viernes, 10 de julio de 2015

CAPITULO 3





Chicago, USA. Julio 2012


Los altos rascacielos se erguían como majestuosos pilares a lo largo y ancho del centro de la ciudad, una hermosa galería de edificaciones, unas más fastuosas que otras, más modernas y todas poseedoras de tal grandeza que apenas si lograba divisar las avenidas y calles que se encontraban a cientos de metros bajos sus pies. Sólo el grueso cristal que cubría toda una pared de su departamento servía como barrera entre ella y el abismo.


Siempre le había gustado la altura, le hacía sentirse libre, única, valiente. Pararse sobre una gran cima y mirar hacia abajo consciente que un paso en falso podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte, que solo bastaba un mínimo descuido para terminar allá bajo, destrozada.


Quizás no sintiera nada, no tendría conciencia cuando su cuerpo se estrellara contra el pavimento, lo más probable es que muriera antes de tocar suelo.


Jamás había tenido pensamientos suicidas, este no era uno de ellos, simplemente se sentía atraída por la idea, quizás era esa quimera que tenían todas las personas de querer volar. Sí, debía ser eso, lanzarse al vacío y descubrir que podía hacerlo, volverse una poderosa águila y surcar los cielos, aunque le gustaría más ser un colibrí, pequeño, ágil y hermoso.


A lo lejos el imponente lago Michigan se mostraba tan calmado que bien podía ser comparado con una llanura, había estado lloviendo y se mostraba gris, pero, seguía poseyendo una belleza sin igual, así como la cadena de montañas un poco más allá, Chicago era preciosa, a otros les gustaba más Nueva York o San Francisco, pero no a ella.


Las alturas, sí, esto le gustaba, poder observarlo todo, imaginar que podía alcanzarlo y acariciarlo sólo con su mirada. Sin embargo, había cosas y personas a quienes no podía tener entre sus manos, sin importar la altura en la cual se encontrase, debía admitir que aun siendo quien era, para ella, también había imposibles.


Él era uno de ellos, debía dejar de añorar y admitirlo de una vez por todas, tenía que seguir adelante, entender que hay amores que no son para toda la vida, que simplemente no ocurren, la realidad, era la realidad y ella siempre había sido una mujer muy práctica.


— ¡Paula! ¡Por Dios, te he llamado cientos de veces! ¿Dónde has estado? —inquirió su hermana entrando al salón, viéndola a ella absorta una vez más junto al ventanal.


La chica fue sacada de golpe de sus pensamientos sobresaltándose ante la intrusión de su pequeña hermana, bueno, pequeña porque era la menor, pero no porque lo fuese, Diana era toda una mujer, una de veintitrés años, pero seguía teniendo esa imagen de niña.


Los sedosos cabellos castaños, la piel blanca y suave como la porcelana y los hermosos ojos azules, creaban un hechizo en los hombres, era cierto que no poseía unas curvas sensuales como las que caracterizaba el cuerpo de Paula. 


Pero eso no resultaba un impedimento para ella, su actitud desenfadada y segura había acaparado la atención de muchos caballeros, así que no necesitaba de andar de punta en blanco o ser una belleza consumada para conseguir que un hombre se fijara en ella.


Para Paula seguía siendo una niña, siendo la menor no podía verla de otra manera, sin importar el extenso historial de amantes que hubiera tenido o que ya fuera una mujer independiente. Lo mismo le sucedía a ella con sus hermanos, siempre la considerarían una chiquilla, a la cual debían proteger y cuidar, incluso para Nicolas, aunque este último fuese dos años menor.


Debía ser la altura, su hermano menor casi alcanzaba los dos metros, así que comparado con el metro setenta de ella, era prácticamente una enana para él y habiendo seguido los pasos de su padre, su grado de teniente le daba cierto sentido de estar por encima de ella, no solo en altitud sino también en edad, pero se lo perdonaba porque Nicolas era su consentido, era divertido y tan cariñoso, aún no sabe cómo había logrado sobrevivir en el mundo militar, ser marine no era una tarea fácil, pero lo había hecho y además había logrado que todos se sintieran orgullosos de él, incluso su padre, el exigente coronel Jose Chaves.


—¡Pau, te estoy hablando! —le reprochó la chica furiosa, mientras lanzaba su bolso en uno de los impecables sofás blancos que adornaban el salón y acortó la distancia entre ellas.


—Sí, sí te escuché, perdona… estaba un poco ida, me preguntabas en donde había estado, es que salí a correr, sabes que siempre lo hago — mencionó aproximándose para darle un fuerte abrazo, mientras le sonreía con ternura.


—¿Saliste a correr con este tiempo? Pau, definitivamente estás loca — señaló estremeciéndose al recordar el diluvio que había estado cayendo, pero pasó del tema porque lo que tenía que decirle era más importante, sólo que antes notó algo—. Espera un momento ¿hace cuánto saliste a correr? No llevas puesta tu ropa de deporte y te he estado llamando durante casi una hora, por eso me he decidido a venir y claro, también quería ver tu cara… —hablaba cuando su hermana la interrumpió, indicándole con una mano el sillón cercano.


—Salí temprano, no pude dormir muy bien anoche y necesitaba relajarme —explicó mientras tomaban asiento.


—Yo más bien diría que deseaba ganar una pulmonía, seguramente eres la única persona en Chicago que sale a correr con este clima, ésta es la única ciudad donde aún en verano tenemos lluvias torrenciales, igual sigo pensando que deberías comprar una caminadora y quedarte en casa o ir a
un gimnasio como hace la gente normal, un día de estos vas a terminar cayéndote o teniendo cualquier accidente —le reclamó, con el ceño fruncido.


—No me sucederá nada y no es lo mismo en una caminadora te lo he dicho cientos de veces, además en climas como éstos, es una genial forma de entrar en calor, sabes que me encanta la lluvia —argumentó con media sonrisa ante la mala cara de Diana.


—Te equivocas hermanita, existes mejores formas de entrar en calor, justamente anoche estuve a punto de prenderme en llamas —esbozo con picardía.


—¡Oh, por favor! Diana si has venido aquí a contarme sobre una de tus nuevas conquistas, no es necesario gracias, ya tengo suficiente material para escribir sobre escenas eróticas —indicó exasperada.


—No creo que tengas mucha diversidad si tomas como referente solamente a Ignacio —lanzó con la intención de molestarla, mientras ponía los ojos en blanco.


— ¡Oye! Deja a mi novio en paz —le advirtió.


—Sí, ya sé, tu novio… tu novio eterno, la verdad no entiendo qué es lo que esperan para formalizar lo suyo de una vez por todas —cuestionó mirándola.


