Roma, Italia - Enero 2013
Sus ojos estaban empañados por las lágrimas y su nariz enrojecida por todas las veces que la había estrujado con el delicado pañuelo de seda en su mano, respiró profundamente para calmarse y así lograr leer cada palabra con claridad y que las letras no se le confundieran. Aunque había vivido muchas emociones a lo largo de la obra, al llegar a ese punto no pudo evitar que las mismas la desbordasen, su corazón latía pesadamente y si bien lo intentó no logró dejar de llorar, sentía tanto dolor dentro del pecho.
—¡Mujer! ¿Por qué estás llorando de esa manera? —preguntó su esposo alarmado al ver el estado en el cual se encontraba.
—Es que… es tan triste Fernando… —respondió y rompió a llorar de nuevo llevándose el libro al pecho.
—¿Qué es triste? —la interrogó de nuevo acostándose a su lado en la gran cama que habían compartido como marido y mujer, durante treinta y cinco años.
—La historia, es muy hermosa pero… no puedo entenderlo, cómo dejaron que algo así sucediese, de verdad fueron un par de tontos… si no fuese por la hora saldría de esta cama e iría directo a darle un par de nalgadas a ese muchachito a ver si reacciona de una vez por todas — expresó sin ser consciente de sus palabras, ni de la ignorancia de su marido con respecto al tema del cual hablaba.
—Amelia no entiendo absolutamente nada de lo que me hablas, eres consciente que esto que tienes en las manos es un libro y la historia en él es ficticia ¿verdad? —inquirió mirándola.
Ella se sintió un poco apenada y asintió en silencio, esquivando la mirada de su esposo y respiró profundamente para calmarse. Si supiera que la historia allí plasmada era bastante real y que además estaba tan cercana a ellos, para ser más precisa, era la historia de su querido Pepe, ésa de la cual nada más ella tenía conocimiento.
—No pude evitar emocionarme, siento haberte alarmado —se excusó regalándole una sonrisa tímida.
—No tienes que disculparte, tampoco me provocaste un ataque al corazón —mencionó con una sonrisa mientras le rodeaba los hombros con el brazo y la pegaba a su cuerpo— ¿Es la misma autora que has estado leyendo todas estas noches? —inquirió observando la portada del libro en manos de su mujer.
Había notado que ella llevaba casi dos meses leyendo varios libros de la misma autora norteamericana; incluso él se había animado a tomar dos prestados y leerlos en sus ratos libres en la oficina, le gustaba el estilo de la chica, pero no comprendía que pudo haber encontrado Amelia en ése para llorar de esa manera.
—Sí, es la misma. La verdad es que éste era el primero que deseaba leer, él que despertaba mayor interés en mí, pero ya sabes que no puedo luchar contra esta tonta manía de irme siempre a las primeras obras para ver la evolución del escritor a través de los años… Rendición es el último, lo sacó a principios del año pasado y es sencillamente hermoso, totalmente alejado de los primeros… —decía cuando su marido la interrumpió.
—¿No es de misterio? —preguntó un poco extrañado.
—No, es de romance… uno muy hermoso y no te diré más porque vas a leerlo también —indicó con la mirada brillante.
—Amelia, pero sabes que a mí no me gustan ese tipo de novelas… me he animado con los otros dos porque son como un rompecabezas y me mantiene atento a cada detalle. Como abogado esos libros me atraen y la manera como la chica los expone, pues logran que desee resolver el misterio y hasta puedo apostar que dentro de su familia alguien estudio Derecho o está muy relacionado con este mundo —mencionó tomando el que tenía junto a su mesa de noche.
—Ronda Mortal es muy bueno, aún recuerdo que tu hijo no deseaba que lo leyera porque según él era muy erótico —expuso divertida al ver la sorpresa en el rostro de su marido.
—¿Pedro o Lisandro? —inquirió un poco desconcertado.
