viernes, 24 de julio de 2015

CAPITULO 49




Pedro había llegado hasta la casa de Paula cerca de las seis de la tarde, el sol aún se encontraba brillando en el horizonte, como era propio en los días de verano, pintaba de hermosos tonos naranja y dorado el extenso paisaje toscano, mientras una cálida brisa le rozaba la piel, el ambiente de lluvia había pasado y de nuevo la humedad hacía de las suyas, anunciando que esta noche sería bastante calurosa.


—Hola —lo saludó Paula con una gran sonrisa y la mirada brillante, en cuanto abrió la puerta y lo vio en el umbral, casi había corrido hasta ésta apenas escuchó los golpes.


—Hola —respondió él devolviéndole la sonrisa, se acercó a ella deseando besarla.


—Pasa —le pidió Paula haciéndole un ademán, deteniendo su acción para evitar que alguien pudiera verlos.


Pedro no comprendió ese cambio y pensó que algo había sucedido durante el tiempo separados, temiendo que quizás ella se hubiera llenado de dudas y ahora quisiera terminar con lo que habían empezado, no estaba dispuesto a dejar que se alejara.


—¿Sucede algo? —preguntó sin rodeos, mirándola con el ceño fruncido, sintió como su rostro se tensaba, dejó el bolso de mano donde llevaba ropa y algunos objetos personales junto a la puerta.


—Nada… es sólo que no quiero que los demás se den cuenta de lo que hicimos… al menos no por ahora. —mencionó sonrojándose al recordar que le había dicho, muchas veces, a Cristina que Pedro no era para nada su tipo, ahora quedaría como una mentirosa.


—¿Crees que no lo saben ya? —inquirió de nuevo con esa sonrisa ladeada y sensual que creaba un atractivo especial en él.


—Bueno… supongo que sospechan algo. —le contestó mordiéndose el labio y esquivándole la mirada.


La sonrisa de Pedro se hizo perversa y su mirada se llenó de
intensidad, tomó la barbilla de Paula entre sus dedos y le elevó el rostro para que lo mirara a los ojos.


—Anoche las luces de tu casa estuvieron todo el tiempo apagadas y siendo tan ordenada y rutinaria como eres, algo así jamás se te pasaría por alto, a menos claro está, que no hayas dormido en tu casa… créeme Paula ellos saben perfectamente donde pasaste la noche y no son tan tontos como para no concluir haciendo qué. —mencionó con suavidad, apretó la barbilla y ella abrió ligeramente los labios, él pasó el pulgar por el inferior.


Ella se estremeció ante el roce, fue simple pero tuvo la contundencia de una ola cuando se estrella contra los riscos, el deseo le recorrió todo el cuerpo y se concentró en su vientre, dejó libre un suspiro incapaz de poder contenerlo.


—Le dije a Cristina que no eras mi tipo… siempre que ella me insinuaba algo… yo le decía que nunca tendría algo contigo. —confesó mirándolo a los ojos, sintiendo su corazón latir muy rápido.


Él dejó libre una carcajada arrogante que retumbó por todo el salón, sintiendo como el pecho se le llenaba de esa nueva emoción que Paula le provocaba, tomó el rostro de ella entre sus manos y clavó su mirada en el par de ojos marrones que lo veían con una mezcla de desconcierto y molestia.


—Estamos a mano, yo le decía que apenas podía soportarte y que prefería hablar con Misterio así terminara loco, que hacerlo contigo porque eras exasperante… —expresó sonriente, divertido ante el cambio que habían dado las cosas, liberó un suspiro controlándose para no besarla, no antes de aclararle a Paula como lo había afectado ahora, pues pudo ver como su semblante se había tensado.


Paula se sintió contrariada por la reacción de él, algo dentro de su pecho se encogió pensando que quizás para él todo esto no había sido más que un juego, un reto que se dio el gusto de alcanzar y que ella como la más grande de las estúpidas se lo había puesto en bandeja de plata, quiso
esquivarle la mirada, pero le resultó imposible.


—Le dije todo eso… y sé que debe estar burlándose en grande de mí, pero no me importa Paula, he aprendido que uno no debe darle mucho peso a lo que los demás opinen, deberías hacer lo mismo de vez en cuando, después de todo es tu vida y nadie debe decirte como llevarla o como no, sé que Cristina no nos reprochará lo que hicimos o por haber lanzado a un barranco nuestras palabras, no es de ese tipo de personas y aún si lo hace… ¿Qué importancia tiene?—le cuestionó mirándola a los ojos, acorralándola.


—No es tan sencillo, no puedes hacer sólo como si no te importaran lo que los demás dijeran o pensaran de ti, la sociedad no se maneja de esa manera Pedro, debes rendir cuentas de nuestros actos… a nuestras familias, nuestros amigos, a las personas con las cuales convivimos a diario —respondió intentando que la comprendiera y no la juzgara por querer hacer las cosas bien.


—No estoy de acuerdo, Paula tú no puedes regirte siempre por lo que los demás esperan de ti, nadie te conoce mejor que tú, y nadie sabrá con certeza que es lo que verdaderamente deseas o necesitas porque no tienen la capacidad de ponerse en tu piel, por lo tanto sólo tú tienes derecho a vivir tu vida como mejor te plazca, sin darle el poder a los demás para que decidan por ti, puedes aceptar consejos, incluso pedirlos cuando los necesites, pero al final la única que tendrá el poder de elegir serás tú… eso es ser responsable Paula, asumir con entereza las consecuencias que tendrán tus decisiones, aprender de tus errores para evitar cometerlos de nuevo sin echarle la culpa a los demás —Pedro se había dejado llevar y sin darse cuenta estaba hablando de por sus propias experiencias.


Ella no sabía cómo responder a sus palabras, sólo se quedó
observándolo, él se veía tan convencido de cada una de ellas, su tono no dejaba lugar a dudas, y de pronto se descubrió deseando tener la misma fortaleza de Pedro para asumir las riendas de su vida, para tomar decisiones sin consultar, sólo hacerlo y ya, las pocas veces que lo había hecho sintió una gran satisfacción, pero siempre acompañada de un sabor amargo, porque debía enfrentarse a su madre, quien la mayoría de veces era la que se oponía.


Lo hizo antes que ella publicara su primer libro, alegando que era perder el tiempo, lo hizo cuando decidió estudiar Literatura en lugar de Leyes, como ella esperaba que hiciera, imponiéndole una carrera que no le gustaba y a la cual ella se negó; también cuando terminó su relación con Francis, pues esperaba verla casada con él y que formara una familia pidiéndole que dejara de lado sus metas, y lo último fue cuando les informó de sus deseos de emprender este viaje por Europa, cada una de las decisiones importantes que Paula había tomado en su vida fueron cuestionadas por su madre.


