martes, 1 de septiembre de 2015

CAPITULO 176




Pedro la llevó hasta la cama y la tumbó de espalda, en medio de todos esos pétalos de flores Paula parecía una especie de ninfa, desnuda, hermosa y perfecta, la vio moverse sobre la cama sonriendo quizás ante la sensación que le provocaban los pétalos, después lo miró y le extendió la mano invitándolo a subir mientras separaba sus piernas para hacerle espacio. Esa imagen puso a su corazón a latir desbocado mientras su mirada recorría la figura de su escritora, reconociendo cada curva que adornaba ese cuerpo que lo enloquecía.


Se arrodilló en medio de las largas piernas de Paula y acarició con sus manos los senos, bajando por la suave piel donde se podían apreciar las costillas cada vez que ella inspiraba para llenar sus pulmones de oxígeno, y después se apoderó de la cintura cerrándola, sintiéndola suya.


—Bésame —susurró irguiéndose para atrapar sus labios y ayudarlo con el pantalón de chándal que llevaba puesto.


Los labios de Pedro le brindaban suaves roces, mientras sentía los dedos deslizarse por su espalda y la sensación que le recorría el cuerpo era tan maravillosa como placentera. No quería hacer comparaciones, pero era casi imposible no notar lo distinto que era entregarse a un hombre solo por cubrir una necesidad, por mero deseo primitivo o por cumplir con un deber que hacerlo con el hombre que verdaderamente despertaba todos sus sentidos, ese que movía hasta la fibra más pequeña de su ser y la ponía a volar, el hombre que amaba.


Pedro al igual que Paula, tampoco quería traer a su mente el recuerdo de otras mujeres, porque estando junto a ella las demás sencillamente no existían, jamás pensó que una mujer pudiera llenarlo de esa manera, que pueda abarcarlo todo y convertirse en la única que en verdad deseaba, por lo menos con esa intensidad. Sintiéndose sumamente feliz comprobó que aquello que descubrió la última noche que pasó con ella seguía siendo una realidad, Paula era mucho más que otras porque le había enseñado a hacer el amor, porque era la mujer que amaba.


—Te extrañé tanto preciosa —susurró contra los labios de ella.


—Y yo a ti Pepe, parecieron siglos en lugar de años…—esbozó besándolo—. Quiero verte desnudo, quítate esto —esbozó y no pudo evitar sonrojarse cuando él sonrió mirándola con intensidad.


—Pensé que tenías problemas en verme desnudo —acotó elevando una ceja y despacio se paró encima de la cama.


Ella se mordió el labio mientras negaba con la cabeza y se puso de rodillas rápidamente, sosteniendo por las fuertes piernas a Pedro que se tambaleó un poco, comenzó a besarle el abdomen disfrutando de ese leve temblor que lo recorrió, deslizó la punta de su lengua creando un camino húmedo hasta ese espacio donde se podía apreciar el fuerte hueso de la pelvis, le dio un leve mordisco y sonrió traviesa al escucharlo gemir.


—Usted es delicioso señor Alfonso—esbozó mirándolo a los ojos cuando empezó a bajar el pantalón para quitárselo.


Él dejó ver una hermosa sonrisa en respuesta al cumplido y le acarició la mejilla, la vio sobresaltarse cuando su erección saltó al ser liberada y eso provocó que riera con picardía, ella lo acompañó en el gesto mirándolo a los ojos mientras atrapaba con una mano el músculo tenso como hacía mucho no se mostraba, incluso sobre su cuerpo Paula tenía más poder, lo excitaba mucho más que cualquier otra.


Ella no pudo resistirse ante el deseo de probar a Pedro, así que cerró sus labios sobre el rosado y suave glande, recogiendo con su lengua el leve rastro de humedad que lo coronaba, cerró los ojos gimiendo al sentirlo palpitar y cuando los abrió, Pedro se le presentó como el hombre
más hermoso, vigoroso y sensual que hubiera visto nunca.


—Tómalo completo Paula —susurró suplicante mirándola a los ojos y le acarició el cuello con suavidad.


Lo complació llevándolo todo dentro de su boca para hacer una serie de succiones que lo hicieron temblar y cerrar los ojos, esa reacción la hizo sentirse poderosa como hacía mucho no le ocurría, o al menos no lo sentía porque solo a él deseaba poner de rodillas, solo con él deseaba ser esa mujer capaz de dejar de lado los prejuicios y entregarlo todo.


