sábado, 22 de agosto de 2015
CAPITULO 144
El viaje en el flamante Rolls-Royce Ghost Six Senses descapotable de Ignacio Howard se estaba convirtiendo en una completa tortura para Pedro, en más de una ocasión había estado tentando de decirle que parara y bajar del maldito auto. Apenas soportaba ver cómo el hombre miraba y le sonreía a Paula, cómo le tomaba la mano llevándosela a los labios para besarla y luego mirar que ella le respondía con alguna caricia, aún por discreta que fuera odiaba que tocara a otro hombre, sentía que el fuego en su interior estaba calcinándolo y apenas pudo mantener el hilo de la conversación con Diana al principio, pero después se quedó en silencio.
—Pongamos un poco de música o nuestro invitado terminará durmiéndose —esbozó Ignacio mirando al italiano por el retrovisor.
—Solo observaba el camino, pero si es de su gusto por mí no hay problema —contestó esforzándose por ser amable y no dejarle ver las ganas que tenía de bajar del auto o lanzarlo a él.
—Los padres de Paula viven lejos del centro de Chicago, la localidad de Glencoe está casi a una hora en auto, pero bien vale la pena el viaje, es un gran lugar, libre de todo el bullicio y el tráfico de la urbe, además Susana lo adora —mencionó Ignacio mientras buscaba una lista de reproducción aprovechando la luz roja del semáforo.
—Ignacio, mi madre lo adora porque es una esnobista sin remedio, solo a ella se le ocurre tomar para residencia perpetua una casa en una zona de veraneo —señaló Diana que no tenía pelos en la lengua.
—A papá también le gusta Di, ellos se sienten bien aquí y a mí también me gustaba mucho… — decía Paula para no darle una imagen tan mala a Pedro de su familia.
—A papá le gusta porque tiene el campo de golf al lado prácticamente y porque ningún vecino lo denunciará cuando se ponga de loco a estar haciendo tiro al blanco en el jardín —esbozó divertida.
Paula rodó los ojos al ver que su hermana frustraba todos sus intentos, decidió que lo mejor era quedarse callada o
Diana terminaría revelándole a Pedro hasta el más mínimo de los defectos que tenía su familia. Se relajó en el asiento de cuero blanco al escuchar las primeras notas de Another day in Paradise, miró a Ignacio y le dedicó una sonrisa, pero al ver por el retrovisor el rostro tenso de Pedro que miraba el paisaje, también se volvió para mirar por la ventanilla.
—Lo único maravilloso de Glencoe es la playa privada que tiene la casa de nuestros padres — esbozó una vez más la menor—. Es una lástima que no hayamos traído trajes de baño —agregó mirando a Pedro y pensó en lo bien que debía verse en uno.
Él solo le entregó una sonrisa amable, no estaba de humor para nada más, ni siquiera el gusto que le heredó su padre por la música del británico disminuía el malestar que sentía, tener que compartir de esa manera con Ignacio Howard era algo que no se había planteado y comenzaba a sentir que todo eso estaba más allá de lo que pudiera soportar, si Lisandro lo viera en esos momentos seguramente se burlaría de él o lo golpearía por masoquista.
¿Dónde carajos has dejado tu orgullo Pedro Alfonso?
Se preguntaba sintiéndose furioso con él mismo, de pronto las notas de una nueva canción dieron inicio, Against All Odds, la conocía muy bien pues fue una de las tantas que hizo su himno cuando Paula lo dejó. Una loca idea atravesó su cabeza, él podía estar allí sufriendo la tortura de verla sonreírle y acariciar a otro hombre, pero podía jurar que no dejaría que lo siguiera ignorando, comenzó a seguir la canción en su cabeza a la espera de una estrofa adecuada y se golpeaba con dos de sus dedos la pierna, intentó no posar la mirada en Paula para no quedar al descubierto.
—I wish I could just make you turn around. Turn around and see me cry…there's so much I need to say to you so many reasons why… you're the only one who really knew me at all —su voz melodiosa y ligeramente ronca, por los sentimientos que lo invadían, acompañó el intérprete sorprendiendo a todos dentro del auto, pudo ver cómo Paula se tensaba quedándose inmóvil en su asiento, pero eso no le dio la satisfacción que esperaba.
—Ya había leído que entre tus cualidades además de actuar también cantabas, pero nunca imaginé que lo hicieras tan bien, pensé que apenas cumplías con el mínimo que exigen algunos directores — mencionó Diana con una gran sonrisa.
—Apenas ha sido una estrofa —contestó Pedro sin querer mostrarse pretencioso y ahora su mirada estaba en Paula.
—Pues lo hace muy bien Pedro —acotó Ignacio mirándolo por el retrovisor y al ver hacia donde estaba dirigida la mirada del italiano buscó a su novia— ¿No te parece amor? —le preguntó sacándola del trance en el cual parecía encontrarse.
—Sí… sí, lo hace excelente Pedro —esbozó y su voz apenas era un murmullo, al menos dio gracias a Dios que pudo hablar.
Sentía que por dentro temblaba mientras luchaba por contener las lágrimas, no era justo lo que Pedro estaba haciéndole, él debía comprender el momento tan difícil que estaba atravesando, pues si él se sentía incómodo ella también y no tenía que estar torturándola así.
