viernes, 7 de agosto de 2015

CAPITULO 93





El reflejo que le devolvió el espejo a Paula esa mañana la hundió en la más profunda de las tristezas, ni siquiera se había percatado del momento en el cual se había enamorado de Pedro, si fue la primera vez que estuvieron juntos, si ya lo estaba antes o aquella vez en Varese cuando se le entregó como no lo había hecho con ningún otro. Lo cierto era que ese hombre se había apoderado de su alma y de su corazón, que cada vez que se entregaba a él no era solo su cuerpo lo que le daba, no era solo éste lo que él poseía, Pedro se había adueñado de todo.


No pudo seguir conteniendo el llanto, no quería continuar mostrándose fuerte cuando por dentro se sentía morir y sabía que si no lo hacía en ese instante después todo sería peor. La vergüenza y el dolor hicieron estragos dentro de su pecho, así que cerró con seguro la puerta para que Pedro no entrara y la encontrase como estaba, no soportaría ver que él la mirase con lástima, porque estaba segura que eso sería lo único que le inspiraría.


Se llevó las manos a la boca para ahogar los sollozos que escapaban de su boca y parecían romperle el pecho en dos, se dejó caer sentada en el suelo y cerró los ojos luchando contra las lágrimas pero no pudo hacer nada, entre más intentaba retenerlas más salían. Logró colocarse se pie después de unos minutos y caminó hasta el baño con la firme convicción de mantener la decisión que había tomado, nada de lo que dijera o hiciera Pedro la haría cambiar de idea. El amor la debilitaba y ella no podía permitirse algo así, no en ese momento, así que se aferró a la amargura que le provocaba saber que había perdido el juego, que ella se había enamorado mientras Pedro había logrado salir triunfador e inmune.


Cuando salió del baño y no lo encontró en la habitación el sentimiento de rencor se intensificó, acompañado por la decepción que le provocó imaginar que él solo había ido hasta allí para tener su despedida a lo grande, una noche de sexo y nada más. Había tardado cerca de una hora en el baño pero eso no justificaba que Pedro se hubiera marchado, su actitud solo la hizo sentir tan insignificante y estúpida que estuvo a punto de ponerse a llorar de nuevo, pero se obligó a ser fuerte y remplazó el dolor por la rabia.


Guardó las pocas cosas que le faltaban por empacar en la última maleta que tenía en su habitación, tomó su bolso de mano donde transportaba su portátil y sus documentos, después de eso salió y aunque no pudo evitar mirar por última vez la cama donde había sido de Pedro tantas veces, la sensación que le originó verla complemente arreglada, como si ahí nunca hubiera pasado nada la llenó de una profunda tristeza.


Estaba por bajar las escaleras y le sorprendió tanto verlo parado en el salón junto a su equipaje que casi deja caer la maleta que llevaba con ella, luego de todo lo vivido junto a él era irónico que le resultara extraño verlo allí, pero de un momento a otro y después de haberse reprochado tanto el
amarlo, lo único seguro que le quedaba era mantenerlo lejos, que no se diera cuenta de esa verdad que sentía tatuada en la frente.


—Déjame ayudarte —mencionó Pedro y subió con rapidez al ver que Paula tenía problemas con la maleta que traía.


—No hace falta… solo me tropecé pero estoy bien puedo llevarla, no es necesario que te molestes —contestó mostrándose seria y se disponía a seguir cuando él la detuvo.


—Por favor Paula, debe estar pesada y para mí no es ninguna molestia ayudarte —dijo tomándola y le hizo un ademán con la mano para que bajara ella primero.


—Gracias —esbozó de manera cortés pero distante.


—¡Cinco maletas! Ves que los hombres no mentimos cuando decimos que ustedes son exageradas para todo —comentó Pedro de manera casual intentando romper el hielo, vio que ella hacía un gesto de desagrado y optó por hacer otro comentario—. Apostaría a que llevas media Europa allí.


— Tienes razón, lo único que me faltó empacar fue al amante —dijo con amargura y después de eso dejó libre una risa histérica que escondía su dolor al ser consciente de esa realidad—. Lo siento… lo siento no quise burlarme de ti, todo esto es tan absurdo —indicó intentando remediar su acción al ver la veta de dolor que atravesó la mirada de él.


