viernes, 7 de agosto de 2015
CAPITULO 95
Paula se puso los anteojos en cuanto entró al auto para esconder su dolor, y cerró los ojos para no tener una última imagen de Pedro que solo le causaría una mayor decepción, no quería verlo quedarse allí tan tranquilo mientras ella se marchaba sintiendo que el alma se le hacía pedazos, tampoco quería despedirse de ese lugar que le había entregado tanto, pero donde también dejaba una gran parte de ella; la más importante de todas: Su corazón.
No quería mostrarse melodramática pues ese nunca había sido su estilo y no lo sería a partir de ese momento, mucho menos por el simple hecho de haberse enamorado de un hombre para el cual no significó nada. Le dolía, eso era cierto, pero tampoco se dejaría vencer porque esa separación no era el fin del mundo, ella podía afrontarla y salir airosa de la misma, tenía la fortaleza para hacerlo pues siempre había sido practica y madura incluso desde que era una adolescente cuando le tocó tomar decisiones que
marcarían el rumbo de su vida.
Paula se aseguraba todo eso mientras lágrimas silenciosas bajaban por sus mejillas dejando un rastro cálido a su paso, suspiraba para liberar esa presión que estaba a punto de romperle el pecho, y evitaba por todos los medios sollozar pues eso la haría quedar en ridículo delante del chofer, que ya suficiente había tenido con ese patético espectáculo del último beso que le dio Pedro. Ese beso que aún le quemaba los labios y le encendía el alma, que seguía moviendo los hilos de su deseo y aceleraba los latidos de su corazón.
—¡Ya basta! —exclamó sintiéndose frustrada.
—Disculpe señorita ¿ha dicho algo? —inquirió el chofer con un inglés perfecto pero marcado por su acento italiano, mientras la miraba por el espejo retrovisor con preocupación.
—No, no solo hablé en voz alta… por favor no me haga caso, continúe —le pidió Paula apenada al ver que él bajaba la velocidad.
—¿Segura? —preguntó de nuevo, pues aunque la mujer intentaba disimular era evidente que la despedida con aquel joven la había dejado mal y solo se hacía la fuerte.
—Sí, estoy perfectamente… por favor sigamos, tengo que tomar un vuelo al mediodía y no me gusta llegar con retrasos —indicó con determinación al tiempo que se acomodaba las gafas oscuras.
Él hombre asintió en silencio y posó su mirada en el camino llevando el auto a la velocidad que traía antes del arranque de la americana; intentando ignorar los suspiros que ella liberaba y los sollozos que a momentos suprimía.
Paula se volvió a mirar por la ventanilla y el recuerdo de la última vez que pasó por ese lugar la golpeó con fuerza, regresaba en el auto de Pedro, venía de comprar las cosas para su cumpleaños. Eso fue todo lo que pudo soportar y a medida que su vista se nublaba por las lágrimas el dique que contenía sus emociones se resquebrajaba, se abrazó con fuerza a ella misma y hundió su rostro entre las piernas para llorar.
No le importaba si el hombre que conducía la escuchaba, no le importaba si le daba imagen de una tonta americana más que se enamoró de un desgraciado casanova italiano, ya no le importaba nada, solo quería llorar y sacar de su pecho todo el amor que sentía por Pedro y la estaba matando, quería olvidarse de él.
—Todo estará bien señora… no llore —esbozó el hombre sintiendo lástima de ella, era tan hermosa y se veía tan frágil.
Paula sollozó con más fuerza y negó con la cabeza, no podía hablar pues sentía que su garganta estaba cerrada y apenas lograba respirar, se quitó los lentes y hundió más su cabeza entre las piernas mientras su llanto humedecía la tela del jean desgastado que llevaba.
—Por favor… sólo sáqueme de aquí, necesito irme —pidió con la voz estrangulada manteniéndose en la misma posición.
El chofer se mantuvo en silencio dejándola desahogarse, mientras continuaba con su camino hacia el aeropuerto Peretola, para el cual ya faltaba poco. La situación no le resultaba extraña pues había visto tanto a hombres como mujeres dejar esa región en las mismas condiciones que la chica en el puesto de atrás, al parecer todo aquel que llegaba soltero allí salía dejando un amor que los marcaba de por vida.
Después de varios minutos que no logró contar, Paula logró
calmarse, ahora miraba a través de la ventanilla pero ya no lloraba, se sentía entumecida y vacía, como si acabara de salir de algún tipo de operación donde le habían extirpado una parte de ella, y aún la anestesia continuaba haciendo efecto, se había puesto los lentes de sol una vez más para ocultar partes de los estragos que había dejado el dolor.