¿Acaso qué esperaba? Que le dijera a Ignacio de buena a primera quién era él y lo que ambos habían vivido. O quizás que ella se lanzara en sus brazos sin pensar nada más, sin evaluar las consecuencias que todo eso traería, al parecer él estaba olvidando que fue quien la dejó ir y se negó a cualquier posibilidad que le planteó, tal vez necesitaba que se lo recordara para que dejara de estar haciéndose la víctima. Apretó los dientes con fuerza para evitar que las lágrimas la desbordaran y se volvió a mirar de nuevo por la ventanilla, podía jurar que si él seguía con ese juego iba a enviarla a un manicomio, pero antes le lanzaría todos los reproches que había guardado por tanto tiempo.
La casa de sus padres se mostró ante sus ojos de repente, había estado tan absorta en sus propios pensamientos que no notó cuando atravesaron el portal de hierro forjado que servía de entrada, Ignacio detuvo el auto cerca de la rotonda y ella apenas esperó que apagara el motor para descender del mismo, necesitaba alejarse de Pedro y callar dentro de su cabeza, la voz que seguía repitiendo la canción una y otra vez, moviendo cada uno de sus sentimientos a su antojo.
CAPITULO 143
Paula se encontraba una vez más con la mirada perdida en la hermosa panorámica a la cual tenía acceso desde su estudio, viendo el tráfico lento de los barcos que navegaban el río Chicago y seguían el curso de éste hasta su desembocadura en el Lago Michigan. Fue sacada de su estado de letargo por el par de golpes que dieron en la puerta de madera y retumbaron en el lugar, reconoció de inmediato de quién se trataba, pues tenía la particular cualidad de identificar el modo en el cual cada uno de sus conocidos lo hacía.
—Entra Diana —dijo sonriendo y se volvió para recibirla.
—Hola Pau, pasé a visitarte y adivina qué —esbozó con una gran sonrisa abriendo la puerta y se quedó junto a ésta—. Traje a un amigo, pasa —pidió dedicándole el mismo gesto al italiano que se encontraba fuera del estudio y le hizo un ademán para que continuara.
Pedro entró al lugar con ese andar sofisticado y seguro que lo caracterizaba y su mirada fija en Paula que pareció petrificarse en cuanto lo vio, más su corazón apenas lo hizo, consciente de esa reacción, pues de inmediato se desbocó en latidos. La mujer ante sus ojos era sencillamente extraordinaria, llevaba un delicado vestido en un tono rosa palo que le llagaba hasta las rodillas, con escote en V profundo y un cruce de telas en la cintura que la hacía lucir más estrecha, zapatos de tacón alto, beige y delicado par de pendientes de perlas del mismo tono del vestido, que se podían apreciar gracias al nuevo look de Paula; todavía le costaba acostumbrarse a verla con el cabello corto y de un tono más claro, aunque lucía hermosa, la prefería luciendo su larga cabellera castaña.
Ella no podía creer que él estuviera allí, en Chicago, en su casa y además luciendo tan apuesto, no llevaba nada del otro mundo, un traje azul oscuro, con chaleco y camisa de lino blanca, pero la ausencia de corbata y el peinado ligeramente desordenado le daban un toque atractivamente salvaje, que hizo que su corazón se acelerara y las piernas comenzaran a temblarle. Le resultaba prácticamente imposible apartar la mirada de él y cuando sus ojos se encontraron pudo ver esa veta que oscurecía su iris cuando el deseo se instalaba en ellos.
—Pedro está visitando Chicago, lo encontré por casualidad en el ascensor porque se queda en el hotel de la Torre y lo invité a venir —comentó Diana de manera casual ante el pesado silencio.
—Espero no causarle molestias con mi presencia aquí —mencionó Pedro mientras seguía deleitándose con ella.
Paula tomó aire mientras buscaba desesperadamente las palabras para contestarle, se sentía abrumada por su presencia allí, pero no podía decirle eso y menos delante de su hermana.
—En lo absoluto… pase y tome asiento por favor, voy a pedirle a Rosa que nos traiga unas bebidas —dijo al fin e intentó huir de inmediato— ¿Desea algo en especial? —preguntó y hubiera preferido no hacerlo, pues la mirada que le dedicó Pedro la puso a temblar el doble, lo esquivó para caminar hacia la puerta— ¿Agua, un jugo o tal vez algo más fuerte? ¿Un trago? —inquirió de nuevo sintiendo que justo eso último era lo que ella necesitaba en ese momento.
—Un trago puede ser… ¿De casualidad tendrá un Chianti? —preguntó mostrando media sonrisa.
Paula lo miró sin poder creer lo que estaba haciendo, era un infeliz que deseaba poner sus nervios de punta y atormentarla hasta que se postrara a sus pies de nuevo, estaba realmente equivocado si creía que algo como eso sucedería.
—No, lo lamento, pero no tengo vinos en este lugar —contestó en un tono amable, pero su mirada quería asesinarlo.
—¿No? Es un poco extraño que alguien que sepa tanto de vinos no tenga una buena colección en su casa —señaló mientras le sonreía para provocarla, sintiéndose emocionado como años atrás.
