jueves, 23 de julio de 2015
CAPITULO 46
Lentamente el sueño fue liberándola de aquel estado de inconsciencia que había sido placentero y renovador, lo primero que percibió aún sin abrir los ojos fue la calidez que brotaba del cuerpo de Pedro, la intensidad de su presencia y lo fuerte de su figura acoplada a la suya le resultó algo imposible de ignorar. Una sonrisa adornó sus labios en cuestión de segundos, las emociones y sensaciones que horas antes la embargaban regresaron a ella intactas como si el tiempo no hubiera transcurrido mientras dormía.
Paula no se atrevía a abrir los ojos, ni a volverse, ni siquiera a mover su cuerpo, quería prologar ese momento tanto como pudiera, seguir disfrutando del calor de Pedro, de su respiración acompasada y el peso de su brazo que colgaba de su cintura; no comprendía aun porque actuaba así o sentía todo eso, por el momento no deseaba analizar ni cuestionar nada, solo quería sentir y vivir plenamente de esa experiencia que era nueva para ella y la hacía sentir… feliz.
Después de un minuto abrió sus ojos despacio, parpadeando para ajustar sus pupilas a la oscuridad que reinaba en la habitación, se sorprendió al ver que la noche había caído pero no le dio importancia, solo se dedicó a disfrutar del hermoso contraste que mostraban las gotas de lluvia que aún corrían cuesta abajo en el cristal de la ventana, y como la luz de la luna se reflejaba en ellas haciéndolas lucir como cristales preciosos. Dejó libre un suspiro lírico sin percatarse de ello y sus dedos viajaron a los de Pedro que descansaban en su vientre, le gustaba estar así, envuelta por ese sentido de protección y posesión que él le mostraba aún en sueños, sonrió ante la ola de recuerdos.
Pedro se encontraba en medio de ese estado donde la inconsciencia y la realidad se mezcla, donde se puede creer que se está dormido, pero se puede sentir lo que ocurre fuera de ese manto frágil que es el sueño.
Escuchó el suspiro de Paula como si ella lo hubiera liberado muy lejos de allí, aunque no lo suficiente para que él no disfrutara del mismo, después la sintió moverse un poco y al final como rozaba con los dedos de su mano los suyos que descansaban en su vientre y un nuevo suspiro que esta vez escuchó con mayor nitidez.
—Pedro… ¿estás despierto? —preguntó en un susurro.
Sintió que él se movía a su espalda y la mano en su cintura la acercaba más a su cuerpo, pegándola para hacerla consciente de sus pieles desnudas y el exquisito roce de las mismas.
Él no respondió, sólo gimió hundiendo su rostro en el cabello de Paula y después bajó hasta la nuca de la chica para darle un suave beso justo allí, sintiéndola estremecerse, haciéndolo feliz, le encantaba que fuera tan sensible a sus caricias, deslizó la mano que se apoyaba en su vientre por la cintura y la cadera de la chica.
—No… aún estoy dormido, justo ahora tengo un hermoso y placentero sueño, no vayas a despertarme —expresó con voz ronca por haber dormido tanto, sin abrir los ojos.
Paula sintió que se derretía contra su cuerpo, envuelta en el
delicioso calor que de él brotaba, en la fuerza de su presencia, en su voz suave y con ese toque sensual que tanto le gustaba, una sonrisa se apoderó de sus labios y los latidos de su corazón iban galopando con fuerza cargados de una emoción nueva.
—¿Qué hora es? —preguntó él un minuto después, aspirando el dulce aroma que brotaba del cabello de Paula.
—Ya es de noche… no lo sé con exactitud, pueden ser las ocho o medianoche, y me estoy muriendo de hambre —respondió.
—Yo también… estoy famélico Paula —susurró junto a la oreja de ella, al tiempo que la pegaba a su cuerpo, disfrutando de la suavidad, la calidez y de su aroma.
—Pedro hablo de comida —indicó intentado no mostrar lo
complacida que se sentía por tenerlo tan cerca, envuelta en su calor.
—Yo también —se defendió dándole un beso en la nuca.
Ella dejó libre un suspiro dejándose derrotar, no podía luchar contra él, ni contra eso que estaba sintiendo, sería una hipócrita si decía que no le encantaba, que no le gustaban sus besos y caricias, que no deseaba prologar ese momento, percibió como él sonreía contra la piel de su cuello y eso la hizo estremecer.
—Vamos, te voy a preparar algo para que comas, no quiero que después te quejes diciendo que soy un tirano adicto al sexo —comentó divertido apretándola en un abrazo estrecho contra él.
Paula dejó libre una carcajada y después sintió como Pedro
abandonaba la cama con agilidad, llevándose parte de la sábana que los cubría, lo había hecho a propósito, su sonrisa cargada de malicia cuando ella chilló ante su gesto, se lo había confirmado.
Minutos después se encontraban en la cocina, Pedro había tenido la decencia de vestirse y prestarle ropa a ella, en vista de que la suya aún se encontraba húmeda, el clima no le favoreció mucho para que se secara, ella se había lavado la cara y había usado el enjuague bucal de él, no se atrevió a tomar el cepillo de dientes pues nunca antes había hecho algo como eso.
La verdad todo eso era de cierto modo nuevo para ella, nunca pensó que terminarían compartiendo de esa manera, imaginaba que después de tener sexo cada uno continuaría como hasta esa mañana, él aquí y ella en su casa, podía atribuir que aún continuaban juntos gracias a la lluvia que no había cesado, eso le ayudaba y no dejaba que las tontas ilusiones que a minutos revoloteaban en su cabeza hicieran nido, sabía que todo era algo casual, que no representaba para nada una relación entre los dos, muchos menos un compromiso, ni siquiera habían hablado de los términos en los cuales quedarían de ahora en adelante.
Obviamente el que más resaltaba era el de amantes, los dos habían disfrutado mucho como para negarse volver a vivir la experiencia, además que no había motivos para negarse la compañía del otro mientras estuvieran aquí, ninguno de los dos tenía compromisos, aunque eso no lo supieran a ciencia cierta; ese sentimiento provocó un amargo sabor de boca
en Paula, pero no permitió que la sensación avanzara mucho, no entraría en plan de mujer obsesionada y celosa pues nunca lo había sido, y Pedro no sería quien le hiciera experimentar un sentimiento tan estúpido.
—¿Por qué tan callada? —le preguntó Pedro en tono casual.
