domingo, 12 de julio de 2015

CAPITULO 9




Paula entró a la casa que ocupaba con andar relajado y distinguido, absolutamente tranquila, para hacerle ver a ese hombre que no la había alterado en lo más mínimo. Sin embargo, en cuánto la puerta se cerró a su espalda, dejó libre un grito de frustración, sin darle sonido, sólo lo esbozó
en silencio para que su “vecino” no la escuchase; sentía la necesidad de golpear algo, o mejor dicho a alguien, precisamente a ese italiano arrogante y déspota, no podía creerlo, burlarse de ella de esa manera, la llamó ciega, loca… bueno eso último no, pero lo insinuó y eso la enfurecía.


Subió hasta su habitación con andar enérgico y se encaminó
directamente al cuarto de baño, abrió el grifo para que el agua tomara una temperatura agradable, pues aunque tenía calentador, al principio siempre estaba helada, se miró en el espejo y se sintió mucho más molesta que minutos atrás, cerró los ojos y se esforzó por olvidar la sonrisa odiosa de aquel hombre, sentía que lo detestaba.


Se quitó su conjunto deportivo con más fuerza de la necesaria, descargando en éste la rabia que sólo aumentaba a medida que pasaban los minutos, después siguieron sus zapatillas y los calcetines que arrojó al cesto de la ropa sucia junto a las otras prendas. En ese momento escuchó que alguien llamaba a la puerta, y pensó que seguramente era la señora Cristina para ofrecerle sus disculpas por el comportamiento del castaño, la mujer no tenía la culpa de nada y ella no debía hacerla sentir responsable por la actitud de su otro huésped, así que armándose de paciencia una vez más, se colocó una bata de paño en tono lila, cerró la llave y decidió bajar.


—Si alguien debería disculparse es él, no sólo por querer atropellarme sino por ser tan grosero minutos atrás, pero es evidente que no lo hará, es un caso perdido, y pensar que todos los italianos que había conocido me caían bien —hablaba para ella misma.


Paula abrió la puerta sin mirar antes por el ojillo, se había
acostumbrado a que sólo estuvieran los conserjes y el nieto de ellos; pero su sorpresa fue mayúscula al encontrarse con una amplia espalda masculina, que se mostraba sumamente atractiva bajo la camisa azul cobalto que le quedaba a la medida. De nuevo se quedaba muda ante la imagen del italiano, y sintió un calor recorrerle el cuerpo, a medida que su mirada bajaba por la figura del hombre frente a ella, paró de golpe su recorrido, reprochándose por verlo de esa manera y le echó la culpa a la sorpresa de encontrarlo allí, era lo último que esperaba, bajó la guardia un minuto pensando que quizás venía a disculparse, pero igual no se la pondría fácil.


—¿Qué desea? —consiguió decir al fin, con un tono de voz muy flojo para su gusto, deseaba que fuera cortante y no lo fue.


—Señorita Chaves… —Pedro se volvió para mirarla.


Él se encontraba observando el paisaje después de tocar la puerta y casi se retiraba al ver que ella no atendía. Cuando se giró sus ojos se posaron en la figura de la chica, esta vez no pudo evitar que sus ojos la recorrieran. Se había quitado la ropa de ejercicio y ahora se encontraba sólo en una mullida bata de paño.


La abertura le permitió ver el nacimiento de los senos de ella, un par de pechos turgentes, blancos y suaves a simple vista, que hicieron que un deseo primitivo se despertara en él. Sin embargo, mantuvo su autocontrol, no era la primera mujer con senos hermosos que veía en su vida, aunque eso no limitó su deseo de bajar su mirada para estudiar el resto de la figura femenina, pero el gesto de la mujer al cerrar su bata, y la impaciencia reflejada en los ojos de la castaña hizo que desistiera de ello, así que se enfocó en lo que había ido a hacer.


—Le he preguntado qué desea —repitió de nuevo esta vez con un tono glacial, la inspección de él la había ofendido.


Pedro dejó ver una sonrisa ladeada y disfrutó de las pocas pecas que adornaban el rostro de la chica, y se habían hecho más visibles gracias al sonrojo que ella mostraba, estaba furiosa y eso de un modo u otro lo hizo sentir contento, le gustaban mucho los retos y ella definitivamente era uno, así que se animó a continuar.


