Había llegado esa mañana a la ciudad después de más de un mes fuera de ésta y la inmensa soledad de su departamento lo estaba volviendo loco, nada lograba distraerlo ni alejar de su mente los recuerdos de Paula, le parecía verla en todos lados e incluso podía jurar que escuchaba su risa haciendo eco en cada rincón. Suspiró sintiendo que estaba cayendo en un abismo y ni siquiera el alcohol que se había convertido en su mejor amigo en las últimas semanas, lograba sacársela del pecho y de la cabeza, por el contrario cada vez más sentía que nunca lograría olvidarla.
—Me di por vencido muy rápido contigo Paula, debí aferrarme a ti e impedir que nos separaran… ¡Fui un completo imbécil! No debí renunciar a tu amor de esa manera, no debí hacerlo princesa —esbozó sintiendo cómo las lágrimas bajaban por sus sienes.
Se puso de pie y caminó hasta el ventanal para dejar que su mirada se perdiera en la compleja estructura que era la ciudad de Chicago y se mostraba tan hermosa siendo bañada por los últimos rayos de sol. Dejó de lado el vaso con escocés y cerró los ojos intentando imaginar lo que estaría haciendo Paula en ese momento, sabía dónde estaba pero la incertidumbre de no saber con quién lo torturaba, algo le decía que ese malnacido que la alejó de él debía estar cerca o de lo contrario ella no habría buscado terminar con su relación, él debía haber regresado.
Los celos eran una hoguera dentro de su pecho y lo estaban consumiendo, no podía continuar así, debía retomar su vida y hacer algo para recuperarla o terminaría perdiendo la cordura. Decidió salir a caminar, le vendría bien tomar un poco de aire, necesitaba de eso para aclarar sus pensamientos y poner todo en orden.
Caminaba sin fijarse en las personas que transitaban junto a él, solo mantenía la vista al frente y de vez en cuando la posaba en el ambiente que lo rodeaba, en una de esas ocasiones su mirada se topó con una imagen que le golpeó en el pecho, caminó hasta el puesto de diarios y tomó un ejemplar de ese tipo que nunca leía, pero la imagen de Paula captó toda su atención. Ella se encontraba junto a un grupo de personas en lo que parecía ser un club nocturno, el pie de foto mencionaba algo sobre lo que hacía el equipo de Rendición en sus noches libres y lo invitaba a seguir leyendo en una de las páginas del interior.
—¿Va a llevarlo? —le preguntó un hombre mayor.
—Sí claro —contestó buscando en su bolsillo un billete y se lo entregó, ni siquiera esperó el cambio de los veinte dólares.
Salió caminando haciéndole un ademán que no importaba cuando éste lo llamó para entregárselo, solo le interesaba encontrar el artículo para tener noticias de Paula. Se acercó hasta una banca en el Millenium Park y tomó asiento mientras revisaba el diario, al fin dio con la nota y grande fue su sorpresa al ver la otra imagen que estaba junto a ésta, era una donde salía Paula y el actor italiano, bajo la misma se podía leer el comentario del periodista.
“La escritora parece haber conquistado al hombre más deseado del momento, rompiendo con la tradición que son siempre los protagonistas de éste tipo de películas los que se enamoran”.
La impresión no lo dejó reaccionar en un principio y releyó las mismas palabras varias veces, apartó la mirada de la imagen que la mostraba sonriente mientras él parecía decirle algo al oído. La sensación de dolor que se instaló en su pecho rivalizaba con la ira que corría por sus venas, su mirada parecía estar perdida en la fuente Crown, pero en realidad estaba recordando e intentando encontrar detalles que le confirmaran que lo que decía ese diario era cierto.
—Esto no puede ser cierto… no puede… ¡Maldita sea Paula! Tú no puedes estar haciéndome esto ¿acaso es él? —cuestionaba en voz baja apretando el periódico entre sus manos con fuerza.
Se levantó con rapidez y caminó de un lugar a otro sin saber qué hacer, sentía que algunas cosas empezaban a encajar y eso solo provocaba que su rabia aumentara, respiró profundamente e intentó calmarse para pensar con cabeza fría buscando la imagen de nuevo, pero ésta en lugar de tranquilizarlo añadió más leña al infierno en su interior.
La hizo pedazos y buscó un cesto de basura para arrojarlo, queriendo sacar de su cabeza esa imagen mientras se repetía que ese diario estaba equivocado, ese hombre y Paula no podían tener nada porque era evidente que apenas se soportaban, ella ni siquiera lo quería cerca de su hermana, se había molestado cuando él lo insinuó.