Pedro sentía que no tardaría mucho si ella continuaba así y aunque no quería salir de ese paraíso que era la boca de Paula, debía hacerlo para darle todo lo que deseaba esa noche, mirándola a los ojos la tomó por las mejillas para alejarla lentamente, pero los planes de Paula eran volverlo loco esa noche, porque en lugar de comprender lo que él deseaba abrió más la boca acariciándolo solo con su lengua, creando el espacio perfecto para que él pudiera.


¡Mierda! Ten piedad de mí… ten piedad Paula.


Pensó viendo el deseo reflejado en las pupilas dilatadas y dejándose llevar por la locura comenzó embestir esa exquisita boca, cuidando de no llegar muy profundo y manteniéndole la cabeza firme con sus manos para que ella no se moviera, se detuvo sudando y temblando como un condenado, reteniendo el orgasmo que bullían en su interior.


Paula se estremeció entera y su cuerpo casi se prendió en llamas cuando él comenzó a moverse dentro de su boca, ella se lo había pedido y le encantó, nunca había vivido algo tan excitante e intenso mientras tomaba a un hombre, y una vez más Pedro se llevaba el mérito de ser el primero, de hacerla rebasar sus propios límites y vivir placeres que la hacían sentir viva, todo había sido tan abrumador que se sentía extraña, pero muy bien y lo dejó salir de su boca dejando caer una lluvia de besos en su abdomen y muslos mientras le acariciaba los firmes glúteos.


—Paula… quieres ponerme de rodillas —confesó cerrando los ojos y deslizó su mano por la suave cabellera de ella.


—Lo que en realidad quiero… es tenerte encima de mí —esbozó tendiéndose mansamente en la cama.


Le mantuvo la mirada mientras llevaba sus manos hasta el panty que aún traía puesto, lo tomó entre sus dedos y elevó las caderas para lentamente irlo sacando de su cuerpo, lo vio ponerse de rodillas y una radiante sonrisa se adueñó de sus labios cuando la prenda llegó hasta las suyas, levantó las piernas y apoyó los pies en el pecho de Pedro.


—Quítamela —le ordenó mirándolo a los ojos.


Paula no sabía ni siquiera qué la estaba llevando a actuar así, quizás era ese deseo de borrarle de la mente a cualquier mujer que estuvo después de ella, o su instinto femenino que con Pedro despertada como con ningún otro o a lo mejor eran ambos. De lo único que estaba segura era de que deseaba a ese hombre con fuerza y quería que despertar en él la misma necesidad, el mismo anhelo, la misma pasión.


Después que la tuvo desnuda para él se decidió a no prolongar más la espera, no deseaba ni podía hacerlo, la vio separar las piernas ofreciéndole ese lugar que era su completa perdición y no pudo negarse el deseo de saciar su sed en ese manantial, se tendió en la cama sin darle a ella tiempo a reaccionar, la tomó por la caderas y hundió el rostro atrapando con su boca lo que era suyo.


Una ráfaga de placer y fuego se extendió por todo su cuerpo cuando Pedro cubrió con su boca ese lugar que clamaba por él, sus caderas lo buscaron justo como hiciera aquella tarde en su bañera hace apenas un par de semanas, y esta vez no encontró un espacio vacío sino a él, a él con su ágil lengua, con sus labios suaves y tibios, con sus ansias por abarcarlo todo en ella haciéndola delirar, se aferró a las sábanas y cerró los ojos mientras sentía que ese cielo que estuvo cerrado por tanto tiempo para ella, se abría una vez más mostrándose hermoso y perfecto.


Enredó sus dedos en las hebras castañas tirando de ellas con fuerza, emitiendo fuertes gemidos que salían de su alma y comenzó a temblar, siendo recorrida por los primeros espasmos que anunciaban el orgasmo y segundos después se tensaba casi hasta convertirse en una piedra, para terminar quebrándose con un grito agónico que intentó ahogar cubriéndose la boca con una almohada, consciente que esa situación no era igual a la que vivieron antes.


—No tienes que hacerlo —esbozó Pedro quitándole la almohada, deseaba verla y también escucharla.


—Pero… —intentó decir sintiéndose aún agitada y temblorosa.


—Ellos no pueden escucharnos, estamos lejos Paula —susurró besándole el vientre, elevó el rostro para mirarla a los ojos mientras su mano se apoderaba de uno de los senos—. Así que te prohíbo que te cohíbas, quiero tenerte como antes, quiero escucharte gemir, jadear, gritar… lo quiero todo —señaló mirándola a los ojos.


Paula asintió en silencio mordiéndose el labio y después sonrió confiando en él, además agradeciéndole porque ella también deseaba ser libre como antes, expresarse sin sentir temor a que pudieran descubrirlos. Le acarició el rostro y suspiró al sentir el suave roce de la áspera barba sobre su vientre, se estremeció riendo por las cosquillas que le provocaba y eran de cierta manera muy excitantes, se movió invitándolo a posarse encima de su cuerpo, quería sentir su peso y su calor cubriéndola.