—Hemos llegado —le hizo saber el hombre en tono amable.
Ella se volvió a mirarlo sumida aun en el trance donde se encontraba, tardó cerca de un minuto darse cuenta de lo que quería decir y al fin se movió para tomar su bolso, sacar un billete y extendérselo pero ya el chofer había bajado para ayudar a uno de los trabajadores del aeropuerto con las maletas. Paula bajó del auto y llegó a donde los hombres se encontraban le extendió el billete al hombre sin mirarlo a los ojos, intentando esconder tras su cabello el rostro.
—Muchas gracias por todo, tenga y quédese con el cambio.
—Gracias a usted, buen viaje —contestó con una sonrisa amable.
Ella asintió con la cabeza y se marchó junto al trabajador, a quien le indicó que la llevara al cubículo de Alitalia. Para su fortuna la fila para chequear sus documentos y el equipaje no estaba muy larga, cuando fue su turno saludó en italiano y entregó su pasaporte, la mujer le respondió en inglés al notar que era americana.
—Tiene reservación para el vuelo a Roma que sale en una hora, chequearemos su equipaje y debe cancelar un costo adicional por el sobrepeso… —decía la mujer cuando Paula la interrumpió.
—¿A Roma? Pensé que sería un vuelo directo a Toronto —preguntó sintiéndose alarmada de inmediato.
—No señorita, los vuelos desde esta terminal son a ciudades dentro de Italia o a otras ciudades dentro de Europa, pero no hacia otros continentes —mencionó con tono cortés y profesional.
—Pero… pero yo reservé… mi agente reservó un vuelo hasta Canadá — indicó sintiéndose atrapada.
—Efectivamente, tiene un vuelo con nuestra aerolínea hasta la ciudad de Toronto, pero deberá hacer una conexión en Roma, no se preocupe no tendrá que esperar mucho, solo serán un par de horas —informó la rubia con una radiante sonrisa.
Mientras ella se sentía morir, no quería estar ni un minuto más en ese lugar, no quería estar cerca de Pedro; se armó de valor y soltó el aire de golpe mientras se hacía a un lado para que el chico de la aerolínea encargado del equipaje tomara las cinco maletas y las etiquetara, recibió con desgano el ticket sintiendo la frustración correr por sus venas, caminó hasta la sala de espera y su primera acción fue clavar su mirada en la puerta de entrada, mientras su corazón latía lentamente.
—¡Olvídalo! Deja de estar pensando en estupideces, él no vendrá a buscarte, si en verdad lo hubiera deseado ya estaría aquí… incluso habría interceptado el taxi en el camino porque sabes muy bien que le gusta conducir de prisa —se dijo en voz alta y no pudo evitar sobresaltarse al escuchar a un hombre a su lado hablando en italiano—. Pareces idiota ¡aquí todos hablan italiano! —se reprochó y tomó su iPod para distraerse, debía buscar una lista de reproducción que no le trajera recuerdos.
Después de media hora comenzaron a llamar para abordar el vuelo, y durante los treinta minutos que Paula estuvo allí no dejó de volver a la puerta principal cada vez que su corazón se anteponía a su cerebro. Pero la sensación de dolor fue aumentando a medida que caminaba hacia el pasillo de embarque y justo antes de entrar se volvió para mirarla por última vez, sintiendo que el corazón se le rompía en pedazos.
—No llegaste… no lo hiciste Pedro —susurró al tiempo que un par de lágrimas cálidas y pesadas bajaban por sus mejillas.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar por el pasillo sintiéndose tan insignificante, tan desolada y vacía; no había rabia dentro de ella, solo un gran dolor que la estaba carcomiendo por dentro y aunado a ello la decisión de haberse enamorado de una mentira.
Entró al avión y se acomodó en el asiento que le indicó la aeromoza, para su fortuna el puesto del lado estuvo vacío durante el vuelo y aunque intentó contener sus emociones, no debía pasar por la vergüenza de que alguien se viera en primera fila el patético espectáculo que estaba ofreciendo.
Cuando llegó a Roma lo primero que hizo fue ir hasta la sala de espera privada y refugiarse allí; miraba a todos lados de vez en cuanto y aún no sabía por qué lo hacía, sabía que Pedro no llegaría hasta ahí.
Después de una hora en la que sintió que enloquecía, decidió ponerse de pie y acercarse hasta el mostrador para pedir algo de tomar, su sentido común le sugirió que fuera una botella de agua, pero su lado pasional que justo en ese momento tenía una profunda herida que supuraba y le exigía optar por algo más fuerte. El guapo joven de cabello rubio y ojos verdes olivo que la atendió, intentó coquetear con ella sugiriéndole una copa de vino, pero la mirada que le dedicó Paula lo hizo desistir de inmediato, terminó pidiendo un vaso con vodka y regresó a su asiento.
