sábado, 1 de agosto de 2015

CAPITULO 75





Pedro salió de la casa de Paula hecho uno furia, y mientras
caminaba hacia la casa de los conserjes intentó descargar en cada paso la ira que se apoderaba de él, mientras recordaba todo lo ocurrido. Llegó hasta la casa de Paula como acostumbraba, entusiasmado y deseoso de verla, aunque lo hubiera hecho algunas horas atrás, siempre parecía estar extrañándola. Sin embargo, se propuso darle un poco de espacio en vista que ella sentía deseos de volver a escribir, y estando todo el día junto a él no lo haría. Estaba por entrar al estudio cuando escuchó una carcajada que provenía del mismo, se llenó de curiosidad ante lo que Paula pudiera estar haciendo, quizá su inspiración había regresado y por eso se mostraba tan contenta, giró la perilla y apenas había movido la puerta cuando escuchó la voz de un hombre en el lugar.


La sonrisa en su rostro se volvió una mueca de desagrado, su pecho se llenó de un intenso calor que enrojeció la piel de su cuello y rostro, mientras que la mano que apretaba la manija de la puerta estaba a punto de romperse por la presión que ejercía sobre ésta. La confianza con la cual le habló y la frase que utilizó lo hicieron tensarse aún más. 


¿Qué demonios era todo eso? Preguntó mientras se mantenía oculto tras la puerta. Se sentía como un estúpido por estar allí espiándola, ella tenía una vida lejos de ahí y él no tenía ningún derecho sobre la misma, ni siquiera sobre ella, eso se lo decía su parte racional, pero la animal estaba arañándole dentro del pecho y clamaba por hacerle ver a esa mujer que era suya, a ella y al imbécil que se creía con derecho de hacerla reír, los celos lo tenían furioso y ciego, pero no sordo.


Y llegaron las palabras que liberaron al animal dentro de él, empujó la puerta con la mano abierta, casi estrellándola contra la pared, clavó su mirada en Paula exigiéndole una explicación. Ella no hizo nada, sólo se quedó mirándolo como si él fuera un completo extraño que irrumpía en su idílica reunión, se dijo que con gusto arruinaría lo que fuera que estuviera haciendo con ese idiota a quien le hizo saber que ella no se encontraba sola. La respuesta de Paula no fue mucho peor, se puso nerviosa así que él contraataco y habló de nuevo, no cedería espacio a nadie. El otro una vez más exigía saber quién era y esa vez no fue nada sutil, la pregunta fue directa y resonó en el lugar haciéndose sentir. Al fin ella le respondió y el término que utilizó fue como una patada a las pelotas de Pedro: Su “vecino”.


Él se tragó la maldición que subió hasta su garganta, no la dejó salir, y lo hizo porque ella llamó al otro Nico, ése era el nombre de su hermano menor. Su rabia disminuyó pero no desapareció, mucho menos cuando ella prácticamente lo echó del lugar, le dejó ver su inconformidad, pero aun así salió. No supo que más hablaron, ni la explicación que seguramente ella tuvo que darle a su hermano, y le importaba una mierda saberlo, en ese momento sólo sabía que estaba furioso con Paula por su manera de tratarlo como un extraño delante de su familia y sobre todo con él por dejar que algo así lo afectara tanto.


Llegó hasta la casa de Cristina y Jacopo que lo recibieron sonrientes, pero algo debieron notar en su rostro o su actitud, pues de inmediato sus miradas curiosas hurgaron en él, fue la mujer quien lanzó la pregunta más lógica.


—¿Todo bien? —inquirió mirándolo.


—Sí, claro Cristina… gracias por la invitación —contestó y mostró una sonrisa actuada.


—De nada, sabes que me encanta compartir con ustedes… por cierto ¿dónde está Paula? —preguntó de nuevo y esa vez fue más directa, mientras su mirada no dejaba de buscar.


—Está ocupada hablando con su hermano, pero me dijo que en cinco minutos estaba con nosotros —respondió acercándose a la mesa y tomó la botella de vino para escapar de la mirada de la mujer.


—No hay problema, aún estamos bien de tiempo, acabo de colocar los canelones en el horno para gratinarlos… aún nos quedan unos diez minutos hasta que estén listos —mencionó en tono casual y acomodó las impecables servilletas de lino en cada lugar.


