miércoles, 29 de julio de 2015

CAPITULO 63





Paula veía llena de emoción y feliz como una niña, la destreza con la cual Pedro maneja a Misterio, apenas sujetaba las riendas del poderoso animal, y se sostenía apretando sus fuertes piernas a cada costado, manteniendo un equilibrio perfecto que la tenía asombrada. No le había colocado silla de montar esta vez, decía que era mucho más cómodo así para poder ir los dos juntos sobre el lomo del caballo, aunque no habían hecho el viaje hasta aquí en éste sino caminando como la vez anterior, Pedro tenía la firme idea de que ella montara sobre el semental de nuevo.


Su mirada seguía cada movimiento tanto del hombre como del animal, cautivada ante la belleza y la elegancia de ambos, incluso de la sensualidad que desbordaban, aunque ella sólo fuera consciente de la de Pedrosuponía que si una yegua estuviera cerca y viera al hermoso Misterio quedaría igual de rendida ante su gallardía. En un momento, el actor se dobló un poco hasta alcanzar la oreja del animal, ella no pudo escuchar lo que le susurró, pero vio que Misterio hacía un movimiento como asintiendo y Pedro en recompensa le dio un par de suaves palmadas en el poderoso cuello y le acarició la crin sonriendo con gesto cómplice.


—¿Qué estará tramando este par? —se preguntó deseosa de obtener una respuesta, sin apartar la mirada de ellos.


De pronto Misterio comenzó a mover sus patas de una manera que lo hacía ver como si estuviera trotando, elevándolas una al compás de la otra y no las cuatro a la vez, primero eran las delanteras y después las traseras, hacía rebotar el cuerpo de Pedro con gracia, mientras los fuertes músculos que adornaban su cuerpo se tensaban mostrando la potencia que había debajo de ellos.


Pedro se sostenía con sus piernas y apenas sujetaba las riendas, había hecho ese trote muchos veces con Misterio, así que conocía cada uno de los movimientos de su amigo, ambos se entendían perfectamente.


Cambió su postura y jaló un poco las riendas para indicarle ir de lado, una de las mayores destrezas que podía hacer el caballo, en eso Misterio parecía ser único, había nacido para cautivar la admiración de las personas.


Elevó el rostro para ver a Paula, quien con una sonrisa y la mirada puesta en ambos lucía embelesada ante el acto que llevaban a cabo. Le dedicó una sonrisa radiante y un guiño de ojo, para cambiar a otro ritmo, esta vez uno más elegante, el mismo trote de minutos atrás pero haciéndolo lento, como si todos sus movimientos fuesen llevados en cámara lenta.


—¡Es precioso Pedro! —exclamó ella emocionada, aplaudió el desempeño de ambos.


—Gracias señorita —esbozó él galante y Misterio movió su cabeza en un gesto altivo.


La acción del caballo los hizo reír a los dos, era evidente que había nacido para ser un arrogante y vanidoso sin remedio, movía sus patas con destreza y la crin para darle más dramatismo a su actuación, sin esperar la orden de Pedro comenzó a moverse de lado de nuevo enfocándose en el que era su punto fuerte.


—Creo que alguien está deseando impresionarte Paula —mencionó el chico soltando las riendas para hacerle ver a ella, que era el caballo quien manejaba toda la situación.


Paula dejó libre una carcajada, que se convirtió en una linda sonrisa, se llevó una mano al pecho sintiéndose halagada, miró con ternura y agradecimiento al equino. En verdad lo consideraba muy hermoso, tanto como el hombre sobre su lomo, ese que la había cautivado de igual manera y sin saber en qué momento se había adueñado de todos sus suspiros.


Justo liberó uno al ver lo apuesto que lucía Pedro ese día, el cabello largo se mecía al compás del viento y los movimientos de Misterio, la camisa blanca que llevaba resaltaba el bronceado que había ganado, el castaño de su cabello que ahora lucía un poco más claro, así como lo hacía su mirada, ese azul hermoso que los rayos del sol hacían ver casi celeste y el pantalón de jean en color negro que se ajustaba a la perfección a esas poderosas piernas, era mucho más de lo que Paula había logrado encontrar en un solo hombre.


