miércoles, 29 de julio de 2015
CAPITULO 62
Habían terminado de organizar todo en la cocina y se disponían a subir las escaleras cuando la casa se quedó en penumbras y un ensordecedor trueno retumbó en cada espacio del lugar, hasta hacer temblar los cristales de las ventanas. Paula no pudo evitar liberar un grito ante el susto que le produjo el rugido y verse envuelta entre sombras, apretó la mano de Pedro que se encontraba unida a la de ella y se volvió buscándolo con la mirada.
—Tranquila, estoy aquí —le hizo saber al notar la tensión en ella, le acarició el dorso de la mano con el pulgar y caminó hasta la ventana para mirar hacia afuera, sin soltarla—. Se fue el servicio eléctrico, suele pasar cuando hay tormentas como éstas, no te preocupes siempre regresa al otro día —señaló en tono casual.
—¡Hasta mañana! ¿Qué haremos hasta entonces? Vamos a terminar congelados allá arriba, ya estaba haciendo frío cuando bajamos, ahora debe estar helado —mencionó con preocupación.
—¿Qué podemos hacer contra tu temor al frío? —preguntó sonriendo de manera burlona. Ella lo miró con reproche y él tuvo que controlar la risa que lo estaba ahogando, dejó libre un suspiro y la envolvió con sus brazos —. Bueno se me ocurren un par de cosas que pueden servirnos para entrar
en calor. ¿Qué dices Paula, las ponemos en práctica? —inquirió sonriendo con picardía.
—¿Tú no te sientes saciado nunca Pedro? —le contestó con otra interrogante, sorprendida ante su propuesta y más aún ante la reacción de su propio cuerpo, que desvergonzado se contrajo de anticipación ansiando complacerlo.
—¿De ti? No, nunca… me declaro un famélico de tu cuerpo —respondió con naturalidad mientras le acariciaba las caderas.
Ella no pudo mantenerse seria aunque lo intentó, una sonrisa afloró en sus labios y le acarició los brazos, él se acercó y ella sintió la dulce sensación que le producían sus labios cuando cubrían los suyos en un beso lento y tierno. Antes que el beso cobrara mayor intensidad otro trueno los hizo temblar, anunciándoles que la tormenta retomaba sus fuerzas y probablemente se mantendría toda la noche.
—Encenderé la chimenea y dormiremos aquí abajo, sólo tenemos que buscar unas mantas y las almohadas para estar cómodos, déjame a mí encargarme de todo Paula —esbozó rozando sus labios, y mirándola a los ojos con ternura.
—Gracias, eres muy considerado Pedro, pero yo podría ayudarte con las cobijas, mientras tú prendes el fuego, el armario está aquí mismo y allí hay varios juegos, no le temo a la oscuridad, por el contrario me gusta mucho, pero no me animo a subir las escaleras sin ver nada —comentó, y se separó de él para comenzar.
—Bien, esperemos que esto funcione —dijo él, se acercó a la chimenea y comenzó a tantear para dar con las cosas que necesitaba.
Después de cinco minutos Paula regresaba con varias cobijas, lo bastante gruesas para que pudieran tenderse en la alfombra y estar cómodos. Ya Pedro había encendido el fuego y el ambiente comenzaba a llenarse de calidez, iluminando al mismo tiempo la estancia con tenues luces doradas.
Él subió con rapidez y buscó el par de almohadas que estaban sobre la cama, también tomó el último preservativo que le quedaba y se encontraba en la mesa de noche. Ese había sido el principal motivo de pedirle a Paula que lo dejara encargarse a él de todo, sabía que si le mencionaba a ella sus intenciones volvería a escandalizarse; la verdad era que incluso él a veces se sentía como un adolescente desesperado por tener sexo todo el tiempo, como en aquel tiempo cuando inició y no podía esperar a acabar las escenas para tener un tiempo de descanso y escabullirse con Martina a su camerino.
Paula acomodó las mantas sobre la alfombra en tonos beige y tierra, ésta de por si era bastante mullida y cómoda, por lo que estar sobre ella por un rato no lastimaría sus cuerpos.
Sin embargo, dormir era algo distinto, se tendió para probar el espacio y el resultado la dejó satisfecha, se levantó hasta quedar sentada de nuevo, su mirada se paseó por todo el lugar y no pudo contener un suspiro.
