sábado, 5 de septiembre de 2015

CAPITULO 190




Después que Lisandro se marchó, tuvieron la libertad para hacer lo que quisieron y lo primero que pidió Pedro fue que ella modelara para él ese sexy conjunto que llevaba, el cuerpo de Paula envuelto en fina lencería le aceleraba el corazón igual que años atrás, despertando un deseo incontrolable en su cuerpo que solo pudo saciar haciéndola suya. Paula le mostró todas las pelucas que había comprado y también las modeló para él, tenía una negra azabache, otra rubia oscuro entre otras; con cada una le mostraba una personalidad diferente, lo que le arrancó más de una carcajada a Pedro que aplaudía sus dotes actorales.


También hablaron sobre lo ocurrido entre Marcello y Diana. Pedro le reveló varios acontecimientos que habían marcado la vida del fotógrafo, los mismos la impactaron, pero aun así le parecía que su manera de proceder no había sido la más correcta, pues su hermana no estaba al tanto
de nada y lo quisiera o no la había herido. Al menos esperaba que Marcello le contara todo a Diana, si deseaba tener una relación seria debía hacerlo, ella tenía que enterarse por él y no por terceros, además no podía traicionar la confianza que había depositado Pedro en ella al contarle la historia de su amigo.


Ese domingo amaneció especialmente hermoso y brillante para ambos, despertaron cerca de las nueve de la mañana pero se quedaron por varios minutos más dedicándose miradas y sonrisas.


Bajaron para preparar el desayuno, algo ligero ya que los padres de Pedro los habían invitado para almorzar ese día en su casa.


—Déjame encargarme Paula —le pidió cuando vio que ella sacaba de la nevera la panceta y los huevos.


—Quiero hacerlo Pedro, desde que dejé la villa no volví a una cocina para preparar nada… bueno, a excepción del té con la receta de tu mamá —mencionó tomando con cuidado el afilado cuchillo.


—¿Por qué? —preguntó desconcertado mientras la miraba.


—No podía estar en ese lugar porque me recordaba mucho a ti y siempre terminaba sintiéndome abrumada por tu ausencia —respondió sin mirarlo a los ojos, porque los recuerdos la entristecieron.


—Yo me torturaba escuchando a Aerosmith —murmuró abrazándola por la espalda, queriendo que la diversión en sus palabras alejara la pena en ella, la vio sonreír y continuó—. Pero nunca llegué al extremo de escuchar a Pink, no soy tan masoquista —agregó besándole el hombro.


—Eres tan idiota a veces —dijo mientras sonreía consciente que había hecho ese comentario para animarla, giró el rostro para besarlo en los labios—. La verdad no sé porqué estoy tan enamorada de ti —esbozó mirándolo a los ojos y podía jurar que los suyos brillaban.


—Porque soy irresistible —dijo con una sonrisa arrogante.


—¡Oh, por favor! Alguien que detenga tu ego antes de que se pierda en el espacio —comentó rodando los ojos y él le dio un beso en el cuello.


—No es mentira… hasta tengo una canción, ya verás —caminó para tomar el control de la consola y encender el iPod ubicado en esta. Había encontrado el momento perfecto para dedicarle esa canción.


Paula esperaba llena de curiosidad por eso que él se disponía hacer y lo seguía con la mirada, de repente el lugar se llenó de las primeras notas de Più bella cosa de Eros Ramazzotti y ella comenzó a reír mientras negaba con la cabeza.


Pedro se acercó cantándole, tratando de simular el particular tono de voz de Eros y cuando llegó hasta ella la envolvió con sus brazos, siendo recompensado de inmediato por una lluvia de besos que caían en su rostro como gotas de lluvia, él hizo lo mismo cuando la canción le permitió y después posó su frente en la de Paula mientras la mirada a la los ojos para dedicarle la estrofa final.— Per dirtelo ancora per dirti che, più bella cosa non c'è più bella cosa di te unica come sei immensa quando vuoi —esbozó emocionado y perdido en los ojos ámbar.


—Grazie di esistere... —cantó Paula, terminando la canción junto a él mientras sentía su corazón latir fuertemente.