—Me distraje… suele suceder con frecuencia, mi mente parece no descansar nunca, ni siquiera mientras duermo, es un mal de los que escribimos —se excusó en un argumento que él sintiera válido.
—¿Y qué maquinaba ahora tu perversa mente? ¿Quién será el asesino de tu próxima novela o a cuántos asesinarás? —inquirió de nuevo con una sonrisa ladeada.
Mientras Paula se encontraba sumida en sus pensamientos, él había preparado todo para hacer una sencilla pasta a la carbonara, era una receta rápida y muy sabrosa, además que, modestia aparte, Pedro sabía que las pastas eran su especialidad, una vez más se había descubierto deseando complacerla, ya eso se le estaba haciendo una costumbre, y aunque muchas veces se refrenaba para no perder su horizonte, casi siempre terminaba como en ese momento.
Él también había estado pensando en la denominación que debía tener de ahora en adelante su relación con Paula, sólo una saltaba a la vista, la más natural y adulta, sin embargo, no sabía cómo exponerla ante ella, la mayoría del tiempo Paula era muy sensible a ciertas cosas, y quizás fuera a sentirse ofendida si él hacia algún tipo de alusión a tenerla como su amante, sabía que como caballero le correspondía hablar con honestidad, pero habían tenido una tarde perfecta y no deseaba arruinarla con una conversación cargada de tensiones, así que prefirió enfrascarse en consentirla un poco más y al día siguiente vería cómo manejar la situación.
—Bueno… mi mente perversa aún no piensa en un asesino, pero una de sus víctimas podría ser un actor italiano que se la pasa provocándome —lo amenazó y se encogió de hombros ligeramente, como si eso fuera algo cotidiano, como el estado del tiempo.
Pedro comenzó a reír divertido al ver que su provocación había surtido efecto, le encantaba verla así, dispuesta a retarlo todo el tiempo, no era como las otras mujeres que había conocido y que siempre se esmeraban en cualquier aspecto, incluso en quedarse calladas cuando él le hacía ese tipo de juegos, no llegaban a comprender lo que buscaba, sin embargo, con Paula todo era tan espontáneo, sólo una chispa hacía falta para encenderla.
—¿Qué cocinas? —preguntó curiosa, al verlo sofreír cebolla y panceta en una sartén.
—Una pasta a la carbonara ¿me ayudas a batir los huevos? —dijo.
—Te gustan mucho los jueguitos de palabras ¿no es así? —le cuestionó acercándose a la mesa donde se encontraban dos huevos, un batidor y un pequeño bol de vidrio.
Él la miró con tal inocencia que Paula no pudo evitar sonreír, pero después lo vio hacerlo también con picardía, lo que provocó que lo castigara dándole un pellizco en el brazo con suavidad y se concentró en ignorarlo, ocupándose de su tarea. Vio como él se movía con agilidad por la cocina con la destreza de alguien que ha preparado esa receta un montón de veces, ella no deseaba quedarse atrás y como ya conocía lo que debía hacer lo ayudó a terminarla, era la primera vez que cocinaban juntos y la sensación de trabajar con Pedro en equipo le gustó.
Después de la cena y de llevar un par de horas compartiendo junto a la chimenea con unas copas de buen vino, Paula se arriesgó a tocar de manera indirecta el tema al que le había estado rehuyendo.
—Ya no llueve tanto… debería aprovechar para ir a mi casa —esbozó Paula sin mirarlo a los ojos.
Pedro que se estaba devanando los sesos entre dar un paso y hablar sobre lo ocurrido o mantenerse en silencio, se sintió sorprendido ante las palabras de ella, de inmediato comprendió que no deseaba separarse, no quería dejarla ir.
—Paula… quédate esta noche aquí, quédate conmigo… —le pidió en un susurro buscando su mirada.
—Pedro… yo no puedo… necesito… —se colocó de pie para alejarse de él.
Lo que necesitaba era pensar con claridad y estando a su lado no podía hacerlo, él la hacía sentir confundida, sus emociones eran contradictorias y desconocidas. Pensó en una respuesta rápida.
—No puedo quedarme, necesito mis cosas… mi cepillo de dientes, por ejemplo —pronunció algo que creía válido.
—Usa el mío —esbozó él con rapidez, manteniéndose sentado para no presionarla, pero mirándola directamente a los ojos.
—No puedo… es algo tuyo, personal… —alegaba viéndolo.
—Paula… —susurró su nombre mientras sonreía con sensualidad y se puso de pie para acercarse a ella—. Tu lengua ha estado en mi boca mucho más tiempo que mi cepillo de dientes ¿qué tiene de malo que lo comparta contigo por una mañana? —preguntó mirándola con intensidad, disfrutando de su sonrojo.
—No tiene nada de malo… supongo —murmuró sintiendo como su boca se hacía agua al recordar sus besos, tragó para pasar la sensación y se enfocó de nuevo—. Pero necesito al menos mi ropa, no puedo andar así… —decía haciéndolo consciente de nuevo que el short le quedaba muy ancho, pero una vez más él la detenía.
—¿Así cómo? Yo te veo hermosa… esa ropa te queda muy sexy — comentó con una sonrisa observando la camiseta de algodón blanca y el short del mismo material en cuadros azules y blanco. La rodeó con sus brazos para usar sus armas de seducción y convencerla—. Paula quédate esta noche conmigo… te prometo que mañana temprano te dejaré ir a tu casa, es absurdo que con el frío que está haciendo tengamos que dormir separados, entre sábanas heladas, teniendo la oportunidad de hacerlo juntos y brindarnos calor —susurró cerca de sus labios, pero sin
llegar a tocarlos.
—Es que… yo nunca he… —ella se mordió el labio inferior llena de vergüenza por tener que decirle eso a él.
—¿Tú nunca? Vamos Paula… dime —la instó a continuar.
—Nunca he pasado una noche entera junto a un hombre… ni siquiera había dormido tanto junto a uno como lo hice esta tarde contigo y no sabría cómo hacerlo… como… —se detuvo al ver que él la miraba sin entender, dejó libre un suspiro y cerró los ojos.
—¿Nunca has dormido con nadie? ¿Ni siquiera con alguno de tus novios o las parejas que has tenido? —inquirió procurando entender.