Todo era tan hermoso y mágico, como esos cuadros de las novelas de amor clásicas, donde una pareja se dispone a pasar una velada romántica y especial. El fuego crepitando en la chimenea, brindándole calidez, iluminándola con sus tonos naranjas y dorados, las suaves cobijas que envolverían sus cuerpos desnudos, la lluvia afuera que bañaba los cristales y actuaba como la cómplice perfecta de ese momento, sólo faltaba él para completar el cuadro.
En ese preciso instante la figura de Pedro se mostró ante sus ojos, haciendo que su corazón se desbocara en latidos y su mirada se iluminara cual mañana de navidad. Él era todo lo que podía anhelar y mucho más, alto, apuesto, misterioso, con esa elegancia que no se desligaba de él, aunque vistiera de manera tan sencilla como lo hacía ahora y llevara en las
manos un par de almohadas blancas. Un nuevo suspiro brotó de sus labios al ver la sonrisa que él le dedicó, le extendió la mano para invitarlo a sentarse con ella y una vez que lo hizo Paula se acurrucó contra su pecho.
—¿Me perdí de algo? —inquirió al ver la actitud de ella.
—No… —contestó negando con la cabeza y escondió el rostro entre el pecho de él, aspirando su olor, ese que ya conocía muy bien.
—Pues no lo parece, siento como si hubieran contado un chiste y yo me lo hubiese perdido —señaló y la buscó con la mirada.
—Me gustas mucho… es sólo eso, no puedo disimularlo siquiera, me gusta mirarte y me quedo como una tonta haciéndolo, tenerte cerca me hace sentir bien —confesó al fin y el sonrojo en sus mejillas era tan hermoso como intenso.
—A mí me sucede lo mismo contigo Paula, me gusta todo de ti, eres preciosa y por ello no me cansó de decírtelo una y otra vez, no lo hago sólo por llamarte de una forma cariñosa, lo hago porque es la verdad y también me gusta estar contigo, me agrada tenerte junto a mí, justo así como te tengo, entre mis brazos, cerca de mi cuerpo —expresó con la mirada clavada en la de ella.
Paula estaba embelesada con las palabras y la belleza de Pedro, con el tono azul del iris, ese mismo que las llamas hacían lucir de un hermoso y claro celeste, la barba de un par de días, sus labios suaves, rosados, tan provocativos que se descubrió deseándolos de nuevo, el cabello castaño y delgado que la invitaba a tocarlo. Cedió a la tentación y lo hizo, deslizó sus dedos por éste, sonriendo.
—Ha crecido mucho —esbozó maravillada ante el contacto, como si no lo hubiera tocado ya antes.
—Sí, no lo corto desde hace tres meses, y no veo la manera de solucionarlo, el estilista que lo hace tiene mayor poder de difusión que Il Giornale, sólo basta que lo llame y le diga que venga, para que toda Italia se entere de donde me encuentro —puntualizó en tono divertido, deslizando su mano por la pierna de Paula.
—Yo te lo cortaría, pero entonces deberías pasar mucho más tiempo aquí hasta que pueda repararse el desastre que dejaría como resultado — indicó en el mismo tono de él, sonrió al ver su cara de espanto, le dio un toque de labios y habló de nuevo—. No importa que lo dejes crecer, me gusta así y además te queda bien, como lo llevabas en La Conspiración — agregó, sus dedos acomodaban las hebras castañas dándole forma.
—Cuando regrese a Roma lo tendré como la crin de Misterio —dijo con una sonrisa encantadora, la besó cuando ella abrió los ojos con gesto exagerado ante sus palabras.
La acotación de Pedro le había llenado el pecho de una
extraordinaria sensación de felicidad, y porque no decirlo, alivio también, saber que no tenía pensado dejar ese lugar en un corto plazo hizo que el sentimiento que llevaba en su interior afianzara sus raíces y la esperanza de hacer mayor el tiempo que tendrían juntos casi la desbordara. Sintió de pronto como si las alas que la elevaban desaparecieran y fue lanzada de golpe a tierra por la realidad, la suya.