—¿Quieres probar el vino mientras esperamos Pedro? —sugirió Jacopo, mostró una sonrisa amable y le extendió el sacacorchos al joven, que parecía muy concentrado en la botella.


—Por supuesto, otra cosecha de la casa ¿no? —preguntó con media sonrisa, le dio vuelta en sus manos detallándolo.


Una elegante etiqueta dorada resaltaba en la estilizada botella negra, en la misma pudo leer que era un Chianti clásico, más específicamente una Reserva Ducal, de la limitada edición oro que había lanzado al mercado el viñedo Ruffino. Pedro como buen conocedor de vinos, supo de inmediato que tenía entre sus manos una obra de arte, y que Jacopo no dispondría de un elixir de dioses como ése si no se trataba de una ocasión especial.


—Buenas noches, Cristina, Jacopo… gracias por la invitación —mencionó Paula entrando al lugar.


Pedro se giró para verla en cuanto escuchó su voz y no pudo evitar que su corazón se sobresaltara ante la imagen que le mostró, lucía verdaderamente hermosa, y no llevaba nada que la hiciera ver diferente a ocasiones anteriores, pero pocas veces la había visto usando un vestido y debía reconocer que cada vez que lo hacía lo dejaba completamente rendido ante su belleza.


—Buenas noches Paula, bienvenida hija, pasa por favor —la invitó la mujer haciendo un ademán con la mano—. Nos dijo Pedro que estabas conversando con tu hermano. ¿Cómo van las cosas por Chicago? — preguntó con amabilidad.


—La verdad no lo sé, pero supongo que no hay ninguna novedad. No pudimos hablar mucho —respondió acercándose a la mesa y se detuvo junto a la mujer, sentía cierta tensión entre Pedro y ella.


Él se tensó aún más al saber que a lo mejor fue su culpa que ellos no pudieran hablar como debían, había actuado como un estúpido impulsivo, jamás lograría dominar ese maldito defecto que tenía, no se atrevió a levantar la mirada para verla, contrario a ello se abocó a la tarea de abrir la botella de vino.


—Es una verdadera lástima —esbozó Cristina mirándola.


—Así es, éste es su primer año en la academia militar y le estaba resultado un poco difícil, fue una sorpresa que pudiera conectarse hoy y charlar conmigo, así que nos enfocamos en nosotros —acotó en tono casual, ella tampoco se atrevía a mirar a Pedro.


—Decidido a seguir los pasos de tu padre imagino, los hijos siempre buscan hacer eso Paula —señaló Jacopo—. Ya verás que pronto se acostumbra y cuando menos te lo imagines lo tendrás dando órdenes a todos —agregó extendiéndole una copa.


—En realidad ya lo hace Jacopo, es mi hermano menor, pero se la pasaba actuando como si la pequeña fuera yo —indicó con una sonrisa, recibió la copa y la mantuvo en sus manos, no se animó a acercarla a Pedro quien ya había destapado la botella.


—Paula… —la llamó él y le hizo un gesto pidiendo la copa.


Ella la extendió y su estúpida mano le dio por temblar en ese momento, el más inoportuno de todos, respiró profundamente para calmarse y mantuvo la copa mientras Pedro depositaba una pequeña cantidad para que lo degustara. Se la llevó a los labios sin mirarlo, aunque sabía que su vista estaba sobre ella, podía sentirla, se concentró en catar el vino, su aroma la cautivó apenas lo apreció, era fuerte y rico en aromas exquisitos; antes que su boca se hiciera agua, tomó un sorbo y lo mantuvo dejando que se paseara por su paladar, para finalmente dejarlo fluir muy despacio hacia su garganta.


—Es exquisito… ¿Es un Chianti verdad? —preguntó entusiasmada, mirando primero a Pedro y después a Jacopo.


—Sí, lo es… pero no uno cualquiera —esbozó el hombre mayor con orgullo y bebió la pequeña muestra que Pedro le dio.


—Es una reserva ducal Paula, más propiamente la edición oro que lanzó hace cinco años este viñedo —contestó Pedro siendo más específico y probó la que había servido para él.


—Es delicioso… tiene un sabor intenso, al principio… pero después sus notas se van suavizando —esbozó Paula entusiasmada, queriendo descubrir más tomó otro sorbo, uno pequeño pues el primero la había mareado, lo hizo y buscó para descubrir los ingredientes—. Tiene un toque
ácido y afrutado… ¿Fresas? —le preguntó a Pedro mirándolo a los ojos.


