lunes, 27 de julio de 2015

CAPITULO 58




El panorama les confirmaba que ciertamente se habían quedado solos, ambos esbozaron una sonrisa cómplice mientras se miraban a los ojos y cuando pasaron junto a la piscina para llegar hasta la casa de la chica, Pedro tuvo una idea y no dudo en compartirla con ella de inmediato, él se detuvo y la pegó a su cuerpo en un movimiento rápido y posesivo, envolviéndola en sus brazos.


—Te voy a tener todo un fin de semana solamente para mí y quiero que empecemos a aprovecharlo desde ya —susurró contra los labios de Paula, mirándola con intensidad.


—Me has tenido los últimos días sólo para ti —acotó ella con una sonrisa mientras le acariciaba el brazo.


—Lo sé, soy el tipo más afortunado que pueda existir. Igual haré que estos días sean mejores… ¿alguna vez ha tenido sexo en una piscina señorita Chaves? —inquirió con picardía deslizando la mano libre por el costado de ella hasta posarse en uno de los senos.


—No —contestó con una sonrisa sintiendo su cuerpo vibrar ante la sola idea de hacerlo.


—Perfecto, yo tampoco… los jacuzzis no cuentan —indicó apretando con suavidad el seno turgente, y sonrió ante el gemido que ella liberó, repitió la acción y la mirada de Paula se iluminó.


—Definitivamente los jacuzzis no cuentan —esbozó ella pícara, mientras negaba con la cabeza.


—Algo me dice que ya has probado los jacuzzis Paula —mencionó Pedro y el sentimiento en su pecho fue contradictorio, cuando ella asintió en silencio y dejó ver una sonrisa.


Por un lado le resultaba satisfactorio saber que ella tenía experiencia y por el otro le incomodaba que eso fuera así, se descubrió deseando ser él quien le enseñara todo. Era la primera vez que tenía pensamientos tan retrógrados y egoístas para con una mujer.


—¿Con tu ex novio? —le preguntó llevado por una curiosidad morbosa, mientras el corazón golpeaba con fuerza contra su pecho.


—Sí… y con mi tutor de francés —respondió ella, disfrutando de la sensación de haberlo sorprendido, al menos, por una vez.


—¿Qué edad tenía tu tutor de francés? —preguntó en un tono serio y clavó su mirada en ella.


La idea de que Paula se hubiera dejado seducir por un viejo verde le revolvía el estómago, no la creía de ese tipo de chicas que se dejan deslumbrar por sus profesores, la creía más centrada.


—Cuando eso sucedió… él tenía veinticuatro —contestó sin darle muchos detalles para aumentar su curiosidad.


—¿Y tú? —inquirió una vez más.


Esta vez la sensación fue mucho peor pues se imaginó a Paula siendo apenas una chiquilla de catorce o quince años, cuando cayó en las manos de ese malnacido pervertido, y eso le oprimía el pecho, pero sobre todo lo enfurecía.


—Diecinueve y para que quites esa cara de asesino, era un chico estupendo que viajó de Montreal a hacer una maestría en Chicago — contestó con naturalidad.


Pedro había relajado un poco la tensión que había endurecido su mandíbula, pero su ceño se mantenía profundamente fruncido y aún miraba a Paula incrédulo. 


Ella debió notarlo pues se dispuso a continuar con su explicación.


—Tenía una beca que le cubría sólo algunos gastos, así que buscó un trabajo de medio tiempo en la Escuela de Idiomas, ésta siempre abría cursos para los estudiantes de las demás escuelas, Charles cumplía con los requisitos que ellos exigían, consiguió el empleo y empezó a dar clases de francés —acotó sin mucho énfasis, como si eso lo explicara todo.


—Tú te inscribiste en el curso y terminaron haciéndose novios —no fue una pregunta, sino la conclusión a la que había llegado.


—Algo parecido, la verdad es que nunca fue algo oficial… mi familia no lo aceptó —respondió y desvió la mirada del gesto de desconcierto en los ojos de Pedro. Dejó libre un suspiro y después continuó—. Charles no pertenecía a nuestra misma clase social, había estudiado gracias al esfuerzo de sus padres y el suyo propio, era un chico excepcional, pero mi madre lo consideraba un bohemio por sus pensamientos de justicia e igualdad social. “Un abogado así nunca logrará ser alguien en la vida” Decía y la única vez que nos vio juntos fue tan maleducada con él que nos dejó claro que jamás aceptaría una relación entre los dos —esbozó ella con una pizca de tristeza en la voz.


Pedro no sabía cómo manejar la sensación que le recorría el pecho, era la primera vez que escuchaba a Paula hablar de esa manera de un hombre y aunque resultara algo estúpido y hasta irracional de su parte, pues ellos no tenían nada en concreto y ella hablaba del pasado, los celos le estaba carcomiendo el pecho.


—¿Por qué él no enfrentó la situación y le demostró a tu madre que podía superarse y ser digno de estar a tu lado? —preguntó con un tono de voz que intentó ser neutral, pero los celos estaban presentes.


—Declarase enemigo de mi madre, quien era en ese entonces jefa del departamento de maestrías de la Escuela de Derecho, y podía lanzarle por tierras todos sus esfuerzos, o ponerle todo más cuesta arriba por algo que no tenía seguro era algo estúpido. —señaló ella mirándolo de vez en cuando a los ojos, no sabía cómo habían llegado hasta este punto y deseaba salir ya.