Pedro… yo… me gustaría tanto hacer las cosas de esa manera, actuar sin pensar en lo que los demás opinen de mí, pero a veces siento que me falta el valor, no lo sé, quizás me siento mejor complaciéndolos, creando un ambiente libre de tensiones… ¿Te imaginas lo desagradable que sería estar todo el tiempo en enemistad con las personas que te rodean? Mis padres por ejemplo y no es algo que desee para mi vida. —comentó intentando zafarse de la charla.


—Creo que valdría la pena si con ello consigues que te acepten tal y como eres, después que lo hayas conseguido te aseguro que no será para nada desagradable convivir con los demás, por el contrario te sentirás mucho mejor, liberada de prejuicios y más dueña de tus actos, no digo que sea sencillo Paula… pero no pierdes nada con intentarlo y por el contrario ganarías muchísimo si consigues hacerlo —indicó mirándola a los ojos, podía ver los miedos en ella, la mirada atormentada por encontrarse en una encrucijada, pero también sus deseos de actuar como él le indicaba—. Podemos empezar por restarle importancia a lo que pueda decir Cristina o los demás de nuestra relación, esto nos concierne sólo a nosotros, y por mi parte no me importa confesar que me hiciste tragar cada una de mis palabras y que ahora apenas puedo estar lejos de ti, sin tocarte o
escuchar tu voz —agregó con una sonrisa para aligerar el momento.


Ella le dedicó una gran sonrisa y le rodeó el cuello con los brazos para apoyarse en él y subir los labios pidiéndole un beso, disfrutando de ese primer roce que Pedro le brindó y la animó a abrir la boca y rozar su lengua con la de él, sintiendo como temblaba y gemía de placer al tenerla de nuevo haciendo fiesta en su interior.


—Ya te confesé que me encanta besarte y que me beses, que me sentí de maravilla con todo lo que me brindaste anoche, me gusta mucho estar contigo Pedro, me gustaba desde antes… al menos le había dicho que ahora que empezaba a conocerte me parecías un chico agradable, igual puedo alegar que me sedujiste, que me envolviste de tal modo que me fue imposible escapar de ti, puedo echarle toda la culpa a tu fama de casanova —esbozó cuando el beso terminó, mientras le acariciaba el cuello con la punta de los dedos.


—Bien, era será tu excusa ¿cuál será la mía?— preguntó con una hermosa sonrisa, emulando las caricias de Paula pero en la cintura, moldeándola con lentitud.


—No lo sé… puedes decir que descubriste que era una mujer excepcional, inteligente, sensible… además muy comprensiva y tierna — contestó conteniendo la risa, pues era algo que ni ella misma se creía, sobre todo las últimas cualidades.


—No estaría usando excusas falsas, estaría diciendo la verdad — mencionó mirándola a los ojos, disfrutando del gesto de sorpresa que vio reflejado en las gemas oscuras.


—¿Y acaso yo he usado excusas falsas? —le preguntó ella con actitud provocativa, rechazando la emoción que le provocó escuchar a Pedro resaltar cualidades que sabía no poseía.


Nunca había sido tierna, puede que comprensiva, pero tierna nunca, su familia era casi como un témpano de hielo, los abrazos y las muestras de afecto era muy escasos, casi nulo a no ser por fechas especiales, como cumpleaños o la época de navidad y año nuevo. Ella había sido criada de esa manera y sabía que carecía del sentimentalismo de las demás personas, amaba a su familia, pero le costaba mucho demostrar esos sentimientos la mayoría de las veces, así que ser tierna no era algo que encajara en su manera de ver la vida.


—Yo no te seduje, en todo caso lo hicimos ambos, asumo que fui quien te insinuó siempre mis deseos de llegar a este punto, que te lleve a mi casa y fui yo quien te insinuó que tuviéramos relaciones… —se interrumpió al ver que ella arqueó una ceja, él suspiró—. Está bien, prácticamente te rogué para que tuviéramos sexo, pero si hablamos de seducción ¿dónde dejas la manera como respondiste a mis besos y mis caricias? Tú también tomaste partido en esto Paula, tú me volviste loco de deseo, tu cuerpo, tus miradas, tus sonrisas… tu boca —esbozaba de manera seductora mientras le tomaba el rostro entre las manos y le rozaba los labios, sintiendo como cada roce era una descarga que recibía su entrepierna.


—¿Me estás confesando que te traigo loco? —inquirió con picardía y la mirada brillante, aprovechando tener el juego a su favor para acariciarle el pecho y acercarle los labios de la misma manera, quería provocarlo.


—¿Por qué no hacerlo? Ya tú me confesaste anoche que también te traía loca. —le dijo con una sonrisa perversa y arrogante.


—¿Yo? ¡Claro que no! ¿En qué momento hice algo así? No recuerdo haberlo hecho Pedro —le cuestionó asombrada.


—Me aseguraste que tenías muy buena memoria, no te preocupes, me encantará recordártelo… —le hizo saber haciendo su sonrisa más amplia, le acarició los costados, sintiendo el temblor que le entregó—. Anoche me lo dijiste al menos unas tres veces… “Pedro me vuelves loca” eso me decías cuando te besaba los senos y acariciaba ese precioso…—no pudo continuar, Paula había llevado una mano para posarla en su boca y evitar que esbozara clítoris.


—Ya… recordé —susurró con el rostro encendido por el sonrojo que lo había cubierto, respiró con dificultad al recordar como los dedos de Pedro, le habían dado uno de los tantos orgasmos que tuvo la noche anterior, luchó por retomar la compostura, inhalando profundamente—. Pues eso no cuenta mucho, era un momento de debilidad —se defendió, algo que era absurdo, aun así lo hizo.


—¡Por favor Paula! Es más que evidente que ambos estamos locos el uno por el otro ¿dime qué ganas con hacerte la valiente, con negar que me deseas tanto como yo te deseo a ti? —le preguntó negándose a dejarla escapar.


Pedro… para mí no es fácil… nunca le he dicho algo así a nadie, bueno no antes de anoche, contigo no puedo controlarme… no sé qué es lo que tienes, parece que me hechizaras, que todo lo que me das es tan intenso que apenas puedo pensar las cosas que digo, y arriesgándome a que tu ego rebase la estratosfera… ¡Demonios! —Paula explotó de una manera que muy pocas veces hacía.