—¡Claro imbécil! Se molestó porque estaba celosa… recuerda que ni siquiera quiso pasar la noche contigo —esbozó para él sintiendo la amargura apoderarse de su cuerpo.
Caminó para alejarse de ese lugar al notar que algunas personas lo veían, quizás todos estaban al tanto de lo que hacía Paula en Italia, todos debían estar burlándose del pobre cornudo que había estado tan ciego, tan malditamente ciego que no fue capaz de ver lo que tenía frente a sus ojos, ni siquiera cuando ella tuvo el descaro de presentárselo. Su vista comenzó a nublarse, y no podía identificar si era por las lágrimas que estaba seguro derramaría de un momento a otro o la ira que corría por sus venas, tomó un taxi y se digirió al refugio más cercano: Su oficina.
Era un sábado por la noche y en lugar de estar en su casa como cualquier mujer normal, Juliana se encontraba en su oficina organizando carpetas y estudiando unos balances que debía presentar para una auditoría que le estaba realizando la Cámara de Comercio al banco. El lugar estaba completamente solo a excepción del personal de seguridad, por lo que le resultó extraño escuchar el timbre del ascensor.
Las puertas de éste se abrieron y vio salir a Ignacio, se sorprendió pues hasta donde sabía él no se encontraba en la ciudad, no pudo evitar seguirlo con la mirada mientras caminaba con premura por el largo pasillo hacia la oficina de la gerencia, se notaba perturbado y eso captó de inmediato su atención.
—¿Qué le habrá sucedido? —preguntó para ella misma, pero al ver que Ignacio ni siquiera notaba su presencia allí, se volvió molesta hacia la pantalla de su ordenador—. A ti no te tiene que importar nada de lo que le suceda, no seas estúpida Juliana —se respondió dispuesta a ignorarlo tal como él lo hacía con ella.
Sabía que la estaba pasando mal, se enteró por Douglas hacía un par de semanas que había terminado con Paula y ese había sido el verdadero motivo de su viaje tan repentino a Canadá, siempre hacía lo mismo, era un cobarde. Quizás era hora que recibiera una cucharada de su propia medicina y supiera lo que se sentía ser relegado.
Después de una hora guardó todos los documentos y apagó la máquina, cerró los ojos masajeándose las sienes para aliviar un poco la tensión que sentía luego de trabajar tanto. Se puso de pie bordeando el escritorio, estaba por tomar su abrigo y su bolso para salir cuando su mirada se desvió hacia la oficina de Ignacio. Suspiró mientras negaba con la cabeza y se decía que era una estúpida por lo que estaba a punto de hacer, salió hacia la gerencia con ese andar decidido que siempre mostraba, giró el picaporte y estaba por entrar cuando una música que provenía del interior la hizo detenerse.
De inmediato la embargó un profundo dolor que hizo los latidos de su corazón más lentos, mientras las lágrimas subieron de golpe por su garganta intentando asfixiarla, liberó un suspiro trémulo apretando con fuerza la manilla al ser consciente que él se encontraba así por Paula.
Su sufrimiento fue remplazado por una inmensa rabia al saber que él siempre iba a preferir a otras antes que a ella, sin importarle que esas mujeres terminaran rompiéndole el corazón hasta el cansancio.
tell me how am I supposed to live without you
now that I've been lovin' you so long
how am I supposed to live without you
how am I supposed to carry on
when all that I've been livin' for is gone.
El coro de la canción llegó hasta sus oídos aumentando la presión que sentía en el pecho, apoyó la frente contra la puerta mientras cerraba los párpados para contener las lágrimas, pero terminaron desbordándose en medio de temblores por tener que acallar los sollozos que amenazaban con romperle el pecho. Respiró profundamente para controlarse y de nuevo la rabia ganó terreno dentro de ella, con brusquedad se llevó la mano hasta el rostro para limpiar la humedad del llanto, mientras se decía que era tan masoquista como Ignacio, pues ella también estaba sufriendo por alguien para quien no significaba nada.
La ventaja era que al menos podía hacerle pagar a él por el dolor que le causaba, pero él no podía hacer nada para cobrarle a Paula Chaves, solo le quedaba sentarse allí a llorar como un idiota mientras se martirizaba con esa canción cursi y anticuada. Se irguió dejando que su orgullo herido creara una armadura para ella y abrió la puerta de un solo golpe, sin siquiera llamar para anunciarse, se mantuvo en silencio mientras lo miraba con desprecio y después dejó ver media sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ignacio sorprendido por verla.
