sábado, 1 de agosto de 2015
CAPITULO 74
Su último día en Varese lo tomaron para ir hasta el hotel en la cima del monte, el mismo donde se llevaron a cabo varias de las escenas de la serie, y que todo el mundo en el pueblo aseguraba, estaba embrujado. A ellos les sucedió como al resto de los turistas, no encontraron nada, sólo un ambiente tétrico y frío, una hermosa obra arquitectónica en completo abandono, pero que se había convertido en el mayor atractivo turístico del lugar. Aprovecharon la cámara polaroid que encontró Pedro en el estudio de sus padres, se tomaron fotografías saliendo al fin juntos. Él le mostró que también tenía talento para los retratos, al menos le salían mejor que a ella, la especialidad de Paula eran los paisajes y de eso pudo alardear cuando le tocó su turno de estar tras el lente.
Aunque ella tenía una cámara profesional, no se animó en ningún momento a sugerirle que se tomaran fotografías, en ese aspecto estaban limitados, sabía que no podía ir hasta una tienda y pedir que las revelaran sin dejarlo al descubierto. Paula sentía que extrañaría mucho ese lugar y a las personas que había conocido en él, la nostalgia estuvo a punto de apoderarse de ella, pero él evitó que eso sucediera.
Antes de ir hasta donde había dejado el auto con todas sus pertenencias ya listas, él mencionó que habían olvidado algo, la tomó de la mano y regresó con ella hasta la casa, pero no llegó hasta ésta, se acercó al mirador de piedra con vista al lago y armándose de valor se asomó al borde del mismo, abrazado a Paula, aferrándose a ella como si fuera lo único que se interpusiera entre el abismo y él, como si fuera mucho más poderosa que el muro de piedra.
Ella no pudo más que sentirse feliz, complacida y orgullosa por su acto, borró la palidez que intentó apoderarse del rostro de Pedro cuando la vio sentarse sobre el muro con una lluvia de besos, sabía que no podía pedirle más, sin embargo, lo mantuvo allí varios minutos hasta que sintió que se relajaba y disfrutaba del paisaje.
Pedro se sentía mucho más liviano después de la confesión del día anterior, se quedó despierto junto a Paula hasta muy tarde mientras hablaban de sus familias, y de lo complicado que resultaba para ambos cumplir con las exigencias que ellos mismos se habían autoimpuesto, bueno en el caso de Paula su madre todo el tiempo le estaba recalcando como debía actuar. Mientras que en el de Pedro, siempre disfrutó de absoluta libertad para desenvolverse en la vida, jamás tuvo presiones por parte de sus padres.
Justo en ese momento cuando Paula se encontraba ya en su estudio de la casa de Toscana, recordaba aquella charla y no podía evitar sentir un poco de envidia. Ella hubiera deseado contar con la misma libertad para tomar las decisiones más importantes de su vida y sobre todo tener el apoyo de su familia, al menos de sus hermanos lo tuvo siempre, pero con sus padres fue más complicado. Sin embargo, ella se había prometido hacer las cosas por su propia cuenta, actuar según lo que deseaba y la hiciera sentir bien, sólo eso y se llenó aún más de seguridad cuando el recuerdo de su conversación con Pedro la invadió.
—Eres un motivo de orgullo Paula, no sólo para tus padres,
seguramente lo eres para toda tu familia y también para mí… —decía cuando ella lo detuvo sorprendida.
—¿Para ti? —inquirió mirándolo a los ojos.
—Sí, para mí, nunca antes había estado con una chica como tú, tienes un montón de cualidades y justo ahora me siento tan insignificante a tu lado —dejó escapar un suspiro y cerró los ojos un instante, cuando los abrió su mirada era distinta—. Yo no he actuado de la mejor manera, por el contrario en los últimos meses actué de manera muy irresponsable y egoísta, te aseguro que mi familia dista mucho de estar orgullosa mí en estos momentos, pero les he prometido a ellos y a mí mismo cambiar y reparar los errores que cometí, quiero regresar a Roma siendo otra persona y creo que no pude haber encontrado una mejor inspiración que tú… enséñame a ser como tú Paula, enséñame a tomarme las cosas con calma y a analizar lo que hago, a no ser tan estúpido e impulsivo, a encontrar un equilibrio en mi vida… quiero quitar de mi cabeza la maldita idea de ser perfecto para ser sólo yo, para sentirme satisfecho con quien soy — pidió sujetándole con fuerza la mano, entrelazando sus dedos con los de ella y rogó para que Paula le dijera que lo ayudaría.
