martes, 1 de septiembre de 2015
CAPITULO 175
Paula se cepillaba el cabello después de un relajante baño en la tina con agua caliente y esencias, que le quitaron todo el cansancio acumulado durante el día, se sentó en el sillón tomando su portátil para revisar sus correos cuando escuchó la melodía que Pedro le dedicara en el avión, y ella había seleccionado para identificar sus llamadas.
—Hola… ¿Por qué me llamas a esta hora? —preguntó en voz baja, entre sorprendida y preocupada.
—Necesito que bajes.
—¿Ahora? ¿Dónde estás? —respondió con preguntas mientras se ponía de pie dejando su notebook de lado.
—Estoy aquí abajo, en el jardín… sal por la puerta de la cocina.
—Pedro en serio, te volviste loco —esbozó sonriendo, se asomó a la ventana, lo vio haciéndole señas en medio de la oscuridad y eso hizo que su corazón se lanzara en latidos desbocados.
—Eso no es novedad Paula, baja ahora.
—No puedo salir, si bajo y abro la puerta alguien podría escuchar… ¿Y para qué deseas que lo haga? —después que hizo la pregunta supo que había sido muy tonta.
Pedro rodó los ojos y elevó su mano enseñándole el juego de llaves, después señaló con la cabeza la casa que ocupaban Cristina y Jacobo, ella sabía que ellos se habían marchado, pero nunca se le pasó por la cabeza que le dejaran las llaves a él. La emoción no la dejó actuar enseguida, solo cuando vio la hermosa sonrisa que él le entregó pudo salir del trance pues sabía lo que eso significaba, asintió en silencio y corrió hasta el armario para buscar algo más decente que ponerse.
—¿Qué haces?
Escuchó que le preguntaba Pedro, aún mantenía la llamada, aguantó el teléfono con el hombro mientras removía los pijamas.
—Buscando algo que ponerme, ya me había cambiado para dormir —contestó tomando uno de camisa y pantalón de seda en tono marfil.
—No te cambies quiero ver lo que llevas puesto.
—No puedo bajar con esto Pedro, apenas voy vestida.
—Paula Chaves baja en cinco minutos o seré yo quien suba.
—Quédate allí, ya bajo… —dijo tomando un grueso cárdigan.
Al menos eso lograría cubrirla y siempre podía decir que salió a tomar un poco de aire o mirar las estrellas o lo que sea, si alguien la veía.
Corrió por el pasillo llevando las pantuflas y el teléfono en la mano, bajó las escaleras cuidando de no hacer ruido mientras miraba a todos lados mientras se dirigía hacia la cocina, cuando estuvo frente a la puerta mostró una sonrisa triunfante, giró el picaporte y lo jaló hacia ella pero este no cedió, lo intentó un par de veces más negándose a creer que eso estuviera sucediendo.
—¡Maldición! —exclamó por lo bajo y apoyó la frente en el frío cristal de uno de los paneles, reaccionó recordando que siempre colocaban las llaves junto al perchero a la izquierda de la puerta principal, así que corrió de regreso al salón para buscarlas.
No podía culpar a las chicas encargadas de la casa de cerrar con llave, porque sabía que era una costumbre, ella misma durante los primeros meses allí lo hacía, la paranoia americana de ver psicópatas en todos lados. Intentó primero probar a ver si la de la entrada principal estaba abierta, tampoco, así que buscó el perchero pero se encontraba vacío.
—No puede ser… no puede ser —se repetía intentando no caer en la desesperación. Suspiró sintiéndose derrotada y se dispuso a regresar hasta la habitación para informarle a Pedro lo que sucedía.
—Todas las puertas están cerradas y las llaves no están en el perchero, debe tenerla alguna de las chicas encargadas de la limpieza —mencionó con desgano, en cuanto él recibió la llamada.
—¿Qué? ¿Acaso esto es un desgraciado internado y una de ellas la madre superiora? —expresó furioso.
—No te enfades, no lo hicieron a propósito, recuerda que yo también lo hacía es una costumbre… ¿Qué hacemos? —preguntó mirándolo.
—No sé —dijo sin poder disimular la rabia que lo embargaba.
—¿Por qué no subes tú? Esto es una escalera y está pegada a la pared así que es segura —ofreció una solución.
—Sí, claro puedo hacerlo, pero antes de llegar arriba me habré orinado los pantalones —comentó recordándole su miedo a las alturas, Paula estaba en una tercera planta.