—Ahora que lo dice… Pedro tiene razón Paula, tú en el libro haces que Franco parezca realmente un especialista en vinos, pero no he visto nunca en tu casa una botella de éste —comentó Diana un poco contrariada ante el descubrimiento.
—Yo escribo ficción Diana, todo eso lo saqué de la web —mintió y esquivó la mirada de Pedro—. Igual puedo hacer que le traigan un trago de vodka si prefiere algo fuerte —sugirió con naturalidad.
—No, muchas gracias no se preocupe así estoy bien —contestó con una amplia sonrisa que llegaba hasta sus ojos.
Eres un desgraciado provocador, aprovecha mientras puedas porque te aseguro que este jueguito te va a durar poco.
—Como prefiera —contestó con desdén.
—Bueno, si ustedes no desean nada yo sí, vine exclusivamente a disfrutar de un inmenso tazón de la gelatina que hace Rosa, me prometió que hoy tendría y atravesé la ciudad por ello —dijo Diana poniéndose de pie para salir.
—Le pediré que te la traiga… —decía Paula viendo en eso su vía de escape, no soportaba estar cerca de Pedro, sintiendo su mirada que parecía derretirla.
—No vas a hacer caminar a la mujer solo por mi culpa, yo iré a buscarla mientras ustedes dos pueden hablar del libro, estoy segura que Pedro tiene muchas preguntas que hacerte sobre el personaje… Regreso en un rato —indicó y salió dejándolos solos.
Paula se sintió acorralada y el aire a su alrededor comenzó a resultarle sofocante, caminó hasta el ventanal para alejarse de Pedro, necesitaba poner distancia entre ambos.
—Me siento muy decepcionado… Ni una sola botella de vino, ¿en serio? —preguntó levantándose del sillón para caminar hacia Paula, ella estaba loca si pensaba que podía eludirlo de nuevo.
—Perdí el gusto por ellos —respondió en tono hosco.
Él dejó ver una sonrisa cargada de malicia y se acercó a ella una vez más, pero cuando por error posó su mirada en el paisaje que le ofrecía el ventanal sintió que un escalofrío le recorrió la columna y se mantuvo a dos pasos de Paula.
—¿No pudiste comprar uno en un piso más bajo? —preguntó obligándose a mantener la mirada en ella.
Ella se sintió extrañada en un principio por esa interrogante, pero de inmediato recordó que Pedro sufría de miedo a las alturas y su instinto protector se despertó como años atrás, caminó para alejarse de allí y no exponerlo a la tortura de estar junto al ventanal.
—No tenía motivos para hacerlo —mencionó para no darle la impresión que le importaba lo que él sintiera.
—Supongo que no… muchas cosas han cambiado —esbozó mirando el perfil de Paula, ella no se atrevía a verlo a los ojos.
—Muchísimas… por ejemplo, mis gustos por lo italiano, ya nada que venga de ese país me atrae, creo que me sobre saturé de todo ello —comentó deseando herirlo para que se marchara.
Él dejó ver media sonrisa pues sabía a lo que Paula estaba jugando, pero tenía mejores cartas que ella y estaba dispuesto a destaparlas, después de todo, quien no arriesga no pierde ni gana.
—Eso es algo que debo poner en duda, sobre todo porque yo sé que aún existe algo de Italia que deseas con intensidad… Alguien que te sigue volviendo loca Paula —susurró posando su mano en la mejilla suave y cálida de ella, al tiempo que deslizaba su pulgar por esos exquisitos labios que temblaron bajo su toque.
—Pedro —susurró entrecerrando los ojos, incapaz de hacer nada más, no podía luchar contra el poder de seducción que él tenía.
—Sí, justo a mí es a quien deseas, y el cielo sabe que yo también te deseo a ti con la misma intensidad de hace años Paula, quizás más —susurró mirándole los labios.
Paula luchó para hacer que su cuerpo la obedeciera y alejó al menos unos centímetros su boca del pulgar de Pedro, lo suficiente para hablar y pedirle que terminara con todo eso.
—Por favor —eso fue lo único que logró esbozar al sentir que él posaba la mano sobre su cadera.
—Por favor, ¿qué? —le cuestionó mirándola a los ojos y se acercó un poco más—. Dímelo Paula, dime que me aleje porque no sientes esto… porque no deseas esto —pronunció muy bajo, mientras le acariciaba de nuevo el labio y la miraba a los ojos.
Ella sintió todo su cuerpo estremecerse al tiempo que una llama pequeña, pero poderosa se encendía dentro de su pecho, cerró los ojos dispuesta a dejarse llevar por la corriente, rindiéndose a él una vez más, podía sentir el calor de su piel, su respiración pesada, su cálido aliento que cubría sus labios, sabía que él se estaba acercando para besarla y en ella no había la voluntad para escapar.
De pronto unos pasos que se acercaban hicieron eco en el piso de porcelanato del pasillo fuera del estudio, y un par de voces que Paula reconoció de inmediato la hicieron alejarse de Pedro, como si él la hubiera quemado con ácido. Casi entró en pánico, pero tuvo la cordura para caminar hacia el ventanal y poner distancia entre los dos, mientras sentía que su cuerpo se había transformado en una masa trémula cargada de nervios que apenas la dejaban coordinar.