Se unieron en un beso lento y profundo que iba cargado de amor, roces de lenguas que los hacían gemir al tiempo que sus manos se deslizaban por sus cuerpos y solo el olor del sartén quemándose hizo que se separaran con rapidez. 


Pedro lo retiró de la cocina más dueño de la situación, pues
Paula había entrado en pánico y lo primero que hizo fue correr hasta el extintor cerca, afortunadamente se detuvo antes de quitarlo, comenzó a reír nerviosa al ver lo que estuvo a punto de hacer, él la acompañó y después de eso se concentraron en su tarea.


Terminaron de desayunar minutos después, pero mientras lo hacían se enfrascaron en un duelo de esos que siempre tenían, algo relacionado con un episodio del libro que según él no había sido como ella lo describió, al final ninguno de los dos se daba por vencido y mientras lavaban los platos Pedro se vengó de Paula dándole un azote con el paño de cocina haciéndola brincar y cuando ella reaccionó le llenó la cara de la espuma que tenía en la mano.


—¡Paula! —la reprendió quitándose la espuma de la mejilla mientras ella reía divertida—. Con que esas tenemos, ya verás —la amenazó buscando el lavaplatos para hacerle lo mismo.


—¡No Pedro tú empezaste! —acotó alarmada, salió corriendo para subir a la habitación y ponerse a salvo.


Él dejó la botella de lado y se enjuagó la mano con rapidez para evitar que se escapara, corrió y la atrapó justo en los primeros peldaños de la escalera tomándola desde atrás por la cintura para levantarla en vilo.


—¿A dónde crees que vas? —inquirió tumbándola en el sofá.


—Esto no es justo… te vales de tu fuerza —se quejó intentando parecer seria pero no podía evitar reír teniéndolo encima.


—Y tú de tu astucia, así que estamos a mano —indicó moviéndose con rapidez para quedar tendido sobre ella.


Se veía tan hermosa esa mañana con el cabello al natural, sin maquillaje dejando a la vista sus lindas pecas y lo mejor de todo su sensual cuerpo cubierto nada más por el diminuto conjunto de camiseta y short de seda gris plata que llevaba puesto, sentir como la tela se deslizaba entre ambos avivaba el deseo en él. La mirada brillante y la sonrisa de Paula lo hacían sentir cada vez más enamorado, nunca había sido un tipo muy romántico, de esos que dedican canciones o regalan flores y chocolates, lo físico siempre había tenido más peso en sus relaciones anteriores, pero ella hacía que todo fuera distinto, hermoso y perfecto, lo hacía sentir en el paraíso.


—¿Qué sucede? —preguntó desconcertada al ver que él se había quedado mirándola en silencio y sus ojos lucían mucho más azules por la intensidad que le entregaba.


—Solo te miraba… y me preguntaba ¿cómo pude pasar tanto tiempo lejos de ti? Sin tenerte así, sin verte despertar en las mañanas y escuchar tu risa… ¿Cómo pude vivir sin ti por tanto tiempo Paula? —cuestionó mirándola a los ojos y sus latidos se habían desbocado.


Paula no pudo responderle, la emoción la rebasó hasta el punto que hizo desaparecer su voz, pero su mirada cristalizada por las lágrimas producto de la felicidad que la embargaba, le gritaba que lo amaba con cada espacio de su ser y buscó los labios de Pedro para expresarle a través de un beso todo lo que él la hacía sentir, lo acariciaba despacio con la punta de su lengua mientras sus manos abarcaban la fuerte espalda y lo pegó a su cuerpo sintiendo el maravilloso peso de él.


Pedro se dejó llevar por ese beso que ella le brindaba, siendo más hermoso que cualquier respuesta que pudiera darle, pues cuando el amor era así de intenso como ese que ellos compartían las palabras a veces sobraban. Entró en el juego que le proponía Paula y en segundos se encontró
besándola con pasión al tiempo que todo su cuerpo acariciaba el de ella cuando se movía para sentir la suavidad y calidez que le regalaba la figura de su mujer; justo en ese momento comenzó a sonar una canción que podía acompañar a la perfección ese momento, pues así había pasado él los últimos años de su vida: Fuera del cielo, de ese cielo que era la mujer entre sus brazos.


