jueves, 23 de julio de 2015
CAPITULO 44
La explosión de sus cuerpos los había dejado apenas con fuerzas, ambos respiraban agitadamente, manteniendo sus ojos cerrados, abrazados y temblando, mientras sentían como la unión que hacía de sus cuerpos uno sólo, seguía provocando estremecimientos dentro de cada uno.
Paula soportaba todo el peso del cuerpo de Pedro que había caído desmadejado sobre ella, se sentía oprimida pero no incómoda, aunque apenas lograba conseguir aire para llenar sus pulmones, no quería que él se alejara de ella, quería estar así un poco más, sentir el calor y la humedad que cubrían su piel, sus manos se deslizaban por cada músculo de la espalda de él que ahora se sentían sumamente relajados, pero, aún le seguían pareciendo muy fuertes.
Él envolvía a Paula aún en sus brazos absorbiendo de ella toda la calidez que su piel le regalaba, había dejado caer todo el peso de su cuerpo sobre ella y era consciente que debía liberarla de éste, pero quería mantener su unión por más tiempo, había una gran necesidad dentro de él por continuar unido a ella, la caricia que le brindó lo hizo suspirar, él quiso darle lo mismo y movió una de sus manos para acariciar despacio su pierna derecha, ayudándola a relajarla pues la posición seguramente la había entumecido, la sintió estremecerse y se maravilló ante lo sensible que aún continuaba, eso lo hizo sonreír y desear comprobar si estaba en lo cierto, con lentitud abandonó el cuello de la chica y apoyó su rostro sobre los senos de ella.
—Déjame quedarme así… sólo un instante Paula —le pidió frotando su mejilla en la suavidad de sus pechos.
—Puedes quedarte todo lo que desees —contestó liberando un suspiro ante las caricias de él y después una sonrisa, mientras le acariciaba el cabello que tenía las raíces húmedas de sudor.
El movimiento que hizo Pedro al descender había separado sus sexos inevitablemente, pues él era mucho más alto que ella, sin embargo, la sensación de mantenerse unidos seguía gracias al estrecho abrazo. El lado derecho de su cadera ahora descansaba contra el pubis húmedo y cálido de Paula, mientras su falo que iba perdiendo la tensión que lo mantuvo erecto, rozaba la suave piel del interior del muslo de ella, dejó libre un suspiro frotando una vez más su mejilla en los voluptuosos senos, llevó una mano hasta su pene para retirar el preservativo con un movimiento ágil, apenas se irguió un poco para alcanzar a divisar la cesta de la basura y lanzarlo, metiéndolo en ésta con asombrosa puntería.
Paula que lo observaba entretenida celebró su acierto entregándole una hermosa sonrisa y dándole un suave beso en los labios, le acarició la espalda llevando su mano hasta la cabellera de Pedro y apoyándola en su nuca lo instó a que ocupara el mismo lugar de minutos atrás, sintiendo la exquisita sensación de la barba de dos días, rozando la delicada piel de sus pechos.
—Es muy generosa señorita Chaves—esbozó sonriendo contra su piel, llevó su mano hasta la otra pierna de ella para extenderla y masajearla, deseando relajarla al igual que la anterior.
—No tienes ni idea de cuán generosa puedo ser Pedro —esbozó en un tono sugerente y ronco por los orgasmos vividos.
—Me muero por descubrirlo… —susurró cerca del pezón de ella que estaba frente a sus labios y sin poder controlar su deseo extendió su lengua para rozarlo—. Me encanta tu piel… es tan suave, tu olor es exquisito Paula y tu sabor… te prometí que besaría cada rincón de tu cuerpo, ahora más que nunca puedes creer que lo cumpliré… te iré descubriendo despacio, degustándote como al mejor de los vinos… estoy seguro que terminaré embriagado de ti —expresó dejando libre ese lado seductor que en él era tan natural y esta vez no lo hacía sólo para deslumbrarla, cada palabra que le decía era verdad.
Paula no supo qué contestar a sus palabras, sentía que la emoción que la embargaba era tan poderosa que la estaba ahogando, esa presión dentro de su pecho apenas la dejaba respirar y sus ojos se humedecieron al tiempo que una mezcla de miedo y alegría libraba una batalla dentro de su corazón, tomó aire para intentar controlarse y ordenar sus ideas, debía responderle, decir algo casual, lo que fuera. El silencio era abrumador y sólo habían pasado unos segundos, pero para ella se habían convertido en horas, dejó de lado las palabras y prefirió demostrarle lo que había causado en ella lo que dijo con acciones, éstas siempre se le daban mejor.