—No —respondió ella sonrojándose. —No toda una noche y no he tenido parejas propiamente, de esas que viven bajo el mismo techo, sólo he tenido un novio oficial, Francis mi ex y a Charles un amigo… sólo he tenido relaciones con ellos y nunca pasamos una noche completa juntos… —Paula sentía que se moría de vergüenza y el calor en su rostro le anunciaba que debía estar roja como una cereza madura, respiró profundamente para terminar con eso de una vez—. Pedro… yo vivo con mis padres aún… y ya sé que es algo vergonzoso y hasta inmaduro, pues siendo una mujer independiente económicamente y de veintitrés años debería hacerlo ya por mi cuenta… pero no he reunido el valor para ello y quizás sea por comodidad, no lo sé… me gusta vivir así, me gusta el cobijo que vivir bajo su techo me da —terminó intentando que él la comprendiera.
Levantó la mirada buscando los ojos de él, los suyos incluso se había cristalizado por su confesión, hubiera preferido no hacerlo pues el semblante de Pedro hizo que la sensación de pena fuera peor, él parecía tener una sonrisa en sus labios, pero su mirada lucía desconcertada, no soportaba más ese silencio.
—¡Por favor Pedro habla! Di lo que sea, búrlate de mí si quieres, lo merezco, lo sé… soy una pobre niña mimada a la que la aterroriza vivir bajo su responsabilidad y una mojigata que nunca se animó a pasar una noche fuera de su casa por miedo a sus padres —esbozó con la voz ronca por el nudo que se formó en su garganta.
Pedro no se quedó callado para hacerla sentir mal, había sido la sorpresa de conocer que Paula sólo había tenido dos amantes en su vida lo que lo había trastocado, no podía creer que una mujer con tan poca experiencia sexual lo hubiera hecho disfrutar tanto, que lo tuviera ahora mismo rogándole para que pasara la noche junto a él, ella era extraordinaria, era hermosa y sensual ¿qué carajos le había pasado a esos hombres para dejarla escapar? ¿Acaso eran idiotas o no le gustaban las mujeres? No podía entenderlos, entre más buscaba una explicación menos podía justificarlos.
Quizás no deseaban hacerla sentir presionada o no sabían cómo convencerla, pero era absurdo que no desearan pasar una noche completa con ella, que no insistieran para ello. Esa acción la hubiera hecho sentir segura, confiada y no tan frágil como la notaba justo en ese momento, su imagen le causó una molesta presión en el pecho, no quería verla así, no tenía nada de qué avergonzarse.
—¿Por qué tendría que burlarme de ti Paula? Eso es absurdo, no veo el motivo para ello… —decía y vio que ella se disponía a protestar, por lo que, con rapidez continuó— ¿De qué te avergüenzas? ¿De vivir aún con tus padres? Bueno… apenas eres una chica de veintitrés años y créeme conozco no sólo mujeres sino hombres que viven con sus padres hasta los treinta… ¿De no sentirte capacitada para hacerte responsable de ti misma?
Eso es estúpido… ¿Qué se supone que estás haciendo aquí? No he visto a tus padres por ningún lado cuidando de ti o guiándote, por el contrario te encuentras en un país extraño, muy lejos del tuyo, con un idioma y unas costumbres diferentes a las tuyas y hasta ahora no he visto que tengas problemas para desenvolverte, incluso… lo haces como si fueras una más de aquí y no una turista, así que tomando en cuenta todo eso. ¿Dónde está la niña mimada que es incapaz de vivir por su cuenta? Siendo sincero, no la veo por ningún lado… ¿Quieres saber lo que yo veo? —preguntó mirándola a los ojos, con su voz y su mirada colmada de ternura.
Paula permanecía en silencio, sólo consiguió asentir con su cabeza, mientras un cúmulo de emociones galopaban dentro de su pecho, luchando por contener las lágrimas, por mostrarse valiente y madura delante de Pedro, pero le estaba costando un mundo y no daba con la razón, quizás porque ella nunca se había abierto con nadie de ese modo, siempre era muy reservada con sus sentimientos, desde pequeña lo fue, ese fue el ejemplo que recibió de sus padres.
—Veo a una mujer independiente, valiente, hermosa y decidida… Paula yo veo… —se quedó en silencio.
Pedro sintió que un nudo se atoraba en su garganta impidiéndole continuar, una marea de sentimientos e ideas giraban dentro de su ser, de pronto sintió que debía huir, que se encontraba al borde de un precipicio y algo muy poderoso se empeñaba en arrastrarlo al fondo, no había experimentado nunca pánico, pero según lo que conocía del mismo debía ser muy parecido a eso, estaba bloqueado y no lograba escapar de la mirada de Paula, ella lo había clavado allí, ella era la fuerza que intentaba hacerlo caer.
Paula esperaba esas palabras que parecían estar luchando por salir de la garganta de Pedro, una necesidad inmensa por conocer lo que pasaba por su cabeza en ese preciso instante la agobiaba, su mirada estaba anclada en la azul que se notaba turbada, como si hubiera descubierto algo y eso lo llenara de miedo, ella también lo sentía, por alguna extraña razón sentía que debía salir de allí, que debía alejarse en ese momento, pero no lograba dar un paso, ni siquiera mover un dedo, estaba congelaba, atrapada en la mirada de él.
Pedro sentía que estaba a punto de quebrarse, que algo en el interior de su pecho pujaba por salir, por liberarse con tanta fuerza que apenas podía controlar el latido desbocado de su corazón, tampoco le estaba resultando sencillo respirar y para empeorarlo todo, sentía que la mirada de Paula lo desnudaba, era como si ella estuviera adentrándose en él como no lo hizo nunca ninguna otra mujer, como si pudiera ver más allá de lo que otras habían visto.
Actuó por impulso y la tomó entre sus brazos para después apoderarse de sus labios con desesperación, aprovechó el jadeo que ella liberó ante su arrebato para entrar en su boca sin permiso, sin delicadeza, necesitaba tenerla, sentirla, todo su ser clamaba por ello con tanta fuerza que sentía que su cuerpo dolía, su pecho dolía. Llevó una mano a la nuca para mantenerla allí mientras saqueaba su boca, la otra corría cuesta abajo en la espalda de la escritora, deslizándose en una caricia posesiva que se ancló en la parte baja de ésta y la pegó a su cuerpo haciendo el espacio entre los dos inexistente, sintiéndola temblar y gemir al tiempo que él también lo hacía y se perdía en su sabor, su humedad y tibieza.
Paula no supo cómo interpretar ese arranque de Pedro, todo
había sido tan rápido y hasta de cierto modo violento, sin embargo, una inexplicable sensación de alivio la embargó ante el mismo, al sentirlo tan compenetrado, rebosante de la misma necesidad que corría por sus venas, se había llenado de miedo de un momento a otro, miedo a qué.
