miércoles, 29 de julio de 2015

CAPITULO 66



Dos días después se despedían de los conserjes, quienes le dieron un montón de indicaciones y bendiciones, como si se trataran de los padres de ambos; bueno más en el caso de los de Pedro, pues los de Paula eran muy prácticos y sólo preguntaban si había pagado alguna póliza de seguro que la cubriera durante el viaje. Decidieron salir muy temprano para evitar el tráfico, el sol apenas despuntaba iluminando lentamente todo el paisaje a su alrededor, y bandadas de aves surcaban el cielo que prometía estar ese día de un azul deslumbrante, libre de nubes de tormenta.


Su paso por la ciudad de Florencia sólo tardo unos pocos minutos, el tráfico aún era fluido a esa hora de la mañana. La mayoría de los cafés y tiendas se encontraban cerrados, sólo algunos locales de los que trabajaban veinticuatro horas mantenían sus actividades. Pedro se desplazaba con destreza por cada una de las avenidas, ni siquiera miraba las vallas que anunciaba la ruta por donde iban, mientras que Paula no despegaba sus ojos de las mismas cuando las pasaban, justo en ese instante acaban de dejar atrás una que decía “Viale di Sansovino”. Quería memorizar la ruta era una costumbre que tenía desde niña.


—Vamos a recargar combustible antes de tomar la SGC, así no haremos más paradas hasta llegar a Milán. ¿Quieres desayunar ya Paula? — preguntó, mientras giraba a la izquierda para salir de la vía principal hacia una estación de servicio.


—No tengo hambre aún, pero si tú tienes puedo comprarte algo mientras llenas el tanque —contestó y se volvió para mirarlo.


Se veía muy guapo con lentes de sol, concentrado en el camino, con esa forma en que sus manos se deslizaban por el volante o movían la palanca para realizar los cambios, mostrando la misma seguridad y destreza de siempre, se veía igual de sensual conduciendo, montando a Misterio, nadando o caminando, siempre se veía bien. Paula suprimió un suspiro y se reprochó por sus pensamientos, definitivamente cada vez estaba peor, él la tenía completamente cautivada y negarlo era absurdo, pero debía tener un poco más de auto control o terminaría poniéndose en evidencia.


—Yo tampoco tengo hambre aún, lo decía por ti, igual no es mucho el trayecto de aquí a Milán, son 2,3 kilómetros, podemos esperar y comer en algún restaurante cuando lleguemos, tengo unos amigos allá que preparan los mejores latte macchiato que he probado —comentó con una sonrisa embelesado por lo hermosa que lucía ella esa mañana.


Al fin llegaron a su destino donde pasarían el fin de semana, el cambio de clima fue evidente desde que dejaron la vía que los llevaba al centro de la ciudad y se internaban en aquella que los acercaba al lago, justo donde quedaba la casa de los padres de Pedro. El lugar era completamente distinto a la Toscana, el sólo hecho de estar a orillas de un lago y frente a los imponentes Alpes suizos era un cambio para ambos, además de ser por supuesto el pueblo que inspiró una de las mejores y más famosas series de Pedro.


Tuvieron que dejar el auto en un aparcadero que la familia tenía cerca de la plaza principal, pues la entrada a la casa no tenía el espacio suficiente para que un coche pasara y mucho menos donde guardarlo. Estirar las piernas fue algo maravilloso para ambos, sacaron de la maleta el equipaje y las compras que había realizado Paula, en vista de que no pudieron notificarle a nadie para que viniera a preparar la casa, eso les sería de mucha utilidad. Las calles se notaban solitarias a pesar de estar ya cerca del mediodía, el ambiente en general era bastante taciturno, y contrastaba con la belleza que la rodeaba, el cielo tenía un tono azul helado, como él que mostraban los icebergs.


Cuando la mirada de Paula vislumbró el lago se quedó sin palabras, era realmente hermoso, sus aguas de un color azul profundo a lo lejos, pero se iban haciendo más claras y rítmicas a medida que se acercaba a la orilla, la suave brisa que acariciaba su piel traía el frío de los Alpes al otro lado, por un instante sintió como si estuviera en su hogar, era todo tan parecido que su alegría fue inmensa. La sensación de felicidad se hacía más grande a cada paso que daba, el paisaje parecía sacado de un cuento de hadas; las casas de piedras, con techos rojos y grandes ventanales blancos, con enredaderas colmadas de flores que cubrían las paredes, el hermoso contraste del verde y salpicado por diminutos puntos blancos, rosados y rojos era un verdadero espectáculo, tanto para la vista como para el olfato.


Sus pies se desplazaban con entusiasmo por las calles de adoquines, mientras subían una pendiente que los acercaba al lago, pasaron por un estrecho callejón enmarcado por altos y frondosos árboles, cuando salieron al otro lado Paula no podía creer lo que sus ojos veían, varias casas enclavadas prácticamente en la roca maciza que bordeaba el lago, estaban construidas a la ladera de ésta, justo a la orilla de la extensa masa de agua.


La brisa era más fuerte y fría, pero sin dudas el paisaje era uno de los más impresionantes que ella hubiera visto en su vida, la sensación de inmensidad que la rodeaba era tan poderosa que la hacía sentir diminuta.


—¡Es bellísimo! —exclamó, dejó caer el bolso de mano que traía y se aproximó al muro de piedra que la separaba del precipicio.


—Paula —Pedro la llamó sin moverse del lugar donde se
encontraba, ese tramo del camino siempre le resultaba muy difícil.


Pedro ven a ver esto, es impresionante… que hermoso es este lugar, me encanta —esbozó emocionada, se volvió para mirarlo.


—Lo he visto muchas veces, mejor continuemos la casa está al final del camino —mencionó moviendo su cabeza para invitarla a seguir, ni loco se acercaría a ese lugar, sentía miedo nada más de verla a ella inclinarse para mirar hacia abajo.


