miércoles, 29 de julio de 2015
CAPITULO 65
Pedro se encontraba acostado en una de las tumbonas junto a la piscina, mientras leía otro de los libros de Paula y dejaba que el sol y la suave brisa le secaran las gotas de agua que cubrían su piel y la humedad de sus cabellos, después de un refrescante baño en la piscina. Después que la chica se marchó, él entró a su casa y la sensación de encontrarse sólo en ésta fue algo extraño, de inmediato buscó ocupar su tiempo, llamó a sus padres a cada una de sus oficinas y luego de hablar con ellos por varios minutos, marcó a la casa para hablar con su hermana, una vez más se le hizo imposible.
Según Jazmín, la chica había salido muy temprano a casa de una de sus amigas, pero no sabía darle explicación de a cuál de todas, ni tampoco lo que se suponía estaba haciendo, incluso Pedro llegó a sentir que la mujer le ocultaba algo, se escuchaba nerviosa o quizás era que él siempre la había intimidado. Le dejó un mensaje donde le decía que volvería a llamar para hablar con ella, y que la extrañaba mucho; hasta el momento no había logrado sacarse de la cabeza las reacciones que había estado teniendo Alicia en los últimos días, ya él llevaba dos meses aquí y en éste no había logrado hablar con ella, la última vez que lo hizo la notó muy distante y resentida.
—Hola.
La voz de Paula lo sacó de sus cavilaciones. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó ni siquiera llegar el auto que la trajo, había dejado de leer aunque tenía el libro abierto y sólo pensaba en lo que podía estar ocurriéndole a su hermana, le preocupaba que Alicia se viera afectada por la situación que él había provocado. La imagen de Paula alejó de su cabeza las preocupaciones e instaló en su pecho esa sensación de felicidad y sosiego que ya formaba parte de sus días desde que ella estaba junto a él, se irguió hasta quedar sentado.
—Hola, regresas antes… pensé que volverías hasta el final del día — pronunció sonriéndole y le extendió la mano.
Aún a contra luz y teniendo él las gafas oscuras puestas, ella se le mostraba hermosa, lucía radiante, como si algo le hubiera ocurrido en su visita a Florencia. Paula se acercó sentándose al borde de la silla, buscó sus labios y le dio un beso, de esos suaves y dulces que a él le encantaban, dejó el libro de lado y envolvió con sus manos el delgado y cálido cuello femenino, mientras sus labios seguían el ritmo del beso que era sencillamente exquisito. La había extrañado.
—Terminé temprano, espero que no hayas almorzado aún, traje comida —esbozó una vez terminado el beso y se puso de pie.
—No había notado que ya era hora del almuerzo —mencionó levantándose, tomó el libro, y la toalla que reposaba en el espaldar de la tumbona—. Pero eso es trampa señorita, le tocaba cocinar mañana, no hoy —le hizo saber mirándola a través de los anteojos.
—Tómalo como un cambio inesperado de planes —contestó con una sonrisa entusiasta—. Y tengo otro —informó apoyando sus manos en el pecho de él, clavó su mirada ansiosa y emocionada en los espejuelos que cubrían sus ojos.
—¿Otro cambio de planes? Bueno dime… ¿Cuál sería? —la interrogó sintiéndose muy intrigado.
—En realidad no es un cambio de planes, sólo es un adelanto de los mismos… quiero que vayamos a Varese este fin de semana… hoy es miércoles así que podemos organizarlo todo para salir el viernes temprano, compré algunas cosas que quizás necesitemos… no sé si hacía falta, bueno… quizás debí consultarte primero —explicó y ahora se sentía dudosa por su manera de proceder.
—No, tranquila Paula está bien, me tomas por sorpresa no he preparado nada, quería decirle a mi madre que enviara a alguien para acomodar un poco el lugar… —decía cuando ella lo detuvo.
—Por mí no hay problema Pedro, aquí nos las hemos arreglado bien sin necesidad de personas que nos atiendan, creo que podemos hacerlo allá también… pero igual podemos esperar, es sólo una idea, no pensé… seguro vas a querer que tu familia esté presente —pronunció mostrándose comprensiva.
—La verdad no había planeado que ellos estuvieran, quería que lo hiciéramos nosotros dos solos, de lo contrario no nos dejarían en paz y yo no podría tenerte como deseo —indicó con una sonrisa traviesa—. No se hable más, el viernes temprano salimos para Varese, allá veremos cómo sobrevivimos a las capas de polvo que quizás tenga la casa o a los fantasmas que la habitan —agregó divertido.
—¡No seas malo! No empieces a asustarme desde ya, y bueno me graduaré de ama de casa en este viaje de seguir así, mi familia no podrá ni creerlo —esbozó con el mismo ánimo de él, muy entusiasmada, pues eso la hacía sentir independiente.