No lo sabía, pero lo que vio en la mirada de él la había aterrado y su corazón había comenzado a latir con una lentitud dolorosa, como cuando se tenía un presentimiento o cuando se estaba frente a algo que podía cambiar la vida de un momento a otro, justo así se sentía antes de que Pedro la envolviera con ese beso ardoroso y apasionado, el más intenso que habían tenido hasta el momento y apenas la dejaba respirar.
Se separaron con las respiraciones agitadas y los latidos de sus corazones enloquecidos, las miradas oscuras y brillantes producto del deseo que los habían atrapado en cuestión de segundos, esta vez se guardaron las palabras, y temiendo que sus miradas pudieran revelarles algo para lo cual no estaban preparados, decidieron dejarse llevar por la pasión que habían desatado.
Él la tomó por la cintura para elevarla como hiciera esa misma tarde en la cocina, se sintió satisfecho al ver que Paula comprendía perfectamente lo que deseaba y lo envolvió de inmediato entre sus piernas, aferrándose a él con éstas, pasando sus brazos alrededor de su cuello, la aseguró pegándola a su cuerpo, colocando sus brazos en la delicada espalda femenina y buscó una vez más sus labios, dejándose arrastrar por el deseo a un terreno que le resultaba mucho más seguro que el que había pisado instantes atrás.
Llegaron hasta la habitación que se encontraba iluminada apenas por los rayos de la luna que entraba por las ventanas, pintándolo todo de azul y plata, salpicado por las gotas que se deslizaban por el cristal, el ambiente en la misma era frío, pero el calor que hacía estragos en sus cuerpos no les permitía sentirlo, se encontraban demasiado perdidos el uno en el otro como para percatarse de nada más que no fuera la necesidad que los embargaba.
Paula liberó un gemido trémulo cuando la mano de Pedro le
recorrió la columna en una caricia lenta y posesiva por debajo de la suave tela de la camiseta, ella no llevaba brasier por lo cual él no tuvo obstáculos para llegar a su nuca y presionarla exigiéndole hacer el beso más profundo.
Ella cedió temblando cuando lo sintió rozar su lengua pesada y caliente contra la suya que apenas lograba seguirle el ritmo, todo iba demasiado rápido, demasiado abrupto, pero no tenía la fuerza para controlarlo, tampoco deseaba hacerlo, nunca la habían tratado de esa manera, no le habían demostrado tanta necesidad, era como si de esos besos dependiera que el mundo siguiera girando para ambos.
En cuestión de segundos estuvieron desnudos sobre la cama, Pedro no conseguía dejar de besar y tocar a Paula, cada gemido que ella le entregaba, cada jadeo y temblor lo estaba llevando a la locura. A veces su conciencia le gritaba que fuera con calma, que podía terminar asustándola, respiraba profundo y lo intentaba, pero al recordar el sentimiento que lo había embargado en el salón todo su autocontrol se desmoronaba, se iba al carajo y no podía evitar lanzarse de nuevo desesperado y famélico de eso que ella tenía, de lo que le había entregado esa tarde.
Le dieron riendas sueltas a la pasión que los envolvía, sus cuerpos parecieron no saciarse hasta entrada la madrugada, si Paula había pensado que lo vivido horas antes había sido intenso, todo lo que le entregó Pedro esa noche lo fue mucho más, sus cuerpos parecían entenderse a la perfección, era como si sus manos y sus labios supieran el punto exacto que debían tocar o besar, el éxtasis hizo de las suyas en varias ocasiones y para Paula pasar una noche completa junto a Pedro fue la experiencia más gratificante y sensual que había experimentado hasta ese instante.
CAPITULO 45
Pedro le acarició la espalda con suavidad, intentó darle tiempo para recuperarse, aunque su propio cuerpo le exigía continuar, así que apoyándose en sus manos se levantó llevándola con él hasta quedar sentado, acunó el rostro de Paula entre sus manos y comenzó a besarla, buscando ir despacio y traerla de regreso, pero los temblores de ella y las contracciones que su vagina producía en torno a su pene no le ayudaban en nada, aprovechó que el cuerpo de ella estaba tan relajado que le dejó moverlo a su antojo, su hermosa escritora parecía una muñeca de trapo.
Tomó los brazos de Paula y los colocó por encima de sus hombros, para que ella pudiera sostenerse de él mientras sus manos ahora viajaban a sus piernas y las estiraban a cada lado de sus caderas, dejándola en la misma posición que él tenía, sonriendo al ver que ella parpadeaba intentando entender quizás lo que se disponía a hacer, le acarició los labios con los suyos, sin llegar a besarla y con suavidad la tomó de las caderas, la acercó a él elevándola, moviéndose debajo haciendo su unión más estrecha nuevamente, ella liberó un gemido al sentirse invadida una vez más y cerró los ojos, Pedro se sintió feliz al ver que disfrutaba de esa sensación, de tenerlo dentro de ella, tan profundo como se encontraba en este instante.
—¿Lista para la segunda vuelta señora escritora? —preguntó con picardía, la mirada radiante y una sonrisa ladeada.
—Sí… lista para usted señor actor —respondió con la voz rasposa y moviendo su cabeza en señal de afirmación, mientras sonreía, aún se sentía conmocionada, pero lo deseaba con locura y contra eso no podía hacer nada más que entregarse a él—. Bésame Pedro… bésame —su voz era casi una súplica y su mirada, que justo ahora lucía un hermoso tono miel, sólo expresaban lo mismo.
Él enredo sus manos en el cabello castaño y se adueñó de la boca de Paula con un beso ardoroso y sensual, necesitado, salvaje, uno que buscaba drenar de algún modo lo que ella estaba provocando en él, todas estas sensaciones nuevas y maravillosas que le recorrían el cuerpo, se hundió aún más dentro de ella, ahogando con su lengua el gemido que le entregó y que lo excitó tanto, que estuvo a punto de eyacular en ese momento, pero contrajo sus testículos para evitarlo.
Ella se deslizó un poco más y empezó a mover sus caderas de nuevo contra él, sintiendo como fuerte y poderoso, el miembro de Pedro prácticamente la empalaba, nunca había realizado esta posición y era sencillamente exquisita, había recogido sus piernas y ahora sus rodillas se encontraban flexionadas a ambos costados de él, mientras su pelvis subía y bajaba creando una penetración perfecta, y el roce que se producía con cada una, era tan intenso y mágico sobre su clítoris que se sintió temblar de nuevo, no podía creer que su cuerpo ya estuviera listo para vivir otro orgasmo, terminaría desmayada si algo así sucedía.