Al cabo de cuarenta minutos ya tenía tres vodkas encima y había dejado de llorar, ahora solo se reía sola al recordar lo estúpida e ilusa que fue al creer que Pedro estaba tomando en serio las cosas. Anunciaron la salida de su vuelo y ella se puso de pie sintiendo por primera vez los estragos del licor en su interior, se tambaleó un poco intentando mantener en su hombro el bolso de mano.
—Que tenga un feliz viaje —mencionó el chico que le sirvió los tragos, cuando se aceró a ella para abrirle la puerta.
—Por supuesto, será maravilloso —contestó con una mueca de sonrisa guiñándole un ojo y salió.
Cuando se giró para encaminarse al pasillo de embarque chocó contra un hombre que venía en dirección contraria, había sacado sus documentos y el boleto de abordar que fueron a parar al piso ante el impacto, ella también estuvo a punto de hacerlo también por el poco sentido de equilibro que tenía en ese momento; pero los fuertes brazos del hombre la sostuvieron e incluso aprovecharon para pegarla a él. De inmediato Paula se tensó y buscó soltarse del agarre.
—Belleza ten cuidado… podrían colocarte una multa por esto —esbozó el extraño sonriéndole.
Ella se quedó muda y paralizada cuando su mirada se encontró con ese par de ojos hazel que la miraban con diversión, una vez más intentó alejarse del hombre, esta vez con razones muchos más poderosas para hacerlo. No podía creer que entre todas las personas de Roma, viniera tropezar precisamente con Lisandro Alfonso.
—¿Estás bien? —preguntó mirándolo con un poco más de atención.
—Sí… sí, claro discúlpame —se alejó excusándose en buscar lo que se le había caído y escapar así de la mirada del italiano.
—Permíteme… —dijo al tiempo que tomaba los documentos y antes de dárselos pudo ver la primera hoja del pasaporte—. Lindo nombre Paula, un placer Lisandro Alfonso—agregó extendiendo hacia ella la mano que tenía libre, mientras le entregaba esa sonrisa tan parecida a la de su hermano y que removió un montón de cosas dentro de ella.
—Encantada… ya me están llamando para abordar…—decía cuando él la interrumpió.
—¿Regresas a casa? —inquirió llegando a esa conclusión, sabía que el vuelo que acababan de anunciar de Alitalia saldría hacia América.
—Sí… ¿Eso de los interrogatorios es de familia? —cuestionó llevada por el alcohol, en un tono de voz que esperaba él no pudiera escuchar.
—¿Decías algo? —preguntó de nuevo con una sonrisa, había oído las palabras de la americana pero le resultaron extrañas.
—No, es nada… necesito mis cosas o perderé el vuelo y créeme es lo último que deseo hacer —pronunció con seriedad extendiéndole la mano para pedírselos.
—Por supuesto Paula, que lástima que no sea yo quien te llevé a casa… quizás podíamos quedar para tomar un café o salir alguna noche estando allá —comentó con una sonrisa seductora.
¿Eso estaba sucediendo en verdad? El hermano de Pedro estaba coqueteando con ella ¡Perfecto! Esto precisamente era lo que te hacía falta Paula Chaves.
Ni siquiera sabía cómo responder a sus palabras, rodó los ojos y casi le arrebató los documentos, sabía que él no tenía la culpa de lo que había hecho el desgraciado del hermano, pero que intentara seducirla él también estaba más allá de todo lo que podía soportar.
—Pues no, no estoy interesada —mencionó dándose la vuelta para marcharse con rapidez, pero él habló de nuevo.
—¿Acaso algún bastardo italiano te rompió el corazón? —preguntó con sorna mientras le veía el hermoso culo que se gastaba.
—¿Sabes qué? —lo afrontó volviéndose para verlo una vez más— ¡Sí! Dale saludos a tu hermano de mi parte Lisandro —pronunció sin poder seguir controlándose—. Adiós, fue un gusto conocerte.
Aprovechó la conmoción del piloto y caminó a toda prisa por el pasillo de embarque para tomar el avión que la sacaría de allí, poniéndola lejos y a salvo de cualquier hombre Alfonso que pudiera cruzarse en su camino, en ese instante la rabia le ganaba a cualquier otro sentimiento dentro de ella, y cuando el avión entró a la pista de despegue ni siquiera se volvió para mirar la hermosa vista de la ciudad de Roma desde las alturas, cerró la ventanilla, pidió otro vodka y al cabo de varios minutos se encontró durmiendo en su cómodo asiento de primera clase.
