lunes, 13 de julio de 2015
CAPITULO 10
Roma, Italia. Octubre 2012
La elegante y hermosa dama de cabellos castaño, piel blanca como el nácar, hermosos ojos grises, semblante amable y figura con curvas que mostraban el grandioso cuerpo que había tenido en la juventud, se movía entre los altos estantes de madera, donde reposaban los libros, siempre que entraba a esos lugares pasaba horas pérdida entre los cientos de títulos que se ofrecían, mientras esperaba a su hijo con quién quedó de verse en el café del frente.
Sabía que en cuánto Pedro llegara y no la encontrara, adivinaría que se había trasladado hasta ahí, después de todo esa era su librería favorita. Era pequeña, pero la calidez de sus dueños era inigualable, además eran unos de los pocos que sabían escoger bien los libros que ofrecían, contadas veces se dejaban llevar por el apogeo de algún libro de moda, sólo lo colocaban en exposición si después de haberlo leído les parecía adecuado para recomendarlo a sus clientes; lo que en resumidas cuentas aseguraba que lo que compraras fuese de calidad, desde cualquier ámbito.
—Señora Alfonso, su hijo la estaba buscando.
Escuchó la voz de la joven de ojos hazel y hermoso cabello rubio oscuro que se encontraba detrás del mostrador, quien era nieta de los dueños, y al igual que a ellos le encantaba leer.
—Pequeña Ivette, te he dicho varias veces que me llames Amelia, te conozco desde que eras una niña y creo que ambas nos hemos ganado esa confianza ¿no es así? —inquirió la mujer sonriendo, mientras avanzaba hacia la puerta.
La chica asintió tímidamente y después le regaló una sonrisa, siguiéndola con la mirada, en cuanto vio que la mujer le daba la espalda, sus ojos se clavaron en su verdadero interés, el hombre parado frente al local.
Pedro había llegado hasta el café cinco minutos atrás, paseó su mirada por éste y al no ver a su madre allí, cruzó la calle y se detuvo bajo el toldo de la librería, la vio a través del ventanal tan concentrada en su tarea que prefirió no interrumpirla de momento, en lugar de ello aprovechó para encender un cigarrillo, se lo llevó a los labios y lo encendió, necesitaba entrar en calor.
Definitivamente los inviernos de Roma siempre llegaban antes que en otros lugares, mientras en los otros rincones del país aún los árboles conservaban su follaje, en éste ya la mayoría se encontraban expuestos a las heladas corrientes de aire, así como también lo estaban ellos. Levantó la mirada y vio que su madre le hacía señas, ya lo había descubierto, le dio una última fumada a su cigarrillo, apretó la colilla contra el borde de metal del bote de basura y lo lanzó a ésta.
—Buenas tardes, madre luce tan hermosa como siempre. Creo que hoy también tendré que espantarle unos cuantos pretendientes, voy a comenzar a cobrarle a mi padre por ese trabajo —mencionó con una sonrisa mientras la abrazaba.
—No creas que con tus halagos vas a evitar que te reprenda. ¿Cuántas veces te he dicho que odio que fumes? —inquirió mirándolo a los ojos con reproche.
—Sólo estaba intentando entrar un poco en calor, afuera hace un frío de los mil demonios —se excusó de inmediato.
—En ese caso ponte otro suéter y así no sentirás tanto frío, pero no quiero verte con un cigarrillo en los labios de nuevo, es más… dame esa cajetilla ahora mismo —le exigió entendiéndole la mano enguantada en elegante y fino cuero de color terracota.
—Madre esto no es necesario, ya no soy un chico… —intentó alegar, pero sólo recibió que ella elevará una ceja y lo mirara como cuando tenía quince años, dejó libre un suspiro—. Está bien, usted gana, pero sepa que no puede estar dictándome que hacer y que no, ya no soy un niño, puedo tomar mis propias decisiones —refunfuñaba mientras sacaba el paquete de su bolsillo y se lo entregaba, tenía el ceño profundamente fruncido.
