martes, 4 de agosto de 2015

CAPITULO 84




Después de dos horas la segunda botella de champagne estaba vacía y ellos no paraban de reír, Paula al sentirse completamente ebria y Pedro divertido al verla así pues ella le había asegurado que podía soportar perfectamente cada una de las copas que se sirvió.


Ella gateó hasta donde él se encontraba sentando aun en la cobija sobre la alfombra apoyando su espalda en el mueble y con lentitud se sentó sobre sus piernas dejándolas en medio de las suyas, llevó sus brazos hasta el cuello de Pedro y se lo quedó mirando.


—Es usted el hombre más apuesto que he visto en mi vida señor Alfonso—esbozó mostrando en su tono los efectos del alcohol.


—Y usted es la mujer más hermosa que yo he visto en la mía, aun estando borracha es preciosa —contestó mientras sonreía y le acariciaba la cintura.


—Yo no estoy borracha —se defendió negando con la cabeza y sus cabellos se movían de un lado a otro.


—¿Ah no? —preguntó él elevando una ceja.


—No… al menos no estoy ebria por la champagne, en todo caso lo estaría por usted y… —se detuvo sin saber que palabras usar para explicarle a él lo que sentía, dejó libre un suspiro y llevó sus manos al rostro de Pedro para acunarlo—. Tengo… tengo miedo de lo que pueda llegar a sentir después de esto, de no poder nunca saciarme de ti… de darte tanto que no pueda recuperarlo, yo… quiero seguir siendo dueña de mí, de mi voluntad... tener la fortaleza para decirte que no cuando deba hacerlo, Pedro te estás metiendo en mí de tal manera que… me da miedo —confesó mirándolo a los ojos, sintiendo que el corazón estaba a punto de saltarle por la boca, y las lágrimas inundaban sus ojos y maldijo al licor por hacerla hablar.


Él se quedó en silencio mirándola, sintiendo que su corazón estaba a punto de estallar de tanta felicidad, la emoción que lo colmó fue tan poderosa que lo hizo temer y se encontró temblando como un niño o como un hombre que presiente que su vida está a punto de cambiar.


—Paula… yo… —ella lo detuvo posando un par de dedos sobre sus labios mientras lo miraba a los ojos.


—No digas nada… no lo hagas y deja que este momento se quede aquí suspendido en este mundo perfecto que compartimos —le rogó con la voz ronca por las lágrimas.


Y en un movimiento que buscaba desesperadamente recoger las palabras que había dejado escapar, se acercó a él y lo besó con una intensidad que alejara de ella esa sensación que le estaba quebrando el pecho y la liberara de las lágrimas que buscaban ahogarla. Ella no soportaría tener que dejarlo sabiendo que eso que tenían era mucho más, era mejor ignorar lo que le estaba pasando antes que fuera demasiado tarde para decir adiós cuando el momento llegara. Lo único que deseaba en ese instante era que el tiempo se detuviera y quedarse para siempre aferrada a él, sintiéndose plena, sin los miedos y las dudas que la torturarían después cuando todo terminara y ella ya no lo tuviera.






CAPITULO 83




Tumbados en el sofá minutos después intentaban recuperar el ritmo normal de sus respiraciones y de los latidos de sus corazones que corrían tan rápidos como caballos salvajes, se sentían absolutamente extasiados.


Paula dejaba caer suave besos sobre el pecho de Pedro mientras sonreía sintiéndose tan plena y feliz que se había olvidado del pastel de chocolate y el resto de sus planes de esa noche, no quería separarse de él.


Mientras Pedro disfrutaba de los besos que su novia le daba le acariciaba con suavidad el cabello, y a momentos también besaba la espesa cabellera castaña que aún se mostraba húmeda por el sudor que los había cubierto a ambos.


Después de un rato Paula se puso de pie y con la ayuda de
Pedro terminó de desvestirse, él también lo hizo para estar más cómodo, sabía que la noche apenas comenzaba y la ropa estorbaría más adelante. Se quedó en el salón y cerró los ojos tal como le pidiera antes de dirigirse a la cocina, no podía dejar de sonreír imaginando lo que haría Paula, su escritora era una caja de sorpresas.