Pedro se encontraba completamente extasiado y rendido ante los movimientos, los besos y la imagen que le ofrecía Paula, ante el aroma que brotaba de su piel, el sudor que la cubría, el sonrojo que teñía su figura de un matizado carmín y el sonido que producía la unión de sus cuerpos, todo era tan excitante y sublime a la vez que no quería que esto terminara, pero, una cosa era lo que él quería y otra la que le rogaba su cuerpo, se decidió por complacerlo pensando que ya tendría tiempo más adelante para repetir todo esto, pues de algo estaba seguro y era que tendría a Paula junto a él tanto como pudiera, la convencería para que eso fuera una realidad.
Despacio bajó sus manos en una caricia por la espalda de la chica hasta anclarla en la curva de su derrier, tal como ella hiciera con él, la apretó con suavidad y después la uso de apoyó para empezar a moverse con contundencia dentro de ella, haciéndola estremecer y jadear ante cada una de sus penetraciones, rápido y certero se movía en su interior, deslizándose en la tibia humedad que lo envolvía y que casi podía sentir aun llevando el preservativo, sintió una vez más que ella lo apretaba con intensidad, no pudo controlarse.
Comenzó a expulsar su simiente con fuerza, apretando
sus dientes y dejando que el aire saliera de su garganta en una especie de gruñido que ahogó en el cuello de Paula, estremeciéndose ante cada descarga y aunque esta vez sentía que fue mucho menos que la primera vez, no pudo evitar aferrarse a ella y cerrar los ojos con fuerza, dejándose envolver por ese rayo de luz fugaz que lo golpeaba con poderío.
Paula escuchó el gruñido ronco que salió de los labios de él, para segundos después sentirlo temblar y pulsar con fuerza en su interior, eran claras señales que había tenido un orgasmo, uno muy bueno por la forma en cómo se apretaba contra ella y seguía gimiendo, eso la hizo sentir maravillosamente bien porque sabía que era la responsable, que ella había hecho que un hombre tan hermoso y sensual como él, se corriera con tanta fuerza y de paso lo hiciera sintiéndose satisfecho, esa certeza hizo que ella también apreciara su propio orgasmo bullir en su vientre, tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo besó con pasión mientras le imprimía mayor fuerza al ritmo de sus caderas, sintiendo que él aún seguía erecto a pesar de haber eyaculado ya, abandonó la boca de Pedro y le apoyó las manos en los hombros.
Él mantuvo sus brazos rodeándole la cintura mientras sentía los vestigios del orgasmo abandonarlo lentamente, su corazón latía desbocado y su respiración era agitada, no recordaba cuando fue la última vez que se sintió así o si alguna vez lo había hecho, lo único de lo que estaba seguro era que había sido maravilloso, que seguía siendo maravilloso, dejó que Paula jugara con su boca a su antojo, mientras intentaba seguirle la marcha, recuperándose de los estremecimientos que le recorrían el cuerpo y que ella seguía provocando con el extraordinario ritmo de sus caderas.
Una vez más le cedió todo el poder y con suavidad se dejó caer hacia atrás para darle a ella libertad de movimientos, acariciándole las piernas en casi toda su extensión, tanto como lo había deseado, se concentró en hacerlo desde sus tobillos hasta sus rodillas mientras Paula seguía subiendo y bajando sus caderas, metiéndolo y sacándolo de ella con rapidez, la vio deslizarse hacia atrás también y apoyar las manos sobre sus pantorrillas, eso la dejó sensualmente expuesta para él y no perdió la ocasión de deleitarse con la imagen de la unión de sus sexos y los senos de ella que se movían acompasados con sus caderas, dándole un cuadro sumamente erótico.
Tenía los ojos cerrados con fuerza, mientras le daba rienda suelta a sus caderas para que la ayudaran a alcanzar el maravilloso clímax que el cielo le prometía, sintiendo como su cuerpo dejaba todas sus fuerzas en este encuentro, no pudo más que seguir el ejemplo de Pedro y tratar de dejar ir un poco de su peso en una postura más relajada, las piernas de él eran perfectas para ello, podía sentirlas tan fuertes, como los pilares de un gran palacio, cubiertas de sudor y cálidas, liberó un jadeo y se mordió el labio inferior cuando él comenzó a acariciar las suyas, se contrajo alrededor de su pene y lo sintió palpitar de nuevo, eso la hizo feliz pues aún después de haber eyaculado, él le seguía perteneciendo por entero a ella, gimió y se concentró en contener unos segundos el orgasmo, fue en vano, este estalló con fuerza cuando lo sintió darle un beso en el tobillo, después acariciarlo con su lengua y succionarlo, el estremecimiento que eso le produjo subió por su pierna y golpeó con fuerza su centro, ella se liberó dejándose caer completamente hacia atrás, quedando en medio de las piernas de él, absolutamente perdida en ese mundo maravilloso que
había descubierto de la mano de este hombre y del cual no deseaba salir nunca más en lo que le quedaba de vida.
Pedro sintió como su pecho se llenaba de una extraordinaria
emoción al ver a Paula perdida por completo en el placer, ver como su cuerpo se contraía y sus labios se abrían ligeramente para permitir el paso del aire, como sus párpados cerrados temblaban y la piel de sus mejillas se pintaba de un rosado más intenso al habitual, el movimiento de su senos y el temblor que a momentos estremecía su vientre también era un verdadero espectáculo, uno que por primera vez se deleitaba en presenciar en todo su esplendor, pues, hasta ahora nunca se había dedicado a observar las reacciones que el orgasmo provocaba en una mujer, sólo disfrutaba de ellos por el instante que duraban y lo hacían sentir satisfecho con su desempeño, pero más allá de eso, no se fijaba en las reacciones que éste provocaba.
Ella seguía sumergida en su plácida y perfecta laguna de felicidad, sintiendo como el aire iba llenando sus pulmones lentamente y como su corazón volvía a retomar sus latidos normales, tenía los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción que no podía borrar de sus labios aunque lo deseara, su cuerpo estaba tan sensible que podía sentir como el aire que se colaba de algún modo en la habitación le refrescaban la piel, dejó libre un suspiro y abrió los ojos fijándose que el ventilador de techo estaba encendido, ni siquiera notó cuando Pedro hizo eso, era una pieza igual de hermosa a la que se encontraba en su habitación, un objeto más decorativo que útil pues sus aspas apenas si se movían para producir algo de viento.