—No te preocupes, ya sé que eres pésima para los chistes —dijo él con una sonrisa que mereció el premio al mejor actor del año en Italia.


Ella sonrió pero él pudo ver que la había herido y eso no era lo que buscaba, no era así como se suponía que serían las cosas, suprimió un suspiro armándose de valor y se disponía a hablar de nuevo cuando ella lo interrumpió al tiempo que le daba la espalda.


—Bueno… jamás he alardeado de ser carismática, por el contrario soy bastante básica y la verdad me siento cómoda con el papel que la vida me ha otorgado, no tengo la necesidad de ser distinta para impresionar a los demás —esbozó de manera casual y una vez más se alejaba de él.


Pedro frunció el ceño y apretó la mandíbula para soportar el dolor que las palabras de Paula le habían causado, si ella estaba buscando herirlo o hacerle pagar de algún modo su decisión de quedarse había tomado el camino correcto. 


Sin embargo, no desistiría con tanta facilidad, él no era de los que se rendían ante las dificultades contrario a ello se hacía más fuerte y se lo iba a demostrar.


—Te preparé el desayuno —pronuncio en un tono de voz y con una sonrisa que de nuevo mereció un reconocimiento por su actuación.


—No tengo hambre… —dijo intentando que la rabia que esa declaración le causó no se notara en su tono.


¿Acaso él pensaba que con un maldito desayuno y esa odiosa sonrisa que tenía pintada en la cara y que ella deseaba borrarle a golpes la iba a compensar por lo que estaba viviendo? ¡Qué poco me conoces Pedro Alfonso No deseo nada de ti… ¡Nada!


Pensó pero lo que deseaba en realidad era gritárselo, aunque eso significaría dejarle ver todo lo que estaba sintiendo y que se había enamorado de él como una estúpida, así que decidió seguirle el juego.


—Además dentro de poco llegaran a buscarme, mi vuelo sale al mediodía y tengo que estar antes en el aeropuerto…—decía cuando él la habló impidiéndole continuar.


—Deberías comer algo antes de salir y no te preocupes por el taxi, cancela el servicio yo te llevaré hasta Florencia —indicó mirándola.


—¡No! No quiero que lo hagas, eso podría poner al descubierto tu misterioso paradero y yo terminaría involucrada en un escándalo — expresó con determinación y vio en su cara reflejarse un gesto de dolor.


Pedro inspiró con fuerza y abrió los ojos asombrado al  escuchar la negativa de Paula, pero sobre todo por el tono que usó, fue como si lo hubiera abofeteado. En ese instante su paciencia que pendía de un hilo cayó al piso haciéndose añicos, caminó hasta ella dispuesto a enfrentarla, no seguiría con el estúpido papel de sumiso solo para hacerla sentir bien, mientras ella lo estaba haciendo mierda a él. La tomó de la barbilla para obligarla, no con una acción que pudiera causarle daño, apenas la presionó y ella cedió posando su mirada altiva en la suya.


—¿Dónde está? —inquirió paseando su mirada por el rostro de ella.


—¿Dónde está quién? —contestó con otra pregunta sintiéndose desconcertada mientras le mantenía la mirada.


—La mujer a la que le hice el amor hasta hace nada —señaló con un tono conciliador, no quería terminar con ella en malos términos.


—Querrás decir a la que te cogiste —mencionó disfrazando con sarcasmo el dolor que sentía.


Él sintió como el dolor le daba un zarpazo en medio del pecho, y como reacción a eso él se llenó de ira, su mirada se oscureció en cuestión de segundos y apretó tanto la mandíbula que pensó se le quebraría.


—Paula, hija ya llegó tu…


La voz de Cristina irrumpió en el lugar pero ninguno de los dos se volvió a mirarla, Paula podía casi palpar la furia que se desbordaba de Pedro pero aun así se mantuvo en su posición, no se intimidó en ningún momento. Sin embargo, el gesto de desprecio que él hizo cuando le soltó la barbilla le dolió mucho más que si la hubiera golpeado, se alejó de ella sin dejar de mirarla de esa manera que le causaba tanto dolor, haciéndola sentir culpable de todo lo que estaba ocurriendo.


—Perdón… no quise interrumpirlos, le diré al chofer que espere unos minutos —esbozó Cristina sintiéndose apenada y muy triste ante la imagen que ambos le mostraban.