— Sí —dijo él con una sonrisa y compartiendo una mirada cómplice con Paula—. Y también tiene el dulce amargo característico del chocolate, incluso se pueden apreciar en su aroma… pero me faltan elementos — mencionó él y bebió de nuevo.


—Humo, las barricas fueron ahumadas chicos, se colocaron brasas debajo de ellas y se dejaron así durante toda una noche —comentó, no sólo el sabor le decía eso, él también había participado del proceso de elaboración de ese vino.


—Todos parecen unos expertos, pero les hace falta algo —mencionó Cristina que se acercaba con la bandeja de canelones y una sonrisa como si guardara un secreto.


Ellos se volvieron a mirarla enfocando toda su atención en lo que la mujer podía develar, su esposo incluso tomó un trago más del vino y por supuesto lo descubrió de inmediato, pero lo mantuvo en silencio, mientras que Pedro y Paula, curiosos por naturaleza se disponían a servirse un poco más y descubrir lo que les faltaba.


—Alto ahí, si siguen tomando de esa manera no disfrutarán de la receta que he preparado para ustedes, y eso sería un sacrilegio, porque muchos sabrán preparar canelones, pero como los míos nadie —le dedicó una sonrisa a ambos jóvenes que se le mostraron como un par de niños regañados, recibió la copa que le extendió su marido y bebió con deleite el vino en ésta—. Sí, justo allí está… cuando el señor Codazzi mencionó lo del ahumado de las barricas, seleccionó los elementos que deseaba para darle ese sabor característico que ustedes sienten, yo le sugerí que usara una flor, podía colocarla sobre las brasas para que no se consumieran tan rápido, a él le agradó la idea y fue así como las violetas formaron parte de uno de los mejores Chianti del país —dijo con una sonrisa orgullosa.


Pedro y Paula la miraron maravillados, entre todos los
elementos lo último que se les pasó por la cabeza es que ése secreto que se ocultaba entre las notas fuera una flor. Él hizo caso omiso de la advertencia de Cristina y se sirvió una pequeña porción para comprobar que allí estaba la violeta, vio el interés en Paula y también le sirvió un poco, ambos lo bebieron con dedicación.


—Me hubiera roto la cabeza y jamás lo hubiera encontrado Cristina — mencionó él con una sonrisa de sorpresa.


—Yo mucho menos, si apenas logro diferenciar las frutas que lo componen —dijo Paula con la misma reacción de él.


—La verdad es que lo haces muy bien Paula, hasta podría asegurar que has tomado clases para catar vinos, te escuchaba y me parecía oír a un experto —comentó Jacopo con una sonrisa, mirando a la muchacha que se sonrojó ante el cumplido.


—He tenido un excelente profesor —esbozó al tiempo que posaba su mirada en Pedro y le sonreía.


—En eso tienes toda la razón, este chico parece haber nacido en medio de un viñedo, a veces me he preguntado si Emelia no tuvo más antojos que uvas —acotó el conserje en tono divertido.


—Acabas de despertar mi curiosidad Jacopo, le preguntaré la próxima vez que hable con ella —indicó Pedro sonriendo.


Se acercó a Paula y le rodeó la cintura con el brazo, sintiendo que la tensión que los embargó minutos atrás había desaparecido. Ella se pegó a su cuerpo en un gesto espontáneo, colocó su mano también en la espalda de Pedro mientras sonreía, se sentía bien estar así con él.


—Y Paula tiene méritos propios, ha aprendido en dos meses lo que he intentado enseñarle a Lisandro por años —agregó mirando a la mujer a su lado con admiración.


—De eso no me queda la menor duda, tu hermano apenas si sabe diferenciar las uvas de un Chianti a las de un Chardonnay —dijo riendo a costas del romano y los demás lo acompañaron—Igual no es fácil de hallar lo de las violetas, ese es el secreto de la edición de oro del viejo Augusto Codazzi —indicó Jacopo por orgullo, se acercó a su mujer y le dio un beso en la mejilla.


—Bueno será mejor que cenemos o esto se enfriará —esbozó Cristina sonrojándose ante la muestra de afecto de su esposo.