Sintiéndose desnuda y vencida ante él, cerró los ojos y contuvo el aliento unos segundos, para después liberarlo con pesadez, ya no le quedaba más que continuar, después de todo era su culpa ella había propuesto este juego y ahora él le había mostrado una mejor jugada.


Pedro sentía el corazón martillarle contra el pecho, estaba seguro que el sonido retumbaba en todo el lugar como el tambor de una banda marcial, había dejado sus manos quietas en la cintura de Paula y la miraba fijamente, la emoción que sentía apenas lo dejaba respirar, mientras la expectativa crecía a cada segundo.


—Me tienes como quieres Pedro, me tienes… loca por ti, es cierto, es la verdad, pero debes tener claro algo y es que esto no te asegura nada, igual puedo cambiar de opinión mañana y no querer ni verte como te vuelvas a portar tan arrogante como antes, me gusta este Pedro que veo ahora, no él que me encontré la primera vez, aquel idiota y soberbio o él que intentó seducirme cuando apenas me conocía en el río, déjalo fuera de juego o perderás todo lo que has conseguido… ¿entendido? —expuso sus reglas con claridad, temblando ante lo que él pudiera responderle, y al mismo tiempo luchando por mostrarse segura y tajante.


—Perfectamente y te prometo que intentaré no ser como aquel Pedro, por la sencilla razón que no soy realmente así y porque no quiero perder esto que tenemos, ni tampoco tu amistad Paula, me encanta tener sexo contigo, pero también me gusta la complicidad quetenemos, eres la primera amiga mujer que tengo en años y quiero conservarte. —mencionó con su mirada clavada en la de ella.


Las palabras de Paula habían tocado punto claves dentro de su ser, era la primera mujer que se atrevía a hablarle de esa manera, siendo tan honesta con él, cada vez le gustaba más y cada vez deseaba más tenerla a su lado, ganársela a pulso, estaba empezando a desear más, ella lo hacía aspirar a más que una simple aventura.


—Hablando de ello… ¿en qué términos quedaremos Pedro? —se animó a preguntarle eso que la atormentó muchas veces durante el día y la noche de ayer mientras cenaban, y después cuando conversaban frente a la chimenea. Él se quedó en silencio y ella se aventuró a continuar—. Ya sé que quizás es demasiado evidente y que yo esté haciendo el papel de tonta preguntándolo, pero quiero que dejemos las cosas en claro. —le exigió.


La confesión de minutos atrás la había molestado y necesitaba empezar a construir una muralla que la protegiera de él, y todo lo que empezaba a sentir.


—Ok, Paula… esta mañana cuando te dije que tú tenías la última palabra hablaba en serio, entonces ¿dime tú cómo quedamos? —preguntó él que había notado la tensión y la incomodidad en ella.


Le había confesado que lo deseaba, pero casi a regañadientes. Sabía que la había presionado, sin embargo, no pensó que al grado de recibir una respuesta así de ella, intentaba ser amable y ella se alejaba… ¿Qué demonios le pasaba? Cuestionaba en pensamientos.


—¿Yo? Pero… no puedes dejarme toda la responsabilidad de esto a mí, lo acabas de decir, esto es una cosa de dos, creo que ambos estamos en la misma situación… —decía alarmada cuando él la detuvo, apoyándole una mano en el hombro.


—Yo te acabo de decir lo que deseo, no quiero perderte, ni como amante ni como amiga, para mí eso es lo más importante, debemos tomar esto como dos adultos, siendo conscientes que nuestro tiempo aquí es limitado… yo… propongo que lo disfrutemos al máximo, que intentemos pasarla bien, complementarnos como lo veníamos haciendo hasta ahora y trasladar eso a la cama, anoche la pasamos de maravilla, estuvimos tan compenetrados Paula… como una pieza que encaja perfectamente en otra ¿deberíamos tener motivos para negarnos a vivir esto que el destino pone ante nosotros?—preguntó en un tono tan casual e impersonal que él mismo se sorprendió.


—No, en lo absoluto, somos un hombre y una mujer sin compromisos, adultos y responsables, podemos manejar esta situación sin ningún problema… y si sentimos que algo comienza a cambiar debemos hablarlo, creo que lo más importante es que seamos sinceros, y así no tendremos motivos para arrepentimientos más adelante. —pronunció ella con un tono igual de frío.


Pedro asintió en silencio, de pronto las ganas por tener a Paula entre sus brazos se habían enfriado, ella había conseguido que eso sucediera con su actitud, pensó que después de lo ocurrido anoche las cosas entre los dos serían distintas, más cálidas y agradables, no sólo como amigos, sino en un aspecto más íntimo, había perdido la cuenta de las veces que le había hecho el amor hasta ahora, unas cinco o seis, seguía deseándola con locura, pero justo ahora la sentía como un iceberg entre sus brazos.


Sin embargo, no le daría la satisfacción de demostrarle cuanto lo había afectado su actitud, si pensaba que irguiendo ese muro de frialdad entre los dos él se alejaría estaba muy equivocada, se había propuesto conquistarla en todos los aspectos que le fueran posible y no descansaría hasta hacerlo, aunque se le fuera la cordura en ello.


Paula había sentido como si el corazón se le hiciera un puño cuando escuchó la manera tan descarada, en la cual él le proponía una aventura de verano, estaba consciente que esto no sería nada más, pero oírlo con tanta ligereza le causó un extraño malestar en el pecho. Se impidió pensar un
sólo instante en que ella podía cambiar lo que Pedro le proponía por lo que ella deseaba, pues ni siquiera sabía lo que quería en realidad, igual ¿Qué ganaba con apostar por algo que sólo duraría un par de meses cuando mucho? 


Seguiría su ejemplo, lo disfrutaría mientras lo tuviera y nada más.


—¿Cenamos? —preguntó fingiendo una sonrisa.


—Por supuesto. —contestó él mostrándose de la misma manera.


Caminaron hasta la cocina y Paula sacó del horno los dos
submarinos que había colocado en éste para mantenerlos calientes, igual que la vez anterior se había esmerado en hacer algo del gusto de él, pero ahora no le importaba si lo complacía o no, sentía que una parte de esa pieza, que según él era los dos y que encajaba a la perfección, se había quebrado, apenas lo miraba a los ojos mientras cenaban y las palabras se limitaron a monosílabos.


—Otro gran acierto, estuvieron muy ricos los emparedados Paula —dijo él colocándose de pie para ayudarla con los platos, como ya tenía por costumbre.


