sábado, 5 de septiembre de 2015

CAPITULO 188




Diana había despertado sola esa mañana en medio de las sábanas desordenadas y frías del lado que ocupó Marcello, lo que le hizo suponer que él se había levantado hacía rato. 


Ella quiso quedarse un poco más en la cama pero al cabo de unos minutos su cuerpo le hacía saber que no necesitaba más descanso, así que se puso de pie y caminó completamente desnuda hacia el baño, no le importaba cubrir su cuerpo de él si aparecía, después de todo lo que habían hecho la noche anterior eso sería ridículo.


Entró al baño tomando una ducha rápida ya que deseaba bajar, sentía que se moría de hambre, además que era una tortura estar allí sola teniendo la piel tan sensible y deseosa de las manos de Marcello. Se secó con una toalla que estaba impregnada del olor masculino; con la misma se envolvió pues era lo bastante grande para cubrirla y soltó su cabello para desenredarlo, mientras se miraba en el espejo notando lo bien que le sentaba el sexo, lucía radiante de nuevo.


—Buenos días —saludó bajando las escaleras con una sonrisa.


—Buenos días —contestó él dándole apenas un vistazo y regresó la mirada al periódico cuando sintió que sus latidos se aceleraban, ante la hermosa imagen que ella le entregaba esa mañana.


—¿Preparaste desayuno? Es que estoy hambrienta —esbozó viendo sobre la mesa solo una taza de café negro.


—No, solo me tomé un expreso… pero siéntate por favor, ya te preparo algo —contestó poniéndose de pie un poco apenado.


—Tranquilo sigue leyendo el diario, solo dime dónde están las cosas y yo me encargo de lo demás —indicó ella dedicándole una sonrisa.


—De ninguna manera, tú eres mi invitada… —mencionó y se sintió extraño—. Es solo que no acostumbro a tener visitas —se excusó encaminándose hacia la cocina para escapar de su mirada divertida.


—Ok, no hay problema —mencionó sentándose en la silla.


Tomó el diario, estaba en italiano así que comenzó a pasar las páginas sin prestarle atención, hasta que la imagen de todos reunidos la noche anterior en el club la hizo detenerse, era un tanto borrosa, tomada seguro por un móvil y debajo de ésa dos pequeñas de su hermana y el actor.


—Parece que los planes de Pedro y Paula de mantener en secreto su relación no durarán mucho —expresó en voz alta.


—Aquí no existen los secretos para los famosos, todo siempre termina descubriéndose —contestó él mientras revolvía unos huevos.


—No siempre —susurró Diana consciente que el verdadero secreto de su hermana y Pedro seguía estando oculto.


—Desayuno americano —mencionó colocando el plato delante de ella con una sonrisa—. O bueno, algo parecido —agregó viéndola.


—Muchas gracias —contestó con una sonrisa radiante.


Tomó con el tenedor parte de los huevos y gimió al degustarlos, estaban deliciosos, troceó el pan llevándose un pedazo a la boca disfrutando de la corteza dura y la suavidad de la masa por dentro.


—¿Tú no vas a comer? —inquirió viendo que solo le había servido a ella y se sentaba de nuevo nada más a observarla.


—No tengo hambre —contestó sonriendo al ver cuánto disfrutaba ella de un simple desayuno, pero un recuerdo que llegó a su cabeza lo golpeó haciendo que se pusiera serio de inmediato.


Para esto ya Marcello, sabes perfectamente que no puedes dejarte llevar, ya has arriesgando mucho con haber llegado hasta aquí. Recuerda que te lo juraste, no volverías a dejar que nadie se metiera en tu corazón otra vez.


Se puso de pie para tomar su celular de la repisa y revisar los mensajes, ninguno importante solo correos publicitarios que borró sin siquiera abrirlos, se acercó al ventanal para mirar las calles y evitar ser consciente de Diana de nuevo.


—Terminé —pronunció levantándose para ir a la cocina con el plato.


—Deja eso así yo me encargo —mencionó llegando hasta ella y se lo quitó—. Mientras ve a cambiarte, debo llevarte de regreso al hotel —ordenó con tono adusto sin mirarla.


