domingo, 13 de septiembre de 2015

CAPITULO 216





Pedro había pasado una de las peores noches de su vida, solo el alcohol logró nublarle la razón y alejar de su cabeza lo que había hecho, mientras conducía hacia Florencia no dejó de reprocharse un solo instante haber dejado a Paula de esa manera, e incluso estuvo a punto de regresar a la villa para hablar con ella y pedirle perdón. No supo qué demonios le había sucedido para hablarle así, los celos lo habían cegado al grado que terminó diciéndole cosas que no debía, cosas de las cuales se arrepentiría toda su vida y que ella no merecía.


Cuando despertó en su cama se sintió desorientado y con un dolor que amenazaba con hacerle estallar la cabeza de un momento a otro, giró para mirar a través de la ventana y ya el sol se encontraba en lo alto, el ambiente dentro de la habitación se sentía húmedo provocándole una sensación de sofoco, que le hacía difícil respirar. Volteó de nuevo la cabeza hacia la puerta, cuidando de hacerlo despacio para no acrecentar el dolor, cuando la escuchó abrirse y vio entrar a su madre.


—Qué bueno que estás despierto, te traje esto para que te recuperes, necesitas levantarte de esa cama enseguida —mencionó colocando sobre una mesa la bandeja con el caldo que le preparó.


—Madre, yo… —intentó decir, pero ella lo calló.


—No perdamos el tiempo en explicaciones Pedro, ya tendrás tiempo para eso, ahora siéntate para que te tomes esto y después vayas a buscar a Paula para hablar con ella —indicó ocupando la silla que corrió para quedar junto a la cama y lo miró a los ojos.


—No tengo hambre…


Pedro Franco come —ordenó acercándole una cuchara rebosante de caldo de costilla, incluso eso tuvo que pedirle a Cristina.


—Está bien, déjeme hacerlo a mí… ya no tengo cinco años —comentó tomando en sus manos la taza para beberla.


—¿Por qué te pusiste así? —Amelia no pudo evitar interrogarlo.


—Por estúpido —mencionó desviándole la mirada a su madre, sintiéndose muy apenado por su reacción.


—Sí, eso es evidente —señaló ella y su hijo la miró sorprendido, estaba molesta con él, pero se había prometido ser comprensiva—. No es eso lo que pregunto Pedro, sino ¿qué te llevó a portante de esa manera? —inquirió mirándolo a los ojos.


Él comenzó a explicarle lo sucedido sintiendo que la vergüenza lo hundía cada vez más, se había portado como un verdadero imbécil con Paula, y en ese momento teniendo la cabeza despejada podía ver el grado de daño que le había hecho a la mujer que amaba, eso despertó en él la imperiosa
necesidad de buscarla y pedirle perdón.


Dejó la sopa por la mitad entregándosela a su madre y salió de la cama con rapidez, por suerte estaba vestido, seguro Lisandro lo había ayudado a bañarse y le había puesto el pantalón de pijama que llevaba. Se dirigió hasta el baño para darse una ducha pues aún podía sentir que su transpiración
despedía un fuerte olor a alcohol, ni siquiera supo cuánto llegó a tomar para terminar como lo hizo, sin ser consciente de nada de lo que aconteció después de la tercera botella de vino





CAPITULO 215





Paula se encontraba completamente entumecida sin poder creer que su mundo perfecto se hubiera derrumbado de esa manera, pero le costaba mucho más asumir lo que había hecho Pedro, sentía tanto dolor dentro de ella que ni siquiera la helada lluvia podía hacerla reaccionar, vio la luz de un relámpago iluminar unos instantes todo el lugar y ella alcanzó a ver el auto desplazándose a una velocidad demasiado peligrosa, su temblor se hizo más intenso.


—Paula vamos adentro —esbozó Lisandro a su lado mientras la envolvía en sus brazos para darle calor.


—No… Lisandro ve a buscarlo por favor… está lloviendo muy fuerte… y él está demasiado molesto… va muy rápido… le puede pasar algo —decía de manera entrecortada mirándolo con desesperación.


—Paula tranquila… no le pasará nada,Pedro conoce muy bien estos caminos y es muy diestro al volante, mejor vamos a dentro que te puedes enfermar —indicó rodeándole los hombros con un brazo mientras la encaminaba al interior de la casa.


—Yo no quiero que le pase nada… no quiero que le pase nada —repetía en medio de sollozos mientras negaba con la cabeza.


—Pau ven aquí —se ofreció Diana recibiéndola para abrazarla y alejar de su hermana ese frío que la hacía temblar tanto.


Paula se abrazó a su hermana mientras seguía sollozando, sintiendo el corazón hecho un puño y tanta debilidad que apenas podía mantenerse en pie, quería sacar de su cabeza la imagen de Pedro dejándola allí botada, quería olvidar lo que ella había hecho en el estudio, necesitaba dejar de pensar y de sentir.