—Gracias. —esbozó fingiendo una vez más su sonrisa.


Le entregó un plato para que él lo secara, evitando mirarlo pues sentía que si lo hacía no podría seguir callando eso que la estaba ahogando, ni las lágrimas que intentaban doblegarla, respiró profundamente para armarse de valor y hablar.


—Creo que deberíamos dejar el final de la serie para otro día… —decía pero él no la dejo continuar.


¿Quieres que subamos ya a la habitación? —preguntó sintiéndose esperanzado, imaginando que quizás ella planeaba dejar atrás el incómodo momento que habían tenido.


—No… yo… —dejó libre un suspiro tembloroso.


—Bien, entiendo —esbozó Pedro, colocó el plato en su lugar, sintiendo como el corazón se le encogía y su cuerpo se tensaba por completo, algo se había dañado entre los dos.


Se obligó a mantener ese suspiro de derrota que lo estaba ahogando dentro del pecho, no era de los hombres que se dejara vencer con facilidad, pero mucho menos era de aquellos que se pasara rogando por un poco de atención, sobre todo porque jamás lo había necesitado, Paula le gustaba ¡Bien! Pero no por ello iba a permitirle que le pusiera el pie encima cada vez que quisiera.


No se molestó en mirarla una vez más, se dio media vuelta y comenzó a caminar para salir de ese lugar. Mujeres era lo que le sobraban, sólo le bastaba con hacer un par de llamadas para tener a una docena en su casa, todas dispuestas a darle lo que deseara y más.


Paula lo vio alejarse y la presión en su pecho se hizo más intensa, tragó en seco para pasar el nudo que se había formado en su garganta, parpadeó con rapidez para alejar las lágrimas, sabía que si lloraba en ese momento quedaría como una idiota delante de él, tomó aire y se quitó los guantes de hule con fuerza demás.


—No entiendes y no lo harás tampoco —esas palabras escaparon de sus labios, cerró los ojos reprochándose por ello.


—¿Sabes qué? ¡No! No lo entiendo… y como es evidente que tú no te dignarás a explicarme nada es mejor que me vaya, no voy a quedarme aquí a la espera que decidas ser sincera conmigo —mencionó sin volverse a mirarla, dio un par de pasos hacia delante, pero en un impulso giró y regresó hasta ella, la miraba con rabia, con resentimiento, sentía que ella lo había lastimado y no se iría de aquí hasta hacerle sentir lo mismo, se paró frente a ella y espetó— ¿Qué es lo que quieres Paula? ¿Qué es lo que te molesta? ¡Háblame!


—¿Qué quieres que te diga? —inquirió ofuscada, mirándolo a los ojos, sintiendo que las piernas le temblaban.


—Quiero que me digas lo que sientes, que me digas por qué estás así y por qué cambiaste de un momento a otro, cuando llegué estabas feliz de verme y ahora me insinúas que deseas estar sola, me rechazas sin hacerme saber ni siquiera el motivo y me dices que no entiendo nada… ¡Por supuesto que no entiendo nada! Qué carajos voy a entender si tú no me ayudas a hacerlo —le reprochó con dureza.


—¡Pues no quiero nada! Y a ti tampoco debe importante lo que desee o lo que no, después de todo esto no será más que la aventura de un verano ¿no? Siéntete satisfecho con eso Pedro y no me exijas nada más —le contestó llena de rabia y dolor a ver lo ciego que él estaba, como si fuera tan difícil concluir qué la había herido.


—¡Perfecto! —exclamó él sintiéndose más furioso todavía.


Era la primera vez que una mujer lo hacía enojar de esa manera, que lo sacaba de sus cabales, respiraba con dificultad y su mandíbula estaba tan tensa que dolía, tenía la mirada clavada en ella, como buscando respuestas, pero no halló nada.


Le dio la espalda a Paula y se alejó con andar impetuoso, no dijo nada más, ni siquiera se despidió de ella, sólo abrió la puerta de un jalón, salió de la casa y lanzó la hoja de madera haciendo que se estrellara contra el marco, con un fuerte estruendo que retumbo en todo el lugar e hizo temblar los cristales de las ventanas.


Ella se quedó clavada justo en el lugar donde se encontraba, no se atrevió a moverse, no tenía la voluntad para hacerlo, sólo percibió como su cuerpo tembló a causa del golpe que pareció estremecer toda la casa, sus ojos se llenaron de lágrimas, el nudo en su garganta se apretó con tanta fuerza que sentía estaba a punto de asfixiarla, se mordió el labio trémulo para retener el llanto.


—Ni se te ocurra llorar Paula Chaves… —se dijo con decisión, al tiempo que cruzaba los brazos en su pecho, inhaló profundamente para pasar la presión en su pecho, y eso fue el detonante para sus emociones— ¡No! Te dije que no lloraras… no llores Paula ¡Por Dios ni que fuera para tanto! —se reprochó sintiendo como las lágrimas le llegaban en oleadas luchando por desbordarla, intentó tomar aire de nuevo—. Te prohíbo que llores… tú no eres así, no lloras por los hombres, ninguno te ha hecho llorar y él no será el primero… no seas tonta… no llores por favor — había pasado de exigir a rogarse a sí misma guardar la compostura.


No pudo hacer nada, las lágrimas ya bajaban tibias y pesadas por sus mejillas, se sintió fatal por mostrarse tan débil, por permitir que Pedro la afectara de ese modo, negaba con la cabeza luchando por parar de una vez, pero todo parecía inútil, entre más intentaba dejar de llorar, más lágrimas salían de sus ojos, se llevó las manos al rostro para ahogar los sollozos que empezaron a llegar acompañando su llanto, se dejó caer en el sillón y hundió el rostro en medio de sus piernas, llena de vergüenza y rabia.








CAPITULO 48






Quince minutos después se encontraba en el salón de la casa junto a Pedro, quien la tenía rodeada con sus brazos y la besaba con ternura, prologando tanto como le era posible la separación, sintiéndose tentada a quedarse, pero consciente que si lo hacía nada evitaría que terminaran desnudos en la cama de nuevo, ambos parecían no poder saciarse el uno del otro y aunque le gustaba mucho, también empezaba a parecerle algo exagerado, sin embargo, no se enfocó en ello, no quería arruinar el momento.


—Ya déjame ir… sólo serán pocas horas… te espero esta noche — esbozaba Paula entre besos.


—Yo te dejo ir… si tú dejas de besarme —le hizo saber él con una sonrisa, pegándola a su cuerpo.