—Pensé que me quedaría todo el día —acotó frunciendo el ceño.


—No puedes… tengo cosas que hacer —contestó en un tono que le negaba cualquier posibilidad de convencerlo de lo contrario.


—Bien —pronunció intentando controlar su rabia.


Regresó a la habitación sintiendo una horrible presión en el pecho y un nudo de lágrimas en la garganta que le hacía difícil respirar, buscó su ropa y se cambió con rapidez pero antes de salir recordó que no llevaba panty, removió las sábanas y buscó debajo de la cama pero no la halló, así que dándose por vencida se irguió y tomó su bolso.


—Que te quede de recuerdo infeliz —esbozó mirando la cama.


Marcello la vio bajar las escaleras y caminó para buscar sus llaves, era evidente que Diana se había molestado, quizás era lo mejor. La vio seguir de largo y abrir la puerta, así que caminó de prisa para alcanzarla.


—Espérame —le pidió en el pasillo.


—No es necesario, tomaré un taxi —indicó sin mirarlo ni detenerse.


—Yo te llevaré Diana —mencionó tomándola del brazo.


—¡Suéltame! —le gritó zafándose con fuerza del agarre—. No vuelvas a ponerme una mano encima. ¡Si lo que querías era alguien para coger nada más y que al día siguiente se fuera en cuanto el sol saliera, pues debiste haber buscado a una maldita puta! —dejó libre toda la rabia que sentía—.
No hacerme creer que te interesaba, así que ¡Jódete Marcello! —espetó y le dio la espalda dejándolo allí mientras se iba.


Él se quedó en medio del pasillo sin poder decidirse si seguirla o regresar a su departamento y olvidarse de todo lo sucedido. Al final la promesa que se hizo para evitar sufrir de nuevo lo llevó sobre sus pasos y se encerró en el lugar que había declarado su refugio hacía mucho.



****

Diana se encontraba tendida en la cama de su habitación mientras miraba el hermoso cielo raso de yeso con hermosas figuras talladas y la bellísima lámpara de cristales dorados, se negaba rotundamente a llorar por lo sucedido con Marcello, después de todo esa no era la primera y estaba segura que no sería la última decepción que se llevaría con un hombre. Suspiró mientras cerraba los ojos intentando alejar de su cabeza la imagen de ese imbécil y amargado italiano que no merecía uno solo de sus pensamientos, por el contrario, de ese momento en adelanto se dispondría a ignorarlo totalmente, solo hablaría con él de trabajo.


—Hola Di —la saludó Paula entrando a la habitación—. Pensé que te quedarías todo el fin de semana con Marcello —agregó sentándose al borde la cama mientras le sonreía.


—Hola Pau, no, regresé temprano —contestó sin mucho énfasis.


—¿Y eso? ¿Algún motivo en especial? —preguntó buscando los ojos de su hermana, pues algo le decía que sí lo había.


—Ninguno, salvo que es un imbécil y que si pudiera no lo vería nunca más en mi vida… no, no existe ninguno —comentó sin mirarla.


—Di… ven, cuéntame qué sucedió —pidió sentándose con las piernas extendidas en la cama mientras se apoyaba en el espaldar y la tomaba por los hombros para que descansara la cabeza en sus piernas.


—Es un idiota, eso es Pau… después que salimos del club fuimos hasta su departamento y pasamos una noche maravillosa, es notable la experiencia que los años le han dado —señaló reconociéndole al menos eso, suspiró para continuar—. Todo fue extraordinario, terminamos rendidos casi amaneciendo y cuando me desperté él no estaba, bueno pensé que no era de extrañarse, le gusta levantarse temprano. Después de arreglarme bajé para desayunar juntos y él solo tomó un café pero me preparó comida a mí… me hizo sentir bien, sabes que pocos hombres tienen  detalles como esos —acotó mirándola.


—Pues los italianos lo tienen por costumbre —dijo con una sonrisa recordando que Pedro siempre lo hacía para ella.