—¿Qué quieres decir con algo que no tenía seguro? —interrogó Pedro intrigado por la actitud de Paula. Ella le rehuyó la mirada y no le contestó, ese gesto le gritó que había algo más y se propuso averiguarlo— ¿Fuiste tú quien lo hizo desistir, no le diste seguridad?… ¿O fue él quien no quiso? ¿Prefirió su carrera a tenerte a ti? —inquirió al tiempo que el enojo ganaba terreno en él de nuevo.


—Yo no lo amaba Pedro… no podía dejar que arruinara sus sueños y los de sus padres por ir tras un sentimiento que no existía en mí, me gustaba, era un hombre agradable y la pase muy bien a su lado… hasta llegué a pensar que lo quería en verdad, fue el primer hombre al cual me entregué. Por presión de mis amigas, por deseo, por curiosidad… dale el sentido que desees, lo cierto es que lo hice y descubrí que no había sido por amor —confesó sintiendo que el corazón se le encogía dentro del pecho.


Pedro se quedó en silencio observándola unos segundos, intentando descubrir si Paula le era sincera o si por el contrario se había enamorado de ese hombre, y más vital aún si todavía seguía enamorada de él. Cuando miró sus ojos vio en ellos un sentimiento de culpa, remordimiento tal vez por haber usado al joven, por haber alimentado sus esperanzas para luego desilusionarlo, pero no vio amor, y eso aunque lo haga ver como un miserable fue un alivio.


—No tienes por qué sentirte culpable Paula, hiciste lo único que podías por su bien, eras muy joven, apenas tenías diecinueve años y la mayoría de las chicas a esa edad no tienen siquiera la voluntad para reconocer sus errores e intentar solucionarlos —indicó él.


—Eso no justifica que lo haya ilusionado creándole una imagen equivocada ni mucho menos que lo haya usado, él prácticamente se amoldó a mis caprichos y a las condiciones que yo le puse, aceptó una relación clandestina, las murmuraciones de sus compañeros y los desplantes de mi
madre, incluso las amenazas de mi padre un día que pasó por mí y nos encontró caminando juntos tomados de la mano —esbozó avergonzada y se percató en ese momento que su mano seguía unida a la de Pedro, posó su mirada en ambas.


—No estoy en los pies de ese chico, y no puedo juzgarlo, no me gusta hacerlo con nadie; pero justo ahora puede aparecerse el coronel Chaves con su Colt Python, amenazarme para que te suelte y no lo haría. Nunca lo haría Paula, me le plantaría en frente y me alejaría llevándote conmigo, haciéndole comprender que es tu vida y que nadie puede interferir en ella, sólo tú tienes la potestad para decidir qué hacer y que no ¿sabes quién me enseñó eso? —preguntó mirándola a los ojos.


Ella negó con la cabeza, sintiendo que si hablaba iba a terminar llorando delante de él, sus emociones estaban a flor de piel y las palabras de Pedro acompañadas de su certeza habían encendido una llama en su pecho que la llenaba de calidez y seguridad.


—Mi madre, desde que éramos chicos siempre nos lo decía, “Nosotros como padres podemos guiarlos para que tomen un camino correcto y enseñarles a defenderse del mundo, darles consejos, pero no podemos interferir en sus decisiones, porque es su vida la que debe regirse por los aciertos o los desaciertos que tengan, no la nuestra” pronunció sintiendo que esas palabras también lo tocaban a él y que su madre siempre las había cumplido y le había dado su espacio, nunca lo había obligado a nada. Hasta ahora.


—Las cosas no son así de sencillas Pedro, no todos tenemos una familia tan maravillosa y compresiva como la tuya, además nuestra situación es muy distinta, somos adultos y tú no tienes tanto en juego como lo tenía Charles, y tampoco corres riesgos, ambos estamos claros en lo que tenemos, pero él no lo estuvo nunca, yo no fui sincera, no le dije que lo realmente sentía y lo dejé ilusionarse. A ti no te pasará nada de eso, no terminarás regresando a tu país con un título de magister, enamorado y con el corazón destrozado —le hizo saber llena de dolor y de rabia contra ella misma.


—¿Cómo puedes asegurar algo así? —inquirió plateándose de repente la idea, que algo como eso sucediera.


—¡Por favor Pedro! No juegues a esto, ya me mostraste tu punto y ya dejaste a Charles como un cobarde, no es necesario que lleves las cosas a otros extremos —le pidió sin mirarlo.


—¿Crees que yo no puedo enamorarme de ti también Paula? — cuestionó una vez más.


Ella no respondió y bajó la cabeza para no mirarlo, sintiendo que el corazón le latía tan deprisa que en cualquiera momento le reventaría el pecho para saltar brincando por todo el lugar. No quería volver a pasar por la misma situación que vivió años atrás, no quería hacer sufrir a Pedro, causarle el mismo daño que le causó a Charles. Y sobre todo no quería ser ella quien terminara pasando de victimaria a víctima, que en ese caso era lo más probable.


—Paula, te acabo de hacer una pregunta, respóndeme por favor. —le pidió en un tono serio, pero con matices de ruego.


En su pecho algo pujaba por obtener esa respuesta, tan sólo minutos atrás se había cuestionado que era lo que sentía por Paula y ahora que todo esto había salido a relucir, deseaba tener con certeza la respuesta a las dudas que lo asaltaban. 