Pedro se encontraba completamente perdido e intentaba controlar el cúmulo de emociones que lo embargaban, fue consciente del miedo en Paula al escuchar a las personas en el pasillo que deberían entrar en cualquier momento, y eso lo hizo justificar su actitud, pero la frustración que le había dejado ese casi beso no podía superarla y eso provocaba una molesta sensación en su pecho.
Dio un par de pasos para acercarse a Paula esperando que su cercanía aliviara el vacío que sentía, en eso escuchó la puerta abrirse y de inmediato vio que el cuerpo de su escritora se tornaba rígido como una piedra, ella había distinguido las voces y sabía quiénes eran las personas que entrarían, eso activó la alerta en él y se giró de inmediato presintiendo de quién se trataba, incluso antes de que se lo presentara.
—Buenas tardes —saludó con cortesía dirigiéndose al invitado.
Su mirada se topó con un par de ojos de un azul intenso que lo veían fijamente, un ceño ligeramente fruncido y una mandíbula tensa que denotaban algo de molestia que le resultó desconcertante.
—Mucho gusto, Ignacio Howard —se presentó extendiéndole la mano al castaño al tiempo que mostraba una sonrisa amable.
Sin embargo, dentro de su pecho una sensación de rechazo y desconfianza se despertaron de inmediato, algo en ese hombre le resultaba peligroso, no del tipo de peligro que pudiera causar daño físico, sino de otro. Se obligó a apartar esos pensamientos de su cabeza, nunca había sido un tipo
paranoico.
—Pedro Alfonso—contestó dándole un apretón firme mientras le mantenía la mirada, no respondió a la sonrisa de su rival.
Paula se giró al fin cuando encontró el valor para hacerlo, ellos aún se estrechaban las manos y la imagen le provocó un leve mareo, respiró profundamente y se encaminó hasta ellos mostrando la mejor de todas sus sonrisas actuadas, en cuanto Ignacio la vio se aproximó a ella y sin importarle la
presencia de Pedro que para él era un completo extraño, le rodeó la cintura con los brazos y la pegó a su cuerpo mirándola a los ojos.
—Hola princesa —mencionó y de inmediato posó sus labios sobre los de su novia, un toque suave como los que acostumbraba, pero que duró un poco más, la sintió temblar y se sintió complacido ante esa reacción de ella, le dio un par de toques de labios más y sonriendo habló de nuevo—. Cada día estás más hermosa y me enamoras más, sigues haciéndome el hombre más feliz sobre la tierra, Paula —agregó sin deshacer el abrazo.
—Ignacio… —susurró ella dedicándole una mirada para recordarle que habían otras personas en el lugar.
Pedro aun no lograba entender cómo estaba controlando a la fiera de los celos que aullaba dentro de él y pedía la cabeza de ese hombre. Su parte lógica sabía que por el momento no podía hacer nada, incluso ya se había planteado varias veces cuál debía ser su reacción ante una escena como esa, pero nada de eso lo preparó para el infierno que se desató en su interior al ver cómo ese idiota actuaba como si ella le perteneciera, como si en verdad lo hiciera.
Tener el título de novio no significaba nada, no le daba ningún poder sobre ella, pues sabía que Paula no lo amaba, su lenguaje corporal lo gritaba y si él no se daba cuenta era porque en verdad era un imbécil o no le importaba que la mujer que decía suya estuviera enamorada de otro. Esquivó
la mirada cuando vio el primer beso, no era un maldito masoquista para ver algo así, además que no respondía del animal en su interior que luchaba contra las cadenas y los candados que le había puesto para no terminar dando un espectáculo en ese lugar, y no lo hacía por Howard, pues muy poco le importaba lo que pudiera sentir, se estaba controlando solo por Paula.
—Es injusto que hagan eso delante de los pobres necesitados —esbozó Diana fingiendo una cara de reproche.
—Lo siento —esbozó Paula alejándose del abrazo con sutileza, pero él no la dejó que lo hiciera del todo.
Ella no dijo esas palabras por excusar su actitud delante de Diana, sabía que su hermana bromeaba y que por el contrario la animaba que fuera más abierta a dar y recibir muestras de cariño en público. Lo hizo por él, porque aunque no le debiera nada a Pedro, tampoco deseaba hacerlo sentir mal y ver la tensión que lo embargaba, le dolió, podía parecer una estúpida pues de ser otra la situación quizás él no se limitaría, pero ella sencillamente no soportaba verlo incómodo.
—¿Así que usted será el famoso Franco Donatti? —inquirió Ignacio, mirándolo con detenimiento y encontrado los rasgos del personaje de Paula muy bien delineados en el italiano.
—Sí, ya es un hecho… comenzamos las grabaciones en dos semanas según nos informó la encargada del casting —contestó Pedro con una gran sonrisa.
Lo que significa que en dos semanas me llevaré a Paula conmigo a Italia perdedor y en mis manos está que nunca vuelvas a ponerle un dedo encima.
Pensaba Pedro mostrando esa sonrisa arrogante que ahora no era actuada, sino natural, pues con alegría veía que su rival ni siquiera merecía ser llamado así, era tan gris y ordinario que hasta lástima le daba el pobre infeliz, pero no por ello se dormiría en los laureles.
