lunes, 13 de julio de 2015

CAPITULO 12




Roma, Italia - Enero 2013


Sus ojos estaban empañados por las lágrimas y su nariz enrojecida por todas las veces que la había estrujado con el delicado pañuelo de seda en su mano, respiró profundamente para calmarse y así lograr leer cada palabra con claridad y que las letras no se le confundieran. Aunque había vivido muchas emociones a lo largo de la obra, al llegar a ese punto no pudo evitar que las mismas la desbordasen, su corazón latía pesadamente y si bien lo intentó no logró dejar de llorar, sentía tanto dolor dentro del pecho.


—¡Mujer! ¿Por qué estás llorando de esa manera? —preguntó su esposo alarmado al ver el estado en el cual se encontraba.


—Es que… es tan triste Fernando… —respondió y rompió a llorar de nuevo llevándose el libro al pecho.


—¿Qué es triste? —la interrogó de nuevo acostándose a su lado en la gran cama que habían compartido como marido y mujer, durante treinta y cinco años.


—La historia, es muy hermosa pero… no puedo entenderlo, cómo dejaron que algo así sucediese, de verdad fueron un par de tontos… si no fuese por la hora saldría de esta cama e iría directo a darle un par de nalgadas a ese muchachito a ver si reacciona de una vez por todas — expresó sin ser consciente de sus palabras, ni de la ignorancia de su marido con respecto al tema del cual hablaba.


—Amelia no entiendo absolutamente nada de lo que me hablas, eres consciente que esto que tienes en las manos es un libro y la historia en él es ficticia ¿verdad? —inquirió mirándola.


Ella se sintió un poco apenada y asintió en silencio, esquivando la mirada de su esposo y respiró profundamente para calmarse. Si supiera que la historia allí plasmada era bastante real y que además estaba tan cercana a ellos, para ser más precisa, era la historia de su querido Pepe, ésa de la cual nada más ella tenía conocimiento.


—No pude evitar emocionarme, siento haberte alarmado —se excusó regalándole una sonrisa tímida.


—No tienes que disculparte, tampoco me provocaste un ataque al corazón —mencionó con una sonrisa mientras le rodeaba los hombros con el brazo y la pegaba a su cuerpo— ¿Es la misma autora que has estado leyendo todas estas noches? —inquirió observando la portada del libro en manos de su mujer.


Había notado que ella llevaba casi dos meses leyendo varios libros de la misma autora norteamericana; incluso él se había animado a tomar dos prestados y leerlos en sus ratos libres en la oficina, le gustaba el estilo de la chica, pero no comprendía que pudo haber encontrado Amelia en ése para llorar de esa manera.


—Sí, es la misma. La verdad es que éste era el primero que deseaba leer, él que despertaba mayor interés en mí, pero ya sabes que no puedo luchar contra esta tonta manía de irme siempre a las primeras obras para ver la evolución del escritor a través de los años… Rendición es el último, lo sacó a principios del año pasado y es sencillamente hermoso, totalmente alejado de los primeros… —decía cuando su marido la interrumpió.


—¿No es de misterio? —preguntó un poco extrañado.


—No, es de romance… uno muy hermoso y no te diré más porque vas a leerlo también —indicó con la mirada brillante.


—Amelia, pero sabes que a mí no me gustan ese tipo de novelas… me he animado con los otros dos porque son como un rompecabezas y me mantiene atento a cada detalle. Como abogado esos libros me atraen y la manera como la chica los expone, pues logran que desee resolver el misterio y hasta puedo apostar que dentro de su familia alguien estudio Derecho o está muy relacionado con este mundo —mencionó tomando el que tenía junto a su mesa de noche.


—Ronda Mortal es muy bueno, aún recuerdo que tu hijo no deseaba que lo leyera porque según él era muy erótico —expuso divertida al ver la sorpresa en el rostro de su marido.


—¿Pedro o Lisandro? —inquirió un poco desconcertado.


Era verdad que el libro estaba plagado de escenas sexuales bastante explícitas y crudas, pero él sentía que cada una llevaba coherencia con la historia, el arma más letal de la protagonista femenina era su cuerpo y el personaje masculino asumía que la suya también lo era, la autora había planteado una lucha de poderes basándose en el sexo. Pero eso no era lo único que poseía la historia, detrás de eso había una trama muy interesante y bien estructurada.


—¡Pedro! ¿Lo puedes creer? Tan liberal que fue siempre, con tanta confianza que le hemos dado y mira que nos hemos hecho de la vista gorda con el estilo de vida que muchas veces ha llevado… intentando darme sermones a mí, ese hijo tuyo es todo un caso —esbozó divertida mirando a su esposo a los ojos.