Él tenía todo lo que a ella le gustaba, unas manos fuertes, de dedos largos y delgados, le encantaban esos vellos oscuros y finos que cubrían sus ante brazos, le daban un aspecto tan masculino y resaltaban aún más los músculos bajo la piel cuando movía con destreza sus manos para guiar a Misterio. Y sus labios, esos eran uno de sus mayores atractivos, ella moría por esos labios, llenos y provocativos, tan irresistibles que ya los deseaba con locura, los atributos de Pedro no parecían tener fin, pues su cuerpo era igual de perfecto, no sólo a la vista, sino también para dar placer.


—Ven a montarlo Paula, creo que está ansioso de que lo hagas — pidió Pedro, le extendió la mano sonriendo.


Paula sintió como la burbuja donde se encontraba se reventó
dejándola expuesta ante él, apenada por sus pensamientos y ese incontrolable deseo, no pudo sostenerle la mirada, la esquivó pues sentía que Pedro tenía el poder para adivinar lo que pensaba.


—Me encantaría, pero… —se detuvo mordiéndose el labio inferior, y metió las manos en los bolsillos del jean azul que traía.


Él pudo ver de nuevo el miedo y las dudas adueñándose de Paula, se bajó de Misterio y se acercó a ella llevando al caballo de las riendas, le puso un par de dedos bajo la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos, atrapando ese par de gemas marrones.


—¿Por qué le tienes tanto miedo Paula? El otro día te lo pregunté y esquivaste mi pregunta, me gustaría saberlo y ayudarte a superar ese trauma. Los caballos son unos animales nobles, Misterio lo es y jamás te haría daño… —decía cuando ella lo interrumpió.


—¿Cómo puedes saberlo? A veces su comportamiento es impredecible, no digo que sean malos, no los culpo de nada, igual prefiero no arriesgarme, nunca me he subido a un caballo sola, lo hice el otro día contigo y aunque me gustó la experiencia, eso no evita que siga temiéndoles, fue algo que sucedió hace mucho tiempo, pero que aún no logro borrar de mi cabeza… —detuvo sus palabras al ver que estaba dejando al descubierto más de lo que deseaba.


Pedro comprendió de inmediato que ella había estado a punto de abrirse a él, pero que algo se lo había impedido, se negó a dejarla escapar esta vez. Volvió para ver a Misterio, soltó las riendas del caballo y le dio un par de palmadas en el cuello, un gesto cariñoso que siempre tenía con el animal.


—Chico, ve a correr un rato y no te alejes mucho. —esbozó para despedirlo y vio como el equino se marchaba con trote ligero—Ven, vamos a sentarnos. —invitó a Paula tomándole la mano.


Ella no se negó, aunque sentía que su cuerpo apenas lograba moverse ante tanta tensión que la embargaba, dejó que él se acomodara primero sobre la hierba y después lo hizo ella quedando sentada en medio de sus piernas, apoyando su espalda en el pecho de Pedro, sintiendo su respiración aún agitada por el trote.


—Tenía siete años —se escuchó decir y no podía creer que lo hubiera hecho, dejó libre un suspiro y cerró los ojos.


Él no la presionó, sólo se mantuvo en silencio, pero haciéndole ver al mismo tiempo que la escuchaba, deslizó sus manos por los brazos de Paula para que esa caricia la relajara, después apoyó su barbilla sobre el hombro de la chica.


—Había viajado junto a mi familia hasta Nueva York, uno de mis primos participaría en la competencia anual de Polo que se realizan en Los Hampton, y todos estábamos muy entusiasmados con la idea, incluso mi madre que no gusta mucho de los deportes —hizo una pausa para tomar aire y poder continuar—. Cuando llegamos yo quedé maravillada ante la belleza de los caballos, todos eran igual de hermosos que Misterio, a esa edad mi estatura los hacía parecer inmensos, casi como unos gigantes, pero no les temía, quería estar cerca de ellos. —explicó y se sumió en el silencio de nuevo.


—¿Qué sucedió entonces? —preguntó Pedro en un tono de voz calmado, no para presionarla, sino para hacerla sentir confiada.


—Comenzó la competencia, todo el mundo aplaudía y reía feliz cuando los jugadores hacían alguna anotación, mi primo era quien más destacaba de su equipo, aunque apenas tenía diecinueve años y los otros jóvenes ya pasaban los veinticinco, él y su caballo parecían ser uno sólo, justo como
lucen tú y Misterio, y yo me sentía igual de cautivada que ahora, orgullosa, deseosa de tener algo como eso, de poder ser dueña de una unión así. — hablaba con voz pausada.