—Solo llevamos dos años juntos, no ha sido una eternidad como planteas Di, el matrimonio es un paso muy importante en la vida de las personas y se necesita de tiempo para analizar las cosas, conocernos mejor… —respondió colocándose de pie, la incomodaba que la presionaran y más con temas como estos, su madre siempre lo hacía y con ella bastaba y sobraba.


—Paula lo que dices es absurdo, si en dos años no has logrado conocer a un hombre, no lo harás nunca, créeme, la verdad es que con lo básico que puede resultar el género masculino la mayoría de las veces, yo fácilmente podría decir que conozco a un hombre con sólo tratarlo durante dos meses —afirmó relajándose en el sillón.


—¡Eso es imposible! —exclamó con total seguridad. Su hermana la observó algo extrañada y se apresuró a explicar su punto—. Es decir, uno jamás termina de conocer a una persona, hombre o mujer, no importa, nunca lo consigues y yo al menos espero estar segura, saber que estoy haciendo la elección correcta —agregó mirándola a los ojos para hacerla comprender.


—Bueno, dos años son suficientes para ello, al menos en lo que a mí respecta, veamos, has conocido a la familia de Ignacio, la cual cabe acotar que te adora, sus compañeros de trabajo, incluso los de su escuela en esas aburridas reuniones que hacen las fraternidades, sabes que no es un tipo que se mezcle con las personas equivocadas. Por el contrario es muy honesto, es inteligente, agradable, has viajado con él durante fines de semana y eso es de cierto modo convivir, aún siguen juntos así que han pasado una de las prueba más difíciles a las cuales se enfrentan las parejas, resumiendo todo esto: Es el hombre indicado para ti —aseguró Diana dejando libre un suspiro que mostraba su satisfacción por su análisis.


Paula, por el contrario, sentía que un nudo se iba formando en su garganta y aunque tragaba para pasarlo, no conseguía hacerlo, porque cada una de las palabras de su hermana eran ciertas, Ignacio era un hombre maravilloso, le había brindado seguridad, era tan atento con ella y lo más importante la amaba. Sin embargo, no lograba decidirse, no podía cerrar los ojos y dejarse caer confiando en que él la recibiría, no podía y no porque no confiase en él, lo hacía, pero…


“Es el hombre indicado para ti”


Las palabras de Diana resonaron en su cabeza y junto a estas llegó la imagen de otro hombre, uno al cual se había propuesto olvidar hacía tres años, pero que no había logrado sacar de su cabeza… ni de su corazón. Se estremeció y dejó libre un suspiro, cerrando los ojos con fuerzas para no llorar, agradeciendo que le estuviera dando la espalda a su hermana.


—¿Por qué lo analizas tanto? ¿Qué es eso que te impide aceptar ser la esposa de Ignacio? —preguntó la chica sacándola de sus pensamientos.


—Nada… no existe nada que me lo impida Di, es sólo que necesito un poco de tiempo, eso es todo, además ¿desde cuándo has dejado de lado la fotografía para dedicarte a ser terapeuta? —inquirió volviéndose a mirarla y elevando una ceja, una vez más se había puesto la máscara de apatía que siempre usaba para ocultar sus emociones.


—Digamos que lo soy mitad de una y mitad de otra, no tienes idea de cuántos conflictos pueden tener los modelos, tanto hombres como mujeres, me hablan de cada cosa, de verdad están jodidos, bueno no todos, hay algunos que son bastante normales, casi siempre son los novatos y los veteranos pero los que se encuentran en el medio, son un verdadero desastre —explicó como si fuera una verdadera profesional, incluso su rostro se tornó serio.


Paula la observaba y no podía evitar sonreír ante los gestos y la seguridad que mostraba su hermana, Diana era todo un personaje, era una chica astuta y maravillosa, a veces sentía envidia hacia ella, pero no una mala que pudiera dañarla, sino de deseos de ser como ella, de lanzarse a la aventura sin pensar mucho las cosas. Una vez lo fue, aunque de eso ya hacía mucho tiempo y pertenecía al pasado.


—Pero, no estamos hablando de ellos sino de ti y de Ignacio, la semana pasada cuando cenamos en casa de nuestros padres vi cómo te incomodaba que mamá hablase del tema y también que él se defendiese alegando que tú tenías la última palabra, te dejó toda la responsabilidad… ya sé que es así, pero al menos debió, no sé… decir que estaban hablando sobre ello, que ambos habían decidido esperar o inventar cualquier excusa, no prácticamente decir “Yo se lo propuse y ella me rechazó” —se mofó de su cuñado, se colocó de pie acercándose a su hermana.


Paula bajó la mirada un tanto avergonzada, ciertamente había sido muy evidente la mirada de reproche que le había lanzado a su novio en ese momento, pero se sintió como si él la estuviera acusando de algún delito y lo peor, delante de su familia. No había notado cuándo Di se había colocado de pie y le tomó la mano para reconfortarla, después habló de nuevo.


—En eso mi espléndido caballero de armadura dorada se equivocó garrafalmente, no te sientas mal, pero comprendo que también se sintiera presionado, teniendo las miradas de una gran abogada y profesora de derecho, y dos militares sobre él, pues cualquiera se intimidaría —alegó a favor del hombre.


—Sí, el único amable fue Walter, gracias a Dios que sacó a relucir las excelentes calificaciones de Emilia y pudimos cambiar de tema —esbozó mostrando media sonrisa y apretó la mano de su hermana dándole las gracias—. Aún no logro entender cómo llegamos hasta aquí, se supone que habías venido para hablarme de algo ¿o era sobre mi falta de valentía para dar el paso definitivo? —preguntó mirándola con desconfianza.


—¿El paso definitivo? Que forma de hablar tienes hermanita, nada en esta vida es cien por ciento definitivo, mucho menos el matrimonio, recuerda que si las cosas no llegan a ser como esperabas, siempre existe el divorcio. —acotó con aire de superioridad.


—Sí, sí claro, nuestros padres estarían felices si dentro de un par de años de estar casada les anuncio que me voy a divorciar o peor aún lo hago cuando ya tengamos niños —mencionó la castaña sonriendo, pero, se notaba tensa.


—¿Y acaso piensas durar tan poco? Es decir, ¿dos años de noviazgo y dos años de matrimonio? ¡Por Dios, Paula! Eres peor que yo —indicó riendo y mirándola con asombro.


—Ya deja el tema de lado y dime ¿qué era eso tan importante que te ha traído hasta aquí? —le preguntó con impaciencia.