En cuanto ella vio que Pedro había cumplido con su palabra de mantener los ojos cerrados, corrió hasta la cocina y buscó el pastel sobre la barra de granito pulido, lo sacó de la caja con cuidado verificando que el calor no lo hubiera afectado, encendió las veintiséis velas que había puesto en éste mientras sentía su corazón latir emocionado como pocas veces lo había estado.


Respiró profundamente antes de tomarlo con ambas manos y caminar despacio hasta el salón que seguía con las luces apagadas, solo el resplandor que emitían los leños ardiendo desde la chimenea y las dos lámparas de mesa junto al sillón que ocupaba Pedro le iluminaban el camino a Paula.


—Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti… feliz cumpleaños Pedro, feliz cumpleaños a ti —cantó mientras bajaba con cuidado para dejar el pastel sobre la mesa de centro y quedar de rodillas mostrando la hermosa sonrisa que adornaba sus labios.


Pedro abrió los ojos en cuanto sintió su presencia cerca y la
felicidad lo desbordó hasta hacerlo flotar. Era cierto que justo en ese momento extrañaba tener a sus hermanos y a sus padres cantándole el cumpleaños, que todos sus amigos y demás familiares también estuvieran a su alrededor entregándole sus mejores deseos. Sin embargo, Paula parecía llenar ese vacío de una manera especial, no era por completo pero sí mucho más de lo que él pudiera imaginar y eso lo hizo sentir diferente.


Cuando ella se fue a Florencia horas antes, la nostalgia lo invadió y todo el dolor que llevaba meses conteniendo reventó los diques lanzando afuera un torrente de lágrimas que no lograba detener, no hasta que sin saberlo se quedó dormido arrullado por la suave brisa del campo. Cuando despertó se sentía agotado y vacío, sin ánimos para nada, ni siquiera para el tan ansiado pastel que Paula le entregaría sobre su cuerpo. Pensó que al tenerla frente a él solo se dejaría llevar para obtener un desahogo, un encuentro casual que seguramente carecería de la pasión que habitualmente desbordaban. Lo que más necesitaba era sentirse acompañado esa noche porque no soportaría estar sólo.


Se equivocó por completo pues Paula le demostró que los hilos de su deseo eran manejados por ella, y nada más entrar a ese lugar y leer la nota lo había encendido, aunque nada de eso se comparó con lo que siguió después. El baile, sus besos, su manera de seducirlo, sus caricias ¡Su perfecta manera de entregarse, de rendirse! Y después todo eso, su
melodiosa voz cantándole y su hermosa sonrisa que iluminaba los ojos café. Paula hizo que la tristeza lo dejara por completo y lo llenó de una felicidad que ya no esperaba.


—Pide tus deseos Pedro, son tres —esbozó ella con una sonrisa mientras lo miraba atenta.


Él la miró fijamente por varios segundos mientras le sonreía y una serie de imágenes de los dos desde el día que se conocieron viajaron en su cabeza como los fotogramas de una película; en ese instante Paula lo abarcó todo y fue su corazón quien dictó el primero de sus tres deseos.


Te quiero siempre conmigo Paula… que mi familia vuelva a confiar en mí y se sientan orgullosos… y regresar a Roma, a mi vida, a mi mundo y hacerlo siendo solo yo.


Después de haberlos pensando se acercó al pastel y sopló con fuerza apagando casi las veintiséis velas en su totalidad a la primera, pero algunas se resistieron y en medio de la risa que Paula le contagió le llevó varios segundos terminar. 


Ella aplaudió con entusiasmo y después dejó caer una lluvia de besos sobre su rostro, poniendo especial atención a sus labios. Y por alguna desconocida razón, él que desde hacía ya algunos años había llegado a la conclusión de que la mujer perfecta no existía, empezó a ponerlo en duda al tener a Paula entre sus brazos dándole tanta felicidad.