—Pues eso viene de tu familia, recuerdo que tu padre apenas si nos dejaba estar solos cinco minutos, cuando no estaba presente él enviaba a una de las muchachas del servicio a que fuera chaperona, eso en nuestra época era absurdo —esbozó frunciendo el ceño.


—Yo le dije lo mismo, que me recordaba a mi padre… pero bueno igual terminé recuperando mi libro y concuerdo contigo, que tiene una trama excelente. Me encantó como se descubrió todo al final, no te diré nada más para no quitarle la emoción, pero éste también deberás leerlo y después
hablaremos sobre la historia y sus personajes, te aseguro que también terminarás llevándote una gran sorpresa —dijo con una sonrisa enigmática.


—Bueno, lo haré para complacerte, sólo espero no terminar hecho un mar de lágrimas como estabas hace momentos —esbozó sonriendo y con la mirada brillando llena de diversión.


Ella lo miró con reproche y le sacó la lengua como si fuese una niña y no la mujer de cincuenta y cinco años que era, su esposo dejó libre una carcajada que recibió como respuesta un golpe en su pierna derecha, apenas si se quejó. Tomó a Amelia por los brazos y la hizo que se sentara sobre él, la mujer luchaba pero él sabía cómo domarla, no en vano tenían tantos años felizmente casados, acunó la cara entre sus manos y dejó caer una lluvia de besos sobre el rostro de su mujer, dedicándole especial interés a sus hermosos ojos grises, para después tomar sus labios con suavidad, logrando con eso que su mujer olvidara su comentario y se rindiera a él.



*****


Los rayos del sol bañaban la terraza en toda su extensión, el cielo estaba complemente despejado, sus nubes eran de un blanco inmaculado, pronosticando un día con excelente clima, el invierno había abandonado la ciudad muy rápido, estaban a mediados de mes y ya todo a su alrededor había cobrado vida una vez más; la suave brisa que recorría a momentos el lugar movía las pequeñas flores blancas y rojo burdeos de las baladres, que resaltaban en el gran verde de la enredadera que cubría una de las paredes.


Pedro se encontraba tendido sobre el diván blanco marfil al otro extremo del lugar, justo al lado de la puerta de madera y cristal que llevaba al interior de su departamento, había enviado a crear ese ambiente intentando emular la terraza de la casa que ocupó en Toscana, se decía muchas veces que debía cambiarla, remodelar todo. Pero no terminaba de reunir el valor para hacerlo, no sólo por los recuerdos que le traía, sino porque realmente le gustaba.


La sombra de otras enredaderas junto a una especie de techo de varias vigas de madera creaban un entretejido que evitaba que los abrasadores rayos del sol le diesen de lleno en el rostro, apenas delgados rayos se colaban entre las raíces y creaban un hermoso espectáculo de luz sobre su figura; se encontraba ausente de todo a su alrededor mientras leía una antología de poesía mundial, había algunos que ni siquiera había leído o escuchado a su madre, quien era una amante de ese género, aunque justo en ese instante leía a uno de sus favoritos.


“Como para acercarla, mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz busca el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y tan largo el olvido…”


A cada palabra que leía sentía como si le estuviesen restregando sal a una vieja herida, una que se negaba a cerrar y que estaba sangrando a borbotones; sus ojos se llenaron de lágrimas respiró profundamente y apretó la mandíbula con fuerza para darles la pelea, se había prometido que no volvería a llorar por ella y lo cumpliría, ya estaba bien de andar por allí dando lástima. Después de aquella entrevista muchas personas se acercaron a él llevadas por la curiosidad de descubrir quien logró una hazaña tal como romperle el corazón. Muchas mujeres lo miraban con diversión y otras se ofrecían a consolarlo, había hecho el ridículo justo como le había dicho Romina, mostrándole a todo el mundo aquello que tanto se había empeñado en ocultar, una guerra de años, perdida en la batalla de una noche.


Mientras ella seguía con su vida al otro lado del océano, cosechando éxitos, despertando la admiración y el amor de otros, ella subía como la espuma, imparable, hermosa…


¡Dios, estaba tan hermosa en esa entrevista!


Recordó cuando la vio la semana pasada en la sección de arte y espectáculos del noticiero. Al menos esperaba que ese libro fuese un recordatorio de su existencia, para bien o para mal, no importa. Pero quería que ella lo tuviera presente, así como él la tenía a ella, como un molesto fantasma que se empeñaba en aferrarse a su vida. Miró de nuevo el libro entre sus manos y lo cerró lleno de frustración, lo puso a un lado ¡Maldito poema! ¿Por qué tenías que ser tan acertado Neruda?