—No es necesario Cristina, enseguida salgo… ya no tengo nada que hacer aquí —dijo Paula con resentimiento y salió dejándolos tras ella.


Él se quedó mirando el espacio vacío donde segundos atrás estuvo Paula, aun no podía creer que la mujer que acababa de salir de allí fuera la misma que lloró entre sus brazos y le dijo que él la conocía como nadie más, que le rogó para que la hiciera sentir; no podía creer que fuera la misma que le hizo conocer el amor.


¡Te enamoraste de un espejismo pendejo! Tanto luchar por no caer y viniste a hacerlo de esta manera, das vergüenza Pedro Alfonso.


Los reproches en su cabeza fueron duros y lo lastimaron, pero no estuvieran ni la mitad de cerca de causarle el daño que le había causado Paula con sus palabras y su actitud. 


La rabia resurgió en él con poderío al ser consciente de lo estúpido que había sido, ella siempre estuvo clara en su juego, había dejado de ser el trofeo de las italianas para convertirse en el de una americana, que no tuvo siquiera la delicadeza de terminar la relación ofreciéndole que quedaran como amigos.


—Pepe ¿está todo bien? —inquirió Cristina al verlo tan callado.


—Sí —respondió con la voz ronca por las emociones que hacían estragos en él, la miró y le dedicó una sonrisa.


Recordó el sobre que había dejado en una de las maletas de Paula y quiso recuperarlo, ella no merecía que él le entregara eso, en realidad no merecía nada de lo que le había dado hasta el momento, caminó buscando el equipaje pero ya no estaba, seguramente el chofer se lo había llevado durante el estúpido trance en el cual había quedado.


—Maldición —murmuró reprochándose lo imbécil que había sido.


No podía ir hasta el auto y revisar todas las maletas hasta encontrar aquella donde había dejado el paquete, sin quedar delante de Paula como un estúpido sentimental. Se sintió frustrado pero sobre todo furioso con él mismo, no entendía como pudo cegarse ante algo tan evidente, para ella todo no fue más que un juego.


Decidió salir pues estaba haciendo el ridículo al quedarse allí mientras ella se marchaba, no la retendría, pero tampoco le daría la impresión de que le resultaba insoportable verla salir de su vida, por el contrario lo haría manteniendo la cabeza en alto.


Paula se obligaba a sonreír y mantenerse completamente casual mientras se despedía de Jacopo y Cristina, unas lágrimas intentaron escapar de sus ojos pero las adjudicó a la nostalgia que la invadía, los abrazó con fuerza agradeciéndoles por todo lo brindado durante su estadía y los lindos detalles que le obsequiaron para que se llevara de recuerdo. Su mirada se encontró un instante con la de Pedro que salía de la casa que ocupó, se detuvo unos segundos sin saber cómo reaccionar, no sabía si llegar hasta él y despedirse extendiéndole la mano o darle un abrazo, después de todo en algún momento fueron buenos amigos.


—Adiós Pedro —le dijo desde la distancia comprendiendo que eso era más seguro, pues un acercamiento podía remover todos sus sentimientos y estos ya se encontraban a flor de piel.


Él sólo asintió con la cabeza mientras el dolor al ver ese gesto tan frío de Paula le laceraba el corazón, esperaba al menos que ella tuviera la gentileza de despedirse con un abrazo, incluso con un beso; pero nada de eso sucedió y le dio a él mayores motivos para sentirse decepcionado.


¡Que me jodan si dejo que te marches de esta manera! Yo no jugaré tu mismo juego Paula… jugaré el mío.


Después de ese pensamiento acortó en tres largas zancadas la distancia entre ellos, tomó a Paula por el brazo en un movimiento brusco evitando que entrara al auto y la giró hasta hacerla quedar frente a él, ella lo miró sorprendida y de inmediato intentó zafarse, pero él reforzó el agarre de su mano impidiéndoselo.


—¿Qué demonios haces? —preguntó ella y su voz temblaba al igual que todo su cuerpo, con una mezcla de miedo y esperanza.


—Yo no soy un témpano para despedirme de esa manera señorita Chaves —esbozó con arrogancia dejando ver su sonrisa ladeada.