Se sentó sobre la alfombra para estar más cerca de la mesa de centro y tomó la cucharilla que Paula había colocado antes allí junto a la espátula para cortar el pastel, se disponía a cumplir con la tradición de hacerlo él como correspondía al cumpleañero.


—¿Vamos a comerlo aquí? —preguntó con una sonrisa, mientras un leve sonrojo cubría sus mejillas calentándolas.


—Sí… ¿Quieres hacerlo en otro lado? —contestó Pedro con una pregunta mirándola a los ojos mientras sonreía.


—Ok —respondió ella poniéndose de pie.


—¿A dónde vas? —inquirió al ver sus intenciones de alejarse.


—A buscar algo para cubrir la alfombra o de lo contrario terminaremos manchándola de chocolate —dijo de manera casual y cuando vio el desconcierto en la mirada de Pedro comprendió que él no recordaba lo que le había prometido esa tarde—. A menos que usted desee un cambio de planes señor Alfonso —dijo en un tono de voz sugerente y después se dobló para acercar su boca al oído de su novio—. Lo cual sería una verdadera lástima porque yo me muero por comer ese pastel directamente de su cuerpo —susurró.


Percibió el temblor que recorrió a Pedro y eso la hizo sentir la mujer más hermosa, deseada y sensual del mundo. Se alejó lentamente y cuando su mirada se encontró con la de Pedro fue como si algo hiciera explosión dentro de su cuerpo, era tal la intensidad que esa mirada zafiro le entregaba que ella sintió que se derretía por dentro y el deseo se deslizó hasta el último rincón de su ser.


—Los planes siguen intactos señorita Chaves—esbozó con la voz tan ronca que parecía el rugido del mar en una tempestad.


Ella le entregó la mejor de sus sonrisas y giró sobre sus talones en un movimiento ágil como los de las bailarinas, para después caminar con su sensualidad innata sintiendo sobre ella la mirada de él hasta que se perdió de la misma cuando dobló en el pasillo a su derecha.


Abrió el armario que se encontraba junto al lavadero, tomó una sábana, una cobija gruesa y un par de almohadas pues presentía que una vez más dormirían en el piso frente a la chimenea. Pasó por la cocina para buscar la segunda botella de champagne pues de la primera no quedaba casi nada y aunque ella se sentía un poco mareada confiaba en que podía disfrutar de unas dos copas más.


—Tenemos una botella más —mencionó Pedro con una radiante sonrisa sintiéndose emocionado y ansioso cuando la vio regresar con las sábanas y el champagne— ¿Tendrás resistencia para otra más Paula? —preguntó lanzándole el reto.


—Tengo resistencia para esta botella y para todo lo que propongas esta noche Pedro—respondió consciente del reto que sus palabras escondían, se puso de rodillas lentamente—. Así que… dime. ¿Quién comienza? —preguntó con una seductora sonrisa.


—Deme eso señora escritora y prepárese para quedar cubierta de chocolate de pies a cabeza —respondió con tono de voz urgente tomando la botella de sus manos.


Ella dejó libre su risa favorita y lo torturó con un leve roce de labios, para después comenzar a tender la sábana y sobre ésta la gruesa cobija que había traído, al tiempo que Pedro se encargó de acomodar las almohadas. Mientras se tendía de espaldas sentía como todo su cuerpo vibraba presa de un temblor que nacía en su interior y crecía a cada instante al igual que lo hacían sus deseos y sus expectativas, dejó libre un suspiro posando su mirada en Pedro.


Él se encontraba completamente hechizado ante los encantos de Paula una vez más, y ante esa rendición absoluta y hermosa que le entregaba poniendo a su corazón a latir como ninguna otra lo había hecho, que lo llenaba de una manera distinta, especial. Mostrando una sonrisa cargada de picardía procedió a cortar un trozo del pastel, el metal se hundió con facilidad en la suavidad de la masa hasta llegar al centro húmedo que desbordó chocolate oscuro.