—Bien —esbozó ella intentando no reír para evitar que se enfureciera más, se asomó para evaluar qué tan alto estaba, no eran más de veinte metros—. Lo haré yo —indicó y lanzó las pantuflas.
—¿Te has vuelto loca? Eso está muy alto Paula.
—Son unos pocos metros y no le temo a las alturas, ataja mi teléfono, debo llevarlo en caso que alguien note que no estoy y me llamen —señaló moviendo sus manos para que Pedro se preparara.
—Espera… solo ten mucho cuidado por favor —pidió mirándola a los ojos y dejó su teléfono de lado para recibir el de ella.
Paula le dedicó una sonrisa para calmarlo y revisó que la escalera fuera estable, pasó una pierna por encima del barandal de madera de su balcón y en momentos como esos agradecía al yoga por hacerla tan flexible, pero no mucho a su idea de solo llevar ese conjunto pues debía estar dándole una vista envidiable a Pedro, lo miró por encima del hombro y se condolió del pobre que apenas sí le prestaba atención a su trasero al aire, por estar cuidando de ella.
—Hazlo despacio preciosa… no tenemos prisa, bueno sí tenemos, pero no quiero que te vayas a caer —indicó mirándola.
—Está bien… no me distraigas y relájate que no me pasará nada —mencionó temblando al escuchar que la madera traqueaba.
Comenzó a bajar con rapidez, intentando no apoyarse mucho en cada peldaño y alternándolos, no eran más de treinta así que cuando menos lo esperó ya estaba por llegar al suelo.
—¡Espera! No hay más peldaños… vas a tener que soltarte desde allí.
—Pero aún está alto Pedro —dijo mirando que al menos unos dos metros la separaban del suelo.
—Yo te ayudo —indicó él acercándose para tomarle las piernas—. Bonita vista —esbozó disfrutando del perfecto trasero enfundado en un sexys cullote de color negro con lunares blancos, sonrió al ver la mirada de advertencia que Paula le dio, la tomó por la cintura mientras se doblaba un poco—. Suéltate ya te tengo —le hizo saber y se la montó en los hombros como si se tratase de una niña.
—Bueno, ya puedes bajarme… Pedro —dijo al ver que él pretendía llevarla de esa manera.
—Nunca hicimos esta posición, quizás debamos ponerla en práctica —dijo sonriendo con malicia mientras la miraba.
—¿Qué se supone que haríamos estando…? —preguntaba cuando vio la mirada de él intensificarse y ella se sintió arder—. No respondas.
Él movió la cabeza hacia la derecha, le mordió el interior del muslo con suavidad, la sintió temblar mientras gemía y no pudo evitar pasar su lengua para aliviar la marca roja que había dejado en la piel nácar.
—Pedro —susurró Paula cerrando los ojos.
Lo sujetó del cabello para parar esa deliciosa tortura, mientras sentía cómo sus músculos más íntimos se contraían de placer, se mordió el labio cuando Pedro depositó un suave beso donde antes los dientes habían atrapado su piel, le acarició las piernas para llevar sus manos y cerrarle la cintura mientras doblaba su cuerpo para bajarla.
—Sana y salva en tierra señorita Chaves —mencionó irguiéndose para mirarla a los ojos.
—Gracias —Paula tomó el rostro de él entre sus manos y lo besó casi con desesperación, gimiendo al sentir la pesada lengua de Pedro entrar de lleno a su boca y hacer fiesta— ¿Cómo conseguiste las llaves? —preguntó una vez se separaron.
—Cristina me las entregó, está al tanto de las reglas que nos colocaron y al igual que yo piensa que es absurdo, así que mientras ellos están en Pisa nos prestaron su casa —contestó con una sonrisa y la tomó de la mano.
—Espera un momento… pero si alguien despierta y descubren que no estamos —decía mientras caminaba.
—No se darán cuenta, tendría que ir a nuestras habitaciones y ¿Quién lo hará a esta hora? — preguntó mostrándose confiado.
—Espero que nadie —contestó y lo jaló del brazo para hacer que se apurara mientras sonreía con picardía.
Pedro la tomó por la cintura pegándola a su cuerpo y le dio un beso en el cuello, disfrutando de ese temblor que le entregó junto con el suave movimiento de sus caderas que lo buscaron, haciéndole sentir en el roce las firmes y redondas nalgas contra su entrepierna.
—Estás jugando con fuego Paula —le susurró mordiéndole el lóbulo de la oreja y acariciándole uno de los senos, gimiendo al comprobar que no llevaba nada bajo la camiseta que tenía puesta.