—Jamás te impondría nada lo sabes bien Pepe, pero no puedes evitar que me preocupe por ti, soy tu madre, esto te hace daño mi vida y mientras pueda evitar que los consumas ten por seguro que lo haré… sabes que lo que más me importa en este mundo es el bienestar y la felicidad de las personas que amo —dijo guardando el paquete en su bolso y después le acarició la mejilla.
—No debe preocuparse tanto por mí madre sólo tomó uno de vez en cuando, no es algo que deba ver como un vicio —contestó.
—No existe consumo seguro para estas cosas Pedro , si quieres que te trate como un adulto comienza a actuar como uno por favor —le señaló con la autoridad que ser su madre le brindaba.
—Lo soy madre, no creo que tenga que recordarle todo lo que me ha llevado a convertirme en un hombre, incluso soy mucho más maduro y responsable que Lisandro —se defendió haciendo referencia a su hermano mayor, que en lugar de comportarse como un hombre de treinta y dos años parecía un adolescente.
—Tu hermano ya es caso perdido, tanto tu padre como yo nos hemos rendido, pero al menos él no se mata lentamente con esas cosas, puede que le gusten las fiestas y se crea un chico de veinte, pero no tiene ningún vicio —mencionó retomando su camino por los mesones donde estaban los
títulos más recientes.
Pedro no quiso seguir discutiendo, sabía que no lograría ganarle a su madre, no había quien lo hiciera, ni siquiera su padre lograba convencerla de lo contrario cuando se le metía algo en la cabeza. Sólo se limitó a rodar los ojos cuando ella le dio la espalda, supo que fue un gesto muy infantil pero no pudo evitarlo. Se distrajo observando unos libros sobre vinos, sabía que su madre se tomaba su tiempo cuando entraba a ese lugar y no había fuerza que lograse sacarla del mismo, tomó uno y lo estaba hojeando cuando la escuchó exclamar algo que no logró entender.
—Pedro, hijo… Es Paula… ¿Es ella, verdad? —inquirió
mirándolo, mientras sostenía un libro con la tapa abierta mostrándole una foto que se encontraba en la contra portada.
Amelia la había reconocido de inmediato, jamás olvidaría el rostro de aquella chica con mirada dulce y sonrisa entusiasta que salía junto a su hijo en las fotos que encontró esparcidas junto a él, cuando lo vio en la villa de los Codazzi después de meses separados.
Algo en el tono de voz de su madre lo hizo estremecer ligeramente, incluso antes que formulara la pregunta. Sin embargo, se obligó a mostrarse natural y posó sus ojos en la imagen de la contra cubierta, ya esperaba encontrarse con algo como eso, pero aun así el verla lo golpeó donde menos quería, dentro del pecho. Apenas consiguió asentir y luego
apartó la mirada con rapidez fingiendo que se concentraba de nuevo en el libro que tenía en sus manos.
—Es… sigue siendo igual de hermosa a como la recuerdo, bueno sé que no ha pasado mucho tiempo y que sólo las vi en aquellas fotos que tenías en de ella en Toscana pero.
Se detuvo al ver que los hombros de Pedro se tensaban, no quería incomodarlo y sabía que ese era un tema al cual Pedro le rehuía todo el tiempo, más durante los últimos meses cuando se confesó ante todo el país. Ella misma se sorprendió cuando escuchó de sus labios aquello que por tanto tiempo guardó, deseaba continuar pero al ver su semblante cambió de idea y se dedicó a leer la biografía de la chica, sentía que debía conocer más acerca de ella.
Hasta ahora no había logrado dar con sus libros, había pasado años buscándolos desde que su hijo le contara que ella era en realidad escritora y no una artista plástica como les mencionó la chica en un principio. Así comenzó su búsqueda pero teniendo solo su nombre de pila y sin los títulos, ya que Pepe no había querido dárselos, se le hizo una tarea casi imposible. Igual no pudo evitar sentirse tonta pues nunca se le pasó por la cabeza buscar imágenes de una escritora llamada “Paula”. Pensó sonriendo y negó con la cabeza mientras se concentraba de nuevo en la biografía de la americana.