CAPITULO 94
Pedro vio el auto avanzar dejando tras de sí una estela de polvo que desdibujaba el paisaje, su mente no terminaba de asimilar que la mujer que iba dentro había sido aquella que lo hizo tan feliz durante los últimos tres meses, la que le había dado un sentido distinto y maravilloso a su vida, ella le había enseñado ese sentimiento que llamaban amor y que él durante tantos años buscó en vano en otras mujeres hasta darse por vencido y pensar que no estaba hecho para vivir algo así. Paula le demostró que estaba equivocado, que ella podía darle mucho más de lo que una vez soñó tener, pero ahora que ella se había marchado dejándolo solo y sintiendo que en el lugar donde debía estar su corazón solo había quedado un inmenso vacío.
No tuvo ni siquiera el valor para mirar la casa que había ocupado Paula, siguió de largo hasta la suya ignorando las miradas de Jacopo y Cristina que se hallaban sobre él, giró el pomo y abrió la puerta, entró y después la cerró detrás de él. Justo en ese momento su mundo se derrumbó cuando fue consciente de la gran soledad en la cual Paula lo había dejado, una soledad plagada de recuerdos de ella que aparecían en su mente como los cuadros de una película cada vez que miraba a cualquier rincón de esa casa, se dejó caer al suelo deslizando su espalda por la hoja de madera pulida hasta quedar sentado, recogió sus piernas acercándolas a su pecho y apoyó los codos en las rodillas mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos azules y el dolor pujaba con fuerza dentro de su pecho buscando una salida.
—¿Por qué me dejaste? —un sollozo rompió su garganta antes que pudiera controlarlo, se llevó las manos a la cara para ocultar su dolor.
Su cuerpo se estremecía con fuerza a causa del doloroso llanto que brotaba de él, nunca en su vida se había sentido tan vulnerable y perdido, ni siquiera esa mañana cuando despertó en casa de sus padres y todo se había descubierto, aquel dolor aunque poderoso no se comparaba con el que le
estaba provocando Paula. Cada recuerdo que llegaba hasta ella venía acompañado de una nueva oleada de lágrimas que se empeñó en contener en un principio, pero terminó por rendirse al ver que no tenía caso luchar contra ellas, ni tampoco con los recuerdos de la mujer que amaba y que le hacían trizas el corazón.
Se puso de pie sintiendo la rabia y el dolor correr de manera desbocada por su cuerpo, caminó hasta la cocina y saco de la cava de vinos una botella, la abrió con rapidez para después llevársela a los labios y darle un gran trago que no aplacó en nada el sentimiento que lo embargaba, así que bebió otro más y a ése le siguió otro, pero el dolor y el rencor no disminuían, al contrario parecían ganar más terreno a cada minuto que pasaba.
Se llevó las manos a la cabeza y empezó a negar en un vano intento para liberarse de los recuerdos de Paula, quería borrarlo todo, olvidarse de sus ojos, de sus sonrisas, de sus besos y sus caricias, de esa maldita y exquisita manera que tenía de entregarse por completo y llevarlo a él hasta ponerlo de rodillas.
—Tengo que sacarte de mí… tengo que hacerlo Paula, tengo que olvidarte —esbozó en medio de sollozos mientras se limpiaba las lágrimas con brusquedad y de nuevo dejó que el vino invadiera su boca.
Pedro sabía que esa quizás no era la mejor manera para olvidarla, pero al menos esperaba que la borrachera que se disponía a conseguir lo alejara de los recuerdos de Paula, que lo anestesiara al punto de no sentir ese dolor que amenazaba con partirlo en mil pedazos. De nuevo la imagen de ella entrando al auto y largándose de allí sin siquiera volverse a mirarlo lo torturaba, quería odiarla con todas sus fuerzas, pero entre más se esforzaba por hacerlo más sentía que crecía su amor por ella.
Se dejó caer sobre él sofá mientras su cuerpo entero se convulsionaba ante los sollozos que brotaban de sus labios, se llevó el brazo a los ojos para cubrirlos pues aunque se encontrase solo, no podía con la vergüenza que sentía al estar llorando de esa manera por una mujer para la cual no significó absolutamente nada. El cazador terminó cazado por la única mujer a la que jamás creyó capaz de algo así, se suponía que Paula sería su juguete de verano, la mujer que le calentaría la cama, la que lo entretendría para no sentirse tan solo en ese lugar.