Entonces comprendió que esa pregunta no debería contestarla ella, sino él ¿podía él enamorarse de Paula? ¿Podía ilusionarse y estar dispuesto cederle todo el control a ella, acatar cada una de sus órdenes y callar lo que sentía sólo por mantenerla a su lado?


La respuesta llegó de inmediato: No. Jamás actuaría de esa manera, ni siquiera si llegaba a enamorarse, sus padres le habían enseñado que un sentimiento como el amor no era motivo de vergüenza, desde ningún punto de vista, ni por diferencia de edad, de clases sociales, ideologías o de preferencias sexuales. Eso le hizo comprender que Paula y él eran muy distintos, o al menos eso creyó hasta el instante que ella elevó la mirada y pudo ver en los ojos marrones una incertidumbre y un temor que le encogieron el corazón, que lo golpearon con contundencia.


Paula era un enigma para él, entre más se empeñaba en descubrirla, más difícil le resultaba hacerlo, a veces la notaba tan frágil y pérdida y otras tan decidida, tan segura de sí misma. ¿Cuál de las dos era la verdadera Paula? Esa dualidad estaba a punto de volverlo loco, bien decían que los hombres jamás sabrían con certeza lo que desea una mujer.


Si meses atrás él le hubiera dicho a algunas de las mujeres con las que anduvo, con sinceridad que podía enamorarse, al día siguiente ésta lo hubiera arrastrado a un altar.


Pero, ella no, Paula era distinta, ella más bien le advertía con la mirada que no lo hiciera, que no debía enamorarse, era eso lo que sus ojos le gritaban, y al mismo tiempo había algo más, un ruego, una súplica silenciosa. Él se moría por descubrir lo que ella deseaba en realidad, por complacerla y dárselo, aunque no estuviera en sus manos hacerlo, sólo quería verla feliz.


¿Cómo vas a darle lo que ella desea si ni siquiera sabes lo que quieres tú? ¿Qué es esto que estás sintiendo por Paula? 


¿Qué, Pedro?


El nudo que amenazaba con asfixiarla cada vez se cerraba más entorno a su garganta, incluso le estaba costando respirar sin dejar libre un sollozo, podía sentir sus ojos anegados en lágrimas y la molesta presión en su pecho. 


Mientras el sentimiento que pujaba por salir de su interior la
aterrorizaba, esa sensación desconocida que le recorría las venas y hacía su corazón latir con tanta fuerza, que hacía temblar todo su cuerpo, al fin esbozó aquello que en su cabeza se repetía una y otra vez como un conjuro para mantenerse a salvo.


—Ninguno de los dos debe hacerlo —esbozó ella con la voz ronca trémula, mientras lo miraba.


No debían enamorarse, ninguno de los dos podía hacerlo, eso era algo que ella parecía tener claro y que se suponía que él también. Hasta ahora no había tenido problema en asumir relaciones a la ligera, estaba seguro que lo que vivía con Paula sería igual a todo lo demás, sólo disfrutar del sexo y la compañía y después de un tiempo dejarlo sin mayores
dificultades.


En ese punto todo parecía estar claro, el problema estaba cuando comenzaba a analizar eso que sentía y que no lograba entender, cuando su cuerpo y su corazón le advertían que algo dentro de él era distinto esa vez, que todo lo que sentía cuando la tenía entre sus brazos, cuando se derramaba en su interior o la sentía temblar bajo su cuerpo no era simplemente placer. De pronto sintió que el temor se apoderaba de él tal como hizo la otra noche, como si se encontrara frente a un precipicio y una fuerza que era incapaz de controlar lo empujara hasta al abismo, mientras
él luchaba por aferrarse a algo seguro, cerró los ojos para escapar de la mirada de Paula.


—No podemos —se escuchó decir y sin abrir los ojos la atrajo hacia él estrechándola entre sus brazos.


No podía enamorarse de ella porque sabía que lo que tenían era algo pasajero, no era seguro y podía terminar de un momento a otro, pero tampoco deseaba perderla, no en ese instante, ni mañana. Abrió los ojos y llevó sus manos hasta el rostro de Paula para acunarlo, posó su mirada en los labios de la chica, evitando sus ojos y un segundo después su boca se apoderó de la de ella con urgencia.


Paula apenas fue capaz de reaccionar ante el beso que Pedro le exigió, se tensó en un principio ante la rudeza del mismo, pero después se dejó llevar a donde él quisiera, y no sólo eso, también tomó partido del mismo, enredo sus dedos en las hebras castañas y las jaló para atraerlo hacia ella, abriendo su boca para darle libertad entregándole su lengua, entregándole todo en ese beso.


No hicieron falta palabras, sus miradas hablaron por ellos, Pedro la tomó por la cintura y la acomodó a su cuerpo como ya estaban acostumbrados, ella de inmediato lo rodeó con las piernas y se aferró a él para mantenerse unidos. 


Acortaron la distancia que los separaba de la casa sin dejar de besarse y acariciarse, entre jadeos y gemidos que le agregaban más leña al fuego que colmaba sus cuerpos.


No les resultó difícil abrir la puerta, ni subir las escaleras llevando a Paula encima, el deseo que se había despertado en él era salvaje, intenso y le exigía a cada segundo hundirse en ella. Se sintió tentando a hacerlo en el sillón del salón, pero recordó que había dejado los preservativos en la habitación. Después de aquella declaración de Paula, donde prácticamente le aseguraba que ella no se enamoraría de él y que él tampoco debía hacerlo de ella, suponía que lo último que podían hacer era arriesgarse a un embarazo no planificado, ninguno de los dos estaba preparado para algo así.