Hasta ese instante no había tenido la oportunidad de tocar de nuevo ése tema; después de aquella larga charla que tuviera con su hijo en la villa de Codazzi, ambos habían pactado no mencionar nada al respecto. Pero cuando su hijo confesó meses atrás que se había enamorado de esa misteriosa chica a todo el país, suponía que a ella también la estaba liberando de su voto de silencio; aunque hasta el momento no le había contado a nadie lo que Pedro le compartiera hace tanto, ni siquiera a su esposo, empezaba a sentir que tenía más libertad para hablar de ella.
Su mirada se posó en la imagen de la “extraordinaria mujer” según las palabras de Pedro, que le había entregado un hijo completamente renovado, un hombre de verdad y no el chico caprichoso que ella despidió en medio de un gran dolor hacía poco más de tres años. Paula ayudo a crecer a Pedro, le enseñó a valorar las cosas que más importaban en la vida, despertó a ese chico maravilloso que fue su hijo de adolescente y que la fama le había robado de su lado sin siquiera notarlo o como descubrió tiempo después, sin querer darse cuenta que todas las concepciones que le había hecho fueron lo que más perjudicó a su hijo.
Siempre se había sentido en deuda con la chica y ahora deseaba tener mucho más que su imagen entre las manos, quería poder darle un abrazo y agradecerle por lo que había hecho por su Pepe. Aunque sabía que eso era casi un imposible.
Pedro mostraba un rechazo abierto ante la sola idea de acercarse a Paula, ya había perdido la cuenta de las veces que le insistió para que la buscara y nunca obtuvo buenos resultados. Él no quería saber nada del tema y hasta le había dicho que contarle había sido un error. Se molestaba cuando ella le insistía, le decía que era perder el tiempo; la verdad no lo veía de esa manera pues sabía que Pedro seguía guardando sentimientos muy fuertes aunque no quisiera demostrarlo, lo instaba a hablarle pero no conseguía mucho, igual seguía allí pues sabía que él
necesitaba desahogarse y se sentía honrada de que lo hiciese con ella.
—¿Nos vamos o piensas comprar algo?
La voz tensa de su hijo la sacó de sus pensamientos, se volvió para mirarlo y le dedicó una sonrisa intentando relajarlo, vio que allí estaba de nuevo esa coraza que se ponía desde que era un niño cada vez que algo del exterior amenazaba con lastimarlo.
—Sí, pienso comprarlo… ahora que al fin puedo tener uno y teniendo su nombre completo, te aseguró que encontraré los demás —le informó con una gran sonrisa.
Pedro no dijo nada solo frunció el ceño y se encogió de hombros restándole importancia al asunto, no le daría el gusto a su madre de hablar sobre ese tema, que para él estaba zanjado y ahora más que nunca. Había dado el paso definitivo para sacar de su vida a Paula de una vez por todas, se había liberado del secreto.
Ellos habían decidido seguir por caminos diferentes desde hacía mucho y seguir atados a un sueño del pasado era un absurdo, además que sólo le había traído tristeza, dolor y problemas, lo que tiempo atrás había sido maravilloso se había convertido en una pesadilla y la verdad, en el fondo de su corazón no deseaba que algo así sucediera pues ese sentimiento no lo merecía.
—Llevaré dos —indicó Amelia, al ver que su hijo no protestaba, cuando se mostraba así le resultaba tan arrogante, quiso sacudirlo.
—¿Piensa regalarle uno a alguien más? —preguntó, sin poder evitarlo picó el anzuelo que su madre le lanzó.
—Sí, te regalaré uno a ti, quizás encuentres algo interesante… —decía cuando él la detuvo.
—Ya lo tengo —nuevamente había picado.
¡Demonios, caíste de nuevo imbécil!
Exclamó en pensamientos al ver la sonrisa de su progenitora, sólo dos personas en el mundo lograban hacer que se expusiese con tanta facilidad, y ambas estaban en esa tienda, una en cuerpo presente y la otra en una fotografía.
—¿En verdad? —inquirió pero esa vez no recibió respuesta, así que continuó— ¿No me digas que lo has leído? Por favor dime de qué trata — le pidió rogando a que él se abriera de nuevo.