—Pedro, yo… yo no puedo hacer algo así… es decir. ¿Cómo voy a servirte de ejemplo cuando la mayoría del tiempo…? —se interrumpió de pronto y esquivó la mirada del chico.
—¿La mayoría del tiempo, qué Paula? —preguntó intrigado.
—La mayoría del tiempo quiero tener la fortaleza de tu carácter, me gustaría ser arriesgada y tan despreocupada como lo eres tú, que no le das tanto peso a lo que los demás piensan de ti, que sólo te riges por tus propias reglas… me pides que cambie muchas de las cosas que más me gustan de tu personalidad, ya sé que al principio me exasperaban, pero era porque yo no las tenía… Pedro yo no soy perfecta y tú tampoco lo eres, ningún ser humano lo es, cometemos errores, estamos propensos a fallar todo el tiempo, eso es algo normal… sólo es cuestión de asumirlo y dejar que las cosas fluyan de manera natural, sin cuestionarnos todo el tiempo por lo que pudimos o debimos hacer en el pasado —esbozó con esa madurez que al parecer a él seguía sorprendiéndolo, le acarició la mejilla con suavidad y le dedicó una sonrisa, en verdad quería ayudarlo, pero a encontrar su propio camino, no a crear uno para él.
Paula regresó de sus pensamientos cuando escuchó el característico sonido de una invitación a la mensajería instantánea de su correo. Una sonrisa afloró en sus labios cuando vio de quien era la invitación, su hermano Nico, tenía casi un mes que no hablaba con él y encontrárselo en línea era un verdadero milagro, era su primer año en la escuela militar y apenas tenía tiempo libre. Activó la cámara de su portátil, mientras la señal se abría ella se acomodó el cabello y respiró profundamente para parecer relajada.
Nico tenía un sexto sentido para descubrir cuando ocurría algo nuevo en su vida, podía percibir los cambios más pequeños, y lo que menos quería era que descubriera su relación con Pedro, no sabría cómo manejar ese tema con él. Era su hermano menor y no podía sólo decirle: “Tengo un amante, es un actor italiano y todas las noches disfrutamos de un sexo grandioso”. Eso no podía ni siquiera contárselo a su hermana pequeña Diana, quizás a Jaqueline si estuviera aquí, pero definitivamente nunca a Nico. La imagen de su hermano apareció en la pantalla, mostraba una sonrisa efusiva que creaba pequeñas arrugas alrededor de sus ojos hermosos azules, claros como el cielo; a veces Paula pensaba que era un poco injusto que ella fuera la única que no sacó un color de ojos claros, todos sus hermanos los tenían, los habían heredado de sus abuelos o su padre, mientras que ella los tenía incluso más oscuros que los de su madre.
—¡Ciao, ragazza italiana! ¿come sei tu?
La saludó en italiano y su sonrisa se hizo más amplia mostrando las filas de pequeños dientes que le daban un toque infantil, su hermano Walter siempre le decía que jamás había mudado la dentadura de leche y Nico se ponía rojo de rabia.
—Hola señor marine, muy bien gracias ¿Tú, cómo estás? —inquirió, se sentía emocionada al verlo.
—¡Hecho mierda! Esto es una locura… ahora entiendo porque Walter le huyó, siempre ha sido el más inteligente de los dos —respondió dejando libre un suspiro que mostraba su cansancio.
—Aun estás a tiempo de dejarlo, puedes optar por otra carrera Nico, no debes sentirte en la obligación de estar allí sólo por complacer a papá — dijo con preocupación, su hermano parecía cinco años mayor de lo que era, su piel blanca estaba enrojecida por las horas de exposición al sol y se notaba más delgado.
—¿Y tener a nuestra madre encima de mí todo el tiempo para que estudie Leyes? No gracias, prefiero esto… sabes que se me da mejor lo práctico que lo teórico. Además no todo es tan malo, sólo algunas cosas, como por ejemplo que tengamos que levantarnos a las cuatro de la mañana todos los días y correr cinco kilómetros, que la comida sea una porquería y el sargento un verdadero hijo de puta… —decía cuando la chica lo detuvo.