Todos tomaron asiento, mientras la anfitriona se encargaba de servir el delicioso platillo, que despertó el apetito de los presentes en cuanto desprendió el exquisito aroma que invadió sus fosas nasales. La cena transcurrió en un ambiente libre de tensiones después de ese acercamiento entre Pedro y Paula, sobre todo contagiados por el amor y la felicidad de los esposos que se encontraban de aniversario y por eso la celebración especial, además que curiosamente según Cristina coincidía con el aniversario de un mes entre el actor y la escritora, la noticia como era de esperarse los tomó por sorpresa pues ninguno de los dos se había percatado que ya llevaban un mes juntos.


Llegó la hora de despedirse cuando vieron que pasaba de media noche, Pedro y Paula no podían dejar de sonreír ante la última imagen de Jacopo robándole un beso a Cristina, y ella rindiéndose a los mimos de su esposo mientras le cantaba y la invitaba a bailar pues la celebración para ellos apenas comenzaba.








CAPITULO 74





Su último día en Varese lo tomaron para ir hasta el hotel en la cima del monte, el mismo donde se llevaron a cabo varias de las escenas de la serie, y que todo el mundo en el pueblo aseguraba, estaba embrujado. A ellos les sucedió como al resto de los turistas, no encontraron nada, sólo un ambiente tétrico y frío, una hermosa obra arquitectónica en completo abandono, pero que se había convertido en el mayor atractivo turístico del lugar. Aprovecharon la cámara polaroid que encontró Pedro en el estudio de sus padres, se tomaron fotografías saliendo al fin juntos. Él le mostró que también tenía talento para los retratos, al menos le salían mejor que a ella, la especialidad de Paula eran los paisajes y de eso pudo alardear cuando le tocó su turno de estar tras el lente.


Aunque ella tenía una cámara profesional, no se animó en ningún momento a sugerirle que se tomaran fotografías, en ese aspecto estaban limitados, sabía que no podía ir hasta una tienda y pedir que las revelaran sin dejarlo al descubierto. Paula sentía que extrañaría mucho ese lugar y a las personas que había conocido en él, la nostalgia estuvo a punto de apoderarse de ella, pero él evitó que eso sucediera.


Antes de ir hasta donde había dejado el auto con todas sus pertenencias ya listas, él mencionó que habían olvidado algo, la tomó de la mano y regresó con ella hasta la casa, pero no llegó hasta ésta, se acercó al mirador de piedra con vista al lago y armándose de valor se asomó al borde del mismo, abrazado a Paula, aferrándose a ella como si fuera lo único que se interpusiera entre el abismo y él, como si fuera mucho más poderosa que el muro de piedra.


Ella no pudo más que sentirse feliz, complacida y orgullosa por su acto, borró la palidez que intentó apoderarse del rostro de Pedro cuando la vio sentarse sobre el muro con una lluvia de besos, sabía que no podía pedirle más, sin embargo, lo mantuvo allí varios minutos hasta que sintió que se relajaba y disfrutaba del paisaje.


Pedro se sentía mucho más liviano después de la confesión del día anterior, se quedó despierto junto a Paula hasta muy tarde mientras hablaban de sus familias, y de lo complicado que resultaba para ambos cumplir con las exigencias que ellos mismos se habían autoimpuesto, bueno en el caso de Paula su madre todo el tiempo le estaba recalcando como debía actuar. Mientras que en el de Pedro, siempre disfrutó de absoluta libertad para desenvolverse en la vida, jamás tuvo presiones por parte de sus padres.


Justo en ese momento cuando Paula se encontraba ya en su estudio de la casa de Toscana, recordaba aquella charla y no podía evitar sentir un poco de envidia. Ella hubiera deseado contar con la misma libertad para tomar las decisiones más importantes de su vida y sobre todo tener el apoyo de su familia, al menos de sus hermanos lo tuvo siempre, pero con sus padres fue más complicado. Sin embargo, ella se había prometido hacer las cosas por su propia cuenta, actuar según lo que deseaba y la hiciera sentir bien, sólo eso y se llenó aún más de seguridad cuando el recuerdo de su conversación con Pedro la invadió.


—Eres un motivo de orgullo Paula, no sólo para tus padres,
seguramente lo eres para toda tu familia y también para mí… —decía cuando ella lo detuvo sorprendida.


—¿Para ti? —inquirió mirándolo a los ojos.