Él siguió la mirada de Paula y también la posó en el aparato colgado del techo, dejó ver la sonrisa adivinando lo que seguramente pasaba por su mente: que ese ventilador cumplía cualquier otra función y no para la cual se supone fue diseñado, pues sentía el ambiente dentro de la habitación un poco sofocante, o quizás era su cuerpo que aún se encontraba liberando el calor que el deseo había provocado en él, suspiró y buscó en su cabeza algo para romper el silencio que se había apoderado de ambos.
—Estoy verdaderamente exhausto… me ha dejado fuera de combate señorita Chaves y lo más probable es que necesite de un par de horas y un buen descanso para reponer fuerzas, hasta entonces deberá prescindir de mis servicios. —señaló buscando sonar divertido, mientras le acariciaba una pierna.
La verdad era que estaba siendo sincero, ella lo había dejado sin fuerzas y no era de los hombres que se avergonzaban de admitir cuando una mujer lo dejaba fuera de juego, después de todo era igual a todos los demás, no tenía súper poderes y no le gustaba alardear de cosas que sabía eran imposibles para cualquier ser humano, sería mucho más vergonzoso intentar hacerla suya de nuevo cuando apenas podía levantar la cabeza.
Ella comenzó a reír ante sus palabras, su pecho se estremecía y sus ojos se llenaban de lágrimas, mientras negaba con la cabeza, disfrutando de esa felicidad que la recorría y burbujeaba en cada rincón de su ser, dejó libre un suspiro e intentó parar de reír pero no lo consiguió, sólo el cansancio fue menguando de a poco su risa, acarició la pierna derecha de Pedro y notó que estaba algo tensa.
Él había gozado en un principio de la risa de ella, sin embargo, al ver que no paraba pensó que se estaba burlando, eso lo quisiera o no había herido su orgullo masculino, lo había molestado y estuvo a punto de cuestionarle a Paula ¿qué era eso que la divertía tanto? Para ver si él también disfrutaba del chiste, pero antes de esbozar una palabra ella habló de nuevo.
—Yo necesitaré de lo que resta del día… —confesó y dejó libre un suspiro—. Necesito ponerme de pie e incluso pensar en ello me cansa, así que cuenta con toda la tarde libre Pedro… por hoy me doy por vencida. —agregó mientras sonreía.
Allí estaba una vez más Paula volteándole el ánimo en cuestión de segundos, haciéndolo ser ahora el hombre más orgulloso y capaz del planeta, sólo unas palabras y provocaba que la molestia se esfumara de su pecho como por arte de magia, ella tenía ese poder y quizás por ello era que le gustaba tanto, quiso disfrutar de su recién adquirida victoria, se levantó, quedó de rodillas sobre la cama y apoyó sus manos a ambos lados de los hombros de ella.
—Pensé que eras una mujer con mucha resistencia, no vas a desilusionarme ahora ¿dónde quedaron las energías que usas para correr varios kilómetros todas las mañanas? — preguntó provocador.
—Una cosa es correr varios kilómetros en dos horas, y otra muy distinta es tener cuatro orgasmos en el mismo lapso de tiempo… —decía en su defensa cuando él la detuvo.
—Bueno esta vez sólo fueron cuatro… la próxima te prometo que intentaré darte más. —mencionó con seguridad.
Paula se mordió el labio sintiendo como esa promesa le recorría el cuerpo y se concentraba en lugares que aún le palpitaban, sintió el deseo de besarlo, pero, sabía que de empezar de nuevo, nadie los pararía y juraba que si no se desmayó antes, esta vez sí lo haría, le dedicó una sonrisa, buscó una salida rápida y que la dejara bien parada, se movió haciéndole ver que necesitaba levantarse.
—Acepto tu promesa Pedro, pero para otro momento, ahora me urge ir al baño… ¿puedo? —preguntó mirándolo a los ojos.
—Por supuesto… —contestó dejándose caer de costado en la cama para darle libertad.
Ella se colocó de lado para abandonar la cama y él no pudo controlar el deseo de acariciarla, deslizó su mano por la curva de la cintura y el derrier perfecto de Paula, sintiéndola temblar bajo su toque. Una gran sonrisa afloró en sus labios cuando ella lo miró por encima del hombro y se sintió complacido al ver que en respuesta le sonrió tímidamente, antes de ponerse de pie, absorto en las hermosas y torneadas piernas femeninas que flaqueaban y estuvo a punto de caer a su lado una vez más.
—¿Necesita ayuda señora escritora? —inquirió divertido.
—No, estoy bien… —contestó ella irguiéndose orgullosa, dedicándole apenas una mirada y después se volvió para alejarse.
Pedro siempre había disfrutado de ese instante, tenía cierta
debilidad por ver el andar de una mujer desnuda y de espaldas después de haberla hecho suya, había cierto sentido de posesión en eso, algo que le asegura que esa mujer le había pertenecido, al menos, mientras estuvo en sus brazos, existía algo excitantemente erótico en esa imagen, y la silueta perfecta de Paula le estaba entregado uno de los mejores cuadros que hubiera visto, todo en ella parecía ser especial. Quizás porque había pasado casi dos meses tratando de tenerla, ahora se aplaudía por su valentía y paciencia, la verdad había valido la pena, ella era increíble, era sensual y hermosa, además que se movía como una diosa, nunca había estado tan cerca de desahogarse teniendo a una mujer encima como lo estuvo con ella.
Se dejó caer de espaldas trayendo a su mente el recuerdo de esa imagen y la sonrisa en su rostro se hizo mucho más amplia, así como la sensación de plenitud y goce que invadía su pecho, dejó libre un suspiro y cerró los ojos, extendiendo sus brazos a ambos lados y estirándose cuan largo era para relajarse, se giró una vez más y abrió los ojos, posando su mirada en la puerta cerrada del baño; pensó en ir a acompañarla, pero después fue consciente de su limitación cuando vio su miembro flácido y completamente derrotado.
—Bueno… no puedo culparte, hoy te portaste como un campeón, te felicito chico, mereces un descanso… igual no la dejaremos ir ¿verdad? — preguntó dirigiéndose a su entrepierna y con una sonrisa cargada de picardía asintió en un gesto firme.