Los recuerdos llegaban hasta Paula con una nitidez impresionante, hacía mucho que no recordaba lo ocurrido aquella tarde, sentía como si de nuevo tuviera siete años todo ocurría justo a su alrededor en esos momentos. Sintió los brazos de Pedro rodearla, protegiéndola, regresándola a ese lugar y ese tiempo, alejando el miedo que lentamente buscaba adueñarse de ella.


—Justo antes de la última ronda los jueces dieron un receso, los jugadores salieron del campo montados aún sobre los caballos, se dirigieron hasta el área de bebidas de cada equipo para refrescarse. Varias mujeres se colocaron de pie para acomodar el césped, era una tradición que iba acompañada del mismo partido. Hasta ese momento ya lo habían hecho tres veces y yo deseaba participar, pero era apenas una niña y mi madre no lo permitiría, ella ni siquiera se levantaba de la silla, estaba abanicándose con un ventilador de mano mientras tomaba margaritas. —le hizo saber mirándolo a los ojos esa vez.


—¿Por qué no te escapaste aprovechando el efecto de las margaritas? — preguntó en un tono cómplice y divertido.


Le gustaba imaginar a Paula siendo una niña de siete años, con esa curiosidad innata en ella, con sus deseos de romper reglas. Ahora era una mujer tan precavida y metódica que suponía algo debió haberle pasado para cambiar, aún veía esos pequeños vestigios de rebeldía en su actitud, pero la mayoría de las veces se mostraba tan ecuánime, mesurada y autocrítica con ella misma, que le provocaba zarandearla para hacerle ver que la vida había que vivirla, y no sólo quedarse en un rincón a verla pasar o vivir a través de otro, en su caso: mediante sus personajes.


—Lo hice, bueno no del todo, una de mis tías, la hermana más joven de mi padre, vio el anhelo en mi mirada y llegó hasta la mesa donde nos encontrábamos, me extendió la mano invitándome a ir con ella para acomodar el césped —le explicó y al ver que tenía toda su atención continuó—. Me volví a ver a mi madre y la mirada de advertencia en sus ojos era más que evidente, sin embargo, mi tía me jaló del brazo y me animó a ir con ella, yo desobedecí la orden mi madre y casi corrí hasta el campo, a lo lejos podía ver a mi padre y mis tíos junto a mi primo que era felicitado por todo el mundo, ellos se volvieron a mirarme y la sonrisa en sus rostros me hizo sentir orgullosa y valiente, así que con mayor ahínco y entusiasmo acomodé los trozos de césped que se habían desprendido, todo era… perfecto —se detuvo y la sombra de la tristeza cubrió su mirada.


Pedro supo que estaba a punto de hacerle una revelación, le
confesaría ese motivo que había despertado tanto terror en ella hacia los caballos, para incentivarla a continuar le dio un suave beso en el hombro y entrelazó sus dedos a los de Paula.


—Sigue por favor, quiero saber qué pasó después —pidió.


—Yo… yo estaba completamente absorta en la tarea, reía entusiasmada pues era la única niña que se encontraba en el campo ayudando a las mujeres. Algo me hizo levantar la mirada cuando mi primo montaba de nuevo sobre su caballo… todo pasó tan rápido Pedro, qué todavía ahora no comprendo lo que verdaderamente ocurrió —la mirada de Paula buscaba mostrarle su desconcierto, él asintió y eso le indicó proseguir, inhaló profundamente y habló—. Cuando Patricio subió al caballo el animal lanzó un espantoso aullido, se alzó en sus dos patas traseras y como mi primo no había tomado las riendas lo lanzó por el aire, él cayó varios metros de donde se encontraba y el sonido del golpe fue tan espantoso que aún después de todo este tiempo puedo oírlo repetirse en mi cabeza… los demás caballos se pusieron nerviosos y él de Patricio salió corriendo como si estuviera poseído, el caos se adueñó del lugar, las
mujeres corrían gritando de un lugar a otro y todos los hombres lo hacían en dirección al cuerpo de mi primo que yacía inconsciente sobre la grama —la voz de Paula mostraba la desesperación que la embargó en ese instante.


—¿Qué hizo tu tía? —preguntó sintiéndose temeroso por ella, aunque eso hubiera pasado hacía mucho y Paula estuviera ahora sana y salva junto a él.


