viernes, 7 de agosto de 2015
CAPITULO 95
Paula se puso los anteojos en cuanto entró al auto para esconder su dolor, y cerró los ojos para no tener una última imagen de Pedro que solo le causaría una mayor decepción, no quería verlo quedarse allí tan tranquilo mientras ella se marchaba sintiendo que el alma se le hacía pedazos, tampoco quería despedirse de ese lugar que le había entregado tanto, pero donde también dejaba una gran parte de ella; la más importante de todas: Su corazón.
No quería mostrarse melodramática pues ese nunca había sido su estilo y no lo sería a partir de ese momento, mucho menos por el simple hecho de haberse enamorado de un hombre para el cual no significó nada. Le dolía, eso era cierto, pero tampoco se dejaría vencer porque esa separación no era el fin del mundo, ella podía afrontarla y salir airosa de la misma, tenía la fortaleza para hacerlo pues siempre había sido practica y madura incluso desde que era una adolescente cuando le tocó tomar decisiones que
marcarían el rumbo de su vida.
Paula se aseguraba todo eso mientras lágrimas silenciosas bajaban por sus mejillas dejando un rastro cálido a su paso, suspiraba para liberar esa presión que estaba a punto de romperle el pecho, y evitaba por todos los medios sollozar pues eso la haría quedar en ridículo delante del chofer, que ya suficiente había tenido con ese patético espectáculo del último beso que le dio Pedro. Ese beso que aún le quemaba los labios y le encendía el alma, que seguía moviendo los hilos de su deseo y aceleraba los latidos de su corazón.
—¡Ya basta! —exclamó sintiéndose frustrada.
—Disculpe señorita ¿ha dicho algo? —inquirió el chofer con un inglés perfecto pero marcado por su acento italiano, mientras la miraba por el espejo retrovisor con preocupación.
—No, no solo hablé en voz alta… por favor no me haga caso, continúe —le pidió Paula apenada al ver que él bajaba la velocidad.
—¿Segura? —preguntó de nuevo, pues aunque la mujer intentaba disimular era evidente que la despedida con aquel joven la había dejado mal y solo se hacía la fuerte.
—Sí, estoy perfectamente… por favor sigamos, tengo que tomar un vuelo al mediodía y no me gusta llegar con retrasos —indicó con determinación al tiempo que se acomodaba las gafas oscuras.
Él hombre asintió en silencio y posó su mirada en el camino llevando el auto a la velocidad que traía antes del arranque de la americana; intentando ignorar los suspiros que ella liberaba y los sollozos que a momentos suprimía.
Paula se volvió a mirar por la ventanilla y el recuerdo de la última vez que pasó por ese lugar la golpeó con fuerza, regresaba en el auto de Pedro, venía de comprar las cosas para su cumpleaños. Eso fue todo lo que pudo soportar y a medida que su vista se nublaba por las lágrimas el dique que contenía sus emociones se resquebrajaba, se abrazó con fuerza a ella misma y hundió su rostro entre las piernas para llorar.
No le importaba si el hombre que conducía la escuchaba, no le importaba si le daba imagen de una tonta americana más que se enamoró de un desgraciado casanova italiano, ya no le importaba nada, solo quería llorar y sacar de su pecho todo el amor que sentía por Pedro y la estaba matando, quería olvidarse de él.
—Todo estará bien señora… no llore —esbozó el hombre sintiendo lástima de ella, era tan hermosa y se veía tan frágil.
Paula sollozó con más fuerza y negó con la cabeza, no podía hablar pues sentía que su garganta estaba cerrada y apenas lograba respirar, se quitó los lentes y hundió más su cabeza entre las piernas mientras su llanto humedecía la tela del jean desgastado que llevaba.
—Por favor… sólo sáqueme de aquí, necesito irme —pidió con la voz estrangulada manteniéndose en la misma posición.
El chofer se mantuvo en silencio dejándola desahogarse, mientras continuaba con su camino hacia el aeropuerto Peretola, para el cual ya faltaba poco. La situación no le resultaba extraña pues había visto tanto a hombres como mujeres dejar esa región en las mismas condiciones que la chica en el puesto de atrás, al parecer todo aquel que llegaba soltero allí salía dejando un amor que los marcaba de por vida.
Después de varios minutos que no logró contar, Paula logró
calmarse, ahora miraba a través de la ventanilla pero ya no lloraba, se sentía entumecida y vacía, como si acabara de salir de algún tipo de operación donde le habían extirpado una parte de ella, y aún la anestesia continuaba haciendo efecto, se había puesto los lentes de sol una vez más para ocultar partes de los estragos que había dejado el dolor.
—Hemos llegado —le hizo saber el hombre en tono amable.