Entraron a la habitación y Pedro la dejó junto a la cama, sin dejar de besarla comenzó a desvestirla, prácticamente le arrancaba la ropa, fue un poco más cuidadoso con sus prendas íntimas mientras estuvieron en su cuerpo, después que la abandonaron volaron por la habitación con un destino incierto. Al tiempo que Paula hacía lo mismo con él, luchó
contra los botones de la camisa que se antojaron a no ceder y cuando le tocó el turno al jean que él llevaba lo bajó con todo y la ropa interior del joven hasta dejarla en sus pantorrillas.


Sintió su intimidad palpitar cuando sus ojos captaron la perfecta erección de Pedro, atraída como por un hechizo llevó su mano hasta ésta y la acarició con suavidad. Era el primer gesto calmado que compartían desde que comenzaron a besarse junto a la piscina, lo sintió liberar un suspiro y cuando elevó el rostro para mirarlo él la veía con atención, ella le dedicó una sonrisa y lo acarició de nuevo, se vio tentada a colocarse de rodillas y complacerlo con su boca.


Pedro tenía otras intenciones o ni siquiera evaluó las suyas, pues sin perder tiempo se la llevó hasta la cama y la tumbó sobre ésta para después cubrirla con su cuerpo. Se estiró para alcanzar la mesa de noche, donde la segunda caja de condones que había llevado, esperaba por ser abierta, con rapidez maniobró con la misma y extrajo el pequeño paquete plateado del interior.


Se tomó el tiempo justo para ponérselo, sintiendo las caricias que ella le daba a su espalda y los besos húmedos que dejaba caer en su cuello, liberó un suspiro cuando comenzó a entrar en Paula, lento pero sin vacilar, llegando muy profundo, sintiéndola arquearse bajo su cuerpo, elevar las caderas para acoplarse a él con exquisita perfección, la sentía temblar cada vez que se movía en su interior, disfrutando de los sonidos que emitía, de sus gemidos, de los jadeos y esos pequeños gritos que liberaba cuando
apuraba la marcha.


Se alejó de ella colocando la palma de sus manos a ambos lados de los hombros de Paula, elevando el torso para disfrutar de su imagen desde arriba, mientras le imprimía a sus caderas un movimiento suave y a la vez constante, saliendo de ella casi por completo y después entrando en un movimiento rápido hasta el fondo.


Ella jadeó con fuerza ante el primer asalto y clavó sus dedos en los costados de Pedro, cerrando los ojos y frunciendo el ceño, se mordió el labio inferior para controlar el grito que intentó escapar de ella la segunda vez que él la llenó, al tiempo que sentía como cada empuje desataba olas de calor y placer que le barrían todo el cuerpo.


—¡Oh, cielo santo! Pedro… Pedro —comenzó a balbucear
mientras sentía que escalaba hacia la cima.


—¿Estás bien? —preguntó preocupado al ver el semblante contraído de ella, notando que quizás estaba siendo muy rudo.


—Sí… es perfecto, continúa por favor… por favor —le pidió, abriendo los ojos y se movió debajo de él para envolverle las caderas con sus piernas, empujándolo más hacia ella.


—¿Te gusta? —inquirió de nuevo arrogante, con una sonrisa de satisfacción mientras le daba rienda suelta a sus caderas.


—Me encanta… se siente tan bien… ¡Oh, te siento tan bien! No te detengas, por favor Pedro… te necesito, bésame… bésame —esbozó y empujando sus caderas hacia arriba en contra golpe a las de él, intentando llevar su ritmo.


Cerró los ojos y tembló al sentirlo tan profundo, unidos de tal manera que lo sentía suyo, completamente, como nunca sintió a nadie más, sus manos viajaron a la cintura de Pedro instándolo a descender, quería sentir la presión de su pecho contra sus senos, su calor, su sudor, su peso sobre ella.


Pedro se acercó de nuevo, se apoyó en sus antebrazos, dejando su rostro muy cerca de Paula, sintió como sus alientos se mezclaban, disfrutó de esa imagen de ella, los ojos cerrados, las pestañas oscuras, el cabello desordenado que se esparcía por la almohada y dejaba que algunos mechones rebeldes le enmarcaran el rostro, de esos labios hinchados, rojos, provocativos, de sus mejillas pintadas de carmín, supo que estaba a punto de dejarse ir y le facilitó el camino hacia la cima.


Paula sentía como todo su cuerpo se convertía en una gran hoguera, como Pedro lanzaba cada vez más leña a ésta y la estaba volviendo loca de necesidad, de goce, apenas lograba mantenerse en ese espacio, aferrada a él con manos y piernas, se habían vuelto una masa trémula, de sus labios sólo salían gemidos y jadeos acompañados por palabras que apenas tenían sentido, quizás ruegos, peticiones o cumplidos para él, no lo sabía con certeza.


Su intimidad parecía un volcán a punto de erupción, la humedad aumentaba, la necesidad aumentaba, los temblores, cada vez que su miembro entraba en ella y en su viaje le rozaba el clítoris sentía como el corazón le bombeaba con más fuerza, se sentía tan entregada a él que algo en su interior crecía con asombrosa rapidez y no se parecía a la arrolladora fuerza que precede al orgasmo, era algo más.