—He venido porque deseo dejar por la paz lo sucedido, usted dice que yo intenté atropellarla y yo sigo en mi postura de no haberla visto en el camino, como evidentemente ninguno de los dos le dará la razón al otro, lo mejor será olvidar este asunto… —mencionaba con una inocencia asombrosa, pero ella no lo dejó terminar, con sus discurso, elevó una mano para detenerlo.


—Yo ya lo he hecho señor, no pretendo amargar mi día por semejante descuido de su parte, pero le agradecería que la próxima vez tome en cuenta que no se encuentra sólo en el mundo, y que éste no es de su propiedad para que pueda andar por allí como si lo fuera, irrespetando el espacio de los demás, ahora si me permite debo continuar con lo que estaba haciendo —dijo disponiéndose a cerrar la puerta, pero la mano fuerte de Pedro se lo impidió.


Ella miró primero la mano de él que se apoyaba en la hoja de madera y después buscó los ojos del chico, su ceja perfectamente elevada en una curva era una clara advertencia, pero él ni siquiera se inmutó, por el contrario la vio de igual manera, mostrándose serio y arrogante, como si
con eso pudiera intimidarla.


—Veo que ya se ha formado un concepto de mi persona y que es tan obstinada que no lo cambiará, créame no me importa en lo más mínimo, no será esto la causa de mi desvelo —indicó mirándola a los ojos, viendo cómo aunque deseaba lucir fría y educada, su paciencia estaba pendiendo de un hilo.


Se animó a atizar ese fuego que danzaba en los ojos ámbar un poco más, quería continuar con el juego. Ella se había rendido la vez anterior quitándole a él la diversión, pero ahora no dejaría que eso sucediera, al menos no tan rápido, era un experto en provocar y justo había encontrado con quien hacerlo en ese lugar.


—Sin embargo, usted necesita mis disculpas y que repare de alguna forma el daño, digamos que acepto hacerlo, le pido disculpas por no haberme fijado que se encontraba escondida tras la seta sesenta y cinco — dijo con una sonrisa burlona.


Ella suprimió un suspiro de impaciencia, seguramente, pensó Pedro y disfrutó de ello, era evidente que se estaba esforzando por mantenerse calmada, en vez de americana, parecía inglesa, incluso su tono de voz era más grave y formal, quizás había estudiado en Inglaterra o Cristina se había equivocado al decirle que era de Norteamérica, igual eso no importaba, rompería esa capa de hielo, pues no pensaba terminar ahí, ahora vendría su estocada.


—Me ofrezco a ayudarla con su baño para quitarle toda la tierra que le eché encima con mi auto —esbozó con naturalidad, poniendo todo su esfuerzo en esconder la sonrisa que deseaba liberar al ver la expresión reflejada en el rostro de ella.


—¿Disculpe? —preguntó Paula completamente asombrada,
mientras lo veía a los ojos—. Creo que no lo he escuchado bien, usted pretende… —decía cuando él la detuvo.


—Lo que escuchó señorita Chaves, me estoy ofreciendo a bañarla y dejarla impecable, usted decide… ¿Ducha o bañera? —inquirió, esa vez la sonrisa ladeada y perversa se mostró en todo su esplendor, mientras sus ojos brillaban cargados de diversión.


Paula se quedó mirándolo unos segundos en silencio, decidiendo si golpearlo o mantenerse en su postura y no ceder a su provocación, siempre se había considerado una persona pacífica, madura, pero todo tenía un límite y definitivamente ese hombre lo había cruzado ¿se creía un Dios acaso? Pensaba con el ceño fruncido.


Ella lo vio deshojar los botones de los puños de su camisa y comenzar a remangarlos a la altura de los antebrazos, unos muy provocativos a decir verdad, pero era tanta la rabia que sentía que apenas si se fijó en ellos, de verdad estaba completamente convencido que aceptaría su ofrecimiento o quizás deseaba provocarla aún más. Así que quiso darle a probar un poco de su propia medicina; lo miró de arriba abajo lentamente, detallándolo y evaluándolo con tal descaro como jamás había hecho con otro hombre, dejó ver media sonrisa y posó de nuevo su mirada en los ojos azules, que ahora lucían más claros, casi grises, la masculina y gruesa ceja ligeramente levantada exigía una respuesta, así que ella se la dio.