—Te volviste mi debilidad… y quiero odiarte, juro que deseo odiarte… pero sé que si en este instante entras por esa puerta sería el hombre más feliz del mundo, que la puta alegría no me cabría dentro del pecho y terminaría rogándote que no vuelvas a dejarme… que no lo hagas nunca más —esbozó con tanto dolor que su voz apenas se reconocía, se llevó la botella a los labios una vez más.
La tempestad que se desataba en el interior de Pedro le impedía contener las lágrimas, cada recuerdo que llegaba hasta su mente de Paula solo aumentaban el dolor y la amargura en su interior. Se suponía que debían terminar como amigos, se suponía que las cosas podían continuar, que él se tomaría un tiempo para organizar su vida ahí aún seguía siendo un caos y después, cuando todo estuviera más calmado viajaría hasta América e incluso podía acompañarla en el lanzamiento de su próximo libro, ese del cual él había sido parte pues había estado junto a ella en el proceso de creación.
Todo eso le diría de camino al aeropuerto pues lo había planeado todo muy bien, pero Paula sencillamente lo sacó de su vida sin miramientos, lo había abandonado y quizás en otro tiempo eso hubiera causado una herida en su ego, pero en ese momento su ego valía mierda porque el verdadero golpe lo había recibido su corazón y no por el momento no sabía cómo hacer para sanarlo, así que siguió bebiendo.
CAPITULO 93
El reflejo que le devolvió el espejo a Paula esa mañana la hundió en la más profunda de las tristezas, ni siquiera se había percatado del momento en el cual se había enamorado de Pedro, si fue la primera vez que estuvieron juntos, si ya lo estaba antes o aquella vez en Varese cuando se le entregó como no lo había hecho con ningún otro. Lo cierto era que ese hombre se había apoderado de su alma y de su corazón, que cada vez que se entregaba a él no era solo su cuerpo lo que le daba, no era solo éste lo que él poseía, Pedro se había adueñado de todo.
No pudo seguir conteniendo el llanto, no quería continuar mostrándose fuerte cuando por dentro se sentía morir y sabía que si no lo hacía en ese instante después todo sería peor. La vergüenza y el dolor hicieron estragos dentro de su pecho, así que cerró con seguro la puerta para que Pedro no entrara y la encontrase como estaba, no soportaría ver que él la mirase con lástima, porque estaba segura que eso sería lo único que le inspiraría.
Se llevó las manos a la boca para ahogar los sollozos que escapaban de su boca y parecían romperle el pecho en dos, se dejó caer sentada en el suelo y cerró los ojos luchando contra las lágrimas pero no pudo hacer nada, entre más intentaba retenerlas más salían. Logró colocarse se pie después de unos minutos y caminó hasta el baño con la firme convicción de mantener la decisión que había tomado, nada de lo que dijera o hiciera Pedro la haría cambiar de idea. El amor la debilitaba y ella no podía permitirse algo así, no en ese momento, así que se aferró a la amargura que le provocaba saber que había perdido el juego, que ella se había enamorado mientras Pedro había logrado salir triunfador e inmune.
Cuando salió del baño y no lo encontró en la habitación el sentimiento de rencor se intensificó, acompañado por la decepción que le provocó imaginar que él solo había ido hasta allí para tener su despedida a lo grande, una noche de sexo y nada más. Había tardado cerca de una hora en el baño pero eso no justificaba que Pedro se hubiera marchado, su actitud solo la hizo sentir tan insignificante y estúpida que estuvo a punto de ponerse a llorar de nuevo, pero se obligó a ser fuerte y remplazó el dolor por la rabia.
Guardó las pocas cosas que le faltaban por empacar en la última maleta que tenía en su habitación, tomó su bolso de mano donde transportaba su portátil y sus documentos, después de eso salió y aunque no pudo evitar mirar por última vez la cama donde había sido de Pedro tantas veces, la sensación que le originó verla complemente arreglada, como si ahí nunca hubiera pasado nada la llenó de una profunda tristeza.
Estaba por bajar las escaleras y le sorprendió tanto verlo parado en el salón junto a su equipaje que casi deja caer la maleta que llevaba con ella, luego de todo lo vivido junto a él era irónico que le resultara extraño verlo allí, pero de un momento a otro y después de haberse reprochado tanto el
amarlo, lo único seguro que le quedaba era mantenerlo lejos, que no se diera cuenta de esa verdad que sentía tatuada en la frente.
—Déjame ayudarte —mencionó Pedro y subió con rapidez al ver que Paula tenía problemas con la maleta que traía.
—No hace falta… solo me tropecé pero estoy bien puedo llevarla, no es necesario que te molestes —contestó mostrándose seria y se disponía a seguir cuando él la detuvo.