Se puso de pie deshaciéndose del preservativo, lo amarró y lo lanzó en la papelera junto con el otro, después caminó para intentar organizar la habitación, su ropa y la de Paula habían quedado regadas por todo el lugar, y no es que eso le disgustara porque era la muestra de la pasión que los había invadido horas atrás, sin embargo, sabiendo que ella era una fanática del orden seguramente sí se sentirá alarmada. Recogió sus prendas, las dobló y las acomodó en un extremo del armario que no tenía ocupado, después de eso regresó hasta la cama, removió las sábanas cubiertas de sudor y las cambió por unas limpias, sólo le tomó de cinco minutos dejarla presentable de nuevo.
Paula cerró la puerta tras ella apenas entró al baño, necesitaba de unos minutos de privacidad, giró dentro observando que Pedro tenía todo perfectamente organizado, eso hablaba muy bien de él, una sonrisa se dibujó en sus labios cuando el espejo le entregó su reflejo, se notaba distinta, su mirada era brillante y sus mejillas rebosaban de color, parecía irradiar luz o algo por el estilo, no sabía cómo definirlo, pero nunca se había visto ni sentido de esa manera y debía admitir que le encantaba.
—¡Qué desastre! —exclamó de pronto cuando su mirada captó lo desordenado que estaba su cabello, podía jurar que tenía un enredo enorme, se sonrojó avergonzada—. Hermosa como te mostraste ante Pedro, como una completa loca… bueno sólo espero que su cabello también esté igual —esbozó con una sonrisa traviesa.
Pasó a la ducha para retirar el sudor de su piel y lavarse, aún sentía sus piernas temblar a momentos y recordar que había provocado todo eso la hacía sonrojarse, esa vez no huyó del primer chorro de agua que salía de la regadera, necesitaba que enfriara su piel, en realidad que apagara la hoguera que aún ardía tenuemente en su interior, que hacía que sus músculos se tensaran deliciosamente.
Tomó el gel de baño, colocó una cantidad generosa en su mano y lo deslizó por su cuerpo sintiendo cuan sensible se encontraba su piel, como vibraba al más simple roce, sabía que no debía tardar mucho, pues Pedro podía entrar en cualquier momento deseando bañarse él también, aún no se sentía lista para que compartieran un baño, necesitaba al menos de un poco de tiempo, ir ganando confianza, que eso fuera algo espontáneo y no forzado, no predispuesto, liberó un suspiro y cerró los ojos un instante imaginando lo maravilloso que sería tenerlo allí, sin poder evitarlo sus manos viajaron por su piel cubierta de espuma, pero un ruido
la sacó de sus cavilaciones de golpe, de inmediato dejó las caricias que se brindaba y se concentró en terminar pronto.
Salió y las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo para terminar perdiéndose en la alfombrilla bajo sus pies, tomó una toalla del armario disfrutando del olor a sándalo, la pasó con rapidez para retirar el exceso de agua y después se envolvió en ella, había recogido su cabello atándolo con algunos de sus propios mechones para evitar que se mojara de nuevo, lo soltó y dejó libre un suspiro cargado de frustración, sintió un par de toques suaves en la puerta y después la imagen de Pedro ante sus ojos, dejó ver una sonrisa sin poder evitarlo, al ver que ciertamente su cabello parecía un nido de pájaros.
—¿Puedo pasar? —preguntó Pedro, abriendo la puerta y asomando medio cuerpo.
—Claro, pasa… —contestó ella con una sonrisa mientras intentaba controlar su cabello.
La mirada de Pedro se ancló en la figura de Paula, que a pesar de estar cubierta por una toalla seguía luciendo provocativa, su piel blanca estaba salpicada por pequeñas gotas de agua, de repente se sintió sediento, queriendo beberlas, se acercó a ella y sin pesarlo mucho le dio un beso en el hombro secando con sus labios varias gotas a la vez, la sintió temblar y eso lo hizo sonreír, le dedicó una mirada intensa a través del espejo y ella sólo le dio una tímida, terminando lo que hacía, no supo cómo había logrado dominar su cabello, pero lucía bastante bien, al menos mucho mejor que el suyo, se pasó los dedos intentando acomodarlo también, se veía como si acabara de escapar del psiquiátrico.
Volvió sus ojos a la piel de Paula y lo sorprendió caer en cuenta que a pesar de tener muchas pecas en el rostro, apenas si tenía algunas en la espalda, generalmente las personas que tienen pecas en la cara, también tienen los hombros y la espalda cubiertas de éstas.
—Voy… a la cocina por un vaso de agua —esbozó Paula luchando porque su voz sonara normal para no demostrar lo que ese beso de Pedro había causado en ella.
—Bien… estaré contigo en unos minutos, puedes tomar lo que desees — mencionó con su mirada puesta fija en ella.
No había sido su intensión darle un doble sentido a sus palabras. Pero, de inmediato sintió como el aire se cargaba de electricidad y los ojos de Paula se oscurecían, quizás los suyos también lo habían hecho pues vio como ella abría la boca para hablar, pero no esbozó nada, sólo lo miró.
Paula asintió con un movimiento rápido y salió del lugar luchando por mostrarse casual, sin lograr creer en el poder que tenía Pedro para hacer que sus entrañas parecieran tener vida propia, y acatasen solamente la voz de él, miró a su alrededor fijándose que él había organizado todo, buscó con la mirada su ropa y no la encontró por ninguna parte, se acercó de nuevo al baño, dispuesta a preguntarle donde había colocado sus prendas, no pretendía andar en toalla por toda la casa y la necesitaba para regresar a la suya; él había dejado la puerta abierta y eso le permitió escuchar antes de asomarse para su fortuna, el sonido de agua cayendo constante y abundante, y que no sonaba para nada como la regadera, la hizo detenerse en seco sonrojándose hasta el cabello, al comprender lo que Pedro hacía, giró sobre sus talones y salió disparada de ese lugar.
Minutos después se encontraba observando como la lluvia bañaba los cristales, la tormenta seguía siendo fuerte, a momentos relámpagos surcaban el cielo y el estruendo del trueno se dejaba escuchar a los lejos, pero sus vibraciones se podían sentir en los cristales de la ventana y en las baldosas frías que pisaba, se encontraba descalza y acariciaba con la punta de sus dedos el piso, se había tomado ya un vaso de agua y había llenado otro para beberlo también pues en verdad estaba sedienta, pero después de beber medio lo dejó así.
—¿En qué piensas?