—No, no lo has hecho una sola vez en tu vida… ven, yo vencí mi miedo a los caballos y tú aún no lo has hecho a las alturas, sólo debes llenarte de valor y confiar en mí, no te pasará nada —indicó extendiéndole la mano, pero al ver que negaba con la cabeza dejó libre un suspiro y caminó de regreso.


—Ahora estoy un poco cansado, nos falta llegar a la casa y acomodar una de las habitaciones para pasar la noche, quizás en otro momento Paula —se excusó y le entregó una sonrisa amable.


—Mírame… vamos a ir a la casa y haremos todo lo que tengamos que hacer, pero debes prometerme que antes de irnos me acompañarás a ver el paisaje desde ese muro, y no lo harás sólo por complacerme, lo harás por ti ¿entendido? —preguntó mirándolo a los ojos, deseando que él pudiera ver que buscaba ayudarlo, porque lo quería y necesitaba liberarlo de ese miedo, así como él la liberó a ella.


—Lo haremos, te lo prometo —contestó con convicción, se acercó a ella y le dio un suave beso en los labios, agradecido por el interés que mostraba hacia él y esa ternura que sólo le habían entregado las personas que en verdad lo querían.


Paula disfrutó del roce de labios, era suave y cálido, con esa ternura que pocas veces había sentido en su vida, suspiró cuando acabó, sonriendo llena de emoción ante las sensaciones que cada vez eran más placenteras, Pedro la hacía sentir la mujer más hermosa y especial del mundo, y él empezaba a ser lo mismo para ella.


Si tenía que resumir en una palabra lo que le pareció la casa de los padres de Pedro esa sería: Un sueño. Justo eso era la gran casona enclavada en el risco, con una estructura rústica por fuera, muy propia de toda la arquitectura del mediterráneo. Pero, cómoda, hermosa y acogedora por dentro, las paredes pintadas de un impecable blanco daban una sensación de amplitud que a Paula le encantó, los techos eran altos, los ventanales casi ocupaban la mitad de las paredes, todos los muebles se hallaban cubiertos para evitar que el polvo los cubriera, y sólo se podía escuchar el suave sonido de las agujas de un reloj que debía estar bajo alguna de las telas.


—Bienvenida a la casa Alfonso, es un placer tenerte aquí Paula —expresó Pedro con una gran sonrisa, se paró tras ella y le rodeó la cintura con los brazos.


—Es preciosa, muchas gracias por traerme… Varese no es para nada un pueblo fantasma Pedro, en realidad es hermoso, me recuerda mucho a Chicago, por el lago y las montañas cubiertas de nieve —mencionó girando su torso para verlo a los ojos.


—Varese es un pueblo fantasma ¿acaso viste a alguien mientras veníamos para acá? —preguntó con un brillo de malicia en sus ojos.


—No, pero supongo que debe haber familias, no intentes asustarme desde ya porque pierdes tu tiempo, además se supone que los lugares “embrujados” eran la capilla y el hotel en la cima del monte, no vi ninguno de los dos de camino aquí —señaló, irguiéndose para demostrarle que no la intimidaría.


—El pueblo tiene pocos habitantes y en esta zona sólo conviven cuatro familias, de las siete casas que viste cuando llegamos, tres contando ésta se encuentran desocupadas la mayoría del tiempo, fueron compradas sólo para vacacionar, igual te llevaré a recorrer tanto la capilla como el hotel, no te vas a escapar Paula —dijo sonriendo, le acarició la mejilla con los labios, feliz por ver la valentía de su hermosa compañera de aventuras.


—Pues no me da miedo, vine aquí con toda la intención de ver cada uno de los escenarios, e incluso voy a encender la radio después de la medianoche a ver si tengo suerte y escucho algo —mencionó.


Pedro le apretó la punta de la nariz con un par de dedos y sonrió de manera traviesa al verla pintarse de rojo, después le dio un suave beso para aliviar la marca y ella terminó ofreciéndole sus labios, él no dudo un segundo en tomarlos a su antojo. Le gustaba ese lado curioso y travieso de Paula, ella era grandiosa en todos los aspectos, cada día sentía que la admiraba y la quería más.


El sentimiento ya no le daba miedo como días atrás, lo había aceptado y se sentía bien disfrutándolo, sin miedos que lo angustiaran o lo hicieran dudar, sencillamente se había entregado a lo que sentía y nada más, vivir por primera vez una relación sin pensar en lo que pasaría al día siguiente, o preocuparse por lo que Paula sentía por él, le gustaba la manera como se entregaba a esa relación, sin reproches ni exigencias, sin dobles intenciones, sólo siendo ella y dándole a él la libertad para serlo también, todo era inesperado y él se sentía bien de esa manera, quería ir despacio, quería dejarse sorprender por ella a cada instante.


—Vamos, te enseñaré el resto de la casa —esbozó cuando el beso terminó, la tomó de la mano y empezaron por la planta superior.


Cada rincón de lugar le resultaba más hermoso que el anterior, todos tenían un toque que los hacía especiales, las habitaciones eran amplias, ventiladas, con una decoración que seguía la línea general de la casa. La madre de Pedro tenía un gusto exquisito para la decoración, pensó Paula mientras subían a lo que parecía ser un ático, pues era la última puerta de la segunda planta. No estaba preparada para lo que encontró en ese lugar, su mirada se perdió en el paisaje ante sus ojos, mientras sus pasos trémulos se desplazaban por el piso de madera, su corazón latía de manera acompasada, buscaba en su cabeza las palabras para definir lo que veía, pero no lograba dar con ellas, decir que era bello, era quedarse corta.


—Me encanta —susurró apoyando su mano en el cristal y se volvió para mirar a Pedro con una gran sonrisa.