Pedro le dedicó una sonrisa cómplice y le rodeó la cintura con el brazo, para después darle un beso en la mejilla, sonrió con satisfacción cuando Paula también pasó el brazo por detrás de su cintura acercándose a él. De ese modo caminaron hasta la casa, él le hizo varias preguntas acerca del libro que leía, pero como siempre Paula en lugar de despejar sus dudas, le dejaba más sembradas.
Ella calentó los tortellinis rellenos que había traído, sólo un par de minutos en el microondas para que quedaran como si los acabara de hacer, y lo mejor de todo era que se había ahorrado la complicada tarea de preparar un platillo como ese, que aunque, se mostraba fácil ella sabía perfectamente que no lo era, mucho menos para alguien que no conocía la diferencia entre las masas que se usaban para los raviolis.
Antes pensaba que todos se denominaban de la misma manera y que su preparación era la misma y en general así era.
Pero, dentro de esa categoría existía una gran variedad que Paula no conocía. Pedro y Cristina se los fueron presentando, en exquisitas recetas, ambos eran unos expertos en pastas como italianos que se respetaran, y ella se olvidó de lo mucho que la sémola engordaba y se dejó consentir por ambos. Había aprendido que, dependiendo de la zona de Italia donde los elaboraban, cada uno tenía toques que los diferenciaban de otros, así había llegado a conocer: los tortellinis, los sorrentinos, los cansoncellis y muchos otros.
Pedro la veía sin poder disimular su sonrisa, encantado que a Paula le gustara tanto la comida italiana, y que se esmeraba por aprender cada día más, aún no se animaba a preparar alguna receta, sólo las ensaladas, pero por lo menos siempre mostraba deseos de ayudarlo y aprender. Le gustaba sentir su mirada sobre él mientras cocinaba, le recordaba a su madre cuando sorprendía a su padre y a él en la cocina, y se instaba para verlos trabajar juntos.
Ella no le había dicho nada, pero por la manera en la cual se manejaba él había descubierto que apenas estaba aprendiendo, era muy cuidadosa con los chuchillos, le tenía pavor al aceite caliente y usaba guantes hasta para sacar las cosas del refrigerador, claro no de manera consciente, y más de una vez confundió el cilantro con el perejil, aunque eso pasaba muy a menudo; él incluso llegó a confundirlos con el celeri cuando empezó a cocinar.
Recordó sonriendo mientras abría la botella de vino tinto que había escogido de la cava, sirvió dos copas y después se sentó frente al plato de tortellinis, bañados por una salsa de cuatro quesos y espinaca, que lucían realmente provocativos y cuyo aroma despertó su apetito. Era evidente que Paula esperaba su aprobación y él no la hizo esperar, tomó con el tenedor dos y se los llevó a la boca, degustándolos con lentitud para poder apreciar mejor el sabor.
—Están muy buenos… ¿Dónde los compraste? —preguntó tomando dos más y repitiendo la misma acción.
—En un restaurante pequeño, es algo muy casero y familiar, entré para tomar algo… —estuvo a punto de decirle que después que le sacaron la sangre, pero se interrumpió de golpe, había decidido contarle el motivo de su visita a Florencia, pero no en ese momento, sorbió un trago de vino y continuó—. Estaba haciendo bastante calor en la ciudad y el tráfico estaba más pesado de lo habitual, vi a una señora mayor preparando la masa, le pregunté al hombre que me atendía si los tendrían para el almuerzo, dijo que sí, y los encargué, pasé por ellos en el taxi antes de venir hacia acá y casi hago que el pobre hombre se convirtiera en un piloto de Fórmula Uno, para llegar aquí sin que perdiera consistencia —explicó con una sonrisa.
—Pues el chofer cumplió con su objetivo, están como recién salidos de la cocina en Florencia, muchas veces la cocina casera es mejor que la gourmet que sirven en los grandes restaurantes, el secreto está en el esmero y el cariño que le ponen, eso dice mi padre y él nunca se equivoca — comentó disfrutando del plato.
—He descubierto quien es tu héroe —esbozó Paula con una sonrisa después de pasar un bocado con un trago de vino.
—De grande quiero ser como él —acotó Pedro divertido.
Ella sonrió ante su ocurrencia, le encantaba cuando se mostraba así, tan hermoso y cautivador, pícaro y espontáneo como un niño. Continuaron con la comida mientras hablaban de lo que habían hecho durante las horas que pasaron lejos y de los preparativos que debían realizar para su viaje a Varese; él mencionó que lo más apropiado sería viajar en auto, puesto que en el tren resultaba muy arriesgado para él, alguien podría reconocerlo y echar a perder sus planes.
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