Seguramente pasaste por lo mismo y tuviste la fortuna o desdicha de plasmarlo con asombrosa exactitud, ojalá y te hayas sentido como me siento yo en este preciso momento… un estúpido miserable y además masoquista.


El sonido del timbre retumbó en el interior del apartamento y se extendió hacia la terraza, Pedro dejó libre un suspiro pesado, se frotó la cara con ambas manos para liberarse de esa sensación de pérdida que lo embargaba, se colocó de pie con lentitud mientras escuchaba que el timbre sonaba una vez más y se dirigió hasta ésta.


—Buenos días, madre que sorpresa verla aquí —mencionó el chico desconcertado mirándola y la invitó a pasar


—Mi pequeño ¿Cómo estás? —lo saludó llevando una mano hasta la mejilla de su hijo la acarició y luego caminó con él hacia la terraza.


—Bien madre, como siempre, pero… ¿Sucede algo? La noto distinta, triste… ¿Acaso le ocurrió algo a mi padre, a Lisandro o a Alicia? — preguntó sintiéndose angustiado de repente.


—No, no mi vida, todos ellos están bien… pero no sé si tú lo estés, Pepe yo sé que no te gusta hablar de esto. Sin embargo yo quisiera…— intentó pero el joven no la dejó continuar.


—Madre, por favor si viene con lo mismo… —dejó libre un suspiro y cerró los ojos un instante.


Después los abrió fijándolos en ella, el azul se notaba más oscuro que de costumbre y Amelia sabía perfectamente lo que eso significaba, ella no quería incomodarlo, sólo quería ayudarlo, que confiara, que se desahogara, después de todo era su madre.


—Por favor, yo sé cuán difícil es para ti, pero te aseguro que…—habló una vez más, pero no pudo continuar.


—No madre, no lo sabes… ¡Maldita sea, nadie lo sabe! —susurró frustrado y furioso con todo eso, liberó otro suspiro—. Perdone por favor, no debo hablar así delante de usted, es sólo que ya estoy cansado, no puedo entenderlo… no puedo entender cómo es que algo que pasó hace tantos años aún siga afectándome de esta manera, cómo pude exponerme así delante de todo el mundo y volverme el hazmerreír de toda Roma…— decía cuando ella lo detuvo tomando el rostro de su hijo entre las manos.


—¡No! Pedro Alfonso te prohíbo que hables así ¿me has
escuchado? Te lo prohíbo, tú no eres el payaso de nadie, por el contrario eres un joven maravilloso, lleno de talento, hermoso, fuerte, inteligente, encantador… —enumeraba con la voz cargada de emoción mientras se ahogaba en esos hermosos ojos azules que su hijo poseía, esos que justo en ese instante tenían el color del zafiro.


—Usted piensa eso porque es mi madre, pero debe admitir que he hecho el ridículo al hablar de aquello, que me mostré tan patético, le he dado ciento de veces vueltas en mi cabeza. ¿Por qué lo hice? ¿Para qué lo hice? Dígame… ¿Qué ganaba yo con hablar de eso en estos momentos? —se reprochaba alejándose del toque de su madre, no quería ver la misma lástima que muchos le dedicaban en la mirada de la mujer que le había dado el ser, no en la de ella.


—Quizás necesitabas hacerlo, era el momento de liberarte Pepe, tu corazón ya no podía con más silencio, si te consuela de algún modo yo creo que… que ella también lo hizo, este libro es muestra de ello —dijo sacando de su bolso la novela.


—Bueno me alegra que además de eso también le esté dejando buenos dividendos, es todo un éxito y a decir verdad ella lo merece, yo sólo quiero que me deje en paz de una vez por todas, que esto que llevo dentro del pecho termine… que todo termine, y dejar de sentirme tan estúpido. ¿A cuántos hombres conoce que una mujer los haya marcado de esta manera?
Dígamelo por favor porque yo no he visto a uno solo… bueno sólo el pobre de Neruda que al parecer le sucedió lo mismo, a veces me pregunto si esto ha sido un castigo por haber sido tan arrogante tiempo atrás, si es algún tipo de condena ¡Demonios! Ya no sé ni lo que digo —exclamó frustrado.