—Vamos a llevarla a la habitación de Alicia, necesita quitarse esa ropa mojada —indicó Amelia tratando de solucionar la situación.


—Por favor… vayan a buscar a Pedro… —pidió Paula con voz trémula mientras miraba a sus suegros.


—Yo me encargaré de ello hija… ahora ve a cambiarte, que estar así puede hacerte daño — mencionó Fernando en tono amable.


—Ven Pau, no te preocupes, él estará bien —acotó Alicia guiando a Diana y a Jaqueline hasta la habitación que ocupaba.


En cuanto entraron a la misma la hermana de Pedro corrió para poner a llenar la tina con agua caliente, Paula necesitaba recuperar su temperatura corporal, estaba temblando demasiado.


No entendía por qué Pedro se había mostrado de esa manera, fue como si se convirtiera en otro.


Regresó hasta la habitación para decirles que ya la bañera estaba lista y podían pasar a Paula.


Después de una hora habían logrado calmarla, Amelia le llevó un té y prácticamente la obligó a tomarlo, esperaron que se tranquilizara un poco para preguntarle lo que había sucedido, pero sus palabras se enredaban, solo alcanzaba a decir que habían tenido una discusión, que él le dijo cosas
que le dolieron mucho y en reacción a ello le había dado una bofetada, pero que nunca quiso lastimarlo, que lo amaba.


Al final la angustia, el dolor y el té, terminaron por sumirla en un sueño algo intranquilo, Diana y Amelia fueron quienes se ofrecieron a velar que no empeorara, podían casi asegurar que terminaría enfermándose por haber estado durante tanto tiempo bajo la lluvia.


Lisandro y Fernando se habían encargado de ir tras Pedro, él había dejado su móvil en la casa, así que no había manera de localizarlo, aunque estaban seguros que de tenerlo, tampoco contestaría sus llamadas. Al final lo encontraron en un bar de Florencia, vieron el auto estacionado afuera del mismo y no les llevó mucho concluir lo que estaba haciendo allí, estaba completamente borracho y apoyado en una mesa en el rincón más lejano del lugar.


Lisandro nunca lo había visto así y no pudo evitar sentir lástima por su hermano, se armó de paciencia y logró sacarlo del lugar casi arrastras, pero le dejó a su padre la tarea de llevarlo de regreso, lo acomodaron en el asiento trasero del auto de su padre, aprovechando que se había quedado dormido, mientras a Lisandro le tocó llevar el Maserati.


Paula despertó del liviano sueño donde se encontraba al escuchar los motores de los autos que regresaban a la villa, se levantó cuidando de no despertar a Diana que se había quedado dormida a su lado y se acercó hasta la ventana, pudo ver a Amelia que salía en bata a recibirlos, el alivio la llenó de golpe cuando vio el Maserati entrar a la propiedad, pero al ver que quien bajaba del mismo era Lisandro la angustia la invadió de nuevo.


—¿Dónde estás Pedro? —preguntó en un susurro.


Obtuvo la respuesta de inmediato cuando vio a Fernando y Lisandro sacándolo de la parte de atrás de la Giulietta Alfa Romeo, que pertenecía a su suegro, se asustó pensando que le había sucedido algo por la manera en la cual prácticamente lo cargaban, pero de inmediato comprendió que lo que en realidad estaba era borracho. Una sensación de malestar se instaló en ella porque había pasado una noche horrible preocupada por él, mientras el señor se iba a un maldito bar a ahogar sus penas, como si a ella no le hubiera afectado también lo sucedido entre los dos.


Se alejó de la ventana cayendo en cuenta por primera vez que estaba vestida con un suave pijama verde agua, había estado tan mal la noche anterior que ni siquiera notó cuando la cambiaron de ropa, solo por estar angustiada pensando en él. Se digirió hasta el baño encontrándose con su conjunto de equitación completamente arruinado, lleno de barro y todavía húmedo, la imagen le dolió mucho porque en verdad se había emocionado ante el gesto de su suegra… bueno, decía suegra aunque ya no sabía si lo seguía siendo, salió de la habitación para despertar a Diana.


—Di, levántate… tenemos que regresar a la casa —susurró para no despertarla de manera abrupta.


—Pau… ¿Qué haces levantada? ¿Cómo te sientes? —reaccionó de inmediato incorporándose en la cama mientras la miraba.


—Estoy bien no te preocupes, debemos regresar a nuestra casa… tenemos que prepararnos para volver —contestó.


—¿Y Pedro ya regresó? —inquirió bostezando, mientras se restregaba los ojos para despertarse, solo había dormido un par de horas.