—Trabajando, cosa que tú no haces porque te la pasas sufriendo por los rincones como un pobre Diablo… eres tan patético Ignacio… ¿Cómo se supone que vas a vivir sin ella? —preguntó con sorna y después soltó una carcajada, disfrutando de ver la mueca de dolor en su rostro.
—¡Lárgate Juliana! No estoy para tus estúpidos comentarios en este momento —espetó mirándola con rabia y apagó el reproductor de música empotrado en el mueble a su derecha.
—Que fastidio Ignacio, últimamente no estás para nada… te has vuelto tan aburrido —se acercó a él caminando de manera sugerente y se dobló sobre el escritorio para darle una vista provocativa de sus senos mientras tomaba el vaso de whisky de la mesa— ¿Cuántos de éstos llevas? —preguntó dándole un sorbo al licor.
—No te importa… por favor déjame en paz, quiero estar solo —contestó mirándola a los ojos, pero no fue indiferente a la imagen del escote y la visión de sus senos en la blusa roja que llevaba.
—Como quieras… tengo muchas cosas que hacer para estar aquí perdiendo el tiempo contigo — esbozó irguiéndose, le dio la espalda.
—Imagino que no será con un amante —pronunció burlándose de ella, queriendo vengarse por la manera en la cual lo trataba, la vio tensarse y dejó ver media sonrisa cargada de amargura—. De lo contrario no estarías aquí huyendo de la vida solitaria y vacía que llevas —dijo y se levantó para caminar hacia el bar y servirse otro trago.
—Es preferible eso a que me estén dejando una y otra vez como lo hacen contigo —devolvió la estocada mirándolo de soslayo, lo vio cerrar los ojos y eso la hizo arrepentirse de sus palabras, pero ya era tarde.
Ignacio abrió los ojos, su mirada estaba cargada de rabia y de dolor, acortó la distancia entre ambos con rapidez llegando hasta ella para arrinconarla contra la puerta, vio el desconcierto y miedo reflejado en los hermosos ojos topacio cuando llevó su rostro a centímetros del de ella.
—¿Qué haces? —preguntó con voz trémula intentando escapar.
Él no respondió, llevó su mano hasta el delgado y blanco cuello para encerrarlo al tiempo que la aprisionaba entre la hoja de madera y su cuerpo, la escuchó gemir haciendo que la excitación se disparara dentro de él. Después de tener tanto tiempo sin poseer el cuerpo de una mujer no le
extrañaba que un simple gemido pudiera ponerlo así. Ella abrió los labios para hablar pero él se lo impidió apoderándose de esa tentadora boca con un beso rudo y desesperado que buscaba callarla, al tiempo que le permitía vengarse no solo de ella, sino también de Paula.
Juliana forcejeaba con Ignacio, no le permitiría que la tratara de esa manera y mucho menos que la humillara, liberó sus brazos llevándolos hasta la fuerte espalda de él y comenzó a golpearlo, pero solo recibió como respuesta que él la aprisionara más contra la madera tras ella haciendo que liberara un jadeo y que su traidor cuerpo se estremeciera siendo recorrido por una ola de placer.
Él la cargó por la cintura llevándola en peso hasta el sofá de piel oscura a un lado del lugar, sin delicadezas la depositó allí y antes que pudiera protestar la cubrió con su cuerpo, gimiendo al sentir la suavidad del femenino que se removía debajo del suyo. Comenzó a besarle el cuello mientras
intentaba deshacer el lazo de la blusa y mantener quieta a Juliana, que luchaba por liberarse arañándole la espalda por debajo de su camisa, provocándole dolor pero también que su miembro se tensara cada vez más, avivando el fuego de su excitación.
—¡Ignacio suéltame! —gritaba pataleando y el inútil movimiento en lugar de ayudarla solo le hacía espacio a él y subía la tela de su falda hacia sus caderas—. Te digo que me sueltes, ya estoy cansada de esto… ¡Ignacio! —exclamó de nuevo pegándole.
—Siempre te ha gustado esto… es lo que deseabas, no te atrevas a mentirme —le dijo mirándola a los ojos mientras le sujetaba la mandíbula con rudeza— ¿Por qué me haces esto? ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Dime qué es lo que tengo que hacer? —preguntó desesperado mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos y la excitación estaba siendo remplazada por el dolor Juliana tembló siendo aplastada por el sufrimiento que veía en él y cerró los ojos para huir del mismo, se mordió el trémulo labio inferior para evitar que las lágrimas la rebasaran y el fuego que se había encendido en su interior se apagó de golpe ante los reproches de Ignacio.