Paula apenas había notado que era ella quien rozaba los labios de él una y otra vez, se sonrojó y cerró los ojos negando, él la hacía perderse por completo, y apenas habían pasado una noche juntos, no quería ni pensar lo que sería de ella después. Con lentitud se movió para alejarse, le acarició la espalda, los brazos y para no quedarse con las ganas lo besó una vez más, un último beso intenso y profundo que los dejó jadeando a ambos.


—Te veo esta noche —susurró Pedro y la tomó de la mano.


Al fin llegó la despedida, ella salió por la puerta de la cocina que daba al patio que sus casas compartían, de ese modo no tendría que enfrentarse a Cristina, su esposo o Piero, no se sentía preparada para asumir lo que había ocurrido entre Pedro y ella, con alguien más.







CAPITULO 47




Los rayos de sol iluminaban toda la habitación cuando los párpados de Pedro comenzaron a moverse con pesadez, no deseaba abrirlos, no quería despertar, se sentía exhausto y sus músculos, aunque relajados, mostraban la ligera y dolorosa tensión del ejercicio realizado la noche anterior. 


Había hecho suya a Paula casi hasta quedarse sin fuerzas, su período de abstinencia obligada le había pasado la cuenta el día anterior, nunca había tenido una jornada de sexo tan extenuante y al mismo tiempo tan placentera.


Dejó ver una sonrisa cuando volvió su cara y sus ojos captaron a Paula que dormía profundamente a su lado, boca abajo, con el rostro apoyado sobre una almohada, se le veía tan hermosa y tranquila, el cabello le caía con descuido sobre la mitad de la espalda, creando un hermoso contraste con la piel blanca y tersa de ella, justo ahora notaba que el color no era castaño oscuro, como creyó. Tenía algunas notas cobrizas, no las había distinguido con claridad hasta ahora, los rayos de luz que entraban por la ventana jugaban con éste mostrando su verdadera tonalidad y la de su piel, que había conseguido un suave bronceado por la exposición en esos días de verano al aire libre.


Se acercó llevado por la tentación y deslizó un par de dedos por la espalda hasta llegar a la curva de su derrier, justo donde la sábana blanca que cubría la mitad de su cuerpo comenzaba, la sintió removerse y su sonrisa se transformó en una traviesa, al tiempo que sus pupilas de un azul casi celeste, por la claridad que reinaba en el lugar, se movía creando una caricia con su mirada que acompañaba sus dedos, dejó libre un suspiro extasiado por la imagen que Paula le entregaba, ella no sólo era hermosa, podía jurar que era perfecta, su piel era maravillosa y su cuerpo era un pecado, tan natural y armonioso, sentía que no se cansaría nunca de disfrutarlo.


Sin embargo, debía dejarla descansar, ser un amante considerado siempre había estado entre sus prioridades, se acercó a ella muy despacio y dejó caer un beso sobre la punta de esa hermosa nariz colmada de pecas que ella tenía, sonriendo al ver que movía los labios formando una especie de mohín muy gracioso y a la vez atractivo, se alejó para no caer en la tentación de atrapar su boca, calmó su deseo dándole un beso en el hombro, la escuchó suspirar y repitió la acción, le gustaba ese sonido.


Consciente que no podía prologar más ese momento se puso de pie, salió de la cama dejando que los rayos del sol bañaran su desnudez, estiró su cuerpo tensando sus músculos y sus huesos crujieron como si fuera un anciano artrítico, sonriendo ante el efecto. Se dirigió al baño para prepararse y media hora después bajaba a la cocina dejando que ella descansara un rato más.


—Manos a la obra Pedro, tienes que hacer el mejor desayuno que hayas hecho en tu vida, recuerda que lo prometiste. —mencionó en voz alta con una gran sonrisa.


Comenzó la labor, intentando hacerlo con agilidad y en el mayor de los silencios para que Paula no fuera a despertarse, deseaba sorprenderla llevándole el desayuno a la cama, pues lo había planeado así, consciente que era la primera vez que hacía algo como eso para una mujer, se enfocó en prepararlo y no darle mucho valor a sus pensamientos, cuando le hacía cuestionarse ¿por qué actuaba de esta manera con Paula? En realidad muchas cosas con ella eran nuevas y ninguna lo había incomodado hasta ahora, así que prepararle un desayuno delicioso y llevárselo a la cama, no debería implicar nada relevante o que diera pie a confusiones.


Ella era una mujer muy centrada e inteligente y de seguro vería esto como un gesto amable de su parte, sólo eso; ella se lo merecía después de haberle dado una de las mejores noches de su vida, había sido complaciente, tierna y apasionada, no se había quejado una sola vez, por el contrario había mostrado su mismo deseo, su misma necesidad, ambos estaban claros en las reglas de ese juego.


Después de unos cuarenta minutos tenía la bandeja con el desayuno de ambos lista, había realizado una apetitosa presentación con las rodajas de pan ciabatta, el queso mascarpone, la mantequilla, el jamón ahumado, brioches, mermelada de frutos rojos. Con cuidado tomó la bandeja y se dirigió con ella hacia la habitación, había dejado la puerta abierta por lo que entrar no representó un problema, dejó el desayuno sobre el escritorio junto a la ventana, y se acercó a la cama para despertar a Paula que aún dormía.


Pedro comenzó a besarle la espalda, apenas toques de labios que iban cayendo en la piel cálida y suave de ella, la sintió suspirar una vez más y después removerse un poco, demostrando que aún deseaba seguir durmiendo y él gustoso la dejaría, si no fuera porque el desayuno terminaría enfriándose, subió hasta su oreja y después de darle un par de besos le habló.


—Paula… preciosa despierta… ya es de día —susurró acariciándole la cintura, allí estaba de nuevo esa necesidad por tocarla.


—Tengo sueño… y además estoy de vacaciones —murmuró ella, hundiendo su rostro entre las almohadas.


—Lo sé… pero sería una verdadera lástima que te perdieras el mejor desayuno que alguien te haya preparado —le hizo saber depositándole un beso en el cuello y al sentir que se estremecía esbozó una sonrisa contra éste.


Eso captó la atención de Paula de inmediato, sobre todo porque su estómago al escuchar la palabra “desayuno” se había revelado contra sus deseos de dormir, de pronto se sintió hambrienta, se movió con lentitud procurando mantener la sábana en su cuerpo, la jaló hacia ella para cubrirse los senos y se giró quedando de espaldas sobre la cama. Sintió como su corazón daba un brinco dentro del pecho ante la imagen que Pedro le entrega esa mañana, había reconocido ya que él era un hombre muy apuesto, pero eso no la salvaba de sentirse deslumbrada al verlo, la sonrisa en su rostro era amplia, sus labios se estiraban hasta volverse finos y mostrar su perfecta dentadura.