Él asintió en silencio a unos pasos tras ella, sabía que le gustaría, el lugar, era el más impresionante y hermoso de toda la casa, y si él no sufriera de ese temor a las alturas seguramente lo disfrutaría mucho, por lo general lo hacía en las noches, cuando la oscuridad evitaba que fuera consciente de lo alto que se encontraba y las estrellas eran las protagonistas. Sólo que esa noche también se le unirían ellos dos.








CAPITULO 65




Pedro se encontraba acostado en una de las tumbonas junto a la piscina, mientras leía otro de los libros de Paula y dejaba que el sol y la suave brisa le secaran las gotas de agua que cubrían su piel y la humedad de sus cabellos, después de un refrescante baño en la piscina. Después que la chica se marchó, él entró a su casa y la sensación de encontrarse sólo en ésta fue algo extraño, de inmediato buscó ocupar su tiempo, llamó a sus padres a cada una de sus oficinas y luego de hablar con ellos por varios minutos, marcó a la casa para hablar con su hermana, una vez más se le hizo imposible.


Según Jazmín, la chica había salido muy temprano a casa de una de sus amigas, pero no sabía darle explicación de a cuál de todas, ni tampoco lo que se suponía estaba haciendo, incluso Pedro llegó a sentir que la mujer le ocultaba algo, se escuchaba nerviosa o quizás era que él siempre la había intimidado. Le dejó un mensaje donde le decía que volvería a llamar para hablar con ella, y que la extrañaba mucho; hasta el momento no había logrado sacarse de la cabeza las reacciones que había estado teniendo Alicia en los últimos días, ya él llevaba dos meses aquí y en éste no había logrado hablar con ella, la última vez que lo hizo la notó muy distante y resentida.


—Hola.


La voz de Paula lo sacó de sus cavilaciones. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó ni siquiera llegar el auto que la trajo, había dejado de leer aunque tenía el libro abierto y sólo pensaba en lo que podía estar ocurriéndole a su hermana, le preocupaba que Alicia se viera afectada por la situación que él había provocado. La imagen de Paula alejó de su cabeza las preocupaciones e instaló en su pecho esa sensación de felicidad y sosiego que ya formaba parte de sus días desde que ella estaba junto a él, se irguió hasta quedar sentado.


—Hola, regresas antes… pensé que volverías hasta el final del día — pronunció sonriéndole y le extendió la mano.


Aún a contra luz y teniendo él las gafas oscuras puestas, ella se le mostraba hermosa, lucía radiante, como si algo le hubiera ocurrido en su visita a Florencia. Paula se acercó sentándose al borde de la silla, buscó sus labios y le dio un beso, de esos suaves y dulces que a él le encantaban, dejó el libro de lado y envolvió con sus manos el delgado y cálido cuello femenino, mientras sus labios seguían el ritmo del beso que era sencillamente exquisito. La había extrañado.


—Terminé temprano, espero que no hayas almorzado aún, traje comida —esbozó una vez terminado el beso y se puso de pie.


—No había notado que ya era hora del almuerzo —mencionó levantándose, tomó el libro, y la toalla que reposaba en el espaldar de la tumbona—. Pero eso es trampa señorita, le tocaba cocinar mañana, no hoy —le hizo saber mirándola a través de los anteojos.


—Tómalo como un cambio inesperado de planes —contestó con una sonrisa entusiasta—. Y tengo otro —informó apoyando sus manos en el pecho de él, clavó su mirada ansiosa y emocionada en los espejuelos que cubrían sus ojos.


—¿Otro cambio de planes? Bueno dime… ¿Cuál sería? —la interrogó sintiéndose muy intrigado.


—En realidad no es un cambio de planes, sólo es un adelanto de los mismos… quiero que vayamos a Varese este fin de semana… hoy es miércoles así que podemos organizarlo todo para salir el viernes temprano, compré algunas cosas que quizás necesitemos… no sé si hacía falta, bueno… quizás debí consultarte primero —explicó y ahora se sentía dudosa por su manera de proceder.


—No, tranquila Paula está bien, me tomas por sorpresa no he preparado nada, quería decirle a mi madre que enviara a alguien para acomodar un poco el lugar… —decía cuando ella lo detuvo.


—Por mí no hay problema Pedro, aquí nos las hemos arreglado bien sin necesidad de personas que nos atiendan, creo que podemos hacerlo allá también… pero igual podemos esperar, es sólo una idea, no pensé… seguro vas a querer que tu familia esté presente —pronunció mostrándose comprensiva.


—La verdad no había planeado que ellos estuvieran, quería que lo hiciéramos nosotros dos solos, de lo contrario no nos dejarían en paz y yo no podría tenerte como deseo —indicó con una sonrisa traviesa—. No se hable más, el viernes temprano salimos para Varese, allá veremos cómo sobrevivimos a las capas de polvo que quizás tenga la casa o a los fantasmas que la habitan —agregó divertido.


—¡No seas malo! No empieces a asustarme desde ya, y bueno me graduaré de ama de casa en este viaje de seguir así, mi familia no podrá ni creerlo —esbozó con el mismo ánimo de él, muy entusiasmada, pues eso la hacía sentir independiente.


Pedro le dedicó una sonrisa cómplice y le rodeó la cintura con el brazo, para después darle un beso en la mejilla, sonrió con satisfacción cuando Paula también pasó el brazo por detrás de su cintura acercándose a él. De ese modo caminaron hasta la casa, él le hizo varias preguntas acerca del libro que leía, pero como siempre Paula en lugar de despejar sus dudas, le dejaba más sembradas.


Ella calentó los tortellinis rellenos que había traído, sólo un par de minutos en el microondas para que quedaran como si los acabara de hacer, y lo mejor de todo era que se había ahorrado la complicada tarea de preparar un platillo como ese, que aunque, se mostraba fácil ella sabía perfectamente que no lo era, mucho menos para alguien que no conocía la diferencia entre las masas que se usaban para los raviolis. 