—¡Vaya! Veo que hasta los entrenan en el vocabulario —le recriminó ante el lenguaje que estaba usando, no le sorprendía, sabía que los hombres se expresaban así.
Pero de oírlo su madre hablar así lo tendría una hora reprochándole, al ver la cara de fastidio de Nico sintió pena por él, no debió reprocharle nada, era evidente que estaba pasándola muy mal en la academia militar.
—Por favor Pau, he escapado a este infierno para librarme de mi madre y sus malditas normas de decoro, te ruego que no te conviertas tú en una Susana Chaves porque sería lo último que podría soportar… ok, prometo moderar mi vocabulario, pero si escucharas a los demás verías que yo sigo siendo un niño preppy en comparación con ellos y todo el tiempo me joden por ello —esbozó con el ceño fruncido, se cruzó de brazos y relajó la espalda en la silla.
—Lo siento, sé que debes estar muy presionado, pero por favor no vayas a cambiar sólo por complacer a los demás o tratar de encajar. Sé que pedirte eso es algo complicado, pero estoy segura que puedes seguir siendo mi hermano Nico aunque estés rodeado de una cuerda de patanes — mencionó con una sonrisa cariñosa.
Él negó con la cabeza y le guiño un ojo, ella dejó libre una carcajada ante su encanto, Nico era el hombre más grandioso que había conocido en su vida, la mayoría del tiempo no parecía su hermano menor, siempre estaba cuidando de ella, protegiéndola, aconsejándola, era su cómplice, su confidente, el primero que escuchaba las ideas sobre sus historias, su apoyo incondicional. La fuerte y cálida voz de su hermano se dejó escuchar de nuevo en el lugar, trayéndola de regreso.
—Te extraño chispas de chocolate —dijo sonriendo, pero sus ojos reflejaban una gran tristeza y también cansancio.
—¡No me llames así! —le reprochó ella, pero al ver su semblante se sintió fatal, podía reconocer la tristeza en él—. Yo también te extraño, y daría lo que fuera para tener el poder de estar a tu lado y abrazarte muy fuerte en estos momentos… —su voz se tornó ronca por la nostalgia que la invadió, en verdad lo deseaba.
—Detente o vas a hacer que termine llorando y ni te imaginas lo que le hacen a los que lloran aquí —señaló fingiendo cara de pánico.
—¡Pues que nadie se atreva a tocarte porque voy y los asesino a todos! —exclamó adoptando su actitud de hermana mayor.
—Pau por favor, tú sólo asesinas en tus libros, además con ese metro setenta dudo que puedas siquiera derribar al menos a uno —se mofó de ella, pero lo hacía con cariño.
—¿Quién te dijo que será una lucha cuerpo a cuerpo? Existen muchas maneras para acabar con un hombre… —decía cuando él habló interrumpiéndola.
—¡Eso sí! Ustedes las mujeres tienen muchas maneras para acabar con un hombre… y para hacerlo acabar también —le dijo en tono pícaro, con esa confianza que siempre le había tenido a ella.
Paula estaba por responderle con un sermón por hablarle de esa manera a su hermana mayor, cuando la puerta se abrió de golpe, ella se volvió hacia ésta encontrándose con la mirada de Pedro, su rostro parecía estar esculpido en granito y el hermoso azul zafiro se había pintado de un profundo y frío negro.
—Paula vamos a cenar —su tono de voz era mucho más duro que la expresión de su rostro.
Nico pudo escuchar con claridad la voz del hombre al otro lado, y no le gustó en lo absoluto la orden que le había dado a su hermana, quien quiera que fuera, estaba a punto de ganárselo de enemigo.
—¿Quién es?
Escuchó que la voz de su hermano le preguntaba, su tono relajado había desaparecido y ahora era casi amenazador, se volvió hacia la pantalla y pudo ver la tensión que se había apoderado de sus facciones, aun estando cada uno a miles de kilómetros de distancia parecían estar a punto de armar una batalla campal en ese estudio y ella en medio.