—¡Ah, sí claro! Es que cuándo me meto en mi papel de consejera sentimental olvido todo lo demás, pero es imperdonable con algo como esto, lo que he venido a decirte es maravilloso… estoy tan feliz que apenas puedo concentrarme, déjame buscar el diario —dijo mientras corría al sillón donde lo había dejado.


En ese momento se escucharon unos tacones que se desplazaban apresurados y esto hacía que resonaran con fuerza en el piso de porcelanato negro y brillante como el ónix, ambas enfocaron sus ojos en dirección al vestíbulo y vieron a Jaqueline Hudson que venía casi corriendo a su encuentro.


La hermosa rubia de figura esbelta y vivaces ojos verdes, luchaba contra la apretada falda estilo tubo, que no la dejaba caminar tan rápido como deseaba, sus estilizadas piernas se marcaban contra la tela blanca y su pecho bajaba y subía producto del esfuerzo empleado.


—¡Paula! ¿Por qué diablos no contestas el teléfono? —inquirió colocándose una mano en el estómago para recuperar el aire que había perdido por correr con los tacones de veinte centímetros que llevaba, mientras la miraba con reproche.


—Si has venido a lo que creo, olvídalo, esa noticia se la daré yo — mencionó Diana levantándose como un resorte.


—¿Alguien puede decirme lo que está sucediendo? —las interrogó al ver que no terminaban de hablar de una vez por todas.


—Lo haré yo —indicó la rubia que acababa de llegar.


—¡No! Lo haré yo, he venido hasta aquí en medio de este clima espantoso, dejando a un espectacular modelo de la última campaña de Hugo Boss, tendido en mi cama para darle esta noticia a mi hermana y no vendrás tú a robarme este momento —pronunció señalándola con el dedo de forma amenazadora.


—Es mi deber como su editora y representante darle la noticia Diana, no te comportes como una niña —acotó Jaqueline mirándola con superioridad.


—Las dos se comportan como niñas, a ver, Di dame ese periódico —le exigió a su hermana cansada de esto.


La chica se negó a hacerlo, miraba de reojo a la rubia platinada esperando el menor descuido de esta para anunciar la noticia. Por su parte la representante de Paula estaba igual, se debatía entre hablar o no, temía que si abría la boca la escandalosa de Diana fuera a gritar más alto que ella y se robase la atención, al fin se decidió y en ese mismo instante también lo hizo la pelinegra.


—¡Eres Best-seller! —exclamaron al unísono.


Paula sintió una corriente recorrer su cuerpo, abrió los ojos
desorbitadamente y después los cerró, sus párpados temblaron. O no había escuchado bien o las dos se habían puesto de acuerdo para hacerle una broma.


—Pau, eres una genio, la gente de la editorial no cabe en sí de la felicidad, no pueden creerlo en realidad… es decir, confiaban en tu talento, siempre lo han hecho, pero… no esperaban algo como esto y menos tan pronto —informó Jaqueline mientras se acercaba a ella para sostenerla, pues parecía que se fuera a desmayar.


—Tu libro es un éxito Paula, aunque eso no debería sorprendernos, yo lo sabía, en cuánto lo terminé supe que lo sería, lo tenía todo para ser el mejor vendido de esta temporada, es fresco, hermoso, interesante, adictivo… la literatura no es mi fuerte, pero tratándose de ti es distinto y no porque seas mi hermana, soy completamente sincera, me encantó, como siempre, lo que escribes es maravilloso hermana y vale la pena invertir tiempo en leerlo —mencionó Diana mientras la conducía al sillón en compañía de la rubia, su hermana había palidecido e incluso temblaba.


Paula seguía en silencio, tratando de asimilar la noticia, le habían llegado reportes y el libro había recibido buenas críticas, pero jamás pensó que llegara a Best-seller, y menos en tan poco tiempo, sus libros anteriores habían tardado al menos tres meses en conseguirlo, ése no era su género, ella escribía sobre misterio, con romance es verdad, pero siempre dándole mayor peso al tema investigativo, ese era su fuerte, lo había aprendido de sus padres.


El amor, bueno el amor era otra cosa, sólo se había arriesgado porque quería cerrar un círculo y sabía que si no publicaba ese libro jamás lo conseguiría, verlo en papel era su liberación, solo eso, no planeaba que fuera un éxito, incluso estaba preparada para que la crítica lo destrozara y los ejemplares se quedasen en los anaqueles de las librerías llenándose de polvo. Escuchaba las voces de su amiga y su hermana como si estuviesen muy lejos de allí, eran solo murmullos.


—No entiendo… ¿Cómo puede ser? —esbozó cuándo encontró su voz, mirándolas a ambas.


—Las ventas se dispararon esta última semana, después que la mayoría de los blogs de literatura hicieran reseñas sobre el mismo y lo recomendaran ampliamente, además la editorial se ha encargado de publicitarlo muy bien, aunque tú no has colaborado mucho con lo de las entrevistas. —indicó Jaqueline con un poco de molestia por la negativa de Paula de asistir a programas de televisión.


—Pero ¿doscientas cincuenta mil? Jaqueline estamos hablando de ¡Doscientas cincuenta mil! En veintiocho días, eso es imposible… debe haber un error ¿quién lo ha anunciado? —inquirió colocándose de pie, había retomado su postura y ahora necesitaba caminar, hacer algo para liberar eso que corría por su cuerpo.


—¿Cómo que quién lo ha anunciado? ¡New York Times , por supuesto! Estás en su lista amiga, una vez más estás entre los más vendidos de los Estados Unidos de América y déjame informarte que no son doscientas cincuenta mil, en realidad me acaba de llegar el último informe esta mañana, con el corte de ventas que se hizo a última hora de ayer… dame un segundo, aquí lo traigo, hasta lo imprimí para ti —respondió caminando hasta su bolso y sacó un papel de éste, para después alzarlo con una sonrisa


—¿Son más? —preguntó, Di asombrada.


La rubia asintió y le entregó la hoja doblada a su amiga mientras dejaba ver una sonrisa que casi dividía su rostro a la mitad. Paula tomó la hoja con manos temblorosas y respiró profundamente mientras se preparaba para ver lo que en ésta se encontraba reflejado, su estómago se había encogido a causa de la ansiedad que la embargaba, las letras se confundían ante sus ojos, pero logró enfocarlas y encontrar la cifra.


—¡¿Doscientas setenta y tres mil, setecientas veintiocho copias?! — exclamó abriendo mucho los ojos y una sonrisa se adueñó de sus labios— ¡No puedo creerlo! Sólo llevamos veintiocho días en el mercado, esto no puede ser verdad… yo… no sé qué decir —agregó con la voz ronca por las lágrimas que se habían alojado en su garganta, su temblor se había intensificado.