Ella ya tenía medio año viajando por Europa, sabía que Italia era su último destino y que de un momento a otro, que esperaba no fuera muy pronto, debía regresar a su país y retomar su vida tal y como la había dejado. Quedarse aquí para siempre era algo completamente remoto y fuera de toda lógica, en Chicago estaba su casa, su familia, sus amigos, su trabajo; tenía todo allá y no podía cambiarlo por algo que sabía era fugaz.
Cambiar su mundo entero y su vida por una ilusión no era algo que ella estuviera dispuesta a hacer, ni siquiera si ese sueño era al lado de Pedro Alfonso.
—Te quedaste callada —pronunció al notar que se había sumido en un silencio poco habitual en ella.
En ese instante Paula le pareció tan lejana que un extraño temor se adueñó de su pecho, sintió miedo de perderla.
—Lo siento… estaba… estaba pensando, es uno de los defectos de los escritores, cientos de personajes hablando en tu cabeza, tentándote con historias para contar —se excusó y evitó mirarlo a los ojos, sentía que él descubriría sus verdaderos pensamientos.
Él se quedó conforme con esa respuesta, o mejor dicho, quiso hacerlo, deseaba evitar indagar más allá como siempre hacía y que algo contrario saliera a relucir, no quería arruinar ese momento con confesiones que podían resultarle desagradables. Como fue el caso del tutor francés, al recordar la angustia y la culpa que vio en Paula su pecho ardía en llamas, eran celos; debía admitir que estaba celoso de ese hombre aunque fuera parte del pasado.
Alejó esos pensamientos de su cabeza y se dispuso a brindarle caricias lentas y tiernas, una de sus manos acariciaba la pierna de Paula y la otra se deleitaba en la suave cabellera castaña, dibujando círculos con la punta de sus dedos en el cuero cabelludo. No buscaba seducirla en ese preciso momento, sólo ir avivando el fuego lentamente, hacerlo sin prisas, disfrutar de tenerla así, entre sus brazos, entregada y complaciente, saber que al menos esa noche ella era completamente suya. Paula comenzaba a adormitarse bajo sus caricias y él de cierto modo también se sentía cansado, la deseaba, la verdad era que nunca dejaba de hacerlo, pero pensó en darse una tregua al menos por unas horas.
Igual bien podían, si despertaban a medianoche saciar sus deseos, tenía un preservativo a mano, a la mujer que lo complacía y un ambiente propicio y perfecto para terminar desnudos envueltos entre sábanas, besos y caricias. Se movió lentamente para evitar despertarla, pero de inmediato la sintió removerse y hundir el rostro en su pecho, percibió como Paula liberaba un suspiro y después deslizó su mano por su cintura, pegándolo más a ella.
—Pensé que dormías —susurró y le dio un beso en la frente.
—No, aún no lo hago, aunque estoy un poco cansada… sólo disfruto de esta manera en que me conscientes —contestó en el mismo tono de él y volvió a acariciarlo.
—¿Se encuentra agotada señora escritora? —preguntó con picardía y deslizó la mano que viajaba por la pierna de Paula, hasta la cadera, masajeándola con suavidad para aliviarla.
Un gesto que le pareció natural, pues había aprendido que los huesos de la pelvis eran una las zonas que más se resentían en una mujer, después de tener una extenuante sesión de sexo y ellos la habían tenido esa tarde.
En realidad lo habían hecho desde que empezaron tres días atrás en su casa.
Paula gimió ante el toque que ejercía la presión perfecta, la verdad no estaba tan adolorida como la primera mañana que despertaron juntos, aunque sus piernas habían soportado la tensión de tener sexo de pie. Sin embargo, no le diría nada a Pedro, quería que continuara con ese delicioso masaje, que fuera así de considerado.
Pedro dejó ver una sonrisa y buscó los labios de Paula para
besarla, un gesto igual de sutil que sus caricias y que lo hizo suspirar. Ella también suspiró y se rindió a esos besos exquisitos, tan maravillosos que sentía la transportaban a otro mundo, tomó parte en el juego, abrió los labios un poco más y la invasión de la lengua de Pedro la hizo estremecer ligeramente, suspiró de nuevo.
—Si no paramos ahora, dudo mucho que pueda dejarte dormir Paula —le hizo saber, pues sintió como su hombría se tensaba.