—Si lo hago le quitaré todo interés para usted, sólo le diré que no es su género y que… se le da mejor la trama policial —respondió en un tono impersonal.
Se sintió muy mal por haber mentido, no tanto por su madre, sino por haber menospreciado el trabajo de ella, sabía que la novela era excelente desde todo punto de vista. No pudo evitarlo, temía exponerse una vez más y seguir inspirando lástima.
—No importa, me arriesgaré desde hace mucho deseaba leerla y lo sabes —mencionó cuando notó el cambio en su hijo.
Caminó con él hasta el mostrador para pagar el libro sólo llevaría uno, confiaba en la palabra de Pepe y también en aquello que no podía ocultar aunque intentase.
En cuánto Ivette vio el título que la señora Alfonso llevaría se emocionó y no pudo evitar hablar del mismo.
—Señora… perdón, Amelia, este libro es maravilloso, apenas nos llegó hace veinte días, pero en Norteamérica ya es Best-seller, también en Inglaterra, lo habían solicitado muchísimo y mis abuelos se mostraban renuentes a pedirlo por toda la publicidad que se ha desatado en torno a él, pero cuando yo compré uno y les leí algunos pasajes se animaron a pedirlo, además que el protagonista, Franco, es romano y la historia se desarrolla en Toscana —decía animada.
—¿Hablas en serio? Yo lo estoy llevando más por la autora, es más deseaba saber si tenías otros de ella, me interesaría tenerlos —dijo con una amplia sonrisa y la mirada brillante.
—Por supuesto, a mi abuelo le gusta mucho y dice que su lenguaje es ligero, pero tiene un estilo que logra atrapar al lector, a mí particularmente me fascina, ojalá tuviera la oportunidad de conocer a la autora en persona —explicó y al ver que tenía toda la atención de la señora sonrió sintiéndose en confianza.
—Ivette yo deseo exactamente lo mismo, no te imaginas los deseos que tengo de conocer a Paula Chaves en persona —esbozó Amelia con entusiasmo.
Pedro sintió que su corazón latía pesadamente a causa de la
nostalgia que lo embargó en ese momento; lo que su madre deseaba había estado tan cerca de suceder y aún seguía lamentando que no se diera, pues seguramente ellos si le habrían abierto los ojos y ayudado a evitar, uno de los errores que más le pesaba en la vida.
—Bueno, quizás usted tenga más suerte y pueda viajar a América a conocerla, o su hijo coincida con ella en alguna entrevista y pueda acordar un encuentro entre ambas.
El comentario de Ivette hizo que su sonrisa se hiciera más amplia, pero pudo ver de reojo que su hijo se había paralizado.
—Ella se nota muy sencilla, he visto un par de entrevistas y se ve que le apasiona lo que hace, conoces cada una de sus historias a detalle, no como esas momias pretenciosas ganadores de premios que apenas si pueden hablar o escuchar ¡Oh, Dios si mi abuelo me escucha me dará un sermón! Pero es la verdad —contestó con una sonrisa y buscó las llaves del depósito—. Permíteme buscar los que tenemos ahora mismo de ella — agregó para salir por el pasillo que llevaba a la parte trasera de la tienda.
Él con disimulo escuchó las palabras de la chica tras el mostrador y no podía más que estar de acuerdo con ella, sabía perfectamente cuanto apasionaba a Paula lo que hacía, conocía cada una de sus historias y disfrutaba mucho hablar de ellas; en ese aspecto ambos eran muy parecidos, pues se les daba mejor hablar de sus trabajos que de sus vidas, sin poder evitarlo una sonrisa afloró en sus labios y los recuerdos lo llenaron de calidez, escuchó los pasos de su madre que se acercaba y endureció su semblante de nuevo.
Amelia se volvió para mirar a su hijo quien se había apartado unos cuantos metros ¡Cobarde! Pensó mientras sonreía, pero estaba muy equivocado si creía que lo dejaría escapar, con pasos lentos se acercó hasta él, quien fingía ver unos hermosos ejemplares con cubiertas de piel del Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell.