Era verdad que el libro estaba plagado de escenas sexuales bastante explícitas y crudas, pero él sentía que cada una llevaba coherencia con la historia, el arma más letal de la protagonista femenina era su cuerpo y el personaje masculino asumía que la suya también lo era, la autora había planteado una lucha de poderes basándose en el sexo. Pero eso no era lo único que poseía la historia, detrás de eso había una trama muy interesante y bien estructurada.
—¡Pedro! ¿Lo puedes creer? Tan liberal que fue siempre, con tanta confianza que le hemos dado y mira que nos hemos hecho de la vista gorda con el estilo de vida que muchas veces ha llevado… intentando darme sermones a mí, ese hijo tuyo es todo un caso —esbozó divertida mirando a su esposo a los ojos.
—Pues eso viene de tu familia, recuerdo que tu padre apenas si nos dejaba estar solos cinco minutos, cuando no estaba presente él enviaba a una de las muchachas del servicio a que fuera chaperona, eso en nuestra época era absurdo —esbozó frunciendo el ceño.
—Yo le dije lo mismo, que me recordaba a mi padre… pero bueno igual terminé recuperando mi libro y concuerdo contigo, que tiene una trama excelente. Me encantó como se descubrió todo al final, no te diré nada más para no quitarle la emoción, pero éste también deberás leerlo y después
hablaremos sobre la historia y sus personajes, te aseguro que también terminarás llevándote una gran sorpresa —dijo con una sonrisa enigmática.
—Bueno, lo haré para complacerte, sólo espero no terminar hecho un mar de lágrimas como estabas hace momentos —esbozó sonriendo y con la mirada brillando llena de diversión.
Ella lo miró con reproche y le sacó la lengua como si fuese una niña y no la mujer de cincuenta y cinco años que era, su esposo dejó libre una carcajada que recibió como respuesta un golpe en su pierna derecha, apenas si se quejó. Tomó a Amelia por los brazos y la hizo que se sentara sobre él, la mujer luchaba pero él sabía cómo domarla, no en vano tenían tantos años felizmente casados, acunó la cara entre sus manos y dejó caer una lluvia de besos sobre el rostro de su mujer, dedicándole especial interés a sus hermosos ojos grises, para después tomar sus labios con suavidad, logrando con eso que su mujer olvidara su comentario y se rindiera a él.
*****
Los rayos del sol bañaban la terraza en toda su extensión, el cielo estaba complemente despejado, sus nubes eran de un blanco inmaculado, pronosticando un día con excelente clima, el invierno había abandonado la ciudad muy rápido, estaban a mediados de mes y ya todo a su alrededor había cobrado vida una vez más; la suave brisa que recorría a momentos el lugar movía las pequeñas flores blancas y rojo burdeos de las baladres, que resaltaban en el gran verde de la enredadera que cubría una de las paredes.
Pedro se encontraba tendido sobre el diván blanco marfil al otro extremo del lugar, justo al lado de la puerta de madera y cristal que llevaba al interior de su departamento, había enviado a crear ese ambiente intentando emular la terraza de la casa que ocupó en Toscana, se decía muchas veces que debía cambiarla, remodelar todo. Pero no terminaba de reunir el valor para hacerlo, no sólo por los recuerdos que le traía, sino porque realmente le gustaba.
La sombra de otras enredaderas junto a una especie de techo de varias vigas de madera creaban un entretejido que evitaba que los abrasadores rayos del sol le diesen de lleno en el rostro, apenas delgados rayos se colaban entre las raíces y creaban un hermoso espectáculo de luz sobre su figura; se encontraba ausente de todo a su alrededor mientras leía una antología de poesía mundial, había algunos que ni siquiera había leído o escuchado a su madre, quien era una amante de ese género, aunque justo en ese instante leía a uno de sus favoritos.