—Por favor Paula, debe estar pesada y para mí no es ninguna molestia ayudarte —dijo tomándola y le hizo un ademán con la mano para que bajara ella primero.
—Gracias —esbozó de manera cortés pero distante.
—¡Cinco maletas! Ves que los hombres no mentimos cuando decimos que ustedes son exageradas para todo —comentó Pedro de manera casual intentando romper el hielo, vio que ella hacía un gesto de desagrado y optó por hacer otro comentario—. Apostaría a que llevas media Europa allí.
— Tienes razón, lo único que me faltó empacar fue al amante —dijo con amargura y después de eso dejó libre una risa histérica que escondía su dolor al ser consciente de esa realidad—. Lo siento… lo siento no quise burlarme de ti, todo esto es tan absurdo —indicó intentando remediar su acción al ver la veta de dolor que atravesó la mirada de él.
—No te preocupes, ya sé que eres pésima para los chistes —dijo él con una sonrisa que mereció el premio al mejor actor del año en Italia.
Ella sonrió pero él pudo ver que la había herido y eso no era lo que buscaba, no era así como se suponía que serían las cosas, suprimió un suspiro armándose de valor y se disponía a hablar de nuevo cuando ella lo interrumpió al tiempo que le daba la espalda.
—Bueno… jamás he alardeado de ser carismática, por el contrario soy bastante básica y la verdad me siento cómoda con el papel que la vida me ha otorgado, no tengo la necesidad de ser distinta para impresionar a los demás —esbozó de manera casual y una vez más se alejaba de él.
Pedro frunció el ceño y apretó la mandíbula para soportar el dolor que las palabras de Paula le habían causado, si ella estaba buscando herirlo o hacerle pagar de algún modo su decisión de quedarse había tomado el camino correcto.
Sin embargo, no desistiría con tanta facilidad, él no era de los que se rendían ante las dificultades contrario a ello se hacía más fuerte y se lo iba a demostrar.
—Te preparé el desayuno —pronuncio en un tono de voz y con una sonrisa que de nuevo mereció un reconocimiento por su actuación.
—No tengo hambre… —dijo intentando que la rabia que esa declaración le causó no se notara en su tono.
¿Acaso él pensaba que con un maldito desayuno y esa odiosa sonrisa que tenía pintada en la cara y que ella deseaba borrarle a golpes la iba a compensar por lo que estaba viviendo? ¡Qué poco me conoces Pedro Alfonso No deseo nada de ti… ¡Nada!
Pensó pero lo que deseaba en realidad era gritárselo, aunque eso significaría dejarle ver todo lo que estaba sintiendo y que se había enamorado de él como una estúpida, así que decidió seguirle el juego.
—Además dentro de poco llegaran a buscarme, mi vuelo sale al mediodía y tengo que estar antes en el aeropuerto…—decía cuando él la habló impidiéndole continuar.
—Deberías comer algo antes de salir y no te preocupes por el taxi, cancela el servicio yo te llevaré hasta Florencia —indicó mirándola.
—¡No! No quiero que lo hagas, eso podría poner al descubierto tu misterioso paradero y yo terminaría involucrada en un escándalo — expresó con determinación y vio en su cara reflejarse un gesto de dolor.
Pedro inspiró con fuerza y abrió los ojos asombrado al escuchar la negativa de Paula, pero sobre todo por el tono que usó, fue como si lo hubiera abofeteado. En ese instante su paciencia que pendía de un hilo cayó al piso haciéndose añicos, caminó hasta ella dispuesto a enfrentarla, no seguiría con el estúpido papel de sumiso solo para hacerla sentir bien, mientras ella lo estaba haciendo mierda a él. La tomó de la barbilla para obligarla, no con una acción que pudiera causarle daño, apenas la presionó y ella cedió posando su mirada altiva en la suya.
—¿Dónde está? —inquirió paseando su mirada por el rostro de ella.
—¿Dónde está quién? —contestó con otra pregunta sintiéndose desconcertada mientras le mantenía la mirada.
—La mujer a la que le hice el amor hasta hace nada —señaló con un tono conciliador, no quería terminar con ella en malos términos.
—Querrás decir a la que te cogiste —mencionó disfrazando con sarcasmo el dolor que sentía.
Él sintió como el dolor le daba un zarpazo en medio del pecho, y como reacción a eso él se llenó de ira, su mirada se oscureció en cuestión de segundos y apretó tanto la mandíbula que pensó se le quebraría.