—Tu turno Pedro… llena mi cuerpo de ti y desbócate como lo haces, quiero sentirte — susurró cuando lo tuvo como deseaba, mirándolo a los ojos y mordiéndole ese delicioso labio inferior.


Él se movió alejándose de ella para alcanzar el pantalón que había quedado en el suelo y sacó del bolsillo los preservativos, tomó uno colocando los demás sobre la mesa de noche, se sentó al borde de la cama listo para cubrirse cuando Paula lo detuvo.


—¿Dos cajetillas? —preguntó algo alarmada y lo buscó con la mirada.


—Tengo la firme intención de no dejarte dormir esta noche Paula, tenemos mucho tiempo que recuperar —contestó con una sonrisa mirándola por encima del hombro.


—Me encantan sus intenciones señor Alfonso, pero yo tengo un ligero cambio de planes — mencionó moviéndose para quedar de lado mientras le entregaba esa sonrisa detrás de la cual escondía algo, le extendió la mano—. Dámelo Pedro.


Él hizo lo que le pedía pensando que ella deseaba ser quien se lo colocara, pero grande fue su sorpresa cuando la vio llevárselo a los labios y soplar para llenarlo de aire haciéndolo un globo, incluso ante su perplejidad lo amarró para después lanzarlo, él solo conseguía verlo flotando, se volvió con la duda reflejada en sus ojos.


—Muy graciosa señorita Chaves —dijo al ver la picardía bailar en la mirada de Paula y extendió la mano para tomar otro.


—No pienso pasarme toda la noche intentando enviarte una sutil señal —acotó elevando una ceja ante las acciones de él y al ver que se quedaba como tonto mirándola soltó una carcajada—. Ven, no los vamos a usar —indicó jalándolo del brazo.


—¿Quién es usted y dónde dejó a mi hermosa escritora? —preguntó subiendo a la cama con rapidez y se montó sobre ella atrapándole los brazos, actuando como si de verdad fuera una extraña.


—Soy la misma… o mejor dicho, soy la que tú despertaste hace casi cuatro años —respondió sonriendo al ver la emoción reflejada en él—. Y además, yo confío en ti Pedro —expresó mirándolo a los ojos.


—Te adoro Paula… eres mi mujer perfecta, gracias preciosa por confiar en mí, te aseguro que estoy bien… ya sabes que yo también me cuido y… —decía cuando ella lo calló poniendo un par de dedos en su boca mientras lo miraba conteniendo la risa.


—Adoro verte en este plan de adolescente primerizo —dijo dándole un par de toques de labios y le acarició la espalda moviéndose bajo él—. Pero justo ahora me muero por ver al hombre experimentado que es capaz de volverme loca —susurró bajando con sus manos para acariciarle el redondo y firme trasero que se contrajo ante su toque.


—Estoy tomando nota de esto, así que no te quiero quejándote —mencionó ubicándose justo en la entrada de Paula, rozando con su miembro los húmedos y voluptuosos labios de ella.


—¡Oh, cielo! —expresó envolviéndole las caderas con sus piernas para imitar el mismo roce de él—. Yo no me quejo… —decía cuando él la hizo detenerse arqueando una ceja, ella sonrió y subió sus labios ofreciéndoselos—. Bien prometo no hacerlo, ahora bésame Pedro.


A él le encantaba que ella se lo pidiera y no dudó en complacerla, cubrió con sus labios los de Paula, abriendo la boca para jugar a su antojo con su lengua, estremeciéndose y sintiéndola hacerlo también cuando comenzó a entrar, conquistando una vez más el cuerpo de la mujer que amaba, de la dueña de sus más intensos y profundos deseos.


Paula sentía que se quemaba mientras movía sus caderas metiendo a Pedro dentro de ella, sintiendo lo maravilloso que era tenerlo en su interior, esa sensación tan intensa el roce de piel con piel. Se sujetó con fuerza a la poderosa y sudada espalda de él, mientras sentía que la hundía en el colchón con cada estocada que llegaba a lo más profundo de su ser y la hacía jadear entre besos.


Sus bocas se separaron y él se apoyó en sus antebrazos al tiempo que aumentaba el ritmo y la miraba a los ojos, sentía que una hoguera ardía con intensidad dentro de su pecho ante esa imagen de Paula, soñó tantas veces con tenerla así que aún no podía creer que todo fuera real. Se alejó un poco más extendiendo sus brazos hasta dejarlos rectos mientras entraba en ella con penetraciones constantes y certeras, sintiendo el sudor bajar en hilos por su piel, dos pesadas gotas se estrellaron en los senos de Paula y ella jadeó al sentirlas.