Ella se volvió a mirarlo sumida aun en el trance donde se encontraba, tardó cerca de un minuto darse cuenta de lo que quería decir y al fin se movió para tomar su bolso, sacar un billete y extendérselo pero ya el chofer había bajado para ayudar a uno de los trabajadores del aeropuerto con las maletas. Paula bajó del auto y llegó a donde los hombres se encontraban le extendió el billete al hombre sin mirarlo a los ojos, intentando esconder tras su cabello el rostro.
—Muchas gracias por todo, tenga y quédese con el cambio.
—Gracias a usted, buen viaje —contestó con una sonrisa amable.
Ella asintió con la cabeza y se marchó junto al trabajador, a quien le indicó que la llevara al cubículo de Alitalia. Para su fortuna la fila para chequear sus documentos y el equipaje no estaba muy larga, cuando fue su turno saludó en italiano y entregó su pasaporte, la mujer le respondió en inglés al notar que era americana.
—Tiene reservación para el vuelo a Roma que sale en una hora, chequearemos su equipaje y debe cancelar un costo adicional por el sobrepeso… —decía la mujer cuando Paula la interrumpió.
—¿A Roma? Pensé que sería un vuelo directo a Toronto —preguntó sintiéndose alarmada de inmediato.
—No señorita, los vuelos desde esta terminal son a ciudades dentro de Italia o a otras ciudades dentro de Europa, pero no hacia otros continentes —mencionó con tono cortés y profesional.
—Pero… pero yo reservé… mi agente reservó un vuelo hasta Canadá — indicó sintiéndose atrapada.
—Efectivamente, tiene un vuelo con nuestra aerolínea hasta la ciudad de Toronto, pero deberá hacer una conexión en Roma, no se preocupe no tendrá que esperar mucho, solo serán un par de horas —informó la rubia con una radiante sonrisa.
Mientras ella se sentía morir, no quería estar ni un minuto más en ese lugar, no quería estar cerca de Pedro; se armó de valor y soltó el aire de golpe mientras se hacía a un lado para que el chico de la aerolínea encargado del equipaje tomara las cinco maletas y las etiquetara, recibió con desgano el ticket sintiendo la frustración correr por sus venas, caminó hasta la sala de espera y su primera acción fue clavar su mirada en la puerta de entrada, mientras su corazón latía lentamente.
—¡Olvídalo! Deja de estar pensando en estupideces, él no vendrá a buscarte, si en verdad lo hubiera deseado ya estaría aquí… incluso habría interceptado el taxi en el camino porque sabes muy bien que le gusta conducir de prisa —se dijo en voz alta y no pudo evitar sobresaltarse al escuchar a un hombre a su lado hablando en italiano—. Pareces idiota ¡aquí todos hablan italiano! —se reprochó y tomó su iPod para distraerse, debía buscar una lista de reproducción que no le trajera recuerdos.
Después de media hora comenzaron a llamar para abordar el vuelo, y durante los treinta minutos que Paula estuvo allí no dejó de volver a la puerta principal cada vez que su corazón se anteponía a su cerebro. Pero la sensación de dolor fue aumentando a medida que caminaba hacia el pasillo de embarque y justo antes de entrar se volvió para mirarla por última vez, sintiendo que el corazón se le rompía en pedazos.
—No llegaste… no lo hiciste Pedro —susurró al tiempo que un par de lágrimas cálidas y pesadas bajaban por sus mejillas.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar por el pasillo sintiéndose tan insignificante, tan desolada y vacía; no había rabia dentro de ella, solo un gran dolor que la estaba carcomiendo por dentro y aunado a ello la decisión de haberse enamorado de una mentira.
Entró al avión y se acomodó en el asiento que le indicó la aeromoza, para su fortuna el puesto del lado estuvo vacío durante el vuelo y aunque intentó contener sus emociones, no debía pasar por la vergüenza de que alguien se viera en primera fila el patético espectáculo que estaba ofreciendo.
Cuando llegó a Roma lo primero que hizo fue ir hasta la sala de espera privada y refugiarse allí; miraba a todos lados de vez en cuanto y aún no sabía por qué lo hacía, sabía que Pedro no llegaría hasta ahí.
Después de una hora en la que sintió que enloquecía, decidió ponerse de pie y acercarse hasta el mostrador para pedir algo de tomar, su sentido común le sugirió que fuera una botella de agua, pero su lado pasional que justo en ese momento tenía una profunda herida que supuraba y le exigía optar por algo más fuerte. El guapo joven de cabello rubio y ojos verdes olivo que la atendió, intentó coquetear con ella sugiriéndole una copa de vino, pero la mirada que le dedicó Paula lo hizo desistir de inmediato, terminó pidiendo un vaso con vodka y regresó a su asiento.