—Paula, hija ya llegó tu…
La voz de Cristina irrumpió en el lugar pero ninguno de los dos se volvió a mirarla, Paula podía casi palpar la furia que se desbordaba de Pedro pero aun así se mantuvo en su posición, no se intimidó en ningún momento. Sin embargo, el gesto de desprecio que él hizo cuando le soltó la barbilla le dolió mucho más que si la hubiera golpeado, se alejó de ella sin dejar de mirarla de esa manera que le causaba tanto dolor, haciéndola sentir culpable de todo lo que estaba ocurriendo.
—Perdón… no quise interrumpirlos, le diré al chofer que espere unos minutos —esbozó Cristina sintiéndose apenada y muy triste ante la imagen que ambos le mostraban.
—No es necesario Cristina, enseguida salgo… ya no tengo nada que hacer aquí —dijo Paula con resentimiento y salió dejándolos tras ella.
Él se quedó mirando el espacio vacío donde segundos atrás estuvo Paula, aun no podía creer que la mujer que acababa de salir de allí fuera la misma que lloró entre sus brazos y le dijo que él la conocía como nadie más, que le rogó para que la hiciera sentir; no podía creer que fuera la misma que le hizo conocer el amor.
¡Te enamoraste de un espejismo pendejo! Tanto luchar por no caer y viniste a hacerlo de esta manera, das vergüenza Pedro Alfonso.
Los reproches en su cabeza fueron duros y lo lastimaron, pero no estuvieran ni la mitad de cerca de causarle el daño que le había causado Paula con sus palabras y su actitud.
La rabia resurgió en él con poderío al ser consciente de lo estúpido que había sido, ella siempre estuvo clara en su juego, había dejado de ser el trofeo de las italianas para convertirse en el de una americana, que no tuvo siquiera la delicadeza de terminar la relación ofreciéndole que quedaran como amigos.
—Pepe ¿está todo bien? —inquirió Cristina al verlo tan callado.
—Sí —respondió con la voz ronca por las emociones que hacían estragos en él, la miró y le dedicó una sonrisa.
Recordó el sobre que había dejado en una de las maletas de Paula y quiso recuperarlo, ella no merecía que él le entregara eso, en realidad no merecía nada de lo que le había dado hasta el momento, caminó buscando el equipaje pero ya no estaba, seguramente el chofer se lo había llevado durante el estúpido trance en el cual había quedado.
—Maldición —murmuró reprochándose lo imbécil que había sido.
No podía ir hasta el auto y revisar todas las maletas hasta encontrar aquella donde había dejado el paquete, sin quedar delante de Paula como un estúpido sentimental. Se sintió frustrado pero sobre todo furioso con él mismo, no entendía como pudo cegarse ante algo tan evidente, para ella todo no fue más que un juego.
Decidió salir pues estaba haciendo el ridículo al quedarse allí mientras ella se marchaba, no la retendría, pero tampoco le daría la impresión de que le resultaba insoportable verla salir de su vida, por el contrario lo haría manteniendo la cabeza en alto.
Paula se obligaba a sonreír y mantenerse completamente casual mientras se despedía de Jacopo y Cristina, unas lágrimas intentaron escapar de sus ojos pero las adjudicó a la nostalgia que la invadía, los abrazó con fuerza agradeciéndoles por todo lo brindado durante su estadía y los lindos detalles que le obsequiaron para que se llevara de recuerdo. Su mirada se encontró un instante con la de Pedro que salía de la casa que ocupó, se detuvo unos segundos sin saber cómo reaccionar, no sabía si llegar hasta él y despedirse extendiéndole la mano o darle un abrazo, después de todo en algún momento fueron buenos amigos.
—Adiós Pedro —le dijo desde la distancia comprendiendo que eso era más seguro, pues un acercamiento podía remover todos sus sentimientos y estos ya se encontraban a flor de piel.
Él sólo asintió con la cabeza mientras el dolor al ver ese gesto tan frío de Paula le laceraba el corazón, esperaba al menos que ella tuviera la gentileza de despedirse con un abrazo, incluso con un beso; pero nada de eso sucedió y le dio a él mayores motivos para sentirse decepcionado.
¡Que me jodan si dejo que te marches de esta manera! Yo no jugaré tu mismo juego Paula… jugaré el mío.
Después de ese pensamiento acortó en tres largas zancadas la distancia entre ellos, tomó a Paula por el brazo en un movimiento brusco evitando que entrara al auto y la giró hasta hacerla quedar frente a él, ella lo miró sorprendida y de inmediato intentó zafarse, pero él reforzó el agarre de su mano impidiéndoselo.
—¿Qué demonios haces? —preguntó ella y su voz temblaba al igual que todo su cuerpo, con una mezcla de miedo y esperanza.