—I'm born again every time you spend the night; because your sex takes me to paradise… yeah your sex takes me to paradise and it shows, yeah, yeah, yeah —cantaba mientras la besaba y la acariciaba.


Ella sentía que en verdad estaba en el cielo, reía emocionada cuando él ahogaba la voz en su cuello, ronroneando y haciéndola estremecer, lo encerró entre sus piernas para sentirlo más cerca siendo consciente de inmediato de la prueba de su deseo.


—Because you make me feel like, I've been locked out of heaven for too long, for too long — continuó con la canción mientras gemía al sentir ese suave y exquisito movimiento que hacía Paula con las caderas, su respiración agitada y el calor que ganaba su cuerpo.


Comenzó a besarle el cuello y sus manos viajaron hasta ese precioso par de senos acariciándolos por debajo de la camisola, sintiéndolos tibios, suaves y despiertos para él, la sintió temblar cuando sus dedos rozaron los pezones, así que repitió la acción de nuevo.


Paula tenía los ojos cerrados mientras se dejaba consentir por las caricias de Pedroacariciándole ella también la espalda que para su suerte estaba libre de obstáculos pues él no llevaba una prenda que lo cubriera, solo el short que le llegaba a los poderosos muslos. La canción seguía sonando y justo antes que llegara una de las últimas estrofas ella sintió que era su turno de expresarle lo que deseaba, buscó los hermosos ojos azules de Pedro y le cubrió las mejillas con sus manos para captar su atención.


¿Can I just stay here? ¿Spend the rest of my days here? —expresó con la voz ronca por las emociones que la embargaban.


Ambos sabían lo que esa petición representaba para los dos, casi cuatro años atrás ella había sentido, que necesitaba más tiempo para lanzarse a la aventura de vivir junto a Pedro de manera permanente, pero justo en ese momento era lo que más deseaba y estaba segura que sería feliz junto a él, así que ya no le quedaban dudas y por ello se lo estaba pidiendo, quería quedarse el resto de su vida junto a Pedro.


—Quédate para siempre Paula —susurró mirándola a los ojos, sintiendo que estaba a punto de llorar, rozó sus labios con los de ella mientras sonreía—. Quédate junto a mí toda la vida preciosa —agregó y pensó en pedirle en ese instante que se casara con él.


Pero no había ni siquiera comprando un anillo y aunque quizás la joya no tuviera mucha importancia pues sabía que ella no era una mujer materialista, le gustaba seguir tradiciones y se lo pediría como Dios manda, además necesitaba la ayuda de su padre para concretar la idea que tenía días dándole vueltas en la cabeza.


—Ven —dijo levantándose con rapidez y la tomó de las manos para ayudarla a ella a ponerse de pie.


—¿A dónde? —preguntó un poco desconcertada por el cambio.


—A la habitación, voy hacerle el amor señorita Chaves y me tomaré todo el tiempo del mundo —contestó con una gran sonrisa.


—Creo que has olvidado que debemos ir a casa de tus padres —mencionó viendo el moderno reloj de pie cromado—. Van a ser las once Pedro y debemos estar con ellos a la una —señaló.


—Pues nos tocará bañarnos juntos —mencionó tomándola por la cintura para subirla sobre su hombro como si fuera un saco.


—¡Pedro! —exclamó al quedar de cabeza.


Se vengó de él dándole una nalgada, pero de inmediato se sobresaltó al recibir una palmada en la unión de sus nalgas en respuesta a su ataque, esta no fue dolorosa y en lugar de liberar un grito terminó gimiendo al sentir cómo se extendía por todo su cuerpo, viajando a través de sus venas como
una descarga eléctrica que activó todas sus terminaciones nerviosas, sus músculos se tensaron y se dejó caer pegando su boca a la cálida piel de la espalda de Pedro.


Él la subió con agilidad por las escaleras y apenas perdieron tiempo, en cuanto llegaron a la habitación, prácticamente se arrancaron las prendas y una vez desnudos entraron al baño donde hicieron el amor con desbordante pasión, olvidándose incluso que el tiempo corría.