Ella sentía que no podía más, pero le había dicho que no se quejaría y debía cumplir con su palabra, se aferró a sus brazos mordiéndose el labio para contener los gritos y también el orgasmo que amenazaba con arrasarla en cualquier momento. Pedro bajó el ritmo, la giró y la tomó de
los brazos para levantarla, sin permitir que sus intimidades se separasen se puso de rodillas en la cama y le pidió que se sujetara con las piernas, ella solo quería complacerlo así que lo hizo. Él la aferró por los hombros para mantener el equilibrio y cuando se clavó en ella llegando tan profundo,
todo su cuerpo tembló.


Pedro… por favor… ¡Oh, cielo santo! —exclamó cerrando los ojos y estremeciéndose con fuerza cuando él se movió con rapidez.


Paula sentía que toda su cordura pendía de un hilo y éste se debilitaba cada vez que Pedro entraba en ella, todo era tan intenso que incluso llegaba a resultar doloroso, pero no era
ese tipo de dolor que causaba molestia, era otro que la excitaba y la hacía desear más y más, mientras las sensaciones se iban acumulando dentro de su cuerpo elevándola, comenzó a temblar consciente que su orgasmo estallaría de un momento a otro. Bajó sus manos apoyándolas en la cama para tomar impulso y ejerciendo todo su auto control trataba de ahogar el grito que amenazaba con desgarrarle el pecho.


—Voy a morir… Pedro voy a morir —logró esbozar antes de salir disparada al espacio, gravitando y quedando suspendida allí.


Pedro gimió contra la temblorosa piel del cuello de Paula mientras soportaba las contracciones que ella ejercía en torno a él, apretando los dientes con fuerza para retener su propio desahogo, quería darle más pero apenas podía soportar y sin darle tiempo para recuperarse, la puso de frente y la llevó consigo cuando se tumbó de espaldas en la cama.


—Vamos preciosa… llévame Paula, muévete como sabes —susurró contra los labios que se movían buscando aire.


Pedro no puedo… no puedo… estoy a punto de desmayarme —confesó con la voz ronca y los ojos brillantes por las lágrimas.


—Me dijo que no se quejaría escritora —le recordó sonriendo, sintiendo el pecho a punto de explotarle de tanta felicidad por verla así.


—Mentí… mi amor ten piedad de mí —suplicó sintiendo que tanto placer podía matarla y tembló cuando él deslizó su mano a lo largo de su columna para posarla al final, manteniéndola allí mientras se movía de manera acompasada en su interior.


—Solo uno más para mí… ayúdame a liberarme Paula —le pidió. No porque no pudiera hacerlo él solo, sino porque la quería activa.


Pedro Alfonso… haz lo que quieras conmigo, soy tuya —esbozó mirándolo a los ojos y jadeó al sentir que él empujaba con fuerza una vez más dentro de ella.


Paula clavó sus dedos en los brazos firme de él y arriesgándose a quedar desmayada sobre Pedro, se lanzó a conquistar un orgasmo más, moviendo sus caderas con rapidez para seguirle el ritmo, comenzó a jadear y gemir con fuerza mientras le besaba el cuello, el rostro, los hombros, mordiéndolo cuando sentía que estaba a punto de dejarse ir y las sensaciones dentro de ella la azotaban como un huracán.


Él llevó sus manos al rostro de Paula para acunarlo y mirándola a los ojos se liberó dejando que su esencia se derramara muy profundo, los gemidos eran casi gruñidos que parecían romperle el pecho al salir de él, mientras temblores lo recorrían de arriba abajo y ese cielo que le había sido negado por casi cuatro años una vez más era suyo, al igual que lo era Paula y lo supo cuando gritó su nombre en la cima del éxtasis.


La explosión de sus cuerpos los envolvió a los dos al mismo tiempo, elevándolos a una nube que los mantuvo flotando, siendo conscientes nada más el uno del otro por varios segundos y cuando volvieron a tierra, se sentían completamente exhaustos. Paula fue la primera en tener una reacción, comenzó a reír en el cuello de él, sintiendo que las emociones la desbordaban.


—Se le nota muy feliz para haber estado a punto de morir señorita Chaves —esbozó él riendo al igual que ella, mientras le acariciaba la espalda y le daba suaves besos en el cabello.


—Eres un tonto —dijo moviéndose para mirarlo a los ojos y suspiró cautivada por la imagen de Pedro—. Te amo, te amo —esbozó dándole ligeros besos en el rostro hasta llegar a su boca.