—No tienes que decir nada princesa, entendemos tu emoción —señaló la rubia abrazándola.


—Pau estoy tan orgullosa de ti, esto es maravilloso, las personas adoran tu trabajo, puede que este sea distinto, pero tiene tu sello y eso lo hace genial… ¡ay, hermanita! Yo tampoco sé que decir, sólo que estoy muy feliz por ti —expresó la pelinegra casi con lágrimas en los ojos, mientras se acercaba para abrazarla.


—Ustedes también son parte de esto, sin la ayuda y los consejos de ambas seguramente no hubiera logrado ni la mitad de estas ventas —señaló sonriendo, abrazando a las dos a la vez y besándolas en las mejillas, ya las lágrimas bajaban por las de ella.


Ambas sonrieron llenas de felicidad y la abrazaron formando de esta manera uno de tres, después de eso corrieron a sentarse para leer el artículo que habían dedicado al logro alcanzado por el libro, como era de esperarse todos eran elogios, alabando sobre todo el riesgo que Paula había tomado al incursionar en el género de romance – erótico, que había evitado durante toda su carrera, pero que ahora le había asegurado un éxito rotundo, entrando a formar parte de uno de los más importantes listados del país, al alcanzar el Best-seller antes del mes en el mercado.


Ciertamente entrar en este implicaba algunos riesgos, como que la crítica más severa viera su libro como una obra sobrevalorada desde el punto de vista comercial, pero carente de calidad y contenido intelectual y la tachasen de “más de lo mismo” sin embargo, ella no le temía a eso, contaba con otros éxitos dentro de su haber, como para preocuparse por lo que opinaran una cuerda de viejos anticuados y estirados que no lograban escapar de los clásicos o los años post guerras, esos que jamás valoraban a los nuevos escritores, ella era consciente del gran peso que tenían los clásicos, pero también estaba abierta a nuevos talentos, a darles la mano y ayudarlos a pulirse.









CAPITULO 2




Esa noche cuándo el actor se encontraba solo en su departamento, los recuerdos le llegaron en una avalancha que terminó revolcándolo, hacía mucho no dedicaba tanto tiempo a pensar en ella, siempre buscaba evitarlo.


Pero esa noche no había nada que pudiese hacer para impedir que algo así sucediese y mientras, su mirada se perdía en la hermosa ciudad de Roma.


A lo lejos podía ver las luces de casas y edificios que lucían minúsculas y destellaban como un cielo estrellado, el tráfico en las calles que rodeaban su casa se encontraba bastante congestionado, era viernes, y todo el mundo parecía estar dispuesto a disfrutar de la noche que apenas iniciaba, amantes y amigos se desplazaban, sonrientes, tomados de las manos o abrazados por las calles de adoquines, bañadas por las tenues luces que pintaba todode un resplandeciente tono naranja, envolviéndolos en una aparente calidez que justo ahora él no tenía, pero que deseaba con todas sus fuerzas, desde lo más profundo de su alma.


Añoraba el cielo bajo el cual tantas noches durmió, el pleno y bellísimo firmamento de la Toscana o tal vez el de Varese que también los vio juntos, que los acobijó un par de noches, mientras ellos se deleitaban entregándose sin cohibiciones, olvidándose del mundo exterior, creando uno propio, fueron días tan felices y más que todo eso, ansiaba tener entre sus brazos a ese cuerpo hermoso y cálido que había llenado su corazón y su alma de un sentimiento que comenzaba a sospechar no tendría nunca más.


Repentinamente fue sacado de sus recuerdos por el estruendo que hizo la puerta cuando se estrelló con fuerza al cerrarse, se volvió con el ceño fruncido, furioso por la intrusión tan abrupta y sus ojos de inmediato captaron la imagen de Romina que entraba al lugar luciendo salvaje como una fiera, ella lanzó su bolso sobre la enorme cama en el centro de la habitación y acortó la distancia entre ambos con rapidez.


—¿Cómo has podido hacerme algo así? ¿Con qué derecho me humillas de esta manera? —preguntó temblando de ira y con lágrimas.


Sus hermosos ojos de un azul impresionante, se habían oscurecido debido a la furia que dilataba sus pupilas, su cabello rubio siempre ordenado y dócil ahora lucía ligeramente alborotado, mientras su respiración agitada provocaba que sus firmes y turgentes pechos, gracias a la silicona, se moviesen de arriba abajo intentando contenerse, dentro del brasier de encaje que se podía apreciar bajo la delicada blusa rosa de seda que llevaba puesta. Era evidente que la rabia la tenía completamente descontrolada. Sin embargo, inhaló profundamente para intentar calmarse y no lanzarse sobre él y golpearlo hasta descargar toda la ira que sentía.


Romina era la novia actual de Pedro, una que había logrado superar la barrera de los siete meses que ninguna otra mujer había traspasado con el actor y eso la hacía pavonearse por toda Roma como la futura señora Alfonso, estaba segura que había alcanzado su corazón. Al menos hasta hace unas horas.


—¿De qué demonios hablas? ¿Quién te ha dado derecho de entrar así en mi casa? —respondió con preguntas, entre molesto y desconcertado, dio un par de pasos para hacerle frente mientras su mirada fría y oscura le advertía que se había extralimitado.


—¿Quieres saber quién me dio el derecho? ¡Me lo has dado tú! ¿Y quieres saber de qué demonios hablo Pedro? ¿Acaso no lo sabes? —le preguntó nuevamente y al ver que él se mostraba completamente inocente, ella se llenó más de resentimiento —. ¡Me has humillado delante del país entero! ¡Le has confesado a toda Italia en televisión abierta, en vivo y directo que amas a otra mujer! —le gritó al tiempo que le propinaba un empujón que apenas logró moverlo —. “¡Un gran amor, la mujer que me salvó!” —se mofó, pero estaba a punto de llorar por la rabia que la embargaba.


—Yo no dije que la amara en este instante… Que lo había hecho hace tres años… Que ella forma parte de mi pasado… Uno que ni siquiera menciono, ya no tiene importancia ¿fue obvio o no? —contestó a los reproches arrastrando las palabras, en un tono frío, y mientras miraba a la mujer.


Por fuera se mostraba impasible, pero por dentro una tempestad comenzaba a tomar fuerza llenándolo de temor, miedo a haber mostrado eso que tanto se había empeñado en ocultarle a todos, en negarse a sí mismo.