—No es un castigo Pepe, por el contrario es un regalo, te preguntas cuántos hombres he conocido que hayan pasado por esto… para serte sincera, muy pocos, pero esos pocos han sido hombres maravillosos, llenos de virtudes —se detuvo al ver que él negaba con la cabeza—. No lo digo porque seas mi hijo, es la verdad mi vida y no soy la única que piensa de esa manera… ella también lo hace, ella cree que eres extraordinario y ha logrado que muchas mujeres lo vean de esa manera, éste personaje no tiene nada de ficticio, tú estás en cada detalle, incluso cuándo te portas como un imbécil, allí están los defectos que tenías, los pocos que aún conservas, pero también está lo mejor de ti, tu entrega absoluta, la intensidad de tus sentimientos, todo está allí Pepe.


Él escuchaba atentamente cada palabra de su madre, también lo había notado, incluso había sonreído tantas veces al ver que ella plasmara todos esos detalles que tantas veces la exasperaron, esa era su historia, eran ellos… pero ya no eran los mismos, el tiempo se había encargado de borrarlo todo, menos ese amor que seguía sintiendo, que él guardaba dentro del pecho.


Amelia sabía que su hijo la escuchaba, había llegado hasta ese lugar con una misión y ésa era ayudar a Pedro a desahogarse, comprendía que las cosas no habían sido fáciles para él, la prensa lo atosigó durante semanas para que dijera más sobre ese amor del pasado, querían hacer de su vida personal la comidilla de Roma y eso lo había lastimado.


Ella lo sabía, por eso quería ayudarlo, pero no podía solo llevarlo a su consultorio y escucharlo como a sus demás pacientes, Pepe era su hijo y ella no podía ser una psicóloga con él, quería ser su madre y que confiara en ella como tiempo atrás lo hizo.


—Ella no omitió nada porque deseaba que te conocieran tal y como eres, lo malo, lo bueno… con todo y eso has logrado enamorar a tantas mujeres, tantas desearían estar junto a ti, ser las afortunadas poseedoras de ese amor que llevas dentro del pecho, ese mismo del cual ahora te avergüenzas — dijo mirándolo con amor, no con lástima como seguramente él pensaba que lo hacía.


—Muchas mujeres, pero no ella, esa novela es ficción, en el mundo real cuando uno se enamora de esta manera se convierte en un ser débil, dependiente, un títeres y yo no he nacido para ello, así que deseo que esto termine y le aseguro que voy a encontrar la manera, aunque se me vaya media vida en ello lo conseguiré —sentenció mirándola a los ojos.


—Yo amo a tu padre y él me ama a mí, hemos sido felices por treinta y siete años, el amor no ha destruido nuestras vidas, por el contrario les ha dado un sentido que nada más le habría dado, somos fuertes, invencibles cuándo estamos juntos… poderosos, el amor te hace sentir único, especial y con la convicción para superar lo que sea, eso les hizo falta a ambos, la culpas a ella. ¿Pero qué hay de ti? ¿Qué hiciste tú para evitar que ella se marchara? ¿Qué hiciste Pedro? —le preguntó y su voz mostraba claramente el reproche que le hacía, al ver que él seguía en silencio dejó libre un suspiro—. Ésa es la respuesta, sólo te quedaste callado, parado bajo esa puerta, inmóvil, ella te había dado tanto y cuando te pidió sólo un poco, tú hiciste como si nada hubiera existido, te cerraste por esa maldita manía de hacerte el fuerte, por no depender de nadie… ella se fue es verdad, te dejó. ¿Qué esperabas Pedro? Ponte en su lugar un instante y piensa en lo que ella debió sentir.


—Ella tampoco me dio seguridad, lo de nosotros era sólo… no sé cómo llegamos a eso, yo quería que funcionara, estábamos bien, pero cuándo lo hablamos todo cambió, ella me dijo que se iba y quiso cambiarlo todo, quería que continuáramos pero a su manera… y yo no supe manejarlo, comencé a ver amenazas donde no las había, sé que fallé pero no puede culparme de todo —se detuvo incapaz de controlar el torbellino que llevaba en el pecho.


—No lo hago, mi pequeño no lo estoy haciendo, sólo quiero que veas dónde te equivocaste y logres al fin superarlo si es lo que deseas, créeme si la tuviera a ella en frente le reclamaría con la misma fuerza sus acciones, no puedo entender cómo se dejaron separar por el silencio de esa manera, se llevaban tan bien en otros aspectos, eran tan amigos y de pronto fue como si se volviesen dos extraños y dejaron que las dudas los consumieran, debieron ser sinceros, allí fallaron desastrosamente y creo que ella lo sabe, por eso cambió el final de su historia para el libro, sabe que de haberlo hecho tal cual sucedió la decepción de los lectores hubiera sido inmensa porque permitieron que un amor tan hermoso como el que tenían, se fuera por un barranco por el simple hecho de no poder domar a sus orgullos. — mencionó con la voz ronca y lágrimas a punto de derramarse mientras acariciaba el hermoso cabello castaño de su hijo.