Él enredó sus dedos en el cabello de Paula, abriendo su mano para abarcar cuanto podía y mantenerla allí, besándola con pasión hasta que sintió que se quedaba sin aire, rodó poniéndola bajo su cuerpo sin abandonar sus labios ni tampoco su cuerpo, quería quedarse así con ella para siempre, sintiéndose parte de Paula.














CAPITULO 175




Paula se cepillaba el cabello después de un relajante baño en la tina con agua caliente y esencias, que le quitaron todo el cansancio acumulado durante el día, se sentó en el sillón tomando su portátil para revisar sus correos cuando escuchó la melodía que Pedro le dedicara en el avión, y ella había seleccionado para identificar sus llamadas.


—Hola… ¿Por qué me llamas a esta hora? —preguntó en voz baja, entre sorprendida y preocupada.


—Necesito que bajes.


—¿Ahora? ¿Dónde estás? —respondió con preguntas mientras se ponía de pie dejando su notebook de lado.


—Estoy aquí abajo, en el jardín… sal por la puerta de la cocina.


Pedro en serio, te volviste loco —esbozó sonriendo, se asomó a la ventana, lo vio haciéndole señas en medio de la oscuridad y eso hizo que su corazón se lanzara en latidos desbocados.


—Eso no es novedad Paula, baja ahora.


—No puedo salir, si bajo y abro la puerta alguien podría escuchar… ¿Y para qué deseas que lo haga? —después que hizo la pregunta supo que había sido muy tonta.


Pedro rodó los ojos y elevó su mano enseñándole el juego de llaves, después señaló con la cabeza la casa que ocupaban Cristina y Jacobo, ella sabía que ellos se habían marchado, pero nunca se le pasó por la cabeza que le dejaran las llaves a él. La emoción no la dejó actuar enseguida, solo cuando vio la hermosa sonrisa que él le entregó pudo salir del trance pues sabía lo que eso significaba, asintió en silencio y corrió hasta el armario para buscar algo más decente que ponerse.


—¿Qué haces?


Escuchó que le preguntaba Pedro, aún mantenía la llamada, aguantó el teléfono con el hombro mientras removía los pijamas.


—Buscando algo que ponerme, ya me había cambiado para dormir —contestó tomando uno de camisa y pantalón de seda en tono marfil.


—No te cambies quiero ver lo que llevas puesto.


—No puedo bajar con esto Pedro, apenas voy vestida.


—Paula Chaves baja en cinco minutos o seré yo quien suba.


—Quédate allí, ya bajo… —dijo tomando un grueso cárdigan.


Al menos eso lograría cubrirla y siempre podía decir que salió a tomar un poco de aire o mirar las estrellas o lo que sea, si alguien la veía.


Corrió por el pasillo llevando las pantuflas y el teléfono en la mano, bajó las escaleras cuidando de no hacer ruido mientras miraba a todos lados mientras se dirigía hacia la cocina, cuando estuvo frente a la puerta mostró una sonrisa triunfante, giró el picaporte y lo jaló hacia ella pero este no cedió, lo intentó un par de veces más negándose a creer que eso estuviera sucediendo.


—¡Maldición! —exclamó por lo bajo y apoyó la frente en el frío cristal de uno de los paneles, reaccionó recordando que siempre colocaban las llaves junto al perchero a la izquierda de la puerta principal, así que corrió de regreso al salón para buscarlas.


No podía culpar a las chicas encargadas de la casa de cerrar con llave, porque sabía que era una costumbre, ella misma durante los primeros meses allí lo hacía, la paranoia americana de ver psicópatas en todos lados. Intentó primero probar a ver si la de la entrada principal estaba abierta, tampoco, así que buscó el perchero pero se encontraba vacío.


—No puede ser… no puede ser —se repetía intentando no caer en la desesperación. Suspiró sintiéndose derrotada y se dispuso a regresar hasta la habitación para informarle a Pedro lo que sucedía.


—Todas las puertas están cerradas y las llaves no están en el perchero, debe tenerla alguna de las chicas encargadas de la limpieza —mencionó con desgano, en cuanto él recibió la llamada.


—¿Qué? ¿Acaso esto es un desgraciado internado y una de ellas la madre superiora? —expresó furioso.


—No te enfades, no lo hicieron a propósito, recuerda que yo también lo hacía es una costumbre… ¿Qué hacemos? —preguntó mirándolo.


—No sé —dijo sin poder disimular la rabia que lo embargaba.


—¿Por qué no subes tú? Esto es una escalera y está pegada a la pared así que es segura —ofreció una solución.