Escuchó la voz de Pedro en su oído, mientras sentía que sus brazos fuertes y cálidos le rodeaban la cintura, el gesto la sorprendió y se tensó unos segundos, pero después se relajó contra el cuerpo de él.
—En nada… sólo veía la lluvia, me gusta hacerlo. —confesó
acariciando los brazos de él, disfrutando de su calidez.
—Siempre me ha parecido un poco melancólica, no sé… como llena de nostalgia, gris. —mencionó dándole un beso en el hombro.
No sabía que le pasaba, sencillamente no lograba tener sus labios lejos de esta mujer, en realidad no conseguía estar cerca de ella sin tocarla, había algo que lo atraía con fuerza, como el canto de las sirenas a los pescadores.
—Sí… lo es, pero también es hermosa y para muchas personas representa todo lo contrario, el agua es vida… si le preguntas a las personas que viven en países desérticos es quizá el acontecimiento más feliz del año. —comentó con una sonrisa.
—Bueno, para mí ha sido el acontecimiento más feliz que he tenido en meses… fue mi cómplice para tenerte conmigo, justo como te tengo ahora. —expresó sin notar cuanto revelaban sus palabras.
No lo hizo hasta que un minuto de silencio lo hizo analizarlas, quiso aligerar el momento y optó por darle un beso en el cuello y hacerle cosquillas con su barba que ya empezaba a percibirse.
Paula había sentido de nuevo esa emoción que le colmaba el pecho, cada vez que él hablaba así, que le decía cosas que en otros hubiera considerado sólo adulaciones para llevársela a la cama, pero, en Pedro las sentía diferentes, especiales y tan hermosas que no pudo evitar suspirar cuando él le besó el cuello, para comenzar a reír al minuto siguiente víctima del roce de su barba.
—Pensé que habías terminado con la tortura… —esbozó volviéndose para mirarlo y se asombró al ver como se encontraba— ¡Pedro estás desnudo! —le reprochó sonrojándose.
—Sí… ¿Qué tiene de malo? —preguntó mostrándose inocente.
—¡Todo! No puedes pasearte por la casa sin ropa, las cortinas están abiertas y pueden verte… —decía, él no la dejó continuar.
—Aquí no hay nadie que me vea Paula, Cristina debe estar en su casa encerrada junto a su familia, y dudo mucho que la vista les alcance para ver hasta acá con la neblina y la fuerza de la tormenta, relájate… y por si no te has dado cuenta no es que tú vayas muy decente —dijo señalando con un gesto de sus labios la toalla que la cubría y que para su suerte era de talla mediana.
—Yo… estaba buscando mi ropa, pero no la vi… pensaba esperar a que salieras del baño para pedírtela. —alegó mirándolo.
—La acabó de colocar en la lavadora junto a la mía, ya debe estar lista para la secadora, pero con este clima dudo mucho que pueda secarse pronto. —indicó en tono casual.
—¿Y que se supone que voy hacer yo mientras tanto? —preguntó desconcertada, no esperaba una respuesta así.
—Dormir conmigo, igual está lloviendo mucho para que te vayas hasta tu casa, ya te mojaste lo suficiente hoy y puedes terminar resfriándote si no te cuidas, es más… prepararé un té para ambos, es la receta especial de mi madre, la aprendió de mi abuela. — dijo caminando por la cocina absolutamente cómodo con su desnudez.
—¿Podrías al menos cubrirte con algo? —inquirió ella nerviosa.
—¿Deseas que me coloque un delantal? —preguntó divertido y sumamente provocativo, disfrutando de ver como ella se mordía el labio y se mantenía en silencio—. O quizás desees prestarme la toalla que llevas puestas. —agregó caminando hacia ella.
—¡Alto ahí! —exclamó Paula corriendo para escudarse tras la mesa —. No te daré mi toalla, yo no soy una exhibicionista para andar por allí paseándome desnuda, mejor ve a buscar una. —le ordenó.
—¡Por favor Paula! Tampoco es para tanto, sólo tengo que poner a hervir un poco de canela, exprimir un par de limones… tú podrías ayudarme con los limones… —dijo en tono sugerente, esta vez con toda la intención de intimidarla.
—¡Pedro Alfonso ya deja de jugarte así! —esbozó sintiendo
como una mezcla de excitación y frustración luchaban en su interior, queriendo convertirla en una marioneta.
—¿Jugarme cómo? Estoy hablando en serio, los limones están en el refrigerador… ¿O acaso estabas pensando en algo más? —inquirió elevando una cena y mirándola fijamente.
—No te soporto —susurró Paula y se volvió dándole la espalda para abrir la nevera.
—Están en la última gaveta… y ten cuidado con la toalla cuando te dobles, no vaya a ser que peques de exhibicionista. —comentó casual, mostrando esa media sonrisa ladeada que era tan sensual.
Ella lo miró por encima del hombro furiosa, al menos eso quería demostrar, pero por una absurda cuestión que no podía entender, no lograba estarlo completamente, se ajustó la toalla y la bajó tapando un poco más de sus piernas, pero la condenada era muy corta para que lograra bajar sin dejar al descubierto su trasero, dejó libre un suspiro sintiendo sobre ella la mirada de Pedro, quizás era estúpido mostrarse así delante de él después de todo lo que habían vivido, igual no podía evitarlo, así que optó por bajar completamente hasta colocarse de cuclillas, con cuidado de mantener el equilibrio y sacó los benditos limones saliendo airosa de la tarea.
Cuando Paula se volvió a verlo con una gran sonrisa, él tenía puesta una cara de pesar, cual máscara de teatro griego, y la cabeza ladeada, donde se había quedado a la espera de vislumbrar algo más de la desnudez de Paula, ella pasó a su lado erguida y altanera; él no pudo evitar cobrarle la afrenta, le rodeó la cintura con el brazo pegándola a su cuerpo y le dio un beso intenso en el cuello.
El asalto la había tomado por sorpresa haciéndola jadear, al menos logró mantener los limones en sus manos y la cabeza en su lugar, el la soltó con suavidad dedicándole una sonrisa perversa y después se dedicó a su tarea, que no le llevó quince minutos.
Transcurridos éstos, se encontraba de nuevo en la habitación, recostada en la cama junto a Pedro, disfrutando del té más deliciosos que hubiera probado en su vida, así se lo hizo saber a él, quien sonrió complacido, agradeciéndole el halago a través de un beso, tibio y húmedo con notas a limón, canela y miel.
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