Antes pensaba que todos se denominaban de la misma manera y que su preparación era la misma y en general así era.


Pero, dentro de esa categoría existía una gran variedad que Paula no conocía. Pedro y Cristina se los fueron presentando, en exquisitas recetas, ambos eran unos expertos en pastas como italianos que se respetaran, y ella se olvidó de lo mucho que la sémola engordaba y se dejó consentir por ambos. Había aprendido que, dependiendo de la zona de Italia donde los elaboraban, cada uno tenía toques que los diferenciaban de otros, así había llegado a conocer: los tortellinis, los sorrentinos, los cansoncellis y muchos otros.


Pedro la veía sin poder disimular su sonrisa, encantado que a Paula le gustara tanto la comida italiana, y que se esmeraba por aprender cada día más, aún no se animaba a preparar alguna receta, sólo las ensaladas, pero por lo menos siempre mostraba deseos de ayudarlo y aprender. Le gustaba sentir su mirada sobre él mientras cocinaba, le recordaba a su madre cuando sorprendía a su padre y a él en la cocina, y se instaba para verlos trabajar juntos.


Ella no le había dicho nada, pero por la manera en la cual se manejaba él había descubierto que apenas estaba aprendiendo, era muy cuidadosa con los chuchillos, le tenía pavor al aceite caliente y usaba guantes hasta para sacar las cosas del refrigerador, claro no de manera consciente, y más de una vez confundió el cilantro con el perejil, aunque eso pasaba muy a menudo; él incluso llegó a confundirlos con el celeri cuando empezó a cocinar.


Recordó sonriendo mientras abría la botella de vino tinto que había escogido de la cava, sirvió dos copas y después se sentó frente al plato de tortellinis, bañados por una salsa de cuatro quesos y espinaca, que lucían realmente provocativos y cuyo aroma despertó su apetito. Era evidente que Paula esperaba su aprobación y él no la hizo esperar, tomó con el tenedor dos y se los llevó a la boca, degustándolos con lentitud para poder apreciar mejor el sabor.


—Están muy buenos… ¿Dónde los compraste? —preguntó tomando dos más y repitiendo la misma acción.


—En un restaurante pequeño, es algo muy casero y familiar, entré para tomar algo… —estuvo a punto de decirle que después que le sacaron la sangre, pero se interrumpió de golpe, había decidido contarle el motivo de su visita a Florencia, pero no en ese momento, sorbió un trago de vino y continuó—. Estaba haciendo bastante calor en la ciudad y el tráfico estaba más pesado de lo habitual, vi a una señora mayor preparando la masa, le pregunté al hombre que me atendía si los tendrían para el almuerzo, dijo que sí, y los encargué, pasé por ellos en el taxi antes de venir hacia acá y casi hago que el pobre hombre se convirtiera en un piloto de Fórmula Uno, para llegar aquí sin que perdiera consistencia —explicó con una sonrisa.


—Pues el chofer cumplió con su objetivo, están como recién salidos de la cocina en Florencia, muchas veces la cocina casera es mejor que la gourmet que sirven en los grandes restaurantes, el secreto está en el esmero y el cariño que le ponen, eso dice mi padre y él nunca se equivoca — comentó disfrutando del plato.


—He descubierto quien es tu héroe —esbozó Paula con una sonrisa después de pasar un bocado con un trago de vino.


—De grande quiero ser como él —acotó Pedro divertido.


Ella sonrió ante su ocurrencia, le encantaba cuando se mostraba así, tan hermoso y cautivador, pícaro y espontáneo como un niño. Continuaron con la comida mientras hablaban de lo que habían hecho durante las horas que pasaron lejos y de los preparativos que debían realizar para su viaje a Varese; él mencionó que lo más apropiado sería viajar en auto, puesto que en el tren resultaba muy arriesgado para él, alguien podría reconocerlo y echar a perder sus planes.







CAPITULO 64






Después de una semana idílica, colmada de emociones, sensaciones y nuevas experiencias, entre las cuales era necesario resaltar los intentos por vencer sus temores; en el caso de Paula que ahora se la llevaba muy bien con Misterio y hasta había empezado a cabalgar sin la compañía de Pedro. O como fue el caso de él, al menos afrontar su miedo a las alturas, aún le resultaba difícil de creer que ella hubiera logrado liberarse de un temor que la había mantenido sometida por años, y que él no pudiera soportar estar parado al borde del campanario o en la terraza de la casa de los conserjes.


También tuvieron su ansiado encuentro en la piscina, y una vez más las expectativas de Paula y Pedro fueron rebasadas, en medio de la luz plateada que una hermosa luna llena les regaló, con un firmamento que mostraba estrellas por doquier, la sensación del agua envolviéndolos y una suave brisa que a veces los hacía temblar tanto como las caricias que se brindaban; le dieron riendas sueltas a su fantasía, el goce fue pleno y absoluto una vez más.


Por supuesto, su aventura en la piscina tuvo lugar antes que Cristina y su esposo regresaran de visitar a su hija, Piero no regresó con ellos, eso desconcertó a Paula, pero no a Pedro, quien podía entender la actitud del chico, pues él también se creyó enamorado a esa edad y sabía lo que dolía ver a la mujer que se deseaba en brazos de otro. No tenían que ser
unos genios para concluir que la ausencia del chico tenía que ver con su relación, sin embargo, ninguno de los dos mencionó nada y prefirieron quedarse con la respuesta que Cristina les dio cuando Paula preguntó por él. Que el chico había preferido ir a pasar el resto de sus vacaciones con su abuela paterna en Sorrento, donde podía disfrutar de la playa y las fiestas que se daban en verano en aquella localidad.