—Así que el protagonista es romano y la historia se lleva a cabo en la Toscana… interesante ¿no te parece? Pero lo más curioso es que ella haya usado tu segundo nombre para nombrar a su protagonista —esbozó con una mirada y una sonrisa traviesa.
—En lo absoluto, y la verdad me da igual madre, si va a demorar más en este lugar será mejor que yo la espere en el café, tengo unas llamadas que hacer —contestó con gesto adusto.
—Solo serán un par de minutos, ya tengo lo que he venido a buscar y además no dejarás a tu pobre madre cruzar la calle con semejante clima, podría ser atropellada por un auto o resbalar —dijo mirándolo a los ojos, mientras le acariciaba el brazo, pudo sentir lo tenso que estaba y se conmovió, Pepe seguía siendo su niño.
Él no pudo evitar sonreír al ver la facilidad con la cual su madre lo manipulaba, la adoraba y eso era fácil de ver para todo el mundo. Era una mujer extraordinaria, enamorada de su esposo, su familia y la vida, todo el tiempo con una sonrisa en los labios, con palabras de aliento y una mano dispuesta a ayudar a quien la necesitase, pero también con el carácter para enfocar a quien lo necesitase, para poner en el camino a aquel que se había descarrilado, como fue su caso tiempo atrás, sólo en esa ocasión vio a su madre sufrir, y saber que todo había sido su culpa aún seguía haciéndolo sentir miserable y en deuda con ella.
Desde que eran un chiquillo y comenzó a descubrir lo que era el amor, se imaginaba encontrando a una mujer como ella para compartir su vida, pero el tiempo había pasado y él no la había conseguido. Sólo una estuvo cerca, sólo Paula había despertado en él una admiración parecida a la que sentía por su madre, pero la vida le demostró que su destino no era estar juntos y al final todo terminó derrumbándose como la ilusión que era.
Ahora sólo se conformaba, ya no creía en ese amor del cual su padre hablaba, consiente que como su madre no existía otra mujer en el mundo.
—Amelia, perdone la tardanza, quise traerle los ejemplares que estaban en el depósito, están exactamente como el día que los trajeron, los que están en los estantes ya han recibido algunas capas de polvo, aunque los limpiamos todos los días es inevitable…—dijo Ivette entrando al lugar.
Traía nueve libros en sus manos y una gran sonrisa en sus labios, los colocó todos sobre el mostrador, extendiéndolos para la dama.Pedro no pudo evitar que su mirada se posara sobre los ejemplares, reconoció de inmediato todas las portadas, pues él ya los había leído, algunos durante su estadía en Toscana la cual compartió junto a la autora y otros después que se separaron. La voz de la chica lo trajo de nuevo al presente y se alejó para no darle más motivos a su madre a que lo sometiera a un interrogatorio posteriormente.
—Tenía un año sin publicar, pero ha tenido una carrera productiva, ya lleva diez títulos con éste, se los recomiendo todos, aunque de sus personajes masculinos Franco es el mejor, es tan hermoso, con carácter y al mismo tiempo tan vulnerable, es en verdad fascinante… tiene muchas mujeres suspirando por él, es un personaje encantador estoy segura que a usted también le gustará —mencionó con una sonrisa que iluminaba su mirada hazel.
—Estoy segura que sí, muchas gracias querida, por favor cóbralos todos que me los llevo… ¿Pedro te interesaría alguno para ti? —preguntó mirándolo a los ojos.
—No madre, gracias… o pensándolo bien. Sí, me llevaré éstos — contestó colocando sobre el mostrador los cuatro ejemplares en cubiertas de cuero de Lawrence Durrell, mientras le sonreía al ver la decepción de ella, parecía una niña —Por favor Ivette cárgalos todos a mi cuenta —le pidió a la chica extendiéndole su tarjeta de crédito.
Amelia lo miró con reproche por haber jugado de esa manera con sus emociones, aunque después comprendió que su hijo estaba en todo su derecho de olvidar su pasado, más si sentía que ése le hacía daño, y ella estaría allí para apoyarlo como siempre había hecho.
—Por supuesto señor Alfonso —susurró emocionada.