Era una sonrisa hermosa y genuina de esas que llegaban a su mirada y creaban pequeñas arrugas en los contornos de sus ojos, los mismos que justo en ese momento tenían un suave tono azul brillante, la sombra de la barba se notaba mucho más que ayer, fortaleciendo sus rasgos de por sí sumamente masculinos y resaltando el bronceado de su piel, su cabello lucía natural como siempre, sólo que cada día estaba más largo y no podía decir que le quedara mal, había muchos hombres a los cuales no les lucía, pero a él sencillamente nada podía quedarle mal, estaba segura que aún con la cabeza rapada se vería igual de hermoso que en ese momento.


La mirada de Pedro se encontraba pérdida en la belleza de
Paula, completamente natural, sin una gota de maquillaje, su piel nívea salpicada de pecas, sus labios llenos y rosados, sus ojos marrones que lo veían como si intentaran descubrir algo dentro de él, brillantes y de pupilas danzarinas, cargadas de curiosidad tal vez o mirándolo de la misma manera que él la veía a ella, tenía el cabello ligeramente desordenado, algunos mechones rebeldes intentaban restarle protagonismo a su rostro, algo prácticamente imposible, bueno, al menos que fuera su cuerpo el rival.


Mostrando una sonrisa bajó su mirada encontrándose con los bellos y turgentes senos de Paula apenas cubiertos por la sábana blanca, aún debajo de ésta se podían apreciar los pezones erguidos, recordándole que se encontraba desnuda, que la noche anterior ese maravilloso cuerpo había sido suyo, que había sucumbido a él tantas veces que no logró contar, aún recién levantada ella parecía ser la mujer más hermosa que hubiera visto en su vida.


Empezaba a creer que era imposible que una mujer a la que apenas conocía, a la que había considerado sólo para tener una aventura de verano, despertara tantas sensaciones y emociones en él, sólo habían pasado dos meses desde que se conocieran de aquella manera tan desastrosa y divertida, al menos para él. Sentía que ahora todo era distinto, que incluso algo en él había cambiado desde aquella época al momento, la principal:
Había llegado a conocer a Paula Chaves a tal punto que no tenía problemas en admitir que le encantaba.


—Si no te levantas de esa cama en cinco segundos, juro que no te dejaré salir de ella en todo el día —esbozó mirándola con intensidad.


Paula sintió como una vez más todos los músculos de su intimidad se contraían, regresaban a la vida con sólo escuchar la amenaza de Pedro, vibrando y cargados de expectativas como si tan solo horas atrás no hubiera quedado absolutamente satisfecha, se sorprendió ante su propia reacción, y antes que él pudiera atraparla allí de nuevo para darle a su cuerpo lo que clamaba y mostrarse ante él como una insaciable, se movió para salir de la cama tan rápido como su cuerpo laxo y algo adolorido le permitía.


—Dame cinco minutos y estoy de regreso me muero de hambre, creo que me comeré todo lo que veo en esa bandeja… lo peor es que hoy no salí a correr… voy a engordar y todo será tu culpa —mencionó intentando ocultar su turbación, con un comentario casual.


—No te preocupes por ello —contestó él, y antes que Paula lograra abandonar la cama, le depositó un suave beso en la espalda, después subió y le dejó caer otro en el cuello—. Yo me encargaré de que pierdas todas las calorías que ganes, ya lo dijiste ayer, los orgasmos te dejan más agotada que tus carreras en las mañanas, así que por cada comida sustanciosa, haré que tengas tres orgasmos… ¿Qué te parece mi proposición? —preguntó en un tono sensual, ronco, cargado de malicia.


—Creo que tendremos que llenar al doble las despensas —respondió con picardía, le dedicó una sonrisa al ver que él le entregaba una mostrándose complacido.


Terminó por levantarse y antes que lograra avanzar un par de pasos Pedro la tomó por el brazo y la sentó en la cama de nuevo, Paula dejó escapar un jadeo ante la sorpresa y la pequeña descarga de dolor que le recorrió las caderas. Vio que él llevaba las manos hasta la sábana y con rapidez la sacaba fuera de su cuerpo, provocando que un estremecimiento la cubriera de pies a cabeza al quedar completamente desnuda.


—¡Pedro! —protestó intentando cubrirse de nuevo.


—He pasado semanas esperando para verte así, para verte caminar desnuda después de haber dormido contigo y aunque tenga que esconder todas las sábanas no pienso negarme este placer Paula… —mencionó mirándola a los ojos con tanta intensidad que podía notar como la piel de ella se sonrojaba, le gustaba tener ese efecto sobre las mujeres, pero sobre todo en ella—. Ahora sí señora escritora, puede levantarse y deleitarme con ese andar tan sensual que posee —agregó tendiéndose con comodidad en la cama.


—¡Estás loco! Y además de exhibicionista, también eres voyerista. —se quejó sin más remedio que ponerse de pie y caminar hacia el cuatro de baño, antes de prenderse en llamas bajo la mirada de él.


—Despacio, no hagas trampa Samantha —le advirtió al ver que apuraba el paso.


No había más de cuatro metros de distancia entre la cama y el baño, pero quería disfrutar cada paso, ella se volvió y le sacó la lengua en una actitud muy infantil que le encantó, dejó libre una carcajada al ver su cara malhumorada y para irritarla un poco más agrego.


—Y usa mi cepillo de dientes o me harás entrar y lavarte los dientes como a una niña de cinco años… —decía cuando ella lo detuvo, mirándolo con impaciencia.


—Lo haré… ¡Bien! Deja de ser tan mandón, pareces un viejo
cascarrabias —comentó indignada por su falta de madurez y sus burlas, pero sentía que le era imposible molestarse con él.


—Bien… me alegra que entendieras el punto, tú has estado en mi boca y yo en la tuya, no tienes que cohibirte por un simple cepillo de dientes, ahora cumple con tu palabra o te castigaré sin besos por lo que resta del día. —la amenazó mostrando una sonrisa perversa.


—Siempre cumplo lo que prometo, lo usaré, pero no por tu amenaza, la verdad es que dudo mucho que puedas llevarla a cabo, te mueres si no me besas. —indicó triunfante volviendo medio cuerpo para mirarlo y mostrándole una sonrisa prepotente.