Paula le anunció que debía ir hasta Florencia, y desde ese momento intentó convencerla para que desistiera de la idea, si necesitaba algo se lo podía pedir a Cristina o dejar que él la acompañara. Sin embargo, cada una de sus sugerencias fueron rechazas por la escritora, quien decía que no era una
niña que se fuera a perder, que podía andar sola por la ciudad sin ningún problema pues ya lo había hecho antes, y que no deseaba molestar a la conserje por algo que bien podía hacer ella.


De ese modo había llegado a estar ahí observándola mientras ella se miraba en el espejo de cuerpo entero, aprobando la ropa que llevaba puesta, una blusa blanca sin mangas con escote en v que dejaba ver el nacimiento de sus senos, un jean azul que le quedaba ajustado mostrando la perfección de su trasero, caderas y piernas, unas sandalias planas de piel en tono marrón tipo romanas y el cabello recogido en una coleta poco elaborada.


—Prométeme que no le vas a regalar una sola de tus sonrisas a los hombres que se acerquen para intentar conquistarte hoy. —pidió acercándose, se detuvo tras ella y le envolvió la cintura con los brazos, buscó su mirada en el reflejo del espejo.


Pedro que nunca antes se había mostrado tan inseguro, o
dependiente de una mujer como lo estaba de Paula, sabía que angustiarse porque ella pudiera tener algún encuentro, aunque fuera casual, como un intercambio de palabras, sonrisas o miradas con otro hombre lo tenía mal. Intentó disimular su estúpido temor para que ella no lo notara, pero al verla tan hermosa no pudo evitar que esas palabras se escaparan de sus labios, ni mantener sus manos lejos de ella, sabía que esa manera de abrazarla sólo dejaba ver aún más su necesidad de mantenerla ahí, a su lado.


Pedro… ningún otro hombre logrará que lo desee tanto como te deseo a ti —le hizo saber con una sonrisa, acarició los fuertes brazos que la rodeaban y se volvió para mirarlo a los ojos—. Pero si te sientes mejor, no le sonreiré a ningún hombre menor de sesenta años, aunque eso me parece algo absurdo porque una sonrisa amable no debería implicar nada más que eso: amabilidad. —contestó.


—Los hombres no pensamos igual que las mujeres Paula, la sonrisa de una mujer tan hermosa como tú puede ser interpretada de una y mil formas, sobre todo por los italianos, ya te lo dije antes —se defendió, frunció el entrecejo mostrando un semblante más serio—. Pero para que no digas que soy un tonto desconfiado, está bien, puedes hacer lo que desees, confío en ti, no en ellos claro —agregó rozando su nariz con la de ella y no pudo evitar acercar sus labios para darle un beso lento y sutil.


Paula sentía su cuerpo vibrar y ser barrido por olas de un calor intenso y delicioso con cada roce de lenguas que él le ofrecía, se encontraba rebosante de deseo por Pedro


Sin embargo, sabía perfectamente que no se hallaba en condiciones de complacerlo, su cuerpo le había anunciado tres días atrás que debía hacer un alto, era muy puntual
en sus períodos y éste no fue la excepción, justo cuando se encontraba en la regadera, sola para su suerte, pues había decidido dejarlo dormir un poco más a él.


Su cuerpo la hizo consciente de su naturaleza de mujer, ella dejó escapar un suspiro cargado de frustración al darse cuenta de eso, y de inmediato asumió que debía detener la intensa rutina de sexo que había estado llevando a cabo con su vecino. Algunas de sus amigas le contaron que tener su período no era impedimento para continuar teniendo relaciones, que por el contrario si sufría de dolores de vientre podía resultar beneficiosa la actividad. Pero ella jamás se planteó la idea, le resultaba muy vergonzoso e incómodo tan sólo pensar en ello, sobre todo tratándose de Pedro a quien apenas conocía, y que a fin de cuentas no era su novio, sólo era su amante de verano, aunque resultara chocante exponer algo así.


Pedro sentía que esos tres días de abstinencia que llevaba lo estaban volviendo loco, respetaba el espacio y la decisión de Paula de no tener sexo mientras tuviera su período, eso lo hacía con su lado racional y caballeroso. Pero, su otro lado, aquel salvaje de macho en celo la deseaba a cada minuto y se moría por volver a estar dentro de ella; lo peor de todo es que cuando su hermosa vecina, le dijo que comprendería si él deseaba pasar esas noches separados cada quien en su casa, no se le pudo ocurrir nada más brillante que negarse rotundamente y asegurar que por él no habría problemas, que podían seguir juntos como hasta el momento.


La verdad era que se moría de agonía cada noche que la tenía entre sus brazos, pero consciente que no podía hacerla suya como deseaba, debía admitir que le gustaba tenerla así, que el calor y la suavidad del cuerpo de Paula bien valía cualquier sacrificio, además que ella, aunque no lo dijera, valoraba mucho su gesto de no salir huyendo como un estúpido machista ante la mera mención de las palabras: período y abstinencia. Igual tampoco lograría dormir sólo en su cama si sabía que a sólo metros reposaba la mujer que se le había metido en la piel de tal manera que no podía dejar de pensarla.


—Se me hace tarde… —susurró mientras intentaba terminar el beso, pero no podía hacerlo, no era tan fuerte para alejarse de esos labios que se habían convertido en su mayor debilidad, en realidad todo él era su más grande debilidad.


—Bien, vamos entonces —mencionó y la tomó de la mano, entrelazando sus dedos en los de ella para salir de la habitación.


Se tomaría la mañana para estar en su casa, leer y llamar a sus padres, aunque había recibido el día antes una llamada de su madre, no sabía que más podía hacer en ausencia de Paula, quizás si contaba con suerte por fin encontraría a Alicia en casa y con ella podía extenderse a hablar por horas; así no extrañaría tanto a Paula.


¡Por Dios Pedro! Ya hasta te escuchas patético, la mujer se va por unas cuantas horas y ya tú hablas de extrañar como si se fuera por años, de verdad estás irreconocible, y hasta das vergüenza.