Llevó su mano hasta la barba de Pedro y la acarició con suavidad para después elevarla un poco, pidiéndole con ese gesto que la mirara, él lo comprendió pues se dejó guiar por ella. Paula le dedicó la mejor de sus sonrisas y con la punta de sus dedos dibujó todo el lado derecho de su rostro, primero su poblada ceja, después siguió por el tabique perfectamente recto que culminaba en una peculiar y atractiva punta, ésta no era cuadrada como muchas otras, sino un poco redonda, un rasgo que sólo había apreciado en él y que hacía su nariz única.
Eso la hizo sonreír pues, por lo general, no considera a ningún hombre único, sin embargo, no podía decir que Pedro fuera alguien común, su belleza era casi perfecta, como las de las esculturas romanas que han sido desde siempre el patrón para designar lo que es hermoso, exquisito y sublime, él la observaba con intensidad y ella sentía su corazón latir con rapidez, sintiendo que su piel se calentaba de nuevo y sus pupilas se dilataban perdidas en su rostro, despacio continuó con su recorrido, esta vez le tocó el turno al surco entre su nariz y el labio superior, la sombra de la barba que cubría la mitad de su cara en este pequeño espacio era más fuerte, era tan masculino, tan elegante y suave al mismo tiempo, pudo sentir el soplo de su respiración y eso la hizo sonreír de nuevo.
Continuó deslizando su dedo índice por la curva de su labio superior, lo acarició un par de veces y después se deleitó delineando el inferior, siguiendo el suave contorno del mismo, pérdida en la suavidad de esa boca que era pequeña y al mismo tiempo tan masculina y poderosa, tembló recordando como la había enloquecido, como estaba derritiéndola de nuevo, él suspiró ante sus caricias y cerró los ojos, ella quedó prendada de su imagen, que aún, ocultando tras sus párpados las preciosas gemas que eran sus ojos, seguía conservando su atractivo.
Pedro estaba completamente hechizado por las caricias y la imagen de Paula, no podía controlar los leves estremecimientos que lo recorrían a cada toque de ella ¿desde cuándo había sido tan sensible? ¿Desde cuándo una simple caricia podía hacerlo temblar? Se cuestionaba cerrando los ojos despacio, suspirando y relajándose completamente gracias la magia que ella desbordaba, lo tenía completamente rendido, y por primera vez no le importó ceder todo el poder, sin siquiera notarlo subió su rostro pidiéndole un beso.
Paula no pudo resistirse ante esa petición, acercó sus labios para unirlos lentamente con los de él, al principio los roces eran suaves, superficiales, apenas toque de labios, pero ella sentía la necesidad en él por profundizarlo, así que abrió su boca para imitar con su lengua el recorrido que hicieran sus labios minutos atrás, la sensación era tan deliciosa que la hizo suspirar contra la boca de Pedro, ahogando en ella ese sonido y el pequeño soplo de aire que salían de lo más profundo de su pecho.
Él sentía los deseos renacer nuevamente dentro de su cuerpo, asombrándose ante las ansias que Paula provocaba en él, como un beso podía excitarlo de esta manera y querer estar dentro de ella una vez más, sabía que debía darle tiempo a su cuerpo, que no era un adolescente que pudiera tener una erección en cuestión de segundos, pero, su necesidad sobrepasaba cualquier pensamiento lógico.
Así que sólo se dejó llevar, atrapó la boca de ella en un beso profundo, absoluto, esos que apenas le permitían tomar el aire suficiente para no desmayarse, llevó una manos hasta la nuca de ella para acercarla más y despacio enredó sus dedos en el cabello castaño, bebiendo el gemido que le entregó y sintiéndose feliz al comprobar que ella también lo deseaba con la misma intensidad.
—Pedro…sigue besándome… no dejes de hacerlo, no lo hagas por favor —esbozó ella, seguido de un suspiro cuando sintió como él buscaba su cuello para besarlo.
