó en silencio sin saber qué decir, su cabeza era un torbellino de ideas y su pecho un cúmulo de emociones que apenas la dejaba coordinar. Por un lado se sentía feliz al saber que Pedro la recordó durante su separación y por el otro quería pegarle por ir a buscar consuelo en casa de la mujer frente a ella.


—Aquí tienes Giovanna, traje dos para que le des una de mi parte —mencionó Pedro llegando hasta la mesa de nuevo.


Logró escapársele al viejo Salvatore diciéndole que deseaba evitar que Italia y América iniciaran la tercera guerra mundial en su local. El hombre comprendió de inmediato dejándolo regresar, pero antes lo reprendió por ser tan mujeriego, sin recordar que él también lo era.


—Muchas gracias guapo —dijo ella levantándose para darle un beso en la mejilla— ¿Puedo quedarme a terminar mi tiramisú? —preguntó.


—Sí, claro —contestó tomando una silla de otra mesa y la colocó al lado de Paula, se sentó pasando una mano por los hombros de ella—. No has probado el postre —señaló viéndolo intacto.


—Esperaba por ti para compartirlo —respondió mirándolo y sonrió para él, tomó una porción con la cucharilla, acercándosela pero terminó tomándola ella, jugando con el deseo de Pedro e ignorando por completo a Giovanna Rigoletto.


Él sonrió mirándola a los ojos, posó su mano en la nuca de Paula para atraerla y tomar directamente de su boca el postre, negándose al placer de disfrutar de ambos, sin importarle siquiera la presencia de su ex amante en ese lugar. Sabía a lo que Paula estaba jugando porque respondió al beso de inmediato en lugar de cohibirse, él la siguió gustoso porque no había mejor manera de disfrutar un postre que de la boca de su mujer, la besó hasta que no quedó rastro del tiramisú.


—Yo que ustedes no haría eso… al menos no delante de mí —les advirtió Giovanna mirándolos fijamente y su respiración se hizo pesada. Ellos se volvieron a mirarla ante sus palabras, sonrió con malicia y agregó algo más—. Se ven tan condenadamente sensuales; tan calientes que hacen que me excite —susurró y después tomó otro bocado del postre, clavando su mirada esta vez en Paula.


—Pues lamento romper tus ilusiones Giovanna pero esto es un juego de dos, yo no comparto a Pedro con nadie y además él tiene todo lo necesario para complacerme, no requiero de nadie más —mencionó con seguridad para detener las provocaciones de esa mujer.


Pedro no pudo esbozar palabra, nunca hubiera esperado una reacción así de Paula, por el contrario pensó que terminaría levantándose y dejándolo botado, eso como mínimo pues de haber sido Romina le habría lanzado el tiramisú en la cara a Giovanna por esa insinuación tan descarada.


Su hermosa escritora nunca dejaba de sorprenderlo, sonrió satisfecho porque eso no solo paró los avances de su ex amante, sino que fue golpe para su ego, podía verlo reflejado en la sonrisa fingida y la rabia contenida en la mirada de la rubia.


—Pensé que era una invitación —atacó de nuevo renuente a dejarse vencer por la americana.


—¡Por supuesto que no! —indicó Paula riendo y decidió hundir más el puñal—. Lo que sucede es que nosotros disfrutamos de los postres de esta manera ¿no es así amor? —le preguntó a Pedro.


—Es totalmente cierto, el pastel de chocolate es maravilloso servido en el cuerpo de Paula — respondió con una gran sonrisa.


—Pide dos porciones más de es rico postre para llevar Pedro —susurró no muy bajo para que Giovanna escuchara, mientras le miraba de manera descarada los labios y después subió a sus ojos que brillaban con diversión, eso la hizo emocionarse aún más.


—Enseguida —dijo con urgencia y llamó al mesero.


—Ok, entendí el mensaje —mencionó ella levantándose.


—Yo pagaré las botellas no te preocupes —indicó Pedro viendo que buscaba su billetera, se levantó para despedirla.


—Solo pagarás una, es el regalo de mi padre… bueno, esto y un Rolex que me salió en una fortuna —dijo riendo y le guiñó un ojo, vio que la escritora se ponía de pie para despedirla también —. Me encantó conocerte Paula, hablo en serio y trata bien esta vez a Pedro... él es un hombre maravilloso a pesar de todo —comentó sonriendo al ver la sorpresa reflejada en el hermoso rostro del único hombre que había amado, y que quizás nunca dejaría de amar.


—¿A pesar de todo? —preguntó sin entender y las miró a las dos.


—Sí, no te hagas el santo que no lo eres —contestó Giovanna.


—A mí también me agradó conocerte… —decía Paula con sinceridad, no solo por protocolo.


—En comparación con la espantosa de Romina seguramente, ya comenzaba a preocuparme que Pedro estuviera perdiendo el buen gusto para las mujeres… pero contigo lo ha recuperado — indicó dejando libre un suspiro— ¡Es una lástima! Pero bueno así es la vida, los dejo para que sigan empalagándose con ese tiramisú —esbozó sonriendo.


Se despidió con besos y abrazos de Pedro, también lo hizo con Paula, tratándola como si fueran conocidas de toda la vida, le alegró ver que la americana no era una mujer prejuiciosa y estirada como la mayoría de las ex parejas de Pedro, concluyó que le caía bien.


—¿Nos vamos? —preguntó mirando a Paula al quedar solos.


—Sí por favor… y la próxima vez no saldremos de tu departamento —respondió riendo pues no podía creer que en un solo día ambos se toparan con dos de sus ex parejas.


—Y cerraremos bien las puertas para que nadie entre —acotó refiriéndose también a Romina y a su hermano.


Paula afirmó moviendo su cabeza y le sonrió antes de darle un suave beso en los labios, que él prolongó olvidándose que estaban en un lugar público y había varias personas observándolos.


—¿Quieres que pida el tiramisú o solo lo hiciste para provocarla? —inquirió elevando su ceja derecha, mirándola a los ojos con deseo.


—¡Absolutamente! Y yo no intentaba provocar a nadie —se defendió, pero al ver esa sonrisa ladeada de Pedro tuvo que confesar—. Bueno, quizás también me guste dejarles claro a quién le perteneces señor Alfonso—acotó acariciándole la espalda por debajo de la americana que llevaba puesta y vio el azul tornarse más oscuro.


Pedro luchó por no besarla en ese instante o no habría nada que lo detuviera de arrastrarla hasta la bodega, caminaron hasta donde se encontraba Salvatore para despedirse de él, pagar la cuenta y llevarse el tiramisú junto a dos botellas de pinot, uno rosado espumante que el hombre le aseguró era lo mejor y otro blanco del viñedo de los Codazzi.








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