Sintió como Pedro la besaba con intensidad, robándole el poco aire que aún conservaba, el roce de su lengua fue la llama que encendió la mecha que la hizo explotar, se aferró a él clavándole los dedos en la espalda, mientras sus piernas lo envolvían, sujetándose con tanta fuerza que estaba segura le dejaría marcas, mientras su sexo anegado y palpitante lo presionaba permitiéndole apenas moverse en su interior, se liberó de su boca y dejó caer su cabeza entre las almohadas, su garganta se desgarró en un grito ahogado que abrió las puertas de la presa que contenía el orgasmo.


Él no deseaba dejarla ir sola, no esa vez, así que luchando por alcanzarla no se mantuvo inmóvil como acostumbraba para permitirle disfrutar de su orgasmo, siguió moviéndose gozando como nunca antes de esa presión que Paula ejercía sobre su miembro, ella lo apretaba con tal fuerza que apenas lo dejaba deslizarse hasta el fondo, llevó una de sus manos hasta la cabeza de ella para sostenerla y evitar que se fuera a causar alguna lesión en el cuello al ver como se hundía y se contorsionaba a causa de los espasmos que la recorrían.


Ella sentía como él seguía y seguía bombeando en su interior, como si quisiera fundirse en ella, traspasarla, apenas se estaba recuperando del orgasmo vivido cuando sintió la mano de Pedro bajar por su vientre y un par de dedos rozar el nudo de nervios entre sus piernas, sintió que una oleada de calor le recorrió el cuerpo, jadeó con fuerza cerrando los ojos y negó con la cabeza desesperada.


—No puedo… Pedro… no puedo… por favor… por favor —
esbozaba de manera entre cortada.


—Te necesito Paula… una vez más preciosa, déjate ir junto a mí, vamos… hazlo junto a mí — rogó rozándole los labios con la lengua, del mismo modo que sus dedos le rozaban el clítoris.


Paula se obligaba a controlar los temblores que recorrían su cuerpo, abrió los ojos y su mirada se ahogó en las pupilas dilatadas de Pedrosintió de pronto como todo en ella se tensaba y supo que después de ese orgasmo que se desbordaba en su interior, y la colmaba a cada segundo con mayor fuerza, se rompería en tantos pedazos que no quedaría nada de ella.


—¡Oh, Dios mío! —exclamó cuando el éxtasis estalló y su mente quedó en blanco.


—¡Paula, preciosa! —esbozó Pedro liberando un gemido
gutural que le desgarró la garganta.


Tenso como la cuerda de un violín se mantuvo dentro de Paula, mientras se descargaba con constantes e intensos espasmos, cerró los ojos con fuerza dejando salir su aliento en bocanadas entre cortadas, cada vez que los latidos de su corazón o los temblores que lo recorrían se lo permitían. 


Nunca había tenido un orgasmo tan poderoso como ése que
estaba experimentando, se dejó caer absolutamente exhausto sobre el cuerpo de Paula, dejando que ella recibiera todo su peso, mientras hundía su rostro en el cuello de la chica, posó sus labios justo allí donde el pulso de ella aún latía enloquecido, la envolvió con sus brazos para pegarla más a él.










CAPITULO 57



La mirada de Paula se perdía en la llanura ante sus ojos, Pedro había desaparecido en cuestión de segundos, y no pudo evitar que una leve sensación de miedo la recorriera. Ella era consciente de la destreza con la cual él manejaba al animal, no era la primera vez que lo veía montar, y en todo momento le demostró su experiencia con el caballo. Sin embargo, el temor que le había despertado los viejos recuerdos, hacía que lo buscara casi con desesperación, sintió como los latidos de su corazón se desbocaron y de un bajón volvieron a sosegarse cuando lo vio aparecer sobre una colina. Lucía tan hermoso, gallardo y confiado, que ella se encontró sonriendo como una tonta, suspirando ante la belleza y la perfección del hombre que tenía frente a sus ojos.


Pedro posó su mirada en Paula, en medio de ese paisaje ella le entregó una mezcla de realidad y fantasía, lucía tan natural allí parada en medio del paisaje toscano, y a la vez tan hermosa que opacaba todo a su alrededor, por muy brillantes que fueran los colores del campo o del cielo, ninguno irradiaba tanta luz, ni tanta vida como ella y ninguno podía atrapar su mirada como lo hacía Paula. 


Llegó hasta ella y sin bajar del caballo le extendió la mano entregándole la mejor de sus sonrisas.


La vio dudar y dar un paso atrás, al tiempo que su mirada se llenaba de temor, y negaba con un leve movimiento de cabeza, intentando ocultar su estado tras una sonrisa, quizás para no hacerlo sentir rechazado.


Pedro supo que había algo más y no quería hacerla sentir presionada, pero no dejaría escapar esa oportunidad de hacerla vencer ese miedo que les tenía a los caballos.


—Vamos Paula, confía en mí, yo estaré aquí y no dejaré que te suceda nada, ven conmigo —le pidió mirándola a los ojos.


Ella sentía un remolino de emociones y sensaciones recorrerla entera, sus pies parecían estar clavados en el suelo, su corazón latía tan lento que le dolía y se encontraba conteniendo la respiración, cerró los ojos un instante lanzando fuera de su cabeza el recuerdo que la hacía temblar.


Cuando abrió los párpados exponiendo el par de gemas de un marrón casi dorado ante él, la convicción se hallaba instalada en ellas, le dedicó una sonrisa tímida y tomó la mano que él le extendía, aferrándose a ella.