Le brindó una caricia empezando en su espalda, subiendo a su hombro y deslizándose por su brazo, disfrutando de los músculos que se dibujaban perfectamente bajo su cálida piel, gimiendo ante los besos suaves y húmedos que él depositaba en su cuello, los mismos que bajaban hasta sus senos y la estaban llevando a la locura de nuevo, no había pasado una hora desde que el deseo hiciera estragos en ella y allí se encontraba de nuevo, calentándole la sangre, estremeciendo su cuerpo, rogando por tenerlo en su interior una vez más, por dejarse llevar por la corriente entre sus brazos.
—Paula… te deseo, ya, ahora —pronunció con voz grave, mucho más de lo habitual gracias a las emociones que lo recorrían.
Con suavidad se dejó caer de espaldas sobre la cama mientras movía a Paula para colocarla encima de su cuerpo, invirtiendo sus posiciones para que ella estuviera más cómoda, se estaba esmerando en complacerla con besos y caricias, mientras le daba tiempo a su cuerpo para que recobrara sus fuerzas, éste le dejaba saber que no tendría que esperar mucho, podía sentir que a cada minuto que pasaba ganaba mayor rigidez.
Sin embargo, no se limitó a solo esperar, le dio riendas sueltas a sus manos para que se encargaran de satisfacer muchos de los deseos que lo habían torturado durante días y noches. Deslizó sus dedos por la espalda de Paula, deleitándose en la suavidad que tenía, posándolos al final, justo en la curva de sus glúteos, la caricia era lenta y posesiva al mismo tiempo, evaluando la reacción de ella para decidir si continuar o quedarse allí.
—Quiero más de esto… quiero sentirte… me estás volviendo loca, me encanta Pedro, todo lo que haces me encanta. —expresó acariciándole el pecho y los hombros.
Llevada por el deseo entrelazo sus dedos en el cabello de él y se dispuso a beber de su boca, desesperada por sentirlo una vez más, su lengua ahora masajeaba la de él, sus labios presionaban y succionaban los de él, mientras movía sus caderas a un ritmo acompasado y sumamente excitante, rozando con su intimidad el miembro de Pedro que poco a poco se erguía llenándola de expectativas y deseos, de esa necesidad que no podía controlar, que crecía a cada instante y que clamaba por ser saciada.
Él sentía que no podía contener sus deseos, su cuerpo sólo acataba los mandatos de ella, sólo quería satisfacer a Paula, con todo, entregarle lo que llevaba dentro, sus fuerzas, sus ansias, su desesperación, esta vez todo era mucho más intenso, mucho más erótico y ambos sabían cómo complacer a sus cuerpos, o al menos qué camino seguir para alcanzar un orgasmo igual de intenso a ese que tuvieron casi al mismo tiempo minutos atrás.
—Paula… pásame un preservativo por favor —le pidió señalando con su mano la caja sobre la mesa de noche.
Ella no titubeó ante su solicitud, tomó lo que le pedía y sacó el paquete metálico que contenía el condón, dejó la caja donde estaba anteriormente y con cuidado abrió el empaque, extrajo la goma y se la extendió a él, ya listo para ser colocado.
—Hazlo tú… lo haces de maravilla —mencionó él sin recibirlo.
Ella le dedicó una sonrisa cómplice y se movió encima de él,
acomodándose para quedar sentada sobre sus muslos, llevó su mano hasta el pene de Pedro y antes de ponerle el preservativo se esmeró en acariciarlo, disfrutando de la sensación aterciopelada que percibía en sus dedos mientras se deslizaban con suavidad desde el glande hasta llegar a la base, podía sentir como el calor iba en aumento, así como la firmeza.
Nunca le había resultado tan placentero tocar a un hombre como con Pedro, había algo en él que la impulsaba a complacerlo, a dar lo mejor de sí en cada momento; siguió ayudándolo a que ganara un poco más de tensión, debía tenerla si deseaba que ella estuviera arriba esta vez.
Él se concentró en disfrutar de las caricias y la imagen de Paula tocándolo, viendo como el suave ritmo de sus manos a momentos provocaba que sus senos se movieran ligeramente, como se mordía el labio cada vez que su falo le entregaba pulsaciones que le hacían saber que estaba haciendo un excelente trabajo. No pudo evitar imaginarla acercando esa hermosa boca hasta él y tomándolo profundamente, envolviéndolo con su exquisita y tibia lengua, succionándolo con esos labios que lo volvían loco.