—Yo me siento tan emocionada con ese viaje, lo máximo que he estado en Italia han sido doce horas durante la escala de un vuelo que iba a Hong Kong y apenas pude disfrutar de un breve paseo por Roma —comentó Diana sonriendo.
—Prometo devolverte el favor siendo tu guía turístico allá Diana —acotó Pedro mirándola y después se volvió—. Por supuesto, también seré el suyo Paula —agregó con una sonrisa.
—Muchas gracias… aunque ya conozco Roma, la visité hace algunos años y puedo desenvolverme muy bien por ella —contestó sin la intención de ser grosera, pero debía detener el juego de Pedro, pues pudo sentir cómo su propuesta tensó a Ignacio.
—¡Por favor Pau! No la conocerás mejor que Pedro que nació allá —cuestionó, sorprendida por la frialdad con que trataba al actor.
—Tu hermana tiene razón princesa, ni siquiera yo que viví en Inglaterra durante diez años, y cinco en Canadá te diría que tengo más experiencia en estos países que alguien que haya nacido allá — mencionó siendo sincero y para demostrarle que estaba bien.
No podía negar que la manera en la cual se ofreció el actor le había sonado un tanto a insinuación, pero conocía la fama de los italianos de Casanova, eso era algo que ellos no podían desligar de su esencia, así que no le dio importancia. Después de todo, se trataba de su mujer yPaula no era de las que se dejaba deslumbrar por las artes de un mujeriego, ella distanciaba mucho de las chicas alocadas como su hermana Diana.
—No se diga más, desde este momento te acepto como mi guía oficial en Italia y además te prometo redoblar mis esfuerzos para hacerte sentir muy satisfecho con mi desempeño mientras te encuentres en Chicago —mencionó Diana mirando al italiano con una sonrisa que iluminaba sus ojos grises.
Paula miró a su hermana con asombro, no podía creer que ella estuviera coqueteándole, apenas lo conocía, lo había visto unas tres veces y además… ¡Era Pedro! Sintió una llama encenderse dentro de su pecho y tuvo que luchar para que su rostro no reflejara la rabia que la embargó al ver que él le respondía con una sonrisa.
—Trato hecho —mencionó Pedro, extendiéndole la mano.
Aunque no le pasó desapercibida la insinuación escondida en su propuesta, él sencillamente no podía verla como una posible conquista, la sentía como una hermana.
—Perfecto, empezaremos hoy mismo —esbozó emocionada.
—Diana, creo que has olvidado que tenemos un almuerzo en casa de nuestros padres hoy —le recordó Paula observándola con reproche. Al menos a ella la miraba así, porque a Pedro seguro terminaría asesinándolo si lo veía a los ojos en ese instante.
—¡Demonios! lo olvidé por completo… seguramente tú puedes excusarme diciéndoles que estoy hasta el cuello de trabajo —decía.
—¡Olvídalo! No haré algo así —dijo determinante.
Y menos para que te vayas a quién sabe dónde con ese miserable italiano mujeriego y pervertido, te estás buscando una muerte segura en mis manos Pedro como sigas con tu
maldito juego.
Pensaba mirándola con seriedad y aunque no veía a Pedro esperaba dejarle clara su postura, no lo quería cerca de Diana, ni de su hermana ni de ella, no sería su juguete de nuevo.
—Pau por favor… mira nada más la ropa que tengo, si mi madre me ve así comenzará a molestarme desde que ponga un pie en la casa —se quejó mirando su jean negro, la camiseta de algodón morada y la gabardina corte militar en tono tierra que llevaba.
—Yo te prestaré un vestido —señaló Paula acercándose a ella.
—Sí… ¿Y se puede saber qué haremos con las botas? ¿También combinarán con tu delicado vestido? —inquirió en verdad furiosa.
—Diana ya Susana está acostumbrada a verte así, luces hermosa y no veo problema en que vayas con esa ropa —comentó Ignacio.
Pedro había encontrado muy divertido el duelo entre hermanas, eran en verdad dos polos opuestos. Él no quería ser la manzana de la discordia entre las dos, así que hablaría para ponerle fin a esa situación de una vez.
—Diana cumple con el compromiso con tu familia hoy, ya mañana podremos salir a pasear por la ciudad… —decía cuando la chica lo interrumpió volviéndose a mirarlo.
—Es que no es solo por ti, yo no soporto ir a casa de mis padres y menos sin antes haberme preparado psicológicamente para ello —esbozó sin importarle que le decía todo eso a un extraño.
—¿Podrías intentar ser más discreta? —la reprendió Paula.
Diana abría la boca y se disponía a protestar, pues desconocía a su hermana, no sabía lo que le pasaba hoy a Paula, ella nunca había tenido problema con que expresara su sentir. Bueno admitía que quizás no debía estar bombardeando a Pedro con toda esa información y que quizás estaban dando un espectáculo vergonzoso, pero tampoco era para que se volviera una “Susana Chaves”.
—Chicas, será mejor que se pongan de acuerdo o se nos hará tarde y saben que el coronel odia tener que esperar para comer —pronunció Ignacio en tono conciliatorio.