—Quizás desee quemarme —respondió ella de manera provocadora y llevó su mano por detrás hasta la protuberancia en sus pantalones.
—Entremos —dijo él con urgencia y se movió con ella para abrir la puerta, cuidando de no hacer ruido.
Ambos se sentían como un par de adolescentes que se escabullían de casa de sus padres a medianoche, apenas se cerró la puerta, Paula se volvió para mirar a su alrededor, la cocina estaba envuelta en penumbras pero los recuerdos llegaban hasta ella con una nitidez impresionante, sobre todo aquella vez cuando estando allí le dijo que sí a Pedro y en ese instante su mundo entero cambió.
—Subamos, creo que Cristina nos dejó una sorpresa porque me pidió que lo hiciera solo cuando estuviera contigo —susurró cerca de su oído, rodeándole la cintura para después darle un beso en el hombro.
—Claro —contestó sonriendo y le dio un beso en la mejilla.
Se dirigieron hasta el salón y con rapidez subieron las escaleras, caminando con cuidado por el pasillo oscuro llegaron hasta la habitación de Pedro y vieron que era la única que estaba iluminada, él giró el pomo y abrió despacio la puerta. Ciertamente no estaba preparado para algo así, ni siquiera si lo hubiera planeado le habría salido tan bien y se dijo que debía comerse a besos a Cristina cuando la viera, se volvió para ver a Paula pues quería grabar en su memoria su reacción.
Ella entró y sus ojos de inmediato fueron hechizados por el ambiente en la habitación, solo estaban encendidas las luces de las lámparas a cada lado de la cama, iluminando tenuemente ésta que lucía bellísima, cubierta por impecables y esponjosas cobijas blancas que habían sido adornadas con al menos unos diez tipos de flores, todas de vivos colores; no tenía que ser adivina para saber que eran del jardín, habían amapolas, girasoles, violetas, margaritas, era un verdadero espectáculo.
—Es hermoso —susurró sintiendo las lágrimas colmar sus ojos— ¿Tú le pediste que hiciera todo esto? —preguntó volviéndose a mirarlo.
—Me hubiera gustado decir que sí, pero no tenía ni idea que me dejarían las llaves, mucho menos que prepararía la habitación de esta manera… Es lindo —comentó sintiéndose emocionado también.
—Bueno, un punto menos para usted, por no ser tan romántico señor Alfonso —esbozó con seriedad, pero al ver que él se mostraba tímido lo jaló del brazo para atraerlo a su cuerpo—. No lo tomaremos en cuenta por tratarse de la primera vez, pero recuérdalo para la próxima… aunque no lo parezca, soy una chica romántica y tienes que culpar de eso a un guapo italiano que me enseñó lo que era el amor —expresó sonriendo al ver la sorpresa en su rostro, le acarició los brazos.
—Dejaré el campo de girasoles sin uno solo para ponerlo todos a tus pies —acotó envolviéndola en sus brazos y se acercó para besarla.
Comenzó a acariciarle la espalda dejando que su mano viajara con total libertad hasta apoyarse en la curva al final de su espalda, la pegó a él gimiendo al sentir la suavidad de la figura de Paula, mientras la besaba lentamente, con dedicación para que se sintiera más que deseada, amada.
Abandonó los labios de Paula y dejó que los suyos se deslizaran por la sutil línea del mentón hasta llegar al cuello, los separó dejando que su lengua también disfrutara de la suavidad de la piel.
Paula se dejaba besar por Pedro mientras se deleitaba hundiendo sus manos en la espesa cabellera, sintiendo cómo el ritmo de su corazón se aceleraba cada vez más y la piel ganaba calor, erizándose. Suspiró al sentir cayendo al piso el grueso cárdigan que llevaba, después las manos de Pedro comenzaron a deslizarse por su cintura.
Ella no deseaba mantener una actitud pasiva, así que empezó a subir la camiseta que llevaba él para quitársela, se alejó para mirarlo a los ojos entregándole una sonrisa mientras se la sacaba por la cabeza.
—Estás temblando… ¿Tienes frío? —preguntó él cuando sintió las manos trémulas de Paula acariciarle el pecho.
—No… no es frío, es que te deseo demasiado —respondió antes de besarlo y deslizar sus manos hasta la fuerte espalda, gimiendo de placer cuando las manos de él le apretaron con suavidad el derrier.