Tuvo que controlar el suspiro que revoloteaba en su pecho cuando él le entregó la sonrisa más hermosa que hubiera visto en su vida, y esa mirada que le dedicó fue como si pudiera ver dentro de ella. Definitivamente no había un hombre más apuesto en toda Italia que Pedro Alfonso y justo ahora no existía una chica más afortunada que ella en todo el mundo.
Guardó los libros de la señora Amelia en una bolsa con cuidado y los del chico en otra, luego se los entregó con una sonrisa igual de efusiva para ambos y un gesto del joven le recordó al famoso Franco, cosa que no sería tan descabellada pues la autora lo describía idéntico físicamente a Pedro Alfonso.
Él le ayudó con las bolsas a su madre, mientras caminaba tomado del brazo con ella, el clima no era el más idóneo para ocupar una de las mesas de afuera, así que decidieron pasar al interior del local. Ella emocionada tomó asiento frente a él y extrajo de la bolsa los libros de la americana, los colocó amontonados sobre la mesa y los observaba como si fueran sus presentes de navidad.
—¿Cuál fue el primero que leíste de ella? —preguntó llena de curiosidad buscando los ojos de su hijo.
—¿Cómo sabe que los he leído? —cuestionó con un tono de voz impersonal, deseando restarle importancia al asunto.
—¡Por favor Pepe! No me creas tonta que no lo soy, es más puedo jurar que los has leído todos e incluso que lo has hecho más de una vez… ahora no te hagas el indiferente, no con tu madre que te conoce mejor que nadie y responde —le exigió mirándolo a los ojos.
—Ronda Mortal… pero ése no lo leerá usted —respondió y lo alejo de ella de inmediato.
—¿Por qué? —inquirió desconcertada, intentó recuperarlo.
—Porque es un libro… es un libro con mucho contenido sexual, la carga de erotismo es muy alta, es una buena historia, pero gira en torno a la lucha de poderes de los protagonistas y usan sus cuerpos como armas para lograr que uno ceda ante el otro —explicó desviando su mirada de la de su madre y mantuvo el libro de su lado.
—Pedro Alfonso… ¿acaso recuerdas con quien estás hablando y la edad que tengo? —cuestionó una vez más.
—Usted es mi madre y sé perfectamente su edad, pero no lo leerá y si no los recoge ahora mismo de la mesa, puedo terminar quitándole la mitad de ellos —la amenazó elevando una ceja de la misma manera en la cual lo hacía su padre cuando intentaba intimidarla.
—¡Te pareces a tu abuelo! Qué hombres tan retrógrados tengo en mi familia, definitivamente ese mal viene de herencia y es de mi parte, tu padre jamás me prohibiría leer algo así, no tiene problema con que lea erotismo… —decía molesta cuando él la interrumpió.
—Prefiero que no entre en detalles con respecto a eso, mejor ordenemos que tengo una cita para una entrevista con un diario dentro de dos horas, y usted debe regresar al trabajo —indicó tomando la carta que se hallaba sobre la mesa.
—Deberías anotar en tu agenda un tiempo para vivir de vez en cuando, últimamente no haces más que trabajar y eso me preocupa mucho, deberías tomarte unas vacaciones, igual la serie ya está por terminar… que te parece si nos vamos al Caribe, con este clima es lo que más se me antoja por el
momento —esbozó con emoción.
—Lo pensaré, quizás es lo que esté necesitando también… puede ser algún país de Centroamérica o del Sur —contestó de manera casual. El nombre de una ciudad, no quedaba precisamente en esos lugares resonó en sus pensamientos, pero de inmediato lo rechazo, y se enfocó en lo que pediría.
Pedro era como un cristal para su madre, no necesitaba ser adivina para saber lo que pasaba por la cabeza de su hijo en ese momento. Siempre que ella proponía unas vacaciones él era el primero en sugerir alguna ciudad, y buscaba cualquiera que estuviera alejada de los Estados Unidos, tenía cuatro años que no visitaba ese país, consciente tal vez de su debilidad, y de que estando allá, no podría resistirse a la tentación de buscar a Paula Chaves.
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