Al cabo de cuarenta minutos ya tenía tres vodkas encima y había dejado de llorar, ahora solo se reía sola al recordar lo estúpida e ilusa que fue al creer que Pedro estaba tomando en serio las cosas. Anunciaron la salida de su vuelo y ella se puso de pie sintiendo por primera vez los estragos del licor en su interior, se tambaleó un poco intentando mantener en su hombro el bolso de mano.
—Que tenga un feliz viaje —mencionó el chico que le sirvió los tragos, cuando se aceró a ella para abrirle la puerta.
—Por supuesto, será maravilloso —contestó con una mueca de sonrisa guiñándole un ojo y salió.
Cuando se giró para encaminarse al pasillo de embarque chocó contra un hombre que venía en dirección contraria, había sacado sus documentos y el boleto de abordar que fueron a parar al piso ante el impacto, ella también estuvo a punto de hacerlo también por el poco sentido de equilibro que tenía en ese momento; pero los fuertes brazos del hombre la sostuvieron e incluso aprovecharon para pegarla a él. De inmediato Paula se tensó y buscó soltarse del agarre.
—Belleza ten cuidado… podrían colocarte una multa por esto —esbozó el extraño sonriéndole.
Ella se quedó muda y paralizada cuando su mirada se encontró con ese par de ojos hazel que la miraban con diversión, una vez más intentó alejarse del hombre, esta vez con razones muchos más poderosas para hacerlo. No podía creer que entre todas las personas de Roma, viniera tropezar precisamente con Lisandro Alfonso.
—¿Estás bien? —preguntó mirándolo con un poco más de atención.
—Sí… sí, claro discúlpame —se alejó excusándose en buscar lo que se le había caído y escapar así de la mirada del italiano.
—Permíteme… —dijo al tiempo que tomaba los documentos y antes de dárselos pudo ver la primera hoja del pasaporte—. Lindo nombre Paula, un placer Lisandro Alfonso—agregó extendiendo hacia ella la mano que tenía libre, mientras le entregaba esa sonrisa tan parecida a la de su hermano y que removió un montón de cosas dentro de ella.
—Encantada… ya me están llamando para abordar…—decía cuando él la interrumpió.
—¿Regresas a casa? —inquirió llegando a esa conclusión, sabía que el vuelo que acababan de anunciar de Alitalia saldría hacia América.
—Sí… ¿Eso de los interrogatorios es de familia? —cuestionó llevada por el alcohol, en un tono de voz que esperaba él no pudiera escuchar.
—¿Decías algo? —preguntó de nuevo con una sonrisa, había oído las palabras de la americana pero le resultaron extrañas.
—No, es nada… necesito mis cosas o perderé el vuelo y créeme es lo último que deseo hacer —pronunció con seriedad extendiéndole la mano para pedírselos.
—Por supuesto Paula, que lástima que no sea yo quien te llevé a casa… quizás podíamos quedar para tomar un café o salir alguna noche estando allá —comentó con una sonrisa seductora.
¿Eso estaba sucediendo en verdad? El hermano de Pedro estaba coqueteando con ella ¡Perfecto! Esto precisamente era lo que te hacía falta Paula Chaves.
Ni siquiera sabía cómo responder a sus palabras, rodó los ojos y casi le arrebató los documentos, sabía que él no tenía la culpa de lo que había hecho el desgraciado del hermano, pero que intentara seducirla él también estaba más allá de todo lo que podía soportar.
—Pues no, no estoy interesada —mencionó dándose la vuelta para marcharse con rapidez, pero él habló de nuevo.
—¿Acaso algún bastardo italiano te rompió el corazón? —preguntó con sorna mientras le veía el hermoso culo que se gastaba.
—¿Sabes qué? —lo afrontó volviéndose para verlo una vez más— ¡Sí! Dale saludos a tu hermano de mi parte Lisandro —pronunció sin poder seguir controlándose—. Adiós, fue un gusto conocerte.
Aprovechó la conmoción del piloto y caminó a toda prisa por el pasillo de embarque para tomar el avión que la sacaría de allí, poniéndola lejos y a salvo de cualquier hombre Alfonso que pudiera cruzarse en su camino, en ese instante la rabia le ganaba a cualquier otro sentimiento dentro de ella, y cuando el avión entró a la pista de despegue ni siquiera se volvió para mirar la hermosa vista de la ciudad de Roma desde las alturas, cerró la ventanilla, pidió otro vodka y al cabo de varios minutos se encontró durmiendo en su cómodo asiento de primera clase.
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Se me escaparon algunas lágrimas con estos caps. Espero que se encuentren y rápido. Buenísimos los 3 caps.
ResponderEliminarNo se puede sufrir así!!!! No puedo creer que se hayan separado!!! Y encima dejaron pasar 3 años!!!! No te puedo decir que me gustaron estos capítulos, pero está tan bien narrado que es inevitable sufrir en la piel de ellos! Es genial esta novela!
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