—¡Oh, por favor! ¿Acaso crees que soy estúpida? ¿Crees que no dejaste claro que la sigues amando? Pues déjame decirte Pedro Alfonso que lo que fue obvio es que aún esa mujer, sea quien sea, te tiene atrapado, que yo sólo soy una especie de consuelo a tu despecho, me siento tan humillada…—al tiempo que confesaba esto la rabia había sido desplazada un poco por la vergüenza y el dolor, se llevó las manos a la cintura mientras negaba con la cabeza y luchaba por no dejar correr las lágrimas que la ahogaban, tomó aire y continuó—. No hubo esta noche una sola persona que no me mirase con lastima o burla, sólo te faltó ponerte de rodillas y rogarle que volviese contigo ¡Por Dios, tan patético! ¡Fuiste tan patético! —sentenció mirándolo con desprecio.


Las palabras de Romina y su actitud no fueron las que provocaron la mueca de dolor que se dibujó en el rostro del actor, lo hizo la sola idea del haber quedado expuesto de esa manera, le importaba nada lo que el público pensara, pero ¿qué había de ella? ¿Si ella llegaba a ver esa entrevista? ¿Si ciertamente notaba lo que aún sentía? ¡Lo sentía! Justo ahora esa verdad le golpeaba el pecho con la fuerza de una tonelada de concreto, seguía sintiendo ese profundo amor que nunca le confesó, ni una sola vez esbozó un “te amo” ¿Por qué demonios lo hizo esta noche? Sus ojos se enfocaron en el libro sobre la mesa de noche, ese que había terminado el día anterior.


Romina al ver la turbación en Pedro se sintió profundamente
dolida, rompió a llorar y se llevó las manos al rostro, él intentó acercarse para consolarla pero ella no se lo permitió, se alejó y caminó hasta donde había lanzado su bolso, lo tomó y salió de allí casi corriendo mientras lloraba.


Mientras Pedro había quedado aún más confundido que minutos atrás, una dolorosa sensación se extendió por su pecho, era un presentimiento, hasta ahora no había pensado en las consecuencias que podía traer su confesión, pero de algo estaba seguro. Las tendría.









CAPITULO 1






Roma, Italia. Julio 2012


Se encontraba de pie detrás del escenario, mientras escuchaba a través de los altavoces las palabras de la presentadora, que se disponía a anunciarlo tras hacer una pausa publicitaria. Pedro pasó sus manos a través de los cabellos castaños como un movimiento espontaneo para calmarse.


Siempre recurría a lo mismo, solo que esta vez no resultó, así que buscó distraerse en algo más, sus ojos azules se concentraron en seguir a unas diez personas que se movían de un lado a otro, atentas a que todo estuviese en su lugar, cuidando cada detalle, ese era su trabajo, los detalles.


El suyo era diferente, su función era entretener o eso pensaba la mayoría, pero él lo sentía distinto, significaba mucho más, lo que hacía había formado parte de su vida desde hacía mucho tiempo, para ser más precisos desde que era un chico de dieciséis años y descubrió que éste era su mundo perfecto.


Sin embargo, eso no alejaba los nervios que lo embargaban cada vez que debía mostrarse, no como el actor, sino como el hombre, como Pedro Alfonso, cuando las entrevistas pasaban del plano laboral al personal, cosa que siempre sucedía. La verdad era que no tenía nada que esconder, pero prefería mantener a las personas alejadas de su vida privada, era receloso en este aspecto a tal punto, que ni su familia había logrado atravesar las barreras que les había impuesto, se podría decir que sólo su madre era su confidente, pero ni siquiera a ella le contaba todo, sería algo incómodo hacerlo; así que sortear las preguntas personales cuando se hacen entrevistas de este tipo era toda una odisea.


Al fin la presentadora anunció su nombre y él le ordenó a sus labios mostrar la mejor de sus sonrisas, respiró profundamente y salió al estudio en medio de una ola de aplausos y risas femeninas, a las cuales respondió con un ademán a modo de saludo, elevando su mano y agitándola, posando su mirada en algunos rostros conocidos, esos que siempre lo acompañaban, que incluso lo habían hecho desde sus inicios trece años atrás.


Llegó hasta la presentadora, una mujer delgada y elegante, con menos estatura de la que ella hubiese deseado, cabello castaño, vivaces ojos marrones y sonrisa franca, era una de las pocas personas en ese medio que lo hacía sentirse confiado y cómodo, ante todo Beatrice era una dama y una amiga de hacía mucho, pero eso también la hacía muy letal, pues conocía el camino correcto que la llevaba a esos terrenos a los cuales le temía.


—Buenas noches Pedro, bienvenido a Entre Amigos —ella
mencionó recibiendo el abrazo del hombre con una sonrisa efusiva.


—Buenas noches a todos, gracias por la invitación Beatrice, es muy agradable encontrarnos de nuevo —respondió él con la misma sonrisa de ella.



— Gracias a ti por aceptar, por favor, acompáñame —dijo posando una mano en la espalda en un gesto amable, para guiarlo a un gran sillón granate.


Pedro le dedicó una sonrisa agradeciéndole el gesto, seguramente la mujer había notado la tensión que lo invadía, respiró de nuevo llenando sus pulmones y luego soltó el aire despacio, de forma casi imperceptible, para relajarse mientras tomaba asiento y cruzaba sus piernas, apoyando una pierna sobre su rodilla, de esa manera tan masculina y desenfadada, que en él lucía tan natural, posando su mirada de inmediato en ella.


De ese modo se dio comienzo a la entrevista, en un principio las preguntas se enfocaron en su trabajo actual, el protagónico en una serie de suspenso, dónde interpretaba a un abogado que intentaba reunir pruebas suficientes para llevar a prisión a un hombre exorbitantemente rico, sospechoso de ser un asesino serial, con la ayuda de una psicóloga muy particular. En este punto se sentía como pez en el agua, conversar sobre su trabajo siempre le resultaba sencillo, quizás porque sentía de algún modo que hablaba de alguien más y no de él; sin embargo, las cosas no serían tan sencillas para Pedro, cuando su amiga sintió que se había relajado, enfocó su artillería al lado opuesto y para lo cual, no estaba preparado.


Pedro, el éxito en tu vida ha sido una constante desde el mismo momento en el cual te paraste ante una cámara, has trabajado en series, películas y obras de teatro. Se podría decir que eres un actor consumado en todos los aspectos, y que es muy poco lo que las personas no conocemos de
tu vida, habiendo empezado en este medio desde que eras un chico —decía utilizando ese tono tan naturalmente inocente, pero que indicaba que estaba tejiendo algo.