La imagen hizo que Pedro jadeara de placer, que su pecho se estremeciera con fuerza, deseaba eso, sí lo deseaba, pero no se lo pediría, dejaría que fuera Paula quien tomara la iniciativa y ya había notado que tenía una buena relación con su miembro, así que quizás eso no se llevara mucho tiempo, se estremeció de nuevo. Ella se detuvo y lo miró dudosa, quizás pensando que había hecho algo mal, pero él le demostró que había sido todo lo contrario, elevó un poco más su pelvis al tiempo que sonreía.
—Se suponía que no tenías mucha experiencia en este tipo… de prácticas. —comentó juguetón al recordar el episodio en su cocina.
Llevó sus manos a los muslos de ella para acariciarlos, empezando desde sus rodillas y ascendiendo, haciéndolo con la misma lentitud con la cual ella deslizaba el preservativo por su miembro, disfrutando de la exquisita sensación que le provocaban las manos de Paula, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro lento, cargado de satisfacción cuando se supo completamente cubierto por el látex.
—Digamos que tengo especial interés en hacer que… su mejor amigo se levante. —esbozo y de inmediato se sonrojó, sin poder creer que ella hubiera dicho algo como eso.
Se llenó de vergüenza y estuvo a punto de salir corriendo y esconderse en el baño, cerró los ojos reprochándose por mostrarse de esa manera, como si fuera una mujer con una amplia experiencia, tan desinhibida y descarada. Ella no era así, estaba de acuerdo en ofrecerle a él una imagen más desenvuelta, pero no a tal punto sólo para impresionarlo, nunca había necesitado de esto para captar la atención de un hombre, no quería que Pedro se formulara una idea errónea y terminara pensando que así como actuaba con él, lo hacía con los demás, porque eso no era cierto.
—Paula… deja de analizar todo lo que haces o dices, intenta actuar según lo que sientes y lo que deseas. —mencionó Pedro cerrando la delgada cintura de ella con sus manos.
Él fue consciente de la tensión que la embargó de un momento a otro, su cambio fue demasiado evidente y no porque hubiera detenido sus caricias, sino porque su semblante gritaba que se estaba reprochando internamente, quizás por pensar que se mostraba muy desinhibida, cosa completamente absurda pues él no pensaba así.
—Yo… no estoy analizando y por eso digo lo que digo… —contestó para defenderse y de nuevo se reprochó ser tan espontánea.
—Ven aquí… dame un beso —la instó a que descendiera mientras le sonreía y la ayudaba a bajar con sus manos.
Como esperaba Paula lo hizo con facilidad, ya le había demostrado cuán flexible era, mantuvo una mano en la cadera de la chica y con la otra recorrió su espalda hasta posarla en su nuca, entrelazando sus dedos en la sedosa cabellera y unió sus labios a los de ella con un toque sutil, lento.
—Me encanta que seas una mujer inteligente y que siempre pienses las cosas antes de decirlas, que cuentes con un criterio propio y muy bien formado… pero en ocasiones debemos dejarlos llevar Paula, ser menos dogmáticos, más naturales… decirle a nuestro lado racional que guarde silencio y le permita expresarse al otro… ése que me mostrarte hoy en la colina, te quiero así, libre y alegre, no te pido que no pienses, sólo que no lo hagas con tanto ahínco cuando estamos así, cuando te tenga en mis brazos desnuda y hermosa, te quiero sintiendo, no pensando —pronunció mirándola a los ojos, dejando que no sólo sus palabras expresaran sus deseos, sino que también lo hiciera su mirada.
Ella una vez más se quedaba sin saber qué responder ante lo dicho por Pedro, sólo podía sentir como su corazón latía emocionado y todo el cuerpo le vibraba, sintiendo además que algo en su interior florecía, despertaba haciéndola muy feliz, tanto que no disimuló su estado y en respuesta a las palabras de él, le entregó un beso, uno lento y hermoso, cargado de sentimiento, de ternura y que, poco a poco se fue convirtiendo en una descarga de pasión que le cubrió el cuerpo, se separó de Pedro con la respiración agitada, uniendo sus frentes como hiciera él minutos atrás, con los ojos cerrados, temblando y sintiéndose confundida por todo lo que estaba sintiendo.
—Me gustas… me gustas mucho Pedro —susurró contra sus labios, sin animarse a abrir los ojos, deslizó su rostro hasta el cuello de él intentando esconder su sonrojo.