—Bien, iré con ustedes… pero, llevaré a Pedro —esbozó de manera altanera mirando a Paula.
—No… Diana te agradezco mucho el gesto, pero no quiero hacer sentir incómodo a nadie, es una reunión familiar y yo no estoy invitado —señaló sintiéndose de verdad raro con la situación.
Paula vio el semblante contrariado de Pedro y eso la hizo sentir mal, tal vez estaba exagerando con todo eso, recordó lo lindo que fue cuando se la presentó a su familia y cómo ellos la trataron. Sabía que los suyos no eran para nada parecidos a los de él, pero al menos podía intentar que pasara un rato agradable, después de todo Nico y Walter eran geniales y quizás terminaban llevándose bien.
—Yo lo invito —esbozó sorprendiéndolos a todos.
Incluso a Pedro, que aunque intentó esconder su sorpresa, su mirada lo delató. Ella tampoco pudo disimular la sonrisa que afloró en sus labios por haberlo sorprendido, pero igual que él, la disimuló de inmediato y posó la mirada en su hermana.
—Ya sé cuánto te cuesta ir a casa de nuestros padres, pero es solo un almuerzo, además estarán Nico, Walter y su familia. También el señor Alfonso, claro si desea acompañarnos —dijo mirándolo.
—Hombre por favor diga que sí, antes que mi suegro nos reciba a balazos por hacerlo esperar — esbozó Ignacio uniéndose a la invitación.
Pedro se quedó en silencio un minuto mientras evaluaba la situación, ciertamente no esperaba conocer a la familia de Paula ese día, solo quería verla a ella y poder hablar de una vez por todas. Pero evidentemente la invitación que le hacía era una puerta para ir más allá, si de verdad ella no lo quisiera en su vida no hubiera cedido tan fácilmente, por el contrario, se hubiera mantenido en su postura consciente que tenía todas las de ganar; pero abrió una fisura en la muralla a su alrededor y él la aprovecharía, como que se llamaba Pedro Alfonso.
—Acepto encantado —mencionó mirándola con una sonrisa y después se volvió hacia Diana para agradecerle a ella también con el mismo gesto—. Gracias, ya me había resignado a ir a encerrarme en la habitación —agregó en tono cómplice.
—Pues ya ves que no será necesario y así me salvas a mí de morirme de aburrimiento —dijo sonriente.
—Bueno, ahora sí vamos o llegaremos tarde y no quiero hacer esperar a mis suegros —mencionó Ignacio en tono animado y le rodeó la cintura a Paula con el brazo para guiarla a la salida.
Pedro apretó con fuerza la mandíbula y los deseos por alejarlo de ella con un empujón lo torturaban, pero logró dominarse y evitar arruinar el avance que había conseguido.
Caminó junto a Diana dejando que ellos lo guiaran, igual había encontrado sus ventajas a caminar detrás de
Paula, ese andar que lo enloquecía seguía siendo el mismo y bendito vestido de seda que le quedaba tan bien.
CAPITULO 142
Habían pasado cuatro días desde que Paula dejara la ciudad de Los Ángeles y a Pedro en ésta. No había tenido noticias de él, ningún mensaje para ella a través de Jaqueline, ni una
llamada, o al menos una nota, nada de eso llegó y su último día en la meca del cine había sido bajo una constante zozobra. Incluso estando en el aeropuerto se encontró en varias ocasiones mirando a todos lados, a la espera de que él apareciera en cualquier momento. Sin embargo, él no llegó y ella una vez más se reprochaba por poner sus esperanzas en algo sin sentido, al parecer no había aprendido la lección que recibió hacía más de tres años cuando le hizo lo mismo en el aeropuerto de Florencia.
—Paula.
La llamó Rosa sacándola de sus pensamientos, cerró los ojos un instante recriminándose de nuevo por el rumbo de sus pensamientos, los abrió y mantuvo su mirada en la hermosa vista que tenía desde su estudio, el cielo lucía un azul intenso y resplandeciente que una vez más la llevó a recordar a Pedro, olvidándose de la mujer tras ella.
—Paula, la señora Susana está al teléfono y me pidió que la atendieras porque llama a tu celular y no respondes —esbozó mirándola con algo de preocupación.
Desde que volviera de Los Ángeles había estado así, taciturna y distraída todo el tiempo, se paseaba por la casa hasta altas horas de la madrugada, incluso la había escuchado llorando un par de veces. No le gustaba verla tan triste y no tenía que ser adivina para saber que todo eso era debido al italiano, Jaqueline le había contado que todas sus sospechas eran ciertas y que Paula había tenido un encuentro con él, pero eso le había hecho más mal que bien, pues ahora ella se encontraba desconsolada por su culpa.
—Está bien, dile que enseguida le regreso la llamada… que me estoy preparando para ir al almuerzo, seguro quiere confirmar si voy —respondió dándole apenas un vistazo.
La mirada de Rosa la hacía sentir como si su alma estuviera expuesta y todo el mundo pudiera ver la pena que la embargaba.
—Claro, no te preocupes, le diré que estabas en la ducha, ve y relájate te preparé la tina porque sabía que debías ir hoy a casa de tus padres y justo venía a avisarte —le hizo saber con una sonrisa.