—Sí, para mí, nunca antes había estado con una chica como tú, tienes un montón de cualidades y justo ahora me siento tan insignificante a tu lado —dejó escapar un suspiro y cerró los ojos un instante, cuando los abrió su mirada era distinta—. Yo no he actuado de la mejor manera, por el contrario en los últimos meses actué de manera muy irresponsable y egoísta, te aseguro que mi familia dista mucho de estar orgullosa mí en estos momentos, pero les he prometido a ellos y a mí mismo cambiar y reparar los errores que cometí, quiero regresar a Roma siendo otra persona y creo que no pude haber encontrado una mejor inspiración que tú… enséñame a ser como tú Paula, enséñame a tomarme las cosas con calma y a analizar lo que hago, a no ser tan estúpido e impulsivo, a encontrar un equilibrio en mi vida… quiero quitar de mi cabeza la maldita idea de ser perfecto para ser sólo yo, para sentirme satisfecho con quien soy — pidió sujetándole con fuerza la mano, entrelazando sus dedos con los de ella y rogó para que Paula le dijera que lo ayudaría.


Pedro, yo… yo no puedo hacer algo así… es decir. ¿Cómo voy a servirte de ejemplo cuando la mayoría del tiempo…? —se interrumpió de pronto y esquivó la mirada del chico.


—¿La mayoría del tiempo, qué Paula? —preguntó intrigado.


—La mayoría del tiempo quiero tener la fortaleza de tu carácter, me gustaría ser arriesgada y tan despreocupada como lo eres tú, que no le das tanto peso a lo que los demás piensan de ti, que sólo te riges por tus propias reglas… me pides que cambie muchas de las cosas que más me gustan de tu personalidad, ya sé que al principio me exasperaban, pero era porque yo no las tenía… Pedro yo no soy perfecta y tú tampoco lo eres, ningún ser humano lo es, cometemos errores, estamos propensos a fallar todo el tiempo, eso es algo normal… sólo es cuestión de asumirlo y dejar que las cosas fluyan de manera natural, sin cuestionarnos todo el tiempo por lo que pudimos o debimos hacer en el pasado —esbozó con esa madurez que al parecer a él seguía sorprendiéndolo, le acarició la mejilla con suavidad y le dedicó una sonrisa, en verdad quería ayudarlo, pero a encontrar su propio camino, no a crear uno para él.


Paula regresó de sus pensamientos cuando escuchó el característico sonido de una invitación a la mensajería instantánea de su correo. Una sonrisa afloró en sus labios cuando vio de quien era la invitación, su hermano Nico, tenía casi un mes que no hablaba con él y encontrárselo en línea era un verdadero milagro, era su primer año en la escuela militar y apenas tenía tiempo libre. Activó la cámara de su portátil, mientras la señal se abría ella se acomodó el cabello y respiró profundamente para parecer relajada.


Nico tenía un sexto sentido para descubrir cuando ocurría algo nuevo en su vida, podía percibir los cambios más pequeños, y lo que menos quería era que descubriera su relación con Pedro, no sabría cómo manejar ese tema con él. Era su hermano menor y no podía sólo decirle: “Tengo un amante, es un actor italiano y todas las noches disfrutamos de un sexo grandioso”. Eso no podía ni siquiera contárselo a su hermana pequeña Diana, quizás a Jaqueline si estuviera aquí, pero definitivamente nunca a Nico. La imagen de su hermano apareció en la pantalla, mostraba una sonrisa efusiva que creaba pequeñas arrugas alrededor de sus ojos hermosos azules, claros como el cielo; a veces Paula pensaba que era un poco injusto que ella fuera la única que no sacó un color de ojos claros, todos sus hermanos los tenían, los habían heredado de sus abuelos o su padre, mientras que ella los tenía incluso más oscuros que los de su madre.


—¡Ciao, ragazza italiana! ¿come sei tu?


La saludó en italiano y su sonrisa se hizo más amplia mostrando las filas de pequeños dientes que le daban un toque infantil, su hermano Walter siempre le decía que jamás había mudado la dentadura de leche y Nico se ponía rojo de rabia.


—Hola señor marine, muy bien gracias ¿Tú, cómo estás? —inquirió, se sentía emocionada al verlo.


—¡Hecho mierda! Esto es una locura… ahora entiendo porque Walter le huyó, siempre ha sido el más inteligente de los dos —respondió dejando libre un suspiro que mostraba su cansancio.