Negó con la cabeza mientras bajaba la escalera y una sonrisa florecía en sus labios, se reprochaba por sus pensamientos, pero no podía evitar que todo eso le resultara divertido y lo emocionara. Abrió la puerta y miró a Paula a los ojos, acomodó un poco el flequillo que intentaba cubrir las hermosas gemas marrones que lo tenían cautivado y no se cansaba de mirar.


—Ya llegó mi taxi, nos vemos en la tarde… te… —Paula se detuvo antes de esbozar algo que la haría ver como una tonta.


Ella también sentía que ya extrañaba a Pedro, aunque aún estuviera tomada de la mano con él, pero confesar algo así estaría completamente fuera de lugar. Debía empezar a controlar y analizar muy bien todo lo que decía cuando estaba con él, no era posible que su cerebro al parecer le diera por irse de vacaciones cada vez que Pedro la tenía entre sus brazos, pensó en algo que la sacara de esa situación con rapidez y sin dejarla en evidencia.


—Te traeré provisiones… dentro de poco necesitarás —esbozó y no pudo evitar que un sonrojo acompañara a su sonrisa traviesa.


Él dejó ver el mismo gesto, haciéndolo de esa manera ladeada que tan natural se le daba, disfrutando del carmín que embellecía las mejillas de Paula. Ella tenía razón, ya sólo le quedaban dos preservativos de las dos cajetillas que le enviará su hermano días atrás, el tacaño no pudo enviarle al menos unas diez y de paso antes de ello le hizo un pendejo chistecito “¿Te vas a masturbar con condones?” Por supuesto él se dio el lujo de mandarlo a la mierda y después de hacerse el indignado para lograr su objetivo: Que Lisandro le hiciera llegar lo que le pedía sin hacer muchas
preguntas u ocurrírsele la brillante idea de venir él mismo a traerlos. Por suerte no indagó mucho y se conformó cuando le dijo que una buena amiga de su absoluta confianza vendría a visitarlo y a pasar unos días con él, que aunque ella traía era mejor estar prevenido.


Lisandro había sido su mentor en muchas cosas y en el plano sexual no fue la excepción, de él había aprendido lo importante que era cuidarse de enfermedades que abundaban, sobre todo en el medio donde empezó a moverse siendo sólo un chico, y también de posibles embarazos no planificados, que a los diecisiete años estaban a la orden del día y que podían truncar su carrera que apenas despuntaba.


—Gracias —esbozó y le dio un suave toque de labios—. Estaré en mi casa, entreteniéndome en algo si logró librarme de mi hermana después de llamar a la casa, tengo días que no habló con ella y seguramente me mantendrá por horas en el teléfono —explicó deslizando sus manos por los brazos de Paula.


—Por favor hazlo, no quiero que después digan que por mi culpa te olvidaste de ellos, y si tu hermano vuelve a hacer algún otro chistecito como el pasado le das saludos de mi parte —mencionó intentando no reír, ese día casi se orina encima cuando Pedro le contó lo que había dicho Lisandro.


—Si vuelves a reírte como el otro día te doy una tunda y te dejo con esos preservativos comprados —la amenazó intentando mostrarse serio, pero el brillo en los ojos de ella se lo impedía.


—¡Ja! Eso lo dudo mucho señor Alfonso, si está a punto de volverse loco por no poder tenerme como desea… —mencionó y deslizó un dedo por su pecho, disfrutando de la fuerza que se podía apreciar bajo la bronceada piel, su mirada seguía el recorrido, de pronto suspiró y elevó el rostro para mirarlo—. Aunque debo confesar que yo me encuentro igual, me muero por estar contigo de nuevo, por sentirte dentro de mí, por tus besos y tus caricias que me llevan al cielo y me hacen estallar en medio de ese placer absoluto que me brindas —expresó sus sentimientos sin cohibirse.


Pedro que siempre se había mostrado tan elocuente desde que se conocieron, por primer vez se quedaba sin palabras ante Paula.


Fascinado por lo que ella expresó no puedo más que responderle con un beso de esos que los hacían estremecer a los dos, la envolvió entre sus brazos y atrapó la boca rosada y suave antes que ella pudiera poner algún impedimento, entró de lleno con su lengua, que posesivo comenzó a pasearse por cada rincón.


Paula se aferró a los hombros de él, mientras sentía que se derretía entre esos brazos fuertes que la llenaban de calidez y seguridad, de nuevo el placer viajaba por sus venas, haciendo cantar la sangre en ellas, estremeciendo sus vibras más internas. Le ofreció su boca y se unió al juego que Pedro le proponía rozando su lengua con la de él.


El sonido de un claxon intentó entrar en el espacio donde ambos se encontraban, pero ellos se negaron a separarse, aun a sabiendas que no llevarían ese juego más allá, pues ya les había ocurrido en los últimos días, siempre la voz de la consciencia de Paula gritaba por encima de la de sus deseos y lo aplacaba todo. El sonido irrumpió de nuevo en el ambiente y esta vez estuvo acompañada de la voz de un hombre que habló en un inglés poco entendible por la falta de práctica quizás y el marcado acento italiano.


—Señorita ¿fue usted quien pidió el servicio de taxi para ir a Florencia? —inquirió el hombre impaciente.


Los jóvenes no tuvieron más remedio que terminar el beso, con la respiración agitada pegaron sus frentes, manteniendo los ojos cerrados para recuperar la cordura, mientras bocanadas de sus tibios alientos se mezclaban. Pedro fue el primero en recomponerse, abrió los ojos y sonrió ante el espectáculo que le ofrecía Paula, que cada vez le parecía más hermosa.


—¿Ves? Allí está el primer italiano que intenta separarte de mí — susurró con diversión.


—Sólo hace su trabajo y no debo hacerlo esperar —esbozó ella y abrió los ojos dedicándole una sonrisa.


—Te hubieras llevado mi auto —mencionó él y le acarició una mejilla con el pulgar.