CAPITULO 189





Pedro reía burlándose de Lisandro que le relataba su odisea en el concierto de Fiorella Mannoia, al cual había asistido la noche anterior en compañía de Vittoria y sus suegros. Ese fue el motivo que le impidió acompañarlos al club. Seguía lamentándose pues pasó todo el espectáculo sonriendo y simulando que conocía las canciones.


—No te rías idiota… ¿Tienes idea de lo que es estar en un recital de más de dos horas deseando que termine de una vez, y escuchar al público pedir otra y otra cada vez que la mujer disponía a irse? —preguntó con los ojos muy abiertos para transmitirle su desespero.


—Todo es tu culpa, debiste al menos comprar el disco una semana antes y escucharlo —señaló secándose los lagrimales.


—Me queda de experiencia para la próxima. Tú en cambio te notas muy feliz, te vi en la primera plana de todos los diarios junto a mi linda cuñada… por cierto, ¿dónde está? Pensé que la encontraría aquí hoy —mencionó paseando su mirada por el lugar.


—La llevé de regreso al hotel esta mañana, fue a buscar sus cosas y quedó en llamarme para que la fuera a buscar, se quedará aquí —contestó con una gran sonrisa que iluminaba su mirada.


—¿Ya? ¿No crees que vayan muy rápido? Según tenía entendido querían esperar un tiempo para anunciar su relación… lo de anoche estuvo bien para que todos vayan haciéndose a la idea. Pero… ¿No sería arriesgarse a un escándalo si descubren que ya están viviendo juntos? —preguntó con ese sentido de protección que se activaba para su hermano.


—No será vivir juntos del todo, solo durante los recesos por ahora, pero planeo pedirle que se quede conmigo al terminar la grabación de la película —respondió mirándolo a los ojos.


—¿Le vas a proponer matrimonio? —inquirió un tanto asombrado.


—Sí, nosotros nos amamos y no queremos separarnos de nuevo, así que no hay razón para darle más vueltas a esto, le pediré que se case conmigo —confirmó sonriendo ante la sorpresa reflejada en la mirada de su hermano, solo era sincero, quería una vida junto a Paula.


—Bueno, qué puedo decirte… no te felicitaré hasta que me digas que ella te aceptó, para no arruinar tus planes —esbozó siendo práctico.


—¡Vaya gracias por los ánimos! Pues para tu información me aceptará, esta mañana después de lo de Romina me dijo que no deseaba que nos separáramos de nuevo, así que estoy seguro que dirá que sí.


—Suerte con eso, yo sigo prefiriendo las relaciones libres. No siento que sea necesario pararme frente a un altar y jurarle a Vittoria un “te amaré hasta que la muerte nos separe” cuando se lo demuestro todos los días —mencionó levantándose de la silla donde se encontraba.


—Lo que pasa contigo es que le tienes fobia al compromiso… pero vas a tener que superarla algún día o de lo contrario, terminarás quedándote con las manos vacías —le advirtió mirándolo con seriedad.


—Eso no sucederá… yo también estoy muy seguro de lo que mi mujer siente por mí y créeme cuando te digo que Vittoria, no me dejaría por nada en el mundo —esbozó desbordando confianza.


—Yo que tú no me dormiría en los laureles, uno nunca sabe lo que pueda suceder con el paso del tiempo Lisandro —indicó.


—¡Vamos! Ahora como tú te casarás también quieres que yo lo haga y abandone mi soltería… ¡Olvídalo! —señaló riendo y caminó en dirección al baño de visitas que quedaba al final del pasillo junto al salón.


—Ojalá y no tengas que aprender como lo hice yo Lisandro. Eso es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo —mencionó para él mismo.


En ese momento escuchó el sonido del timbre y le sorprendió, pues no esperaba visitas, su madre había hablado con él por teléfono y Lucca también, Lisandro que siempre lo visitaba estaba allí, así que no tenía ni idea de quién pudiera ser y lo único que rogaba es que no se tratara de Romina de nuevo porque ya no tendría paciencia con ella.


—Buenas tardes —habló mirando a la mujer de espaldas a él con un largo y abundante cabello rojizo que le caía en capas sobre la espalda.