—Nos gustamos Paula, tú también me gustas a mí… me gustas mucho y eso ya lo sabes… —esbozó él moviéndose para verle el rostro, ayudándose con la mano para volverla y hacer que lo mirara a los ojos, le dedicó una hermosa sonrisa cuando lo consiguió— ¿Lo sabes verdad? — preguntó sintiendo el golpeteo de su corazón que se había hecho pesado a la espera de su respuesta.
La vio quedarse en silencio una vez más y su ansiedad aumentó, quería darle tiempo pero la paciencia no era una de sus virtudes. Sin embargo, no la presionó con palabras, lo hizo con caricias, llevó su mano a la mejilla y el cuello, siguió con su mirada el recorrido que ésta hacía.
—Lo sé… —esbozó ella estremeciéndose ante el toque de Pedro sobre uno de sus senos.
—Sería el colmo que no lo hicieras Paula Chaves, he pasado los dos últimos meses insinuándotelo —mencionó divertido y aliviado, por alguna extraña razón deseaba que ella supiera cuanto le gustaba, mostró una hermosa sonrisa al ver la picardía en sus ojos.
Paula comenzó a reír contagiada por su buen humor, él también lo hizo pero después de un minuto se quedó mirándola y había tanta intensidad en sus ojos que Paula se sintió temblar, lo deseaba ardientemente, como no había deseado a otro hombre en su vida, hizo lo que él le pedía, dejo de pensar y lo besó de nuevo. Esa vez lo hizo con pasión, dejando que su lengua hiciera fiesta en su boca junto a la de Pedro.
En un movimiento espontáneo Pedro elevó su cadera para buscarla, deseando estar dentro de ella en ese preciso momento, sus manos se anclaron en la cadera de Paula y muy despacio la fue bajando, el roce de sus sexos fue el detonante para que ambos perdieran los estribos y se dejaran envolver por la pasión, gimieron en sus bocas al tiempo que se unían, una vez más Pedro llegó muy profundo dentro de ella, escuchándola jadear junto a su oído y sintiéndola estremecer entre sus brazos, expresando las mismas sensaciones que a él lo atravesaban con fuerza.
—Te entrego las riendas Paula… déjame verte, déjame sentirte… hazme lo que desees preciosa, desde ahora soy todo tuyo —esbozó acariciándole la espalda.
El placer hizo espirales dentro de su cuerpo cuando las palabras de Pedro se colocaron por sus oídos, esa había sido la manera más sensual que había escuchado en su vida, en la que un hombre le pedía que adoptara una posición sobre él, excitada como si fuera la primera vez que lo tenía en su interior, acercó su boca a la de él para darle un beso antes de erguirse, apenas un toque húmedo, con los labios abiertos y su lengua en medio, le mordió el labio inferior con suavidad pues no pudo evitar la tentación y después lo acarició con su lengua, rozando con la punta primero el que había sufrido la agresión y después el superior, él gimió y le apretó las nalgas con fuerza, ella también se quejó pero no de dolor sino de placer.
Con un movimiento diestro y sensual Paula se posó encima de Pedro, lentamente para mantener la unión de sus intimidades, dobló sus piernas a cada lado de las caderas de él, apoyó sus manos en el pecho que mostraba la respiración agitada, todo eso sin dejar de contemplar su rostro, sintiéndose orgullosa al ver como él paseaba la mirada por su cuerpo y su semblante mostraba que lo que observaba le gustaba mucho, movió sus caderas para anclarse en el pene erguido y perfecto de él, disfrutando de esa sensación de tenerlo por completo dentro de ella, pulsando a momentos, pero inmóvil a la espera que ella iniciara el ritmo que los llenaría de placer a ambos.
Pedro sentía que la espera lo torturaba, pero no apresuraría las cosas, deseaba que esta vez fuera ella quien llevara el ritmo, la deseaba completamente dedicada a darle placer, se movió bajo ella buscando comodidad y le acarició las caderas con lentitud, complacido ante la suavidad de su piel, sintiendo como su centro creaba una sensación maravillosa al tensarse y relajarse entorno a su miembro que respondía tensándose aún más, intentaba mantenerse inmóvil y acompasar su respiración a la de Paula, mientras el deseo se acumulaba en su interior.
