domingo, 13 de septiembre de 2015
CAPITULO 214
Pedro sintió que esa bofetada no le azotó el rostro sino el alma, la ira se desató dentro de él cegándolo, se obligó a retener las lágrimas que inundaron sus ojos alejándose de Paula sin decirle una sola palabra, caminó para abandonar el lugar saliendo directo al salón. Sintió de inmediato cómo todas las miradas se clavaron en su figura pero las ignoró, siguió de largo hasta el perchero y tomó las llaves de su auto.
Su familia se encontraba reunida allí junto a Diana, Marcello, Jaqueline y Kimberly, que admiraba el blog de los proyectos de arquitectura, que presentaría Alicia a finales de semestre, ellos se habían instalado en la casa de los conserjes con el permiso de los mismos y tenían la libertad para hacer lo que quisieran allí, reían entretenidos en sus cosas cuando lo vieron salir y poco después a la escritora.
—Pedro espera… —Paula salió tras él, tampoco le prestó atención a las miradas de los presentes, solo caminaba en su dirección.
Él ni siquiera se preocupó por volverse a mirarla, abrió la puerta y luego salió del lugar lanzando la hoja de madera con tanta fuerza que los cristales de las ventanas temblaron, le importaba un carajo si se quebraban. Caminó en medio de la lluvia sintiendo apenas el impacto de las gotas gélidas sobre su cuerpo, con largas zancadas llegó hasta el Maserati, antes de abrir la puerta vio el reflejo de Paula que corría hacia él mientras lo llamaba.
—Pedro por favor… espera… yo no quise lastimarte —decía temblando a causa del frío que comenzaba a entumecer su cuerpo, e intentó acariciarle la mejilla enrojecida — ¿Por qué me dijiste todas esas cosas? —preguntó mirándolo a los ojos y sus lágrimas se confundían con las gotas de lluvia que mojaban su rostro.
Él echó la cara hacia atrás y abrió la puerta del auto sin decirle nada, estaba por entrar cuando Paula lo tomó del brazo deteniéndolo, se volvió a mirarla y aunque le dolía verla así sabía que no podía quedarse en ese lugar, tenía demasiada rabia dentro de sí, una que nunca antes había sentido y era porque el daño venía de parte de la mujer que amaba.
—Por favor… —le rogó aferrándose a su brazo.
—Aléjate de mí Paula… —pronunció con los dientes apretados y aunque no deseaba asustarla, su tono de voz fue amenazador.
Paula sintió que quien había recibido una bofetada en ese instante había sido ella, deslizó sus dedos del brazo de Pedro y dejó caer la mano mientras lloraba, se abrazó a sí misma para no quebrarse mientras veía como él se metía al auto y cerraba la puerta sin importarle que ella estuviera
a la intemperie, sintió que su corazón se rompía en dos.
Pedro hizo rodar con fuerza los neumáticos del auto que la lluvia había atascado, mirando hacia atrás para salir, aunque no veía nada por el torrencial aguacero, pero tampoco podía mantener la mirada fija en Paula porque entonces no saldría de allí y necesitaba hacerlo.
Las luces la alumbraban y pudo verla llorando, mientras intentaba controlar el temblor de su cuerpo envolviéndose en sus brazos. Giró el volante con fuerza innecesaria esforzando el motor del auto y en cuestión de segundos tomaba el camino para salir de la propiedad dejando a Paula detrás, sintiéndose el peor de los miserables por ello, pero sabía que de quedarse quizás arruinaría más las cosas, si no lo estaban ya.
La familia de Pedro y las demás chicas se encontraban debajo del pórtico sin poder entender lo que estaba ocurriendo, sospechaban que todo tenía que ver con la visita de Ignacio. Sin embargo, jamás imaginaron que llegaría hasta ese punto, mucho menos después de ver que Paula regresaba a la casa y que se mostrara libre de tensión.
—¿Qué demonios le pasó a Pedro? —preguntó Diana sintiéndose furiosa con su cuñado y estaba por salir a rescatar a Paula de esa tormenta que podía hacerle daño.
—Lisandro ve a buscarla… se puede enfermar si continúa allí —le pidió Amelia a su hijo, mientras sentía el pecho oprimido y sus ojos colmados de lágrimas que estaba a punto de derramarse.
—Esta vez se ganó su buena reprimenda… ve por ella hijo —señaló también Fernando que no podía recocer a Pedro.
Lisandro ni siquiera opinó porque no tenía palabras para justificar lo que acababa de hacer su hermano, sin importar lo que hubiera hecho Paula, ella era una dama y no podía irse dejándola en medio de ese diluvio, mucho menos cuando decía amarla tanto. Caminó enfrentándose a las pesadas gotas que lo hicieron estremecerse íntegro en cuanto se estrellaron en su cuerpo y se acercó con rapidez a Paula, la pobre terminaría mínimo con un buen resfriado.
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