—Buenas tardes señor Alfonso—giró Paula para saludarlo, se quitó las gafas y le guiñó un ojo disfrutando de haberlo sorprendido.


—¿Paula? ¿Qué haces con esa peluca y aquí? Habíamos quedado en que me llamarías para ir a recogerte, ven pasa —mencionó invitándola, no salía de su asombro mientras sonreía.


—Decidí venir por mi cuenta y evitar ser presa fácil de los paparazis —dijo pasando mientras rodaba la pequeña maleta Louis Vuitton, la dejó junto al sofá y también el bolso a juego donde llevaba su portátil— ¿Te gusta? —preguntó llevándose las manos a la larga peluca pelirroja al ver que él no despegaba la mirada de ésta.


—Te ves distinta… pero hermosa como siempre —contestó con una gran sonrisa y cerró la puerta, hasta eso había olvidado.


—Me alegra que te guste porque compré varias, todas distintas… —indicó mirándolo y dejó ver un fingido gesto de cansancio—. Pero apenas puedo soportar este abrigo, hace un calor agobiante en la calle —dijo abriendo los botones de la elegante gabardina Burberry negra que le llegaba a las rodillas, y soltó el cinturón tomándose su tiempo.


—Ya sé que eres friolenta, pero ¿no crees que exageraste un poco usando eso en pleno verano? —indicó con una sonrisa.


—Lo sé pero fue lo único que encontré a mano que podía combinar con esto —respondió abriendo la chaqueta por completo para mostrarle el sexy conjunto de lencería que compró horas antes. 


—¡Paula! —exclamó con una sonrisa que casi dividía su rostro en dos, al ver lo sensual y hermosa que lucía cubierta apenas por las delicadas prendas de satén gris con elaborados encajes de color negro.


—¡Cuñada! —expresó Lisandro que entraba al salón quedando cautivado por la imagen de la americana.


—¡Oh por Dios! —exclamó ella cerrando con rapidez la gabardina.


—¡Date la vuelta Lisandro! —le gritó Pedro que se había olvidado por completo que él estaba allí.


—Tranquilos, no he visto nada —esbozó girándose, pero la sonrisa en sus labios decía todo lo contrario, aunque por respeto a su hermano intentó borrar la maravillosa imagen de la escritora de su cabeza.


—¿Por qué no me dijiste que él estaba aquí? —demandó Paula en un susurro, sintiendo el rostro en llamas.


—Porque no esperaba que tú hicieras algo así —se defendió mientras sentía que los celos y la diversión luchaban dentro de él.


Paula hundió su rostro en el pecho de Pedro sintiendo que se moría de la vergüenza, él la abrazó para reconfortarla y eso alivió en parte la pena que sentía al haberse mostrado así. No quería separarse de él ni ver a Lisandro a la cara nunca más, mucho menos quería imaginar todo lo que estaría pensando su cuñado, comenzó a cerrar los botones del abrigo ayudada por Pedroque no podía esconder su sonrisa.


—Bueno, creo que es mejor que me vaya —mencionó Lisandro intentado que su voz sonara casual sin volverse a mirarlos.


—Siento mucho todo esto —comentó Paula excusándose.


—No te preocupes amor, que de seguro él no lo siente —indicó Pedro mirándolo con seriedad, pero no podía molestarse con su hermano, solo había sido un testigo casual.


—¡Me ofendes! Paula es tu mujer y eso lo respeto —dijo mostrándose indignado, pero después dejó ver una sonrisa perversa mientras se encogía de hombros—. Aunque eso no quita que tenga una figura despampanante —agregó con picardía.


—¡Sal de aquí! —le gritó Pedro tirándole uno de los cojines.


—Ya… me voy… me voy —decía riendo al ver el sonrojo de ella y le regresó el cojín a Pedro—. Me retiro para que ustedes hagan lo que tengan que hacer. Por cierto, un maravilloso gusto para la lencería cuñada —indicó con una gran sonrisa.