—Ella salió corriendo para atender a mi primo, su instinto de estudiante de medicina la guió a ir hacia él. Yo me quedé allí paralizada, no entendía nada y el pánico me impidió correr para resguardarme como hicieron los demás, el caballo venía hacia mí yo no podía moverme, ni siquiera al escuchar los gritos de mi madre o ver la cara de espanto de mi padre cuando vio lo que ocurría. —Paula se detuvo y una lágrima bajó por su mejilla, la limpió con rapidez para no darle más dramatismo al momento.


—Me muero de curiosidad por saber lo que sucedió, pero si deseas podemos dejarlo para otro día, no quiero que te pongas triste. —mencionó Pedro mirándola a los ojos, subió y le dio un beso en la frente, deseando reconfortarla.


—No… no está bien, es algo que debo superar, ya ha pasado mucho tiempo y es tonto que aún me afecte de este modo, deseo seguir contándote lo que ocurrió —le hizo saber y habló en serio, sentía que ese desahogo le estaba sirviendo de catarsis, respiró de nuevo y siguió—. No te puedo decir que pensé que iba a morir o que vi toda mi corta vida pasar ante mis ojos, no me sucedió nada de eso, yo sólo veía como el animal cada vez estaba más cerca, un temblor íntegro me recorría, pero no lloraba, y justo segundos antes de ser arrollada por el hermoso corcel plata, que se había transformado en una especie de demonio y que me perseguiría en pesadillas durante muchos años, sentí que alguien me elevaba del suelo y después el fuerte golpe de una caída que fue amortiguada un poco por los brazos que me rodeaban. —dijo y sintió una especie de alivio recorrerla.


—¿Tu padre? —preguntó Pedro y experimentó la misma sensación que colmaba a Paula.


—No, otro de los jóvenes que jugaban junto a mi primo, Tim Wadlow, él se encontraba cerca pues había sido remplazado debido a una lesión en el hombro, la verdad no sé cómo reunió fuerzas para levantarme y ponerme a salvo, estaba lastimado y yo… yo era una niña algo pasada de peso, no
mucho… pero más de lo que debería para siete años, siempre he sido así, con demasiadas curvas —lo decía sintiéndose apenada por ello, no en un tono arrogante o sugerente, intentando justificarse.


Pedro no podía creer que ella se mostrase incómoda con su cuerpo, era extraordinario, a él lo tenía completamente cautivado y loco de deseo ¿y ella pensaba que tenía demasiadas curvas? Definitivamente Paula estaba loca, tenía las justas y atractivas para hacer que un hombre perdiera la cabeza, uno como él que ansiaba a cada minuto tocarlas, pues todas eran tan hermosas que estaba seguro no se cansaría nunca de recorrerlas.


—Qué fortuna la mía tener la libertad de viajar por todas esas curvas, y caer desfallecido y extasiado a consecuencia de ello —comentó en un tono lento, sensual. Al tiempo que movía sus manos por la cadera y el seno de ella.


Paula se estremeció ante sus caricias y sus palabras, sabía que su cuerpo ahora era atractivo para muchos otros, y aunque no había hecho nada para hacer que evolucionara de esa manera, sus primeros años en la escuela no habían sido nada sencillos, por fortuna cuando empezó a desarrollarse como mujer las cosas cambiaron.


—Pero continúa, quiero saber ¿qué sucedió después y lo qué pasó con tu primo? —inquirió interesado y paró sus manos.


—Yo me sentí aturdida por varios segundos, Tim me colocó de pie y comenzó a verificar que estuviera bien, me hacía preguntas y yo no lograba hablar. Cuando llegó mi padre y me tomó en brazos, me aferré a él y rompí en llanto, en ese momento tomé consciencia de todo y las emociones me desbordaron —confesó y sus ojos una vez más estaban anegados en lágrimas, tomó aire con una inhalación trémula, luchó para no ponerse a llorar y prosiguió—. Él me abrazó muy fuerte y me consoló, pero en cuanto mi madre llegó después que comprobó que estaba bien comenzó a reprocharme por lo que había sucedido, me dijo que era mi responsabilidad por desacatar su orden y que era una inconsciente… y cosas que ya ni recuerdo, mi padre se enfadó con ella, discutieron y me alejó de allí. El coronel nunca a sido muy afectuoso ni dado muestras de cariño, su vida como militar siempre ha marcado todas sus relaciones, incluso con sus hijos, esa fue la única vez que lo vi tratarme como la mayoría de los padres tratan a sus hijas —mencionó y había algo de nostalgia en su voz.