—Ella logró superarlo, lo sé… el hecho que haya publicado ese libro es muestra de ello, además que se le ve tan feliz, tan tranquila y yo sigo atado a su recuerdo, lo he intentado por tres años, y no he conseguido liberarme y ahora viene ella de nuevo con todo su éxito, con su belleza, sus miradas, sus sonrisas… viene a removerlo todo, demostrándome que fue real, que no fue sólo un sueño que tuve. La hubiera olvidado madre, estoy seguro, lo hubiera logrado —esbozó y las lágrimas ya descendían por sus mejillas pesadas y cálidas.


—Puede ser, aunque yo tengo la ligera impresión que ella es una de esas personas que no consigues olvidar, has tenido tantas novias Pedro y estoy segura que no recuerdas el nombre de por lo menos diez, pero de ella recuerdas cada detalle y eso es por todo lo que ella te dio, por lo que significa para ti… porque la amas —le dijo mirándolo a los ojos.


Él rompió a llorar y ella lo recibió como ese niño de cinco años que fue una vez, cuando se cayó por las escaleras o cuándo tenía doce años y su primer perro murió de viejo. 


Pedro era tan especial y ella lo adoraba, también amaba a sus otros hijos, solo que Pepe era su talón de Aquiles y
quizás era porque desde su vientre fue un luchador.








CAPITULO 11




Chicago, USA. Octubre 2012


Habían transcurrido tres meses desde que su último libro entrase en la lista de los más vendidos, después del primer anuncio, los demás había llegado en un torrente, la semana siguiente fue Inglaterra, después España, a ésa le siguió Italia, se había sorprendido mucho con la última, pues ellos eran muy poco dados a comprar en masa algo que no fuese creado en su país.


No se trataba sólo de los libros, era así en general, con la música, con el cine, el arte, la moda, valoraban muchísimo lo suyo y eso exaltaba su patriotismo, pero allí también llegó a ser número uno “Rendición” después de eso le había llegado el turno a Latinoamérica, desde México hasta Argentina, la obra había sido un éxito total.


Y de ese modo su vida calmada y anónima se había vuelto otra vez patas arriba, no pudo seguir negándose a dar entrevistas en radio y televisión, ya había tenido algunas en prensa, pero la gente deseaba verla y escucharla en vivo y directo. Había viajado constantemente el último mes, asistiendo a compromisos en Nueva York, Los Ángeles, Atlanta, San Francisco, Nueva Orleans y muchas ciudades más, se sentía tan agotada cuando llegó a su casa, que apenas si tuvo tiempo de tomar el baño especial en la bañera que le había preparado Ignacio y colocarse su bata de seda para dormir.


Cuándo abrió los ojos a la mañana siguiente ya el sol se encontraba en lo alto, podía sentirlo aún a través de las gruesas persianas que cubría el ventanal de su habitación, se movió perezosamente en la enorme cama intentado dormir un poco más, pero su cuerpo parecía no necesitar más descanso, así que se levantó. Su novio no estaba por ninguna parte, la verdad era que muy pocas veces se quedaba a dormir con ella no quería ser sorprendido por alguno de sus familiares.


Paula lo comprendía y además lo agradecía, ya que se sentiría realmente incómoda si algo así llegaba a suceder, aunque era una mujer de veintiséis años sentía cierto pudor y respeto para con ellos, pero regresando a la ausencia de Ignacio, lo más probable es que se hubiera marchado en cuanto ella se quedó dormida, debió de verla tan cansada que seguro prefirió dejarla sola.


Tomó el control junto a la mesa de noche y pulsó el botón para correr las persianas. La ciudad de Chicago le regalaba una mañana brillante y sumamente animada para estar en mitad del otoño, se acercó hasta el cristal para saludarla como acostumbraba, el frío comenzaba a acechar en cada rincón, pero el lago Michigan se mostraba hermoso, como un gran trozo de seda aguamarina que se movía de un lado a otro con suavidad. El sol comenzó a llenarla de calidez, hoy sería protagonista, no dejaría que la lluvia lo desplazara como días anteriores, eso hizo que una sonrisa aflorara en sus labios, cerró los ojos manteniéndose allí por unos minutos, le encantaba esa sensación de paz. Después de eso corrió al baño, debía prepararse para comenzar el día.


—Buenos días Paula ¿dormiste bien?


La saludó con una sonrisa Rosa, una de las mujeres que trabaja para ella.