—¿Dónde dejaste a modestia? —preguntó sorprendido ante su arrogancia, odiando que tuviera razón, ya deseaba besarla.


—En mi casa… y como no me has permitido ir a buscarla debes soportar a la Paula altanera y arrogante —respondió con altivez.


—¿Así? Bueno… tendré que tomar medidas para lograr hacer de esa Paula una criatura dócil y complaciente —le amenazó de nuevo y con rapidez se movió para bajar de la cama.


Paula descubrió las intenciones de él y acortó la distancia que la separaba del baño en una carrera, se metió a éste y cerró la puerta casi en las narices de Pedro, mientras se mordía el labio y sonreía como si fuera una niña traviesa, sintiendo su corazón latir de prisa y su pecho colmado de una emoción que la hacía sentir viva.


—Te salvas por ahora… pero ya me las cobraré… —decía Pedro intentando mostrarse serio, pero la sonrisa en sus labios y el entusiasmo que lo recorría lo contradecía, de pronto recordó algo—. ¡Demonios, olvidé el café! —exclamó y salió corriendo, pero antes logró escuchar la carcajada que liberara Paula desde el baño.


Paula se envolvió en un albornoz de paño, que para su fortuna era de su talla, la había encontrado en uno de los armarios del baño, se recogió el cabello como el día anterior, luciendo radiante y hermosa como hacía mucho o mejor dicho como nunca antes había lucido, debía reconocer al menos para ella misma, que el efecto de Pedro la hacía casi flotar.


Mientras desayunaban pudo ver que él también se notaba distinto, sonreía con frecuencia y sus ojos tenían un brillo especial, haciéndolos ver mucho más hermosos, todo eso la hacía sentir satisfecha.


—Paula… aún no me has dicho que te pareció la primera noche que duermes junto a un hombre —comentó él intentando parecer casual, quería intimidarla y al mismo tiempo su corazón latía lentamente a la espera de esa respuesta.


Ella permaneció en silencio unos segundos intentando digerir las palabras de Pedro, y no ahogarse con el cappuccino que justo en ese momento acababa de tomar, esquivó la mirada azul y se concentró en parecer calmada, en no demostrar la turbación que se había apoderado de su cuerpo, sólo con recordar algunas de las imágenes que habían tenido lugar en esa misma habitación la noche anterior, respiró profundo para calmar los latidos de su corazón.


—Bien… —su voz sonó ahogada, como si le hubiera sacado el aire, se aclaró la garganta simulando que era por la comida y agregó algo más—. Fue agradable dormir junto a ti… aunque no fue toda la noche, es decir… no nos quedamos dormidos sino hasta ya entrada la madrugada —explicó mirándolo a los ojos de vez en cuando.


—“Bien” “agradable” ¡Vaya señorita Chaves! Qué manera tan eficaz tiene para herir el ego masculino —mencionó procurando sonar despreocupado. No sabía porqué le había jodido que ella usara esas palabras para describir la noche anterior, desvió la mirada a la ventana, ninguno de sus dotes de actor le sirvieron para ocultar su molestia, quizás no deseaba hacerlo.


Pedro… no fue mi intensión restarle sentido a lo que ocurrió, es sólo que no sé cómo explicarlo sin parecer una tonta inexperta… lo de anoche fue maravilloso, me encantó sentir tu cuerpo cerca del mío y como tu calor me envolvía alejando el frío que colmaba la habitación… ¡Por Dios quedé rendida! Apenas si recuerdo la última vez que mantuve los ojos abiertos antes de esta mañana… Pedro mírame por favor. —le pidió tomándole la mano.


Pedro sabía que se estaba portando como un estúpido adolescente herido porque la mujer con la cual había pasado, la que consideraba una de las mejores noches de su vida, le decía que para ella sólo había sido “agradable” era absurdo que un hombre como él se sintiera afectado por algo así, pero no podía evitarlo, se sentía furioso, sin embargo, cuando Paula le tomó la mano y pudo notar en su actitud verdadera angustia, así que le brindó una oportunidad.


Ella buscó los ojos de él, quería que la viera, que supiera que no había sido su intención menospreciarlo, para ella había sido la mejor noche de su vida, pero ¿cómo decirlo sin esperar que él le diera un sentido equivocado?


No quería que pensara que se volvería una mujer agobiante o de ésas que piensan que por pasar la noche con un hombre, éste debe llevarla al altar.


Ella podía diferenciar una aventura de un compromiso, no entendía su reacción, él no parecía ser de los hombres que esperan ser alabados por su desempeño después de una noche de sexo, eso lo hacían los inseguros y de baja autoestima que alardeaban de ser excelentes amantes y en el fondo eran pésimos, un ejemplo: Francis Walton.


Pedro era distinto, él irradiaba seguridad, era arrogante con más que motivos para serlo, su desempeño había sido impecable, el mejor que hubiera vivido hasta entonces ¡Casi la había dejado en coma! ¿Qué esperaba que le dijera? 


¡Todo eso! Se cuestionaba mientras pensaba en una
respuesta adecuada, se sentía atribulada por haberlo herido, sabía que lo había hecho y se sintió estúpida, no pensó que un comentario así fuera a afectarlo de algún modo, pero obviamente se había equivocado, y ahora no sabía cómo repararlo; cuando él posó su mirada en ella, liberó un suspiro de alivio.


—Lo poco de lo que soy consciente antes de quedarme dormida es de ti… de ti y la manera tan hermosa y sutil como me abrazabas, de tus labios dándome un beso de buenas noches en la mejilla y tu voz susurrándome que descansara… nunca antes había experimentado algo así, nunca antes me había puesto en la manos de un hombre de esta manera… yo… — Paula no pudo más, su voz se esfumó mientras su corazón galopaba desbocado, y una extraña sensación le oprimía el pecho, desvió la mirada
apenada.


Él se quedó en silencio mirándola, esperando algo más, aunque esas pocas palabras fueron más que suficientes para hacer que su corazón se llenara de una emoción que no había sentido antes, todo se llenó de color de nuevo, de la calidez que se había esfumado en cuestión de segundos, él apretó con suavidad la unión de sus manos.


—Gracias… —esbozó rompiendo el silencio, mientras llevaba una mano a la barbilla de ella para hacer que elevara el rostro.


—¿Por qué? —preguntó Paula, mirándolo a los ojos, desconcertada por su cambio.


—Por confiar en mí de esa manera, por ponerte en mis manos… por permitirme ser el primero que te ve dormida, no quise hacerte sentir presionada Paula… sólo tenía curiosidad y puedes llamarme tonto por mostrarme como un niño caprichoso al cual no le aplauden la gracia, lo merezco —contestó dedicándole una sonrisa, mientras deslizaba su pulgar por la mejilla de ella.