—Sí, claro puedo hacerlo, pero antes de llegar arriba me habré orinado los pantalones —comentó recordándole su miedo a las alturas, Paula estaba en una tercera planta.


—Bien —esbozó ella intentando no reír para evitar que se enfureciera más, se asomó para evaluar qué tan alto estaba, no eran más de veinte metros—. Lo haré yo —indicó y lanzó las pantuflas.


—¿Te has vuelto loca? Eso está muy alto Paula.


—Son unos pocos metros y no le temo a las alturas, ataja mi teléfono, debo llevarlo en caso que alguien note que no estoy y me llamen —señaló moviendo sus manos para que Pedro se preparara.


—Espera… solo ten mucho cuidado por favor —pidió mirándola a los ojos y dejó su teléfono de lado para recibir el de ella.


Paula le dedicó una sonrisa para calmarlo y revisó que la escalera fuera estable, pasó una pierna por encima del barandal de madera de su balcón y en momentos como esos agradecía al yoga por hacerla tan flexible, pero no mucho a su idea de solo llevar ese conjunto pues debía estar dándole una vista envidiable a Pedro, lo miró por encima del hombro y se condolió del pobre que apenas sí le prestaba atención a su trasero al aire, por estar cuidando de ella.


—Hazlo despacio preciosa… no tenemos prisa, bueno sí tenemos, pero no quiero que te vayas a caer —indicó mirándola.


—Está bien… no me distraigas y relájate que no me pasará nada —mencionó temblando al escuchar que la madera traqueaba.


Comenzó a bajar con rapidez, intentando no apoyarse mucho en cada peldaño y alternándolos, no eran más de treinta así que cuando menos lo esperó ya estaba por llegar al suelo.


—¡Espera! No hay más peldaños… vas a tener que soltarte desde allí.


—Pero aún está alto Pedro —dijo mirando que al menos unos dos metros la separaban del suelo.


—Yo te ayudo —indicó él acercándose para tomarle las piernas—. Bonita vista —esbozó disfrutando del perfecto trasero enfundado en un sexys cullote de color negro con lunares blancos, sonrió al ver la mirada de advertencia que Paula le dio, la tomó por la cintura mientras se doblaba un poco—. Suéltate ya te tengo —le hizo saber y se la montó en los hombros como si se tratase de una niña.


—Bueno, ya puedes bajarme… Pedro —dijo al ver que él pretendía llevarla de esa manera.


—Nunca hicimos esta posición, quizás debamos ponerla en práctica —dijo sonriendo con malicia mientras la miraba.


—¿Qué se supone que haríamos estando…? —preguntaba cuando vio la mirada de él intensificarse y ella se sintió arder—. No respondas.


Él movió la cabeza hacia la derecha, le mordió el interior del muslo con suavidad, la sintió temblar mientras gemía y no pudo evitar pasar su lengua para aliviar la marca roja que había dejado en la piel nácar.


Pedro —susurró Paula cerrando los ojos.


Lo sujetó del cabello para parar esa deliciosa tortura, mientras sentía cómo sus músculos más íntimos se contraían de placer, se mordió el labio cuando Pedro depositó un suave beso donde antes los dientes habían atrapado su piel, le acarició las piernas para llevar sus manos y cerrarle la cintura mientras doblaba su cuerpo para bajarla.


—Sana y salva en tierra señorita Chaves —mencionó irguiéndose para mirarla a los ojos.


—Gracias —Paula tomó el rostro de él entre sus manos y lo besó casi con desesperación, gimiendo al sentir la pesada lengua de Pedro entrar de lleno a su boca y hacer fiesta— ¿Cómo conseguiste las llaves? —preguntó una vez se separaron.


—Cristina me las entregó, está al tanto de las reglas que nos colocaron y al igual que yo piensa que es absurdo, así que mientras ellos están en Pisa nos prestaron su casa —contestó con una sonrisa y la tomó de la mano.


—Espera un momento… pero si alguien despierta y descubren que no estamos —decía mientras caminaba.


—No se darán cuenta, tendría que ir a nuestras habitaciones y ¿Quién lo hará a esta hora? — preguntó mostrándose confiado.


—Espero que nadie —contestó y lo jaló del brazo para hacer que se apurara mientras sonreía con picardía.


Pedro la tomó por la cintura pegándola a su cuerpo y le dio un beso en el cuello, disfrutando de ese temblor que le entregó junto con el suave movimiento de sus caderas que lo buscaron, haciéndole sentir en el roce las firmes y redondas nalgas contra su entrepierna.