Salió con rapidez mientras reía antes de que su hermano fuera a lanzarle el sofá completo, sintió que otro cojín se estrellaba contra la puerta en cuanto la cerró y eso lo hizo soltar una carcajada, después se fue por el pasillo silbando Felling good, manteniendo la sonrisa en sus labios y la alegría que le provocaba ver a Pedro por primera vez en su vida enamorado hasta la médula, como ese adolescente que nunca fue.










CAPITULO 188




Diana había despertado sola esa mañana en medio de las sábanas desordenadas y frías del lado que ocupó Marcello, lo que le hizo suponer que él se había levantado hacía rato. 


Ella quiso quedarse un poco más en la cama pero al cabo de unos minutos su cuerpo le hacía saber que no necesitaba más descanso, así que se puso de pie y caminó completamente desnuda hacia el baño, no le importaba cubrir su cuerpo de él si aparecía, después de todo lo que habían hecho la noche anterior eso sería ridículo.


Entró al baño tomando una ducha rápida ya que deseaba bajar, sentía que se moría de hambre, además que era una tortura estar allí sola teniendo la piel tan sensible y deseosa de las manos de Marcello. Se secó con una toalla que estaba impregnada del olor masculino; con la misma se envolvió pues era lo bastante grande para cubrirla y soltó su cabello para desenredarlo, mientras se miraba en el espejo notando lo bien que le sentaba el sexo, lucía radiante de nuevo.


—Buenos días —saludó bajando las escaleras con una sonrisa.


—Buenos días —contestó él dándole apenas un vistazo y regresó la mirada al periódico cuando sintió que sus latidos se aceleraban, ante la hermosa imagen que ella le entregaba esa mañana.


—¿Preparaste desayuno? Es que estoy hambrienta —esbozó viendo sobre la mesa solo una taza de café negro.


—No, solo me tomé un expreso… pero siéntate por favor, ya te preparo algo —contestó poniéndose de pie un poco apenado.


—Tranquilo sigue leyendo el diario, solo dime dónde están las cosas y yo me encargo de lo demás —indicó ella dedicándole una sonrisa.


—De ninguna manera, tú eres mi invitada… —mencionó y se sintió extraño—. Es solo que no acostumbro a tener visitas —se excusó encaminándose hacia la cocina para escapar de su mirada divertida.


—Ok, no hay problema —mencionó sentándose en la silla.


Tomó el diario, estaba en italiano así que comenzó a pasar las páginas sin prestarle atención, hasta que la imagen de todos reunidos la noche anterior en el club la hizo detenerse, era un tanto borrosa, tomada seguro por un móvil y debajo de ésa dos pequeñas de su hermana y el actor.


—Parece que los planes de Pedro y Paula de mantener en secreto su relación no durarán mucho —expresó en voz alta.


—Aquí no existen los secretos para los famosos, todo siempre termina descubriéndose —contestó él mientras revolvía unos huevos.


—No siempre —susurró Diana consciente que el verdadero secreto de su hermana y Pedro seguía estando oculto.


—Desayuno americano —mencionó colocando el plato delante de ella con una sonrisa—. O bueno, algo parecido —agregó viéndola.


—Muchas gracias —contestó con una sonrisa radiante.


Tomó con el tenedor parte de los huevos y gimió al degustarlos, estaban deliciosos, troceó el pan llevándose un pedazo a la boca disfrutando de la corteza dura y la suavidad de la masa por dentro.


—¿Tú no vas a comer? —inquirió viendo que solo le había servido a ella y se sentaba de nuevo nada más a observarla.


—No tengo hambre —contestó sonriendo al ver cuánto disfrutaba ella de un simple desayuno, pero un recuerdo que llegó a su cabeza lo golpeó haciendo que se pusiera serio de inmediato.


Para esto ya Marcello, sabes perfectamente que no puedes dejarte llevar, ya has arriesgando mucho con haber llegado hasta aquí. Recuerda que te lo juraste, no volverías a dejar que nadie se metiera en tu corazón otra vez.


Se puso de pie para tomar su celular de la repisa y revisar los mensajes, ninguno importante solo correos publicitarios que borró sin siquiera abrirlos, se acercó al ventanal para mirar las calles y evitar ser consciente de Diana de nuevo.


—Terminé —pronunció levantándose para ir a la cocina con el plato.