—¿Dónde puedo colocarlo primero? —preguntó observando el cuerpo de Paula, disfrutando del sonrojo que pintó la piel de su novia ante sus palabras—. Quizás aquí, tus senos son tan hermosos y provocativos… sin embargo no es lo único en ti que me gusta. Tu cintura también es hermosa a lo mejor debería ser allí —se detuvo como si analizara la situación y podía ver el movimiento que provocaba la respiración acelerada en ella, volvió la mirada a los ojos de Paula mientras sonreía—. Si viajo más hacia el sur… si disfruto de mi pastel de chocolate en ese otro lugar tuyo que me vuelve loco Paula —sugirió con una sonrisa ladeada.


Pedro… por favor —suplicó ella que sentía la piel en llamas y las palpitaciones en su centro la estaban enloqueciendo.


—Tu boca… empezaré por tu boca —mencionó tomando una pequeña porción con la cucharilla—. Me encanta cuanto tus labios tiemblan antes de besarnos, ver como muerdes el inferior cuando me hundo en ti y sobre todo como se abren para liberar mi nombre cuando te dejas ir Paula, tu boca es perfecta como todo en ti preciosa… así que comenzaré por ella — agregó dándole el pastel.


Paula sentía el corazón latirle con rapidez asombrosa y cuando sus labios se abrieron para recibir el pastel, no pudo evitar gemir ante el dulce sabor del mismo y la imagen de Pedro ofreciéndoselo. Lo miró a los ojos disfrutando más del espectáculo que le entregaban sus oscuras pupilas
dilatándose que del postre en sí. Pero nada de eso se comparó con lo que sintió después al saborearlo junto a la boca de Pedro cuando él sin previo aviso se acercó y la besó con pasión, su lengua invadió su boca empujando la suave masa que se deshacía con mayor rapidez gracias al movimiento.


—Me encanta… quiero más… dame más Pedro —pidió cuando se separaron y ya no quedaban rastros del postre en su boca, se pasó la lengua por los labios buscando el exquisito sabor.


Él dejó ver su hermosa y seductora sonrisa mientras la complacía, de nuevo un trozo de pastel que disfrutan en medio de excitantes besos y roces de labios que eran los deleitaban más que el dulce y avivaban el deseo que ya corría con fuerza por sus cuerpos. Pedro tomó con sus dedos parte del chocolate líquido que brotaba del centro y los llevó a uno de los pezones de Paula, deslizándolo para cubrirlo y después dibujó una línea hasta la unión de los senos de su novia. Repitió la misma acción con el otro pezón y cuando los tuvo ambos oscuros por el chocolate dejó que su lengua se deleitara con ellos y en compañía de sus dientes y labios llevó a Paula a temblar y gemir de manera descontrolada.


Así lentamente Pedro fue disfrutando del cuerpo de Paula
cubierto con el dulce sabor del chocolate, mientras sentía que nunca había disfrutado tanto de su pastel de cumpleaños como lo estaba haciendo con ése. Viajó con labios y lengua por la tersa piel de Paula que se erizaba cada vez que su aliento se estrellaba contra ella, no necesitaba tocarla siquiera para sentir la ansiedad y el deseo haciendo estragos en el cuerpo de su mujer.


Tu mujer Pedro, Paula es tuya… tuya como no lo ha sido ni lo será de ningún otro. Dile que la deseas, que te vuelve loco, que te complace como ninguna otra… dile que…


Él pensamiento se cortó en ese momento y Pedro sintió su corazón casi detenerse, contuvo el aire y fijo su mirada en el rostro sonrojado y colmado de satisfacción de Paula. 


Los latidos de su corazón se dispararon cuando soltó el aire de golpe, llevó sus manos a la estrecha cintura de ella y la envolvió en un gesto posesivo.


Paula abrió los ojos y posó su mirada en el rostro de Pedro, el placer que sentía no le permitió ver el aturdimiento que se había apoderado del semblante de su novio, sonriendo llevó sus manos para cubrir las de él y habló atrayendo su atención.


—Bésame —pidió acariciándole las manos con suavidad.


Pedro se acercó encontrando en ese beso la tabla de salvación ante la tempestad que lo azotaba internamente, y mientras los labios de Paula le brindaban suaves roces, sintió como sus manos se esmeraron en acariciarlo, recorriendo con la punta de los dedos su espalda, sus hombros hasta llegar a su cuello y sujetarse a éste impidiéndole que sus bocas se separan.