—Gracias Rosa, la verdad no sé qué haría sin ti y sin Inés —esbozó con una sonrisa y salió dejando a la mujer en el estudio.
Mientras caminaba se decía que debía dejar a Pedro atrás, no pensar más en él o terminaría dejándole ver a todo el mundo que algo le ocurría, debía retomar su vida nuevamente y dar prioridad a quien en verdad la merecía, Ignacio, por ejemplo.
****
Pedro se encontraba en el vestíbulo de la lujosa e imponte torre Trump en Chicago, sentado como cualquier turista más mientras fingía leer una revista, su mirada azul apenas se apartaba segundos de las puertas dobles de cristal templado, que servían de entrada principal al lugar.
Ubicado estratégicamente, entre éstas y los ascensores tenía acceso a todo aquel que entrara o saliese, ese había sido el único plan que logró idear para acercarse a Paula, sabía que no era uno muy brillante, pero no le quedaba de otra.
Había pasado dos días aparentando ser un turista más en la fascinantemente caótica y acelerada ciudad de Nueva York, contó con suerte de estar acompañado de su hermano y su agente para pasar desapercibido en más de una ocasión, pues la gente de The Planet se había encargado de distribuir su imagen por cuanta revista y periódico existía en ese país.
La misma salida de la ciudad de Los Ángeles había sido complicada, un grupo de chicas lo habían reconocido y estuvieron a punto de hacerle perder el vuelo cuando lo capturaron para pedirles autógrafos y fotografías junto a ellas.
Se sintió un poco más relajado estando en Nueva York, pues allí los artistas abundaban y se les veía caminando por todos lados o grabando escenas en exteriores, además que como toda urbe cosmopolita su vida ajetreada evitaba que las personas se fijaran mucho las unas en las otras, cada quien andaba en su propio mundo.
Toda su atención estaba fija en ella y había planeado ir hasta Chicago para buscarla, pero no sabía por dónde empezar, la llamada ciudad de los vientos no era pequeña y él no contaba con su dirección. Necesitaba a alguien que le ayudara así que le comentó de manera casual a Martha Wilson sobre sus deseos de recorrer varias ciudades del país aprovechando que no tenía pendientes en Europa.
Solo bastó con nombrar Chicago para que la mujer le hablara sobre Paula y le dijera que la vivienda de su escritora estaba ubicada en la Torre Trump y que además ésta era un complejo donde también funcionaba uno de los más lujosos y óptimos hoteles de la ciudad y el mejor restaurante de la misma; claro no todo podía ser perfecto, la mujer no le dio la dirección exacta de la escritora y él tampoco se aventuró a pedírsela para no ser tan evidente, pero eso reducía su búsqueda considerablemente, así que no lo pensó dos veces y se hospedó en el mismo lugar donde ella tenía su piso. —Paula aparece por algún lado… ya llevo horas aquí esperándote ¿Acaso ya no sales a correr como antes? —se preguntaba en susurro, mientras pasaba las páginas de la revista con exasperación.
Deseaba verla pero al mismo tiempo sentía un gran miedo de hacerlo y que ella estuviera acompañada, sabía que el golpe para su corazón no sería fácil de asimilar y mucho menos si como sospechaba ella estaba viviendo junto a ese hombre. En cuanto vio el lujo de ese lugar fue en lo primero que pensó, sabía que Paula había cosechado una fortuna nada despreciable con su trabajo, pero no sabía si al grado de pagar por un piso en ese lugar y eso lo llevaba a pensar que quizás ella compartía éste junto a Ignacio Howard, quien según había investigado era parte de una de las familias más importantes y acaudaladas de América.
Se negó a seguir pensando en eso, él sabía que Paula no era de las mujeres que se dejaba deslumbrar por una fortuna y una posición social, bueno, a lo mejor ella no, pero su familia sí. Se encontraba en medio de esos pensamientos cuando ante sus ojos la figura de Diana Chaves desbordando energía pareció iluminar todo el espacio, si no podía ver a Paula al menos haría todo lo posible para que su hermana le diera la información que necesitaba y quizás hasta podía llevarlo a verla.
Se puso de pie y caminó tras ella hacia los ascensores, pero no la interceptó para hacerle creer que su encuentro sería algo casual, cuando la vio entrar al elevador apresuró el paso y detuvo la puerta con la mano antes que se cerrara y entró sin mirarla, mientras fingía que buscaba algo en su teléfono móvil.
—¿Pedro?
La escuchó llamarlo y elevó el rostro para verla, mostrándose sorprendido al principio, después dejó ver una sonrisa para saludarla.
—Hola Diana… ¿Cómo estás? —preguntó y se acercó para darle un beso en cada mejilla, manteniendo su actitud de sorprendido.
—Bien, muy bien… no sabía que estuvieras en Chicago —mencionó ella mirándolo fijamente, le costaba apartar la mirada de ese hombre pues era realmente apuesto.
—Me tomé un par de semanas para visitar algunas ciudades, algo así como unas vacaciones antes de comenzar las grabaciones —contestó con naturalidad y para reforzar su teoría continuó—. Estuve dos días en Nueva York, tengo pensado ir a Nueva Orleans y tal vez visite Las Vegas o San Francisco si me da tiempo antes de regresar a Los Ángeles y salir de allí junto al equipo de producción hacia Roma —mintió con una maestría asombrosa gracias a sus dotes de actor, mientras la veía marcar uno de los últimos pisos.