—Confío en ti… lo hago Pedro —esbozó con voz trémula.


—Gracias preciosa, hazlo también en Misterio, él no te hará daño —le hizo saber y se disponía a bajar del caballo, pero ella no lo dejó.


—Espera… quédate sobre él y ayúdame a subir… así podrás mantenerlo bajo control, a mí podría lanzarme —pronunció nerviosa.


Pedro asintió descubriendo la primera pista del miedo de
Paula, llegó a la conclusión que quizás un caballo la habría tirado a ella y por eso se mostraba tan temerosa, en ese caso comprendía el miedo de la chica y ahora más que nunca se sentía en la obligación de liberarla de ese sentimiento, le entregó una sonrisa y habló de nuevo.


—Coloca el pie en el estribo… —le indicó señalando la pieza de la cual había sacado su pie derecho, cuando vio que ella lo hacía le extendió la otra mano, mientras se aseguró apretando sus piernas a los costados de Misterio—. Ahora dame tus manos Paula e impúlsate hacia arriba que yo me encargo del resto —le explicó sin perder detalle de sus movimientos.


En medio de un mar de nervios ella llevó a cabo cada una de sus indicaciones, se sintió un segundo suspendida en el aire y al siguiente Pedro la tomaba por la cintura y la sentaba frente a él en la silla de montar, haciendo espacio para que ella estuviera cómoda, mientras el caballo apenas se balanceaba ante sus movimientos torpes y rígidos.


—Tranquila, ya estás arriba, ahora despacio intenta moverte para quedar en la misma posición que yo me encuentro —le indicó rodeándole la cintura con las manos para darle estabilidad.


—¿Qué? —preguntó ella nerviosa, apenas podía mantenerse allí, estática como una roca y respirando lentamente.


Él dejó ver una sonrisa de esas que la derretían, le dio un suave beso en el cuello que la hizo suspirar y relajarse al menos en parte, se pegó dejando caer su peso contra el torso de Pedro, sentía que se quebraría de un momento a otro o que empezaría a gritar como posesa para que él la bajara del animal, pero los besos que él dejaba caer en su cuello y hombros, la envolvían entre nubes, apenas fue consciente del momento en el cual llevó una mano hasta su pierna, y después la movía como si fuera una muñeca de trapo, hasta dejarla con ambas piernas a cada lado de Misterio.


—Perfecto, estás lista para cabalgar conmigo —dijo con entusiasmo.


—¡No! Pedro no vayas a correr por favor… créeme estoy luchando contra el pavor que siento para no bajarme y salir corriendo —confesó moviendo su cintura para mirarlo a los ojos.


—Tranquila Paula, relájate no pasará nada y yo no voy a ir de prisa, sólo bromeaba… inhala y exhala, vamos hazlo, despacio… comienzas a ponerte morada —le hizo saber en tono divertido y le acarició la cintura para relajarla.



—No juegues conmigo así, no en este momento por favor —le pidió con la voz ronca y llorosa.


—Lo siento… relájate, iremos al trote ¿te parece bien? —preguntó llevándose una mano de ella hasta los labios para besarla.


Paula asintió en silencio y cuando él retiró su mano de los labios, ella se acercó y lo besó presionando con suavidad, abriendo después su boca para entregarle su lengua, invitándolo y demostrándole en ese gesto que se ponía en sus manos, rogándole sobre todo que la cuidara. El beso se
volvió intenso y profundo, tocó fibras dentro de su ser, la hizo rendirse por completo a él, esa no era la sensación que acompañaba al deseo, el sentimiento que la embargaba era distinto, mucho más poderoso y sublime.


Abrió los ojos lentamente y se encontró con el hermoso rostro de Pedro, él aún mantenía la mirada oculta tras sus párpados, sus pestañas oscuras y tupidas descansaban sobre sus pómulos estilizados y fuertes, sus labios hinchados y ligeramente enrojecidos por el beso lucían mucho más provocativos, no pudo resistir la tentación y posó sus labios en la comisura derecha de los de él, sólo un toque.


—Si continuas haciendo eso no te prometo de mantener un trote moderado, por el contrario me lanzaré a cabalgar como un loco con tal de tenerte desnuda sobre una cama, una mesa o una alfombra, lo primero que me encuentre y nos sirva —la amenazó con una sonrisa ladeada y la mirada fija en los labios de ella.


—Mensaje recibido, ni un beso más hasta que lleguemos a la casa — contestó volviéndose para mirar la frente.


Él ahogó la risa en el cuello de Paula, le dio un beso justo detrás de la oreja y disfrutó del suspiro que ella le regaló, pasó sus manos por la cintura de la chica para tener más comodidad a la hora de llevar las riendas de su fiel amigo, y le dio un suave toque con sus talones para indicarle iniciar la marcha.


Misterio se portaba a la altura a pesar de estar acostumbrado a cabalgar a sus anchas, podía sentir la tensión de la mujer sobre su lomo y la mesura con la cual su amo lo conducía, afortunadamente ya había gastado muchas de sus energías en sus carreras en solitario y junto a Pedro así que no le costaba nada llevar ese trote.


Paula debía admitir que la vista desde la altura que le brindaba el caballo era privilegiada, además de la cercanía que tenía con Pedro y la hacía sentir confiada, de pronto se olvidó de todos sus miedos y se concentró sólo en vivir esa experiencia que era complemente nueva para ella. 