“Como para acercarla, mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz busca el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y tan largo el olvido…”
A cada palabra que leía sentía como si le estuviesen restregando sal a una vieja herida, una que se negaba a cerrar y que estaba sangrando a borbotones; sus ojos se llenaron de lágrimas respiró profundamente y apretó la mandíbula con fuerza para darles la pelea, se había prometido que no volvería a llorar por ella y lo cumpliría, ya estaba bien de andar por allí dando lástima. Después de aquella entrevista muchas personas se acercaron a él llevadas por la curiosidad de descubrir quien logró una hazaña tal como romperle el corazón. Muchas mujeres lo miraban con diversión y otras se ofrecían a consolarlo, había hecho el ridículo justo como le había dicho Romina, mostrándole a todo el mundo aquello que tanto se había empeñado en ocultar, una guerra de años, perdida en la batalla de una noche.
Mientras ella seguía con su vida al otro lado del océano, cosechando éxitos, despertando la admiración y el amor de otros, ella subía como la espuma, imparable, hermosa…
¡Dios, estaba tan hermosa en esa entrevista!
Recordó cuando la vio la semana pasada en la sección de arte y espectáculos del noticiero. Al menos esperaba que ese libro fuese un recordatorio de su existencia, para bien o para mal, no importa. Pero quería que ella lo tuviera presente, así como él la tenía a ella, como un molesto fantasma que se empeñaba en aferrarse a su vida. Miró de nuevo el libro entre sus manos y lo cerró lleno de frustración, lo puso a un lado ¡Maldito poema! ¿Por qué tenías que ser tan acertado Neruda?
Seguramente pasaste por lo mismo y tuviste la fortuna o desdicha de plasmarlo con asombrosa exactitud, ojalá y te hayas sentido como me siento yo en este preciso momento… un estúpido miserable y además masoquista.
El sonido del timbre retumbó en el interior del apartamento y se extendió hacia la terraza, Pedro dejó libre un suspiro pesado, se frotó la cara con ambas manos para liberarse de esa sensación de pérdida que lo embargaba, se colocó de pie con lentitud mientras escuchaba que el timbre sonaba una vez más y se dirigió hasta ésta.
—Buenos días, madre que sorpresa verla aquí —mencionó el chico desconcertado mirándola y la invitó a pasar
—Mi pequeño ¿Cómo estás? —lo saludó llevando una mano hasta la mejilla de su hijo la acarició y luego caminó con él hacia la terraza.
—Bien madre, como siempre, pero… ¿Sucede algo? La noto distinta, triste… ¿Acaso le ocurrió algo a mi padre, a Lisandro o a Alicia? — preguntó sintiéndose angustiado de repente.
—No, no mi vida, todos ellos están bien… pero no sé si tú lo estés, Pepe yo sé que no te gusta hablar de esto. Sin embargo yo quisiera…— intentó pero el joven no la dejó continuar.
—Madre, por favor si viene con lo mismo… —dejó libre un suspiro y cerró los ojos un instante.
Después los abrió fijándolos en ella, el azul se notaba más oscuro que de costumbre y Amelia sabía perfectamente lo que eso significaba, ella no quería incomodarlo, sólo quería ayudarlo, que confiara, que se desahogara, después de todo era su madre.
—Por favor, yo sé cuán difícil es para ti, pero te aseguro que…—habló una vez más, pero no pudo continuar.
—No madre, no lo sabes… ¡Maldita sea, nadie lo sabe! —susurró frustrado y furioso con todo eso, liberó otro suspiro—. Perdone por favor, no debo hablar así delante de usted, es sólo que ya estoy cansado, no puedo entenderlo… no puedo entender cómo es que algo que pasó hace tantos años aún siga afectándome de esta manera, cómo pude exponerme así delante de todo el mundo y volverme el hazmerreír de toda Roma…— decía cuando ella lo detuvo tomando el rostro de su hijo entre las manos.
—¡No! Pedro Alfonso te prohíbo que hables así ¿me has
escuchado? Te lo prohíbo, tú no eres el payaso de nadie, por el contrario eres un joven maravilloso, lleno de talento, hermoso, fuerte, inteligente, encantador… —enumeraba con la voz cargada de emoción mientras se ahogaba en esos hermosos ojos azules que su hijo poseía, esos que justo en ese instante tenían el color del zafiro.