—¡Wow! Eso es un tour impresionante, sobre todo si planeas hacerlo en poco tiempo, espero que no pases la mayor parte del mismo en los aeropuertos entre uno y otro vuelo —señaló con una sonrisa y vio que él también marcaba un piso.
—Yo también espero lo mismo —indicó encogiéndose ligeramente de hombros al tiempo que sonreía.
—¿Y se están quedando aquí? —inquirió Diana mirándolo.
—En realidad, me estoy quedando… Lucca y Lisandro tuvieron que regresar a Italia para atender sus cosas, solo me estaban acompañando por lo de las audiciones y pasaron unos días conmigo en Nueva York, pero el resto del viaje lo haré solo —respondió sin darle mucho énfasis mientras veía avanzar los números en el tablero.
—¿No te resulta un poco aburrido de esa manera? —preguntó sintiéndose curiosa, ese hombre tenía algo misterioso que la invitaba a descubrirlo, era como si guardara muchos secretos.
—La verdad, sí. Pero no me queda de otra —contestó con una sonrisa amable y estaba a tres pisos del suyo.
—¿No tienes una novia o una amiga que te acompañe? —lo interrogó de nuevo y al ver la sonrisa ladeada que él le dedicara supo que se estaba extralimitando—. Lo siento, debes estar pensando que soy una entrometida, pero es solo curiosidad —se excusó.
La sonrisa en Pedro se hizo más amplia pues al parecer ese era un mal de familia, ella en cierto modo le recordaba a Paula, justo así era su escritora cuando la conoció, no paraba de hacer preguntas cuando tuvo la confianza suficiente. También le recordaba a su hermana Alicia, tenían la misma edad y estaba seguro que tendrían la misma chispa si esta última no hubiera cambiado tanto.
—No tengo novia, terminamos hace casi un mes —pronunció.
—Lo siento —dijo, aunque mentía pues un hombre como él, libre en el mercado era algo maravilloso.
—Está bien, era algo que no tenía solución, diferencias de horarios e ideas nos llevaron a ello, era lo mejor —habló sin darle importancia.
Las puertas del ascensor se abrieron y Pedro estaba por bajar guardando en su memoria el número del piso de Paula, estaba seguro que ese era donde vivía. Su escritora en verdad era amante de alturas para soportar vivir en una planta ochenta y siete.
—Espera Pedro —lo detuvo Diana—. Hagamos algo, como tú estás solo y yo no tengo mucho que hacer me ofrezco a ser tu guía turística en la ciudad ¿Qué te parece si empezamos por el apartamento de la famosa escritora local Paula Chaves? —preguntó mirándolo a los ojos con verdadero entusiasmo.
Pedro controló sus ganas de darle un gran abrazo en agradecimiento por lo que estaba haciendo por él aunque no lo supiera, pero la sonrisa que afloró en sus labios ante esa propuesta fue imposible de disimular. Sin embargo, hizo como si dudara un poco antes de aceptar para no ser tan
evidente con sus intenciones, al final asintió en silencio dando un paso atrás y las puertas se cerraron de nuevo.
—Espera… ¿tu hermana no tendrá problema en que me lleves allá sin decirle nada antes? — preguntó cumpliendo con el protocolo.
—No, para nada. Pau es genial y además ya a ti te conoce, serás su Franco Donatti… En L.A. estaba un poco tensa por todo lo de las audiciones y lo de la presentación a la prensa, pero verás que aquí es otra cosa, éste es su mundo perfecto… así le dice a su departamento, aunque yo lo he nombrado “la cima del cielo” porque sinceramente lo es, parece que estuvieras todo el tiempo justo allí, inalcanzable —mencionó con una sonrisa mientras las puertas del ascensor se abrían.
La última palabra provocó una mezcla de sentimientos en Pedro, inalcanzable era un adjetivo que no deseaba asociar a Paula, pues para él ella era y siempre sería suya, era así como quería concebirla, era así como deseaba que fuera de ahora en adelante. Vio el largo pasillo que se extendía ante sus ojos, una estructura de firme concreto blanco que aportaba cierto sentido de seguridad y estabilidad, pero al otro los paneles de cristal templado en un tono azulado que iban de techo a piso daban la sensación de estar caminando prácticamente en el aire, y lo peor de todo a
cientos de metros del suelo.
Cerró los ojos un instante y buscó en su interior todo el valor del cual disponía, lo reunió y dio un paso hacia adelante aferrándose a la imagen de Paula para poder atravesar ese pasillo sin que el pánico lo venciera. Su mirada se hallaba al frente y apenas escuchaba todo lo que Diana mencionaba acerca de la impresionante vista, para él más que impresionante, era aterradora. Al fin llegaron hasta las inmensas puertas de madera oscura y barras de metal niquelado, que lo separaban de la mujer que amaba, todo el aire que había contendido salió de golpe y su corazón mantuvo el ritmo acelerado, pero la emoción que lo embargada era distinta a la de segundos atrás.
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