—¿En serio me lo prestas? —preguntó emocionada y cuando él asintió sonriendo, por lo general los chicos no prestaban sus autos, y menos a mujeres, así que ese gesto de Pedro la dejó flotando en pura alegría, le dio un rápido beso y habló de nuevo—. Lo tomaré la próxima vez.


—¿Por qué no hoy? —inquirió mirándola a los ojos.


—Porque he hecho venir a ese pobre hombre desde Florencia y no voy a cancelar el servicio —Se volvió para mirar al chofer haciéndole una señal.


Y en ese momento una idea cruzó su mente—. Además no rechazaré la compañía de un hombre tan simpático viajando sola hasta la ciudad. — agregó de manera casual dispuesta a alejarse.


Pedro de nuevo prefirió responderle con hechos en lugar de
palabras, llevó una mano y con la palma abierta le dio un pequeño azote a Paula en ese bonito trasero que tenía. 


Ella liberó un jadeo y pegó un brinco ante su gesto que evidentemente la sorprendió, se volvió de inmediato con una mirada de reproche y él sólo le regalo una de sus sonrisas más radiantes.


—¡Pedro! —le reprochó mirándolo con asombro.


—Que disfrutes tu viaje querida —pronunció con malicia, le hizo un ademán con la mano para que retomara su camino.


—No te sorprendas cuando te cobre esto de la misma manera —lo amenazó, con una mezcla de molestia y deseo.


—Cuando gustes —expresó y cruzó los brazos a la altura de su amplio y hermoso pecho, sus labios mostraban la sonrisa ladeada.


Ella no pensaba caer en su provocación una vez más, además que ya había hecho esperar mucho al hombre del taxi, se giró sobre sus talones con un movimiento ágil y altanero para encaminarse hacia el auto, estaba por llegar cuando miró por encima de su hombro y vio donde Pedro se encaminaba hacia su casa.


—Señor deme dos minutos por favor —pidió ignorando la mirada de impaciencia que el hombre le lanzó.


Corrió sigilosa hasta donde el actor se encontraba, ajeno a sus intenciones, con agilidad llevó su mano hasta una de las redondas y perfectas nalgas de Pedro, estrelló la palma con mucha más fuerza de la que él había empleado con ella, pues era necesario para arrancarle la misma reacción. Él se sobresaltó desconcertado por el ataque, se volvió para mirarla, estiró los brazos intentando agarrarla pero Paula fue más rápida y logró escapar.


—Nos vemos en la tarde querido, disfruta de tus horas de soledad, llama a tu familia y deja de celarme —esbozó y salió corriendo.


—¡Te estaré esperando pequeña traviesa! —exclamó para que ella lo escuchara antes de subir al auto—. Lo estaré haciendo ansioso Paula —susurró, le dedicó una sonrisa cuando ella le lanzó un beso con la mano y le guiñó un ojo.


Sentía el pecho rebosante de felicidad, esa sensación que se esparcía por cada rincón de su ser y lo hacía sentir como nunca antes, esa emoción que no sabía cómo definir y que sólo Paula había provocado en él lo hacía sentir vivo. Se encaminó de nuevo a su casa sintiéndose un poco apenado, incluso podía jurar que se había sonrojado, cuando se vio descubierto por las miradas divertidas e intrigadas de Cristina y Jacopo; bonito espectáculo tenía que estar ofreciendo, sonriendo como un tonto y mirando embelesado el auto donde Paula iba, que dejaba detrás una estela de polvo.


Ella entró en el asiento trasero y se puso cómoda, no dejaba de sonreír, y su mirada tenía ese brillo que hacia lucir sus ojos tan hermosos y claros, sin decir que su corazón latía con emoción, todo su cuerpo parecía flotar, suspiró relajándose en el asiento y su mirada se encontró con la del chofer a través de retrovisor.


—Señor, disculpe que lo haya hecho esperar… es que… —intentó dar una explicación, pero no encontraba las palabras.


—No se preocupe señorita, entiendo. Los enamorados siempre se comportan de la misma manera, y agradezco que no me hayan enviado a buscarla para llevarla al aeropuerto, de lo contrario aún estaríamos en las villas esperando a que su novio la soltara —mencionó con la voz de la experiencia y le dedicó una sonrisa amable a la chica al verla sonrojarse como si fuera una quinceañera.


Paula no quiso entrar en detalles y aclarar que ella y Pedro no eran novios, pues el hombre había visto demasiado como para no llegar a esa conclusión. Sin embargo, la simple mención de su comportamiento como “enamorados” la desubicó un poco, hasta ahora no había analizado que ésa era la impresión que Pedro y ella daban. Incluso Cristina y su esposo se lo habían dicho el otro día, que parecían un par de jovencitos de preparatoria cuando discutían por ver quien tenía la razón en algo, y después de unos minutos se desvivían entregándose besos como si nada hubiera pasado. Paula nunca había actuado así antes, con tanta libertad para dar y recibir muestras de cariño en público, ni siquiera con Francis quien fuera su novio oficial, sentía como si Pedro tuviera el poder para despertar a otra mujer dentro de ella.


Buscó el iPod en su bolso y se concretó en seleccionar algo que la distrajera de esas tontas ilusiones que a cada momento se adueñaban más de su ser y jugaban con sus emociones a su antojo. Le gustaba sentirse así, él le había enseñado que no había nada de lo cual avergonzarse, y ella había llegado a liberarse de muchos prejuicios, muestra de ello era lo que acababa de hacer, le había dado un azote en el trasero delante de tres desconocidos ¡Por Dios no podía creerlo!