—Sí, lo acaban de traer su padre y Lisandro… está borracho —respondió mientras buscaba en el armario unas pantuflas, las tomaría prestadas y después las devolvería.


—Imagino que no se habrá ido de fiesta —indicó viendo la tensión en su hermana, caminó hasta ella y la abrazó—. Pau no debes angustiarte tanto, yo sé que lo que más te provoca en este momento es ir y reclamarle lo que hizo ayer, la manera en cómo se fue dejándote allí, eso es algo espantoso y estás en todo tu derecho de reprochárselo, pero antes de hacerlo analiza todo con cabeza fría —dijo mirándola a los ojos.


—Es inútil que intente decirle algo en este momento, no puede ni con él mismo, su padre y Lisandro tuvieron que traerlo prácticamente cargado… y yo tampoco deseo hacerlo, al menos no ahora —señaló sin intenciones de esconder la molestia que sentía.


—Lo mejor es esperar a que las aguas se calmen, ya después hablarán. ¿En serio estás bien? Estuviste mucho tiempo bajo la lluvia anoche —dijo con preocupación mientras le tocaba la frente.


—Me duele un poco la cabeza, pero no es nada del otro mundo, mejor regresemos que seguro Jackie debe estar preocupada y ya hemos causado muchas molestias aquí —respondió encaminándose a la puerta.


Paula se encontró con Alicia que salía de la habitación que ocupaban sus padres y le pidió a ella que les agradeciera, así como que la disculparan por todas las molestias causadas. Pudo ver que ella se mostraba apenada por la actitud de Pedro, pero le hizo saber que todo estaba bien y abandonó la casa en compañía de Diana.


La rabia que sentía la mantenía controlada, dándole las fuerzas para no derrumbarse y ponerse a llorar delante de su hermana, podía sentir la insistente mirada de Diana sobre ella pensando quizás que de un momento a otro se derrumbaría y empezaría a llorar, pero había pasado mucho tiempo sufriendo en silencio para no haber aprendido a manejar situaciones como esas. A la primera persona que vio cuando entró a la casa fue a Ignacio de pie en el salón, su rostro se encontraba demacrado y mostraba las huellas del trasnocho, al parecer él tampoco había dormido.


—¿Cómo estás? —preguntó Ignacio acercándose a Paula.


—Hola, bien… —contestó un poco desconcertada por esa pregunta tan directa, pero al ver sus ojos supo que estaba al tanto de lo ocurrido.


Cerró los ojos un instante sintiéndose demasiado avergonzada para mirarlo a la cara, seguramente él y todos los demás habían presenciado cómo Pedro la dejó tirada en medio de la lluvia, sin importarle que le estuviera implorando que se quedara, apretó con fuerza los párpados para no dejar escapar las lágrimas y los labios para retener un sollozo, cuando el peso de sentirse tan humillada la aplastó.


Ignacio pudo ver claramente el dolor en Paula y le fue imposible quedarse allí sin hacer nada, se acercó a ella para abrazarla, intentar reconfortarla de algún modo. La sintió temblar en cuanto sus brazos la envolvieron y la apretó con más fuerza para evitar que se derrumbase, mientras le dejaba caer besos cargados de ternura en la coronilla.


—No llores… no llores princesa —susurró y le tomó el rostro entre las manos para mirarla a los ojos, al tiempo que deslizaba sus pulgares por las mejillas de Paula para retirar las gruesas lágrimas


Ya no la amaba, tenía la certeza de eso, pero por Dios que le dolía demasiado verla así, sobre todo por saber que de un modo u otro él había sido el responsable de la discusión que tuvo con el actor.


Paula cerró los ojos de nuevo, no quería que Ignacio la viera de esa manera, completamente derrotada y perdida. Se había mostrado tan feliz el día anterior, hablándole de lo bien que le hacía estar junto a Pedro y asegurándole que él la hacía feliz, diciéndole todo eso para que no se sintiese cohibido de darse una oportunidad con Juliana, casi le aseveraba que así como ella era feliz él también lo sería; seguramente estaría pensando que le había mentido, que Pedro era un patán y que ella solo estaba con él porque se había vuelto una mujer estúpida, dependiente, cegada solo por su porte sensual, deslumbrada por la gran estrella en la cual se había convertido.


Y quizás eso era lo que en verdad le ocurría, a lo mejor solo estaba hechizada por un Pedro que no existía, sollozó de nuevo con tan solo imaginar que algo así pudiera ser real y movió su cabeza negándose a creerlo, él la amaba, se lo había dicho, se lo había demostrado, él la amaba y no quiso herirla, no quiso… pero lo hizo ¡Lo hizo! Hundió el rostro en el pecho de Ignacio y no pudo evitar abrazarse a él, sintió que si no lo hacía caería en ese abismo que se abría bajo sus pies










CAPITULO 214





Pedro sintió que esa bofetada no le azotó el rostro sino el alma, la ira se desató dentro de él cegándolo, se obligó a retener las lágrimas que inundaron sus ojos alejándose de Paula sin decirle una sola palabra, caminó para abandonar el lugar saliendo directo al salón. Sintió de inmediato cómo todas las miradas se clavaron en su figura pero las ignoró, siguió de largo hasta el perchero y tomó las llaves de su auto.