—Deja eso así yo me encargo —mencionó llegando hasta ella y se lo quitó—. Mientras ve a cambiarte, debo llevarte de regreso al hotel —ordenó con tono adusto sin mirarla.


—Pensé que me quedaría todo el día —acotó frunciendo el ceño.


—No puedes… tengo cosas que hacer —contestó en un tono que le negaba cualquier posibilidad de convencerlo de lo contrario.


—Bien —pronunció intentando controlar su rabia.


Regresó a la habitación sintiendo una horrible presión en el pecho y un nudo de lágrimas en la garganta que le hacía difícil respirar, buscó su ropa y se cambió con rapidez pero antes de salir recordó que no llevaba panty, removió las sábanas y buscó debajo de la cama pero no la halló, así que dándose por vencida se irguió y tomó su bolso.


—Que te quede de recuerdo infeliz —esbozó mirando la cama.


Marcello la vio bajar las escaleras y caminó para buscar sus llaves, era evidente que Diana se había molestado, quizás era lo mejor. La vio seguir de largo y abrir la puerta, así que caminó de prisa para alcanzarla.


—Espérame —le pidió en el pasillo.


—No es necesario, tomaré un taxi —indicó sin mirarlo ni detenerse.


—Yo te llevaré Diana —mencionó tomándola del brazo.


—¡Suéltame! —le gritó zafándose con fuerza del agarre—. No vuelvas a ponerme una mano encima. ¡Si lo que querías era alguien para coger nada más y que al día siguiente se fuera en cuanto el sol saliera, pues debiste haber buscado a una maldita puta! —dejó libre toda la rabia que sentía—.
No hacerme creer que te interesaba, así que ¡Jódete Marcello! —espetó y le dio la espalda dejándolo allí mientras se iba.


Él se quedó en medio del pasillo sin poder decidirse si seguirla o regresar a su departamento y olvidarse de todo lo sucedido. Al final la promesa que se hizo para evitar sufrir de nuevo lo llevó sobre sus pasos y se encerró en el lugar que había declarado su refugio hacía mucho.



****

Diana se encontraba tendida en la cama de su habitación mientras miraba el hermoso cielo raso de yeso con hermosas figuras talladas y la bellísima lámpara de cristales dorados, se negaba rotundamente a llorar por lo sucedido con Marcello, después de todo esa no era la primera y estaba segura que no sería la última decepción que se llevaría con un hombre. Suspiró mientras cerraba los ojos intentando alejar de su cabeza la imagen de ese imbécil y amargado italiano que no merecía uno solo de sus pensamientos, por el contrario, de ese momento en adelanto se dispondría a ignorarlo totalmente, solo hablaría con él de trabajo.


—Hola Di —la saludó Paula entrando a la habitación—. Pensé que te quedarías todo el fin de semana con Marcello —agregó sentándose al borde la cama mientras le sonreía.


—Hola Pau, no, regresé temprano —contestó sin mucho énfasis.


—¿Y eso? ¿Algún motivo en especial? —preguntó buscando los ojos de su hermana, pues algo le decía que sí lo había.


—Ninguno, salvo que es un imbécil y que si pudiera no lo vería nunca más en mi vida… no, no existe ninguno —comentó sin mirarla.


—Di… ven, cuéntame qué sucedió —pidió sentándose con las piernas extendidas en la cama mientras se apoyaba en el espaldar y la tomaba por los hombros para que descansara la cabeza en sus piernas.


—Es un idiota, eso es Pau… después que salimos del club fuimos hasta su departamento y pasamos una noche maravillosa, es notable la experiencia que los años le han dado —señaló reconociéndole al menos eso, suspiró para continuar—. Todo fue extraordinario, terminamos rendidos casi amaneciendo y cuando me desperté él no estaba, bueno pensé que no era de extrañarse, le gusta levantarse temprano. Después de arreglarme bajé para desayunar juntos y él solo tomó un café pero me preparó comida a mí… me hizo sentir bien, sabes que pocos hombres tienen  detalles como esos —acotó mirándola.


—Pues los italianos lo tienen por costumbre —dijo con una sonrisa recordando que Pedro siempre lo hacía para ella.