Pedro hizo que se recostara sobre su pecho y le dio un beso en la mejilla, dejando que la cabeza de ella descansara sobre su hombro, brindándole una suave caricia a la cadera de la chica, invitado por el suave balanceo que ella tenía y que creaba un exquisito roce entre su entrepierna y el derrier de ella, la suavidad de éste estaba provocando que su virilidad cobrara vida.


Nunca había estado con una mujer de esa manera, compartiendo un momento como ese, al menos no en plano real, en la ficción ya lo había hecho muchas veces, con actrices tan hermosas como dispuestas a llevar su relación ficticia a un plano más real fuera de cámaras. Sin embargo, ninguna lo había excitado tanto como Paula y con ninguna se había sentido tan compenetrado, quizás porque ahora estaba siendo él y no un personaje.


—Hemos llegado señorita Chaves, la he traído sana y salva a su destino —le hizo saber con una sonrisa cargada de orgullo.


Ella giró medio cuerpo y le ofreció su boca para que la besara a su antojo como premio, suspiró cuando los labios de Pedro se unieron a los suyos, para darle paso después a un roce de lenguas que la hizo estremecer y a él con ella. La sensación cálida, húmeda y pesada de la danza que los dos músculos emprendieron en sus bocas, los sumergió en un
mar de placer que hizo que todo lo demás desapareciera dejándolos solos en su mundo perfecto.


Después de unos minutos se separaron con roces de labios, compartiendo la humedad y los sabores que se habían convertido en uno sólo, con los ojos cerrados y las respiraciones agitadas. Él sentía el deseo bullir en su interior, pero aunado a éste había algo más que no lograba identificar, una sensación que le colmaba el pecho y subía hasta su garganta, que le rogaba ser depositado en Paula.


Abrió los ojos para mirarla y su corazón dio un brinco dentro de su pecho reconociendo en Paula a la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto. Quizás había otras de belleza impecable y perfecta; pero ella, con sus pecas, con sus cabellos castaños y sus ojos caramelo, con sus labios y esa nariz tan particular que poseía, con su sonrisa de niña y sus sonrojos era sin duda la más bella a sus ojos.


Paula sentía que Pedro estaba viendo dentro de ella, con una intensidad que la quemaba y la traspasaba, la estaba mirando como ningún otro hombre lo había hecho nunca, y eso la llenó de una mezcla de temor y felicidad, no podía siquiera imaginar la imagen que ella tendría ante él, pero debía lucir de una manera distinta pues nunca la había observado así, ni siquiera la otra noche cuando lo que sus ojos le entregaron fue deseo y casi devoción, lo que veía ahora no logró identificarlo, anheló con todas sus fuerzas hacerlo. Descubrirlo.


—Creo que hasta aquí llegó nuestro secreto —susurró Pedro
deteniéndose cuando se disponía a besarla de nuevo.


La mirada de él estaba puesta a sus espaldas, y la media sonrisa en los labios que se moría por besar le confirmaron lo que tanto temía, cerró los ojos y suprimió un suspiro. 


Analizó la situación con rapidez y no le quedó más que asumir todo eso con la mayor naturalidad posible, hundió el rostro en el cuello de él y suspiró al sentir la caricia que la mano cálida y grande de Pedro le brindaba a su espalda.


—Lista para esto o lo dejamos para otro momento, igual ellos parecen que van de salida —mencionó él con una sonrisa para animarla, y no pudo evitar juntar sus labios en un toque suave.


—Los podemos saludar… y ya después surgirá la conversación, no hay porqué entrar en detalles en este momento —contestó Paula mirándolo a los ojos.


—Bien —dijo el castaño asintiendo, le guiñó un ojo y después elevó su mano para saludar a quienes los observaban—. Hola Cristina, Jacopo, Piero… ¿Cómo están? —inquirió con una gran sonrisa.


Tal y como Pedro le había mencionado, todo parecía indicar que la familia estaba al tanto de lo ocurrido entre ambos, así que pensó, que lo mejor era actuar con naturalidad, y no ahogarse en un vaso de agua, ellos eran adultos, solteros y responsables. Lo que hacían o dejaban de hacer sólo les concernía a ambos, a nadie más; aunque no pudo evitar tensarse cuando vio la sonrisa en el rostro de Cristina que prácticamente le gritaba un: “Sabía que terminarían así”.


—Hola Pedro, Paula, estamos bien gracias, y ustedes ¿de
paseo? —inquirió el hombre con una sonrisa menos reveladora que la de su esposa pero su mirada decía mucho.


Piero no dijo nada, ni siquiera respondió al saludo de los huéspedes, su mirada estaba fija en Paula en un claro gesto de reproche, la apartó de ella al ver que no le prestaba atención y la posó en el actor, mirándolo con rabia y lo retaba sin cohibirse siendo apenas un chico de diecisiete años.


Sintió el pecho llenársele de fuego y un nudo de lágrimas formársele en la garganta, salió para subir al auto sin decir nada, no fuera a terminar llorando como un marica allí mismo.


—Hola, sí señor Jacopo, Pedro deseaba enseñarme a montar — contestó Paula pensando que de esa manera justificaría que ambos vinieran juntos sobre el lomo de Misterio.


Las sonrisas de los esposos les dio a entender todo lo contrario, era evidente que ellos habían captado la frase con un doble sentido, y Pedro no mejoraba la situación, mostró esa sonrisa efusiva y hermosa que dejaba ver su perfecta dentadura.