Su familia se encontraba reunida allí junto a Diana, Marcello, Jaqueline y Kimberly, que admiraba el blog de los proyectos de arquitectura, que presentaría Alicia a finales de semestre, ellos se habían instalado en la casa de los conserjes con el permiso de los mismos y tenían la libertad para hacer lo que quisieran allí, reían entretenidos en sus cosas cuando lo vieron salir y poco después a la escritora.


Pedro espera… —Paula salió tras él, tampoco le prestó atención a las miradas de los presentes, solo caminaba en su dirección.


Él ni siquiera se preocupó por volverse a mirarla, abrió la puerta y luego salió del lugar lanzando la hoja de madera con tanta fuerza que los cristales de las ventanas temblaron, le importaba un carajo si se quebraban. Caminó en medio de la lluvia sintiendo apenas el impacto de las gotas gélidas sobre su cuerpo, con largas zancadas llegó hasta el Maserati, antes de abrir la puerta vio el reflejo de Paula que corría hacia él mientras lo llamaba.


Pedro por favor… espera… yo no quise lastimarte —decía temblando a causa del frío que comenzaba a entumecer su cuerpo, e intentó acariciarle la mejilla enrojecida — ¿Por qué me dijiste todas esas cosas? —preguntó mirándolo a los ojos y sus lágrimas se confundían con las gotas de lluvia que mojaban su rostro.


Él echó la cara hacia atrás y abrió la puerta del auto sin decirle nada, estaba por entrar cuando Paula lo tomó del brazo deteniéndolo, se volvió a mirarla y aunque le dolía verla así sabía que no podía quedarse en ese lugar, tenía demasiada rabia dentro de sí, una que nunca antes había sentido y era porque el daño venía de parte de la mujer que amaba.


—Por favor… —le rogó aferrándose a su brazo.


—Aléjate de mí Paula… —pronunció con los dientes apretados y aunque no deseaba asustarla, su tono de voz fue amenazador.


Paula sintió que quien había recibido una bofetada en ese instante había sido ella, deslizó sus dedos del brazo de Pedro y dejó caer la mano mientras lloraba, se abrazó a sí misma para no quebrarse mientras veía como él se metía al auto y cerraba la puerta sin importarle que ella estuviera
a la intemperie, sintió que su corazón se rompía en dos.


Pedro hizo rodar con fuerza los neumáticos del auto que la lluvia había atascado, mirando hacia atrás para salir, aunque no veía nada por el torrencial aguacero, pero tampoco podía mantener la mirada fija en Paula porque entonces no saldría de allí y necesitaba hacerlo.


Las luces la alumbraban y pudo verla llorando, mientras intentaba controlar el temblor de su cuerpo envolviéndose en sus brazos. Giró el volante con fuerza innecesaria esforzando el motor del auto y en cuestión de segundos tomaba el camino para salir de la propiedad dejando a Paula detrás, sintiéndose el peor de los miserables por ello, pero sabía que de quedarse quizás arruinaría más las cosas, si no lo estaban ya.


La familia de Pedro y las demás chicas se encontraban debajo del pórtico sin poder entender lo que estaba ocurriendo, sospechaban que todo tenía que ver con la visita de Ignacio. Sin embargo, jamás imaginaron que llegaría hasta ese punto, mucho menos después de ver que Paula regresaba a la casa y que se mostrara libre de tensión.


—¿Qué demonios le pasó a Pedro? —preguntó Diana sintiéndose furiosa con su cuñado y estaba por salir a rescatar a Paula de esa tormenta que podía hacerle daño.


—Lisandro ve a buscarla… se puede enfermar si continúa allí —le pidió Amelia a su hijo, mientras sentía el pecho oprimido y sus ojos colmados de lágrimas que estaba a punto de derramarse.


—Esta vez se ganó su buena reprimenda… ve por ella hijo —señaló también Fernando que no podía recocer a Pedro.


Lisandro ni siquiera opinó porque no tenía palabras para justificar lo que acababa de hacer su hermano, sin importar lo que hubiera hecho Paula, ella era una dama y no podía irse dejándola en medio de ese diluvio, mucho menos cuando decía amarla tanto. Caminó enfrentándose a las pesadas gotas que lo hicieron estremecerse íntegro en cuanto se estrellaron en su cuerpo y se acercó con rapidez a Paula, la pobre terminaría mínimo con un buen resfriado.