—Acepto sus disculpas señor… ¿Alfonso? —preguntó para confirmar el apellido del joven, él asintió con un gesto casual, mirándola fijamente. Ella continuó, se le había ocurrido una manera de vengarse—. En cuanto a lo otro, tengo una mejor idea, pase por favor —le pidió con una sonrisa al tiempo que le hacía un ademán con la mano y lo invitaba a seguir.


Pedro sintió su corazón acelerarse y golpear con fuerza contra sus costillas, entró al salón con cautela, sin apartar su mirada de la americana, su intención había sido sólo molestarla un poco, le gustaba esa actitud que había mostrado minutos atrás y quería disfrutar de la misma de nuevo, ciertamente había llegado hasta aquí para enmendar ese primer encuentro entre ambos, pero las respuestas y la postura de ella le habían animado a continuar con su juego, sólo que no esperaba una reacción como ésa.


—Espere un minuto por favor, enseguida regreso, si lo desea puede sentarse en aquel sillón y ponerse cómodo —dijo con una hermosa sonrisa y se volvió para subir las escaleras.


Él no supo qué decir, sólo asintió en silencio y la siguió con la mirada, mientras el sutil y sensual balanceo de las caderas de la castaña al subir cada peldaño, provocó que sus latidos duplicaran su velocidad, tragó en seco ante la reacción de su cuerpo.


Ella debía estar jugando con él, quería provocarlo, intimidarlo, si supiera que podía cambiar ese juego en cuestión de segundos si se lo proponía, la señorita Chaves no tenía ni idea de con quien se metía, era más seguro jugar con fuego que con él.


Paula hizo su mejor despliegue de movimientos de caderas mientras subía las escaleras, ya en lo alto se volvió y le dedicó una mirada al hombre parado en medio del salón, él la observaba con intensidad, todo rastro de diversión se había borrado de la expresión del italiano y eso hizo que ella se sintiera muy satisfecha con lo que había hecho. Él quería jugar, bueno debía aprender que la mayoría de las veces, uno conoce el juego, pero no al jugador.


Con una sonrisa de satisfacción entró hasta el cuarto de baño, buscó una bolsa en una de las gavetas del tocador y colocó en ésta su conjunto de deporte y los calcetines que acababa de quitarse. Cuando su mirada se encontró con el reflejo en su espejo sintió algo extraño, era como si algo en ella fuera diferente, el brillo en sus ojos que lucía casi perverso o la sonrisa que no podía borrar de sus labios, no lo sabía con certeza, pero le gustaba sentirse así, adoptó una postura erguida salió de allí.


—Espero no haber demorado mucho, estaba preparando la bañera, me he decidido por ésta, creo que sería más cómoda y agradable —esbozó con naturalidad, mientras bajaba las escaleras minutos después y le sonreía coqueta al italiano.


—Descuide, sólo han sido unos minutos, igual no tengo mucho que hacer por el resto del día…más que dedicarlo a usted —contestó Pedro con una sonrisa mientras la miraba.


Esta vez las piernas de la mujer atraparon su mirada, eran delgadas pero torneadas a la vez, fuertes, largas y elegantes, decidió que le gustaban esas piernas moldeadas por el ejercicio. Se lamentó cuando la bata le cortó la visión a la altura de las rodillas, y de nuevo ese deseo primitivo por
descubrir más de ella se instaló en él, respondió a la sonrisa de la chica de igual manera, intercambiando ese gesto sugerente que prometía mucho.


—Es usted tan amable señor Alfonso, pero no quiero abusar de su buena voluntad, tampoco le quitaré mucho tiempo, con unos pocos minutos será suficiente, tome —mencionó extendiéndole la bolsa con su ropa.


—¿Qué es esto? —inquirió él con recelo, mientras la recibía.


—La ropa que llevaba puesta, como habrá notado quedó hecha un desastre y ya que usted está tan ansioso por subsanar el daño causado, pensé que no tendría ningún problema en lavarla, sólo le tomará unos minutos, claro suponiendo que sepa cómo hacerlo —indicó mirándolo con diversión.


Pedro sintió como si la mujer le lanzara un balde de agua fría que lo empapó por completo. Ciertamente no creía que ella le fuera a permitir que la bañara, eso hubiera sido correr con mucha suerte y un gran recibimiento; pero jamás pensó que lo pondría a lavar su ropa, ya lo sabía, era astuta como una serpiente la condenada, pero él no era de los que se dejaba ganar fácilmente.