—Bueno, a mí nunca me había sucedido y eso hizo que me ilusionara como una estúpida, porque todo marchaba bien entre los dos, pero de un momento a otro él tuvo uno de esos cambios que me provocan matarlo, me dejó sola en la mesa y cuando terminé que me disponía a lavar el plato me dijo que lo dejara así, que me vistiera porque debía traerme de regreso —la voz se le quebró en ese momento pero aun así prosiguió—. Me dio tanta rabia su actitud que fui a cambiarme, bajé y me disponía a regresar sola cuando él tuvo el descaro de decirme que lo esperara porque debía traerme… no pude más Pau, exploté y le grité un montón de cosas, pero él ni siquiera se inmutó, así que me vine dejándolo tirado en medio del pasillo —terminó y al fin las lágrimas se hacían presentes.


—Di, no llores hermanita… quisiera tener las palabras exactas para consolarte, pero sabes que soy pésima en ello —se excusó abrazándola.


—No tienes que hacerlo, se me pasará solo fui una tonta… pero ya verás que me recupero como siempre. Ni siquiera había llorado, pero tenerte aquí y recordar lo sucedido me removió todo — mencionó limpiándose el llanto—. Además, no es justo que yo arruine tu felicidad, te ves tan radiante. Pedro te sienta de maravilla… Como si te diera luz y vida —expresó siendo sincera mientras le sonreía.


—Así me siento, el tiempo junto a él es perfecto y me hace sentir tan bien… aunque no todo fue color de rosa. Romina Ciccone se presentó esta mañana en el departamento como dueña y señora. Pedro olvidó quitarle las llaves, así que ella aprovechó eso para llegar e intentar que yo creyera que aún seguían juntos —esbozó recordando lo sucedido.


—¡Que bruja! Me cayó mal desde la primera vez que la vi, es horrible e insoportable, pero ¿qué hiciste Pau? —inquirió mirándola atentamente.


—Tuvimos una discusión muy fuerte… incluso le di una bofetada —contestó un poco apenada y suspiró para liberar la tensión—. Ella comenzó a amenazarnos que contaría todo a la prensa y yo le hice ver, que si hacía algo como eso ella misma se estaría ofreciendo a ser la burla de todos, al parecer acabó por comprenderlo porque se marchó.


—Bueno, si es una mujer inteligente sabe lo que le conviene. Tú no debes sentirte mal por eso Pau, a veces cuando se trata de nuestra felicidad debemos ser un tanto egoístas… porque a la larga la decisión que tomemos pensando en nosotros será la mejor, así no haremos a nadie infelices ni lo
seremos nosotros. Tu elección de acabar la relación con Ignacio también fue lo mejor, él es un hombre maravilloso y no merecía vivir engañado creyendo que lo amabas cuando no era así —expuso adoptando su actitud de consejera sentimental.


—Eso lo tengo claro Di, en el momento que supe que no podía seguir escondiendo lo que sentía por Pedro decidí terminar con él y liberarlo de la mentira, pero eso no evitó que al hacerlo le causara dolor —mencionó bajando la mirada sintiéndose todavía mal al recordarlo.


Diana la abrazó volviendo a sus roles de siempre, siendo la menor la que aconsejaba a la mayor pues era la que contaba con más trayectoria en el mundo del amor y las relaciones. 


Después de un rato salieron a pasear por la ciudad, Paula quería animarla pues aunque Diana no quisiera reconocerlo, lo ocurrido con Marcello la había afectado; almorzaron en uno de los tantos restaurantes al aire libre cerca de la Fuente de Trevi.


Mientras caminaban pasaron frente a la tienda de lencería que ella siempre usaba y recordó que eso volvía loco a su apuesto actor, así que obviando las miradas interesadas de algunas clientas se dispuso a comprar varios conjuntos, también le obsequió otros a Diana, animándola al decirle que habían decenas de romanos que se morirían por remplazar al estúpido Marcello Calvani. Eso la alentó, tuvo a su hermana de regreso cuando entraron a una tienda de sombreros y pelucas. A Paula se le ocurrió una idea para eludir a los paparazis.