Su lengua era tan dulce, suave y sus movimientos lentos que lo invitaban a seguirla le encantaban hasta el punto de encontrarse gimiendo y deseando prologar ese beso sin importarle quedar sin aire. Había algo especial en ser quien se dejaba besar, ceder el mando del juego de vez en cuando y sólo centrarse en recibir lo que la otra persona estaba dispuesta a entregarle. Él nunca lo había hecho, ni siquiera con sus primeras experiencias pues en aquellas ocasiones no deseaba quedar como un inexperto y actuaba de manera desaforada. Ya no necesitaba demostrar nada, Paula sabía perfectamente todo lo que podía hacer, incluso aquello que deseaba pero que aún no se aventuraba por respetar el cuerpo de su novia y darle el tiempo que le había prometido. 


Sin embargo, existía manera de satisfacer una fantasía aunque no fuera por completo y que los hiciera disfrutar
mucho a ambos.


—Te necesito… Pedro… te necesito —susurró en medio de besos sintiendo que su cuerpo era una hoguera.


—Aún no termino con usted señora escritora… ni con mi pastel de chocolate —dijo él entregándole toques húmedos de labios y deslizó sus manos por el esbelto torso de Paula—. Date la vuelta preciosa, todavía me falta disfrutar de tu hermosa espalda y todo lo que hay debajo de ella —esbozó mirándola a los ojos.


Paula contuvo el aliento y se tensó, pero no de miedo sino ante la expectativa que despertaban las palabras de Pedro en su cuerpo, entregándole una sonrisa detrás de la cual se ocultaba la mezcla de dudas y deseos que tenía hizo lo que él le pedía, rodó sobre su costado quedando sobre su estómago, acomodó sus brazos de forma tal que su barbilla descansó sobre el cruce de ambos y suspiró cerrando los ojos un instante después lo buscó con la mirada.


—¿Algo más señor actor? —inquirió mirándolo por encima del hombro mientras le sonreía.


—Mucho más… de ti deseo mucho más, pero todo a su tiempo — contestó pues no le había pasado desapercibida la primera reacción de Paula tensándose por su petición.


La sonrisa en ella se hizo más amplia y suspiró de nuevo mientras dejaba que su cuerpo se relajara, poniéndose una vez más en las manos de Pedro. Sintió como él le acomodaba el cabello hacia un lado retirándolo de su espalda y después sus dedos húmedos de chocolate se deslizaron por su columna desde la nuca hasta llegar al final de la misma justo encima de su trasero. La sensación era exquisita y tan sensual, mucho más después que ese camino fuera dibujado por los labios y la lengua de Pedro que dejaban a su paso un leve rastro de húmeda y la piel más sensible de lo que había estado nunca, haciendo que su cabeza diera vueltas y no era por el efecto del champagne, eran los besos y las caricias de él las que la embriagaban y la dejaban deseando más a cada instante.


—¡Pedro! —exclamó sorprendida cuando sintió el mordisco que recibió su nalga derecha.


Estaba tan sumergida en el placer que no esperó algo así de su parte, se movió para mirarlo entrecerrando los ojos al ver la radiante sonrisa que él tenía pintada en los labios.


—¿Qué? —preguntó en un tono inocente, pero la risa contenida la hacía vibrar y su mirada brillante lo delataba.


—¿Cómo qué? ¿Acaso te has convertido en un caníbal? —le cuestionó intentando parecer seria, pero esa risa de niño travieso la derretía y se encontró sonriendo también.


—Bueno yo te dije que hoy te comería completa —contestó
encogiéndose de hombros y con rapidez mordió la otra nalga.


—¡Pedro! ¡Pero no era literal! —exclamó sintiendo el leve y dulce dolor que viajó a través de su cuerpo y humedeció su centro— ¡Oh por…! —su voz fue ahogada por un jadeo cuando sintió la lengua de él deslizarse por la unión de sus glúteos.