—Voy en un momento… —se dirigió a Pedro primero, tenía que sacarlo de allí antes que Nico empezara a hacer preguntas.
—Cristina nos invitó a su casa… ha preparado un plato especial para cenar esta noche —la voz de Pedro era cortante.
Sus palabras evidenciaban que no aceptaría un “voy en un minuto” y mucho menos un “no puedo ir ahora” por respuesta. Tenía la mirada fija en Paula, exigiéndole que dejara al imbécil con el cual estaba hablando y saliera con él de ese lugar enseguida.
—¿Paula quién carajos es ese tipo? —preguntó en un tono de voz que resonó en toda la habitación.
Empezó a sentir que la rabia se apoderaba de su pecho y justo ahora era él quien deseaba estar en ese lugar junto a Paula para poner en su sitio a ese pendejo.
—Es… es mi vecino, Nico—respondió ella a su hermano, que parecía querer salirse de la pantalla de su portátil.
Tomó un respiro y metió un mechón de cabello detrás de su oreja, un gesto que hacía siempre que se ponía nerviosa, para su mala suerte sintió que sus mejillas se encendían, rehuyó de la mirada confundida de su hermano y la posó en Pedro que seguía parado como una estatua a pocos metros de la puerta, manteniéndose fuera de la cobertura que tenía la cámara web.
—Estoy hablando con mi hermano, por favor dile a Cristina que estaré allí en cinco minutos —aunque la voz de Paula era suave, la orden se encontraba implícita en sus palabras, estaba echando a Pedro.
—Claro —esbozó el italiano, mantuvo el mismo tono áspero y su semblante no se suavizó en lo absoluto, giró sobre sus talones y salió del lugar con paso firme.
Paula dejó escapar un suspiro y cerró los ojos ante la imagen de la espalda de Pedro, era como si hubieran dejado caer sobre él un taque de cemento, se notaba tan rígido que ella en verdad pensó que su cuerpo traquetearía cuando comenzara a moverse, no lo hizo, pero sus pasos sí retumbaron en la madera y pudo escuchar perfectamente el golpe seco con el cual cerró la puerta del salón.
—¿Qué fue todo eso? —inquirió Nico, clavó la mirada en su hermana y sus cejas casi parecían una sola, las había juntado ante el gesto de molestia que reflejaba su cara.
—¿Qué fue qué? —contestó con una interrogante.
Mientras buscaba en su cabeza alguna explicación convincente para justificar el espectáculo que Pedro le había montado. Sentía su corazón latir muy deprisa, su respiración era pesada y un molesto vacío se había apoderado del lugar donde se suponía estaba su estómago, tragó para pasar la sensación de ahogo.
—Todo eso, ese hombre dándote órdenes —mencionó moviendo su cabeza como si con eso pudiera mirar a Paula a los ojos.
—¿Órdenes? Por favor Nico… él solo vino a avisarme que la encargada de la villa había preparado una cena para nosotros, eso es todo… la señora Cristina lo hace con bastante frecuencia —pronunció luchando por parecer lo más natural posible.
—Pues su forma de “avisarte” no me gustó para nada —le hizo saber mientras la miraba—. Además ¿de cuándo acá los vecinos entran de esa manera a las casas de los otros? —preguntó, la molestia no lo había abandonado, por el contrario aumentaba más.
—Ahora quien se parece a Susana Chaves eres tú, déjalo ya —dijo deseando acabar con el asunto.
—No me parezco a nadie y no dejo nada, soy tu hermano y tengo todo el derecho a preocuparme por ti —sentenció con firmeza.
—Bien, pues no hay nada de lo cual preocuparse y recuerda que eres mi hermano menor, yo sé cuidarme sola Nico —mencionó queriendo mostrarse madura y autosuficiente.
—No sé qué demonios estás haciendo en Italia, pero espero que hagas precisamente lo que dices y sepas cuidarte bien. Ese imbécil te habló como si fuera tu esposo o algo por el estilo, si hubiera estado allá le parto la cara… —decía pero Paula no lo dejó continuar, soltó una carcajada histérica.
—¡Por favor Nico! No seas exagerado y controla tus absurdos celos de hermano ¿quieres? —cuestionó intentando parecer divertida.