Traía el cabello negro azabache pulcramente recogido como siempre, dejando al descubierto su rostro en forma de corazón, donde resaltaba esos impresionante ojos azules que parecían tener el poder para ver a través de las personas; mientras sus labios finos esbozaban una sonrisa amable.


Colocó encima de la barra de pizarra negra pulida el desayuno de Paula y la invitó a tomar asiento con un movimiento de su mano.


—Buenos días, Rosa, sí gracias… creo que dormí unas doce horas, no recuerdo ni siquiera el momento en el cual vi el reloj por última vez anoche, solo desperté en la madrugada, pero volví a caer rendida hasta esta mañana —contestó tomando la taza con frutas picadas para comenzar, siempre se había caracterizado por desayunar de manera abundante, pues por lo general no cenaba.


—El señor Ignacio nos pidió que te dejáramos descansar antes de irse anoche, se le notaba tan feliz, creo que es por tenerte de regreso — mencionó la mujer con una gran sonrisa.


—Yo también lo estoy, me encanta viajar pero cuándo es por placer, esto de ir de una entrevista a otra y otra es demasiado agotador, los únicos momentos realmente divertidos era cuándo nos dirigíamos a las firmas de libros. Reencontrarme con todas esas personas que me han apoyado desde el principio, escuchar sus impresiones, ver como se emocionaban recordándolo, algunas me preguntaron por Ignacio, él no se lo podía creer cuando le dije —comentó con una sonrisa y siguió desayunando.


—Es un gran hombre, nos llamaba cada dos días para comprobar que todo estuviese bien por aquí y saber si necesitábamos algo. Toda la correspondencia que te llegó está en tu despacho, creo que tendrán mucho trabajo el día de hoy revisándola —le informó.


Mientras le colocaba el plato con tostadas recién hechas al ver que estaba por terminar con la ensalada de frutas, junto a ése la mermelada de melocotón que era su favorita y la mantequilla de maní.


—Gracias, tendré que apurarme con el desayuno entonces para que el tiempo me rinda o antes que llegue Jaqueline dando de gritos desesperada por verlo todo —dijo con una sonrisa, tomó una tostada y cubrió la mitad de mermelada y la otra de mantequilla.


—Nada de eso, toma tu desayuno como corresponde, seguramente apenas comías por estar trabajando en estos viajes, te ves más delgada, si es necesario yo me encargaré de no dejar que tu asistente cruce esa puerta hasta que hayas terminado todo —sentenció con firmeza y depositó ante ella una deliciosa tortilla de huevos y jamón, para después rellenar su vaso de zumo de naranja.


—Gracias Rosa, por eso y por mucho más te adoro —expresó lanzándole un beso y se dispuso a continuar con su delicioso desayuno, mientras la mujer se encaminaba al salón sonriendo.


Una hora después se encontraba junto a su asistente revisando los paquetes que le habían llegado y se habían acumulado. Vestía un leggins hasta los tobillos de poliéster negro, una blusa de color ciruela, era holgada, muy cómoda y le llegaba a la mitad de los muslos, traía unas zapatillas estilo bailarinas. Con el cabello recogido en una coleta en lo alto de la cabeza, sin mucha elaboración y apenas brillo de labio como maquillaje, esa era la ventaja de tener la oficina y su estudio dentro del mismo lugar, en el piso que había comprado hacía unos tres años en la torre Trump en el centro de Chicago.


Mientras Jaqueline había llegado de punta en blanco como siempre, con un conjunto de diseñador y maquillada como si fuera a una entrevista televisiva. Su cabello dorado radiante como el sol, siempre se decía que una mujer debía estar preparada para cualquier evento inesperado, claro está, que cuando se refería a “evento inesperado” el verdadero significado era “un encuentro con algún caballero apuesto que pudiese invitarla a salir”.



En otro tiempo Paula había caído en esa misma rutina, no salía de su casa sin estar impecable, más como una modelo de pasarela que como una escritora, eso le había conseguido muchos admiradores masculinos, que ciertamente se interesaban más por su figura que por sus libros o por su persona.


Ella disfrutó mucho de ser halagada hasta que comprendió que cada palabra que recibía era efímera y que no expresaba un sentimiento verdadero. Casi podía decir que intercambió papeles con Jaqueline, pues aunque nunca llegó a irse a la cama con la mayoría de sus citas como ahora hacía su agente, si llevó a más de uno a casi rogarle que tuvieran sexo.



Confiarle su cuerpo a un hombre le resultó difícil y aún a esas alturas cuando ya había tenido cuatro amantes, sólo uno de ellos había logrado que le entregara todo o casi todo.