—Para algunas personas es complicado mostrar sus sentimientos a veces Paula, pero eso no significa que él no te quiera como a una hija — esbozó él, la abrazó buscando reconfortarla, esa necesidad de hacerlo que ya lo había asaltado antes, ahora era verdaderamente imperiosa.


—Lo sé… lo sé Pedro y no le reprochó nada, es su manera de ser y de ese modo yo lo amo, igual que quiero a mi madre, aunque a veces tengamos puntos de vistas diferentes, ellos han contribuido a lo que hoy en día soy y la verdad me siento bien y orgullosa —confirmó mirándolo a los ojos para que supiera que hablaba en serio.


—Pues han sido unos maravillosos padres, tú eres una chica
extraordinaria Paula, y eso no es sólo mérito de ellos, también es tuyo… algunos tenemos padres extraordinarios y nos la pasamos cometiendo un error tras otro —mencionó hablando con propiedad, pues él era de esos que aunque tenía a los mejores padres del mundo, se había comportado como un imbécil en los últimos tiempos, no quería entrar en
detalles en ese momento y quedar ante Paula como un miserable, así que centró su atención de nuevo en el tema que había dejado—. Por favor continúa con tu historia, cuéntame qué le pasó a tu primo y qué pudo hacer que el caballo reaccionara de esa manera —solicitó y se movió un poco para mirarla a los ojos.


Paula prosiguió con su relato, le contó que Patricio había sufrido una fuerte contusión que lo dejó en estado de coma por quince días, y después de eso tuvo que someterse a una larga y traumática recuperación porque algunos nervios afectados lo habían dejado parcialmente paralítico. 


Su madre entabló una demanda contra el club y las investigaciones arrojaron que uno de los jugadores de otro equipo había sido el responsable de manipular al caballo para que actuara de esa manera, el joven no pretendía que su acto dejara consecuencias tan graves, sólo quería darle una lección a su primo por dejarlos en ridículo.


Igual la broma le salió muy cara, dieciocho meses de prisión y una multa exorbitante que canceló el padre del chico, para que cumpliera su condena en un área exclusiva del recinto penitenciario. Mientras que ella tuvo que superar su trauma por sí sola, pues su madre jamás se preocupó por llevarla a un psicólogo cuando despertaba dando gritos aterrorizada reviviendo aquel momento. Por el contrario su método fue reprocharle cada instante su comportamiento, eso hizo que ella se tragara sus miedos, pero no que los olvidara y cada vez que se despertaba con una pesadilla, intentaba calmarse por sus propios medios para evitar la reprimenda.


—Nunca más volví a un campo de Polo, ni a ningún otro donde los caballos fueran la principal atracción, comencé a tenerle miedo a todos los animales más grandes que un perro. —susurró apenada.


—Es comprensible, no tienes que sentirte mal por ello Paula, todos tenemos algún miedo escondido, yo tengo uno ¿quieres saber cuál es? — cuestionó con su mirada en las gemas marrones.


Estaba a punto de hablar de algo que él tampoco había mostrado a nadie, ni siquiera a su madre siendo ella psicóloga, porque no quería que lo tratara como a un paciente, se sentiría avergonzado con su padre y con su hermano, pues suponía que de enterarse se burlarían de él, pero algo en su interior le decía que ella no lo haría, Paula jamás se burlaría de su miedo, por el contrario estaba seguro que lo comprendería. Ella asintió en su silencio dedicándole toda su atención, así que él prosiguió.


—Le temo a las alturas, padezco de acrofobia… —se interrumpió sopesando su reacción, suspiró y la miró a los ojos—. Para alguien que trabaja en lo que yo hago es inverosímil, pero es cierto, no puedo estar a muchos metros del suelo y mirar hacia abajo porque me pongo ansioso por abandonar ese lugar, me desespero por estar en un espacio al ras del suelo… y no he logrado comprender por qué me sucede algo así, tú tienes un motivo para sentir miedo hacia los caballos viviste una experiencia traumática, pero yo no he pasado por algo similar que recuerde, nunca estuve a punto de caer… no existe algo que me haya marcado —explicó y las arrugas que se formaban en su frente mostraban el desconcierto que lo invadía.