Ella se había entretenido mirándolo, disfrutando de su imagen desde esta posición, recorriendo con su mirada el rostro de Pedro, todos aquellos espacios que sus manos habían tocado, sintiendo como él le calentaba la piel, como encajaban a la perfección, nunca se había sentido tan bien teniendo a un hombre dentro de ella, ya antes lo había disfrutado, pero con él las cosas sencillamente era extraordinarias y quería más, mucho más.
Con esa resolución en la mirada y dedicándose una sonrisa sensual, él pudo ver que ella se disponía a comenzar, sin embargo, nada lo preparó para lo que sintió cuando Paula elevó sus caderas con suavidad y después se movió hacia delante apretándolo con fuerza, para seguido de ella hacerse hacia atrás con un movimiento más ágil, él jadeó sin poder evitarlo, contuvo la respiración y sus ojos se clavaron en el rostro de ella.
Una vez más Paula marcaba el ritmo, esta vez con mayor rapidez metiéndolo dentro de ella con contundencia, clavándole las uñas en el pecho mientras él se clavaba en lo más profundo de sus entrañas, allí donde el placer hacía explosión y le recorría todo el cuerpo, lo sintió temblar a él también y eso le encantó, la hizo sentir dueña del momento, se irguió quedando sentada con la espalda recta y apoyando la punta de los dedos en el abdomen de Pedro, sintiendo como los músculos se tensaban cada vez que ella subía y bajaba con un movimiento acompasado, que a cada minuto ganaba más fuerza, pues la necesidad en ella crecía.
Los jadeos y los gemidos que ambos emitían se hicieron más constantes, los que liberaba Pedro eran música para sus oídos, no podía evitar sonreír feliz al ver como el placer se reflejaba en el rostro del hombre debajo de ella, como sus labios se encontraban ligeramente separados para tomar aire y su mirada azul oscura y brillante seguía el movimiento que hacían sus senos a consecuencia del que llevaban sus caderas, las mismas que ahora marcaban una danza mucho más enérgica y sensual, comenzó a rotarlas con suavidad, pero, cuando subía y bajaba lo hacía con premura sintiendo que se encontraba justo a las puertas de un orgasmo maravilloso, se dobló de nuevo apoyando sus manos en los hombros de Pedro y se concentró en empujar sus caderas contra las de él buscando su liberación, sintiendo como sus senos brincaban con la misma energía que impulsaba sus caderas y la punta de sus pezones rozaban en el vaivén el pecho de Pedro.
Él llevó sus manos a la cintura de Paula, sólo apoyándolas allí, no para indicarle un ritmo, no era necesario pues ese que ella llevaba era absolutamente extraordinario y lo estaba enloqueciendo, por lo general se sentía más cómodo siendo quien tenía el mando, quien llevaba las riendas aun cuándo ellas se encontraban arriba, desde abajo marca su propio ritmo y nunca antes había logrado tener un orgasmo estando en esta posición, pero algo le decía que esta mujer podía cambiar eso en cuestión de segundos, le llevó la mano al cuello y la atrajo hacia él, quería beberse el grito que ella liberara cuando llegara a la cúspide del placer.
—¡Paula! —exclamó cuando ella cambió el ritmo, gracias a la posición que había adoptado para besarlo—. Por todos los cielos… mujer me vas a matar… justo así preciosa, hazlo justo así —le pidió acariciando su nariz con la de ella, mientras su mano la mantenía con la frente pegada a la suya.
—Pedro… me voy a ir… puedo más… no puedo contenerlo… ¡Oh, Dios mío! —le hizo saber de manera entre cortada mientras temblaba y apuraba sus movimientos.
—Hazlo Paula… déjate ir, yo te recibo, yo estoy aquí. —expresó dándole suaves toques de labio.
El orgasmo la hizo tensarse hasta el punto que creyó que se quebraría en pedazos, liberó un jadeo ronco y entre cortado, para después ser víctima de una serie de espasmos que la recorrieron completa, no supo de ella por varios segundos, sintió como si todo a su alrededor hubiera desaparecido y su cuerpo quedara suspendido en el aire, cayendo completamente exhausta sobre el pecho de Pedro, siendo apenas consciente del sudor que lo cubría y escuchando el eco de su corazón a lo lejos, como si estuviera dentro de una burbuja que la alejaba de la realidad.
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