—Pues dile a tu vecino que no vuelva a hablarte de esa manera o saldré de aquí y viajaré a Italia a patearle el culo ¿quieres? —el sarcasmo no podía disfrazar la rabia que había en su voz.
—Como usted ordene señor —dijo Paula mientras sonreía.
—¿Qué hay entre ustedes dos? —su sentido de hermano protector no lo dejaba desistir, necesitaba saber más.
—¿Volvemos a lo mismo? Ya te dije que es mi vecino Nico, sólo eso — contestó sintiéndose frustrada.
—¿Y te sonrojas por hablar de tu vecino? —la interrogó.
—¡No me he sonrojado! —se defendió con vehemencia.
—Sí, lo has hecho y no una sino dos veces… —soltó un suspiro al ver que ella le esquivaba la mirada y se sonrojaba de nuevo—. Paula, yo sé perfectamente que eres una mujer adulta, que tienes derecho a hacer con tu vida lo que te dé la gana… sólo te pido que mantengas el control de la situación. No tengo que ser adivino para saber que ese hombre es algo más que tu “vecino”, que se cree con derechos sobre ti, además que a ti te gusta y estás deseando mandarme a dormir para poder ir a verlo y darle la explicación que crees merece —mencionó y esperó que ella hablara.
—Yo, no… no es nada serio, sólo somos amigos —esbozó en un hilo de voz y se mordió el labio, de nuevo metió un mechón tras su oreja al tiempo que le esquivaba la mirada.
—Sí… yo también he tenido ese tipo de amistades. Eres una mujer inteligente Paula y sabes que confío en ti… bueno ahora ve que la cena se va a enfriar, me alegró hablar contigo —mencionó para despedirse, ahora era la preocupación la que marcaba su voz.
—A mí también me alegró mucho hablar contigo Nico, te prometo que mantendré la situación bajo control… no te preocupes por mí por favor, ya suficiente tienes con todo lo que estás pasando… y gracias por la confianza —esbozó mirándolo a los ojos.
—¿Tu agente, Jaqueline, tiene la dirección de la villa dónde estás? — inquirió antes de cortar la comunicación.
—Sí ¿por qué? —preguntó desconcertada.
—En caso que me toque pedírsela para ir hasta allá y patear a cierto italiano —contestó con naturalidad.
Ella rompió en una carcajada, no pudo evitarlo ante las palabras, pero sobre todo la actitud de su hermano, se acercó a la cámara y le dio un beso a través de ésta.
—Te adoro Nico —esbozó con verdadero cariño.
—Y yo a ti te amo, eres mi hermana favorita… lástima que no pueda estar allá para poner aún más celoso a ese italiano arrogante —señaló mirándola y una vez más Paula se sonrojaba.
Nunca la había visto de esa manera y por extraño que pudiera parecer eso creaba una especie de felicidad dentro de él, a lo mejor Paula había encontrado al fin al hombre digno para estar junto a ella. Mostró una sonrisa ante ese pensamiento y habló de nuevo.
—Ve antes que los pensamientos de ese hombre me provoquen un ataque al corazón a los veinte años, debe estar deseando estrangular a quien te mantiene ocupada —dijo con picardía.
—Tanto entrenamiento te ha afectado la cabeza, me voy pero sólo porque las cenas de Cristina son deliciosas… estamos en contacto, cuídate mucho por favor —pidió mirándolo a los ojos.
—Lo haré, y hazlo tú también chispas de chocolate —dijo riendo.
Paula le sacó la lengua y después lo despidió con una sonrisa, la pantalla quedó en negro, pero aún las palabras de su hermano resonaban en su cabeza. Cerró el documento tal y como se encontraba, apagó la máquina, se puso de pie y salió del estudio. Subió las escaleras prácticamente corriendo hasta llegar a su habitación, se cambió el short y la camiseta por un sencillo vestido de seda azul marino que le llegaba a la mitad de los muslos, escote en V profundo y de caída suave que se amoldaba a su figura de manera natural. No le daba tiempo de tomar una ducha, un par de horas antes lo había hecho, así que sólo lavó su cara, se recogió el cabello con una coleta en la parte alta de su cabeza, se aplicó un poco de labial, se puso unas sandalias de tacón bajo y salió rumbo a la casa de Cristina.
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