—Nunca creí que tú le temieras a algo, y menos a las alturas. —esbozó sorprendida ella también—. Yo adoro las alturas Pedro… es decir, me hacen sentir tan poderosa, ver el mundo de lo alto es increíble, siempre que tengo oportunidad de subir a un edificio intentó llegar a las azoteas y ver todo a mi alrededor… la casa de mis padres es de tres pisos y esa altura ya no me atrae, siempre busco más… hasta he pensado en lanzarme en un paracaídas. —mencionó observándolo atentamente.


—Yo… soporto estar en un edificio y ver así el horizonte, mi
departamento está en un cuarto piso, eso aquí en Italia es casi decir un Pent –house. Pero nunca he logrado asomarme del balcón, lo compré sólo por esnobismo y la verdad es que me gusta, pero apenas salgo a la terraza y si lo hago, siempre es hasta un lugar donde me sienta seguro, odio volar… y jamás voy en la ventanilla. No ha sido fácil mantener este temor como un secreto Paula. —pronunció y ahora era su voz y su actitud la que mostraba incomodidad.


—Todos en mi familia estaban al tanto del accidente así que
comprendían que no me gustara estar cerca de los caballos, otros me decían que debía afrontar mi temor conviviendo con ellos, una de esas personas fue mi primo Patricio, nunca dejó de insistir en que debía aprender incluso a montar, se ofreció a enseñarme pero yo definitivamente no podía y mi madre siempre me recordaba el peligro al cual estuve expuesta por no ser prudente. —comentó casualmente.


—¿Qué dices si ambos afrontamos nuestros miedos? El uno con la ayuda del otro… yo puedo enseñarte a montar y tú puedes… no sé, hacer que me sienta seguro y tranquilo en un lugar alto —propuso, mientras sus ojos estaban anclados en los de ella.


—No lo sé… quizás no sea buena idea —respondió dudosa.


—Podemos al menos intentarlo Paula, no creo que podamos sentir más miedo del que ya tenemos, pero si logramos vencerlo estaríamos ganando mucho ¿no te parece? —inquirió de nuevo.


Ella se mordió el labio mientras sentía como dos fuerzas luchaban en su interior, la valiente queriendo decir que sí y la cobarde gritándole que respondiera que no. Cerró los ojos e intentó dejar su mente en blanco un segundo, apretó con fuerza la unión de sus dedos con los de él, suspiró de nuevo y abrió los ojos.


—Un intento… sólo uno Pedro y debes prometerme que siempre estarás conmigo, que no me dejarás nunca sola sobre Misterio… al menos mientras aprendo, si no llego a hacerlo también debes prometer que no vas a insistir más —pidió con determinación.


—En un intento es muy difícil Paula, dame al menos unos tres, nadie aprende a montar a caballo a la primera, necesitas fortalecer una relación con el animal, que tanto tú como él se sientan cómodos y confiados el uno con el otro —explicó mirándola a los ojos, acarició de manera sutil la unión de sus dedos con la mano libre.


—Bueno… pero no debes presionarme, odio que lo hagan ya te lo dije, si eso pasa me bloqueo y es peor para todos. Misterio me gusta y en verdad quiero sentir esa unión que tú y él parecen tener, ya sé que no será igual pues ustedes se conocen desde hace mucho, pero al menos… pues no sé, que sea suficiente para decir: “Viví esa experiencia y fue extraordinaria” —esbozó mirándolo llena de expectativa y después agregó—. Y tú debes darme lo mismo, quiero que me acompañes a… algún lugar alto, puede ser la terraza que está en la casa principal, hay una escalera exterior que nos
llevará a allí o también podemos hacerlo al campanario de la capilla, yo te enseñaré que no hay nada que temerle a las alturas —sus palabras iban cargadas de seguridad.


Había decidido arriesgarse porque desde que estaba con él se sentía una mujer distinta, más libre y decidida, quería ser valiente y eso sólo lo lograría mostrándose como tal, asumiendo retos y afrontando sus miedos.


La idea de Pedro le pareció descabellada en un principio, pero ver que él también se lanzaba a la conquista de sus miedos la llenó de seguridad y entusiasmo. Sólo esperaba que en verdad él le temiera a las alturas y que todo eso no fuera sólo actuación para hacer que ella cediera









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