Ella quiso responderle que continuaran, que no la dejara dormir, que no le importaba hacerlo, sólo quería sentirlo, besarlo, acariciarlo, ser suya una y otra y otra vez. No lo hizo, cerró los ojos, no deseaba mostrarle a Pedro cuanto lo necesitaba, cuanto poder tenía él sobre ella, sus ansias ya rayaban la obsesión y eso comenzaba a preocuparle, cuando abrió los párpados el deseo había menguado lo suficiente para tener control sobre la situación y su cuerpo.
—Mejor dormimos, tenemos todo el fin de semana para nosotros dos y hacer lo que queramos —esbozó en tono casual y le dio un suave toque de labios, para después alejarse.
Él no respondió, sólo sonrió con diversión al ver lo evidente que era esa lucha interna que libraba Paula, siempre tan reservada y queriendo mostrarse centrada, capaz de resistirse a eso que ambos deseaban. No la presionó pues ya había decidido dormir junto a ella algunas horas y darle tiempo a sus cuerpos para descansar, la vio mientras se metía bajo las cobijas y se ponía cómoda, quedando más cerca de la chimenea para absorber más calor. Pedro se puso de pie y se sacó la camiseta dejándola sobre el sofá, después sus manos viajaron al elástico del short, con la misma naturalidad se lo quitó y lo dejó junto a la otra prenda, se disponía a hacer lo mismo con el slip.
—¿Qué haces? —preguntó Paula evitando que continuara.
Había posado la mirada en Pedro, cuando él le dio la espalda, siguió cada uno de sus movimientos, deleitándose con cada pedazo de piel que él dejaba al descubierto, pero cuando vio hacia donde iban dirigidas sus intenciones no pudo más que sorprenderse.
—Me preparo para dormir —contestó mirándola por encima del hombro, vio su asombro y sonrió con malicia.
—Puedo verlo, pero no pensarás dormir desnudo ¿verdad? —inquirió una vez más mirándolo.
—Siempre duermo así, ya te lo había dicho antes, es una costumbre, si no lo hago no podré conciliar el sueño —respondió y sin perder más tiempo retiro la prenda de su cuerpo.
Paula se quedó sin aire ante el cuadro que sus ojos tenían el
privilegio de ver, completamente desnudo, perfecto de pies a cabeza, con el trasero más hermoso y provocativo que hubiera visto en su vida, la espalda marcada por músculos sutiles y esas piernas fuertes que tantas veces la habían sostenido; no existía nada más exquisito y excitante que Pedro Alfonso.
Él se volvió encontrándose con la mirada cargada de deseo de Paula, ella intentó disimular pero al verse descubierta el sonrojo pintó sus mejillas, él dejó ver una sonrisa rebosante de orgullo, se puso de rodillas junto a ella y le dio un beso en cada mejilla, disfrutando del calor y el rubor que las cubría.
—¿En serio duermes así o sólo lo haces para provocarme? —preguntó intentando que su voz sonara a reproche, pero era apenas un murmullo, lo miró fijamente a los ojos, para evitar distraerse.
—He dormido así desde que me mude sólo Paula, descubrir que era más cómodo y teniendo una casa entera para mí, no veía porque no mantener la costumbre —contestó con una sonrisa.
—Pero… eso es contraproducente, si por ejemplo tienes una emergencia, si te caes a medianoche camino al baño y te desmayas, quien entre te encontrará desnudo o si entran a robar, o se desata un incendio y tienes que salir con rapidez —puntualizó observándolo.
—Bueno, si me pasa algo y deben entrar a mi departamento, lo hará mi hermano Lisandro, no tengo problema en que me vea desnudo, en el club compartimos las duchas y el sauna, somos familia. Ahora si el caso es que alguien entre a mi casa a robar, bueno… si no es ninguna de mis fans no corro peligro —explicó con una sonrisa.
Su mirada se tornó traviesa cuando ella frunció el ceño al escuchar las últimas palabras. Pedro se sintió satisfecho pues se suponía que ella nunca había sentido celos de ninguno de sus novios, pero eso que acababa de ver no podía ser otra cosa que ese sentimiento.
—En todo caso, aún te queda lo del incendio, a ver señor Alfonso ¿qué haría en ese caso? —lo interrogó con gesto altivo.
—Ese es más complicado… creo que no me quedará de otra que salir corriendo desnudo por los pasillos hasta que un alma caritativa se apiade de mí, y me dé algo con que cubrirme… dudo que mi vecina del segundo piso lo haga, siempre me mira como si quisiera desvestirme y lanzárseme encima —respondió encogiéndose de hombros, como si le diera igual.