—Bueno, a mí nunca me había sucedido y eso hizo que me ilusionara como una estúpida, porque todo marchaba bien entre los dos, pero de un momento a otro él tuvo uno de esos cambios que me provocan matarlo, me dejó sola en la mesa y cuando terminé que me disponía a lavar el plato me dijo que lo dejara así, que me vistiera porque debía traerme de regreso —la voz se le quebró en ese momento pero aun así prosiguió—. Me dio tanta rabia su actitud que fui a cambiarme, bajé y me disponía a regresar sola cuando él tuvo el descaro de decirme que lo esperara porque debía traerme… no pude más Pau, exploté y le grité un montón de cosas, pero él ni siquiera se inmutó, así que me vine dejándolo tirado en medio del pasillo —terminó y al fin las lágrimas se hacían presentes.


—Di, no llores hermanita… quisiera tener las palabras exactas para consolarte, pero sabes que soy pésima en ello —se excusó abrazándola.


—No tienes que hacerlo, se me pasará solo fui una tonta… pero ya verás que me recupero como siempre. Ni siquiera había llorado, pero tenerte aquí y recordar lo sucedido me removió todo — mencionó limpiándose el llanto—. Además, no es justo que yo arruine tu felicidad, te ves tan radiante. Pedro te sienta de maravilla… Como si te diera luz y vida —expresó siendo sincera mientras le sonreía.


—Así me siento, el tiempo junto a él es perfecto y me hace sentir tan bien… aunque no todo fue color de rosa. Romina Ciccone se presentó esta mañana en el departamento como dueña y señora. Pedro olvidó quitarle las llaves, así que ella aprovechó eso para llegar e intentar que yo creyera que aún seguían juntos —esbozó recordando lo sucedido.


—¡Que bruja! Me cayó mal desde la primera vez que la vi, es horrible e insoportable, pero ¿qué hiciste Pau? —inquirió mirándola atentamente.


—Tuvimos una discusión muy fuerte… incluso le di una bofetada —contestó un poco apenada y suspiró para liberar la tensión—. Ella comenzó a amenazarnos que contaría todo a la prensa y yo le hice ver, que si hacía algo como eso ella misma se estaría ofreciendo a ser la burla de todos, al parecer acabó por comprenderlo porque se marchó.


—Bueno, si es una mujer inteligente sabe lo que le conviene. Tú no debes sentirte mal por eso Pau, a veces cuando se trata de nuestra felicidad debemos ser un tanto egoístas… porque a la larga la decisión que tomemos pensando en nosotros será la mejor, así no haremos a nadie infelices ni lo
seremos nosotros. Tu elección de acabar la relación con Ignacio también fue lo mejor, él es un hombre maravilloso y no merecía vivir engañado creyendo que lo amabas cuando no era así —expuso adoptando su actitud de consejera sentimental.


—Eso lo tengo claro Di, en el momento que supe que no podía seguir escondiendo lo que sentía por Pedro decidí terminar con él y liberarlo de la mentira, pero eso no evitó que al hacerlo le causara dolor —mencionó bajando la mirada sintiéndose todavía mal al recordarlo.


Diana la abrazó volviendo a sus roles de siempre, siendo la menor la que aconsejaba a la mayor pues era la que contaba con más trayectoria en el mundo del amor y las relaciones. 


Después de un rato salieron a pasear por la ciudad, Paula quería animarla pues aunque Diana no quisiera reconocerlo, lo ocurrido con Marcello la había afectado; almorzaron en uno de los tantos restaurantes al aire libre cerca de la Fuente de Trevi.


Mientras caminaban pasaron frente a la tienda de lencería que ella siempre usaba y recordó que eso volvía loco a su apuesto actor, así que obviando las miradas interesadas de algunas clientas se dispuso a comprar varios conjuntos, también le obsequió otros a Diana, animándola al decirle que habían decenas de romanos que se morirían por remplazar al estúpido Marcello Calvani. Eso la alentó, tuvo a su hermana de regreso cuando entraron a una tienda de sombreros y pelucas. A Paula se le ocurrió una idea para eludir a los paparazis.







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