—Yo no soy un témpano para despedirme de esa manera señorita Chaves —esbozó con arrogancia dejando ver su sonrisa ladeada.
Ella separó los labios para protestar y eso era justo lo que él esperaba, ancló la mano que tenía libre en la nuca de Paula y la atrajo hacia él con determinación, en cuestión de segundos su lengua invadía el interior de la boca femenina arrancándole gemidos a la castaña por la contundencia del mismo. Paula se tensó e intentó luchar, pero la fuerza de ella no era nada contra la que podía ejercer él, que después de ese primer asalto rudo e invasivo comenzó a suavizar el roce de su lengua y la presión que ejercían sus labios, llevando el beso a un movimiento más lento y seductor para persuadirla que lo aceptara.
Paula gemía y se estremecía en medio de ese beso que amenazaba con robarle la cordura, su mano libre en un principio lo empujaba con fuerza mientras luchaban por liberarse y se gritaba mentalmente.
¡Empújalo Paula! Aléjalo de ti… él no tiene ningún derecho a
tratarte de esa manera, eso no es pasión es solo su ego herido que quiere vengarse… no te puedes dejar dominar ¡Reacciona! Por favor, por favor, no cedas, no lo hagas… no lo dejes ganar… no. ¡Al Diablo con todo! Que se joda el orgullo, después de esto no lo verás más nunca en tu vida.
Alejó su mano al hombro de Pedro y la ancló en su nuca para hacerlo bajar y tener mayor libertad de responder al beso, pero no quiso mostrarse del todo rendida y le hizo pagar ese primer contacto brusco que le dio con un jalón de cabello, agradeciendo que Pedro lo tuviera lo bastante largo para cumplir con su tortura. Tiró de los mechones castaños y él gimió dentro de su boca, ella aprovechó ese gesto para posicionar sobre la pesada lengua masculina la suya y rozar con lentitud buscando llegar muy profundo, entrando ella también al juego de seducción y entregándole justo ese movimiento que sabía lo enloquecía.
Pedro soltó el brazo de Paula al notar que ella al fin había
cedido y se deleitó con ese beso que le sabía a gloria, deslizó su mano por la espalda de ella hasta llegar a la curva de su trasero y la atrajo pegándola a su cuerpo, acompañándola en sus gemidos cuando sus figuras se acoplaron perfectamente. El aire comenzaba a faltarle pero él no deseaba renunciar a ese beso, así que se las arregló para separarse de ella solo unos segundos y retomarlo de nuevo, sin darle tregua un solo instante.
Paula tampoco quería terminar el beso y se mantenía aferrada a él mientras sentía que sus piernas se debilitaban a medida que pasaban los minutos, se había olvidado de todo; apenas podía creer que horas atrás hubiera saciado sus ganas y más le costaba no recordar cuanto rencor había despertado en ella la actitud confiada y relajada de Pedro.
Su único deseo era seguir besándolo y que el mundo se detuviera en ese instante maravilloso… perfecto. Pero muy pocas veces en la vida se obtiene lo que se desea y Paula lo supo en ese momento, sintió como Pedro bajaba el ritmo de sus besos hasta quedar solo en roce de labios y ella se aferró a su autocontrol para no buscarlo.
—Ahora sí… adiós Paula —esbozó aún con la respiración agitada y su frente apoyada a la de ella—. Ve y regresa a tu vida perfecta, te deseo todo el éxito del mundo… que la vida te dé justo lo que mereces —agregó con una mezcla de sinceridad porque en verdad le deseaba lo mejor y amargura porque sabía que nada de eso sería junto a él.
Ella se mordió el labio mientras temblaba y contenía las ganas de llorar, con su mirada clavada en el rostro de Pedro y si no hubiera sentido el sarcasmo en su voz al esbozar sus “buenos” deseos, le habría creído e incluso se hubiera arriesgado a quedarse y a cumplir todos y cada uno junto a él. Por suerte él había roto cualquier vínculo que pudiera tener y ya no sentía remordimientos al dejarlo.
—Te deseo lo mismo Pedro, sal de este lugar tan aburrido y regresa a la vida que tanto te gusta… estoy segura que volverás a ser el Rey de Roma en cuanto pongas un pie allí —indicó con el mismo sentimiento que envolvía a Pedro.
Se movió para entrar al auto y esa vez él no la retuvo, por el contrario se alejó pero sin dejar de mirarla mientras metía las manos a los bolsillos de su pantalón, Paula cerró la puerta, se puso los lentes de sol y le dio la orden al chofer de arrancar sin volverse a mirar a Pedro.
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