—Usted piensa eso porque es mi madre, pero debe admitir que he hecho el ridículo al hablar de aquello, que me mostré tan patético, le he dado ciento de veces vueltas en mi cabeza. ¿Por qué lo hice? ¿Para qué lo hice? Dígame… ¿Qué ganaba yo con hablar de eso en estos momentos? —se reprochaba alejándose del toque de su madre, no quería ver la misma lástima que muchos le dedicaban en la mirada de la mujer que le había dado el ser, no en la de ella.
—Quizás necesitabas hacerlo, era el momento de liberarte Pepe, tu corazón ya no podía con más silencio, si te consuela de algún modo yo creo que… que ella también lo hizo, este libro es muestra de ello —dijo sacando de su bolso la novela.
—Bueno me alegra que además de eso también le esté dejando buenos dividendos, es todo un éxito y a decir verdad ella lo merece, yo sólo quiero que me deje en paz de una vez por todas, que esto que llevo dentro del pecho termine… que todo termine, y dejar de sentirme tan estúpido. ¿A cuántos hombres conoce que una mujer los haya marcado de esta manera?
Dígamelo por favor porque yo no he visto a uno solo… bueno sólo el pobre de Neruda que al parecer le sucedió lo mismo, a veces me pregunto si esto ha sido un castigo por haber sido tan arrogante tiempo atrás, si es algún tipo de condena ¡Demonios! Ya no sé ni lo que digo —exclamó frustrado.
—No es un castigo Pepe, por el contrario es un regalo, te preguntas cuántos hombres he conocido que hayan pasado por esto… para serte sincera, muy pocos, pero esos pocos han sido hombres maravillosos, llenos de virtudes —se detuvo al ver que él negaba con la cabeza—. No lo digo porque seas mi hijo, es la verdad mi vida y no soy la única que piensa de esa manera… ella también lo hace, ella cree que eres extraordinario y ha logrado que muchas mujeres lo vean de esa manera, éste personaje no tiene nada de ficticio, tú estás en cada detalle, incluso cuándo te portas como un imbécil, allí están los defectos que tenías, los pocos que aún conservas, pero también está lo mejor de ti, tu entrega absoluta, la intensidad de tus sentimientos, todo está allí Pepe.
Él escuchaba atentamente cada palabra de su madre, también lo había notado, incluso había sonreído tantas veces al ver que ella plasmara todos esos detalles que tantas veces la exasperaron, esa era su historia, eran ellos… pero ya no eran los mismos, el tiempo se había encargado de borrarlo todo, menos ese amor que seguía sintiendo, que él guardaba dentro del pecho.
Amelia sabía que su hijo la escuchaba, había llegado hasta ese lugar con una misión y ésa era ayudar a Pedro a desahogarse, comprendía que las cosas no habían sido fáciles para él, la prensa lo atosigó durante semanas para que dijera más sobre ese amor del pasado, querían hacer de su vida personal la comidilla de Roma y eso lo había lastimado.
Ella lo sabía, por eso quería ayudarlo, pero no podía solo llevarlo a su consultorio y escucharlo como a sus demás pacientes, Pepe era su hijo y ella no podía ser una psicóloga con él, quería ser su madre y que confiara en ella como tiempo atrás lo hizo.
—Ella no omitió nada porque deseaba que te conocieran tal y como eres, lo malo, lo bueno… con todo y eso has logrado enamorar a tantas mujeres, tantas desearían estar junto a ti, ser las afortunadas poseedoras de ese amor que llevas dentro del pecho, ese mismo del cual ahora te avergüenzas — dijo mirándolo con amor, no con lástima como seguramente él pensaba que lo hacía.
—Muchas mujeres, pero no ella, esa novela es ficción, en el mundo real cuando uno se enamora de esta manera se convierte en un ser débil, dependiente, un títeres y yo no he nacido para ello, así que deseo que esto termine y le aseguro que voy a encontrar la manera, aunque se me vaya media vida en ello lo conseguiré —sentenció mirándola a los ojos.