—He vivido solo desde los veinte años señorita Chaves, créame sé cómo hacerlo —expuso de manera casual observando el contenido de la bolsa y dejando ver media sonrisa—. No se preocupe, la tendrá de regreso en un par de horas, ahora me retiro, que disfrute de su baño —agregó y caminó hacia la puerta.


Paula lo miró desconcertada, no esperaba esa reacción de él, quería enfurecerlo, que saliera de ese lugar deseando no volver a molestarla nunca más, ni siquiera a verla de ser posible. Pero por el contrario se mostraba tan calmado, algo debía andar mal o él era una especie de psicópata que en cuanto saliera de aquí comenzaría a planear su asesinato.


¡Por favor, Pau! No es uno de tus personajes, no, él solo está jugando nuevamente contigo, no caigas, no lo hagas, actúa con la misma naturalidad.


—Gracias —expresó con una amplia sonrisa.


—De nada… me siento obligado para con usted, pero creo que está olvidando algo, aquí está su conjunto, sus calcetines… no veo su ropa interior, deseo compensarla por completo así que la necesito, si aún la lleva puesta, puedo darme la vuelta para que se la quite y me la entregue — pronunció mostrándose completamente casual, como si le estuviese pidiendo una taza de azúcar.


La chica sintió que la sangre comenzaba a bullir en su interior, ya sabía que él no se iría así, debía provocarla y lo había conseguido, si fuera una mujer más liberal, arriesgada y desinhibida como su agente Jaqueline, ni siquiera le pediría que se volviera, delante de él se quitaría el panty y se la entregaría con una sonrisa triunfante, pero no lo era… ¡Ella no era tan descarada!


El rostro se le tiñó de un intenso carmín y la rabia se apoderó de su pecho nuevamente, si sus ojos fuesen puñales, el italiano estaría en ese momento dejando salir la sangre a borbotones de su boca, en lugar de tener esa estúpida sonrisa que Paula deseaba borrar de una bofetada, respiró profundamente y habló en tono serio.


—Entrégueme la bolsa y salga de este lugar de inmediato antes que tenga que lamentarlo — su mirada era fría, igual que su tono.


—Usted me ha pedido que lave su ropa y eso haré, que tenga buenas tardes señorita Chaves —dijo abriendo la puerta.


—Le he dicho que me entregue eso, vino aquí con toda la intensión de burlarse de mí y no se lo voy a permitir… —decía.


Él se volvió a mirarla y sus ojos ahora eran serios, su mirada tenía una intensidad que la hizo guardar silencio y retroceder un paso, pero de inmediato retomó su postura desafiante y lo miró a los ojos sin intimidarse, dispuesta a quitarle la bolsa y sacarlo de allí a patadas.


—¿Quién quiso burlarse de quién? No hagas lo que no quieras que te hagan. ¿Sus padres acaso no le enseñaron eso señorita? Mis intenciones eran las mejores, pero usted propuso otro juego, yo sólo lo seguí, así que ahora no se haga la ofendida, quiere su ropa de vuelta, pues tendrá que ir hasta la casa de al lado y buscarla, si no lo hace, vaya pensando en comprar otro —indicó con determinación, el iris de sus ojos era de un azul intenso, ella no dijo nada más y él salió.


Paula se había quedado congelada, como una estúpida ante la postura y las palabras del italiano, nunca nadie se había atrevido a hablarle así en su vida. ¿Quién demonios se creía él para tratarla así a ella?


¡Precisamente a ella! Lo vio salir y la furia estalló en su interior.


—¡No puede hacer eso! ¡Idiota! —exclamó abriendo la puerta.


Pero ya era tarde, él había salido del lugar dejándola hirviendo de rabia, llevándose su ropa y haciendo con eso que se sintiera mucho más frustrada que minutos atrás. Su mirada se topó con la de la señora encargada del lugar, que se encontraba a unos metros de allí, observando desconcertada la situación; inhaló para intentar calmarse, no montaría un espectáculo de nuevo, no le daría el gusto de humillarla otra vez.






2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyy, cómo me gusta esta historia jajajajajaja.

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  2. Muy buenos capítulos! Muy distinto la manera en la que se conocieron a la que imaginaba!

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