El hombre asintió en silencio instándola a continuar, al tiempo que sentía que su estómago se encogía y el centro de las palmas de sus manos comenzaba a sudar, intentó sonreír para relajarse, aunque sabía hacia donde ella iba, al plano personal, le advertía sutilmente con la mirada a Beatrice que estaba a punto de cruzar una línea que no le permitía traspasar a nadie, no había sido fácil mantener sus límites siendo uno de los actores más famosos de Italia, había sido una lucha de día a día, pero no daría su brazo a torcer.


—Sin embargo… —continuó ella, comprendiendo la advertencia que Pedro le hacía—. Existe un período de tu vida que para todos ha sido un total misterio, y debo decir que me he propuesto revelarlo esta noche, puede que resulte ser mejor detective que Donato —indicó en tono divertido, refiriéndose al personaje antagonista de la serie donde él trabajaba actualmente, también para poner al público a su favor y crear una fisura en la muralla que había erguido Pedro Alfonso tres años atrás.


—Tendrás que hacer un gran esfuerzo, pues debo admitir que aunque desprecie a Donato en la serie, es un gran profesional y muy eficaz en su trabajo —lanzó nuevamente la advertencia, pues sabía perfectamente hacia donde se encaminaba ella.


—Bueno, sabes que me fascinan los retos, así que empecemos… — esbozó con una gran sonrisa, dejándole ver que estaba dispuesta a arriesgarse y aprovecharía la pequeña brecha que él le abría—. Hace tres años, tu carrera iba en un ascenso tan vertiginoso, casi apabullante, desplazabas a todo el mundo que se cruzaba en tu camino, los directores se peleaban por tenerte en sus elencos, las actrices por ser tus protagonistas, tu nombre era sinónimo de un éxito seguro, habías conseguido todos los premios a los que un actor joven podía aspirar —enumeraba cada logro despertando la expectativa del público, miraba al joven a los ojos y sonreía de vez en cuando.


Pedro se limitó a pasar sus dedos índice y medio por su tabique, un gesto que hacía cuando se encontraba nervioso o incomodo, lo hacía de manera disimulada pues no quería delatar su estado a los demás, intentando en lo posible mostrarse impasible. Ella se sentía animada al ver que él no protestaba, ni hacía ademán de querer desviar o detener sus avances, así que prosiguió.


—Parecías, o mejor dicho eras imparable… pero justo en ese momento cumbre de tu carrera, rechazas uno de los papeles más importantes de ese entonces, por el cual habían luchado tantos actores y que tú habías conseguido gracias al enorme talento que posees claro está —aclaró viendo la sonrisa de medio lado que él le mostraba, ese gesto que muchos copian, pero a pocos se le daba tan natural como a él.


Pedro era un hombre verdaderamente apuesto, resultaba irresistible y había enamorado a millones de mujeres a lo largo de sus trece años de carrera, él tenía el poder para atrapar miradas con gestos que a simple vista eran comunes, un guiño, un parpadeo, una sonrisa, cosas que la mayoría hacían en el día a día, en él tenían un poder de seducción impresionante, y aunque ella no era una jovencita, y prácticamente había visto crecer a este chico frente a las cámaras, debía admitir que si fuesen otras las circunstancias, también hubiese liberado un suspiro ante esa sonrisa ladeada, que de seguro terminaría uniéndose a la secuencia que colmaba el estudio a momentos.


Sin embargo, era evidente que Pedro estaba indicándole que nadie se lo había regalado, que él también había hecho casting igual que todos los demás. Beatrice lo comprendió e hizo la aclaratoria.


—Mi pregunta es… ¿Qué sucedió, para que estando en la cúspide de tu carrera, decidieras de un día para otro hacer tus maletas y desaparecer? — preguntó al fin mirándolo fijamente, mientras se reclinaba en el asiento para darle a él total libertad de hablar.


Pedro dejó libre un suspiro y cerró los ojos por un breve instante, sólo segundos, pero ese tiempo fue suficiente para obtener la respuesta, sólo que no sabía si quería darla a conocer, si esto era prudente, no sabía cómo tomaría el público la misma, quizás lo comprenderían, a lo mejor lo condenaría tachándolo de malagradecido o dirían que tenía complejo de estrella. Se arriesgó y decidió mostrar una visión parcial de lo que había vivido en ese entonces.


—Me sentía agotado —esbozó lentamente y se removió en el asiento—. Como has dicho todo en mi entorno giraba a trescientos sesenta grados y cambiaba día tras día, de pronto me encontraba siendo un abogado, otras un doctor que luchaba por salvar vidas en la primera guerra mundial, en otras un bandido de los años cincuenta, un sacerdote o un capitán de la guardia francesa, empecé siendo muy joven y desde ese momento no me había detenido un sólo instante, saltaba de un rol al otro, sin siquiera tomarme un tiempo para analizar lo que sucedía a mi alrededor, para poder asimilarlo y decidir hacia donde debía encaminarme, solo me dejaba llevar por la corriente —confesó encontrando en el silencio del público una especie de comprensión.


—Muchos medios especularon sobre tu desaparición, se habló de que te habían internado en un centro de rehabilitación, de problemas judiciales, incluso se especuló sobre un posible accidente trágico donde habías fallecido; cosas por demás absurdas, puesto que nunca habías dado muestras de ser un joven con problemas de drogas o alcohol, tampoco tenías antecedentes delictivos —le informó Beatrice en tono pausado.


—De todo ello me enteré a mi regresó, mi familia consciente del momento que atravesaba se esforzó en mantenerme al margen de todo, incluso ellos se negaron a dar entrevistas o emitir algún comunicado, sólo se limitaron a darme ese espacio que necesitaba —esbozó y las líneas de expresión de su frente se acentuaron dándole un aspecto más dramático a su semblante, al tiempo que su mirada fija en Beatrice intentaba mostrarle lo complicado de la situación que atravesó, hizo una pausa y después continuó.


Ella asintió mientras lo miraba dejándole ver que tenía toda su atención, al igual que el público a su alrededor que escuchaba atentamente cada una de las palabras de Pedro.


—Cuándo tomé la decisión de irme lo que más deseaba era alejarme de aquello que sentía me estaba asfixiando, era consciente del gran compromiso que tenía con el público, con las personas para quienes trabajaba y precisamente por ellos había tomado la decisión de retirarme, no podía seguir en el mismo camino o ciertamente la presión me hubiese llevado por un rumbo completamente equivocado, porque para quienes trabajamos en este medio puede resultar tan difícil mantenernos tras la línea que divide lo correcto de lo incorrecto —decía cuándo fue interrumpido por la entrevistadora.