—Yo amo a tu padre y él me ama a mí, hemos sido felices por treinta y siete años, el amor no ha destruido nuestras vidas, por el contrario les ha dado un sentido que nada más le habría dado, somos fuertes, invencibles cuándo estamos juntos… poderosos, el amor te hace sentir único, especial y con la convicción para superar lo que sea, eso les hizo falta a ambos, la culpas a ella. ¿Pero qué hay de ti? ¿Qué hiciste tú para evitar que ella se marchara? ¿Qué hiciste Pedro? —le preguntó y su voz mostraba claramente el reproche que le hacía, al ver que él seguía en silencio dejó libre un suspiro—. Ésa es la respuesta, sólo te quedaste callado, parado bajo esa puerta, inmóvil, ella te había dado tanto y cuando te pidió sólo un poco, tú hiciste como si nada hubiera existido, te cerraste por esa maldita manía de hacerte el fuerte, por no depender de nadie… ella se fue es verdad, te dejó. ¿Qué esperabas Pedro? Ponte en su lugar un instante y piensa en lo que ella debió sentir.
—Ella tampoco me dio seguridad, lo de nosotros era sólo… no sé cómo llegamos a eso, yo quería que funcionara, estábamos bien, pero cuándo lo hablamos todo cambió, ella me dijo que se iba y quiso cambiarlo todo, quería que continuáramos pero a su manera… y yo no supe manejarlo, comencé a ver amenazas donde no las había, sé que fallé pero no puede culparme de todo —se detuvo incapaz de controlar el torbellino que llevaba en el pecho.
—No lo hago, mi pequeño no lo estoy haciendo, sólo quiero que veas dónde te equivocaste y logres al fin superarlo si es lo que deseas, créeme si la tuviera a ella en frente le reclamaría con la misma fuerza sus acciones, no puedo entender cómo se dejaron separar por el silencio de esa manera, se llevaban tan bien en otros aspectos, eran tan amigos y de pronto fue como si se volviesen dos extraños y dejaron que las dudas los consumieran, debieron ser sinceros, allí fallaron desastrosamente y creo que ella lo sabe, por eso cambió el final de su historia para el libro, sabe que de haberlo hecho tal cual sucedió la decepción de los lectores hubiera sido inmensa porque permitieron que un amor tan hermoso como el que tenían, se fuera por un barranco por el simple hecho de no poder domar a sus orgullos. — mencionó con la voz ronca y lágrimas a punto de derramarse mientras acariciaba el hermoso cabello castaño de su hijo.
—Ella logró superarlo, lo sé… el hecho que haya publicado ese libro es muestra de ello, además que se le ve tan feliz, tan tranquila y yo sigo atado a su recuerdo, lo he intentado por tres años, y no he conseguido liberarme y ahora viene ella de nuevo con todo su éxito, con su belleza, sus miradas, sus sonrisas… viene a removerlo todo, demostrándome que fue real, que no fue sólo un sueño que tuve. La hubiera olvidado madre, estoy seguro, lo hubiera logrado —esbozó y las lágrimas ya descendían por sus mejillas pesadas y cálidas.
—Puede ser, aunque yo tengo la ligera impresión que ella es una de esas personas que no consigues olvidar, has tenido tantas novias Pedro y estoy segura que no recuerdas el nombre de por lo menos diez, pero de ella recuerdas cada detalle y eso es por todo lo que ella te dio, por lo que significa para ti… porque la amas —le dijo mirándolo a los ojos.
Él rompió a llorar y ella lo recibió como ese niño de cinco años que fue una vez, cuando se cayó por las escaleras o cuándo tenía doce años y su primer perro murió de viejo.
Pedro era tan especial y ella lo adoraba, también amaba a sus otros hijos, solo que Pepe era su talón de Aquiles y
quizás era porque desde su vientre fue un luchador.