—Aun estás a tiempo de dejarlo, puedes optar por otra carrera Nico, no debes sentirte en la obligación de estar allí sólo por complacer a papá — dijo con preocupación, su hermano parecía cinco años mayor de lo que era, su piel blanca estaba enrojecida por las horas de exposición al sol y se notaba más delgado.


—¿Y tener a nuestra madre encima de mí todo el tiempo para que estudie Leyes? No gracias, prefiero esto… sabes que se me da mejor lo práctico que lo teórico. Además no todo es tan malo, sólo algunas cosas, como por ejemplo que tengamos que levantarnos a las cuatro de la mañana todos los días y correr cinco kilómetros, que la comida sea una porquería y el sargento un verdadero hijo de puta… —decía cuando la chica lo detuvo.


—¡Vaya! Veo que hasta los entrenan en el vocabulario —le recriminó ante el lenguaje que estaba usando, no le sorprendía, sabía que los hombres se expresaban así.


Pero de oírlo su madre hablar así lo tendría una hora reprochándole, al ver la cara de fastidio de Nico sintió pena por él, no debió reprocharle nada, era evidente que estaba pasándola muy mal en la academia militar.


—Por favor Pau, he escapado a este infierno para librarme de mi madre y sus malditas normas de decoro, te ruego que no te conviertas tú en una Susana Chaves porque sería lo último que podría soportar… ok, prometo moderar mi vocabulario, pero si escucharas a los demás verías que yo sigo siendo un niño preppy en comparación con ellos y todo el tiempo me joden por ello —esbozó con el ceño fruncido, se cruzó de brazos y relajó la espalda en la silla.


—Lo siento, sé que debes estar muy presionado, pero por favor no vayas a cambiar sólo por complacer a los demás o tratar de encajar. Sé que pedirte eso es algo complicado, pero estoy segura que puedes seguir siendo mi hermano Nico aunque estés rodeado de una cuerda de patanes — mencionó con una sonrisa cariñosa.


Él negó con la cabeza y le guiño un ojo, ella dejó libre una carcajada ante su encanto, Nico era el hombre más grandioso que había conocido en su vida, la mayoría del tiempo no parecía su hermano menor, siempre estaba cuidando de ella, protegiéndola, aconsejándola, era su cómplice, su confidente, el primero que escuchaba las ideas sobre sus historias, su apoyo incondicional. La fuerte y cálida voz de su hermano se dejó escuchar de nuevo en el lugar, trayéndola de regreso.


—Te extraño chispas de chocolate —dijo sonriendo, pero sus ojos reflejaban una gran tristeza y también cansancio.


—¡No me llames así! —le reprochó ella, pero al ver su semblante se sintió fatal, podía reconocer la tristeza en él—. Yo también te extraño, y daría lo que fuera para tener el poder de estar a tu lado y abrazarte muy fuerte en estos momentos… —su voz se tornó ronca por la nostalgia que la invadió, en verdad lo deseaba.


—Detente o vas a hacer que termine llorando y ni te imaginas lo que le hacen a los que lloran aquí —señaló fingiendo cara de pánico.


—¡Pues que nadie se atreva a tocarte porque voy y los asesino a todos! —exclamó adoptando su actitud de hermana mayor.


—Pau por favor, tú sólo asesinas en tus libros, además con ese metro setenta dudo que puedas siquiera derribar al menos a uno —se mofó de ella, pero lo hacía con cariño.


—¿Quién te dijo que será una lucha cuerpo a cuerpo? Existen muchas maneras para acabar con un hombre… —decía cuando él habló interrumpiéndola.


—¡Eso sí! Ustedes las mujeres tienen muchas maneras para acabar con un hombre… y para hacerlo acabar también —le dijo en tono pícaro, con esa confianza que siempre le había tenido a ella.


Paula estaba por responderle con un sermón por hablarle de esa manera a su hermana mayor, cuando la puerta se abrió de golpe, ella se volvió hacia ésta encontrándose con la mirada de Pedro, su rostro parecía estar esculpido en granito y el hermoso azul zafiro se había pintado de un profundo y frío negro.


—Paula vamos a cenar —su tono de voz era mucho más duro que la expresión de su rostro.


Nico pudo escuchar con claridad la voz del hombre al otro lado, y no le gustó en lo absoluto la orden que le había dado a su hermana, quien quiera que fuera, estaba a punto de ganárselo de enemigo.


—¿Quién es?