—¿A qué te refieres cuándo hablas de lo correcto e incorrecto? — inquirió muy interesada.


—A las drogas, el alcohol, actos delictivos; cada una de las cosas que has enumerado antes y de las cuales fui acusado, es a lo que eres vulnerable cuando formas parte de este medio, ser un actor famoso te brinda cierta noción de un poder que no es real, pero que llegas a sentir como verdadero, crees que ser alguien popular te da derecho a rebasar algunos limites, romper leyes y hasta ser inmune a las consecuencias que puedan tener tus actos, cuándo es todo lo contrario, estar bajo el ojo público te hace más propenso a ser juzgado por las acciones que realizas, que aquellas personas que disfrutan del anonimato.


—Entiendo perfectamente tu punto, pero ¿fue verte expuesto a todo eso lo que te llevó a abandonar una carrera tan prometedora como la que tenías? —le preguntó mirándolo directamente a los ojos, mientras se inclinaba hacia delante.


—De cierto modo, pero lo que más me motivó a tomar esa decisión fue ver que la pasión que tiempo atrás me había impulsado a dar lo mejor de mí, en cada actuación se estaba esfumando, me daba igual si una escena quedaba apenas aceptable o si salía excelente, me sentía como un autómata
que se paraba frente a una cámara y se limitaba a seguir las órdenes del director, mientras leía unas líneas que carecían de sentido… —una vez más, ella lo detenía.


—¿Cómo podías actuar así, es decir, sin sentir al personaje y además hacerlo tan bien? —lo interrogó desconcertada.


—Eso es algo que no sabría cómo responderte, pues ni yo mismo lo sé, pero al parecer conseguía hacerlo y seguía manteniendo la fórmula mágica entre mis manos, empecé a creerme una especie de Dios, que podía hacer o decir lo que fuera y todo el mundo me seguiría aplaudiendo, hasta que alguien que me conocía muy bien llegó hasta mí y me dijo que estaba a punto de arruinarlo todo, eso sólo agregó más presión a la que ya tenía; en este medio sólo hay dos opciones cuándo nos encontramos en un punto como ese, uno es hacer caso omiso a lo que sucede y acabar cayendo estrepitosamente de esa cima en la cual nos encontramos y la otra es detenerse en el borde del abismo, mirar hacia abajo y comprender que una vez caigamos, lo más probable es que jamás volvamos a levantarnos — explicó sintiendo que no era tan difícil como había imaginado.


—Tu decisión entonces fue alejarte —mencionó la mujer llegando a esa conclusión, con una mirada de comprensión.


—Mi decisión fue bajar de esa cima de la manera más segura posible, sólo que no sabía cómo hacerlo, ni si podría lograrlo, muchas veces me detuve a la mitad y miraba hacia arriba, sintiéndome tentado a regresar, pero entonces recordaba que a cada paso en descenso que daba, me acercaba más a quien había sido tiempo atrás y eso me gustaba, me hacía sentir cómodo esa sensación de pertenencia, volví a ser yo —contestó sintiendo como su espalda y hombros, antes rígidos como el mármol, ahora se relajaban, dejó ver una sonrisa que despedía al peso que lo había embargado por mucho tiempo.


Pedro, es la primera vez que te abres y hablas de todo esto, siempre te habías negado a conversar sobre ello ¿por qué? —lo cuestionó Beatrice, sintiéndose satisfecha e intrigada al mismo tiempo por la actitud de su joven amigo.


—Digamos que… deseaba guardar este tiempo como algo muy mío, no es la primera vez que me preguntan en relación con ello, como bien sabes y si he decidido hacerlo esta noche, es porque tal vez considere que ya no tengo motivos para seguir resguardándolo, ya no existe un pacto — respondió y el tono de su voz había cambiado, al igual que su semblante que se notaba relajado y su mirada serena, el hermoso azul de sus iris se mostraba tan claro que casi parecía celeste.


Sí, justo eso sentía, que ya no habían motivos para callar lo que había sucedido con él hacía tres años, bueno, o al menos aquello que lo condujo a alejarse del mundo del espectáculo; de lo otro, pues lo otro tampoco tenía porqué ocultarlo. Sin embargo, si podía evitar que llegasen hasta ello lo haría. Aunque ella no lo hubiese hecho, por el contrario, obtuvo justo lo que quería y le había ido muy bien, así que ya nada le obstaculizaba hablar de ese tiempo en Florencia.


—Según entiendo, por tus propias palabras habías hecho un voto de silencio con respecto a esto —indagó la mujer cuyo interés se había despertado al notar el cambio de actitud en él. Pedro mostró una sonrisa en la que ciertamente vio que había mucho más tras todo esto y se propuso llegar tan lejos como pudiese.


El castaño se tensó al ver la decisión en la mirada de su amiga y supo de inmediato que ella no lo dejaría escapar tan fácilmente, quizás tampoco deseaba hacerlo… ¿Por cuánto tiempo se había negado a hablar o al menos a pensar en lo que ocurrió durante esos tres meses? ¿Cuántas veces se esforzó por olvidar, pues el recuerdo solo conseguía hacerle daño? Un daño que sabía se había causado él mismo, ya que justo cuando pensó que había logrado madurar y cambiar, sólo consiguió arruinarlo todo y para siempre, pero ¿fue él el único culpable?


—Algo por el estilo, sin embargo, he comprendido que dicho voto no tenía caso, después de todo eso fue hace mucho tiempo —esquivó la pregunta, sintiendo de pronto que no debía dejar que Beatrice fuese más allá.


Ella lo percibió de inmediato y se alejó apoyándose en el sofá con un movimiento casual, sabía que lo estaba presionando quizás más de lo que Pedro les permitía a otros periodistas, pero, ya había llegado hasta este punto y no lo soltaría tan fácil, se replanteó la jugada, le entregó una sonrisa como estrategia para hacerle sentir que estaba respetando su espacio, después de unos segundos contraatacó.


Pedro nos acabas de abrir una puerta que llevaba tres años cerrada, creo que todos los que nos encontramos en este lugar estamos interesados en lo que se hallaba tras ella, pero si es tu decisión zanjar el tema, la respetamos, estamos entre amigos. Sin embargo, cuéntanos un poco más, no nos dejes en el borde… dinos por ejemplo ¿A dónde fuiste?
—preguntó con una sonrisa.


—Florencia… ni siquiera salí del país, durante tres meses me dedique a observar los hermosos paisajes toscanos, a tomar vino, escuchar música, leer, cabalgar, nadar… todas esas actividades que por lo general se hacen cuando se cuenta con el tiempo para disfrutarlas —comentó con naturalidad y mostró una sonrisa ladeada.