—No, yo fui la tonta… me encantó lo que vivimos anoche, nunca me había sentido así y me gustaría… —lo miró dudosa y nerviosa por lo que estaba a punto de sugerirle.


—¿Quieres que durmamos juntos de nuevo esta noche? —preguntó él lo que podía ver que ella no se animaba a decir, una sensación de esperanza y regocijo lo colmó, nunca había ansiado estar junto a una mujer tanto como lo deseaba con Paula.


—Sí, y prometo que esta vez estaré más atenta a cada detalle — respondió con una sonrisa, y su mirada se iluminó al ver que él también esbozaba una—. Puede ser en mi casa, si te parece bien… podemos crear un calendario con el que ambos estemos más cómodos —agregó observándolo expectante.


—Haremos lo que tú desees, no tengo problema si es aquí o en tu casa, o si algunas veces deseas dormir sola… quiero que seas sincera conmigo y no hagas las cosas sólo por complacerme, te prohíbo que te cohíbas porque te aseguro que yo no lo haré, si deseo tener sexo ahora o dentro de dos horas… aquí, en la cocina, en el salón… donde se me antoje no me voy a limitar, te lo pediré y si estás renuente intentaré convencerte para conseguirlo… pero todo depende de ti, quiero que tengas eso muy claro Paula, la última palabra siempre la tendrás tú, puedo parecer un imbécil a veces, pero fui criado por un caballero para seguir su ejemplo y ser uno también —pronunció mirándola a los ojos, siendo completamente sincero.


Ella le dedicó una hermosa sonrisa sintiéndose feliz por el significado y el poder que tenían esas palabras, era la primera vez que la tomaban en cuenta de esa manera, que ponían en sus manos el derecho a elegir verdaderamente cuándo, cómo y dónde se entregaba, sus experiencias anteriores no habían sido traumáticas, pero tampoco habían sido las más placenteras. Incluso en su última relación llegó a sentir que más cumplía con un deber, y no que lo hacía por satisfacción propia, no la mayoría de las veces.


—Gracias —dijo y le acarició el dorso de la mano con el pulgar.


Se puso de pie y acortó la distancia entre ambos, lo miró a los ojos anticipándole lo que deseaba, él pareció comprenderlo y dejó ver una sonrisa mientras le indicaba con una mano una de sus piernas para que ella tomara asiento, Paula esbozó una más amplia, hermosa y cargada de entusiasmo, se apoyó en la pierna de Pedro cuidando no dejar caer todo su peso, él le rodeó la cintura con un brazo pegándola a su torso, provocando que una agradable calidez la recorriera, acercó su rostro al de él, mirándolo coqueta, pero no lo besó como Pedro esperaba, desvió su rostro y sin saber que la había llevado a ello, apoyó la cabeza en el hombro de él, dejando su boca muy cerca de su oído para poder hablar, sin que la viera a la cara.


—¿Sabes? No recuerdo mucho lo que sucedió un par de minutos antes de quedarme dormida, pero sí puedo recordar con una nitidez impresionante todo lo que ocurrió mucho antes… —se interrumpió al ver que él esbozaba una sonrisa.


—¿Si? Bueno… dicen que los escritores tienen muy buena memoria, pero nosotros los actores no nos quedamos atrás, será que tus recuerdos se asemejan a los míos —mencionó con tono travieso.


—No lo sé… tal vez, por ejemplo recuerdo lo mucho que me gustaron tus caricias, tus besos, como me hacías temblar cada vez que tu lengua rozaba la mía o cuando te movías dentro de mí… me encanta como lo haces… despacio y después te lanzas con poderío, como si quisieras fundirte en mi interior… —susurraba acariciándole el pecho, lo sintió temblar y eso le gustó, pues ella misma ya se encontraba excitada, se mordió el labio cuando él le acarició la cadera.


—A mí también me gusta mucho como te mueves Paula, la pasión que desbordas… la intensidad de tu mirada cuando me hundo en ti, eres tan… extraordinaria y preciosa… me encanta el sabor de tu boca, el roce de tu lengua, el calor de tu piel, me fascina lo rápido que te excitas, lo sensible que eres. Yo también recuerdo todo, pero confieso que me gustaría más revivirlo… y acabo de notar que terminaste todo tu desayuno… lo que me hace estar en deuda contigo —mencionó con la voz ronca y sensual, baja y tan suave como una caricia, mientras la acomodaba sobre sus piernas para mirarla a la cara.


Con una mano la sostuvo por la mejilla y con la otra deslizó la abertura de la bata para llegar hasta uno de los senos de ella, con lentitud dibujó el recorrido con su dedo hasta llegar al pezón.


Pedro… tengo que… —susurró Paula sintiendo el calor
concentrarse justo donde él la tocaba y más abajo.


—Lo sé… debes regresar a tu casa —él liberó un suspiro pesado y le acarició el seno con suavidad, después cerró la bata.


—Pero estaré deseosa de hacerte cumplir tu promesa esta noche, antes debemos descansar un poco y recuperar fuerzas… —se interrumpió notando que él iba a protestar—. Está bien macho cabrío, yo necesito descansar… y me aseguraste que no eras un adicto al sexo, empiezo a ponerlo en duda —le dijo después de poner los ojos en blanco. Él frunció el ceño, y ella lo besó justo en el entrecejo para relajarlo, le gustaba cuando actuaba como un niño malcriado.


—No digo que no me sienta agotado, pero tratándose de ti, te aseguro que sacaría fuerzas de donde no las tengo, y es mejor que vayas a buscar tu ropa para que te cambies o terminaré manteniéndote cautiva aquí todo el día —mencionó tomándola por la cintura para ponerla de pie frente a él.


Ella le sonrió y le dio un beso en los labios que él intentó hacer más profundo, pero Paula tuvo la fortaleza para terminarlo lentamente. No era que no lo deseara, se moría por estar de nuevo entre sus brazos, por sentirlo dentro de ella, por vivir una vez más los orgasmos maravillosos que Pedro le brinda. Pero, debía admitir que estaba un poco maltrecha, sus caderas dolían, sus piernas y sus brazos también, aunque en menor grado y su sexo estaba algo inflamado, había pasado mucho tiempo sin tener relaciones y haberlas retomado de esa manera tan intensa, apenas dándole descanso y tiempo a su cuerpo para recuperarse le había pasado la cuenta.