Escuchó que la voz de su hermano le preguntaba, su tono relajado había desaparecido y ahora era casi amenazador, se volvió hacia la pantalla y pudo ver la tensión que se había apoderado de sus facciones, aun estando cada uno a miles de kilómetros de distancia parecían estar a punto de armar una batalla campal en ese estudio y ella en medio.


—Voy en un momento… —se dirigió a Pedro primero, tenía que sacarlo de allí antes que Nico empezara a hacer preguntas.


—Cristina nos invitó a su casa… ha preparado un plato especial para cenar esta noche —la voz de Pedro era cortante.


Sus palabras evidenciaban que no aceptaría un “voy en un minuto” y mucho menos un “no puedo ir ahora” por respuesta. Tenía la mirada fija en Paula, exigiéndole que dejara al imbécil con el cual estaba hablando y saliera con él de ese lugar enseguida.


—¿Paula quién carajos es ese tipo? —preguntó en un tono de voz que resonó en toda la habitación.


Empezó a sentir que la rabia se apoderaba de su pecho y justo ahora era él quien deseaba estar en ese lugar junto a Paula para poner en su sitio a ese pendejo.


—Es… es mi vecino, Nico—respondió ella a su hermano, que parecía querer salirse de la pantalla de su portátil.


Tomó un respiro y metió un mechón de cabello detrás de su oreja, un gesto que hacía siempre que se ponía nerviosa, para su mala suerte sintió que sus mejillas se encendían, rehuyó de la mirada confundida de su hermano y la posó en Pedro que seguía parado como una estatua a pocos metros de la puerta, manteniéndose fuera de la cobertura que tenía la cámara web.


—Estoy hablando con mi hermano, por favor dile a Cristina que estaré allí en cinco minutos —aunque la voz de Paula era suave, la orden se encontraba implícita en sus palabras, estaba echando a Pedro.


—Claro —esbozó el italiano, mantuvo el mismo tono áspero y su semblante no se suavizó en lo absoluto, giró sobre sus talones y salió del lugar con paso firme.


Paula dejó escapar un suspiro y cerró los ojos ante la imagen de la espalda de Pedro, era como si hubieran dejado caer sobre él un taque de cemento, se notaba tan rígido que ella en verdad pensó que su cuerpo traquetearía cuando comenzara a moverse, no lo hizo, pero sus pasos sí retumbaron en la madera y pudo escuchar perfectamente el golpe seco con el cual cerró la puerta del salón.


—¿Qué fue todo eso? —inquirió Nico, clavó la mirada en su hermana y sus cejas casi parecían una sola, las había juntado ante el gesto de molestia que reflejaba su cara.


—¿Qué fue qué? —contestó con una interrogante.


Mientras buscaba en su cabeza alguna explicación convincente para justificar el espectáculo que Pedro le había montado. Sentía su corazón latir muy deprisa, su respiración era pesada y un molesto vacío se había apoderado del lugar donde se suponía estaba su estómago, tragó para pasar la sensación de ahogo.


—Todo eso, ese hombre dándote órdenes —mencionó moviendo su cabeza como si con eso pudiera mirar a Paula a los ojos.


—¿Órdenes? Por favor Nico… él solo vino a avisarme que la encargada de la villa había preparado una cena para nosotros, eso es todo… la señora Cristina lo hace con bastante frecuencia —pronunció luchando por parecer lo más natural posible.


—Pues su forma de “avisarte” no me gustó para nada —le hizo saber mientras la miraba—. Además ¿de cuándo acá los vecinos entran de esa manera a las casas de los otros? —preguntó, la molestia no lo había abandonado, por el contrario aumentaba más.


—Ahora quien se parece a Susana Chaves eres tú, déjalo ya —dijo deseando acabar con el asunto.


—No me parezco a nadie y no dejo nada, soy tu hermano y tengo todo el derecho a preocuparme por ti —sentenció con firmeza.


—Bien, pues no hay nada de lo cual preocuparse y recuerda que eres mi hermano menor, yo sé cuidarme sola Nico —mencionó queriendo mostrarse madura y autosuficiente.


—No sé qué demonios estás haciendo en Italia, pero espero que hagas precisamente lo que dices y sepas cuidarte bien. Ese imbécil te habló como si fuera tu esposo o algo por el estilo, si hubiera estado allá le parto la cara… —decía pero Paula no lo dejó continuar, soltó una carcajada histérica.