Pedro movió sus manos después de masajear las nalgas de Paula hasta la cintura de ella y con lentitud fue subiendo la delicada camiseta que le mostraba los pezones erguidos, detuvo los besos para sacársela y sus ojos de inmediato se posaron en ese par de senos que tantos sueños habían protagonizado, bajó hasta dejar su boca a la altura de ellos y buscó los ojos de Paula antes de apoderarse cerrando sus labios sobre uno de los pezones.
Un temblor la recorrió entera al sentir la suave succión, gimió y se aferró a los hombros de Pedro temiendo que las piernas pudieran fallarle, su mirada se ahogó en la de él mientras seguía bebiendo lentamente de su seno, acariciando el pezón con la lengua y apretándolo con la mano con un toque extraordinario, no muy rudo y tampoco suave.
—Pedro —susurró mirándolo a los ojos, suplicándole para que le diera todo aquello que tanto extrañó.
—Tu piel me vuelve loco —murmuró besando el sensible lugar en medio de los senos de Paula y deslizó su lengua un par de veces.
Ella gimió dejando caer la cabeza hacia atrás mientras se aferraba a la nuca de él, sintiendo la humedad que brotaba de su interior deslizarse tibia y lentamente en su intimidad.
Le tomó el rostro para mirarlo a los ojos al tiempo que bajaba para besarlo, acarició con su lengua los labios de Pedro y después la de él salió en busca de la suya.
Lo vio bajar para ponerse de rodillas mientras le besaba el vientre, podía sentir sus manos acariciando todo a la vez, sus senos, su trasero, sus piernas y no supo en qué momento logró hacer que se diera la vuelta quedando de espaldas a él, un temblor que nació en su centro le recorrió todo el cuerpo cuando él comenzó a besarle las nalgas, dejando caer suaves y tibios besos sobre ellas, incluso por encima del panty que llevaba, sintió cómo sus dedos se hacían espacio bajo la tela para acariciar la sensible piel, deslizándose por la línea que las separaba.
—Por favor, tócame —rogó al sentir que él llegaba muy cerca de su palpitante intimidad pero no la rozaba.
—Voy a hacer mucho más que eso Paula —susurró dejando que su aliento se estrellara sobre la sensible y erizada piel.
Con una mano deslizó la delicada prenda de encajes y algodón hacia un lado, comprobando lo que su instinto ya le gritaba, que ella estaba húmeda y lista para recibirlo, con la otra se apoderó de la cadera para atraerla hacia él y tocó con la punta de la lengua el nacimiento de sus labios inferiores, la sintió temblar al tiempo que le regalaba un jadeo a sus oídos y después moverse poniéndose de puntillas y abriéndose un poco para ofrecerse a él.
Paula sintió que su mundo entero se tambaleó y tuvo que buscar algo de dónde apoyarse cuando Pedro deslizó su pesada y caliente lengua por sus labios, éstos estaban tan sensibles y húmedos, todo era más intenso cuando sentía la respiración agitada, el toque posesivo de su mano sobre su cadera, mientras ella solo podía gemir y estremecerse.
Aferró una de sus manos a la estructura de la cama mientras la otra viajaba a la cabellera castaña de él y en una súplica silenciosa lo instaba a ir más profundo, a tomar todo de ella hasta hacerla perder la razón.
Pedro comenzó a bajar el ritmo de sus besos, deseaba prolongar tanto como pudiera esa noche y sentir a Paula al borde de un orgasmo, solo despertaba en él los deseos de también tener el suyo, succionó un par de veces antes de separarse para ponerse de pie mientras le dejaba caer una lluvia de besos sobre la espalda. La giró para mirarla a la cara, sonrió al ver que ella parpadeaba y lo miraba como pidiéndole una explicación, le acarició los labios hinchados por los besos.
—Eres preciosa y perfecta —susurró detallándole el rostro.
—Y también llevo mucho esperando para que me des un orgasmo —esbozó sin siquiera proponérselo y después cerró los ojos apenada.
—Mírame… —pidió tomándole el mentón y cuando ella lo hizo habló de nuevo—. No te daré solo uno Paula… te los daré todos, de ahora en adelante todos tus orgasmos serán solo míos — expresó.
La besó con la intensidad que el amor y el deseo por ella provocaban en él, pegándola a su cuerpo para que no hubiera nada que los separase, enredó su mano en el cabello de Paula gimiendo al sentir que ella abría su boca para entregarse por completo, a la vez que se esmeraba en conquistarlo.
La levantó por la cintura y ella de inmediato lo rodeó con sus piernas, justo como años atrás, el tiempo no había logrado que olvidaran cómo se desenvolvían estando juntos, ni lo que provocaban sus pieles cuando se rozaban.
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