Paula tembló integra al sentir el suave roce del músculo húmedo y caliente deslizarse por sus labios inferiores, por instinto elevó sus caderas saliendo en busca de los besos de Pedro, gimiendo y jadeando al sentir el toque posesivo que ejercieron las fuertes manos de él sobre sus caderas para mantenerlas estables. Alzó la cabeza y cerró sus párpados trémulos con fuerza al sentir que las puertas del extraordinario orgasmo se abrían de par en par ante ella, comenzó a balbucear entre gemidos el nombre de su novio y llevada por el deseo abrió un poco más las piernas para que él tuviera mayor libertad mientras sentía que la humedad la
desbordaba.


La explosión de su cuerpo la hizo convulsionar y olvidarse del mundo a su alrededor, solo fue consciente de Pedro bebiendo todo el néctar de su cuerpo, de sus fuertes manos presionando, su aliento y su respiración acelerada, podía sentirlo a él en cada espacio de su cuerpo, dándole ese inmenso placer que la elevaba hasta el infinito haciéndola inmensamente feliz y libre.


Conteniendo su propio desahogo que pendía de un hilo recibió por entero él de Paula, su lengua y sus labios hicieron derroche en ese lugar que se moría por llenar de otra manera, ya no podía esperar. Lentamente fue dejando caer besos en la espalda de su novia, dándole tiempo para que ella se recuperarse del orgasmo, sus ansias no habían sido satisfechas del todo y sus besos se convirtieron en suaves mordidas que iban dejando pequeñas marcas en la piel nívea que en ese momento lucía un brillante sonrojo.


Los temblores no abandonaban el cuerpo de Paula mientras gemía cada vez que los dientes de Pedro se cerraban con suavidad sobre su piel, y después un leve roce de su lengua buscaba darle alivio. Su cuerpo una vez más despertaba al deseo en medio de esos estímulos y cuando él mordió su nuca le provocó un placer tan contundente que supo en ese
instante que estaba lista para entregarle cualquier cosa que le pidiera.


—Me estás matando —susurró con los ojos cerrados y suspiró al sentir que él mordía de nuevo ese lugar y después su cuello—. No puedo más… no puedo más Pedro, hazlo… tómame por favor, calma este fuego que arde dentro de mí y me está enloqueciendo —suplicó con la voz ronca.


Se movió para mirarlo por encima de su hombro, nunca pensó que algo así sucedería pero en ese momento disfrutó de la sonrisa arrogante que él le entregó y le parecía la más sensual que hubiera visto en su vida. Suspiró y le ofreció sus labios a cambio que él al fin le diera eso por lo que los dos
se morían. Gimió cuando él atrapó su boca en un beso intenso y profundo, un beso que incluso se volvió rudo cuando Paula le jaló el cabello para tenerlo más cerca y Pedro hundió sus dedos en la suave piel de su cuello.


Él terminó el beso y la cubrió con su cuerpo dejándola boca abajo, rozando con su pecho la tersa piel de su espalda mientras disfrutaba del roce de sus pieles cubiertas de sudor, le hizo el cabello a un lado y dejó caer un par de besos lentos y húmedos detrás de su oreja, los mismos que la hicieron temblar mientras cerraba los ojos al sentir la presión que ejercía la firme erección de Pedro entre la división de su trasero y la manera en como él movía las caderas haciéndola resbalar en medio una y otra vez, ella jadeó sintiendo que el cuerpo entero le hormigueaba ansioso y dispuesto a entregarse.


Ella sintió a Pedro moverse y apoyar uno de sus antebrazos a su costado por lo que dedujo que la tomaría en ese momento, intentó no tensarse pues sabía que él le haría daño si su cuerpo no estaba listo para recibirlo, le extrañó que no intentara lubricarla al menos pero confiaba en él y ni loca le diría que ya una vez lo intentó y no pudo pasar de sentir el primer roce por el temor que le resultaba salir lastimada, respiró profundamente y se quedó muy quieta.


—No lo haremos… no hoy, pero gracias por demostrarme que tú también lo deseas Paula —susurró contra su cuello besándolo.