Mientras abría con un movimiento diestro el botón que mantenía su americana azul marino cerrada, dejando al descubierto la impecable camisa azul cielo, que hacía resaltar el color de sus ojos y compaginaba estupendamente con el hermoso broceado, que adquirió durante los pasados meses de verano.


—Un cambio muy brusco para alguien que estaba acostumbrado a una vida tan ajetreada como la tuya —indicó ella en el mismo tono, el hombre era un hueso duro de roer.


—Un cambio bien recibido, refrescante —dijo sonriendo.


—No lo pongo en duda, y te aseguro que ninguno de los aquí presentes lo hacen, ahora dime durante estas vacaciones, ocurrió algo interesante, no sé tal vez un hecho que marcase o motivase a que ese cambio en ti se concretase o por el contrario ¿se dio de manera espontánea? —inquirió una vez más.


Pedro dejó libre un suspiro, sintió como la tensión se apoderaba de sus hombros de nuevo, su rostro también fue víctima del cúmulo de emociones y recuerdos que lo asaltaron, frunció el entrecejo un instante y su mirada se ensombreció, pero, como el buen actor que era supo esconderlo de inmediato, mostrando una sonrisa dudosa, no esas radiantes que acostumbraba, no podía negar la presión que se le había instalado en el pecho, intentó luchar contra ésta pero se dio cuenta que estaba rendido.


Las reacciones de Pedro fueron muy rápidas y apenas perceptibles, sin embargo, Beatrice las captó, él se había descompuesto, eso encendió una alarma en su cabeza, fue como si alguien gritase en el fondo de la misma ¡Lotería!


—Me enamoré —se escuchó decir y no podía creer que lo hubiese hecho —. Fue un gran amor, que me salvó, me mostró un mundo diferente y me hizo ver que también formaba parte de él… que podía ser común y disfrutar de las cosas sencillas, me encantaría pensar que yo signifiqué lo mismo para esa persona —al llegar a este punto Pedro ya no pudo detenerse.


Sólo su madre conocía lo ocurrido, no todo, pero si gran parte, y ahora se lo estaba confesando a millones de personas, incluso estaba dejando ver aquello que ni siquiera a ella le demostró ¿por qué estaba haciendo esto? – se cuestionó e intentó ponerse de nuevo la armadura, pero Beatrice apenas si le dio tiempo.


—¿Conociste a esa chica en Florencia o sólo te diste ese tiempo para vivirlo con ella? —preguntó mirándolo a los ojos.


—La conocí en Florencia, en realidad fue a las afueras de la ciudad, en el lugar que escogí para hospedarme, ella estaba pasando por una situación más o menos similar, y creo que lo que más ansiábamos era paz y soledad… “La soledad también puede ser una llama”—citó un verso de Mario Benedetti, un escritor uruguayo, el favorito de su madre; el mismo que creó un vínculo entre él y la mujer que había amado años atrás, sus pensamientos viajaron lejos de ese lugar, al tiempo que una hermosa sonrisa se dibujaba en sus labios.


—¿Qué fue de ella, si no es mucho preguntar? —Beatrice estaba fascinada con el rumbo que había tomado esta conversación.


Sabía que no era la actual pareja de Pedro, esta chica era
demasiado cabeza hueca para haber logrado un cambio como ese en el joven, además, apenas y había salido a la palestra después de participar en un reality show de aspirantes a diseñadores de modas, donde había llegado a la semifinal el año anterior, era linda y tenía el poder para llamar la atención, pero no para hacer que alguien como él mostrase sus sentimientos de tal manera y menos unos tan… hermosos y al parecer profundos.


—¿Ella? —Pedro guardó silencio unos segundos.


La imagen de la mujer que lo enamoró años atrás, se había apoderado una vez más de sus pensamientos, su corazón golpeó con fuerza en el interior de su pecho, evidentemente emocionado, y al mismo tiempo una mueca de dolor se dibujó en su rostro, siempre que la pensaba le sucedía lo mismo, esta sensación agridulce, esta mezcla de alegría y dolor. Inhaló despacio y después soltó el aire de igual manera para continuar.


—Supongo que está muy bien… —respondió encogiéndose ligeramente de hombros y restándole importancia al asunto—. Después de los meses que pasamos en Florencia cada uno regresó a los mundos a los cuales realmente pertenecíamos, y el que nos había albergado, se quedó justo donde lo encontramos —finalizó con un tono de voz impersonal.


—¿Y allí acabó todo? —pregunto Beatrice desconcertada.


—Sí, yo no me atreví nunca a decirle que la amaba y jamás supe si ella me quería de igual manera, quizás fue lo mejor, algunos sueños siempre serán mejores siendo sueños que cuando son llevados a la realidad. Sin embargo, le agradezco cada instante que me dio y todo lo que hizo por mí —respondió intentando restarle importancia a sus palabras, pero su corazón latía con fuerza y había perdido la comodidad que obtuvo minutos atrás, de nuevo estaba tenso, ahora más que nunca, pues el silencio del público y sus semblantes le decían que se había expuesto como nunca antes.


—Es una historia digna de ser llevada a película, a una serie, quizás a un libro… tú podrías escribirla —bromeó ella.


Él le mostró una sonrisa que desbordaba nostalgia.


Beatrice no quiso seguir ahondando en ello, ya Pedro le había ofrecido mucho más de lo que le entregaba a los demás, seguramente este programa había roto índices de audiencia y lamentablemente, tampoco contaba con mucho tiempo, así que lo quisiese o no debía dejarlo marchar.


—Después de ese tiempo alejado de los medios, del mundo que prácticamente te había visto crecer ante sus ojos; regresaste siendo una persona distinta, por decirlo de alguna manera, más centrado, más maduro ¿crees que de no haberte tomado ese tiempo, las cosas serían distintas de cómo son ahora? —Fue su pregunta final.


—Seguramente —se limitó a contestar mientras sonreía.


El momento de la despedida llegó, ambos se pusieron de pie, y aunque las emociones se habían puesto a flor de piel, los dos eran profesionales y lo lograron sobrellevar de la mejor manera, sobre todo el joven, para quién los recuerdos habían llegado sacudiendo muchas cosas en su interior.


Beatrice le agradeció la confianza y la amabilidad con la cual se había abierto a sus preguntas, reafirmando que más que extraños eran amigos, sin embargo, no volvió a tocar el tema, consciente del significado que este aún parecía tener para Pedro.