—Muy bien muchachos, por lo visto ustedes dos también están de maravilla —mencionó la mujer con una sonrisa pícara.


—¿Van de salida? —preguntó Paula para cambiar de tema, mostrando una sonrisa amable, y luchó contra el sonrojo que le había pintado las mejilla segundos antes.


—Así es, visitaremos a nuestra hija en Pisa, está de cumpleaños y su esposo le ha organizado una fiesta junto con los niños, nosotros le llevamos el pastel —informó mostrando la caja de cartón que llevaba en las manos, donde se hallaba el postre.


Pedro y Paula asintieron en respuesta y le dedicaron una
sonrisa. Él se mostraba completamente relajado con la situación e incluso mantenía su mano en la cintura de Paula, un gesto muy íntimo y posesivo, tal vez a los ojos de los demás, a los suyos era algo natural, ella era suya, al menos así la sentía y así la conservaría, mientras estuvieran en ese lugar eran una pareja.


—Como siempre se nos hizo tarde, pero esperamos llegar antes que termine el día, tenemos pensado regresar el domingo en la noche, claro que si surge algo sólo tienen que llamarnos, entre los teléfonos que les entregué están los de la casa de Janina, allí pueden localizarnos y volveremos enseguida —mencionó la mujer con una sonrisa mientras, se encaminaba hacia la camioneta donde su nieto y esposo la esperaban, el hombre aceleraba calentando el motor.


—No se preocupe por nada, nosotros nos las arreglaremos bien — contestó Pedro para despedir a los conserjes.


—Pórtense bien, sobre todo tú Pedro, lleva a Paula a pasear a los mejores lugares, conoces los alrededores muy bien, a lo mejor y cuando regresemos el domingo ya sea una experta jinete —le dijo Jacopo dedicándole una sonrisa.


El hombre conocía a Pedro desde que era un muchacho más pequeño que su nieto, antes que todo ese mundo del espectáculo lo engullera como una serpiente y lo hiciera cambiar tanto. Ahora volvía a ser aquel muchacho sencillo y amable que fue tiempo atrás, sonreía con frecuencia y se le notaba feliz, ya sospechaba que algo tenía que ver la escritora americana en todo eso, pero confirmarlo lo hacía muy feliz, ella también era una buena chica.


—Seguramente Jacopo, hasta ahora me ha mostrado que tiene mucho potencial —esbozó Pedro con una sonrisa.


El doble sentido en su voz fue tan palpable que Paula sintió como sus mejillas se encendían, y quiso esconderse entre la espesa crin de Misterio. Le dio un suave pellizco al castaño en la pierna, intentando disimular para que los demás no la vieran.


Él contuvo el gesto de dolor que le provocó la reprimenda de Paula, pues apenas la sintió y se controló para no cobrársela dándole un beso que la dejara sin aliento, igual tomó nota para hacerlo en cuanto estuvieran solos.


—Quedan en su casa muchachos, cuídense —esbozó Cristina despidiéndose con una mano desde la ventanilla de la camioneta.


Ambos vieron alejarse el vehículo y Pedro aprovechó la soledad para besar de nuevo a Paula, ella se resistió molesta seguramente por su actitud tan desenfadada. Pero él tenía sus armas y sabía cómo usarlas, la provocó acercándole sus labios y dejó ver esa sonrisa ladeada que le prometía placer a manos llenas.


Ella intentó mantenerse en su postura, pero cuando sintió la mano de Pedro cerrándose en su nuca y atraerla con decisión hacia él no pudo más, no cuando él la tomaba de esa manera y se apoderaba no sólo de su boca, sino de todos sus sentidos.


Pedro terminó el beso antes de continuar y darle riendas sueltas a su deseo, de lo contrario terminaría haciendo suya a Paula sobre el lomo de Misterio y su pobre amigo le había soportado mucho, pero dudaba que aguantara algo así. Lo más seguro era que terminara lanzándolos a los dos al suelo por utilizarlo de cama y saciar sobre él sus ansias. Con el mismo andar lento se dirigió hacia las caballerizas, allí descendió y ayudó a Paula a hacerlo también antes que fuera a entrar en pánico por verse sola sobre el animal. La tensión prácticamente se había desvanecido de ella, pero no quería presionarla y hacer que todo lo ganado ese día se perdiera.


Después de meter al caballo en su cuadra, colocarle heno y agua para que pudiera alimentarse, le dio las gracias por el paseo entre palabras y caricias como siempre hacía. Paula lo observaba comprendiendo la naturaleza de esa relación tan estrecha que ambos tenían y una sonrisa afloró en sus labios.


—Vamos —invitó a Pedro extendiéndole la mano y antes de dar un par de pasos se volvió para mirar al animal—. Gracias por portarte tan bien Misterio, fue muy agradable el paseo, que descanses —agregó con una linda sonrisa.


El caballo movió su cabeza y relinchó con entusiasmo respondiendo a las palabras de Paula, con los enormes ojos negros vivaces y brillantes mirándola fijamente. Pedro que se sintió muy complacido ante el gesto de la chica, le dedicó una sonrisa a su mejor amigo y le guiñó un ojo con gesto cómplice. El animal repitió la acción anterior y desapareció en su cuadra.


Salieron de las caballerizas tomados de la mano, él había tomado la de Paula y ella lo recibió de inmediato, fue una respuesta tan natural y espontánea para ambos, que era como si llevaran toda la vida conociéndose y comportándose de esa manera.