Ella suspiró aliviada al tiempo que sentía que un enorme peso la abandonaba, deseaba experimentar con Pedro todo pues él la animaba a entregarse como nadie más. Sin embargo, quería que la experiencia fuera maravillosa y no acabara en un desastre como le ocurrió antes, no soportaría que él la mirase con la misma decepción que mostró el estúpido de Francis cuando ella se negó a hacerlo.


Pedro movió sus piernas para juntar las de Paula dejándola en medio de las suyas y se acomodó bajando hasta una altura donde pudiera tomarla de esa manera, mientras dejaba caer suaves besos en la espalda de su novia y disfrutaba de todos los suspiros que le entregaba. La sensación de las nalgas firmes y redondas contra su abdomen era maravillosa y despertó ese deseo incontrolable que lo recorrió de pies a cabeza con contundencia, respiró el olor de Paula que se encontraba concentrado en su nuca, delicioso y suave, igual a ella.


Llevó una de sus manos hasta el seno derecho de Paula y lo masajeó hasta hacer que el pezón se irguiera, con la otra se ayudó para entrar en ella y gimió al sentir lo húmeda que se encontraba, hundió su rostro en el cabello castaño gimiendo y dejó caer un par de besos, ella tembló ante su primeros embistes, después gimió al tiempo que empujaba sus caderas hacia atrás para llevarlo más adentro.


—Te siento tan perfecto… me encantas Pedro —susurró
sintiéndose completamente extasiada, pérdida en esa sensación de placer que la encendía de a poco.


—Somos perfectos el uno para el otro… nunca he deseado a nadie… como te deseo a ti Paula —esbozó en el oído de ella, besando la piel sensible tras su oreja.


Sus caderas mantenían un baile suave y constante que a cada instante avivaba el fuego que ardía en ellos, él abandonó el pezón de Paula y viajó hasta ese sensible brote en medio de sus piernas que la enloquecía cada vez que sus dedos le daban suaves toques. Comenzó a acariciarlo y Paula gimió con fuerza, mientras le imprimía mayor contundencia a sus movimientos de caderas, saliendo a su encuentro y provocando que él apretara los dientes para no correrse en ese instante.


—Es tu turno, llévame dentro de ti preciosa… muévete como sabes Paula —susurró besándole el cuello al tiempo que se apoyaba sobre la punta de sus pies y uno de sus brazos para quedar recto como una tabla, dándole la libertad para que ella se moviera a su antojo y se arrancara ese orgasmo que pendía de un hilo.


Paula jadeó ante sus palabras y su deseo hizo explosión en medio de sus piernas, de inmediato la ola de humedad la invadió y le dio la facilidad para tomar a Pedro como él le pedía, con fuerza.


Sus caderas empezaron a empujar hacia atrás y cada golpe que sentía sobre su trasero eran ansias que se iban acumulando en su interior, sentía que estaba a punto de perder la razón y que el orgasmo que escalaba dentro de ella era mucho más de lo que quizás podía soportar pero lo deseaba, como nada en el mundo ella deseaba dejarse ir y llevarse a Pedro en el viaje al cielo, que él entrara junto a ella a ese lugar mágico y perfecto, hacerlo juntos que sus corazones latieran siendo uno solo como lo serían sus cuerpos y sus almas.


—Te siento… te siento palpitar dentro de mí… Pedro, estás en cada espacio de mi cuerpo ¡Oh, Dios mío! ¡Pedro! —exclamó sintiendo el primer asalto contundente de su novio.


—Quiero quedarme en ti… ser parte de ti —fue lo único que él pudo decirle mientras la penetraba sintiendo que le entregaba todo.


Sus cuerpos hicieron derroche hasta que por fin el orgasmo los atrapó a los dos al mismo tiempo y los llevó girando dentro de un torbellino de placer, haciéndoles conocer alturas que hasta ese momento no habían alcanzado. Su unión fue perfecta y como si sus almas hubieran estado sincronizadas también lo fue su liberación, completamente exhaustos se dejaron caer tendidos sobre la alfombra, riendo mientras disfrutaban de esa sensación que los colmaba.