—Estás jugando con fuego Paula —le susurró mordiéndole el lóbulo de la oreja y acariciándole uno de los senos, gimiendo al comprobar que no llevaba nada bajo la camiseta que tenía puesta.


—Quizás desee quemarme —respondió ella de manera provocadora y llevó su mano por detrás hasta la protuberancia en sus pantalones.


—Entremos —dijo él con urgencia y se movió con ella para abrir la puerta, cuidando de no hacer ruido.


Ambos se sentían como un par de adolescentes que se escabullían de casa de sus padres a medianoche, apenas se cerró la puerta, Paula se volvió para mirar a su alrededor, la cocina estaba envuelta en penumbras pero los recuerdos llegaban hasta ella con una nitidez impresionante, sobre todo aquella vez cuando estando allí le dijo que sí a Pedro y en ese instante su mundo entero cambió.


—Subamos, creo que Cristina nos dejó una sorpresa porque me pidió que lo hiciera solo cuando estuviera contigo —susurró cerca de su oído, rodeándole la cintura para después darle un beso en el hombro.


—Claro —contestó sonriendo y le dio un beso en la mejilla.


Se dirigieron hasta el salón y con rapidez subieron las escaleras, caminando con cuidado por el pasillo oscuro llegaron hasta la habitación de Pedro y vieron que era la única que estaba iluminada, él giró el pomo y abrió despacio la puerta. Ciertamente no estaba preparado para algo así, ni siquiera si lo hubiera planeado le habría salido tan bien y se dijo que debía comerse a besos a Cristina cuando la viera, se volvió para ver a Paula pues quería grabar en su memoria su reacción.


Ella entró y sus ojos de inmediato fueron hechizados por el ambiente en la habitación, solo estaban encendidas las luces de las lámparas a cada lado de la cama, iluminando tenuemente ésta que lucía bellísima, cubierta por impecables y esponjosas cobijas blancas que habían sido adornadas con al menos unos diez tipos de flores, todas de vivos colores; no tenía que ser adivina para saber que eran del jardín, habían amapolas, girasoles, violetas, margaritas, era un verdadero espectáculo.


—Es hermoso —susurró sintiendo las lágrimas colmar sus ojos— ¿Tú le pediste que hiciera todo esto? —preguntó volviéndose a mirarlo.


—Me hubiera gustado decir que sí, pero no tenía ni idea que me dejarían las llaves, mucho menos que prepararía la habitación de esta manera… Es lindo —comentó sintiéndose emocionado también.


—Bueno, un punto menos para usted, por no ser tan romántico señor Alfonso —esbozó con seriedad, pero al ver que él se mostraba tímido lo jaló del brazo para atraerlo a su cuerpo—. No lo tomaremos en cuenta por tratarse de la primera vez, pero recuérdalo para la próxima… aunque no lo parezca, soy una chica romántica y tienes que culpar de eso a un guapo italiano que me enseñó lo que era el amor —expresó sonriendo al ver la sorpresa en su rostro, le acarició los brazos.


—Dejaré el campo de girasoles sin uno solo para ponerlo todos a tus pies —acotó envolviéndola en sus brazos y se acercó para besarla.


Comenzó a acariciarle la espalda dejando que su mano viajara con total libertad hasta apoyarse en la curva al final de su espalda, la pegó a él gimiendo al sentir la suavidad de la figura de Paula, mientras la besaba lentamente, con dedicación para que se sintiera más que deseada, amada. 


Abandonó los labios de Paula y dejó que los suyos se deslizaran por la sutil línea del mentón hasta llegar al cuello, los separó dejando que su lengua también disfrutara de la suavidad de la piel.


Paula se dejaba besar por Pedro mientras se deleitaba hundiendo sus manos en la espesa cabellera, sintiendo cómo el ritmo de su corazón se aceleraba cada vez más y la piel ganaba calor, erizándose. Suspiró al sentir cayendo al piso el grueso cárdigan que llevaba, después las manos de Pedro comenzaron a deslizarse por su cintura.


Ella no deseaba mantener una actitud pasiva, así que empezó a subir la camiseta que llevaba él para quitársela, se alejó para mirarlo a los ojos entregándole una sonrisa mientras se la sacaba por la cabeza.


—Estás temblando… ¿Tienes frío? —preguntó él cuando sintió las manos trémulas de Paula acariciarle el pecho.


—No… no es frío, es que te deseo demasiado —respondió antes de besarlo y deslizar sus manos hasta la fuerte espalda, gimiendo de placer cuando las manos de él le apretaron con suavidad el derrier.