Su vecina era una anciana de sesenta años, jubilada y que lo trataba como a un nieto, incluso cada vez que hacía galletas y pasteles le invitaba o las guardaba cuando él no se encontraba en casa. Pero, eso no se lo diría a Paula, quería probarla, ver si de verdad era una mujer inmune a los celos o sólo lo dijo por mostrarse orgullosa ante él; si decía la verdad, para él sería un placer hacerla sentir celos por primera vez y para su ego sería un invaluable premio.
Ella no supo que le causó más molestia, si la desfachatez de Pedro al no importarle mostrar su cuerpo a todo el mundo sin reparos, o la insinuación de que su vecina estaba loca por irse a la cama con él, quizás ya lo habían hecho y no se arriesgaba a contárselo para no iniciar una discusión.
Aunque a decir verdad, eso no pasaría, a ella le daba igual si esa mujer y él habían tenido sexo, al menos eso se obligó a crecer, pero el calor que había invadido su pecho le decía que el comentario no le había resultado indiferente, él la saco de sus pensamientos cuando habló de nuevo.
—¿Por qué no lo intentas? —preguntó al tiempo que se metía bajo las cobijas, sintiéndose satisfecho por la calidez que lo recibió.
—¿Intentar qué? —inquirió desconcertada, no sólo por la pregunta, sino por la emoción que aún la invadía.
—Dormir desnuda… —ella no lo dejó continuar.
—¿Te has vuelto loco? No haré algo así —contestó con firmeza.
—¿Por qué no? Las últimas noches lo has hecho, vamos Paula no seas tímida, quítate ese conjunto y duerme desnuda conmigo —le pidió, mientras dejaba que sus manos la recorrieran con caricias para intentar convencerla, le rozó los labios para provocarla.
—No Pedro, las últimas noches acabamos rendidos después de tener relaciones, y apenas notaba cuando me quedaba dormida, pero hoy no es el caso, así que olvídalo, dormiré como acostumbro —sentenció y se movió para crear un poco de espacio entre los dos.
—¿Y si yo lo deseo, si es una de mis fantasías tenerte así? —inquirió con una sonrisa radiante, esas que sabía impedían que los demás le negaran algo.
—Pedro… —estaba por contestar y él no se lo permitió, la calló posando un dedo en sus labios.
—Compláceme Paula, dormir así junto a ti es algo que
vengo deseando desde hace mucho… y además acabas de decirlo, las veces anteriores no cuentan, haz que mi fantasía sea realidad esta noche, aquí, los dos juntos, abrazados junto al fuego —su mirada estaba anclada en la de ella y el anhelo cubría el azul.
Ella dejó libre un suspiro sintiéndose incapaz de negarle nada, cerró los ojos un instante mientras en su cabeza se libraba una batalla, entre lo que deseaba y lo que era correcto. Se estremeció al sentir los tibios dedos de Pedro deslizarse por su columna y bajar hasta el final de su espalda, meterse bajó la seda y rozar la curva de su derrier.
—Yo lo hago —susurró y abrió los ojos al sentir que él comenzaba a despojarla de su ropa, suspiró de nuevo rindiéndose.
—Perfecto, deseo verte —indicó tumbándose de espaldas y cruzó los brazos bajo su cabeza para estar más cómodo.
Paula se puso de pie con rapidez y sin analizar mucho sus actos se quitó el short, hasta allí no tenía problemas pues en ocasiones llegó a dormir así, pero la mirada en los ojos de Pedro le exigía más y al no querer mostrarse como una cobarde accedió. En un movimiento igual de rápido se despojó de la parte de arriba, no llevaba brasier por lo que sus senos quedaron al aire.
Sintió como algo más que la calidez que colmaba el lugar le quemó la piel, la mirada de Pedro era tan intensa que contuvo la respiración por varios segundos, después intentó mostrarse casual y segura, ocultar los nervios que estar así le producían, algo estúpido después de todo lo vivido, pero inevitable. Bajó despacio y se metió bajo las mantas con rapidez, como si el frío fuera de éstas le resultara insoportable o como si él no la hubiera visto desnuda antes.
—Creo que le falta una prenda señorita —le hizo saber con una sonrisa ladeada y la voz ronca.