Se sonrojó hasta sentir que su cara ardía, cerró los ojos para huir de su vergüenza y negó con la cabeza. Sinceramente debía darle un alto a lo que le estaba sucediendo y tomar las cosas con naturalidad. Respiró profundo y dejó ver después una sonrisa, mientras la fascinante voz de Alicia Keys colmaba sus oídos. Pero, la canción en lugar de ayudarla a centrarse, sólo la hundió más en ese mar de felicidad que Pedro había creado para ella, en segundos se encontró siguiendo a la cantante en el coro.



I am riding high
Don't wanna come down
Hope my wings don't fail me now
If I can touch the sky
I risk the fall


Al fin había llegado a su destino y suspiró al ser consciente de lo que allí haría, le entregó al hombre el pago del servicio más una generosa propina por haberlo hecho esperar mientras le sonreía, agradeció y se despidió.


Bajó del auto irguiéndose para llenarse de confianza, ya estaba acostumbrada a hacer esto, sólo que no esperaba que fuera en otro país y con otra persona que no fuera la doctora que la había tratado siempre, inhaló profundamente y con paso seguro se dirigió hacia la entrada del lugar.


Cuarenta minutos después se encontraba en el consultorio de la doctora Nardi, una mujer de unos cuarenta años, alta, de figura delgada y distinguida, cabello rubio cenizo, el cual se encontraba recogido con una peineta en un sencillo pero elegante peinado, ojos azules de mirada tranquila y rasgos estilizados, tenía más la imagen de una primera actriz, que de ginecóloga. Revisaba las pruebas de rutina que le había enviado a hacer a Paula y la información que la chica le había suministrado, para aprobar la medicación que solicitaba.


—Está usted en perfectas condiciones señora Chaves, le indicaré a la enfermera que le coloque la inyección, por suerte contamos con la misma que siempre ha usado, así que no tendrá reacciones desfavorables. Ya conoce bien el procedimiento, pero si presenta algún síntoma que no haya notado antes por favor nos informa de inmediato, recuerde que nuestro cuerpo siempre presenta cambios —esbozó con una sonrisa amable, mirándola a los ojos.


—Muchas gracias doctora Nardi, me gustaría hacerle una consulta más —dijo Paula y su voz mostraba cierto nerviosismo.


—Por supuesto, dígame —la instó a continuar.


—He pensado… bueno, yo nunca he tenido relaciones sin protección, hablo del uso de preservativo, nunca me he aventurado a experimentar de esa manera, por seguridad por supuesto y por evitar un embarazo no planeado. Sin embargo… me gustaría saber, no sé su opinión al respecto, si he sido muy paranoica o por el contrario si he actuado de manera correcta —planteó su idea en un torrente de palabras a causa de los nervios que sentía.


La mujer no pudo disimular la sorpresa en su rostro al escuchar las palabras de la chica. A la edad de veintitrés años era prácticamente imposible que una mujer no hubiera experimentado tener relaciones sexuales sin preservativos, y más una que se cuidara tal y como ella indicaba en el test que le realizó, era algo admirable pero también limitativo, como mujer lo sabía.


—Bueno, lo que haces con tu cuerpo es tu decisión Paula, si deseas mi opinión como profesional te diré que la protección contra las ETS siempre debe ser un punto vital para toda mujer y también para el hombre.
Pero, si tu pareja se cuida igual que tú y tienen la confianza suficiente para llevar a cabo una relación sexual sin algún método protector, no veo porque debería existir algún impedimento para hacerlo, además que como mujer te digo que te has estado perdiendo de una experiencia maravillosa
—esbozó mirándola a los ojos, queriendo ganar su empatía y confianza.


—Supongo que es algo distinto, pero siempre he tenido ciertos temores al respecto y quizás haya exagerado —expuso dudosa.


—Cuando hablamos de nuestra salud jamás se exagera, si el problema es ése por supuesto, ahora si es por el embarazo con la inyección quedas completamente protegida, el porcentaje que la inyección falle es muy remoto, es más segura que la píldora u otros métodos. Veamos ¿tu pareja actual es un chico sano? ¿Confías en él para entregarte sin protección? — preguntó fijando sus ojos en ella, para evitar que esquivara su pregunta, debía afrontarla con ella misma y de esa manera despejar sus dudas.


—Sí, bueno… él también se cuida, desde un principio ambos estuvimos de acuerdo en ello, es un hombre sano y confío en él —contestó sin rehuirle la mirada, estaba segura de lo que decía.


—Perfecto, tus pruebas salieron bien, lo que me lleva a concluir que él también lo está, pero nada de eso importaría si no está presente la confianza, ahora que me has confirmado que ciertamente él te la inspira, no veo algún impedimento para que tengas relaciones sin preservativo, como mujer pienso que es una experiencia que debes vivir Paula, crea el momento perfecto y hazlo —la animó con una sonrisa entusiasta, la chica le recordaba a su hermana menor cuando con diecisiete años llegó hasta ella colmada de dudas.


—Muchas gracias doctora, seguiré sus consejos —Paula se puso de pie y le extendió la mano a la mujer.


—De nada Paula, lo hago con gusto, ve con la enfermera para que te coloque la inyección y cualquier reacción molesta o duda que tengas me avisas —mencionó la mujer recibiendo la mano de la chica y dándole un apretón, le extendió después la orden con una sonrisa.


Paula se despidió de ella con el mismo gesto y se encaminó hasta la habitación contigua donde una mujer de unos treinta años, blanca, cabello rojizo y ojos marrones, que ya le había extraído la prueba de sangre, la recibió de nuevo con una sonrisa amable, después de ver la orden, le hizo una preguntas de rutina mientras preparaba la inyección. En cuestión de segundos el piquete de la aguja en su brazo y el líquido que se diluyó en su cuerpo, la habían dejado protegida contra un embarazo.


Mientras en su cabeza, muchas de las dudas que la habían atormentado durante un largo tiempo, desaparecían ante la imagen de Pedro y la idea de tener sexo con él sin nada que los separase, sentirlo piel con piel y disfrutar de una experiencia que se había negado hasta ese momento.