Pedro movió sus manos después de masajear las nalgas de Paula hasta la cintura de ella y con lentitud fue subiendo la delicada camiseta que le mostraba los pezones erguidos, detuvo los besos para sacársela y sus ojos de inmediato se posaron en ese par de senos que tantos sueños habían protagonizado, bajó hasta dejar su boca a la altura de ellos y buscó los ojos de Paula antes de apoderarse cerrando sus labios sobre uno de los pezones.


Un temblor la recorrió entera al sentir la suave succión, gimió y se aferró a los hombros de Pedro temiendo que las piernas pudieran fallarle, su mirada se ahogó en la de él mientras seguía bebiendo lentamente de su seno, acariciando el pezón con la lengua y apretándolo con la mano con un toque extraordinario, no muy rudo y tampoco suave.


Pedro —susurró mirándolo a los ojos, suplicándole para que le diera todo aquello que tanto extrañó.


—Tu piel me vuelve loco —murmuró besando el sensible lugar en medio de los senos de Paula y deslizó su lengua un par de veces.


Ella gimió dejando caer la cabeza hacia atrás mientras se aferraba a la nuca de él, sintiendo la humedad que brotaba de su interior deslizarse tibia y lentamente en su intimidad. 


Le tomó el rostro para mirarlo a los ojos al tiempo que bajaba para besarlo, acarició con su lengua los labios de Pedro y después la de él salió en busca de la suya.


Lo vio bajar para ponerse de rodillas mientras le besaba el vientre, podía sentir sus manos acariciando todo a la vez, sus senos, su trasero, sus piernas y no supo en qué momento logró hacer que se diera la vuelta quedando de espaldas a él, un temblor que nació en su centro le recorrió todo el cuerpo cuando él comenzó a besarle las nalgas, dejando caer suaves y tibios besos sobre ellas, incluso por encima del panty que llevaba, sintió cómo sus dedos se hacían espacio bajo la tela para acariciar la sensible piel, deslizándose por la línea que las separaba.


—Por favor, tócame —rogó al sentir que él llegaba muy cerca de su palpitante intimidad pero no la rozaba.


—Voy a hacer mucho más que eso Paula —susurró dejando que su aliento se estrellara sobre la sensible y erizada piel.


Con una mano deslizó la delicada prenda de encajes y algodón hacia un lado, comprobando lo que su instinto ya le gritaba, que ella estaba húmeda y lista para recibirlo, con la otra se apoderó de la cadera para atraerla hacia él y tocó con la punta de la lengua el nacimiento de sus labios inferiores, la sintió temblar al tiempo que le regalaba un jadeo a sus oídos y después moverse poniéndose de puntillas y abriéndose un poco para ofrecerse a él.


Paula sintió que su mundo entero se tambaleó y tuvo que buscar algo de dónde apoyarse cuando Pedro deslizó su pesada y caliente lengua por sus labios, éstos estaban tan sensibles y húmedos, todo era más intenso cuando sentía la respiración agitada, el toque posesivo de su mano sobre su cadera, mientras ella solo podía gemir y estremecerse. 


Aferró una de sus manos a la estructura de la cama mientras la otra viajaba a la cabellera castaña de él y en una súplica silenciosa lo instaba a ir más profundo, a tomar todo de ella hasta hacerla perder la razón.


Pedro comenzó a bajar el ritmo de sus besos, deseaba prolongar tanto como pudiera esa noche y sentir a Paula al borde de un orgasmo, solo despertaba en él los deseos de también tener el suyo, succionó un par de veces antes de separarse para ponerse de pie mientras le dejaba caer una lluvia de besos sobre la espalda. La giró para mirarla a la cara, sonrió al ver que ella parpadeaba y lo miraba como pidiéndole una explicación, le acarició los labios hinchados por los besos.


—Eres preciosa y perfecta —susurró detallándole el rostro.


—Y también llevo mucho esperando para que me des un orgasmo —esbozó sin siquiera proponérselo y después cerró los ojos apenada.


—Mírame… —pidió tomándole el mentón y cuando ella lo hizo habló de nuevo—. No te daré solo uno Paula… te los daré todos, de ahora en adelante todos tus orgasmos serán solo míos — expresó.


La besó con la intensidad que el amor y el deseo por ella provocaban en él, pegándola a su cuerpo para que no hubiera nada que los separase, enredó su mano en el cabello de Paula gimiendo al sentir que ella abría su boca para entregarse por completo, a la vez que se esmeraba en conquistarlo.


La levantó por la cintura y ella de inmediato lo rodeó con sus piernas, justo como años atrás, el tiempo no había logrado que olvidaran cómo se desenvolvían estando juntos, ni lo que provocaban sus pieles cuando se rozaban.