—¡Por favor Nico! No seas exagerado y controla tus absurdos celos de hermano ¿quieres? —cuestionó intentando parecer divertida.


—Pues dile a tu vecino que no vuelva a hablarte de esa manera o saldré de aquí y viajaré a Italia a patearle el culo ¿quieres? —el sarcasmo no podía disfrazar la rabia que había en su voz.


—Como usted ordene señor —dijo Paula mientras sonreía.


—¿Qué hay entre ustedes dos? —su sentido de hermano protector no lo dejaba desistir, necesitaba saber más.


—¿Volvemos a lo mismo? Ya te dije que es mi vecino Nico, sólo eso — contestó sintiéndose frustrada.


—¿Y te sonrojas por hablar de tu vecino? —la interrogó.


—¡No me he sonrojado! —se defendió con vehemencia.


—Sí, lo has hecho y no una sino dos veces… —soltó un suspiro al ver que ella le esquivaba la mirada y se sonrojaba de nuevo—. Paula, yo sé perfectamente que eres una mujer adulta, que tienes derecho a hacer con tu vida lo que te dé la gana… sólo te pido que mantengas el control de la situación. No tengo que ser adivino para saber que ese hombre es algo más que tu “vecino”, que se cree con derechos sobre ti, además que a ti te gusta y estás deseando mandarme a dormir para poder ir a verlo y darle la explicación que crees merece —mencionó y esperó que ella hablara.


—Yo, no… no es nada serio, sólo somos amigos —esbozó en un hilo de voz y se mordió el labio, de nuevo metió un mechón tras su oreja al tiempo que le esquivaba la mirada.


—Sí… yo también he tenido ese tipo de amistades. Eres una mujer inteligente Paula y sabes que confío en ti… bueno ahora ve que la cena se va a enfriar, me alegró hablar contigo —mencionó para despedirse, ahora era la preocupación la que marcaba su voz.


—A mí también me alegró mucho hablar contigo Nico, te prometo que mantendré la situación bajo control… no te preocupes por mí por favor, ya suficiente tienes con todo lo que estás pasando… y gracias por la confianza —esbozó mirándolo a los ojos.


—¿Tu agente, Jaqueline, tiene la dirección de la villa dónde estás? — inquirió antes de cortar la comunicación.


—Sí ¿por qué? —preguntó desconcertada.


—En caso que me toque pedírsela para ir hasta allá y patear a cierto italiano —contestó con naturalidad.


Ella rompió en una carcajada, no pudo evitarlo ante las palabras, pero sobre todo la actitud de su hermano, se acercó a la cámara y le dio un beso a través de ésta.


—Te adoro Nico —esbozó con verdadero cariño.


—Y yo a ti te amo, eres mi hermana favorita… lástima que no pueda estar allá para poner aún más celoso a ese italiano arrogante —señaló mirándola y una vez más Paula se sonrojaba.


Nunca la había visto de esa manera y por extraño que pudiera parecer eso creaba una especie de felicidad dentro de él, a lo mejor Paula había encontrado al fin al hombre digno para estar junto a ella. Mostró una sonrisa ante ese pensamiento y habló de nuevo.


—Ve antes que los pensamientos de ese hombre me provoquen un ataque al corazón a los veinte años, debe estar deseando estrangular a quien te mantiene ocupada —dijo con picardía.


—Tanto entrenamiento te ha afectado la cabeza, me voy pero sólo porque las cenas de Cristina son deliciosas… estamos en contacto, cuídate mucho por favor —pidió mirándolo a los ojos.


—Lo haré, y hazlo tú también chispas de chocolate —dijo riendo.


Paula le sacó la lengua y después lo despidió con una sonrisa, la pantalla quedó en negro, pero aún las palabras de su hermano resonaban en su cabeza. Cerró el documento tal y como se encontraba, apagó la máquina, se puso de pie y salió del estudio. Subió las escaleras prácticamente corriendo hasta llegar a su habitación, se cambió el short y la camiseta por un sencillo vestido de seda azul marino que le llegaba a la mitad de los muslos, escote en V profundo y de caída suave que se amoldaba a su figura de manera natural. No le daba tiempo de tomar una ducha, un par de horas antes lo había hecho, así que sólo lavó su cara, se recogió el cabello con una coleta en la parte alta de su cabeza, se aplicó un poco de labial, se puso unas sandalias de tacón bajo y salió rumbo a la casa de Cristina.