La correspondencia era en su mayoría invitaciones a eventos de todo tipo, desde desfiles de moda hasta cenas benéficas, pasando por exposiciones de arte o lanzamientos de algún nuevo libro, junto al ejemplar claro está de otros escritores que trabajaban con su editorial o con distintas, eso no importaba. Siendo la mujer del momento su asistencia a
esos eventos sería publicitado hasta más no poder, eso era lo que deseaban muchas de las personas que enviaban las invitaciones.


Se hallaban discutiendo a cuál debía asistir y cuál no cuándo sonó el móvil de Jaqueline, la rubia lo miró y lo tomó de inmediato aunque era un número que no conocía. Paula evaluaba su situación, aún si quisiera no podía ir a todos esos compromisos y además no tenía el ánimo para hacerlo, apenas había recuperado fuerzas, su mirada se perdía entre las tarjetas cuándo su amiga le hizo una seña pidiéndole que escuchase y colocó el teléfono en alta voz.


—Buenos días señora Hudson, le habla Gary Reynolds de The Planet Studios, nos hemos comunicado con el señor Tim Faulkner y éste amablemente nos dio su número, cuando le solicitamos hablar con la representante de la señorita Paula Chaves —decía una voz de hombre, fuerte y nítida al otro lado de la línea.


Mientras Jaqueline hacía cientos de muecas y se mordía los nudillos para no gritar de emoción. Paula aún no entendía de qué iba todo esto, conocía a la productora por supuesto, era una de las más grandes del país, pero no sabía por qué pedían hablar con ella.


—Buenos días, es un placer señor Reynolds. Se ha comunicado con ella, usted dirá. ¿En qué puedo serle de ayuda? —inquirió la rubia adoptando una postura profesional, pero su rostro estaba iluminado como el de una adolescente que ha sido nombrada reina del baile.


—El placer es todo mío señora Hudson, verá la estoy llamando porque mi casa productora está interesada en adquirir los derechos del último libro de la señorita Chaves llamado Rendición, para llevarlo al cine… —Hubo una pausa por parte del hombre, quizás a la espera de una respuesta inmediata.


Pero Jaqueline estaba dando saltos de alegría por todo el lugar, mientras se tapaba la boca con ambas manos y a veces simulaba gritos de efusividad sin emitir sonido, no le hacía falta que el hombre dijera nada más, el rumor ya venía corriendo con mucha fuerza, la mayoría de los fanáticos estaban creando grupos en las redes sociales para que el libro fuera adaptado al cine y aquí estaba la respuesta a todas sus plegarias, se acercó de nuevo a la mesa.


Paula por su parte se había quedado congelada, mirando a la nada, su corazón había dado una voltereta y ahora latía de manera desbocaba, reaccionó cuando sus ojos se llenaron de lágrimas, el cúmulo de emociones que la recorría era demasiado contradictoria, por una parte una felicidad como no había sentido desde hacía mucho, y por otra una nostalgia que no la había abandonado desde hacía tres años cuando la imagen del hombre que deseaba olvidar llegó hasta ella sonriente y radiante, no pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla, su amiga vio eso y se acercó a ella corriendo, dándole un beso en la mejilla sin dejar de sonreír.


—Señora Hudson… ¿Se encuentra allí? —preguntó la voz al otro lado de la línea, parecía algo preocupado.


—¡Sí! —exclamó con rapidez y después retomó su postura—. Sí, por supuesto señor Reynolds, aquí estoy… perdone es que acabo de recibir un correo de la editorial, pero lo leeré después, me decía que estaba interesado en hablar con la señorita Chaves para la adquisición de los derechos de su obra y hacer la adaptación al cine ¿no es así? —preguntó para confirmar.


—Eso es correcto señora, queríamos saber si la autora de la obra estaría interesada en vender los derechos, y si su respuesta es afirmativa, reunirnos para discutir los detalles del contrato, por supuesto no tendría que responder de manera inmediata, sabemos que es un asunto que debe pensarse, le enviaré un correo con todos mis datos, éste es mi número de móvil personal, por favor discuta con su cliente nuestra petición, evalúenla y en cuanto haya tomado una decisión, le agradecería se comunicara conmigo o mi asistente para hacérmela saber —mencionó el hombre con tono amable y pausado.


—Hoy tengo planeado almorzar con la señorita Chaves, para evaluar el resultado de su gira por varias ciudades y otras propuestas, entre las cuales incluiré la suya, muchas gracias por su interés señor Reynolds, en cuánto tenga una respuesta se la estaré haciendo llegar, que tenga buen día
—pronunció con un tono de voz tan casual que tenía a Paula impresionada.