Él cayó en cuenta que la mujer bajo su cuerpo no era la misma a la que deseaba hacerle esas preguntas, ella no era Paula. El alcohol, la rabia y el deseo lo habían hecho cegarse al punto de cometer una locura.
—Juliana… perdóname… por favor perdóname —rogó con la voz ronca por el nudo en su garganta que apenas le permitía hablar.
Ella asintió en silencio sin atreverse a esbozar palabra, estaba segura que de hacerlo terminaría llorando justo como comenzó a hacerlo él en su cuello, estremeciéndose y mostrándose tan frágil que daba la impresión de estar a punto de romperse. No pudo detener los sentimientos que él le provocaba y antes de poder ser consciente de lo que hacía lo envolvió entre sus brazos para resguardarlo, quería protegerlo, alejar toda la pena que veía en Ignacio.
—Abrázame más fuerte… abrázame Juliana —le pidió en medio de sollozos aferrándose a ella como si fuera la única capaz de salvarlo.
Hizo lo que él le pedía y más, comenzó a besarle el rostro para secar con sus labios las lágrimas que le humedecían las mejillas, entregándole ese gesto de amor que nacía desde lo más profundo de su corazón y era todo de él porque solamente había amado a un hombre en su vida, solo a Ignacio Howard Woodrow, el que la había hecho mujer.
—Hazme el amor —le pidió en un susurro al oído.
—Juliana… esto no está bien… no podemos seguir cayendo en lo mismo. Tú no lo mereces — pronunció mirándola a los ojos.
—No digas nada… deja que sea yo quien decida lo que merezco o no —mencionó ahogada en esos ojos verde selva que tanto amaba—. Te deseo Ignacio… ningún otro hombre me hace sentir como tú —confesó.
—No puedo entender lo que provocas en mí… a veces siento que te odio y en otras que sin ti estaría perdido —expresó dejando en libertad esos sentimientos que había callado por tanto tiempo, pensando que de decirlos ella terminaría burlándose de él.
Juliana sintió que una sensación de felicidad estalló dentro de su pecho y esbozó una hermosa sonrisa mientras subía sus labios para besarlo, acariciándole la espalda con cuidado para no lastimar las heridas que le había hecho.
Gimió cuando él respondió al beso apoderándose de su boca con uno profundo, que le estaba robando el aire y la cordura, lo sintió mover las manos sobre su cuerpo.
El arrebato que había caracterizado a sus encuentros anteriores esta vez no estaba presente, era como si hubieran regresado al pasado, a ese tiempo que vivieron antes de que él se marchara a Inglaterra a estudiar y ella se quedara desolada por su ausencia. Se desnudaron entre besos sutiles, miradas cómplices y caricias que traían consigo maravillosos recuerdos.
Ignacio entró en ella sintiéndola temblar como esa primera vez cuando siendo apenas una chica de quince años, se entregó en sus manos para que él la hiciera mujer. El cuerpo de Juliana le entregaba un placer que no había encontrado en ninguna otra de las que había tenido, ni siquiera en aquellas que sintió amar profundamente, quizás por eso siempre volvía a ella, su manera de entregarse era única y lo hacía rendirse.
Las mismas sensaciones y emociones que él le provocaba la llenaban de nuevo, después de dos años separados pensó que algo podía cambiar, pero por el contrario, todo era más intenso y sabía perfectamente que se debía a esa declaración que Ignacio le había entregado. Él la quería, aunque no supiera cómo definir sus sentimientos todavía, se lo hacía sentir.
Juliana comenzó a mecer sus caderas encerrándolo entre sus piernas, gimiendo en su oído mientras sus cuerpos resbalaban por la capa de sudor que los cubría. La sintió estremecerse siendo elevada por el placer, presionándolo en su interior, él no tomó la precaución de usar protección y ya era muy tarde, pues sentía cómo comenzaba a derramarse en ella y la siguió, quedando atrapando en ese instante perfecto.
Excelentes los 3 caps. Pero qué estúpido resultó ser Ignacio jaja.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! ojalá Romina deje de molestarlos! Y que Ignacio se de cuenta del amor de Juliana, al final no es un mal tipo, solo se enamora de las personas equivocadas...
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