La imagen de Paula lo había excitado en cuestión de segundos, como si fuera la primera vez que la veía hizo que su corazón se desbocara en latidos y su respiración se detuviera, a cada minuto que pasaba la consideraba mucho más bella y sensual. Ella rodó los ojos en un deliberado acto de fastidio, y él no pudo contener su carcajada, le dio un beso en la mejilla.
—¿Deseas que te la quite yo? —preguntó con un tono bajo, de esos que seducían, una propuesta que enloquecía a muchas mujeres.
—No, gracias —respondió altanera y llevó sus manos hasta la prenda, la deslizó por sus piernas hasta sacarla de su cuerpo y en un acto osado la lanzó en el pecho de Pedro—. Bien ahí la tienes ¿contento? — inquirió en la misma actitud.
Se sentía molesta con ella misma por la facilidad con la cual cedía ante él, por su comentario de la vecina ofrecida que aún no lograba superar, y con él por esa sonrisa burlona y arrogante que tenía en los labios, tan seguro de sí mismo, tan provocador… tan hermoso.
—Inmensamente, pero me gustaría mucho más que me regalaras una sonrisa —pidió mostrando una él.
Paula le entregó la sonrisa más exagerada y fingida que tenía en su repertorio, ya le había complacido en cada cosa que le había pedido y todavía le exigía más. Pedro no pudo mantener la carcajada que lo ahogaba, sin ningún reparo la liberó dejando que todo el espacio se llenara con el sonido, feliz y emocionado como hacía mucho no lo estaba, o mejor dicho, como no recordaba haberlo estado en su vida.
Todo eso, cada sensación era gracias a Paula, ella tenía el poder de pintarle el mundo de colores, junto a ella había comenzado a olvidar sus problemas, sus rencores y esa maldita manía de controlar todo a su alrededor, de querer ser perfecto, no necesitaba serlo junto a ella, sólo le bastaba ser él mismo, sólo eso. La rodeó con sus brazos en un gesto estrecho y cálido, atrapó su boca en un beso que buscó hacerle ver a ella todo lo que sentía, cuanto le agradecía y la quería.
Terminó el beso con la respiración agitada y los ojos cerrados, sintiendo ese temblor apenas perceptible que lo recorría de pies a cabeza estremeciendo cada fibra de su ser, todos sus cimientos y ponía a su corazón a latir como nunca antes. Las definiciones que comenzaban a rodear lo que sentía por Paula lo asustaban de una manera que no lograba entender. ¿Acaso había algo malo en querer a una mujer? ¿En querer consentirla y complacerla, en hacerla sentir importante? No entendía por qué tanto temor, si a final de cuentas no había nada arriesgado en eso, una cosa era querer y otra amar, lo admitía, se confesaba que quería a Paula y no había nada trascendental en ello.
Amarla, sí sería complicado, pero él no la amaba, sólo le atraía, le gustaba mucho, y sí, la quería, deseaba hacerla sonreír y cuidar de ella, eso era cariño, no amor. Abrió los ojos encontrándose con el hermoso rostro de Paula, aún tenía los párpados cerrados y respiraba de manera agitada, luciendo tan hermosa como siempre; la imagen le confirmó a su corazón y su cabeza que no existía en él ese amor que veía en sus padres, había deseo, pasión, necesidad, cariño.
No amor. Él podía continuar con su vida justo como la tenía antes de ella, lo haría sin ningún problema.
—Se suponía que ibas a dejarme dormir —esbozó ella, abrió los ojos parpadeando aún aturdida por el beso.
—No se supone, lo haré, esta noche nos quedaremos así… quiero tenerte así Paula —contestó con una sonrisa, esa que como buen actor que era ocultaba la marejada de sentimientos que lo asaltaban.
Ella le dedicó una sonrisa y se acurrucó contra su cuerpo, hundiendo su rostro en el pecho fuerte de Pedro, sintiendo la maravillosa sensación de estar rodeada por sus brazos, por su calidez y su aroma. La palabra “perfecto” era lo único que podía acercarse a ese momento, su imaginación nunca llegó a recrear una escena como esa para sus historias, le encantaba saber que eso no era parte de la ficción sino de la realidad, de su realidad.
De nuevo sentía que todo era extraordinario y único junto a él.
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