—Perfecto, nos mantendremos en contacto entonces señora Hudson, ha sido un placer, dele mis saludos a la señorita Chaves, usted también tenga un buen día —finalizó el hombre.


El móvil quedó encendido unos segundos, hasta que Jaqueline presionó el botón de finalizar en la pantalla táctil, seguía conteniendo la respiración y sus ojos estaban a punto de salirse de sus órbitas, primera vez en años que Paula la veía quedarse sin palabras, abría la boca como queriendo decir algo y la cerraba nuevamente, al fin se colocó de pie y caminó hasta el ventanal, después de un minuto y con la cabeza en su lugar aparentemente se volvió para mirar a la castaña que la observaba en silencio.


—¡Pau! ¡Oh, por Dios! ¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo! — gritaba completamente eufórica, corrió hasta la chica y la tomó de los hombros para hacerla reaccionar— ¡Quieren hacer la película de Rendición! Ellos quieren… creo que estoy soñando, si eso debe ser, aún no he despertado y todo esto es un sueño… —decía caminando de un lugar a otro.— No es un sueño… te acaba de llamar Gary Reynolds de The Planet Studios, interesado en adquirir los derechos de Rendición… para llevarla a cine —esbozó la chica como pudo.


Su teléfono celular vibró en ese momento indicándole que acababa de entrar un correo de parte de la editorial en Nueva York, seguramente estaban desesperados por confirmar la noticia o saber cuál sería la respuesta que darían. Ella lo tomó con rapidez y lo leyó, efectivamente le preguntaba por su conversación con el señor Reynolds, dejando entre ver que sospechaban que se trataba de su interés para adaptar la obra a un guión cinematográfico.


—Jackie… creo que voy a vomitar… o quizás me desmaye —susurró la castaña palideciendo y temblando.


—¡No, no, no! Respira… despacio, respira —dijo tomándola por la cintura para sostenerla —Ven, será mejor que te recuestes en la otomana, sí, así está mucho mejor… ¿Cuántas veces te he dicho que debes tomar desayunos ligeros? —inquirió con reproche.


—No ha sido el desayuno —respondió Paula en un murmullo, cerró los ojos para ordenar su cabeza.


—Lo sé, lo sé… lo siento, soy una estúpida, es que aún no puedo concentrarme, esto ha rebasado todas mis expectativas, pensaba que no volveríamos a tener algo así, después de aquella vez en la cual nos compraron los derechos de “Víctima o Victimario” para la serie de televisión, y que aunque fue un éxito la quemamos para ser llevada al cine, suponía que no ocurría una vez más, pero… ha sucedido y no sé… cómo reaccionar —decía dejando en evidencia sus nervios, mientras abanicaba a la chica con una revista.


—Lo has hecho de maravilla dejando al pobre señor Reynolds con los nervios destrozados hasta que reciba una respuesta —expresó sonriéndole, después dejó libre un suspiro y clavó su mirada en los ojos verdes de Jaqueline, buscando una respuesta en ellos antes de formular la pregunta que la tenía temblando— ¿Qué haremos? — inquirió con voz ronca y urgente.


—Pau… ha hablado de una película, The Planet es una de las casas productoras más grandes del país, cuenta con el presupuesto para llevar Rendición al cine como se merece, sin cohibirse en buscar a los mejores actores, guionistas, fotógrafos, diseñadores… incluso directores de gran renombre, entiendo que quizás te sientas un poco dudosa por lo que ocurrió con el proyecto anterior, aunque nada de eso fue tu culpa, salió bien, bueno no cómo esperábamos, pero el público se sintió complacido. Esta vez todo será distinto, la primera petición será que tú estés presente en cada detalle del proyecto, desde el casting hasta la grabaciones, serás parte del equipo de guionistas, opinarás en todo y tendrán que escucharte —le aseguró mirándola a los ojos, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas.


—¿Aceptamos entonces? —preguntó de nuevo.


—¿Quieres hacerlo? —la respuesta fue otra pregunta. La más importante de todas.


Paula sentía su corazón latir con tanta fuerza, como si éste le pidiese a gritos aceptar, arriesgarse. En su cabeza el recuerdo de una velada perfecta años atrás la asaltó, las palabras de Pedro cuando le decía que algún día ese momento llegaría, que ella vería su obra inmortalizada en la pantalla grande resonaban en sus oídos con una nitidez asombrosa, como si él se encontrara allí junto a ella. 


Paula tembló y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, la nostalgia y la emoción le oprimían el pecho, la liberó y aceptó lanzarse en esa aventura, quería dejarle saber a él
que había cumplido su promesa de seguir a su corazón. 


Asintió mientras sonreía recordándolo.