Ella separó los labios para protestar y eso era justo lo que él esperaba, ancló la mano que tenía libre en la nuca de Paula y la atrajo hacia él con determinación, en cuestión de segundos su lengua invadía el interior de la boca femenina arrancándole gemidos a la castaña por la contundencia del mismo. Paula se tensó e intentó luchar, pero la fuerza de ella no era nada contra la que podía ejercer él, que después de ese primer asalto rudo e invasivo comenzó a suavizar el roce de su lengua y la presión que ejercían sus labios, llevando el beso a un movimiento más lento y seductor para persuadirla que lo aceptara.


Paula gemía y se estremecía en medio de ese beso que amenazaba con robarle la cordura, su mano libre en un principio lo empujaba con fuerza mientras luchaban por liberarse y se gritaba mentalmente.


¡Empújalo Paula! Aléjalo de ti… él no tiene ningún derecho a
tratarte de esa manera, eso no es pasión es solo su ego herido que quiere vengarse… no te puedes dejar dominar ¡Reacciona! Por favor, por favor, no cedas, no lo hagas… no lo dejes ganar… no. ¡Al Diablo con todo! Que se joda el orgullo, después de esto no lo verás más nunca en tu vida.


Alejó su mano al hombro de Pedro y la ancló en su nuca para hacerlo bajar y tener mayor libertad de responder al beso, pero no quiso mostrarse del todo rendida y le hizo pagar ese primer contacto brusco que le dio con un jalón de cabello, agradeciendo que Pedro lo tuviera lo bastante largo para cumplir con su tortura. Tiró de los mechones castaños y él gimió dentro de su boca, ella aprovechó ese gesto para posicionar sobre la pesada lengua masculina la suya y rozar con lentitud buscando llegar muy profundo, entrando ella también al juego de seducción y entregándole justo ese movimiento que sabía lo enloquecía.


Pedro soltó el brazo de Paula al notar que ella al fin había
cedido y se deleitó con ese beso que le sabía a gloria, deslizó su mano por la espalda de ella hasta llegar a la curva de su trasero y la atrajo pegándola a su cuerpo, acompañándola en sus gemidos cuando sus figuras se acoplaron perfectamente. El aire comenzaba a faltarle pero él no deseaba renunciar a ese beso, así que se las arregló para separarse de ella solo unos segundos y retomarlo de nuevo, sin darle tregua un solo instante.


Paula tampoco quería terminar el beso y se mantenía aferrada a él mientras sentía que sus piernas se debilitaban a medida que pasaban los minutos, se había olvidado de todo; apenas podía creer que horas atrás hubiera saciado sus ganas y más le costaba no recordar cuanto rencor había despertado en ella la actitud confiada y relajada de Pedro


Su único deseo era seguir besándolo y que el mundo se detuviera en ese instante maravilloso… perfecto. Pero muy pocas veces en la vida se obtiene lo que se desea y Paula lo supo en ese momento, sintió como Pedro bajaba el ritmo de sus besos hasta quedar solo en roce de labios y ella se aferró a su autocontrol para no buscarlo.


—Ahora sí… adiós Paula —esbozó aún con la respiración agitada y su frente apoyada a la de ella—. Ve y regresa a tu vida perfecta, te deseo todo el éxito del mundo… que la vida te dé justo lo que mereces —agregó con una mezcla de sinceridad porque en verdad le deseaba lo mejor y amargura porque sabía que nada de eso sería junto a él.


Ella se mordió el labio mientras temblaba y contenía las ganas de llorar, con su mirada clavada en el rostro de Pedro y si no hubiera sentido el sarcasmo en su voz al esbozar sus “buenos” deseos, le habría creído e incluso se hubiera arriesgado a quedarse y a cumplir todos y cada uno junto a él. Por suerte él había roto cualquier vínculo que pudiera tener y ya no sentía remordimientos al dejarlo.


—Te deseo lo mismo Pedro, sal de este lugar tan aburrido y regresa a la vida que tanto te gusta… estoy segura que volverás a ser el Rey de Roma en cuanto pongas un pie allí —indicó con el mismo sentimiento que envolvía a Pedro.


Se movió para entrar al auto y esa vez él no la retuvo, por el contrario se alejó pero sin dejar de mirarla mientras metía las manos a los bolsillos de su pantalón, Paula cerró la puerta, se puso los lentes de sol y le dio la orden al chofer de arrancar sin volverse a mirar a Pedro.







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